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Herrerismo (ideología)



El Herrerismo es un grupo político uruguayo fundado por Luis Alberto de Herrera y continuado por su nieto, Luis Alberto Lacalle. Tanto Herrera como Lacalle fueron defensores de un conjunto de ideas políticas y filosóficas.

Luis Alberto de Herrera fue un firme defensor de ciertas ideas, tanto en el plano de la política internacional como en el de la política económica.

Por la vía del nacionalismo Herrera llegó al antiimperialismo. En este campo no redujo su aporte a la mera formulación de un rechazo teórico al imperialismo, sino que asumió, con todos los riesgos que ello conllevaba, una actividad de militancia así como de investigación profunda del proceso, hallando las raíces económicas del mismo. Dicha militancia fue puesta de relieve en su acción diplomática, en su producción histográfica, en sus intervenciones parlamentarias y en su acción política cotidiana. Su particular vocación hacia este tema le provocó varios roces con otros políticos contemporáneos.[1]

En 1908, desde Washington, comenzó su vocación antiintervencionista. Así lo escribió al Ministro de Relaciones Exteriores de la época, desde su cargo de secretario de la delegación uruguaya:

En otro párrafo se hace referencia al Tribunal de Arbitraje de La Haya, manifestándose el deseo de que todas las diferencias internacionales que puedan surgir en el futuro se diriman por medios pacíficos.

Con el pasar del tiempo Herrera reafirmó sus conceptos, reiterando su admiración histórica por los Estados Unidos, por su pujanza y por su organización interna. Esta admiración evidentemente no corría paralela a su pensamiento en materia de política internacional.

A partir de 1939 el anti-imperialismo sería una obsesión en Herrera. Fue una de las primeras voces críticas de las políticas externas de Estados Unidos, cuando aún era muy remoto el peligro norteamericano para Uruguay. Lo subrayó en El Uruguay Internacional, dedicado a analizar las relaciones de Uruguay con sus países limítrofes, especialmente con Argentina. Hizo hincapié en el problema jurisdiccional del Río de la Plata, defendiendo la tesis de la línea media, en contraposición al talweg.

Herrera, en reiteradas oportunidades sobre toda su carrera política, hizo referencia a Cuba y su subyugación hacia Estados Unidos.

Párrafos adelante, remató:

Estas interpretaciones del caso cubano están fuertemente inspiradas en la exposición que José Martí realizara en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas Americanas en marzo de 1881.

La causa nicaragüense encontró en Herrera un vocero desinteresado y eficaz. Vinculó la agresión a la tierra de Augusto César Sandino con la secesión panameña y la actitud de desembozada prepotencia pacifista de la Conferencia Panamericana de La Habana, brindando en una página de inusual severidad, habida cuenta de su posición política de entonces, el juicio condenatorio de las ambiciones imperiales norteamericanas.

En esta guerra infame que soporta Nicaragua por el solo hecho de ser territorio estratégico para la construcción de un nuevo canal, cuyo dominio es codiciado por Estados Unidos. No sólo desde el punto de vista militar que ya de por sí es fundamental, dado que el de Panamá es fácil de obstruir en cualquier momento de peligro, sino también desde el punto de vista económico puesto que la distancia a recorrer entre costas Orientales y Occidentales de Estados Unidos se reducirían en 1.608 kilómetros.

Hoy por hoy Nicaragua representa el dolor sangriento de América, que se debate entre las guerras del imperialismo, que no se para a escarniar el derecho siempre invocado en sus campañas de rapiña (...). Pero América, esa América cantada por el poeta de la oda vibrante y soberana; esa América que tembló de huracanes y que vive de amor, no puede ceder el paso sin ver manchadas de oprobio las páginas de la historia. Sandino, un héroe continuador de la obra de los grandes libertadores —Washington, Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre—, águila él mismo desde su montaña abrupta, vigila, acecha para caer a golpes de ala sobre los fusileros liberticidas siervos del dólar, salvándose así la dignidad de su pueblo, mientras los hermanos de América —¡todos sus hermanos!— pregonan el plan de defensa contra el avance insolente del actual imperialismo.

Herrera se manifestó reiteradas veces en desacuerdo con la política de la Buena Vecindad, impulsada por Estados Unidos.

Es imposible, para una cabal interpretación del drama latinoamericano con relación a su poderoso vecino norteño, sustraerse a observar, aunque mas no sea a vuelo de pluma, a los "buenos vecinos".

Al estallar la Segunda Guerra Mundial Herrera adoptó una posición claramente favorable a los aliados y contraria a la Alemania de Adolf Hitler, pero se opuso firmemente a que Uruguay se involucrara en el conflicto. Cuando el canciller Alberto Guani comenzó a negociar la eventual instalación de una base naval estadounidense en Punta del Este, Herrera se opuso formalmente. Esta actitud significó que se le acusara de simpatizar con el Eje, particularmente por parte del Partido Comunista del Uruguay (PCU), decididamente intervencionista tras la invasión de Alemania a la Unión Soviética en junio de 1941. En 1942 Alfredo Baldomir dio un golpe de Estado con apoyo de Batllismo y el Nacionalismo Independiente. El Partido Comunista apoyó las medidas tomadas por Baldomir y pidió la cárcel para Herrera y la clausura de El Debate.

Herrera respondió:

El realismo en la política internacional se vio plasmado en la obra de Herrera "El Uruguay Internacional". Dicho libro, publicado en París en 1912, fue un libro pionero en cuanto a reflexión sobre la relación de Uruguay con el mundo. Inspiró las definiciones del Partido Nacional desde entonces y, a veces, las del Estado como actor internacional. Da cuenta del "nacionalismo" de Herrera, no como forma de estar en Uruguay, sino de estar en el mundo.

En el libro, Herrera manifestaba preocupación por la pérdida del sello original de la Nación:

Y remataba expresando que:

El nacionalismo y tradicionalismo herrerista es de raíz rural, lo que explica la conexión ideológica de Herrera con Maurice Barrès y Charles Maurras aunque, por la diversidad de circunstancias, asumiera un sentido diferente. Aquí fue un nacionalismo "nativista", salvador de las raíces autóctonas, procediendo al rescate de lo que se denostaba como "barbarie”. Herrera representó la lucha entre el liberalismo y el conservadurismo. Esta última línea de pensamiento hacía referencia a la conservación de la cultura local, a la conservación del “localismo sagrado”, frente a la “penetración pacifica”, al decir de Herrera.

Todo esto hacía pensar a Herrera en la necesidad de una mística nacional, con un fondo cultural y cívico sólido. Para Herrera se debía aprovechar la posición geográfica para tener un rol articulador en la región. Según el historiador Romeo Pérez Antón, Herrera con su "Uruguay Internacional":

En su obra "La Revolución Francesa y Sudamérica", publicada en 1910, Herrera contradice la tesis de que la Revolución Francesa fuera inspiradora de la revolución latinoamericana. De acuerdo con Herrera, si Francia influyó, lo hizo más bien por el lado jacobino, como el Plan de operaciones de Mariano Moreno o el profundo autoritarismo de Simón Bolívar.

Herrera reivindica, como lo había hecho un siglo antes Francisco de Miranda, la experiencia norteamericana. A diferencia de otros antiimperialistas, Herrera destaca la robustez de las instituciones republicanas estadounidenses, pero rechaza la invasión de "republiquetas bananeras del patio trasero". Admira a Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, James Madison, George Washington y Alexander Hamilton.

Para Herrera, la irrupción en América del Sur de las ideas de la Revolución Francesa, en vez de impulsar el avance de la libertad, lo obstaculizó. Dichas ideas estarían en la base de los dos principales e inextricables problemas de la región: la anarquía y el despotismo. El fracaso de las instituciones habría alentado el ascenso de caudillos, demagogos y tiranos (y viceversa). Siguiendo este razonamiento, el autor sugiere que los padecimientos políticos sudamericanos hubieran sido menos graves si la inspiración se hubiera buscado en otros modelos. Menciona varios sistemas políticos en los que "la libertad y el derecho conocen sanciones seductoras". Además de Estados Unidos, cita a Inglaterra, Suiza, Países Bajos y Alemania.

Pese a los elogios al sistema estadounidense, para Herrera hubiera sido más razonable aplicar en América del Sur el modelo monárquico inglés. "Algunos patriotas eminentes propiciaron la conveniencia de una transición suave, utilizando el intermedio de la forma monárquica; pero estos sabios consejos se perdieron en el tumulto clamoroso", sostiene Herrera.[4][5]

Herrera defendió principalmente al sector agropecuario. Se podría considerar a Herrera como una personalidad adherida al ruralismo o agrarismo político-económico tradicional. Fue un crítico acérrimo de todo intento de industrialización debido a su “artificialidad” (según propias palabras). No por eso se debe de identificar al ideario herrerista con la protección del gran latifundio. El mismo Herrera en un artículo publicado en El Debate el 27 de junio de 1948 menciona que:

El Herrerismo defendió el rol primordial del mercado y de la iniciativa privada y mostró una desconfianza viseral hacia los impuestos, calificándose como anti-tarifista en política económica internacional y también nacional. Más de una vez Herrera convocó a la “huelga de los bolsillos cerrados”,

La filosofía antiestatista se puede ver como oposición al “Uruguay de planificación batllista”, un Uruguay donde existió una industria fuertemente subsidiada, con tipos de cambio preferenciales, hipertrofia y centralismo en los servicios en la capital del país.

Sobre el estatismo Herrera se pronunciaría en una de sus obras centrales “La Revolución Francesa y Sudamérica”:

Es una crítica a la burocracia centralista francesa de la que el Uruguay copió el modelo. Esa frase, quiere decir que a través del presupuesto estatal se limita la libertad de los ciudadanos a cambio de beneficios sociales con el objetivo de transformarlos en individuos dependientes del Estado, sin carácter.

Herrera fue influido por Tocqueville y su obra “La Democracia en América”, de donde Herrera extrajo la contraposición que existía entre el modelo autonómico y federal de Estados Unidos y el centralismo francés.

La propuesta Herrerista era de un país con autonomías locales, autosuficientes, capaces de generar oportunidades de empleo como para retener a las nuevas generaciones, en cuestión, un Uruguay donde haya una mayor distribución demográfica más pareja y no tan macrocefálica y concentrada en el capital.

De acuerdo con algunos autores como Vivián Trías, el Herrerismo de Luis Alberto de Herrera no podría ser catalogado de ideología. Según Trías, en materia económico-social Herrera fue un pragmático, "las más de las veces conservador y liberal, aunque con destellos progresistas". Su etapa definidamente populista fue, según Trías, la de la "coincidencia" con Luis Batlle Berres entre 1947 y 1950. En esa etapa se promovió la industrialización substitutiva de importaciones con el manejo de tipos de cambios múltiples, medidas aduaneras y créditos, se impulsó la agricultura con subsidios y precios mínimos y se sancionó una avanzada legislación laboral, con aumentos de salarios, vacaciones pagas, indemnización por despidos, salario familiar, ley de trabajos insalubres y previsión social.[6]

En materia de política internacional Herrera se opuso con uñas y dientes a la instalación de bases estadounidenses y se movió en una línea neutralista, rechazando el Pacto de Río de Janeiro de 1947 y oponiéndose al envío de tropas uruguayas a Corea. Alberto Methol Ferré sugirió que el caudillo alimentó una dicotomía de índole bicéfala en política internacional con la intención de abrirle al país todas las opciones.[6]

Con el tiempo, muchas de las posturas históricas del Herrerismo fueron girando hacia el conservadurismo liberal fruto, en parte, del final de la Guerra Fría. En la década de los años 1990 el Herrerismo adhirió a las políticas promercado que por entonces resultaban exitosas en todo el mundo. Así, en el Herrerismo actual hay una firme actitud favorable a la libre empresa y la defensa de los derechos individuales.

Durante el gobierno de Lacalle, si bien su Ley de Empresas Públicas (que privatizaba parcialmente ANTEL) fue derogada en un referéndum por el 67% del voto ciudadano, se instaló en el ámbito político uruguayo un intenso debate a favor de la liberalización de la economía a todo nivel, debate que se extiende hasta hoy en día.[7]

La política económica seguida por Luis Alberto Lacalle durante su mandato fue de corte más liberal que la de anteriores gobiernos. Se suprimió la obligatoriedad de las negociaciones salariales obrero-patronales, se implementaron un serie de medidas tendentes a privatizar empresas del Estado o a ponerlas en competencia con otras del sector privado, se implementó una unión aduanera con Argentina, Brasil y Paraguay (el Mercosur) y se puso en marcha un programa de "desburocratización" en el Estado.

Paralelamente al Mercosur, una clara concepción geopolítica impulsó al gobierno a consolidar el convenio de Transporte con Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay, denominado "Hidrovía Paraná - Paraguay". Para Lacalle era la expresión práctica de la denominada "política de meridianos" que el Uruguay debe propiciar para complementar los vínculos con los países mediterráneos y facilitar su condición de usuarios regionales de nuestras instalaciones portuarias.



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