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Tercera República de Francia



La Tercera República Francesa (en francés Troisième République française) fue el régimen republicano en vigor en Francia de 1870 a 1940. Fue el primer régimen francés duradero desde la caída del antiguo régimen en 1789. En efecto, Francia había experimentado en ochenta años, siete regímenes políticos: tres monarquías constitucionales, dos repúblicas efímeras (durante doce y cuatro años respectivamente) y dos imperios. Estas dificultades contribuyen a explicar la indecisión de la Asamblea Nacional, la cual demoró nueve años, de 1870 a 1879, para renunciar a la monarquía y proponer una tercera constitución republicana.

Formando una constitución de compromiso, las Leyes constitucionales de 1875 estableciendo una república parlamentaria de tipo bicameral. Marcados por el Golpe de Estado de 1851, dirigido por su primer presidente electo, los republicanos acordaron en la práctica al presidente un rol meramente representativo. La Tercera República constituyó lo que Philip Nord llamó "el momento republicano[1]​", es decir un periodo marcado por una fuerte identidad democrática, que las leyes sobre la educación, la laicidad, los derechos de huelga, de asociación y de reunión ilustran. La Tercera República es también una época en la que la vida de los franceses es "apasionadamente política, tanto como la vida de un pueblo puede serlo en un periodo no revolucionario".[2]​ Es lo que Vincent Duclert califica de "nacimiento de la idea de Francia como nación política[3]​"

La Tercera República fue también un periodo marcado por toda una serie de reformas sociales a las cuales la sociedad aspiraba, notablemente por la adopción de una legislación más favorable para los empleados.

Nacida en la derrota, la Tercera República evolucionó de su proclamación a su caída en un contexto de confrontación con Alemania. La Tercera República es el régimen que permitió a la república instalarse de manera duradera en la historia francesa después del fracaso de la primera (1792-1804) y segunda (1848-1852), las cuales sólo habían durado doce y cuatro años, respectivamente.

Francia ya había experimentado en dos ocasiones regímenes republicanos, por lo cual la ideología del republicanismo no resultaba ajena a la historia política del país. Así, en el contexto de la Revolución Francesa se instauró la Primera República tras el destronamiento de Luis XVI, la cual existió entre los años 1792 y 1804 cuando Napoleón Bonaparte la disolvió al proclamarse emperador.

Asimismo, tras la Revolución de 1848 que destronó al rey Luis Felipe I se proclamó la Segunda República, que duró hasta 1852, cuando Luis Napoleón Bonaparte instauró el Segundo Imperio

El 19 de julio de 1870 había estallado la guerra franco-prusiana entre el Segundo Imperio francés y el Reino de Prusia, en la cual este último había logrado la colaboración militar de otros estados alemanes (como los reinos de Baden, de Wurtemberg, y de Baviera). Iniciadas las campañas bélicas entre las tropas en lucha, el curso de la guerra se inclinó pronto a favor de Prusia, que obtuvo continuos triunfos militares sobre los franceses. El propio emperador francés Napoleón III había asumido el comando militar de sus fuerzas pero a fines de agosto quedó cercado con un gran contingente de soldados franceses en las fortificaciones de Sedán, soportando allí un duro asedio de las tropas prusianas. Sin posibilidades reales de romper el cerco o salvar sus tropas, Napoleón III aceptó capitular ante los jefes militares prusianos el 2 de septiembre de 1870 y quedó como prisionero de guerra junto con varios miles de sus soldados. Tal decisión resultó crucial para la política de Francia, al quedar el país sin jefe de Estado repentinamente.

El político Léon Gambetta, líder de la oposición republicana en la Asamblea Nacional, proclamó la República en París el día 4 de septiembre en medio de la furia popular contra Napoleón III al conocerse la grave derrota de Sedán. El mismo día, se estableció en París un Gobierno de Defensa Nacional encabezado por el general Louis Jules Trochu, gobernador militar de París, y compuesto entre otros de Gambetta, Jules Favre, Jules Ferry, Henri Rochefort, Jules Simon, Emmanuel Arago y Adolphe Crémieux.

Los esfuerzos del nuevo régimen no impidieron que las fuerzas prusianas al mando del general Helmuth von Moltke pusieran sitio a París desde el 19 de septiembre de 1870. Los esfuerzos del Gobierno de Defensa Nacional resultaron vanos y no fue posible reconstruir un ejército francés capaz de levantar el asedio prusiano a París, la cual capituló el 28 de enero de 1871 tras varios meses de privaciones y hambruna. El general Moltke recibió órdenes de Otto von Bismarck de dejar una guarnición prusiana en París, pero retirar la mayor parte de sus tropas a posiciones de fácil defensa cercanas a la ciudad. En paralelo quedó acuartelada en París la llamada Guardia Nacional que había sido encargada de asegurar la defensa de la capital durante el asedio prusiano.

El Gobierno de Defensa Nacional pactó un armisticio con los prusianos el 28 de enero de 1871 para así celebrar elecciones legislativas para la Asamblea Nacional el 8 de febrero. Como resultado de estas elecciones, Adolphe Thiers ocupó la presidencia de Francia desde el 18 de febrero de 1871, pero Thiers no fue proclamado "presidente" de manera oficial sino "jefe del Poder Ejecutivo de la República" en consideración a que el régimen republicano aún no estaba regulado por una Constitución. De los 768 escaños de la Asamblea Nacional, solo 675 pudieron ser ocupados por causa de la guerra; asimismo, los monárquicos resultaron ser mayoría absoluta al ganar 396 escaños.

La Guardia Nacional, formada en su mayoría por individuos de las clases populares y miembros de la pequeña burguesía, mantuvo un gran resentimiento contra el Gobierno de Defensa Nacional que no pudo impedir la rendición de la ciudad de París. De hecho, la Guardia Nacional, anárquica, rehusó entregar a las tropas gubernamentales sus cañones y armas pesadas, y eventualmente el 18 de marzo de 1871 se sublevó y tomó el control de París, instaurando un gobierno municipal popular conocido como la Comuna de París, en oposición a la política del Gobierno de Defensa Nacional instalado en Versalles y presidido por Adolphe Thiers. La Comuna sería combatida por las fuerzas gubernamentales y acabaría violentamente aplastada en una campaña militar (incluyendo un severo y destructivo combate urbano dentro de París) que terminó el 28 de mayo de 1871.

Tras el Tratado de Fráncfort celebrado el 10 de mayo de 1871, el gobierno francés pactó la paz con el Imperio alemán, acordando la retirada parcial de las tropas prusianas del suelo francés. Francia cedió la provincia francesa de Alsacia, parte de los Vosgos y parte de la provincia de Lorena a Prusia, que fueron anexadas como "territorio imperial". Aceptó pagar reparaciones de guerra por un importe de cinco mil millones de francos de oro, mientras Prusia ocupaba con sus tropas varios departamentos del norte de Francia hasta el pago total de la deuda.

Aprovechando la caída de Napoleón III grupos monárquicos trataron de instaurar en Francia una monarquía constitucional, para lo cual ya existían desde hacía muchos años dos bandos aspirantes al trono francés. El primero era de los legitimistas que apoyaban a los Borbones herederos de Carlos X (que había sido derrocado en 1830), reconociendo a su nieto Enrique V, conde de Chambord, como rey. El otro bando era el de los orleanistas que apoyaban a los herederos de Luis Felipe I de Francia, el "Rey Ciudadano" derrocado en 1848, reconociendo a su nieto, Luis Felipe, conde de París, como legítimo heredero.

Ambos grupos pactaron que el conde de Chambord reinaría como Enrique V de Francia, y a su muerte heredaría el trono el conde de París, pues Enrique no tenía hijos. El conde de Chambord retornó brevemente a Francia en julio de 1871[4]​ e, instalado en Chambord, rechazó la bandera tricolor y pidió restablecer la antigua bandera monárquica (blanca con flores de lis) usada durante la Restauración.[5]​ Estas condiciones causaron la división entre los monárquicos y la alienación de la opinión pública, haciendo imposible la «restauración» proyectada, al punto que el propio Adolphe Thiers, pese a su conservadurismo, prefirió empezar a formalizar la República.

Aunque, tras la renuncia de Thiers en mayo de 1873, ocupó la presidencia el monárquico mariscal Mac-Mahon y que en la Asamblea Nacional subsistió una mayoría monárquica hasta las elecciones legislativas de 1876, la intransigencia del conde de Chambord favoreció la causa republicana y dividió a los diputados monárquicos en la Asamblea. El Conde de París, por su parte, que había jurado fidelidad a «Enrique V de Francia», tuvo que esperar a la muerte de este, en 1886, para reclamar el trono; sin embargo, por aquel entonces, la república ya estaba firmemente establecida.

Aunque el general monárquico Patrice de Mac-Mahon fue elegido "presidente de Francia" en 1873 para gobernar por un plazo de siete años, pronto los republicanos ganaron mayor preponderancia política. La impopularidad de la monarquía definió el debate político cuando la Asamblea Nacional de Francia discutió una nueva Constitución durante el año 1874, al punto que el 30 de enero de 1875 los diputados republicanos se consideraron lo bastante fuertes para proponer la "Enmienda Wallon" al proyecto constitucional para agregar la frase Le président de la République est élu par le Sénat et par la Chambre ( en francés: "El presidente de la República es elegido por el Senado y la Cámara"). Esta frase fue aprobada en la Asamblea Nacional por un solo voto (353 a 352) y con ello Francia quedó oficialmente consagrada como república.

Entre febrero y julio de 1875 se sentaron las bases de la república con la aprobación de leyes constitucionales. Se creó un parlamento con dos cámaras: la Cámara de Diputados y el Senado de Francia, así como los cargos de presidente de la República y presidente del Consejo (primer ministro o jefe de gobierno). El jefe de Estado era el presidente de la República, pero como jefe de Gobierno al primer ministro, quien era elegido por la Cámara de Diputados y el Senado de Francia. Estos cuerpos legislativos eran elegidos por sufragio universal (directo en el caso de la Cámara e indirecto el Senado), y reunidos eran los encargados de elegir al Presidente; una moción de censura parlamentaria podía forzar la inmediata dimisión del primer ministro, pero nunca del presidente, cuyo mandato duraba siete años.

Las elecciones generales a la Asamblea de los Diputados del 20 de febrero de 1876 dieron una clara victoria de los republicanos,[6]​ por lo que el presidente de la República nombró sucesivamente como presidentes del Consejo a dos republicanos y conservadores, Jules Dufaure y Jules Simon, que no consiguieron lograr la confianza del Parlamento. Para el 16 de mayo de 1877, la opinión popular había dejado de apoyar la monarquía y apoyaba ahora a la instauración definitiva de la república.

El presidente de la república, Patrice MacMahon, duque de Magenta y monárquico convencido, maniobró a último momento para restaurar la monarquía cesando en su cargo al primer ministro republicano Jules Simon, y colocando en su lugar al monárquico duque de Broglie, en contra de la mayoría parlamentaria. Luego Mac-Mahon disolvió la Cámara de Diputados y convocó elecciones en octubre de 1877, que confirmaron la mayoría republicana. MacMahon no reconoció el resultado de las elecciones que se habían hecho por sufragio universal masculino, e intentó de nuevo disolver la Cámara de Diputados pero el Senado se lo negó. La maniobra no obtuvo el resultado que Mac-Mahon esperaba y se le acusó de intentar un golpe de estado. Las elecciones municipales de enero de 1878 dieron la mayoría de los ayuntamientos a alcaldes republicanos, un éxito que confirmaron las elecciones para renovar un tercio del Senado en enero de 1879.[6]​ Aislado y sin apoyos, el "presidente monárquico" Mac-Mahon se vio obligado a renunciar el 28 de enero de 1879.

La Cámara y el Senado eligieron entonces como presidente al abogado Jules Grévy, un republicano moderado, para sucederle. El nuevo presidente de la República declaró en su toma de posesión que "nunca iría en contra de la voluntad de las cámaras", y renunció a su derecho legal de disolver la Cámara de Diputados, iniciando con este gesto un régimen fundamentalmente parlamentarista que fue una de las características principales de la Tercera República. Siguiendo el ejemplo de Grévy, la mayoría de los siguientes jefes de Estado se mantuvieron en un papel discreto detrás de los presidentes del Consejo de Ministros que asumían en la práctica el gobierno del país.

En 1879, Jules Grévy nombró a la presidencia del Consejo de Ministros al republicano Jules Ferry, quien se convirtió en una de las personalidades más destacadas de la Tercera República francesa. En junio de 1882, el parlamento aprobó la "Ley de alienación" que permitió al gobierno vender la mayoría de las Joyas de la Corona, con el objetivo de sufragar el acceso gratuito de la población a los museos nacionales y además lanzar un gran golpe de propaganda contra los monárquicos con el lema de "no puede existir un rey si ya no existe corona ni cetro".[7]

Tras la caída del II Imperio, y la derrota de la Comuna de París, se instauró en Francia una fuerte corriente ideológica de republicanismo y de laicismo, ya expuesta por Léon Gambetta, que el 4 de mayo de 1877 pronuncia en la Cámara de Diputados un discurso contra “ese espíritu de invasión y de corrupción” que a sus ojos es el clericalismo, y acaba con una frase que se hará célebre: «le cléricalisme, voilà l'ennemi!» (“El clericalismo, éste es el enemigo”). A partir de entonces se pone en marcha una abierta política anticlerical inspirada en el ideal de la “laïcité” y que culminará con la aprobación en 1905 de la Ley de Separación de las Iglesias y del Estado, dirigida esencialmente contra la Iglesia católica en Francia, considerada por muchos republicanos como un bastión del conservadurismo más reaccionario y antiliberal.

En 1881-1882 el gobierno de Jules Ferry aprobó nuevas leyes educativas que establecían la enseñanza gratuita (1881) y obligatoria y la educación laica (1882), sentando las bases de la educación pública francesa. Estas leyes fueron completadas con la de 30 de octubre de 1886, llamada Ley Goblet, que permitía solamente maestros laicos en las escuelas primarias públicas: los maestros que fueran clérigos debían dejar su puesto en un plazo de cinco años, aunque para las maestras no se fijaba ninguno, y en 1914 todavía había escuelas en manos de monjas.

Esta separación de la Iglesia y el Estado en el ámbito escolar se extendió a otros, como el funerario (la ley de 1881 secularizó los cementerios; otra de 1887 puso fin a las restricciones a los funerales civiles y permitió la cremación de los cadáveres); y también a la salud pública: los hospitales fueron laicizados, expulsando a los capellanes y sustituyendo progresivamente a las monjas por enfermeras diplomadas, aunque este proceso fue muy lento; las salas de hospital perdieron sus nombres católicos y recibieron otros que recordaban a grandes inventores o médicos. También se tomaron medidas para laicizar el espacio público: los crucifijos fueron retirados de las paredes de hospitales, escuelas y tribunales; se restringió la salida de procesiones fuera de los lugares consagrados al culto y el porte de la sotana por la calle.[8]​ Le siguieron otras leyes dirigidas a afianzar la preeminencia absoluta del Estado y la libertad de conciencia de todos los ciudadanos: como la de 1883 que prohíbe rendir los honores militares dentro de un edificio religioso; la de 1884 que no reconoce otro matrimonio que el civil y regula el divorcio; la de 1889, que obliga a los miembros del clero a cumplir con su deber militar.[9]

Al mismo tiempo se desató una campaña de anticlericalismo a través de los periódicos republicanos y librepensadores y de folletos y libros. En uno de ellos se decía: “el desenfreno, la holgazanería, la intolerancia, la glotonería, la rapacidad frailuna son otros tantos portillos que nos abren la ciudadela clerical”. En la estela de Eugenio Sue aparecieron muchos otros novelistas, como Marie-Louise Gagneur (Le crime de l’abbé Maufrac, La Croisade noire, Un chevalier de sacristie), Hector France, Jules Boulabert (Les ratichons). Autores más prestigios también mostraron clérigos antipáticos e incluso repulsivos, como Émile Zola, en La Terre o en La Faute de l’abbée Mourret.

Las normas anticlericales y laicistas aumentaron en el gobierno de Émile Combes, con la aprobación de las leyes de 1904 que prohibían a las congregaciones religiosas dedicarse a la enseñanza escolar,[10]​ por lo que cerraron unas 12.500 escuelas religiosas,[11]​ excepto en Alsacia-Lorena, que estaba en poder de Alemania; la mayoría de estas órdenes religiosas expulsadas se instalarán en España, donde fundarán colegios.[12]​ Esta política anticlerical provoca la ruptura con la Santa Sede en 1904.

En 1905 la Asamblea Nacional aprueba la Ley de Separación de la Iglesia y del Estado aboliendo el concordato: desde ese momento la República no reconoce ningún culto. Uno de sus promotores fue la Asociación de Librepensadores de Francia, que realizó diversos actos, algunos de los cuales terminaron en altercados con católicos, causando heridos y algún muerto. La ley, sin embargo, no contentó plenamente a algunos de ellos porque hacía alguna concesión a la Iglesia católica, como la de que continuaría detentando el uso exclusivo de los templos.[13]

Francia era un país que había alcanzado un cierto nivel de crecimiento económico durante la época del Segundo Imperio, cuando el capitalismo y la industrialización transformaron la economía del país y las vidas de sus habitantes. Ya en los días de Napoleón III los grandes empresarios habían alcanzado un alto nivel de influencia política, pero ésta se acrecentó tras la proclamación de la República, cuando la estructura del nuevo régimen político permitió a la más adinerada burguesía francesa desplazar grandemente a la antigua aristocracia en cuanto a poder e influencia.

La industria pesada se desarrolló nuevamente, colocando a Francia como nación industrializada aunque inmediatamente después de Gran Bretaña y Alemania en cuanto a volumen de sus industrias, equiparándose a la agricultura que tradicionalmente había sido la actividad económica principal del país. La industrialización fomentó el comercio internacional de exportación, colocando a la economía francesa como proveedora de variados bienes de consumo.

No obstante, la producción agrícola nunca perdió del todo su importancia y rentabilidad en la economía francesa gracias a la aplicación de tecnología en su explotación, con lo cual la industrialización de los productos agrícolas y sus derivados (como la seda y el vino) se beneficiaron de las nuevas aplicaciones técnicas. En paralelo, una característica de la economía francesa en este periodo fue la expansión de las pequeñas empresas de tipo comercial o industrial por todo el país, pero muchas de ellas se situaban en pequeñas ciudades provincianas antes que migrar a los grandes centros urbanos. Los pequeños empresarios se convirtieron paulatinamente en un grupo de presión política que reclamaba estabilidad y una política tributaria liberal del gobierno.

En 1882 hubo una gran quiebra en la Bolsa de valores de París que causó el hundimiento del banco Union Générale, y causó una severa depresión financiera, pero ésta pudo ser superada hacia 1890, mientras que el crecimiento económico permitía que prosperaran y se expandían a nivel internacional las instituciones bancarias creadas durante el Segundo Imperio como el Banque de Paris (que en el siglo XIX evolucionaría en el BNP Paribas), el Crédit Lyonnais (que en 1900 sería considerado el banco con mayor capital en el planeta), o la Société Générale, mientras que la liberalización financiera permitía el surgimiento de nuevas entidades como el Crédit Agricole fundado en 1885.

El crecimiento de la economía motivó la aparición de un masivo proletariado urbano en París, Burdeos, Lyon o Marsella, y con ella aparecieron las primeras reclamaciones obreras y los primeros sindicatos de ideología socialista o anarquista hacia 1880, los cuales lograron organizarse para requerir mejoras en el nivel de vida. En 1905 se creó la Sección Francesa de la Internacional Obrera, antecesora del Partido Socialista Francés, unificando a varios grupos de izquierda.

Mientras tanto, la clase media crecía más lentamente aunque alcanzaba mayores niveles de sofisticación en sus hábitos de consumo y se alineaba mayormente con el Partido Radical fundado en 1901 y de corte republicano y laicista, mientras ajenos a estos grupos permanecían los monárquicos y los clericales; pese a esto, las constantes demandas de los socialistas y anarquistas causaron que el Partido Radical se tornara derechista con el paso de los años; en este caso los líderes del radicalismo mantuvieron una ideología de liberalismo en lo político y económico, pero rechazando frontalmente las doctrinas del socialismo o del marxismo, lo cual generó la aparición de una élite "republicana" que, a diferencia de otros países, era anticlerical y sin raíces en la aristocracia pero defendía el capitalismo y basaba su poder en el dinero. No obstante este creciente elitismo, la Tercera República mantuvo durante toda su existencia un sistema político democrático y liberal que permitía una considerable libertad de expresión (protegida legalmente desde 1881) y reconocía diversos derechos fundamentales a sus ciudadanos, dejando de lado el autoritarismo que predominaba aún en otros muchos países de Europa.

Si bien el sufragio censitario había sido suprimido en 1848 y el sufragio masculino estaba ya extendido, la influencia política se desplazaba cada vez más hacia las capas más ricas de la sociedad, con una sucesión de partidos políticos y campañas electorales que mantenían en constante vitalidad la vida política de Francia. La democracia representativa se asentaba válidamente con este sistema, pero podía generar una seria inestabilidad política y gobiernos fugaces, en tanto el poder legislativo resultaba bastante más poderoso que el poder ejecutivo; estos defectos pudieron ser dominados durante las primeras décadas de la Tercera República pero degeneraron en una serie de crisis políticas después de la Primera Guerra Mundial con el auge en Francia de ideologías que ganaron presencia entre los electores pese a estar bastante alejadas del "ideal republicano" como el comunismo y el fascismo.

La distancia entre la población proletaria, las clases medias, y las élites políticas, no obstante, se mantenía amplia, lo cual motivo que en 1887 surgiera un fugaz movimiento populista dirigido por el general Georges Boulanger. Este líder, pese a sus inconsistencias, puso la república ante una verdadera crisis, ya que debido a su alta popularidad entre el pueblo, los monárquicos y los bonapartistas, el gobierno temió que Boulanger intentase un golpe de estado si sus partidarios ganaban las elecciones que se debían celebrar en julio de 1889, imponiendo una dictadura. No obstante, Boulanger no dio este paso, y tras una amenaza de arresto huyó a Bélgica, lo cual puso fin a su movimiento.

En paralelo, la modernización del país quedó bajo el amparo y protección del Estado, en mayor medida a lo ocurrido en la época imperial. Los ferrocarriles fueron propagándose por Francia y llegaron incluso a las provincias que antes se hallaban más apartadas de los centros de poder, poniendo en contacto a las poblaciones rurales con la modernidad en las últimas décadas del siglo XIX. Los niveles de alfabetización aumentaron gracias a las leyes que establecieron la escolarización universal y obligatoria en 1882, y ello favoreció la integración mutua de las provincias, esto a su vez impuso la presencia del Estado en todas las regiones del país. La alfabetización generó también que la prensa escrita fuera más accesible a todas las clases sociales, provocando una gran profusión de publicaciones de toda especie, en un volumen hasta entonces desconocido en Francia.

Mientras tanto las doctrinas del positivismo extendían entre las élites intelectuales el menosprecio por la metafísica y la religión junto con una excesiva confianza en el poder de la ciencia y en la tecnología, así como la creencia en la bondad del progreso por sí mismo, ideas que en cierto modo fueron incorporadas también al «ideal republicano» francés.

Durante los últimos años del siglo XIX Francia experimentó también un renovado prestigio en la innovación científica y tecnológica, siendo que la prosperidad económica permitió que París, al igual que en los años del Segundo Imperio, recuperase su lugar de "gran ciudad global" o "capital del mundo", pasando de tener 1 988 806 habitantes en 1876 a 2 714 068 en 1901, sin contar la creciente área metropolitana,; la capital francesa fue uno de los principales centros de la Belle Époque.

Similar crecimiento poblacional ocurrió en las grandes ciudades francesas que se habían convertido, gracias al crecimiento económico, en centros de industria pesada (como Lyon y Lille), o de comercio internacional y servicios (como los puertos de Marsella, y Burdeos) gracias a la migración del campo a la ciudad, además de incrementarse la explotación minera en las regiones cercanas a Bélgica. Pese a esta expansión urbana, la población rural de Francia siguió siendo elevada en comparación al resto de países de Europa Occidental: todavía en 1914 casi dos tercios de los franceses residían en el campo o en centros urbanos con menos de veinte mil habitantes.

Al acercarse el centenario de la Toma de la Bastilla y del inicio de la Revolución Francesa, el gobierno de la Tercera República vio una gran ocasión para celebrar el republicanismo francés, el positivismo filosófico y el avance científico y tecnológico del mundo, para lo cual se organizó la Exposición Universal de 1889, en la cual participaron numerosos países y se inauguró como «estructura temporal» la Torre Eiffel. El éxito de este evento motivó que fuese repetido en 1900 como una celebración del progreso y de la ciencia aprovechando el inicio del siglo XX, aunque esta última exposición resultó bastante más costosa que su antecesora y por tanto no generó mucha rentabilidad.

La Tercera República Francesa, al igual que el resto de potencias europeas, entró en la carrera del colonialismo y el imperialismo con renovado ímpetu. Si bien Francia había poseído colonias desde el siglo XVIII, muchas de estas se habían perdido (como Canadá o Haití) o habían perdido importancia (los minúsculos enclaves en la India) y sólo algunas se mantenían económicamente activas (como Martinica o Guadalupe), pero la experiencia colonial anterior sirvió como valioso "punto de partida" para las nuevas aventuras imperialistas que Francia retomaba después de muchas décadas. La colonia francesa de Argelia, tomada en 1830 fue modernizada en gran medida para convertirse en exportadora neta de productos agrícolas a la metrópoli, modelo que después sería copiado exitosamente en todo el imperio colonial francés.

El imperialismo francés también dirigió su esfuerzos al reparto de África y en la Conferencia de Berlín de 1884 Francia hizo reconocer sus posesiones en el norte y el oeste del continente africano, así como sobre la isla de Madagascar. El poderío financiero y militar francés logró que Marruecos y Túnez se convirtieran en protectorados, mientras que expediciones bélicas y científicas impusieron el dominio francés sobre vastas zonas del África Occidental y la cuenca de los ríos Níger y Chad, que formarían el África Occidental Francesa.

La expansión colonial francesa también llegó a las costas del Golfo de Guinea y parte de la cuenca del Congo, estableciendo allí las colonias de Costa de Marfil, Guinea, Dahomey. Otros territorios incorporados por Francia fueron Indochina en el sureste asiático, diversos archipiélagos de la Polinesia en Oceanía, y el enclave africano de Yibuti sobre el golfo de Adén.

La meta principal de la expansión colonial francesa era económica y consistía en asegurarse fuentes de materia prima, mercados para los productos franceses, e integrar las colonias al sistema económico francés, por lo cual las autoridades de la metrópoli dieron gran importancia a la construcción de ferrocarriles, puertos y carreteras en los territorios coloniales, así como a la tecnificación de la explotación agrícola y minera en ellos. El auge del comercio internacional causó que Francia también impusiera derechos de extraterritorialidad y "zonas de influencia" en el territorio de Estados independientes pero económicamente débiles como el Imperio Otomano y China.

No obstante, la opinión pública interna en Francia no mostraba mayor entusiasmo por la expansión colonial, siendo que el mayor impulso dado a ella provenía de importantes capitalistas junto con altos funcionarios estatales como el primer ministro Jules Ferry, un promotor del colonialismo. La propaganda colonialista en Francia no logró el éxito popular que tuvo en otros países europeos, salvo cuando en 1898 estalló el Incidente de Fachoda contra Gran Bretaña, ocasión cuando el nacionalismo francés sirvió de justificante para un imperialismo agresivo; una vez resuelto el incidente con el gobierno británico, el entusiasmo colonialista volvió a decrecer.

La expansión imperial francesa estuvo dirigida a la explotación económica de tierras remotas y no tuvo como finalidad el asentamiento masivo de colonos en ultramar, salvo el caso de los franceses de Argelia. Otros territorios como Nueva Caledonia o la Guayana Francesa se destinaban a ser "colonizados" como simples establecimientos penales remotos para los presidiarios de la metrópoli. Como resultado de esta política, los franceses asentados en el imperio colonial nunca llegaron a ser muy numerosos, y en su mayoría fueron soldados de guarniciones, funcionarios administrativos, empresarios particulares, o misioneros tanto católicos como protestantes, siendo estos últimos de gran importancia para difundir la cultura occidental y el idioma francés entre las élites nativas de cada pueblo colonizado y mantener la alianza de dichas élites con la administración francesa.

El caso Dreyfus fue un episodio social y político que tuvo gran importancia en las pugnas ideológicas de la Tercera República, sobre un trasfondo de espionaje y antisemitismo donde el capitán Alfred Dreyfus (1859-1935), de origen judío-alsaciano, fue acusado de traición por espiar a favor del Imperio Alemán. Este "escándalo" duró de 1894 a 1906, causó la condena de Dreyfus a cadena perpetua en la Guayana Francesa, mostró una ola de antisemitismo abierto en parte de la opinión pública francesa en contra de Dreyfus, y generó también una corriente de defensores del acusado, causando que la política (y la sociedad) francesa quedara prácticamente dividida en dos bandos: los dreyfusards y los antidreyfusards.

El fin del escándalo fue precipitado por la publicación de J’accuse…! ( Yo acuso), un extenso artículo del novelista Émile Zola en 1898 para defender al capitán Dreyfus contra la acusación de espionaje. El caso judicial provocó crisis políticas y sociales inéditas en Francia que, en el momento de su apogeo en 1899, revelaron las fracturas profundas que subyacían en la Tercera República Francesa. La virulencia del escándalo mostró también la subsistencia de un núcleo de violento nacionalismo y antisemitismo en la sociedad francesa, la cual convivía con el igualitarismo republicano.

Una serie de campañas periodísticas y el apoyo de oficiales del ejército como el comandante Georges Picquart llevaron al descubrimiento del verdadero traidor. El auténtico espía resultó ser el oficial aristocrático de origen húngaro Ferdinand Walsin Esterhazy, un furibundo antisemita que resultó protegido por varias autoridades militares. El descubrimiento de un grave error judicial en el caso forzó a los altos jefes del ejército francés a reabrir el proceso seguido contra el capitán Dreyfus y posteriormente otorgar el indulto a este al demostrarse que no existían pruebas en su contra.

Otro sonado caso judicial que sorprendió a la Tercera República fue el Escándalo de Panamá de 1887 en el cual se vio implicado el famoso empresario Ferdinand de Lesseps, quien ya había dirigido la construcción del Canal de Suez en la época del Segundo Imperio. En 1882 Lesseps se embarcó en el proyecto de construir un canal a través de Panamá para comunicar el océano Atlántico con el Pacífico, para lo cual buscó financiación mediante una empresa denominada "Compañía Universal del Canal de Panamá". El plan de Lesseps se vio dificultado por la agreste geografía tropical de Panamá, las dificultades climáticas y la fiebre amarilla, además que la diferencia de nivel entre los océanos a conectar exigía la construcción de grandes y costosas esclusas no previstas en el presupuesto, al punto que la obra se reveló mucho más onerosa de lo planeado.

Para seguir adelante con el proyecto y evitar que los accionistas retirasen sus fondos de la "Compañía Universal del Canal de Panamá", los directivos de la Compañía entraron en un gran esquema de corrupción política pagando sobornos a periodistas, políticos y e inclusive a integrantes del Parlamento francés, con el fin de silenciar las pérdidas del proyecto y estimular a que las acciones de la Compañía siguieran siendo adquiridas por el público, además de asegurar mediante la publicidad engañosa que la Compañía siguiera recibiendo préstamos bancarios. Estas intrigas fracasaron por completo y finalmente se declaró la quiebra de la Compañía en 1888, perdiéndose 1440 millones de francos y perjudicando a 850 000 accionistas.

En otro escándalo llamado Affaire Des Fiches ocurrido entre los años 1904-1905, se descubrió que el anticlerical ministro de la Guerra del gobierno de Émile Combes, el general Louis André, había ordenado las promociones de oficiales del ejército basándose en el amplio "índice" sobre los funcionarios públicos franceses elaborado por el masónico Gran Oriente de Francia, en el cual se detallaba cuáles oficiales eran católicos (o simpatizantes de estos) deduciendo estas conclusiones por la asistencia a misa, con el fin de evitar que oficiales católicos ascendieran en el escalafón militar. Descubiertos los hechos, se forzó la dimisión del general André y se presentaron fuertes protestas en la prensa clerical contra el gabinete de Combes, acusando a los líderes de la República de permitir un ilegal espionaje sobre las creencias religiosas de sus militares, vulnerando así la libertad de conciencia que alegaban proteger.

La política exterior francesa en los años previos a la Primera Guerra Mundial se basó en gran medida en la hostilidad y el miedo del poder alemán, considerando además que el canciller germano Otto von Bismarck cuidó durante años que Francia careciera de aliados importantes en Europa patrocinando la Liga de los Tres Emperadores que servía como alianza informal entre Alemania, Austria-Hungría y Rusia, buscando pactos con Gran Bretaña, e intentando un acercamiento político entre Austria-Hungría y el joven Reino de Italia. Tras la dimisión de Bismarck en 1890 el Imperio alemán no mantuvo esa política, pues el emperador Guillermo II rehusó renovar con Rusia la Liga de los Tres Emperadores al preferir alinear los intereses alemanes solamente con los del Imperio austrohúngaro pese a la rivalidad austro-rusa en los Balcanes.

Francia aprovechó el malestar de Rusia por esta decisión para forjar desde 1891 su propia alianza política y militar con el Imperio ruso, la cual fue alimentada con acuerdos bilaterales en materia militar y comercial, junto con visitas de delegaciones mutuas en 1893, quedando sellada en 1896 con una visita del zar Nicolás II a París. La alianza con Rusia sirvió como piedra angular de la política exterior francesa hasta 1917, y tuvo su manifestación más visible en las amplias inversiones de capital francés en Rusia, así como en préstamos financieros de la banca francesa en favor del gobierno ruso. Además, la alianza motivó a que tanto Rusia como Francia alinearan sus intereses en caso de sufrir una agresión externa por parte de alguna "tercera potencia", lo cual significaba un contrapeso efectivo a la alianza entre Alemania y Austria-Hungría.

Con Gran Bretaña se habían mantenido relaciones amistosas hasta que en 1898 estalló el Incidente de Fachoda donde las expansiones coloniales francesa y británica colisionaron en el contexto de un puesto militar francés a orillas del Nilo en el territorio del actual Sudán. Este évento causó una serie de pugnas en la opinión pública de ambos países, pero el gobierno francés cedió ante los intereses británicos al juzgar poco inteligente entrar a un conflicto armado con Gran Bretaña cuando ésta poseía la mayor flota naval del mundo. No obstante, en 1904, el ministro de Relaciones Exteriores francés Théophile Delcassé negoció con lord Lansdowne, el secretario británico de Relaciones Exteriores, la Entente Cordiale, que puso fin a un largo período de tensiones anglo-francesas y recelos mutuos.

La Entente Cordiale funcionó como una alianza anglo-francesa informal, pero resultó muy reforzada por la Primera Crisis Marroquí de 1905 y por la Crisis de Agadir de 1911. Un primer resultado de las crisis marroquíes fue que los gobiernos de Francia y Gran Bretaña abandonaran sus mutuas diferencias debido al temor compartido de ambos países hacia el Imperio alemán, recelo incrementado entre los británicos cuando Alemania ejecutó planes desde 1906 para lograr que la marina de guerra alemana superase en poderío a la marina británica.

Preocupada por problemas internos, Francia mostró poca atención a la política exterior en el período de 1911–1914, aunque en 1913 el gobierno francés aceptó extender el servicio militar a tres años en lugar de dos, pese a las objeciones socialistas. La crisis de los Balcanes en julio de 1914, causada por el Atentado de Sarajevo, causó que Francia cumpliera los términos de su alianza con Rusia apoyándola contra Austria-Hungría y Alemania, entrando así en la Primera Guerra Mundial.

El revanchismo francés no se había extinguido desde 1870, y los primeros años del siglo XX habían mostrado el fortalecimiento de la alianza política y militar entre Francia y Rusia (como resultado indirecto del enfriamiento de vínculos entre Alemania y Rusia desde 1890), así como el surgimiento de la Entente Cordiale entre Francia y Gran Bretaña. Tras el distanciamiento causado por la crisis de Fachoda en 1898, Gran Bretaña empezó a valorar las ventajas de un acercamiento a Francia y contar así con una gran potencia aliada en el continente europeo en contra de la potencial "amenaza alemana" que el gobierno británico percibía desde la Crisis de Agadir en 1911.

Con esto, a inicios de 1914, Francia quedó formando un sistema de alianzas con Gran Bretaña y Rusia, contrapuesto a la Triple Alianza constituida desde fines del siglo XIX por el Imperio alemán, Austria-Hungría y el Reino de Italia, sobre todo considerando que la verdadera alianza entre estos dos últimos estados resultaba bastante difícil y llena de fricciones que Alemania trataba de atenuar.

Tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria el 28 de junio de 1914 hizo estallar la tensión política entre los países de Europa, haciéndose visible el riesgo de una gran guerra entre la Triple Alianza y la Entente Cordiale, situación a la cual no fue ajena Francia. Al aumentar la tensión internacional, el famoso líder pacifista socialista Jean Jaurès moría asesinado en París por un militante ultranacionalista el 31 de julio tras oponerse a la entrada de Francia en un conflicto armado, y cuando el 3 de agosto de 1914 Alemania declaró la guerra a Francia, el gobierno francés dirigido por Raymond Poincaré (con el cargo de Presidente) logró formar una tregua política entre los diferentes partidos para afrontar el desafío bélico de modo conjunto, logrando que inclusive los socialistas reconocieran la necesidad de la lucha contra Alemania, denominada "unión sagrada" o union sacreé.

La "unión sagrada" no eliminó las diferencias entre las diversas facciones políticas francesas, pero la necesidad de expulsar a los invasores alemanes proporcionó una sólida base de cooperación. El triunfo francés en la primera batalla del Marne (septiembre de 1914) permitió que la "unión sagrada" siguiera siendo respetada, mientras que gracias a un firme liderazgo, Poincaré impuso su dirección política al primer ministro René Viviani; al mismo tiempo el ministro de guerra, Alexandre Millerand, cedía el manejo administrativo de las fuerzas armadas a los militares profesionales liderados por el general Joseph Joffre, jefe de estado mayor del ejército.

La ausencia de resultados bélicos de gran importancia impacientó a los políticos y a la opinión pública a lo largo de 1915, mientras que la gran pérdida de tropas francesas en la Batalla de Verdún a mediados de 1916 causó que Joffre fuese sustituido en diciembre del mismo año por el general Robert Nivelle. No obstante, las malas condiciones en el frente y el fracaso bélico de la "Ofensiva de Nivelle" en abril de 1917 (que incluyó la batalla de Arrás y la segunda batalla del Aisne) motivaron el estallido de motines generalizados entre los soldados franceses entre abril y agosto del mismo año. Los motines fueron debelados prontamente pero causaron preocupación ante el desgaste del frente interno en Francia, además del reemplazo de Nivelle por el general Philippe Pétain en mayo de 1917.

El descenso en el nivel de vida y la ausencia de grandes victorias bélicas causaba descontento entre el proletariado francés y en septiembre de 1917 los socialistas abandonaron el gobierno en señal de protesta. El 16 de noviembre Poincaré confió el cargo de primer ministro a Georges Clemenceau, quien insistió en continuar la guerra hasta el triunfo final, restablecer el poder civil sobre los militares, y ordenar sacrificios nuevos a la retaguardia.

Para esa fecha el gobierno había impuesto un férreo control sobre la economía francesa, tanto para mantener en funcionamiento el aparato productivo como para sostener los costos del esfuerzo bélico, más aún considerando que desde septiembre de 1914 los alemanes habían invadido los departamentos del noreste fronterizos con Bélgica donde se producía la mayoría del acero y del carbón requeridos por Francia. La movilización de campesinos y obreros, basada en la creencia de una "guerra breve" generó bruscos descensos en la producción de la industria y la agricultura después de 1916, que no podían ser cubiertas pese a la movilización masiva de mujeres para trabajar en la industria bélica.

El año 1918 empezó con nuevos descontentos de la población civil francesa, pero el régimen logró formar una renovada cohesión nacional cuando en marzo las tropas alemanas lanzaron su gran ofensiva de primavera que duró hasta inicios de julio. El gobierno de Clemenceau aprovechó la difícil situación para reprimir todo indicio de pacifismo e imponer nuevos esfuerzos, hasta que en agosto del mismo año las tropas aliadas pudieron contratacar de manera exitosa a los alemanes y precipitar la derrota total del Imperio Alemán en el mes de noviembre.

La firma del Tratado de Versalles en 1919 significó para la Tercera República una oportunidad de "anular" el "peligro alemán" con apoyo de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Además de recuperar Alsacia y Lorena, y de las cláusulas en las cuales se imponía a Alemania y sus aliados toda la "culpabilidad de la guerra", el gobierno francés consiguió la ocupación de la región alemana del Sarre a título de compensación, manteniendo su ocupación militar hasta 1935.

Tras la contienda Francia había perdido casi 1 700 000 vidas (incluyendo 300 000 civiles), junto con 4 266 000 heridos de guerra, lo cual constituía una pesada carga para un país que en 1913 contaba con apenas unos 40 millones de habitantes; esto a su vez explicaba que la opinión pública francesa insistiera en debilitar lo más posible a Alemania mediante el pago de gigantescas reparaciones de guerra para evitar una repetición de las destrucciones y pérdidas causadas por el conflicto. La destrucción de infraestructuras, ferrocarriles, y otros daños civiles en las zonas ocupadas por Alemania implicaba gastos elevadísimos para Francia, cuya economía además había sido sometida a duras pruebas para mantenerse a flote durante cuatro años de guerra. Inclusive en 1919 los niveles de producción agrícola e industrial eran un 45% más bajos que en 1913, mientras que la muerte de cientos de miles de hombres jóvenes impulsó un descenso en el crecimiento demográfico del país.

Otra consecuencia importante fue la repentina expansión del imperio colonial francés en África y Medio Oriente, en donde Gran Bretaña y Francia se repartían las antiguas colonias alemanas y los territorios del extinto Imperio otomano, habiendo pactado el destino de estos mediante los Acuerdos Sykes-Picot de mayo de 1916. De esta manera pasaron a control francés las ex colonias alemanas de Camerún y Togo, mientras que se establecía la administración francesa sobre Siria y Líbano. Si bien la economía francesa se hallaba fuertemente perjudicada por el esfuerzo bélico de 1914-1918, las posibilidades de recuperación económica de Francia seguían siendo considerables debido al control de nuevos territorios coloniales y el acceso a las materias primas de estos.

La derrota completa de Alemania y la desintegración de Austria-Hungría, junto con la crisis político-social de Rusia tras la revolución de 1917, causó que inevitablemente Francia quedase como la mayor potencia política y militar de Europa Continental pese a las graves destrucciones sufridas, logrando un puesto de preeminencia compartido solamente con Gran Bretaña.

Con ello Francia centra sus esfuerzos en la neutralización industrial y comercial de Alemania, pero Gran Bretaña no mostró mayor interés en secundar ese proyecto pues prefería una recuperación económica alemana rápida para así poder cobrar las reparaciones de guerra; los Estados Unidos tampoco alentaron tales planes franceses por el mismo motivo, más aún cuando al terminar el mandato presidencial de Woodrow Wilson el gobierno estadounidense acordó no participar en la Sociedad de Naciones.

Pese a este revés diplomático, Francia exigió el pago de sus reparaciones de guerra a Alemania en forma más agresiva y para asegurar el cobro de estas, en 1923 tropas francesas ocuparon la cuenca del Ruhr aunque el gobierno francés fracasó en su empeño de obtener mayores concesiones de Alemania, siendo que la ocupación militar del Ruhr duró hasta 1925.

Del mismo modo, bajo el mandato de Aristide Briand, Francia se ocupó de construir una serie de "alianzas defensivas" con Polonia, Checoslovaquia, Rumania, y Yugoslavia, con la meta de contener por medio de la diplomacia toda posible ambición territorial o económica alemana, y asentarse como nueva "potencia clave" en la Europa continental mediante un sistema de alianzas con los países engrandecidos (o recién formados) tras la derrota austroalemana. Como muestra de las intenciones francesas, desde 1930 se inició la construcción de la Línea Maginot (terminada en 1936) como sistema de fortificaciones bélicas destinadas a frustrar toda posible invasión alemana desde el este.

En las elecciones parlamentarias del año 1919 venció el "bloc national" formado por partidos de derecha en torno a la figura de Georges Clemenceau quien aprovecha así su popularidad ganada entre civiles y militares durante el conflicto, gracias a su fama de implacable y duro con los enemigos del país. No obstante, la popularidad de Clemenceau no basta para sostener su gobierno, más todavía cuando la diplomacia francesa, si bien logra cláusulas muy favorables en el Tratado de Versalles no obtiene el ansiado abono de las reparaciones de guerra alemanas, vistas por las masas como "remedio" de las dificultades financieras del país. Así, en las elecciones de 1924 el poder pasa brevemente a los radicales y socialistas de Édouard Herriot inconformes con la gestión de Clemenceau, pero al año siguiente Herriot es sustituido por Raymond Poincaré.

El gobierno de Poincaré trata en vano de revitalizar la economía mediante el aumento de tributos e incentivos fiscales al hacerse muy difícil contar con el pago de las reparaciones alemanas para equilibrar el presupuesto del erario, mientras que en el plano social París recupera sólo en parte el viejo esplendor de la Belle Époque que se había perdido durante los años de la guerra.

La recuperación económica francesa de la década de 1920 (especialmente en cuestiones de comercio internacional e industria) resulta lenta pero firme en tanto Francia aún conserva gran parte de su infraestructura industrial y controla valiosos mercados y suministros de materias primas, aunque Francia debe atender su nueva condición de deudora de los Estados Unidos (situación no vista hasta entonces) y financiar con empréstitos estadounidenses la reconstrucción de las regiones devastadas del noreste. La recuperación francesa logra que ya en 1926 se alcancen las cifras de producción y de crecimiento económico propias del año 1913.

La Gran Depresión de 1929 afectó a Francia de modo tardío y comparativamente poco severo, pero de todos modos genera daños económicos en un país cuya recuperación aún no era completa: aumentó el desempleo y la recobrada prosperidad industrial y comercial del país se ve bruscamente detenida, lo cual genera descontento entre el proletariado y la pequeña burguesía. Las dificultades económicas de Francia se ven agravadas con el estallido de escándalos vinculados a actos de corrupción política a gran escala, donde participan como principales sospechosos diversos políticos influyentes junto con empresarios.

Entre estos escándalos destacó el Escándalo de Marthe Hanau en 1928, protagonizado por una banquera que mediante su periódico promocionó inversiones de ahorristas en empresas insolventes aprovechando para este fin las amistades de su esposo entre políticos; también ganó fama el Escándalo de Albert Oustric en 1930 cuyo personaje central fue un banquero que realiza una gran quiebra fraudulenta con ayuda de líderes políticos. No obstante, el escándalo más impresionante para la opinión pública francesa fue el Caso Stavisky de 1934, que inclusive causa la caída del gobierno de Camille Chautemps ante acusaciones de desfalcos y fraudes masivos realizados por el banquero franco-ruso Stavisky para mantener a flote sus empresas quebradas y evitar investigaciones judiciales, pagando a importantes políticos dinero a cambio de su silencio.

La participación en estos escándalos de empresarios de origen judío o extranjero, o de políticos asociados a la masonería, genera un terreno propicio para la propaganda antisemita, xenófoba, y antidemocrática que empiezan a lanzar abiertamente grupos de extrema derecha, mientras que la muerte de los ya ancianos líderes Raymond Poincaré (en 1934) y Aristide Briand (en 1932) deja a Francia sin dos importantes referentes de la antigua política republicana, celebrados además en Francia por su firmeza moral y su negativa a lucrar con fondos públicos o aprovechar su poder en beneficio propio.

Si bien desde inicios del siglo XX una "élite republicana" se había formado en el mundo de la política y de los negocios, generando una brecha entre las masas y los gobiernos, la situación a inicios de la década de 1930 era más difícil en tanto las masas populares podían sustentar ahora no a simples caudillos sino a ideologías más sofisticadas y elaboradas como el comunismo y el fascismo. Así, ante el creciente descontento de las masas contra los políticos y empresarios, y la progresiva desconfianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas, en la escena política francesa aparecen con renovada fuerza movimientos de inspiración fascista mientras que el antes minúsculo Partido Comunista Francés aumenta su influencia y tamaño entre el proletariado.

A mediados de la década de 1930 los movimientos de corte fascista eran ya activos en la política francesa y habían mostrado su fuerza en los disturbios del 6 de febrero de 1934, cuando en París se realiza una manifestación de ultraderecha ante la Cámara de Diputados en contra del primer ministro radical-centrista Édouard Daladier acusándolo de corrupción por proteger políticos implicados en el Caso Stavisky, esta manifestación desemboca en un violentísimo motín callejero que deja ocho derechistas muertos tras luchas con la policía en la plaza de la Concordia.

Algunos de estos movimientos de ultraderecha se hacen llamar "ligas patrióticas" y abrazan un extremo nacionalismo mezclado con xenofobia y antisemitismo, rechazando la democracia parlamentaria a la cual acusan de "inacción" e "ineficacia" para poner fin a la crisis económica, postulando al contrario que un autoritarismo derechista y violento es la "solución" a los problemas del país. También hallan parte de su inspiración en el fascismo importado de la Italia de Mussolini.

Ante el creciente temor de ser desplazados por la extrema derecha en las preferencias de las masas obreras y de la pequeña burguesía, socialistas y comunistas inician acercamientos con el fin de apoyarse mutuamente. A esta unión se suman varios miembros del Partido Radical con tendencias de izquierda, y se funda así el Frente Popular en 1935, el cual gana las elecciones parlamentarias de mayo de 1936 y logra elevar al cargo de primer ministro al socialista Léon Blum.

El gobierno de Blum establece una serie de reformas sociales en favor de los trabajadores franceses plasmadas en junio de 1936 en los Acuerdos de Matignon entre la organización patronal francesa (la CGPF) y los sindicatos, manteniendo la estructura económica del capitalismo pero asegurando beneficios laborales para el proletariado francés, quien obtenía así ciertos derechos que sus pares alemanes o británicos disfrutaban muchos años antes. El sostén parlamentario del régimen del Front Populaire son los socialistas y los radicales de izquierda, mientras que el Partido Comunista Francés logra sólo una influencia menor sobre los actos políticos concretos del gobierno, aun cuando consigue hacerse más visible ante el público.

No obstante, la tensión en la política internacional de Europa perjudica los planes de Blum para impulsar políticas reformistas de izquierda en Francia. Durante la Guerra Civil Española (iniciada dos meses después que el "Front Populaire" subiera al gobierno) el régimen socialista francés evita intervenir al lado del bando republicano, a sabiendas de que si interviniera su gobierno sería derrocado por una coalición entre los radicales y los partidos de derecha, lo que de hecho ocurrió después con el gobierno de Edouard Daladier en abril de 1938. Por otra parte, desde el término de la Primera Guerra Mundial la opinión pública francesa mantenía una actitud pacifista y se oponía a toda acción beligerante en Europa, salvo si estuviera dirigida directamente contra una amenaza de Alemania, mientras que la propaganda fascista y el renacimiento económico alemán causaban que los antiguos aliados de Europa Oriental enfriaran sus vínculos diplomáticos con Francia.

Tampoco Blum tenía garantías de que Gran Bretaña secundara esfuerzos bélicos franceses a favor de la República Española, mientras que el apoyo de la Italia fascista y la Alemania nazi a los sublevados en España desalientan a Blum de impulsar una política solidaria con el bando republicano español, considerando además que la aún potente derecha francesa rechaza semejante política y que el fascismo francés tampoco oculta su simpatía por el bando nacional.

Blum consiguió no obstante que su gobierno permitiera la venta de armas de manera encubierta en favor de los republicanos españoles, facilitando además el tránsito de armas para la República Española por suelo francés. Como resultado, se dañan seriamente las relaciones políticas francesas con Italia mediante pugnas a nivel de la prensa y la diplomacia. En esas fechas, la clase política de Francia resuelve no enfrentarse a Alemania ni a Italia sin contar previamente con la adhesión política y diplomática de Gran Bretaña, pero tal apoyo no se concreta en tanto el gobierno británico de Neville Chamberlain postula mantener la política de apaciguamiento hacia nazis y fascistas, posición que Francia acaba compartiendo con Gran Bretaña en los foros internacionales como la Sociedad de Naciones, al extremo de no emprender acción alguna en marzo de 1938 cuando la Alemania nazi invade Austria y la anexa, pese a que dicho Anschluss constituía una grave violación del Tratado de Versalles.

Como reacción ante la tensión internacional causada por el rearme del Tercer Reich, el gobierno de Léon Blum aumenta los gastos en armamento y patrocina un ligero rearme francés desde fines de 1936. Pero la paulatina erosión del apoyo popular debido a la crisis económica que persistía desde 1931 causa que el Front Populaire abandone definitivamente el gobierno en abril de 1938, siendo reemplazado por el "radical-centrista" Édouard Daladier que deja sin efecto el breve rearme de las fuerzas armadas francesas y retoma la política de apaciguamiento en la cual Francia evita implicarse en pugnas internacionales sin contar con la ayuda efectiva de Gran Bretaña para ello; de este modo, el régimen de Daladier evita conflictos con el Tercer Reich y la Italia Fascista salvo que el gobierno británico diera el primer paso hacia ello. En caso de silencio británico ante las potencias nazi-fascistas, Francia seguiría el ejemplo de Gran Bretaña.

La amenaza militar del Tercer Reich no pudo ser anulada mediante la política de apaciguamiento establecida por el gobierno de Edouard Daladier desde 1938 y seguida por el primer ministro británico Neville Chamberlain. Cuando Hitler lanzó sus amenazas contra Checoslovaquia utilizando la Crisis de los Sudetes como pretexto a mediados de 1938, Francia eludió hacer efectiva su alianza político-militar con los checoslovacos hasta que no lo hiciera Gran Bretaña. El régimen de Daladier aceptó después participar en la Conferencia de Múnich de septiembre de 1938 que concluyó en un rotundo triunfo diplomático para la Alemania nazi al lograr que franceses y británicos se negaran a defender militarmente a Checoslovaquia contra un ataque alemán, bajo pretexto de evitar así una guerra europea a gran escala.

Si bien Francia había empezado un pequeño programa de rearme en 1936 y lo reforzó en 1938, el Estado Mayor del ejército francés no estaba preparado en su mayoría para enfrentar las tácticas de la Blitzkrieg alemana, subestimando los jefes militares franceses el impacto de la aviación y los tanques en la guerra moderna, y sobrevalorando las defensas estáticas como la Línea Maginot así como el poder de la artillería ligera contra los tanques. No obstante, después que Alemania invadiera Checoslovaquia el 15 de marzo de 1939, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña acordaron detener por la fuerza todo nuevo intento de expansión germana, dando garantías de ayuda militar a Polonia ante un posible ataque alemán.

Tras la invasión alemana de Polonia, en septiembre de 1939, Francia y Gran Bretaña entraron formalmente en guerra con Alemania, pero el gobierno francés se abstuvo de lanzar operaciones bélicas contra territorio alemán, salvo la fugaz Ofensiva del Sarre que el general francés Maurice Gamelin ordenó cancelar prontamente en los primeros días de septiembre de 1939, manteniendo después la Guerra de broma durante varios meses, sin movimientos de tropas a lo largo de la frontera franco-alemana.

La calma en el frente acabó cuando el Tercer Reich lanzó su invasión contra Dinamarca y Noruega en abril de 1940, forzando con ello el envío urgente de tropas francesas en apoyo de Noruega, aunque todavía sin movimientos bélicos en la frontera franco-alemana. La lucha involucró directamente el territorio de Francia desde el 10 de mayo de 1940, con la invasión alemana simultánea de Bélgica, Holanda, y Luxemburgo, pasando luego las tropas germanas a atacar territorio francés.

Si bien las tropas francesas se dispusieron a afrontar la lucha con apoyo militar británico, las notables y tempranas victorias alemanas causaron una grave desmoralización entre la opinión pública francesa. Además que el esfuerzo militar francés no estaba preparado para la blitzkrieg alemana, chocaba con la abierta hostilidad de fascistas locales y grupos de ultraderecha favorables a Alemania, y las negativas del Partido Comunista a apoyar la lucha para así acatar el Pacto Ribbentrop-Mólotov de no agresión firmado por la Unión Soviética y el Tercer Reich el 28 de agosto de 1939.

El potente avance de la Wehrmacht rompió el frente franco-británico y desorganizó las defensas francesas rebasándolas desde territorio belga, tornando inútil la Línea Maginot. La coordinación acertada de la Luftwaffe alemana con su infantería en tierra y con las divisiones de tanques de la Wehrmacht superaron prontamente a las fuerzas francesas. A mediados de mayo, la pérdida total de Holanda (que capitula el 15 de mayo) más la sucesión ininterrumpida de triunfos germanos complicaron la situación francesa, agravada con el la rendición de las fuerzas armadas de Bélgica ante los alemanes el 28 de mayo. Todo esto causó que la desmoralización francesa se extendiera de las masas populares al gobierno mismo, mientras que la opinión pública mostraba escepticismo y enojo ante la clase política, que durante los anteriores años de lucha por el poder no había podido prever una reacción ante la invasión alemana.

Un violento contraataque franco-británico en Arrás consiguió temporalmente detener a las tropas alemanas el 21 de mayo, pero pronto las unidades germanas retomaron fuerzas y reiniciaron su avance sostenido, forzando a los británicos a evacuar sus tropas en Dunquerque entre el 26 de mayo y el 3 de junio para evitar un cerco masivo. Para esas fechas las fuerzas armadas francesas habían perdido casi todas sus unidades de tanques y carros de combate, así como la mayor cantidad de tropas operativas, careciendo de reservas suficientes para detener el avance alemán.

El OKW alemán ordenó seguir el avance sobre el río Somme el 5 de junio, sin que los franceses pudieran evitarlo y ante ello el 10 de junio el Gobierno francés ordenó evacuar París y declararla «ciudad abierta» en un ambiente de crudo derrotismo entre los políticos y las masas populares. Cuatro días después, las tropas alemanas entraban en París sin encontrar resistencia tras apenas 34 días de lucha, lo cual terminó de hundir el ánimo de la opinión pública y generó que el gabinete y la Asamblea Nacional, refugiados en la ciudad de Burdeos, aceptaran llegar a un armisticio con Alemania.

El 16 de junio el primer ministro Paul Reynaud renunció ante el presidente Albert Lebrun al evidenciarse que sus ministros presionaban por obtener un armisticio inmediato con el Tercer Reich. Reynaud fue sucedido por el ya anciano mariscal Philippe Pétain, quien en un ambiente de derrotismo y desmoralización requirió el inmediato cese de fuego con los alemanes como paso previo para asumir la jefatura del gobierno.

Para hacer realidad el cese de la lucha, Pétain envía al general Charles Huntziger como jefe de la delegación francesa que firma con los alemanes el Armisticio del 22 de junio de 1940. Después de ello la Asamblea Nacional refugiadas en Burdeos fue presionada por el político derechista Pierre Laval para entregarle poderes dictatoriales al mariscal Pétain, amenazando con que los nazis endurecerían las condiciones del armisticio en caso de rechazar esta exigencia. A estas presiones se unieron diversos políticos franceses decepcionados del parlamentarismo republicano o bien simpatizantes abiertos del nazismo.

Pese a las amenazas de Laval, en la sesión del 10 de julio de 1940, 80 parlamentarios rechazaron el otorgamiento de plenos poderes a Pétain, mientras que 569 votaron a favor. Con este último acto el mariscal Pétain asumió poderes dictatoriales uniendo en su persona las facultades del presidente y del primer ministro. En señal de rechazo al parlamentarismo, Laval logró que Pétain no fuese designado «presidente de la República» sino «jefe del Estado Francés» y con ello la Tercera República quedaba extinta, siendo reemplazada en la práctica por el denominado «régimen de Vichy».



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