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Huida a Egipto



La huida a Egipto es un episodio del Evangelio de Mateo (2, 13-15) cuya variada iconografía ha sido representada en el arte desde la antigüedad. Se pueden diferenciar tres motivos principales: la huida propiamente dicha, el descanso en la huida a Egipto y el retorno (mucho menos representado). Esta narración del Nuevo Testamento se suele interpretar como una identificación de la Sagrada Familia con la suerte de los desfavorecidos por la emigración y la represión política.[3][4]


El relato del Nuevo Testamento, muy breve y propio del Evangelio de Mateo, narra cómo un mensajero de Dios se aparece en sueños a José y le ordena que huya a Egipto junto con la Virgen María y el Niño Jesús, pues el rey Herodes lo estaba buscando para matarle (la matanza de los inocentes). José obedece; y al cabo de un tiempo indeterminado, muerto ya Herodes, se le ordena volver de un modo similar. El propio evangelista ve en el episodio un cumplimiento de una profecía del Antiguo Testamento: de Egipto llamé a mi hijo. (Oseas, 11: 1).

La huida de Jesús a Egipto y el regreso a Israel indican que Jesús tiene una semejanza con Jacob,[6]​ que bajó a Egipto, y al pueblo de Israel, que subió de Egipto[7]​ Jesús es el nuevo Israel y con Él comienza el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia. Aquí también se observa un paralelismo de Jesús con Moisés, que fue providencialmente librado de la muerte cuando era niño[8]​ y que después fue el instrumento del Señor para la formación de su pueblo. El episodio de los inocentes refleja la brutalidad de Herodes que, según los escritores de la época tiene una larga lista de crueldades[9]​ La Iglesia venera a los niños inocentes como mártires de Cristo con el siguiente salmo: «Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren. Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que todavía no podían hablar. He aquí de qué manera reina el que ha venido para reinar. He aquí que el liberador concede la libertad, y el salvador la salvación. (…) ¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía no pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguen la palma de la victoria» [10]​ Los inocentes que proclamaron la gloria del Señor, no de palabra sino con la muerte —non loquendo, sed moriendo—, la oración de la Iglesia nos invita a «testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de palabra».[11]

Raquel era la esposa predilecta del patriarca Jacob y madre de Benjamín y de José; éste, a su vez, era el padre de Efraím y Manasés. Según el libro del Génesis [12]​ Raquel murió cerca de Belén y allí la enterró Jacob. En el libro de Jeremías citado por Mateo, se refiere a los cautivos de Efraím y Manasés, que, tras la destrucción de Jerusalén el 587 a.C, esperan en los campos de concentración de Ramá para marchar a los sitios de destierro.

El texto entero de Jeremías es un oráculo de consuelo: anuncia que, detrás de la desgracia del destierro, se esconde un nuevo favor de Dios, que restaurará al pueblo y hará con él una Nueva Alianza, interior y definitiva.[13]​ De modo semejante, Mateo ve detrás de la desgracia de la persecución del Niño y la muerte de los inocentes el cumplimiento del designio de Dios en la formación del nuevo pueblo a través de Jesús.[14]

En la exégesis bíblica, esta presencia de Cristo en Egipto se asocia a la historia de José, el hijo de Jacob, que continúa con la cautividad de los judíos en Egipto y culmina con la historia de Moisés narrada en el Éxodo. La presencia de judíos en Egipto es una constante de la historia del Antiguo Oriente Próximo. En la época de Jesús se trataba de una comunidad muy próspera y helenizada, asentada en Alejandría y la zona del Delta del Nilo.[15]​ Ya a principios del siglo XX, Jean Juster enumeró una larga serie de ciudades egipcias bajo el régimen del Imperio romano en las que moraban colonias judías.[16]

El verbo «huir» utilizado en el evangelio de Mateo como parte de la expresión del ángel: «...toma al niño y a su madre y huye a Egipto...» (Mt 2:13), acompañado por la sobriedad del relato, es contrario al tono usado por la literatura apócrifa en general (ver sección siguiente), que se basa en milagros para hacer más fáciles las cosas.[17]​ Egipto era el país clásico de refugio político por ser provincia romana. Allí había muchos judíos, colonias florecientes y barrios habitados por ellos que prestaban socorro a sus conciudadanos.[17]

En los Evangelios apócrifos y en la tradición cristiana posterior, este episodio se amplía con multitud de anécdotas y milagros acaecidos a lo largo del viaje.

Descanso en la huida a Egipto: pausa obligada para que el Niño se amamante. En la Gruta de la leche de Belén (cercana a la Basílica de la Natividad) se venera la roca donde se habría derramado una gota de leche, que al instante cambió de color, y que tiñe y proporciona cualidades curativas al agua que entra en contacto con ella. El "descanso" es muy representado como tema pictórico, así como el tema denominado Virgo lactans o Virgen de la leche.

En Egipto se encuentra un viejo sicomoro llamado "El árbol de la Virgen". Está en el-Matariya, El Cairo, Egipto. La tradición recoge que la Virgen María descansó en él durante su huida a Egipto.[18]

Milagro del campo de trigo: al llegar junto a un hombre que estaba sembrando el campo le piden que cuando lleguen los soldados de Herodes, que les están buscando, diga la verdad: que vio pasar por allí a los tres en el momento de la siembra. A continuación se produce el milagro: instantáneamente el trigo crece y madura quedando listo para cosechar. Así, al llegar los soldados, renuncian a seguir la persecución pensando que hacía muchos meses que habrían pasado por allí.

Milagro de la palmera: durante el viaje la familia pasa hambre y sed. En el camino ven una palmera cargada de dátiles a una altura difícil de alcanzar. Jesús ordena al árbol que incline sus ramas, y se cumple su voluntad, permitiendo recoger sus frutos. En este momento aparecen tres ángeles a los que Dios Padre ha encargado llevarle al Paraíso una palma de la palmera generosa. En adelante la palma será la recompensa de los justos (palma de los justos); con lo que se utiliza en arte como iconografía del martirio (palma del martirio). Las hojas de palmera aparecen en otro episodio evangélico: la entrada de Cristo en Jerusalén,[19]​ cuando es recibido por una multitud que le vitorea; momento que se conmemora el Domingo de Ramos y que se interpreta como una prefiguración de la Pasión precisamente en su momento de mayor triunfo en vida.[20]​ También relacionado con la palmera está el personaje de San Cristóbal o Cristobalón, un gigante que habría cruzado un profundo río con el Niño Jesús sobre sus hombros ayudándose de una palmera que arrancó para usarla de apoyo. Es un motivo muy utilizado en la decoración pictórica del interior de las iglesias en España, y se le considera el patrón de los conductores, aunque ha sido excluido del santoral desde 1969.

Fresco románico de la iglesia de Stiepel (construida en 1008).[21]

Guido de Siena, 1275.

Giotto, 1304.

Duccio di Buoninsegna, 1308.

Lorenzo Monaco, finales del siglo XIV

El tema de la Huida a Egipto, así como las narraciones posteriores y añadidas fue tratado abundantemente en el arte medieval, a partir del arte paleocristiano y bizantino de los siglos V y VI, como parte del ciclo de la vida de Jesús.[22]​ Se puede ver en capiteles románicos, en bajorrelieves y en pinturas; especialmente en las escuelas italiana, alemana, flamenca y holandesa.

Fra Angelico, 1450.

Vittore Carpaccio, 1500.

La composición suele incluir a la Virgen María que lleva al Niño mientras monta una borriquilla que conduce de las riendas José, apoyado en un bastón; o bien José cierra la marcha, siendo un ángel el que guía al grupo.

Descanso en la huida a Egipto (Cranach), 1504.

Descanso en la huida a Egipto (Patinir), 1515.

Descanso en la huida a Egipto (Caravaggio), 1597

Desde el gótico, el paisaje va adquiriendo cada vez un lugar más importante; a partir del siglo XV, los pintores flamencos representan al fondo la escena del trigal, hasta ocupar la mayor parte de la superficie pictórica en las representaciones del descanso del siglo XVI y XVII.

Alberto Durero, 1494.

Wolf Huber, 1525.[23]

Rubens, 1614.

Jan Brueghel el Viejo y Hans Rottenhammer, antes de 1625.

Jan Asselijn, c. 1640

Huida a Egipto (Herp), 1674.

Nicolas Poussin realiza dos pendants con las escenas del Descanso en la huida a Egipto y el Retorno de Egipto (1629-1630).

El Descanso, de Poussin.

El Retorno, de Poussin.

Un cuadro posterior de Poussin sobre el tema de la Huida, 1657.

Paisaje con el descanso durante la huida a Egipto, Claudio de Lorena, 1661.

El tema ha sido muy tratado en la pintura española desde finales de la Edad Media, en algún caso varias veces por el mismo pintor a lo largo de su carrera.

Blasco de Grañén y Martín de Soria, 1440.

Hernando de los Llanos, 1507.

El Greco, 1570.

Felices de Cáceres, principios del siglo XVII.

Murillo, 1647.

José Moreno, 1660.

Murillo, 1667.

Francisco Antolinez, finales del siglo XVII.

Antonio Palomino, ca. 1712-1714.

Como tema de la poesía popular, ha producido un villancico muy difundido en el folclore español, con distintas variaciones en la letra y músicas distintas según las regiones:

Y en el medio del camino el niño tenía sed

No pidas agua mi vida no pidas agua mi bien

Que bajan los ríos turbios y no se puede beber

Allá adelante en aquel alto hay un rico naranjel

Que le guarda un pobre ciego ciego que no puede ver

Ciego dame una naranja para el niño entretener

Coja usted las que usted quiera que la huerta suya es

La Virgen como es humilde no ha cogido más que tres:

Una le ha dado a su hijo otra le dio a San José

Y otra se quedó en su mano para la Virgen oler

Cuando emprenden el camino el ciego comenzó a ver.

Quién sería esa señora que a mí me hizo esta merced

Que me dio vista en los ojos y en el corazón también.

También la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979) puso en verso la huida a Egipto, centrando su reflexión en el «burrito santo» que habría cargado a María y al niño.

manso borriquito que llevó a Jesús

con su santa madre que al Egipto huía

una noche negra sin astros ni luz.

¡Lindo borriquito de luciente lomo!:

hasta el niño mío te venera ya,

y dice, mirando tu imagen en cromo:

– ¿Es el de la Virgen que hacia Egipto va?

¡Dulce borriquito, todo mansedumbre!:

nunca en tus pupilas asomó el vislumbre

más fugaz y leve del orgullo atroz;

y eso que una noche sin luna ni estrellas

por largos caminos dejaste tus huellas

¡llevando la carga sagrada de un Dios!



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