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Historia de la psicología



La Historia de la Psicología' es un apartado dentro de la [psicología]] que, haciendo uso los métodos historiográficos y de los conocimientos psicológicos acumulados a lo largo de la historia, trata de averiguar la génesis de las propuestas psicológicas, la influencia entre ellas y con otras ciencias, y la deriva de las mismas, atendiendo, entre otros factores, al contexto y a los autores que las desarrollan.

La psicología, tal como la conocemos en la actualidad, es una ciencia relativamente nueva que investiga los distintos procesos mentales y la conducta humanas. Para ello se sirve, en parte, de la experimentación con otras especies animales, que ayuda a iluminar diversos aspectos relacionados con las facultades perceptivas e intelectivas humanas. La ciencia que estudia la psicología no humana recibe el nombre de etología.

De ordinario, se hace referencia al año 1879 como la fecha inaugural de la psicología moderna en tanto que disciplina científica. Ese año, el alemán Wilhelm Wundt creó el primer laboratorio de psicología experimental en la ciudad de Leipzig. Sin embargo, no todos los historiadores de la Psicología coinciden en este punto:

Resulta, pues, ineludible el papel que juega Wundt en la «institucionalización» de la psicología experimental, y quizá por ello no se eligió a otros autores como Franz Brentano —quien publica en 1874 su Psicología desde el punto de vista empírico[2]​— o Wilhelm Dilthey —con su libro Ideas acerca de una psicología descriptiva y analítica (1894)[3]​—, ambos con perspectivas distintas a la de Wundt. En cualquier caso, algo que a menudo se ha olvidado es que la Psicología de Wundt comprendía dos partes, como dos caras de una misma moneda:[4]​ la psicología experimental y la «Völkerpsychologie» o «psicología de los pueblos», que aborda el mismo fenómeno psicológico desde una perspectiva más cercana a los enfoques de Dilthey o de Vygotski, y a la que dedicó un especial esfuerzo cuyo resultado se plasmó nada menos que en diez volúmenes publicados entre 1900 y 1920.[5]

la presencia de la psicología en el ámbito universitario es mucho anterior:

En 1860 se crea en la Universidad de Berna (Suiza) la primera cátedra universitaria que incluye una referencia explícita a la psicología.[6]

En cuanto al vocablo, la palabra «psicología» fue utilizada por primera vez en latín por el poeta y humanista cristiano Marko Marulić, en su libro Psichiologia de ratione animae humanae (publicado a finales del siglo XV o a comienzos del XVI).[7]​ Algunos autores defienden que el término procede de una traducción erudita del libro De Anima de Aristóteles.[8]

El abordaje de los fenómenos psicológicos está presente allá donde existe discurso racional. Simplificando mucho las cosas, puede decirse que hay dos tendencias a la hora de delimitar el objeto de estudio de la psicología moderna: de un lado, la mente (ya sea su estructura, funciones, contenidos, etc.), y de otro, la conducta. Dado que el estudio objetivo de la conducta es algo propio de los siglos XIX y XX, habría que indagar para saber qué ocurrió para que se produjera este desplazamiento desde la mente a la conducta (desplazamiento que, atendiendo a la pluralidad de enfoques y escuelas que emergieron en el s. XX, fue sólo parcial). Y, sobre todo, habría que aclarar qué es lo que se entendía —y qué se entiende hoy día— cuando se habla de «mente».

Así, nos encontramos con que el concepto de mente abordado por la psicología es un producto moderno.[9][10]​ En la filosofía griega, simplificando, podemos encontrar dos aproximaciones a la interioridad humana: la platónica, que considera que la esencia del hombre es su espíritu, el cual se encuentra "encerrado" en un cuerpo que lo limita y no le permite manifestarse en toda su plenitud, y la aristotélica, que considera que el ser humano (al igual que los demás seres vivos) está formado por una unidad integral de cuerpo y alma.[11]​ El alma sería el principio vital que anima y da unidad a la materia corpórea, pero, en definitiva, ambos elementos son inseparables. En el caso de Platón, muchos de los fenómenos que hoy llamamos psicológicos (como las pasiones o los sentimientos) quedarían fuera de la consideración de lo propiamente espiritual. En Aristóteles, sin embargo, quedarían integrados dentro del estudio del ser humano como una unidad holística.[12]

Mientras que en las escuelas de filosofía romana parece ser que imperó una concepción del hombre más cercana a Aristóteles (por ejemplo, el estoicismo),[1]​ la concepción dualista de Platón pasó a los albores de la filosofía medieval cristiana a través de Plotino y Agustín de Hipona. En el mundo islámico se llevará a cabo una reinterpretación de Aristóteles desde una perspectiva neoplatónica (es decir, influida por Plotino), en concreto, de la noción de «intelecto agente», que se identifica con la divinidad (véase Avicena).[1]​ Sin embargo, a partir del estudio pormenorizado de los autores islámicos, Tomás de Aquino retornará a la idea del alma como principio vital (o «forma») del cuerpo, naturalizando de nuevo la razón y proponiendo el conocimiento de la existencia de Dios a través de la razón natural —sus famosas «cinco vías»—, que se complementa con la fe.[13]​ Esto, sin embargo, no fue aceptado por otros autores de la escolástica tardía, como Duns Escoto y Guillermo de Ockham.

Aunque la visión naturalista e integral del ser humano propia de Aristóteles se aproxima bastante a determinados planteamientos de la psicología moderna, su visión del mundo físico chocó frontalmente con el desarrollo de la física mecanicista del siglo XVII.[14]​ En ese contexto, René Descartes (1596-1650) decidió desmarcarse del aristotelismo en general. Separó el «yo pensante» —res cogitans— de la materia o res extensa.[9][10]

Nace así un concepto de «mente» individual, que es «sujeto de acciones» (pensar, imaginar, percibir, etc.) y que se opone a la noción de «cuerpo». Al igual que en el platonismo, esto se plantea en un lenguaje espacial de «dentro» y «fuera». Desde el punto de vista epistemológico, el problema fundamental que se plantea es cómo la res cogitans puede acceder al conocimiento de la res extensa, dada la radical heterogeneidad y, a la vez, separación entre ambas. La solución propuesta por Descartes resulta a todas luces insatisfactoria: la mente solo puede conocer contenidos de la mente, es decir, «ideas» (que no provienen del «exterior», sino que están en la mente desde antes de nacer —son «innatas»—; lo único que debemos hacer es ir descubriéndolas). Su correspondencia con la «realidad exterior» queda garantizada por la «veracidad divina», y el punto de contacto entre ideas y realidad radicaría en la glándula pineal.[11]

De esta manera, Descartes lega dos de los conceptos que serán fundamentales en la psicología moderna («mente» y «sujeto») acompañados de una problemática a la que diversas escuelas psicológicas tratarán de dar solución: la relación entre el «yo» y el mundo que le rodea.

Si en la filosofía aristotélico-tomista el hombre estaba integrado en la «realidad» y formaba parte de ella, con Descartes se extiende la idea de que la realidad es algo «externo» al sujeto, un ámbito distinto al que, de alguna forma, la mente debe acceder.[15]​ Ya hemos visto que la mente, según Descartes, conoce ideas, que son de su misma naturaleza «inmaterial» pero, a la vez, presupone que son «representaciones» de la res extensa. La garantía de su «correspondencia» con la «realidad externa» no radicaría en una capacidad propia del intelecto (o en su caso, la mente) para aprehender la realidad, sino en una instancia extrínseca a la misma inteligencia, en este caso, la res infinita (Dios).

Esta solución no satisfizo al inglés John Locke (1632-1704). Alineado con la sensibilidad de su época, que se aparta cada vez más de la metafísica, pero sin apartarse del racionalismo, acepta el presupuesto de que la mente humana solo conoce ideas, pero rechaza que sean innatas, y propone que se adquieren con la experiencia, comenzando en la experiencia sensible, que sería a su juicio la que garantizaría el contacto con la realidad. La mente sería así una «tabula rasa» (como en Aristóteles), y sus contenidos serían el resultado de las combinaciones que se producen a partir de las sensaciones que nos llegan a través de los sentidos. Sin embargo, las capacidades de la mente (como la reflexión o la percepción), esas sí serían innatas.[16]

Las ideas de Locke llegaron a Francia, unidas al entusiasmo que produjo la física de Newton.[17]​ En Alemania, sin embargo, la sensibilidad era otra. Leibniz (1646-1716) rechazó la idea de que las ideas tuvieran una base en la experiencia sensible.

En cualquier caso, influido por el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke, el discurso acerca del ser humano se va «psicologizando».[18]​ En Alemania, el término «psicología» se institucionaliza en el ámbito académico, trayendo consigo todo un esfuerzo por sistematizarlo a través de la docencia universitaria y de numerosas publicaciones.[18]​ Cabe destacar a Christian Wolff (1679-1754) —más conocido por su obra metafísica como antecedente de Kant—, quien divide la psicología en dos partes: una racional, dedicada al conocimiento «a priori» de las cualidades de la mente humana, y otra empírica, que se ocupa del conocimiento «a posteriori» de la actividad de la mente a través de la observación.[19]​ En su libro Psicología empírica (1732) propone la necesidad de someter los fenómenos psíquicos a tratamiento matemático, introduciendo el término de "psicometría" por primera vez.

Siguiendo la estela de Locke y de su seguidor más inmediato, el irlandés George Berkeley, David Hume (Escocia, 1711-1776) parte de la experiencia de los sentidos para explicar el conocimiento humano, pero defiende que las «impresiones» sensibles son los únicos contenidos genuinos de la mente, y que las ideas no son sino el fruto de la «asociación» de impresiones. De aquí se deriva una concepción pasiva y mecanicista de la razón.[1]​ Junto con esta idea, será el primero en proponer unas leyes psicológicas —la ley de la semejanza y la ley de la contigüidad— que, de modo semejante a las leyes de Newton en la física, vendrían a describir ese proceso de formación de las ideas complejas.

El asociacionismo conocerá su continuidad en autores británicos como David Hartley (1705-1757) y Thomas Brown (1778-1820). Este último procuró dar un tratamiento empírico a la cuestión de las conexiones mentales y emprendió el análisis de los múltiples factores que determinan el curso de la asociación enunciando sus famosas «leyes secundarias», según las cuales la vida psíquica no es una simple concatenación de datos de los sentidos, sino que lo que la caracteriza es la capacidad de captar relaciones. Sus aportaciones hicieron posible el desarrollo posterior del asociacionismo con Herbert Spencer, Alexander Bain y James Mill.

En Alemania, podemos destacar a Herbart (1776-1841), que sistematizará la doctrina del asociacionismo y construirá una psicología racional basada en una «mecánica de la conciencia». Una de las principales aportaciones de Herbart se dio en el campo de la psicofísica, al proponer la existencia de un umbral mínimo para los estímulos, término que designa la mínima intensidad que un estímulo debe tener para ser perceptible. Sus ideas fueron la base de los estudios de Ernst Heinrich Weber (1795–1878), médico alemán cuyas investigaciones sobre la sensación y el tacto, junto con su énfasis en las buenas técnicas experimentales dieron paso a nuevas direcciones y áreas de estudio de psicólogos, fisiólogos y anatomistas posteriores, por lo que se le considera como uno de los fundadores de la psicología experimental.

Si bien la línea clásica de la teoría asociacionista ha sido discutida, el asociacionismo inspiró gran parte de los trabajos iniciales de Pierre Janet, Sigmund Freud y Carl Gustav Jung; perfiló los primeros trabajos sobre las respuestas condicionadas; y guió los estudios experimentales sobre la memoria de Hermann Ebbinghaus, y los efectuados sobre el aprendizaje por Edward Thorndike, sirviendo de base a la teorías conductistas.[20]

Hemos visto como el empirismo partía de los sentidos para explicar el conocimiento humano, y la propuesta de Wolff para una psicología empírica. En este debate irrumpe Inmanuel Kant. Kant sigue la propuesta de Wolff pero incorporando los aportes de Hume, dando lugar a una sistematización integradora y nueva a la vez. Su trabajo va en la línea de separar definitivamente la psicología de la metafísica.[21]​ Para ello, decide poner límites a la ciencia racional, y propone que el «Yo trascendental» (sustancia psíquica y soporte último de la actividad mental humana) no puede tomarse «en sí mismo» como objeto de estudio de la razón (resulta interesante resaltar que Wundt acepta y profundiza en las limitaciones impuestas por Kant a la ciencia en lo que se refiere al «Yo trascendental»[1]​).

Serán, pues, los «fenómenos» psíquicos (y no su "estrato subyacente") los que pueden ser estudiados por una ciencia que —al igual que la física se ocupa de los «fenómenos del sentido externo»— se ocuparía de los «fenómenos del sentido interno».

En Los primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza (1786), Kant distingue dos ramas dentro de las ciencias empíricas: las ciencias «históricas» (que describen la realidad) y las propiamente «científicas» (que buscan explicaciones causales, recurriendo a leyes matemáticas, entre otros medios). Dado que estima que el método propio de la psicología es la introspección, niega que esta ciencia pueda estar entre las segundas —a diferencia de lo que pensó Wolff—.[1]

El Romanticismo traerá consigo una reconsideración de la idea de «naturaleza humana» —iniciada ya en la Ilustración—, empapada de las connotaciones de un supuesto estado natural de inocencia originaria (fruto del contacto con otras civilizaciones, como resultado de los descubrimientos que se fueron produciendo a lo largo de los siglos anteriores y debidamente tematizada en el Emilio de Rousseau[22]​), que se contraponía a la artificial cultura de la Europa civilizada. Pero, en contra del racionalismo ilustrado, se va abriendo paso la idea de que el mundo y la naturaleza son una expresión del Geist (espíritu), desde una perspectiva que tiende al panteísmo (presente ya, por otro lado, en algunos autores de la Grecia clásica). Paralelamente, se va desarrollando una nueva filosofía de la naturaleza de corte más organicista, que acabará desembocando en la propuesta de Darwin (El origen de las especies, 1859); bien puede decirse que "las teorías psicológicas, desde finales del siglo XIX ya no han podido elaborarse a espaldas del evolucionismo".[1]​ Pero antes de que eso ocurra, debemos destacar el aporte de Hegel.

Friedrich Hegel (1770-1831) llevará la doctrina del Geist al extremo, defendiendo que la única realidad existente es el Espíritu Absoluto, que además se identifica (o es inmanente) con el universo. Este tiene un desarrollo histórico, según el cual, los diversos acontecimientos de la historia humana no son sino momentos o manifestaciones del proceso de desarrollo del Espíritu subyacente. Esta visión tendrá una influencia extraordinaria en todo el desarrollo posterior de las ciencias humanas hasta nuestros días.[1]​ Entre otras cosas, Hegel inspiró la propuesta revolucionaria de Karl Marx, quien sustituyó el concepto de «Espíritu Absoluto» por el de «materia», pero siguiendo una lógica histórica similar.

Para Hegel la psicología debe abordar al espíritu libre de las condiciones fenomenológicas y materiales (de modo similar a la «psicología racional» wolffiana, y rechazando su «psicología empírica»), lo cual lo aparta del camino de desarrollar una psicología que parta de los hechos de la experiencia empírica. Pero, si posteriormente esta idea no tendrá continuidad (al menos en la psicología), la idea de desarrollar una «psicología de los pueblos» que aborde el estudio de la «consciencia colectiva» será una constante en las ciencias humanas.

De hecho, el proyecto de Wilhelm Wundt, con quien arranca definitivamente la institucionalización de la psicología como ciencia experimental, se divide en dos partes:[4]

La creación del primer laboratorio de psicología experimental en la ciudad de Leipzig en 1879, no fue sino un paso decisivo en el desarrollo de la primera parte.

Gracias al enorme desarrollo de las ciencias naturales y a la aparición del método científico-experimental —que se separa del método científico-filosófico—, en la primera mitad del s. XIX se va perfilando una concepción de «lo psíquico» como un conjunto de fenómenos peculiares —los contenidos de la conciencia— que se supone que podrían ser observados y estudiados usando el método empírico y experimental. De esta manera, las cuestiones generales relacionadas con el «sujeto en sí» (la naturaleza humana) dejan de ser un problema prioritario para la nueva psicología.

Con el primer laboratorio de psicología experimental de Wilhelm Wundt, fundado en 1879 en la Universidad de Leipzig, la psicología comienza oficialmente su andadura propiamente científico-experimental. Sus antecedentes más próximos están en la psicofisiología. De hecho, los primeros psicólogos experimentales eran fisiólogos.

En sus estudios sobre la sensación y percepción, Wundt basa su análisis científico en tres principios experimentales: el principio de artificiosidad, que consiste en el poder de provocar la aparición del proceso que se trata de estudiar mediante circunstancias establecidas con anterioridad; el principio de verificabilidad de condiciones, y el principio de repetibilidad por el que cada resultado obtenido debe someterse a una revisión repitiendo las investigaciones y las condiciones en que se realizó el primer experimento. Así se introduce en líneas generales el método experimental. Pero Wundt interpreta lo psíquico y lo físico simplemente como dos maneras diferentes de referirse a una misma realidad; así, pues, todo fenómeno pertenece tanto a la psicología como a la física, y no distingue los fenómenos que, aun teniendo repercusión física, son, sin embargo, algo más.

Para Wundt, el fenómeno psíquico, lo anímico, tiene carácter de proceso; es decir, los contenidos de conciencia nunca son objetos constantes, sino fenómenos fugaces, que continuamente se suceden unos a otros. Por tanto, y esto es lo importante, es imposible una observación exacta no fundada en la experiencia; es, en consecuencia, absolutamente necesario un método experimental. Lo importante no es conocer lo que el fenómeno sea en sí, sino «prever» el comportamiento de los fenómenos; verificar hechos y comprobar leyes. Todos los contenidos de conciencia están compuestos de unidades elementales: sensaciones y percepciones. Con esta restricción del campo de la conciencia (quedan excluidos otros diversos datos y elementos), Wundt basará su psicología en un estudio casi exclusivo sobre la sensación y la percepción y los problemas más directamente suscitados por estos «elementos de conciencia».

Como un aspecto de la psicología en cuanto análisis experimental de los fenómenos de conciencia puede entenderse, sin duda alguna, el empeño de medir las sensaciones. Esta faceta de la psicología experimental, cuyo estudio persiste hasta nuestros días, tuvo lugar en la llamada psicofísica y en la psicofisiología del siglo XIX. Los autores más relevantes de este movimiento son, como corresponde al siglo, fisiólogos antes de psicólogos: Weber, Fechner y Helmholtz son los principales representantes (psicología fisiológica).

Ernst Heinrich Weber, quien fundamentalmente era fisiólogo, trabaja con los sentidos de la vista y el tacto y emplea el tradicional concepto de umbral; para estructurar de un modo científico estas experiencias, se vio obligado a estudiar también las condiciones psicológicas indispensables para asegurar la homogeneidad de los datos. Gustav Theodor Fechner, que no era fisiólogo sino físico, realiza su trabajo con base en la teoría weberiana. Con su maestro y dentro del campo concreto de la psicofísica intenta unir y relacionar los fenómenos mentales (psico) y los fenómenos corporales (física). Es decir, intenta ver la relación entre las llamadas tradicionalmente «energías psíquicas» y «energías físicas». Describe la relatividad de los fenómenos sensoriales. Y concluye con que la acción de los estímulos no es absoluta sino relativa. Sobre esta base sistematizará Wundt su psicología científica. Siguiendo esta directriz, Hermann von Helmholtz sistematiza los conocimientos psicofisiológicos de las sensaciones auditivas y ópticas, basando su estudio en la sensación como primicia de expresión del acontecimiento psíquico.

El estudio de los fenómenos físicos y fisiológicos correlativos con los hechos psíquicos pronto se vio desplazado por la aplicación de la introspección al método experimental. Oswald Külpe (1862-1915), discípulo y ayudante de Wundt, presenta como medio de investigación la introspección y demuestra que es posible el estudio de los procesos psíquicos superiores de forma empírica. Para este autor el método de la introspección es fundamental para la Psicología, hasta el punto de que constituye el instrumento principal para el estudio de la naturaleza humana; sin él la psicología sería puramente fisiológica, y en ella se estudiarían las estructuras y funciones aisladas de la conciencia o se convertiría en física. Por ello propugna que la introspección tiene que transformarse en un verdadero instrumento científico; es decir, tiene que ser sistemática y controlada.

Él y sus discípulos, la llamada escuela de Wurzburgo, entre los que se encuentran Narziss Kaspar Ach, August Wilhelm Messer, Karl Bühler, Karl Marbe y otros, trataron de confirmar estos criterios logrando una fenomenología de la vida psíquica. A través de la teoría del pensamiento sin imágenes o de los estudios sobre la volición se llegó a la investigación de los niveles superiores del psiquismo, en un grado tal, que, como señala Juan José López Ibor, la influencia de la escuela de Wurzburgo ha sido decisiva en la evolución posterior de la psicología. Su interés por la psicología del pensamiento y el decidido afán de orientar la investigación psicológica hacia esferas de la vida consciente distintas de las sensaciones e imágenes tienen un valor de indudable interés.

El fundamento científico de toda la psicología de la forma (traducción aproximada del término alemán Gestalt, que también significa "configuración"), de que un todo no es igual a la suma de las partes, no es un descubrimiento de los psicólogos alemanes de principio del siglo XX. Realmente, toda la filosofía que ha criticado, y que no es, en una palabra, el mecanicismo, cree y conoce ese fundamento. El cuerpo humano para todos los filósofos, excepto los mecanicistas, es algo más que un agregado de partes; es unidad, totalidad organizada que supera la simple suma de sus partes. Sin embargo, en la psicología experimental esta idea resulta nueva; tan nueva como que al principio la psicología de la Gestalt fue tachada por los experimentalistas y empiristas de improcedente y revolucionaria. La psicología de la forma tiene sus raíces en las observaciones de algunos discípulos de Franz Brentano, como Carl Stumpf, Anton Marty, Alexius Meinong y especialmente Christian von Ehrenfels: su verdadero fundador es Max Wertheimer y sus más importantes representantes, Wolfgang Köhler, Kurt Koffka y Kurt Lewin.

Los gestaltistas no niegan de un modo absoluto el valor de las experiencias psicofísicas y psicofisiológicas, pero coinciden con la psicología comprensiva y con la fenomenología en considerar que ahí no acaba la realidad psíquica. Por otra parte, coinciden con el conductismo en su crítica del predominio exclusivo de los métodos introspectivos, pero también acusan a los conductistas y a los reflexólogos de haberse dejado arrastrar por el método de la asociación.

Von Ehrenfels se percató de que cualquier melodía era percibida por los sentidos y el psiquismo como una forma que lleva en sí un ritmo y una peculiar relación de las notas musicales que constituyen la esencia misma de esta melodía. La Gestalt de la melodía no es propiamente una sucesión de notas (composición de elementos) sino un fenómeno de la totalidad. Los fenómenos psíquicos están estructurados de la misma manera; por complejos que sean, un dato psicológico constituye una Gestalt. Una frase, por ejemplo, no está constituida por una suma de letras o palabras, sino que contiene primariamente un elemento suplementario que se estructura en una forma. La publicación de Wertheimer sobre la percepción del movimiento aparente, dado a conocer en 1912, fue la primera aportación de la escuela de la Gestalt. Pero fueron Köhler y Koffka quienes elaboraron los conceptos fundamentales del gestaltismo.

La psicología de la forma tiene, pues, su punto de partida en el estudio de la percepción, pero pronto aplicó sus principios al campo del pensamiento y de la inteligencia, al aprendizaje, memoria, evolución psíquica, conducta, etcétera. Es decir, lo que en un principio se inició como un intento de esclarecer el problema parcial de la percepción visual, terminó por exigir una revisión integral de lo que algunos pensaban eran los principios fundamentales de la ciencia. Como hemos dicho, la Psicología de la forma se pronuncia en contra del concepto según el cual los elementos, considerados como existencias entre sí, constituyen la materia de que está formada la percepción. En otras palabras: el elementalismo no sólo da una imagen falsa; impide además observar lo que está frente a nosotros. El error de los elementos trae como consecuencia el de las asociaciones y el análisis de la experiencia no es de ninguna manera idéntico a la experiencia original. El conductismo no admite más que la experiencia objetivable, frente al introspeccionismo, cuyo método es una observación interna de la mente. Sin embargo, la psicología gestaltista admite de alguna manera los dos principios básicos de ambas direcciones: la conducta y la conciencia; pero no admite en modo alguno el uso exclusivo de uno de ellos como método. En consecuencia, se erige en intermediaria y participa a la vez de la conducta y de la conciencia, de lo experimentable y de lo no experimentable.



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