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Libro de los Salmos



Los salmos (en hebreo תְּהִילִים, Tehilim, 'Alabanzas', en griego ψάλμοι, psalmoi) son un conjunto de cinco libros de poesía religiosa hebrea que forma parte del Tanaj judío y del Antiguo Testamento. El Libro de los Salmos está incluido entre los llamados Libros Sapienciales. También es conocido como Alabanzas o Salterio. Suele encontrarse entre los libros de Job, Proverbios y Cantar de los Cantares.

Las poesías de estilo salmódico son muy abundantes en las tradiciones literarias sumeria, asiria y babilónica desde la más remota antigüedad. Estas culturas empleaban sobre todo salmos en forma de himnos o lamentaciones.

Muchos himnos religiosos egipcios (especialmente el "Himno a Atón"), inspiraron en forma directa diferentes salmos, cuyo ejemplo más evidente es el Salmo 104 (ver referencias).

La cultura cananea influyó sobre los salmos y probablemente también sobre el resto de la literatura hebrea. El rey David, quien según la Biblia era poeta (no se cuenta con ninguna otra biografía suya), perfeccionó la organización litúrgica y aplicó un poderoso impulso a la poesía salmódica hasta alcanzar la gran variedad y calidad de los poemas reunidos en este libro.

Durante el período de la dominación persa, los salmos estuvieron en pleno apogeo y se fueron diversificando en multitud de estilos y géneros diferentes: himnos, imágenes mesiánicas, lamentaciones individuales o grupales, escatología, súplicas a Dios donde se confiaba en recibir una respuesta, textos didácticos que recuerdan importantes episodios históricos, cánticos de acción de gracias de personas individuales o de la nación entera, etcétera.

Una de las principales dificultades al tratar de interpretar[1]​ los Salmos se debe a las cualidades de la poesía hebrea, expresión del ánimo peculiar del pueblo israelita, más intuitivo y sensible que el griego.[2]

La poesía hebrea se caracteriza por una métrica especial fundada en el paralelismo semántico: repetir la misma idea dos veces por lo menos con distintas palabras:

Son rasgos principales su concisión y carácter elíptico. Las ideas se fijan con pocas palabras,[3]​ y se dejan implícitas muchas relaciones. Se renuncia a completar los nexos entre las ideas[4]​ para que las palabras sueltas encuentren en el oyente lo que el poeta no consignó en el texto. Si a eso se añade que, por lo general, la poesía hebrea es breve,[5]​ el trabajo exegético se dificulta mucho,[6]​ pues no existe entonces la posibilidad de confrontar el texto en estudio con otros y elaborar por este medio una explicación conjunta que ilumine el detalle.

La brevedad y la elipsis de los poemas hebreos se resolvían en su época gracias a un contexto histórico y social que compartían el poeta y sus contemporáneos. El desconocimiento de ese contexto esconde actualmente el sentido real del poema y deja paso a toda clase de especulaciones.[7]​ El error en esta apreciación, está en el hecho de considerar que el contexto de este conjunto de libros (salmos=poesías) se puede hallar en lo histórico-social de las vivencias del pueblo hebreo. Pero su contexto y razón solo se pueden entender y exponer bajo la lente de las vivencias y conocimientos cognitivos que este pueblo guardaba con YHWH (Jehová). Siempre, en este conocimiento y comprensión de la invariabilidad, potencialidad y omnipresencia de YHWH, lo elíptico y conciso de la prosa no solo de estos libros, sino también de los Proverbios, los Cantares, las Lamentaciones y aún de todos los demás libros canónicos, hallan contexto vigente y actual. Es decir: cuando tu experiencia es contrastada, sopesada, vivida y regida según los designios y la presencia ineludible de un Dios invariable, Santo y siempre presente, todo escrito bíblico cobra 'vida' en la vida.

En la Biblia hebrea, el Libro de los Salmos se encuentra al inicio de la tercera sección, llamada ketubim (escritos). En la versión de los LXX o Septuaginta, encabeza también la sección de libros llamados didácticos. En cambio, las versiones latinas lo han colocado siempre tras el Libro de Job.

La Biblia hebrea lo denomina tehillim o sefer tehillim, forma plural del nombre tehillah, que significa himno o alabanza. También usa, al inicio de 57 salmos, la palabra mizmor, que se emplea para hablar de un poema que se canta y es acompañado por instrumentos de cuerda (kinnor).

La versión de los LXX los llama ψάλμοι o βίβλος ψάλμων,[8]​ aunque el Códice Alejandrino use la expresión psalterion, que es el nombre del instrumento de cuerdas con que los oficiantes judíos acompañaban los cánticos de alabanza a Yahveh o Jehová. Por extensión, más tarde el término se aplicó a la colección de himnos y finalmente al libro que la contuvo.

Al parecer se trataba de una recolección oficial de cantos usados en la liturgia y que se empleaban en Jerusalén en el período del segundo templo. Son 150 salmos en total.[9]​ Ahora bien, existen diferencias en cuanto a la división. Todas las versiones comprenden exactamente 150 salmos. El problema se suscita al comparar las versiones hebreas con la Septuaginta y la Vulgata. Así, se pueden observar discrepancias en la numeración y división de algunos salmos. Si bien estas divergencias se refieren siempre a casos puntuales y particulares, inevitablemente repercuten en la numeración general.

La numeración que les otorga el texto hebreo sólo se corresponde con los LXX y con la Vulgata en los 8 primeros salmos y en los 3 últimos. La Biblia griega fusiona el salmo 9 y el salmo 10 en uno solo y hace lo mismo con el salmo 113 y el salmo 114. De manera inversa, divide en dos el salmo 116 y denomina a las partes resultantes salmo 114 y salmo 115 y de la división del salmo 147 hace los salmos 146 y 147.

Como regla mnemotécnica, puede decirse que, entre el salmo 10 y el 148, la numeración de la Septuaginta y la Vulgata es igual a la numeración hebrea menos 1. Usualmente, sin embargo, cuando se habla del Salmo n, sin dar mayores explicaciones, se está refiriendo a la numeración original hebrea.

Los salmos aparecen en el idioma original hebreo, agrupados en cinco libros o colecciones, separados por doxologías que aparecen al final de los salmos salmo 41, salmo 72, salmo 89, salmo 106 y salmo 150. Este último consiste todo él en una doxología. La primera mención a la recolección que de alguna manera permite datarla se encuentra en el prólogo a una traducción del Eclesiástico que se escribió hacia el 117 a. C. donde se indica que el libro de los Salmos ya formaba parte de la Biblia hebrea a inicios del siglo IIa.C.

El Libro de los Salmos se compone, en realidad, de 5 colecciones de cánticos que el antiguo pueblo de Israel empleaba en su adoración. Gran parte de estos están encabezados por anotaciones referidas al autor, su forma o el contexto en el que se escribieron (los llamados "títulos"). Muchos de ellos emplean un orden alfabético. Las subdivisiones serían las siguientes, separadas cada parte por una doxología:

Sin embargo, hay salmos duplicados (por ejemplo, el salmo 14, que se encuentra en el salmo 54).[10]​ Otro aspecto que hace pensar en la diversidad de autores y momentos o en la existencia de otras colecciones anteriores es la falta de homogeneidad en el uso de palabras como Yahveh o Elohim, ya que se considera habitualmente que los salmos que usan Elohim para referirse a Dios son más antiguos que los yahvistas.

La mayoría de los Salmos contienen un encabezado a modo de título. La versión de los LXX incluye más que el texto masorético.[11]​ La versión hebrea da como autor de 73 salmos a David y la LXX, 84.

Se usan algunas expresiones para dar a entender el tipo de salmo:

Se llama lamed auctoris a una indicación que ofrece información sobre el creador del salmo o su dedicatoria. Recientemente se ha puesto en duda su pertenencia original al salmo, debido a la cantidad de variantes que presenta.[13]

En los títulos se ofrecen también datos sobre los instrumentos musicales empleados o de acompañamiento o incluso del uso de melodías conocidas: de cuerda, voces de soprano, tonadas del “no destruyas”. Hay indicaciones e incluso palabras que no han logrado ser dilucidadas con certeza, como la expresión selah ("interludio", en la LXX, y “siempre”, en la Vulgata de Jerónimo de Estridón). En los salmos salmo 8, salmo 81 y salmo 84, aparece el vocablo hebreo gui·tit, empleado, en el antiguo Israel, en la composición. Se cree que la expresión se·mi·nit indica una disminución de una octava. Finalmente, en el salmo 5 se halla la neji‧lóhth, de significado incierto y que probablemente derive de ja‧líl o "flauta", en hebreo.

Hay también en los títulos algunas indicaciones sobre el momento en que se debían usar: bien en peregrinaciones, bien para la celebración de la dedicación del templo o para el sábado, entre otros.

Finalmente, algunos salmos incluyen en los títulos una explicación del momento en el que supuestamente se habría compuesto el salmo: la huida de David ante Saúl, el arrepentimiento tras la muerte de Urías, la guerra con Absalón, etcétera.

Un buen número de Padres de la Iglesia se manifiesta a favor de considerar también como inspirados estos textos de los títulos de los salmos debido a que, según opinan, serían obra del mismo autor. Pero también muchos discuten no solo su origen sino también su veracidad. En la actualidad, la mayor parte de los exégetas niegan su carácter canónico.[14]

El texto original de los Salmos estaba en hebreo. Los manuscritos más antiguos con los que se cuenta y que están en esta lengua son de fines del siglo X, aunque los fragmentos encontrados en Qumram sean de mediados del siglo I. Dado que se trataba de un texto muy usado con fines litúrgicos, sufrió diversas transformaciones y cambios que hacen muy difícil descubrir el texto hebreo que fue la fuente de las traducciones más antiguas con que se cuenta. Esto se puede comprobar si se comparan textos duplicados como el del Salmo 18 con II Samuel 22 o el Salmo 14 con el salmo 53. A esto se añade el hecho de que el período de composición de todos ellos va de seis a ocho siglos.

Aun cuando fueron encontrados en Qumram diversos textos e incluso, en algunos casos, variantes de un mismo salmo, el más importante es el rótulo de cuero 11QPs, con 41 salmos: 7 apócrifos (con el himno que se menciona en Sab 51, 13-20, y el Salmo 151, que aparece también en la Septuaginta) y los últimos 33 salmos del salterio canónico.

Se habla de una especie de grupos de salmos dentro del salterio o incluso de “salterios dentro del salterio” y es que todas las técnicas de crítica textual se han usado en los textos de los Salmos.[15]​ A continuación se enumeran diversas traducciones:

A pesar de sus incorrecciones tanto en la traducción como en el mismo griego, se usa para tratar de dilucidar el texto hebreo que le sirvió de base.[16]​ Fue recensionada por Luciano de Antioquía y Hesiquio de Antioquía.

La nueva Vulgata de 1979 ofrece otra traducción que, además, unifica la numeración con la hebraica.

Existe discusión entre los exégetas sobre el modo de clasificar los géneros literarios o variantes de los salmos.[18]

Es tan grande la variedad de géneros o posibles clasificaciones que fácilmente quien busca rigor y detalle se verá defraudado. La distinción más general es la que parte del que hace la oración para distinguir si es uno solo o una comunidad o grupo. Los salmos que expresan la oración de la comunidad suelen ser litúrgicos. Sin embargo, hay casos en que una oración de una persona corresponde a la plegaria de un rey o de un sacerdote, lo que implica una oración litúrgica y además colectiva.[cita requerida]

Una primera propuesta que ha resultado infructuosa es dividir los salmos por las tradiciones de las que serían eco. Algunos salmos llaman a Dios Jehová o Yahveh, mientras que otros lo denominan Elohim. Esta facilidad para identificar los salmos y agruparlos en dos colecciones según el uso que den a los distintos nombres de Dios ha generado los términos "colecciones o tradiciones yahvista o elohísta".[cita requerida]

Es evidente que la única clasificación de utilidad será aquella que los separe según su género literario; sin embargo, esta tarea también ha sido dificultosa, dado que la literatura judía no es individual, sino comunitaria. Las fuentes de sus escritos son numerosas, pero todas terminan remitiendo al culto y la liturgia. Como todos los salmos vienen de la celebración litúrgica, también comparten un esquema estructural común.[cita requerida]

Teniendo esto en cuenta, se han individualizado tres condiciones que varios salmos deben cumplir para poder incluirlos en una categoría común:

De ahí la clasificación que se ofrece a continuación y que sigue a grandes rasgos la ofrecida por Drijvers.[cita requerida]

Hay varios himnos en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento (cf. Éx 15, 21, Jc 5) como en el Nuevo Testamento (cf. Lc 1, 46-55, Lc 1, 68-79). Los himnos - salmos tienen como característica principal es el ser cantos de alabanza, de glorificación desinteresada, es decir, no contienen peticiones o ruegos. Además tiene un esquema más o menos fijo. Comienza por una invitación a la alabanza y en el desarrollo se ofrecen los motivos por los que Dios ha de ser glorificado incluyendo a veces largos relatos de sus hazañas. Las conclusiones suelen ser variadas: repiten la introducción, hacen una promesa o voto, una oración. Algunos tratan, como motivo de alabanza, la creación; otros la historia del pueblo de Israel y la acción divina en ella. Se detienen ya sea en las maravillas del mundo o en los hechos que muestran el amor divino hacia el ser humano.[cita requerida]

La redacción es casi siempre impersonal, lo que facilita su uso litúrgico o al menos el que puedan ser empleados como medio para la oración en común. Incluso las indicaciones de gestos o movimientos (arrodillarse, alzar los brazos, etc.) tienen un sentido litúrgico y permiten también dar con el contexto original en que se usaban.

En este caso prima el ruego personal (cf. salmo 3; salmo 5; salmo 13; salmo 22; salmo 25, etc.) sobre el colectivo (salmo 4; salmo 79; salmo 80; salmo 83, etc.); aunque las formas gramaticales de una persona bien pueden referirse a la oración del sacerdote, que en realidad hace oración por intenciones colectivas. En general todos son una respuesta religiosa a las desgracias y la persecución de los enemigos, respuesta que incluye la petición de ayuda divina.

Suelen comenzar por una invocación breve o por un recuerdo apenas esbozado de las bondades divinas. Luego viene la descripción de las desgracias que aquejan al suplicante, quien a veces deja oír sus quejas, lamentaciones y gritos. Normalmente desembocan en un reconocimiento de que por las propias fuerzas el orante no puede salir de tal situación y que le resulta imprescindible la acción de Dios. Esto sirve de marco e introducción a la súplica propiamente dicha que puede ser genérica (“Actúa, Señor”) o concreta. En la conclusión se suele hacer un acto de confianza en que Dios dará cuanto se le ha pedido.

Los salmos más conocidos y usados en la oración son de este género. Así el Salmo 22 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?,[19]​ el Salmo 51 o Miserere y el Salmo 130 conocido como De profundis.

Aquí también encontramos tanto salmos de gratitud cuyo sujeto es una persona (cf. salmo 18; salmo 32; salmo 34; salmo 40) como también varias o un colectivo (cf. salmo 66; salmo 67; salmo 124; salmo 129).

La introducción es muy semejante a la de los himnos, a la que sigue una narración de los motivos para dar gracias (una situación penosa que se ha resuelto, un ataque o persecución superada, etc.) añadiendo una oración de súplica. Luego sigue el relato de la acción divina salvadora. Concluyen con la acción de gracias propiamente dicha y actos de confianza en el poder de Dios.

Tienen dos modalidades: algunos salmos que hablan sobre el rey de Israel y otros que muestran la realeza divina. La tradición de ambos grupos de salmos es davídica en el sentido de que se apoya tanto en la elección divina del Rey David como en la promesa que Yahveh le hizo sobre la perpetuidad de su dinastía. Inicialmente usados para la consagración de reyes o para ceremonias reales, con la caída de la monarquía son reutilizados en sentido mesiánico. Los más representativos son el Salmo 2, el salmo 45, el salmo 89 y el salmo 110 (para los directamente relacionados con la dinastía davídica) y los Salmos salmo 47; salmo 93 al salmo 99 sobre la realeza de Yahveh. Dada su diversidad de funciones, resulta más difícil establecer un esquema general.

El tema de los salmos mesiánicos es discutido entre las escuelas a tal punto que hizo necesaria la intervención de la Comisión bíblica en la Iglesia católica. Es evidente la tensión mesiánica que vivía Israel y también que los evangelistas se apropiaron de algunos salmos para darles sentido de profecías que Jesús estaría cumpliendo. Sin embargo, se discute sobre qué salmos contendrían este tipo de profecía y cuáles serían extrapolaciones.

Muy relacionados con los dos géneros anteriores, se trata de salmos que cantan las glorias de Sion, himnos de forma clásica pero a partir de un tema único. Recuerdan los diversos momentos de la presencia de Yahveh con su pueblo desde el diálogo con Moisés pasando por el Arca de la Alianza y hasta llegar al Templo de Jerusalén.

Se trata de composiciones destinadas a la enseñanza. Se caracterizan por varios elementos formales que ayudan a hacerlos más didácticos y fácilmente memorizables: siguen un orden alfabético en la primera letra de algunos versos (cf. salmo 9 - salmo 10; salmo 25; salmo 34; salmo 37; salmo 111; salmo 112; salmo 119; salmo 145), tratan de la Ley o de la ética israelita.

Autores como Lipinski o Peinador abogan por una clasificación que incluya también otros géneros como salmos de imprecación, de profecía, de maldición, etc. También se habla de salmos mixtos, es decir, que tienen formas o contenidos propios de los diversos géneros mencionados anteriormente.

El Salmo 137 que narra las desventuras de los judíos en la cautividad no queda dentro de ninguno de los géneros mencionados.

La dilucidación del origen o al menos del contexto litúrgico o no para el que fueron creados los salmos es un problema todavía no resuelto por las diversas escuelas exegéticas. Además se trata de composiciones que han variado su uso dentro de la misma comunidad judía dando origen a añadidos e incluso nuevos salmos que respondieran a las situaciones litúrgicas o sociales del pueblo que oraba con ellos.

Las opiniones entre los exégetas sobre este punto son ampliamente diversas aun cuando hasta el siglo XIX eran más uniformes. Los antiguos exegetas concordaban en fijar la fecha de creación de los salmos en el período tras la cautividad en Babilonia, incluso en el de los Macabeos. En época reciente los análisis de géneros y de influencias han diversificado las escuelas. Unos subrayan las diversas influencias que logran entresacar y con eso fijan las composiciones en tiempos posteriores incluso a la cautividad de Babilonia. Otros subrayan la relación entre el salmo y su uso cultural y por tanto, los datan en relación con las fiestas que se celebraban en el Templo. Finalmente algunos tras considerar las variantes y añadidos creen que el origen de muchos salmos sería tan antiguo que resultaría imposible encontrarlo.

Ante las diversas propuestas, Caselles afirma:

En los títulos de 73 salmos en la versión hebrea dice “de David”, mientras que 12 salmos son "de Asaf", 11 "de los hijos de Coré", 2 "de Salomón", otros "de Moisés", Hemán y Etán y 35 están sin atribución alguna. La versión griega atribuye 82 salmos a David.[21]​ Existe una tradición sobre el origen davídico del salterio, basada en menciones de diversos libros de la Biblia[22]​ y en los títulos de los mismos salmos: 73 salmos de la versión hebrea dicen “de David” y algunos incluso añaden la ocasión en que fueron escritos. También en el Nuevo Testamento se da por supuesta la autoría davídica de algunos salmos. Por ejemplo Jesús cita el salmo 110, declarando que David fue el autor:

Sin embargo, está claro que no todos los salmos son obra de David, aun cuando la expresión psalterium davidicum haya sido empleada también por el Concilio de Trento. La crítica textual ha intentado descubrir las influencias dentro de los salmos para poder ofrecer algún dato, aunque sea mínimo, sobre sus posibles autores y mucho más del período dentro del desarrollo religioso en Israel. Aunque, tan solo leyendo los encabezados de cada salmo, se pueden encontrar varios autores aparte de David: Moisés, Asaf, Herman, los hijos de Core, Salomón, Etan y Jedutum y algunos de ellos sin determinar a los que se llaman Salmos Huérfanos. El salmo 79 (según la numeración de la versión hebrea) es un lamento por la destrucción de Jerusalén, escrito por lo tanto, al menos cuatro siglos después de David.

Luis Alonso Schökel da la siguiente muestra de atribuciones de autoría de tres salmos por parte de diferentes biblistas:

De ahí el comentario del propio Alonso Schökel: «Cada autor hace la atribución basándose en su concepción global, que es en buena parte conjetura. La mayoría de los comentaristas actuales han tomado la prudente decisión de no discutir el problema del autor del salterio o de salmos individuales».[24]

Dada la gran diversidad de géneros literarios y de perspectivas teológicas o exegéticas resulta difícil hacer una descripción de la doctrina contenida en los salmos. Se ha de discurrir por una vía intermedia entre quien considera el salterio como un todo y quiere extraer de allí enseñanzas y quien busca sencillamente ver la evolución de la experiencia religiosa que los salmos muestran.

Algunos salmos son o eran usados para peregrinaciones y otras actividades litúrgicas. Los sacrificios y holocaustos se animaban con salmos de acción de gracias. Sin embargo, algunos salmos quedan fuera del aspecto netamente litúrgico y manifiestan más la espiritualidad o experiencia espiritual del autor. Incluso movimientos como los anawim (pobres de Yahveh) quedan expresados en salmos como el salmo 34 o el salmo 37.

Dios es el principal interlocutor de todos los salmos, en especial de los himnos. Es un Dios grande, omnipotente y trascendente pero también se le aplican verbos de acciones humanas, sobre todo en los salmos de súplica o de acción de gracias. Se afirma sólida y repetidamente el monoteísmo pero no como algo doctrinal sino subrayando su grandeza, su superioridad sobre los ídolos. Hablan del poder de Dios en la creación y en la historia.

En relación con el hombre, Dios es quien hace justicia y libra a los oprimidos o los que sufren injusticia. La idea de la paternidad divina casi no aparece en los salmos de manera textual pero sí su fidelidad y su amor eternos (cf. salmo 136).

Se subraya continuamente la necesidad de una confianza absoluta en la acción de Dios. Muestran la certeza de que todo lo que se pida será concedido e invitan a Yahveh a actuar sin demora. En los salmos de acción de gracias se manifiesta esa confianza realizada, sea en aspectos como la cosecha abundante sea también por el triunfo sobre la enfermedad o los enemigos.

Los salmos de peregrinación o de procesión, como ya se ha mencionado ofrecen información útil sobre la liturgia pero también muestran otro de los temas recurrentes en la piedad de Israel: la devoción por el Templo y la presencia de Yahveh en él.

Las diversas actitudes del creyente ante la divinidad son otro tema recurrente en los salmos. Fidelidad, optar por el camino de Dios, vivir en Él, veneración de la palabra del Señor y de la ley, pobreza, humildad.

Ante las situaciones de injusticia manifiesta y todavía más ante aquellas que se prolongan en el tiempo, los salmistas suelen recordar que se trata de una victoria aparente pues la dicha del malvado y la permanencia de esas situaciones inicuas serán temporales. Sin embargo, también instan con fuerza a Dios a actuar con prontitud o dirigen su mirada a la retribución que los justos recibirán de Yahveh por todas estas penalidades. Con todo, para algunos no parece haber una base de fe en la vida eterna o en una recompensa tras la muerte en los salmos, sin embargo, hay porciones de los salmos que mencionan el tema de la vida después de la muerte (cf. Salmo XLVIII, 14). Hay también expresiones de franco querer el mal para los enemigos:

La literatura y la música han recogido en muchos momentos y de muy diferentes formas los salmos, especialmente algunos de ellos. El salmo Miserere por ejemplo va a alcanzar una relevante recepción: Orlando di Lasso, Giovanni Pierluigi da Palestrina o Gregorio Allegri le dedicarán sendas composiciones. Muchos de los coros en La Creación, oratorio de Joseph Haydn, y varios de los de El Mesías, de Haendel, están basados en salmos. En el siglo XX, Ígor Stravinski escribió una Sinfonía de los Salmos (1930) para coro y orquesta. Leonard Bernstein compuso en 1965 los Chichester Psalms.[cita requerida]



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