El sistema de milicias regladas o disciplinadas fue aplicado en el Virreinato del Río de la Plata del Imperio español a partir de 1801 a imitación del que inicialmente se aplicó en Cuba. Significó un paso uniformador y superador del sistema de milicias urbanas y provinciales e incorporó la obligatoriedad del servicio. Los milicianos fueron incorporados a los privilegios del fuero militar, recibieron instructores veteranos (es decir, del ejército regular) y se les otorgó espacios de poder a las aristocracias locales. La invasión británica de 1806 hizo que el sistema se desprestigiara y fuera virtualmente abandonado en Buenos Aires al crear Santiago de Liniers las milicias voluntarias. Subsistió, sin embargo, en otras áreas del virreinato durante la guerra de la Independencia.
La conquista británica de La Habana en Cuba en 1762 hizo que la Corona española pensara en realizar una profunda reestructuración del Ejército de América, hasta entonces formado mayormente por veteranos europeos establecidos en plazas fuertes, quienes no solían ser relevados y su número disminuía por la deserción y las bajas. Recuperada La Habana por los españoles en 1763, fue enviada a Cuba una comisión integrada por designado capitán general de la isla, Ambrosio de Funes Villalpando (conde de Ricla), el mariscal de campo Alejandro O'Reilly y el ingeniero Silvestre Abarca, que el 27 de abril de 1763 partió de España para estudiar el problema militar. Esa comisión recomendó que las bases del sistema militar debían ser:
Las recomendaciones fueron aprobadas y O'Reilly recibió el encargo de llevar adelante su implementación, estableciéndose milicias provinciales en toda la América hispana.
El 19 de enero de 1769 una real cédula publicó el Reglamento para las milicias de Infantería y Caballería de la isla de Cuba, aprobado por S.M. y mandado que se observen inviolablemente todos sus artículos, que había sido redactado en 1764 y comisionado Alejandro O'Reilly para su implementación, inicialmente en Cuba. Otros reglamentos fueron posteriormente expedidos por el rey de España, basándose en el publicado para Cuba: Adición al Reglamento de las milicias de la isla de Cuba, hecha para el gobierno de las de la Provincia de Panamá el 30 de octubre de 1772; Reglamento para las Milicias de Infantería y Caballería de la Isla de Cuba, y que deben observarse en todo lo adaptable a las tropas de Milicias del Reyno del Perú, en 1793; Reglamento para las Milicias disciplinadas de Infantería y Dragones del Nuevo Reyno de Granada y Provincias agregadas a este Virreynato. De Orden de S.M. , el 24 de mayo de 1794.
El sistema de milicias regladas establecido en Cuba prescribía que en cada batallón hubiera los siguientes veteranos: un sargento mayor, un ayudante y un tambor; y en cada compañía: un teniente, un sargento y dos cabos. Todos los hombres en edad de tomar las armas, entre 15 y 45 años, debían alistarse en la milicia, incluso los exveteranos con menos de 20 años de servicio. En todos los pueblos y partidos rurales se empadronaba a los milicianos en compañías o escuadras que correspondían a dichos lugares. Los empadronados eran clasificados en cinco categorías, alistándose con preferencia a los solteros y viudos sin hijos, luego a los casados sin hijos, y finalmente a los casados con hijos hasta completar el número requerido. Los oficiales eran elegidos de entre los más distinguidos de la sociedad. Una vez a la semana se realizaba instrucción, generalmente los domingos. Los sueldos eran a cargo de la Real Hacienda, pero los armamentos y uniformes se pagaban con impuestos locales. Los milicianos adquirían el fuero militar que les daba privilegios.
El 24 de octubre de 1780 el virrey del Río de la Plata, Juan José de Vértiz y Salcedo, elevó al rey un reglamento por el que se consideraba miliciano a todo individuo robusto y dispuesto para el servicio, sin excepción de persona alguna de una misma familia, salvo el hijo que sea sostén de madre viuda. El reglamento fue aprobado mediante una real orden del 15 de marzo de 1781. Los milicianos continuaron siendo separados por castas. Este reglamento continuó en vigencia hasta el establecimiento de las milicias regladas en el Virreinato del Río de la Plata.
Una real orden de 22 de agosto de 1791 estableció la siguiente clasificación:
En busca de un ahorro de gastos militares, el 11 de enero de 1790 fue expedida una real orden que ordenaba una racionalización de las milicias en la América hispana. En consecuencia el virrey Nicolás Antonio de Arredondo elevó el 26 de junio de 1793 un plan de milicias regladas y urbanas que comprendía únicamente la jurisdicción de la intendencia de Buenos Aires. Para el arreglo y disciplinas de las milicias se proyectaba usar el reglamento de Cuba de 1763 adaptado a las circunstancias locales. Solo los sargentos y oficiales estarían obligados a usar el uniforme, los cabos y soldados llevarían una cucarda encarnada en el sombrero. Las compañías urbanas se formarían con los excedentes de las milicias regladas y proveerían los reemplazos de estas. Como no contemplaba la totalidad del virreinato y no realiza ahorros, el plan no fue aprobado por el rey y el virrey debió dejar su cargo. La real orden de 6 de abril de 1795 ordenó realizar un nuevo plan de milicias al nuevo virrey Pedro Melo de Portugal, que falleció en 1797 sin realizarlo.
El virrey interino Antonio Olaguer Feliú consultó al subinspector general del virreinato, Rafael de Sobremonte:
El 20 de marzo de 1799 Sobremonte envió un informe al nuevo virrey Gabriel de Avilés y del Fierro, quien el 16 de agosto de 1799 le ordenó:
Sobremonte preparó en dos meses un plan de milicias para todo el virreinato, incluyendo los nombres de los comandantes para los cargos que proponía, que presentó al virrey Avilés y del Fierro el 10 de octubre de 1799. El 5 de abril de 1800 el virrey elevó el plan al ministro de Guerra y el plan fue aprobado con escasas modificaciones por real orden de 24 de septiembre de 1800 del rey Carlos IV. Este virrey al entregar el mando a su sucesor Joaquín del Pino escribió en su relación el 21 de mayo de 1801 sin conocer la aprobación real:
Por real cédula de 14 de enero de 1801 fue imprimido el Reglamento para las Milicias disciplinadas de Infantería y Caballería del Virreynato de Buenos Ayres, aprobado por S. M. y mandado observar inviolablemente.
Contaba con 10 capítulos, estableciendo el deber de tomar las armas en defensa del rey, de la religión y de la patria. Establecía para todos los hombres hábiles de entre 16 y 45 años un servicio en la milicia no menor de 10 años y no mayor de 20, excepto para quienes quisieran continuar y si eran necesarios. Fue preparado por Sobremonte sobre la base del reglamento de Cuba. Los cuerpos milicianos alcanzados por el reglamento pasaron a tener fueros militares e incluían algunos instructores veteranos en sus filas, quienes quedaban subordinados a los jefes milicianos de los cuerpos. La mayoría de los instructores veteranos pertenecían a la Asamblea de Infantería o a la Asamblea de Caballería. El resto de las unidades milicianas existentes que no fueron contempladas por el reglamento, continuaron en clase de milicias urbanas, para ser convocadas en caso de necesidad.
El artículo n.º 24 del capítulo n.º 1 establecía la segregación racial por castas:
Las unidades previstas por el reglamento eran las siguientes:
El artículo n.º 2 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que Buenos Aires y sus alrededores, incluso Santa Fe, debían contar con un pie de fuerza de 3083 plazas.
Se hallaban en la Ciudad de Buenos Aires. Había un garzón para ambas compañías de granaderos con grado de sargento veterano y en cada una un cabo y un tambor veteranos. El comandante de las dos compañías era el ayudante mayor veterano más antiguo del Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires.
El artículo n.º 3 del capítulo n.º 1 del reglamento se refiere a las cinco compañías independientes que se hallaban situadas en los fortines de:
Eran compañías milicianas preexistentes al reglamento de 1801 y se hallaban a cargo del comandante general de la frontera, quien a su vez era el jefe del Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Buenos Aires. Este cuerpo veterano ocupaba otros 6 fuertes de la frontera indígena y tenía a su cargo la instrucción de los milicianos de las 5 compañías. El reglamento de 1801 no especificaba el número de compañías, ni el de sus oficiales y plazas, que continuaban de la misma manera en que ya se hallaban. Se preveía la posibilidad de fusión entre las compañías si los milicianos no alcanzaban.
El artículo n.º 4 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que la gobernación de Montevideo y otras áreas de la Banda Oriental debían contar con un pie de fuerza de 2482 plazas.
Se hallaban en Montevideo y eran iguales a las de dos compañías de Buenos Aires. El comandante de las dos compañías era el ayudante mayor veterano más antiguo del Batallón de Voluntarios de Infantería de Montevideo.
El artículo n.º 5 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que la ciudad de Corrientes y su distrito debían contar con un pie de fuerza de 600 plazas.
El artículo n.º 6 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que la intendencia del Paraguay debía contar con un pie de fuerza de 2400 plazas.
El artículo n.º 7 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que la intendencia de Córdoba del Tucumán debía contar con un pie de fuerza de 2400 plazas.
El artículo n.º 8 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba que la intendencia de Salta del Tucumán debía contar con un pie de fuerza de 2400 plazas.
Fueron regladas por el reglamento algunas unidades del Alto Perú, las cuales no tenían instructores ni plana mayor veterana, por lo que eran consideradas milicias provinciales, aunque gozaban de fuero militar como las regladas.
El artículo n.º 10 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba las fuerzas que debían reglarse sin instructores veteranos en las intendencias de La Paz, Chuquisaca y Potosí.
El artículo n.º 11 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba las fuerzas que debían reglarse sin instructores veteranos en la intendencia de Cochabamba.
Las unidades milicianas que no fueron comprendidas en el reglamento de 1801 continuaron existiendo como urbanos:
Con los blancos que no eran españoles se crearon compañías y escuadras denominadas de Urbanos del Comercio. En 1805 se formó un batallón con 6 compañías en Buenos Aires.
El artículo n.º 12 del capítulo n.º 1 del reglamento señalaba las 9 compañías de milicias auxiliares de la artillería que debían reglarse. Estas unidades dependían del comandante y oficiales del Real Cuerpo de Artillería para su gobierno, instrucción y arreglo.
Cuadro de milicias de artillería regladas por el Reglamento de 1801.
Las 776 plazas incluían sargentos, cabos y tambores. La Compañía de Buenos Aires tenía un piquete destacado en la Ensenada de Barragán, compuesto de 24 plazas a cargo de un subteniente.
Una real orden de 29 de abril de 1804 mandó que las 9 compañías milicianas regladas de artillería existentes en el virreinato y las 2 de naturales no regladas existentes en Montevideo, se redujeran a 4 de 100 plazas cada una. Cada compañía pasó a tener 4 cabos primeros, 4 cabos segundos y 88 artilleros segundos. Las unidades subsistentes quedaban en Buenos Aires, Montevideo, Maldonado y Colonia del Sacramento, pasando el resto a integrar unidades de infantería.
Otra real orden de 5 de mayo de 1805 dispuso restablecer 3 unidades de artillería milicianas, quedando así 5 compañías de 100 hombres cada una en Buenos Aires, Montevideo (2), Maldonado y Paraguay. Dos compañías de 60 hombres quedaban en Mendoza y Colonia del Sacramento. Tenían 3 cabos primeros, 5 cabos segundos y 52 artilleros segundos.
La dependencia e instrucción siguió a cargo del Real Cuerpo de Artillería.
El artículo n.º 9 del capítulo n.º 1 del reglamento otorgaba al virrey la potestad para crear nuevos cuerpos reglados o aumentar las plazas de las compañías, dando cuenta al rey para su aprobación. A causa de la guerra con Portugal, el virrey creó en 1801 el Escuadrón de Voluntarios de Caballería de la Frontera del Cerro Largo, que guarnecía la villa de Melo en la Banda Oriental. Tenía 3 compañías de igual fuerza que el del Escuadrón del Río Negro, Yí y Cordobés (180 hombres) ubicadas en: 1° Tacuarí, 2° Aceguá, y 3° Olimar.
En enero de 1805 el virrey Rafael de Sobremonte recibió órdenes de organizar la defensa de Buenos Aires y de Montevideo en previsión de una posible invasión británica. Sobremonte convocó a una junta de guerra que determinó varias medidas, entre ellas: convocar a Buenos Aires a fuerzas milicianas del interior del virreinato, juntar caballos y fabricar pólvora y cartuchos. Un contingente de 150 hombres de San Luis llegó a principios de 1805 al mando de José Giménez Iguanzo. Llegaron también 300 soldados del Regimiento de Voluntarios de Caballería de Córdoba y 100 partidarios de la frontera de Córdoba. A la Ensenada de Barragán fueron destinados 100 blandengues de Santa Fe y 50 de los Voluntarios de Caballería de la Frontera de Buenos Aires.
El 2 de abril de 1805 dispuso la creación del Cuerpo de Prevención o Campo Volante: el cuerpo de prevención que debía estar en condiciones de acudir en caso necesario a la otra banda del Rio de la Plata.
Estaba integrado por 1500 milicianos de caballería de la frontera, el batallón de infantería, los granaderos de Cívicos, 200 blandengues, 250 voluntarios de Córdoba y de San Luis y la compañía de granaderos del Rey. Al disminuir la tensión las fuerzas fueron desmovilizadas. Cuando por intermedio del capitán de un barco llegado a la Ensenada de Barragán el 2 de enero de 1806 Sobremonte supo que una flota británica había arribado a San Salvador de Bahía en Brasil en diciembre de 1805, convocó a las milicias regladas y trasladó a Montevideo a las escasas fuerzas veteranas de Buenos Aires, creyendo que esa plaza amurallada sería el blanco del ataque. Sin embargo, la flota se dirigía a África y las fuerzas fueron desmovilizadas nuevamente. Cuando en junio de 1806 una flota británica fue avistada en el Río de la Plata el virrey dispuso el día 13 que marchasen a Montevideo las últimas tropas veteranas que quedaban en la capital: la 3° Compañía de Blandengues del Fuerte de San José de Luján y la compañía de granaderos del Regimiento de Dragones. Junto con ellos marcharon 100 hombres de la Compañía de Partidarios de la Frontera de Córdoba. Dispuso también que el Regimiento de Voluntarios de Caballería de la Colonia pasase a depender del gobernador de Montevideo. El 17 de junio Sobremonte ordenó el acuartelamiento de las milicias. Los británicos desembarcaron en Quilmes y se dirigieron a Buenos Aires, dispersando el 26 de junio a los 400 milicianos y 100 blandengues al mando de Pedro de Arze en el combate de Quilmes, por lo que el Cabildo de Buenos Aires se rindió antes de que los invasores ingresaran en la ciudad, mientras el virrey se dirigió a Córdoba para reclutar tropas siguiendo un plan de acción aprobado por el rey.
En la fuerza expedicionaria que reconquistó Buenos Aires en 1806 participaron fuerzas regladas, de acuerdo al parte firmado por Liniers en Colonia del Sacramento el 3 de agosto de 1806, eran las siguientes:
Unos 300 milicianos del Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires se reunieron en Luján con los blandengues y los voluntarios de Juan Martín de Pueyrredón, pero fueron dispersados por los británicos en el combate de Perdriel el 1 de agosto de 1806. Unos 200 de esos milicianos, lograron reunirse en San Isidro con la columna de Liniers.
El 25 de junio de 1806 el virrey Sobremonte escribió al comandante de armas de Córdoba coronel Santiago Alejo Allende:
Siguiendo el camino de postas Sobremonte llegó a Córdoba el 12 de julio de 1806 y reunió allí una fuerza de 600 milicianos —incluyendo presos— al mando del coronel Allende, con la que partió hacia Buenos Aires. En esa fuerza se hallaban milicianos del Regimiento de Voluntarios de Caballería de Córdoba. En un oficio enviado por el virrey a Liniers el 18 de agosto de 1806 expresó:
El 4 de agosto de 1806 se embarcaron en Asunción y en Pilar 7 compañías con 534 milicianos y 12 oficiales de los regimientos de Voluntarios de Caballería del Paraguay, al mando del coronel de milicias José Espínola y Peña, del sargento mayor Fulgencio Pereira y del ayudante Juan de la Cuesta. Esta división desembarcó el 2 de septiembre en San Nicolás de los Arroyos y se dirigió a Buenos Aires, llegando luego de la rendición británica. En un oficio de Sobremonte a Liniers, en respuesta al que éste le dirigiera el 2 de septiembre de 1806, le comunicó que en el puerto de Las Conchas había 550 paraguayos llegados con el coronel José Espínola y que podía disponer de ellos. La división pasó a la Banda Oriental junto con el virrey Sobremonte.
Una segunda división paraguaya de Voluntarios de Caballería con 403 plazas y 4 oficiales partió en barco desde Pilar en dos grupos. El primero lo hizo el 26 de diciembre de 1806 al mando del teniente Pedro Antonio de Herrera, y el segundo partió el 16 de enero de 1807 al mando del capitán del Regimiento de Milicias de Costa Arriba, Manuel Antonio Cohene. En mayo de 1807 el gobernador del Paraguay, Bernardo de Velasco, viajó también a Buenos Aires para colaborar en la defensa.
El 4 de noviembre de 1806 Sobremonte ordenó que desde Corrientes el comandante de armas Pedro Fondevilla viajase hacia Montevideo con el Regimiento de Voluntarios de Caballería de Corrientes y todas las armas y caballos que pudiese reunir. Su punto de concentración fue San Roque y desde allí partieron 5000 caballos y 500 hombres, la mayoría con lanzas y espadas y sólo 62 con armas de fuego y otros 65 desarmados. Llegaron a las inmediaciones de Montevideo cuando la ciudad ya estaba bajo poder británico, no entraron en combate y luego regresaron a Corrientes, a donde se hallaban en 31 de mayo de 1807.
Desde San Luis fueron enviados 200 milicianos del Regimiento de Voluntarios de Caballería de San Luis al mando del comandante Blas Videla y de los oficiales: Matías Sancho, Florencio Terrada, Dolores de Videla, Juan Alejo Daract, Juan Basilio Garro, Rafael Wilckes O'Connor, Luis de Videla y Francisco Paula Lucero.
El 26 de julio de 1806 partieron de San Miguel de Tucumán 3 compañías de milicias del Regimiento de Voluntarios de San Miguel de Tucumán al mando del comandante de armas José Ignacio Garmendia, quien comandaba la 1° compañía, compuesta por el teniente Diego Aráoz, alférez Bernabé Aráoz, capellán Pedro Miguel Aráoz, 3 sargentos, 4 cabos y 114 soldados. La 2° compañía: capitán Salvador Alberdi, teniente Juan Benancio Laguna, alférez Máximo Molina, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados. La 3° compañía: capitán Manuel Padilla, teniente Javier Eugenio Ojeda, alférez Diego Ruiz Huidobro, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados. Debieron retornar desde el arroyo del Medio al conocer la reconquista de Buenos Aires, custodiando un contingente de 500 prisioneros británicos, destinados: 50 a San Luis, 50 a La Carlota, 100 a Santiago del Estero y 200 a San Miguel de Tucumán.
Los Voluntarios de Santa Fe concurrieron al mando del ayudante mayor Joaquín Álvarez de Navia, y los de Mendoza al mando del sargento mayor Faustino Ansay.
Por orden del virrey del 30 de julio de 1807 llegaron también a Buenos Aires 2 compañías de milicianos del Regimiento de Voluntarios de Caballería de San Miguel de Tucumán que el cabildo de esa ciudad uniformó a su costa. Estaban al mando del ayudante mayor Juan Ramón Balcarce. La 1° compañía, que fue alistada en San Miguel de Tucumán: comandante José Ignacio Garmendia, teniente Diego Aráoz, alférez Xavier Ojeda, capellán Pedro Miguel Aráoz, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados. Otros 3 se incorporaron después. La 2° compañía fue alistada en Loreto (actual provincia de Santiago del Estero): capitán Salvador Alberdi, teniente Juan Benancio Laguna, alférez Máximo Molina, 3 sargentos, 4 cabos, 4 carabineros y 89 soldados. El 11 de junio de 1807 el comandante Pío de Gana informó al cabildo de San Miguel de Tucumán que estas compañías fueron agregadas al Tercio de Arribeños de su mando, a solicitud de sus oficiales.
Liniers informó que por no alcanzar los armamentos, los milicianos que llegaron a Buenos Aires procedentes de San Luis, Tucumán y Paraguay, se destinaron a la construcción de las baterías y al cuidado de las caballadas.
Una vez reconquistada Buenos Aires, el descrédito sufrido por las milicias disciplinadas de acuerdo al reglamento de 1801, hizo que en la capital del virreinato el sistema fuera abandonado por el comandante general de armas Liniers para evitar el efecto psicológico desmoralizador. Se tuvo en cuenta también que muchos de los jefes de esos cuerpos eran considerados por los milicianos como responsables de la derrota, y al rendirse, debieron jurar no tomar de nuevo las armas contra los británicos mientras durase la guerra. Como los oficiales de los cuerpos reglados tenían despachos otorgados por el rey, si se reconstituían esos cuerpos, debían continuar ocupando sus puestos de mando.
Los nuevos cuerpos creados por Liniers y aprobados por Sobremonte provocaron que el subinspector general de las tropas del virreinato, Arze, viendo menoscabada su autoridad ofició al virrey el 1 de noviembre de 1806 haciéndole notar que los nuevos cuerpos milicianos habían alistado a los milicianos de los regimientos de infantería y caballería reglados de Buenos Aires, quedando ambos deshechos. Además de que soldados veteranos fueron ocupados en adiestrar a los milicianos sin su anuencia. El 5 de noviembre Sobremonte le respondió que tenía razón, pero que no había forma de remediar la situación, aconsejándole que aceptara las novedades.
El 29 de octubre de 1806 fuerzas británicas desembarcaron y ocuparon Maldonado, para hostilizarlas, Sobremonte envió unos días después al teniente de fragata Agustín Abreu con una pequeña fuerza de caballería, en la que se hallaban 100 milicianos cordobeses y 100 milicianos del Regimiento de Voluntarios de Caballería de Montevideo. El 16 de enero de 1806 las fuerzas británicas desembarcaron cerca del Buceo, hacia la que Sobremonte envió desde su cercano campamento 800 milicianos al mando de Allende, que prontamente se replegaron y dispersaron. El 20 de enero se produjo el Combate del Cordón, cuando salieron de Montevideo fuerzas al mando del brigadier Bernardo Lecocq y fueron derrotadas por los británicos. Entre esas fuerzas se hallaban 650 hombres del Batallón de Voluntarios de Infantería de Montevideo al mando del comandante Juan Francisco García de Zúñiga, 100 hombres del Regimiento de Voluntarios de Caballería de Córdoba, 130 hombres de los regimientos paraguayos, y 40 hombres de la 1° Compañía del Escuadrón de Voluntarios de Caballería del río Negro, Yí y Cordobés.
Las milicias regladas continuaban existiendo luego de la Segunda Invasión Inglesa ocurrida en 1807, pero el Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires y el Regimiento de Caballería de Voluntarios de Buenos Aires quedaron vacíos de milicianos. Quedaron subsistentes en Buenos Aires, sin embargo, la Compañía de Granaderos de Pardos libres, la Compañía de Granaderos de Morenos libres (pero incorporadas al Batallón de Castas), la Compañía de Milicias de Artillería, y la Compañía de Granaderos del Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires al mando de Florencio Terrada.
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