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José Isidro Osorio y Silva-Bazán



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José Isidro Osorio y Silva-Bazán cumple los años el 4 de abril.


¿Qué día nació José Isidro Osorio y Silva-Bazán?

José Isidro Osorio y Silva-Bazán nació el día 4 de abril de 1825.


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José Isidro Osorio y Silva-Bazán nació en Madrid.


José Osorio y Silva (Madrid, 4 de abril de 1825 - Madrid, 30 de diciembre de 1909), XVII marqués de Alcañices y grande de España, también conocido por el título de duque de Sesto que llevó en vida de su padre y familiarmente como Pepe Osorio o Pepe Alcañices, fue un aristócrata, político y militar español, destacado por el papel que jugó en la Restauración borbónica que tuvo como desenlace el ascenso al trono de Alfonso XII, empresa en la que gastó gran parte de su fortuna familiar. Fue jefe y representante de las casas de Alcañices, Alburquerque y los Balbases, reuniendo en su persona dieciséis títulos nobiliarios y cuatro Grandezas.

De fuertes convicciones monárquicas, heredadas de la educación y tradición familiar, puso a disposición de la familia Real española su residencia de Deauville (Francia) durante su exilio, y costeó los gastos que supuso el retiro. Alfonso XII lo quiso como a un padre, y fue durante toda la vida su mejor amigo y su consejero más cercano.[2]​ También fue mentor y educador del príncipe Alfonso, y junto a su mujer, la princesa rusa Sofía Troubetzkoy, desarrolló socialmente la restauración acercando a la nobleza española a su causa, mientras que su amigo Antonio Cánovas del Castillo lo hacía políticamente.

Considerado uno de los mejores alcaldes de Madrid, convenció a Isabel II para que abdicase en favor de su hijo Alfonso, como única vía para restablecer la monarquía, siendo el primero en firmar el documento. Su participación en ello fue tal, que la reina le dijo a su hijo: «Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido hacerte Rey».[2]​ A la muerte de este en 1885, cayó en desgracia frente a su viuda, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, por lo que se alejó de la corte y durante los últimos años de su vida retomó la política y se dedicó a negocios empresariales y a viajar por Europa en compañía de su esposa.

Falleció el 30 de diciembre de 1909, el mismo día en que se cumplían treinta y cinco años del inicio de la Restauración borbónica por la que tanto luchó, a consecuencia de una pulmonía en su palacete del paseo de Recoletos a los 84 años sin sucesión, nombrando como su heredero a su sobrino Miguel Osorio y Martos.

Nació en Madrid, en el desaparecido palacio de Alcañices el 4 de abril de 1825, siendo hijo de Nicolás Osorio y Zayas (1793-1866), marqués de Alcañices y de los Balbases, duque de Alburquerque, que reunía en su persona dieciocho títulos nobiliarios y seis grandezas de España. El marqués estuvo al servicio de la Corona de España, siendo Mayordomo mayor del rey Francisco de Asís de Borbón, Mayordomo y Caballerizo mayor de la infanta Isabel, princesa de Asturias, Gentilhombre Grande de España con ejercicio y servidumbre de la reina Isabel II y ayo de Alfonso XII siendo príncipe.[3]

Su madre fue Inés de Silva y Téllez-Girón (1806-1865), hija de José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein, décimo marqués de Santa Cruz, grande de España, y de Joaquina Téllez-Girón y Pimentel, condesa de Osilo. Tuvo seis hermanos, de los cuales únicamente sobrevivió Joaquín, con quien tuvo una estrecha relación durante toda su vida, y a quien cedió el condado de la Corzana para él y sus sucesores, casando con María de las Mercedes de Heredia y Zafra-Vázquez, III marquesa de los Arenales.[3]

Desde pequeño fue educado por los profesores más prestigiosos del momento, y aprendió a hablar inglés, francés e italiano; en 1834 ingresó en el colegio Masarnau de Madrid, dependiente de la Universidad de Madrid. La familia pasaba los veranos en Cuéllar (Segovia), cuyo castillo era propiedad familiar y estaba destinado a este fin desde que los Duques de Alburquerque se trasladaron a vivir junto a la corte; también visitaban a menudo Ledesma (Salamanca) en sus vacaciones. Frecuentó desde su infancia el Palacio Real de Madrid, donde acudía junto a su madre que fue gran amiga de la reina María Cristina, y tras la muerte del rey y el posterior inicio de la primera Guerra Carlista, la familia se exilia en Italia, instalándose en Roma, Nápoles y Palermo.[4]

Considerado uno de los mejores solteros del momento por su acaudalada fortuna y sus títulos nobiliarios,[5]​ estuvo enamorado de joven de Francisca de Portocarrero, IX condesa de Montijo, hija de Cipriano Palafox y María Manuela Kirkpatrick, XV condes de Teba, que terminaría casando en 1844 con Jacobo Fritz-James Stuart, XV duque de Alba de Tormes. Para acercarse a ella entabló amistad con su hermana, Eugenia de Montijo (futura emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III de Francia) pero ella se enamoró de él;[6]​ al conocer la realidad intentó quitarse la vida con una cocción de fósforo y leche. En 1853 escribió al duque anunciándole su compromiso con el emperador de los franceses, y tras el silencio de este le envió un telegrama en el que decía "El emperador ha pedido mi mano, ¿Qué debo hacer?". La respuesta del duque llegó días antes del matrimonio, a través de una nota en la que únicamente decía "Que sea usted muy feliz".[6][7][8]​ Otro de sus amores debió ser Josefa Peña Azcárate conocida como Pepita Peña, que más tarde casó en México con el mariscal François Achille Bazaine, famoso por su contribución en la derrota francesa en la guerra Franco-Prusiana.[9]

Finalmente en 1868, estando en Deauville (Francia) acompañando en el exilio a la familia Real Española, conoció a la princesa rusa Sofía Troubetzkoy, que había enviudado tres años antes de Carlos Augusto de Morny, medio hermano precisamente de Napoleón III. La paternidad de Sofía se disputaba entre el príncipe Serguei Vassilievitch Troubetzkoy y el mismísimo zar Nicolás I de Rusia, quien sentía admiración por su madre, Ekaterina Petrovna Moussine-Pouchkine, algo de lo que ella presumía.[10]​ Enamorados desde el primer momento, se trasladaron a España, y el 20 de febrero de 1869 obtuvieron la licencia real de Isabel II para contraer matrimonio, que finalmente se celebró en Vitoria el 21 de marzo del mismo año.[11]

Su esposa, considerada una de las mujeres más bellas y elegantes de la Europa del siglo XIX, deslumbró en la corte con su espíritu cosmopolita y su entusiasmo por la monarquía, además de por sus gustos en moda y decoración, que pronto fueron imitados tanto como lo habían sido en Francia. Pocos años después del matrimonio y a instancias de Sofía, se llevó a cabo una importante remodelación del palacio de Alcañices, adaptando a su gusto la residencia familiar en la que se instaló el primer árbol de Navidad de España, a instancias de la duquesa en las Navidades de 1870.[2]​ Fue nombrada dama de la Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa, y Antonio Cánovas del Castillo la nombró su secretaria personal;[11]​ apoyó a su marido en la restauración de la monarquía, participando de manera activa: puso de moda entre las damas de la aristocracia el alfiler con el emblema de la Casa de Borbón, la flor de lis, y protagonizó la conocida rebelión de las Mantillas para mostrar el españolismo del pueblo frente a Amadeo de Saboya y María Victoria del Pozzo.[12]

Sin haber tenido sucesión en el matrimonio, Sofía falleció el 27 de julio de 1897, y Pepe la sobrevivió doce años más. Poco antes de morir, llamó a su sobrino Miguel, a quien declaró por su heredero y le pidió que delante de él quemase la intensa correspondencia que había mantenido con Paca de Portocarrero, a quien había amado; con Eugenia de Montijo, que le había amado a él, y las de Sofía, su mujer.[13]

Desde que su nacimiento ostentó como heredero de la Casa los títulos de duque de Sesto, marqués de Montaos, de Cuéllar y de Cullera.[14]​ Recibió su primera condecoración en 1844, a los 19 años, cuando fue nombrado caballero de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Tras ella se sucedieron numerosos nombramientos, como el de caballero del collar de la Orden de Carlos III que le concedió Isabel II en 1863, y de cuya orden fue posteriormente gran canciller de forma interina.

También fue caballero de la Orden del Toisón de Oro, recibió la medalla de oro de Alfonso XIII y fue gran canciller interino de la Orden de Isabel la Católica. También le fueron impuestas numerosas condecoraciones extranjeras, como la gran cruz de la Orden de Cristo de Portugal, la gran cruz de la Orden de los Santos Mauricio y Lázaro de Italia, la gran cruz de la Orden del Águila Roja de Prusia o la gran cruz de la Legión de Honor de Francia, y otras en Alemania, Austria, Bélgica, Brasil, Hungría, Suiza y Turquía.[15]

A la muerte de su padre ocurrida en su palacio de la calle de Alcalá el 31 de enero de 1866, le sucedió en sus quince títulos nobiliarios: las cinco Grandezas de la Casa -los marquesados de Alcañices y los Balbases, los ducados de Alburquerque y Algete y el condado de la Corzana- y los de marqués de Cadereita, Fuensaldaña, Grajal, Huelma, Ledesma, la Torre, las Torres, Villaumbrosa y Villanueva de Cañedo.[16]

Desde niño es instruido en las armas, practicando los juegos de moda, como la esgrima, para la que tenía una sala en casa. Su padre fue uno de los doce fundadores en 1841 de la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar de España, por lo que inculcó a sus hijos su pasión por la hípica. Desde pequeño se mostró como un gran jinete, montando en el Soto de Mozanaque, una finca familiar ubicada en Algete, donde aparece siempre acompañado de su tío Juan de Silva, futuro marqués de Arcicóllar, que era más joven que él; de Andrés de Arteaga, marqués de Valmediano y casado con una hermana de su madre, de su primo Jacobo Méndez de Vigo, conde de Santa Cruz de los Manueles y de Nicolás Patiño, marqués del Castellar, entre otros, que eran conocidos por su edad como «los pollos». Posteriormente se unirían al grupo los hijos del duque de Alba, Jacobo, futuro duque, y Enrique, conde de Galve.[5]

Dirigió la yeguada real y fue montero mayor de Alfonso XII, y caballerizo de los infantes. A lo largo de toda su vida ocupó diversos cargos en diferentes instituciones relacionadas con la hípica. Así en 1855 ingresó en la asociación General de Ganaderos del Reino, y dos años más tarde fue nombrado miembro del jurado para la Exposición de Ganados. Sucesivamente fue miembro de la comisión de Compra de caballos para los depósitos del Estado (1860-1864), del consejo superior de Agricultura, y vocal de la Sociedad de Fomento de la Cría Caballar, entidad de la que su padre fue socio fundador y que él terminó presidiendo en el periodo de 1886-1907. Otros cargos ocupados fueron la presidencia de la comisión delegada del concurso Hípico de 1892 y la del registro de caballos de purasangre, así como miembro de la junta de los depósitos de sementales.[5]

Unos días antes de ser destituido en su cargo de presidente del Consejo de Ministros a causa de la crisis del Rigodón, concretamente el 16 de octubre de 1857, Leopoldo O'Donnell le nombró alcalde de Madrid, cargo que ocuparía hasta 1864; un año más tarde y estando nuevamente en el poder, O'Donnell le amplió el nombramiento nombrándole también corregidor.[17]


Considerado uno de los mejores alcaldes que tuvo la ciudad,[2][17]​ dedicó gran parte de su mandato a intentar erradicar la suciedad y malos olores para crear una capital limpia y moderna. Para ello creó urinarios públicos, y publicó un bando prohibiendo a la población realizar sus necesidades fisiológicas en la vía pública bajo una multa de 20 pesetas, cantidad que resultaba desmesurada para la época. Este hecho hizo que de manera anónima se pintasen junto a los carteles de prohibición los conocidos versos dedicados al nuevo alcalde «¿Cuatro duros por mear? ¡Caramba, qué caro es esto! ¿Cuánto cobra por cagar el señor duque de Sesto?».[18]

Creó diez casas de socorro, una para cada uno de los distritos en los que entonces se dividía la ciudad, siendo la primera de ellas la del distrito centro, que tuvo sede en el edificio del Real Hospicio de San Fernando. Con el deseo de conservar el testimonio del patrimonio artístico de la ciudad, realizó un inventario y archivo fotográfico de todas fuentes existentes, cuyo proyecto abarcaba también las iglesias, conventos, palacios y otros edificios destacados, pero no lo llegó a concluir.[17]

En el año 1860 se sucedieron acontecimientos importantes tanto en su vida privada como en la política. En abril consiguió de la reina la amnistía para Francisco Cavero, primo de la emperatriz Eugenia, que fue teniente general de los ejércitos carlistas, condenado por participar en la intentona de San Carlos de la Rápita, protagonizada por Jaime Ortega y Olleta. El 2 de mayo recibió en la ciudad a las tropas de la guerra de África tras la victoria en la batalla de Tetuán y el 21 de junio en calidad de alcalde-corregidor asistió como testigo en el bautizo de la infanta Mercedes, que terminaría siendo reina consorte. Aquel año terminó con la muerte de Paca de Alba, uno de los grandes amores de su juventud, cuyo funeral fue organizado por él, y se celebró en Carabanchel.[17]

Fue presidente de la Diputación Provincial de Madrid entre el 8 de diciembre de 1861 y el 30 de mayo de 1863.[19]

Tras la caída de O´Donnell y el turbulento cambio de poder, finalizó su mandato entregando el bastón de mando a José Mesía Pando, duque de Tamames. Fue además tres veces gobernador civil de Madrid en los años 1861-1863, 1865-1866, 1874-1875, periodos en los que proyectó realizar un álbum fotográfico de ladrones, maleantes y asesinos para que los testigos pudieran reconocerlos. Cuando Amadeo de Saboya visitó España para conocer a la familia real, fue él quien se encargó de recibirle y acompañarle por los rincones más pintorescos de la ciudad, y se mostró con gran eficiencia tras el brote de cólera de 1865, en el que perdió a su madre. Dimitió finalmente en su cargo de gobernador tras ser nombrado jefe superior del palacio real en 1875.[17]

El 28 de noviembre de 1857 la reina Isabel había dado a luz a un nuevo varón, bautizado con el nombre de Alfonso, y al día siguiente del alumbramiento fue nombrado gentilhombre de cámara y su mayordomo mayor. Sobre este nombramiento se barajan dos hipótesis: un premio a la lealtad mostrada por la familia y especialmente por su padre Nicolás, quien había servido a los reyes, o como compensación por el asesinato en palacio de su hermano Joaquín a manos de Juan Antonio de Urbiztondo y en presencia del propio rey Francisco, procurando con ello que el suceso siguiese oculto.[17]​ Durante la niñez del príncipe se convirtió en su principal mentor, aunque también estuvo educado en materias religiosas por Fernando de la Puente y Primo de Rivera, arzobispo de Burgos. Por entonces tenía a su cargo a los cuatro hijos habidos del anterior matrimonio de su mujer, a sus dos sobrinos, hijos de su difunto hermano Joaquín, y a su primo Julio Quesada-Cañaveral, hijo de los V condes de Benalúa, que quedó huérfano en 1867 y le fue otorgada su custodia por el parentesco que les unía.[17]

En 1866 le llegaron noticias de los planes que pretendían llevar a cabo los miembros de la Unión Liberal con los del Partido Progresista, y se lo hizo saber a la reina, quien dos años más tarde se lamentó por no haberle escuchado, tras la Revolución de 1868 llevada a cabo por ellos. El 19 de septiembre estalló la revolución que destronó a la reina Isabel, y ante la negativa de ésta por acompañarle, se marchó a Deauville con su familia, donde había adquirido una gran villa; regresó nuevamente a España en busca de la familia real, y tras dejarla en la frontera volvió a Madrid a por sus pertenencias.[20]

La familia real en el exilio se sustentó gracias a una cuenta de 500.000 francos que el duque tuvo abierta en París desde 1871 hasta el momento de la Restauración, y que hacía renovar a su administrador general,[21]​ mientras que las deudas arrastradas por la reina en Suiza fueron cubiertas por la propia Sofía Troubetzkoy. La educación del príncipe fue encargada a Pepe, que lo instaló primeramente en el colegio Stanislas de París, y después lo trasladó a la Real e Imperial Academia Teresiana de Viena para proseguir sus estudios, siendo finalizados en la Real Academia de Sandhurst de Inglaterra.[20]

Observando el panorama político en el que se encontraba el país, la única vía posible para restaurar la monarquía era que Isabel II abdicase en favor de su hijo, y sobre ello dialogó el duque de Sesto con la reina hasta que consiguió convencerla. El empeño puesto para llevar a cabo la abdicación se ve reflejado en la crónica, que narra cómo un día la reina le dijo al príncipe «Alfonso, dale la mano a Pepe, que ha conseguido hacerte Rey».[2][22]​ El documento de abdicación fue otorgado el 25 de junio de 1870, y el primer testigo en firmar fue el propio duque de Sesto.[2]

La familia del duque regresó al completo a Madrid, al enterarse de la futura llegada del nuevo rey, Amadeo I de España. Una vez en la capital, se dedicaron a aislar socialmente a los nuevos monarcas mientras colaboraban con Antonio Cánovas del Castillo en todo cuanto este les pedía. El palacio de Alcañices se convirtió en sede de las reuniones y fiestas alfonsistas, y por ello blanco de sus contrarios, donde la Partida de la porra llegó a explotar un artefacto.[23]​ Allí programó la duquesa junto a la marquesa de Bedmar, la de Torrecilla, la condesa de Castellar y la de Tilly la conocida Rebelión de las Mantillas (1871).[20]​ El conde de Benalúa, que entonces vivía con la familia, recuerda en sus memorias «Nuestra casa era un bullir constante de la política Alfonsina. Mi tía Sofía tenía tertulia constante: generales, hombres políticos, señoras, diplomáticos y lo más notable de la sociedad de Madrid de entonces».[24]

A menudo los duques viajaban a Francia y a Viena para encontrarse con el príncipe y la reina, a quien ponían al corriente de la situación que había en España: la guerra civil en el Norte, luchas cantonales en Levante y en Ultramar, y la incipiente independencia de Cuba. Además, le hacían llegar cartas de Cánovas y de otros políticos, y aprovechaban para asistir a actos y reuniones que congregaban a los partidarios de la monarquía que estaban exiliados. En uno de los viajes, acompañaron a la familia real a la estación de ferrocarril, que ponía rumbo a Roma para visitar a Pío IX. Finalmente, el 1 de diciembre de 1874, el príncipe de Asturias firmó el Manifiesto de Sandhurst, documento en el que mostraba su disposición para convertirse en rey bajo una monarquía parlamentaria, y que inició el proceso político de la restauración.[25]

El documento había sido redactado entre Cánovas y el propio príncipe,[26]​ y el borrador fue pasado a limpio por Sofía, la duquesa de Sesto, que ejercía de secretaria de Cánovas. Los duques ayudaron a distribuir el manifiesto por toda la ciudad, y Sofía envió ocultas dos copias a Rusia con el fin de que las primeras naciones europeas reconociesen la monarquía liberal que se iniciaba.[27]

Con la restauración es nombrado Jefe Superior de Palacio.

Su aportación económica a la causa alfonsina está calculada entre los 15 millones de reales que cifra Julio Quesada-Cañaveral, VIII duque de San Pedro de Galatino y VI conde de Benalúa,[28]​ y los 20 millones de reales que apunta Antonio María Fabié y Escudero, quien además mantiene que después del triunfo de la monarquía no consintió cobrar ni una sola peseta, y cuyo padre fue íntimo amigo de Sesto y de Cánovas.[21]​ Ya en 1879 el matrimonio estaba prácticamente arruinado, y comenzó a vender parte de sus propiedades, como fue el palacio de la calle de Alcalá, así como un importante número de fincas que les pertenecían del condado de Ledesma (Salamanca) y de otros mayorazgos en Écija y Alcalá de Guadaíra (Sevilla).[25]

El 25 de noviembre de 1885 falleció Alfonso XII, y al día siguiente presentó su renuncia como Jefe Superior de Palacio, aunque no se alejó de la corte como se ha considerado. Además es cesado en los cargos de Mayordomo, Caballerizo mayor, Guardasellos y Montero mayor del difunto rey. Su dimisión como Jefe de Palacio fue aceptada por la reina, quien nombró como su sucesor a José Álvarez de Toledo y Silva, duque de Medina Sidonia, mientras que a él le fue otorgada la Mayordomía mayor del cuarto de las infantas María de las Mercedes, a la sazón princesa de Asturias, y María Teresa, princesa de Baviera por su matrimonio, además de mantener la dirección de la yeguada real. Un año más tarde recibió el cargo de Gentilhombre del hijo póstumo del rey, el príncipe Alfonso, y tiempo después acompañó a la familia a veranear en Comillas.[13]

Cuando la reina viuda comenzó a revisar las cuentas de las arcas reales, observó que periódicamente desde hacía cuatro años se libraba una serie de cantidades a su favor, por lo que le hizo llamar para pedirle explicaciones; se trataba de pequeñas dosis económicas que el difunto rey había ido devolviendo a su amigo, considerando un préstamo el dinero que el marqués de Alcañices invirtió en el sostenimiento de la familia real y la restauración de la monarquía. El marqués no quiso dar explicaciones a la reina debido a la antipatía mutua que se profesaban, ella por considerarle culpable de las correrías de su marido y él por intentar alejarle de este, por lo que se presentó en palacio y ante la pregunta de la reina le ofreció los bienes que quedaban de su mermada fortuna, para que eligiese de entre ellos, desprendiéndose finalmente del Ducado de Sesto y todas sus propiedades en Italia, que tanto habían significado para él, y por cuyo título había sido conocido, y que la reina vendió años después. Tras este suceso el 18 de julio de 1889 presentó su dimisión en todos los cargos de palacio y se retiró definitivamente de la corte.[2][13]

Tras el abandono del servicio palatino retomó de nuevo su carrera política, además de dedicarse a negocios empresariales y a viajar por Europa junto a su mujer. A mediados de 1890 fue nombrado decano de la Diputación Permanente de la Grandeza, y en noviembre del mismo año la viuda Eugenia de Montijo le invitó a una fiesta en su residencia de Farnborough (Hampshire), que aprovechó para vivir unos meses fuera de España. Regresó tras ser nombrado vicepresidente del Senado de España, y una vez en Madrid el Partido Liberal-Conservador le otorgó la vicepresidencia de honor. Siguió manteniendo relación con la familia real, y en 1891 fue testigo de las capitulaciones matrimoniales de la princesa de Asturias con Carlos de Borbón-Dos Sicilias, y en calidad de Grande de España representó junto a su esposa al príncipe Alfonso en la boda de los marqueses de Villamanrique; posteriormente fue nombrado miembro de la comisión que acudió a la frontera de Francia para recoger los restos del rey Francisco de Asís de Borbón.[13]

En el panorama financiero y empresarial, en 1891 ingresó en el consejo de administración de la compañía de Ferrocarriles de Puerto Rico, y un año más tarde en el del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid, empleos que compaginó con otros cargos como el de concejal del ayuntamiento de Madrid, presidente de la casa de socorro del barrio de Buenavista o el de comisario regio y presidente de la comisión organizadora de la participación de España en la Exposición de París de 1896. Durante el año siguiente fue inspector de las casas de socorro de la capital, hasta que en 1900 se trasladó a Francia con el cargo de oficial de Instrucción Pública, donde le fue otorgada la cruz de la Legión de Honor por sus servicios. Allí participó en calidad comisario de España en la Exposición Universal de París.

El 10 de diciembre de 1909 se celebraron elecciones municipales a la alcaldía de Madrid, que tuvieron como resultado la salida de Alberto Aguilera y la entrada de José Francos Rodríguez. A pesar de su avanzada edad, un catarro invernal y la petición de su sobrino Miguel acudió a votar, siendo su última salida de casa, pues el catarro se convirtió en pulmonía con los días. El día 30 de diciembre almorzó un caldo y se fumó un puro en su sillón, falleciendo a la una del mediodía, coincidiendo con el mismo día que empezó la Restauración borbónica treinta y cinco años antes.[13]

El mismo día de su defunción, el diario ABC se hacía eco de su estado de salud informando a los lectores que «El respetable marqués de Alcañices, duque de Sexto se encuentra enfermo de cuidado. El estado del ilustre enfermo no es desesperado, pero su avanzada edad respira inquietud. A última hora de la tarde de ayer había experimentado alguna mejoría».[29]​ Al día siguiente el mismo diario publicó su necrológica, en la que le define:

La capilla ardiente fue instalada en el salón principal de su palacio sobre un tapiz bordado por su viuda. Por su expreso deseo, no asistió al velatorio el Real y Laureado Cuerpo de Reales Guardias Alabarderos que por miembro del Toisón de Oro le pertenecía, y fue enterrado al día siguiente en el Cementerio de San Isidro de Madrid, siendo una gran muestra de duelo popular.[15]

El rey Alfonso XIII se encontraba en Granada cuando recibió la noticia, y pidió a su cuñado Fernando de Baviera (marido de María Teresa de Borbón) que acudiera en su nombre. Ante la gran afluencia de público tuvo que participar la guardia municipal a caballo; la comitiva partió de su residencia, cruzando la Puerta del Sol y el Puente de Toledo, donde una masa de madrileños entusiastas vitorearon al que fue su alcalde; además, por especial privilegio el féretro pasó por el Palacio de Oriente.[13]​ Fue acompañado por varios representantes de la Familia Real, el gobierno en pleno, el ayuntamiento y el cuerpo diplomático, así como las autoridades eclesiásticas. Tampoco faltaron diversos cuerpos de la Guardia Real, buena parte de la más importante aristocracia de Madrid y los funcionarios palatinos. Las únicas flores que lució el féretro fueron un ramo de violetas enviado por la reina madre María Cristina en señal de homenaje, y un ramo de flores bancas en nombre del propio Alfonso XIII.[30][13]

Sus restos mortales fueron trasladados con posterioridad al panteón familiar del Cementerio de La Almudena, donde descansan en la actualidad. El gobierno de Madrid le otorgó una calle con el nombre de Duque de Sesto en su honor, ubicada en el barrio de Salamanca.[13]



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