El «nuevo Hollywood» fue un movimiento cinematográfico estadounidense desde mediados de los años 1960 hasta principios de los años 1980 que modernizó significativamente la producción de películas en Hollywood. Este cine, inscrito en la contracultura e influido tardíamente por el neorrealismo italiano y la Nouvelle vague francesa, se caracteriza por la potenciación del papel de los cineastas en detrimento de los productores de los grandes estudios y la representación de temas hasta entonces tabú, como la violencia o la sexualidad. El «nuevo Hollywood» también renovó los géneros de cine clásico americano —western, cine negro— o los «deconstruyó» liberándolos de sus convenciones.
El período relativamente corto del «nuevo Hollywood» está considerado como una de las fases más importantes del cine desde el punto de vista artístico y reveló a muchos directores, como Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Martin Scorsese, George Lucas o Brian De Palma, que viene de la denominada "Nueva ola americana" o "Generación de los 70".
A menudo se designa a la época clásica del cine estadounidense anterior al «nuevo Hollywood» como la «edad de oro», en referencia al cine producido por las majors desde comienzos de la década de 1930 hasta mediados de los años 1950 cuando las corrientes de renovación comenzaron a poblar la cinematografía de otras latitudes. Las películas estaban limitadas por las estructuras de producción y los géneros cinematográficos heredados de la época del cine mudo, siendo conocido como el star-system de la «dream factory» o «fábrica de sueños». Muchas películas de la época dorada se clasificaban de acuerdo con un género bien definido —comedia, western, aventura… — que incluía a sus estrellas claramente identificadas —Cary Grant para la comedia, John Wayne para el western, Errol Flynn en las películas de aventuras—. Durante décadas, las majors controlaban toda la cadena de producción, desde el guion hasta la distribución, incluido el montaje.
Este sistema de producción era rentable tanto comercial como artísticamente. A pesar de esta automatización en la elaboración de películas, directores de renombre como Frank Capra, Howard Hawks, John Ford, Alfred Hitchcock, John Huston y Billy Wilder crearon en él sus películas de referencia y fundaron nuevos estilos. En esa época, muchos de los mejores realizadores, guionistas, actores, directores de fotografía y compositores de todas las nacionalidades trabajaban en Hollywood, gracias especialmente a una cierta comodidad en el trabajo. La calidad técnica de las películas tenía un importante nivel.
Pero la fórmula del éxito estaba cambiando y, con el advenimiento de la televisión, Hollywood se sintió amenazado y respondió mediante la producción de epopeyas monumentales, como Los diez mandamientos (1956) o Ben-Hur (1959), e inventando y popularizando innovaciones técnicas como el Cinemascope. Muchas de las películas del «viejo Hollywood» se desarrollaban en un mundo idealizado y respondían a las exigencias de un público en busca de entretenimiento que no quería ser confrontado a la realidad social.
En la década de 1960, la «fábrica de sueños» de Hollywood y las fórmulas que había estandarizado alcanzaron un punto muerto. Las carreras de directores de renombre como Alfred Hitchcock, Billy Wilder o John Ford declinaban, y las estrellas de la «edad de oro» o habían muerto —Humphrey Bogart, Errol Flynn, Gary Cooper, Clark Gable— o estaban retiradas —Cary Grant— o habían envejecido notoriamente para interpretar a sus papeles habituales —James Stewart, Henry Fonda, Ingrid Bergman, Katherine Hepbun— . Los ejecutivos de los estudios, todos muy mayores, como Jack Warner o Samuel Goldwyn, ocupaban sus puestos desde la época del cine mudo y habían perdido todo contacto con la realidad social del momento. Se producían más y más películas para un público que ya no existía, porque ahora era mayoritariamente joven, educado y universitario. En un intento desesperado de recuperarlo, los estudios invertían inmensas sumas en películas monumentales (Cleopatra, 1963) o en comedias musicales (Sonrisas y lágrimas, 1965).
El vacío artístico visible en el Hollywood de mediados de los años 60 permitió a cineastas jóvenes instaurar una nueva forma de hacer cine. En 1967, Arthur Penn realizó con Bonnie y Clyde una película de gánsteres cuya posición escéptica anti-establishment, rompiendo tabúes de Hollywood y con un estilo de narración lírico y moderno, conectó con el espíritu de su tiempo. El mismo año, Mike Nichols sedujo con su película El graduado, en la que Dustin Hoffman, una revelación para el público y los críticos con esta película, componía un personaje rebelde contra el mundo aburrido, rancio y «pequeño burgués» de la generación de sus padres.
El primer gran éxito que registró el «nuevo Hollywood» fue la road movie Easy Rider de Dennis Hopper (1969), que narraba el viaje de unos hippies, interpretados por Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson, en el corazón de una América profunda conservadora y racista. Easy Rider, que había costado apenas 400 000 dólares, fue recibida con entusiasmo por la «generación Woodstock» y tuvo un enorme éxito comercial en todo el mundo, recaudando aproximadamente 60 millones de dólares.
El experimentado director de Hollywood Sam Peckinpah firmó algunos westerns de tercera generación o crepusculares inimitables, poéticos y pesimistas como The Wild Bunch (1969) y Pat Garrett y Billy the Kid (1973). Peckinpah mostraba su simpatía por los fuera de la ley fracasados —a la manera de los entrañables bandidos de Butch Cassidy and the Sundance Kid de George Roy Hill (1969)— ante un Estado todopoderoso que los abatirá sin piedad. En Pequeño gran hombre (1969), «antiwestern» satírico y divertido, Dustin Hoffman encarna a un antihéroe amigable en medio de las guerras con los indios. La simpáticos indios de la película contrastan con la representación del héroe nacional George Armstrong Custer como un psicópata brutal.
En McCabe & Mrs. Miller (1971), Robert Altman se libera de todas las reglas del género y traza el retrato de un aventurero desencantado en una cenagosa ciudad del Oeste. En The Missouri breaks de Arthur Penn (1975), Marlon Brando interpreta a un extraño asesino parodiando a los bandidos tradicionales del western. Robert Redford interpreta para Sydney Pollack a un joven trampero que descubre la belleza y la crudeza de las Montañas Rocosas en Las aventuras de Jeremiah Johnson, (1971).
A finales de los años 60, el humorista teatral Woody Allen comenzó a representar las neurosis —a menudo sexuales— de un ciudadano moderno que culminó en comedias originales como Annie Hall (1977) o Manhattan (1979), con la ayuda de la innovadora fotografía de Gordon Willis. Con sus gafas y su frágil figura, Allen, protagonista de la mayoría de sus películas, era la figura emblemática del antihéroe de esta era. Woody Allen ha sido guionista, director y actor de sus creaciones. Esta libertad era posible en el seno de la United Artists, que produjo sus películas en los años 70 y que obtuvo algunos beneficios tanto en términos culturales y de popularidad como económicos.
Mel Brooks creó una serie de películas paródicas como El jovencito Frankenstein (1974) o La última locura de Mel Brooks (1976), en la que se burlaba del Hollywood clásico de forma irrespetuosa pero sin animosidad.
Con La noche de los muertos vivientes (1968), rodada sin grandes medios, George A. Romero sentó las bases del cine de terror moderno, donde la amenaza de zombis mutantes sobre la gente de la ciudad simboliza una sociedad esclerotizada por el racismo y el consumismo. También en difíciles circunstancias financieras, John Carpenter rodó una serie de thrillers críticos, iniciada con Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976) caracterizada por su ambiente sombrío y pesimista. En The Texas Chain Saw Massacre (1974) de Tobe Hooper, unos apacibles jóvenes de provincias son brutalmente asesinados por unos granjeros desequilibrados. Rosemary's Baby (1968), El exorcista (1973) y La profecía (1976) ponen en escena a "niños-demonio" poseídos por el Mal. Estas tres películas se pueden interpretar como alegorías sobre el conflicto generacional de la época.
Las películas de ciencia ficción del «nuevo Hollywood» se distinguen por su clima pesimista y crítico con la civilización y su futuro. En El planeta de los simios (1968) y The Omega Man (1970), Charlton Heston se aventura en mundos post-apocalípticos opresivos. Cuando el destino nos alcance (1973), también con Charlton Heston, muestra la fase terminal de la civilización occidental bajo la influencia de la niebla, la contaminación y una nueva forma sofisticada de canibalismo. En Naves misteriosas (Silent running, 1972) de Douglas Trumbull, los últimos bosques de la Tierra se mantienen en una nave espacial invernadero. En La amenaza de Andrómeda (1971) de Robert Wise, unos microorganismos extraterrestres atacan un laboratorio secreto. En The Crazies (1973), de Romero, unas substancias químicas militares hacen mutar en asesinos a pacíficos campesinos.
John Carpenter describe en Dark Star (1974) las aventuras absurdas de la tripulación de una nave cuya misión es aniquilar «planetas inestables». En THX 1138 (1971) de George Lucas, las víctimas de una dictadura aseptizada se rebelan contra su verdugo. Sucesos en la IV fase (1974) de Saul Bass cuenta la historia de un equipo de científicos en una lucha inútil contra una sociedad de hormigas de inteligencia superior. Finalmente, la película Alien, el octavo pasajero (1979) de Ridley Scott, que revolucionó la estética de la ciencia ficción, representa a través de una atmósfera de pesadilla el exterminio por un agresivo extraterrestre de la tripulación de una nave espacial.
La música popular de los años 1960-70 es ampliamente utilizada como banda sonora en las películas del «nuevo Hollywood». Paralelamente, se producen películas musicales como Head (1968), donde Bob Rafelson cuenta, con guion de Jack Nicholson, las aventuras emocionantes y psicodélicas del grupo de pop-rock The Monkees, inspiradas en la película sobre los Beatles de Richard Lester. Bob Fosse, célebre coreógrafo de comedias musicales, obtiene ocho premios Óscar con Cabaret (1972). El documentalista D. A. Pennebaker filmó una gira de Bob Dylan en Dont Look Back (1967) y el festival Monterey Pop (1968). La película de Michael Wadleigh sobre Woodstock está considerada el documento testimonial de la generación «flower power». En El último vals, Martin Scorsese filmó el concierto de despedida del grupo The Band. Otros musicales destacados son Pete's Dragon (1977) o Grease (1978).
En la mayor parte de las películas del «nuevo Hollywood», el director desempeña un papel central en su elaboración. Sigue siendo el responsable de la historia y del punto de vista artístico de la película, y dispone del «final cut», es decir, que decide hasta el final el montaje de su película. En las anteriores producciones de Hollywood, solo los productores o ejecutivos de los estudios tenían ese poder de decisión final.
La mayoría de los realizadores del «nuevo Hollywood» se reconocía en la tradición europea del cine de autor, donde el director también está implicado en el guion, la producción y el montaje. Muchas de las innovaciones del «nuevo Hollywood», estilísticas o de guion, eran continuadoras de las de la «Nouvelle Vague» francesa o del neorrealismo italiano.
Estos cineastas, muy cinéfilos, estaban entusiasmados con la calidad del cine europeo y admiraban a realizadores como François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jean Renoir, Ingmar Bergman, Federico Fellini, Luchino Visconti y Michelangelo Antonioni. Mantuvieron una distancia con las producciones comerciales de Hollywood y querían conservar una visión personal, rodando películas profundamente sutiles y artísticas.
Las películas del «nuevo Hollywood» se ocupan de temas sociales y a menudo evocan los movimientos de protesta de la época que se rebelan contra las rígidas estructuras sociales y la guerra de Vietnam, y preconizan la liberalización de la sociedad.
Las historias del «nuevo Hollywood» no tienen lugar en un mundo idílico y hermético, sino que dan paso a una visión realista de los individuos y sus problemas. No se convierte en héroes a los protagonistas, sino que se indaga y se analizan sus acciones y motivaciones. Muchos de ellos se enfrentan a la realidad sin encontrar soluciones, o terminan en fracaso, a menudo fatal, como mártires de un «sistema» que los ha vencido moralmente.
Los representantes de la autoridad —Estado, familia...— son corruptos, psicópatas, conspiradores. Los poderosos, los que están en las alturas, se muestran en bancarrota moral. Tras la apariencia de decoro esconden maniobras opacas dignas de los servicios secretos, amenazando al ciudadano medio inerme. El «nuevo Hollywood» refleja el estado de inseguridad y la paranoia de la era de Vietnam y del Watergate.
Las bandas sonoras de las películas a menudo incorporan grupos de música que simbolizan esas aspiraciones de descontento y rebeldía, como Bob Dylan, Cat Stevens, Simon y Garfunkel, The Doors, Steppenwolf y los Rolling Stones.
En cuanto a la técnica, innovaciones tales como cámaras mucho más ligeras hicieron posibles nuevos estilos de narración. Al igual que los de la Nouvelle Vague, los cineastas pudieron abandonar los platós para rodar en exteriores, a veces con un estilo casi documental, sin iluminación adicional. La estética típica de estas películas se puede definir como de «documentales puestos en escena» o «documentales dirigidos» (Perdidos en la noche, The French Connection, Mean Streets). Este enfoque realista, que pretende ofrecer una perspectiva objetiva del mundo, se combinaba a menudo, paradójicamente, con un estilo expresionista, cuya postura estilística tomaba como bandera la subjetividad de la mirada. Los adelantados de estos cineastas realistas fueron los directores de documentales Richard Leacock, D. A. Pennebaker, y Albert y David Maysles.
Los papeles del «nuevo Hollywood» no estaban destinados, en general, a las estrellas ya consagradas de Hollywood, muchas de cuyas carreras estaban en declive a finales de los años 60. Fueron reemplazados por intérpretes alejados de los cánones físicos del género, sin auténtico glamour, pero con un talento que fue rápidamente apreciado, con la intención de instaurar un nuevo realismo en la interpretación de los personajes. Así comenzaron sus carreras Gene Hackman, Robert Duvall, Martin Sheen, John Cazale, Gene Wilder, Richard Dreyfuss, Donald Sutherland, Elliott Gould o Bruce Dern. Muchos de estos actores procedían del teatro «off-Broadway» y no habrían podido aspirar más que a papeles secundarios en el antiguo sistema de Hollywood.
Jack Nicholson, Robert De Niro, Dustin Hoffman y Al Pacino son los principales actores de esa época. Gracias a su compromiso intenso y a su composición de los personajes alcanzaron un estatus de «superestrella» de Hollywood que duraría décadas.
Warren Beatty y Robert Redford también se convirtieron en estrellas del «nuevo Hollywood». A pesar de su apariencia más conforme con el estereotipo de actor-estrella, aportaron a sus interpretaciones un escepticismo y una melancolía opuestas al tradicional glamour. Además, asumieron las funciones de directores y productores. Jon Voight y Ryan O'Neal, destacados también por su físico, interpretaron importantes papeles del «nuevo Hollywood». Actores ya famosos como Paul Newman, Burt Reynolds, Steve McQueen y Burt Lancaster trabajaron con los principales directores de ese movimiento. El legendario Marlon Brando, después de un bache en su carrera, revivió gracias a Francis Ford Coppola y sus papeles en El padrino y Apocalypse Now.
Los temas «masculinos» del «nuevo Hollywood» dejaban poco sitio a las actrices para los principales papeles. Entre las actrices que surgieron del movimiento se cuentan Faye Dunaway, Jane Fonda, Barbra Streisand, Diane Keaton, Jill Clayburgh, Ellen Burstyn y Karen Black, muchas de las cuales también alejadas de los cánones clásicos de belleza que se estilaban en el antiguo Hollywood.
El «nuevo Hollywood» alcanzó su cima artística y comercial a principios de los años 70. Realizadores que hasta ese momento solo habían rodado películas de bajo presupuesto consiguieron un considerable éxito popular mundial.
William Friedkin inició en 1971 con The French Connection el prototipo de cine policiaco moderno y con Gene Hackman compuso su personaje de investigador de estupefacientes fanático y con un racismo latente. Friedkin reincidió dos años más tarde con El exorcista, película de terror con un convincente punto de vista artístico, que se convirtió en un fenómeno mundial.
El muy cinéfilo Peter Bogdanovich consiguió el éxito con sus primera películas, la melancólica The Last Picture Show (La última película) (1970) y la atrevida comedia La chica terremoto (What's Up Doc) (1972).
El polaco Roman Polanski vivía desde hacía varios años en Hollywood y sorprendió a la crítica y al público con la trama coral de Chinatown (1974), brillante puesta en escena en la que Jack Nicholson interpreta a un detective privado al que el personaje del propio Polanski le raja la nariz con una navaja.
El americano de origen italiano Francis Ford Coppola obtuvo un éxito aun mayor. Fascinó a público y crítica con la epopeya mafiosa de los «Padrinos». El padrino muestra a Marlon Brando en el papel, luego parodiado a menudo, de barroco jefe de la mafia cuyo concepto del honor no es compartido por sus sucesores y competidores sin escrúpulos. Con su secuela El padrino II (1974) y la fascinante epopeya sobre Vietnam Apocalypse Now (1979) , Coppola se impuso como uno de los cineastas más importantes de la década de 1970. Es uno de los pocos realizadores que han ganado dos veces la Palma de Oro (Apocalypse Now y La conversación).
Las películas de Coppola, Friedkin y Bogdanovich tienen en común haber transformado el «toque radical» del «nuevo Hollywood» en un estilo más atemperado, más destinado a las masas, poco antes del declive del movimiento, sustituido por la era de las superproducciones.
A mediados de la década de 1970, el éxito de los realizadores ya clásicos del «nuevo Hollywood» como Mike Nichols, Robert Altman y Arthur Penn disminuyó. Otros, como George Roy Hill, Sydney Pollack, Milos Forman y Alan J. Pakula acometieron con un estilo innovador películas comerciales de éxito como El golpe (The Sting, 1973), Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo's Nest), 1975) o Todos los hombres del presidente (All the President's Men, 1976), combinando la tradición del «nuevo Hollywood» con una puesta en escena comercialmente más adaptada.
El director Martin Scorsese, también italoestadounidense, surgido, como muchos otros, de la escuela del productor de películas de serie B Roger Corman, quien había construido un sistema eficaz y lucrativo al margen de Hollywood. Las futuras estrellas de la realización practicaban la puesta en escena, y actores como Jack Nicholson, Robert De Niro, Sylvester Stallone o Bruce Dern consiguieron en ella sus primeros papeles.
Scorsese convenció en primer lugar en 1973 con Mean Streets, un retrato realista sobre los mafiosos de las calles neoyorquinas. En 1976 estrenó Taxi Driver, Palma de Oro convertida en un clásico de la historia del cine. En ella, Robert De Niro se reveló en el papel de un veterano de Vietnam desquiciado que inicia una campaña de venganza en las calles de Nueva York.
Ya fuera de este periodo Scorsese consiguió uno de sus mayores logros cinematográficos, la angustiosa Toro salvaje (Raging Bull, 1980), en la que la interpretación de De Niro marcó un hito, se convirtió en 1980 en un nuevo clásico.
El fin del «nuevo Hollywood» corre en paralelo con la aparición de los realizadores George Lucas y Steven Spielberg, procedentes de la misma generación. El exdirector de telefilms Spielberg, que llamó la atención con su thriller para televisión Duel (1971), emprendió sin mucho éxito comercial su carrera cinematográfica con The Sugarland Express (1974), una variante de Bonnie y Clyde, para alcanzar el estrellato con Tiburón (Jaws, 1975), enorme éxito con el apoyo de un marketing eficaz, siendo el precursor de las superproducciones de verano. Con su película sobre los ovnis, optimista y visualmente espectacular, Close Encounters of the Third Kind (Encuentros en la tercera fase, 1977) Spielberg realizó un contrapeso a las visiones apocalípticas de la ciencia ficción tradicional.
George Lucas superaba en ese momento los éxitos de Spielberg. Firmó un primer gran éxito en 1973 con la nostálgica American Graffiti. En 1977, su ópera espacial Star Wars batió todos los récords y estableció en cierto modo un nuevo tipo de «religión» en la cultura popular. La guerra de las galaxias, cuya trama puede compararse con un cuento de fantasía, preconiza la estructura formal de los llamados blockbuster: personajes bien identificados, victoria de los «buenos» sobre los «malos», historia con final feliz, en oposición a otras temáticas del «nuevo Hollywood». La abundancia de efectos especiales y la híper distribución internacional completarán esta «fórmula del éxito», recuperada más tarde por Hollywood.
La aparición de Spielberg y Lucas, que inventaron los blockbuster «positivos» selló el final del «nuevo Hollywood», escéptico y crítico. Tras el final de la guerra de Vietnam y la caída de Richard Nixon, el público de masas quería ver de nuevo películas ligeras con happy end o final feliz, en lugar del cuestionamiento constante de los comportamientos sociales. Como al mismo tiempo los realizadores del «nuevo Hollywood» se encontraban en declive o fracasaban debido a su megalomanía, de repente ya no había sitio para su visión cinematográfica. A finales de los 70, lejos ya del nuevo Hollywood producciones anti-stablishment de gran presupuesto como Heaven's Gate (Michael Cimino, 1980), The Blues Brothers (John Landis, 1980) o 1941 (Steven Spielberg, 1980) fueron rotundos fracasos comerciales. Los estudios se reorientaron de una manera radical hacia las películas de formato, mucho más lucrativas. Los productores aprovecharon para recuperar el control que habían perdido en favor de los realizadores del «nuevo Hollywood».
Wes Craven, David Cronenberg y John Carpenter, destacados directores en el género de terror, forman un cañón de cineastas surgido en los años 1970 conocidos, en conjunto, como "las tres C's". Los tres directores tienen sus inicios durante los años 1970, en la plenitud del "nuevo Hollywood", donde aprendiendieron las nuevas propuestas que se estaban adoptando, para poder mezclarlas con un estilo más atractivo y comercial.
David Cronenberg, con su estilo basado en el temor de la carne y John Carpenter, con su saga Halloween iniciada en 1978 comenzaron a brillar ya pasado, estrictamente, el "nuevo Hollywood". Solo Wes Craven cosechó cierto éxito durante la cumbre de este período con el clásico La última casa a la izquierda (The Last House on the Left) (1972), y lo continuó posteriormente, en 1977 con Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes) (1977) y en los años 1980 con su saga super taquillera Pesadilla en Elm Street (1984).
Bajo la era de Reagan, el cine se orientó hacia éxitos patrióticos y optimistas (Rambo 2, Top Gun). Spielberg y Lucas consolidaron sus posiciones como directores/productores de trilogías muy lucrativas (Star Wars, Indiana Jones, Back to the Future), producciones más suaves, abundantes en efectos especiales y decididamente orientadas hacia el entretenimiento juvenil. Películas de acción como Aliens, el regreso (1986) y Die Hard (1988) se convirtieron en éxitos mundiales y fundaron un nuevo subgénero. La superficialidad de los spots publicitarios y de los vídeos musicales fue adaptada con éxito a la gran pantalla Flashdance (1983), 9 semanas y media (1986).
Los cineastas importantes del «nuevo Hollywood» como Coppola, Penn o Nichols se instalaron durante este tiempo en una rutina de películas de encargo. Las carreras de Friedkin, Bogdanovich, Ashby, Altman y Scorsese se estancaron.
La era del «nuevo Hollywood» había terminado definitivamente, pero veteranos como Altman o Scorsese se renovaron con éxitos de crítica en los años 90 (Goodfellas, Casino, Vidas cruzadas).
Pauline Kael, una de las críticas americanas más influyentes, apoyó al «nuevo Hollywood» a través de sus artículos y entrevistas y mantuvo relaciones de amistad con algunos de sus protagonistas.
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