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Medea (mitología)



En la mitología griega, Medea (del griego Μήδεια) era la hija de Eetes, rey de la Cólquida, y de la ninfa Idía. Era sacerdotisa de Hécate, a la que algunos consideran su madre y de la que se supone que aprendió los principios de la hechicería junto con su tía, la diosa y maga Circe. Así, Medea es el arquetipo de bruja o hechicera, y comparte con Calipso y Circe, entre otras, su condición de mujer autónoma e inusual, contraria al prototipo ideal de la época.[1]​ Era, asimismo, nieta del dios Helios.

Su personaje tendría una gran repercusión en generaciones posteriores, sobre todo de manos de autores trágicos de la talla de Eurípides (Medea) y Séneca.

Cuando Jasón y los argonautas llegaron a la Cólquida y reclamaron el vellocino de oro, el rey Eetes les prometió que se lo entregaría solo si eran capaces de realizar ciertas tareas. En primer lugar Jasón tenía que uncir dos bueyes que exhalaban llamaradas de fuego por la boca y arar un campo con ellos. Una vez arado, debería sembrar en los surcos los dientes de dragón que Eetes le dio. Jasón aceptó las condiciones, a pesar de que salir airoso de la prueba le parecía imposible.

Sin embargo Medea, traspasado su corazón por los dardos certeros de amor de Eros y aconsejada por su hermana (a cuyos hijos había salvado Jasón de perecer en la Isla de los Pájaros), visitó esa misma noche la tienda de Jasón y le proporcionó pociones y ungüentos mágicos, además de las instrucciones precisas para lograrlo. Invulnerable al fuego y poseedor de una fuerza sobrenatural, pudo el héroe someter a los bueyes y uncirlos al arado, roturando a continuación la porción de tierra acordada. Tras ello, y arrojados los dientes en los surcos, se retiró a observar cómo de cada diente surgía un soldado-esqueleto fuertemente armado. Después de esperar con paciencia a que se desarrollasen completamente un gran número de ellos, arrojó una enorme piedra entre los soldados, que no sabían quién la había arrojado, y lucharon encarnizadamente entre sí por hacerse con ella hasta la muerte. Finalmente, aún bajo los efectos de las pociones mágicas de Medea, Jasón acabó con los que quedaron en pie.

Tras salir airoso de esta prueba, Eetes se enfadó sobremanera y se negó a cumplir su parte del trato. Guiados entonces por Medea, los argonautas llegaron al bosque donde se escondía el vellocino de oro. Allí, Medea exhortó a los presentes a evitar ser hipnotizados no mirando a los ojos a su guardián, una serpiente enorme que jamás dormía. Ayudada de unas hierbas especiales y sus propios poderes hipnóticos, Medea logró dormirla, permitiendo así que Jasón cogiera el preciado trofeo y pudieran todos regresar con él a su patria.

La expedición de los argonautas partió entonces con la compañía de Medea ya que, sabedora de que su traición nunca sería perdonada y enamorada perdidamente de Jasón, había rogado a cambio de sus servicios poder huir con la expedición. Jasón no solo había accedido, sino que le prometió hacerla su esposa, jurándole que le sería siempre fiel. Eetes mandó entonces a su hijo mayor Apsirto al frente de una gran flota a perseguirlos. Pero cuando logró al fin darles alcance, Jasón acordó con Apsirto entregar a Medea a cambio de poder continuar su viaje con el vellocino. Medea urdió entonces nuevamente una estratagema para que su hermanastro se presentase solo a la negociación, lo que aprovechó Jasón para asesinarle a traición y arrojar su cuerpo, en múltiples pedazos, al mar. El desconsolado Eetes tuvo que entretenerse recogiendo uno por uno los restos de su hijo, lo que dio ventaja a los argonautas para que pudieran escapar.

Existen varias versiones acerca de la ruta que siguieron los argonautas a partir de entonces, ya que la versión que nos ha llegado se pone en duda al requerir un trayecto por tierra por media Europa (bien vadeando ríos navegables, bien arrastrando por tierra firme su nave Argos).

Cuando llegaron a Tesalia, Medea profetizó que el timonel del Argos, Eufemo, reinaría sobre Libia. Esta profecía se materializaría posteriormente en Bato, descendiente de Eufemo.

Una vez purificados ante los dioses por Circe del crimen de Apsirto, en su morada de la isla Eea, los argonautas fueron interceptados por los colcos que les perseguían en Córcira (Corfú), donde se encontraban los héroes bajo la protección del rey Alcínoo. Este, tras discurrir una solución, decide entregar a Medea a los perseguidores solo si conserva su doncellez, lo que le comunica en la intimidad de la alcoba a su esposa la reina Arete la noche previa al dictamen. Arete, cautivada por el encanto de Medea, da aviso de ello a los argonautas, que esa misma noche, en la cueva de Macris y sobre el propio vellocino, consumaron su matrimonio. De esta forma al día siguiente, cuando Alcínoo emitió su sentencia, los colcos no pudieron cumplir las órdenes de Eetes y frustrados se establecieron en la zona, temerosos de su venganza si volvían a la Cólquida a comunicarle la noticia..

Cuando los argonautas llegaron a Creta después de esperar a que Circe purificara a Medea por el asesinato de Apsirto y de atravesar el estrecho de Escila y Caribdis y sobrepasar los dominios de las sirenas, les fue imposible tomar tierra, pues la isla estaba custodiada por Talos, el gigante de bronce. Talos tenía una única vena que le llegaba desde el cuello al tobillo y que estaba rematada por un clavo que evitaba que se le saliese la sangre. Medea hizo beber al gigante una poción prometiéndole que le haría inmortal, pero que en realidad era un potente somnífero. Después le sacó el clavo y dejó que se desangrara, pudiendo así llegar a Creta.

Finalmente, estando ya cerca de su destino, la ciudad de Yolco, unos vientos arrastraron al Argo hasta Libia, donde tras sufrir nuevas penalidades encontraron la fuente que Heracles hizo brotar de una patada cuando pasó por allí camino de completar una de sus tareas. Solo gracias a Tritón, que arrastró la nave a mar abierto, pudieron al fin seguir su camino.

Cuando Jasón y Medea llegaron a Yolco, Pelias se negó a entregarle el trono, a pesar de que habían traído el vellocino. Medea conspiró entonces para que fueran las propias hijas de Pelias las que acabasen con él: caracterizada como una anciana sacerdotisa hiperbórea de la diosa Artemisa les demostró que se podía rejuvenecer a un anciano cortando la garganta de un viejo carnero y sumergiéndolo en un caldero. Pero cuando las hijas de Pelias, con la mejor intención, hicieron lo mismo con su padre, este no sobrevivió.[2]

A pesar de haberse librado ya de Pelías, los habitantes de Yolco aborrecieron el magnicidio y Jasón y Medea se vieron obligados a dejar Yolco partiendo hacia Corinto, llamados por los habitantes de esta ciudad sobre la que Medea pretendía tener derechos al trono. Allí vivieron durante diez años[3]​ hasta que Jasón acordó con el rey Creonte abandonar a Medea, a la que el rey pretendía expulsar de Corinto, para unirse a su hija la princesa Creúsa. Medea entonces, arrastrada por los celos, envió a Creúsa como regalo de bodas un manto de irresistible belleza. Cuando Creúsa lo recibió de manos de la sirvienta de Medea se lo puso de inmediato, liberando la magia contenida en él que la convirtió en una tela llameante. Las llamas la consumieron totalmente a ella y a su padre, Creonte, que se abalanzó sobre ella con intención de salvarla. A continuación, y para hacer el máximo daño a Jasón, Medea mató a los dos hijos que habían tenido en común.[4]

En la tragedia de Eurípides, es Medea quien envía a sus dos hijos con el manto para Creúsa. Medea sabía que mataría a sus hijos si los mandaba con el presente, pero sus deseos de venganza contra Jasón eran mayores que el amor por ellos.[5]

Los habitantes de Corinto, bien en venganza por la muerte de Creonte o bien decepcionados por el comportamiento de Medea, la apedrearon en el templo de Hera y la obligaron a abandonar la ciudad en el carro de serpientes aladas que le había regalado su abuelo Helios.

Una versión de la historia narra que los corintios fueron quienes mataron a los hijos de Medea, como castigo por el hechizo que ésta había realizado a Creúsa. Pero a su vez, como castigo, una epidemia fue acabando con todos los niños de la ciudad. Los corintios no se libraron de esta maldición hasta que, por consejo del oráculo de Delfos, realizaron sacrificios solemnes a los hijos de Medea y obligaron a los suyos a guardar luto.[6]​ Eso justificaría que los dirigentes de Corinto, en el siglo V a. C., pagaran al dramaturgo Eurípides para que narrara la tragedia de Medea atribuyendo a la protagonista toda la lista de homicidios y lavando así la imagen de la ciudad.[7][8]​ Esta manipulación acabaría con otras versiones que consideraban a Medea como una mujer virtuosa que no había cometido más pecado que profesar un profundo amor a su marido, que la abandonó injustamente.

Cuando Medea huyó de Corinto se propuso buscar a Heracles, pues este le había prometido auxilio en el caso de que Jasón dejara de cumplir con su palabra. Lo encontró en Tebas, pero la furia de Hera lo había enloquecido. Medea lo curó con sus remedios. Sin embargo, Euristeo apremiaba a Heracles para que cumpliera sus trabajos y Medea se resignó a que no sería ayudada por él.[9]

Tras errar por distintos lugares en busca de protección, Medea llegó a la ciudad de Atenas, cuyo rey, Egeo, no solo le ofreció hospitalidad sino que se casó con ella con la esperanza de que sus hechicerías le permitieran concebir un hijo pese a lo avanzado de su edad. La hechicera cumplió sus expectativas, teniendo de él un hijo al que llamaron Medo.[10]

Cuando Teseo, el hijo secreto de Egeo, llegó a Atenas dispuesto a que su padre lo reconociera como heredero, Medea lo tomó como una amenaza al futuro de su hijo, e intentó envenenarlo. Pero Teseo la descubrió y, acusada de cometer horribles crímenes y de brujería, Medea tuvo que huir de nuevo, esta vez con su hijo.[11]

Una tradición indicaba que, tras huir precipitadamente de Atenas, Medea se refugió en Italia, donde enseñó a los nativos cómo encantar serpientes, y ellos la venerarían como diosa, con el nombre de Angitia.[12]

Al pasar por Tesalia (región llamada así por su hijo Tésalo), Medea compitió con Tetis en un certamen de belleza que presidía Idomeneo, rey de Creta.[13]​ De allí pasó a Fenicia, donde se estableció un tiempo. Por último pasó a Asia superior, donde se casó con uno de los reyes más poderosos del lugar, al que sucedió en el trono. Algunos autores afirman que fue este, y no Egeo, el padre de Medo.[14]

Habiéndose enterado de que su padre Eetes había sido destronado por su propio hermano Perses, Medea y su hijo acudieron en su ayuda. Medo mató a Perses y el país recibiría en su honor el nombre de Media.[15]

Cuando Medea murió, moró en los Campos Elíseos, donde vivió feliz para toda la eternidad. Según algunas fuentes, es posible que se casara con Aquiles.[16]




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