Provincias Unidas
Reino de Francia (desde 1635)
Reino de Inglaterra (1625-1630)
Bohemia (hasta 1620)
Reino de Dinamarca y Noruega (1625-1629)
Escocia (1625-1638)
Sajonia (1630-1635)
Palatinado (hasta 1632)
Prusia (1631-1635)
Principado de Transilvania (hasta 1621)
Imperio español
• Italia española
• Países Bajos españoles
Reino de Dinamarca y Noruega (1643-1645)
Johan Banér
Lennart Torstenson
Carlos X Gustavo
Carl Gustaf Wrangel
Mauricio de Nassau
Guillermo de Nassau
Federico Enrique de Orange-Nassau
Maarten Harpertszoon Tromp
Piet Hein
Luis XIII de Francia
Ana de Austria
Cardenal Richelieu
Cardenal Mazarino
Luis II de Borbón-Condé
Enrique II de Borbón-Condé
Vizconde de Turenne
Carlos I
George Villiers, I duque de Buckingham
Horace Vere
Federico V
Cristián IV
Juan Jorge I
Bernardo de Sajonia-Weimar
Fernando III
Johann Tserclaes †
Albrecht von Wallenstein
Gottfried von Pappenheim
Franz von Mercy †
Raimondo Montecuccoli
Octavio Piccolomini
Felipe IV
Conde-duque de Olivares
Fernando de Habsburgo
Juan Alfonso Enríquez de Cabrera
Gonzalo Fernández de Córdoba
Ambrosio Espínola
Gómez IV Suárez de Figueroa y Córdoba
Fadrique Álvarez de Toledo y Mendoza
Antonio de Oquendo
Francisco de Melo
Diego Mexía Felípez de Guzmán
Johann von Werth
La guerra de los Treinta Años fue una guerra librada en la Europa Central (principalmente el Sacro Imperio Romano Germánico) entre los años 1618 y 1648, en la que intervinieron la mayoría de las grandes potencias europeas de la época. Esta guerra marcó el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores.
Aunque inicialmente se trataba de un conflicto político-religioso entre Estados partidarios de la reforma y la contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, la intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión: búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el escenario europeo, enfrentamiento con una potencia rival, etc.
La guerra de los Treinta Años llegó a su final con la Paz de Westfalia y la Paz de los Pirineos, y supuso el punto culminante de la rivalidad entre Francia y los territorios de los Habsburgo (el Imperio español y el Sacro Imperio Romano Germánico) por la hegemonía en Europa, que conduciría en años posteriores a nuevas guerras entre ambas potencias.
El mayor impacto de esta guerra, en la que se usaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de lugares enteros que fueron esquilmados por los ejércitos necesitados de suministros. Los continuos episodios de hambrunas y enfermedades diezmaron la población civil de los Estados alemanes y, en menor medida, de los Países Bajos e Italia, además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas. Aunque la guerra duró treinta años, los conflictos que la generaron siguieron sin resolverse durante mucho tiempo.
Durante el curso de esta, la población del Sacro Imperio se vio reducida en un 30 %.Brandeburgo se llegó al 50 %, y en otras regiones incluso a dos tercios. La población masculina en Alemania disminuyó a la mitad. En los Países Checos la población cayó en un tercio a causa de la guerra, el hambre, las enfermedades y la expulsión masiva de checos protestantes. Solo los ejércitos suecos destruyeron durante la guerra 2000 castillos, 18 000 villas y 1500 pueblos en Alemania.
EnLa larga serie de conflictos que forman la guerra pueden dividirse en cuatro etapas diferenciadas
A mediados del siglo XVI, la frágil Paz de Augsburgo, un acuerdo firmado por el emperador Carlos V de Alemania y I de España y los príncipes luteranos en 1555, había confirmado el resultado de la primera Dieta de Espira y en realidad había hecho acrecentar con el tiempo los odios entre católicos y luteranos. En dicha paz se había establecido que:
En los inicios del siglo XVII se incrementaron las tensiones entre las naciones de Europa. España estaba interesada en los principados alemanes, debido a que Felipe III, nieto de Carlos V, era un Habsburgo y tenía territorios alrededor de la frontera occidental de los Estados alemanes (Flandes, el Franco Condado). Francia también estaba interesada en los Estados alemanes, porque deseaba recuperar la hegemonía a costa del poder de los Habsburgo, como había tenido durante la Edad Media. Suecia y Dinamarca estaban interesadas por razones económicas en los Estados germánicos del norte, a orillas del mar Báltico.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, las tensiones religiosas también se habían intensificado. La Paz de Augsburgo tuvo consecuencias a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, ya que los obispos se negaban a abandonar sus obispados. De hecho, los términos del tratado de Augsburgo fueron utilizados para un resurgimiento del poder católico. Las tensiones y resentimientos entre católicos y protestantes no habían hecho sino acrecentarse desde la firma del tratado, y en muchos lugares de Alemania se destruían iglesias protestantes y había limitaciones y obstáculos al culto protestante. A la disminución de estas tensiones no ayudó nada el calvinismo que se extendía por toda Alemania, y cuya exclusión, junto a los anabaptistas, de las congregaciones protegidas específicamente en la paz de Augsburgo, pudo contribuir al conflicto[cita requerida], lo que añadió otra religión a la disputa pues los católicos de Europa central (los Habsburgo de Austria o los reyes de Polonia) estaban tratando de restaurar el poder del catolicismo.
Los Habsburgo estaban principalmente interesados en extender su poder, así que estaban a veces dispuestos a transigir y permitir el protestantismo. A la larga, esto incrementó las tensiones. Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y su hermano y sucesor, Matías I, no practicaban una política católica agresiva, ya que estaban más interesados en incrementar el poder y las posesiones de los Habsburgo. Eran también muy tolerantes (como su abuelo y su padre, Fernando I y Maximiliano II), lo que permitió que diferentes religiones se extendieran a su aire y que chocasen entre sí libremente. Suecia y Dinamarca, que querían dominar los Estados alemanes del Mar Báltico, eran países de confesión luterana.
Estas tensiones estallaron con violencia en la ciudad alemana de Donauwörth en 1606. La mayoría luterana obstaculizó los intentos de los residentes católicos de hacer una procesión y provocaron así una revuelta violenta. Los católicos de la ciudad solicitaron la intervención del duque Maximiliano I de Baviera en su apoyo.
Una vez hubo cesado la violencia, en Alemania los calvinistas, cuya religión estaba todavía en sus comienzos y constituían una minoría, se sintieron amenazados y se agruparon en la Liga de la Unión Evangélica (también conocida como Liga Protestante), creada en 1608, bajo el liderazgo de Federico IV del Palatinado, el príncipe elector del Palatinado. Este príncipe tenía en su poder el Palatinado de Renania, uno de los Estados que España deseaba para sí a fin de proteger el camino español. Esto provocó que los católicos también se agrupasen en la Liga Católica, bajo la jefatura del duque Maximiliano I.
El emperador del Sacro Imperio y rey de Bohemia, Matías de Habsburgo, falleció en 1619, pero habiendo testado a favor de su primo hermano, Fernando III de Estiria. Fernando, que al convertirse en rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio había pasado a llamarse Fernando II, era un católico convencido que había sido educado por los jesuitas y quería restaurar el catolicismo. Por ello, era impopular en Bohemia, la cual era predominantemente calvinista. El rechazo de Bohemia a Fernando fue el detonante de la guerra de los Treinta Años.
La elección del católico Fernando II —heredero del trono imperial— como rey de Bohemia había puesto a la nobleza de ese reino, de mayoría protestante, en una situación prácticamente de rebelión.
Además, dado que la dignidad de rey de Bohemia se confería por elección, los bohemios eligieron como su líder a Federico V del Palatinado (sucesor de Federico IV, que había creado la Liga de la Unión Evangélica). Cuando Fernando II envió a dos consejeros católicos (Martinitz y Slavata) y sus representantes al castillo de Hradčany, en Praga, en mayo de 1618 para preparar el camino a su llegada, los calvinistas de Bohemia los secuestraron y los arrojaron por una ventana del palacio.
Los dos dignatarios y el escriba que fueron arrojados, cayeron sobre una pila de estiércol y no sufrieron lesiones importantes (al contrario que en la primera defenestración, acontecida 200 años antes y en la que murieron siete concejales). Este evento, conocido como la Tercera Defenestración de Praga, se toma como punto de referencia del comienzo de la rebelión bohemia, aunque la rebelión ya estaba gestándose mucho tiempo antes. El conflicto bohemio se extendió pronto a la totalidad de los Países Checos (Bohemia, Silesia, Lusacia y Moravia), que ya estaban divididos por enfrentamientos entre católicos y protestantes. Esta confrontación iba a encontrar muchos ecos en todo el continente europeo, viéndose afectada Francia y Suecia, inter alia.
Si la rebelión bohemia se hubiera limitado a un asunto puramente de la Europa central, la guerra de los Treinta años podía haberse concluido en solo treinta meses. Sin embargo, la debilidad tanto de Fernando II como de los propios bohemios llevó a la extensión de la guerra al oeste de Alemania. Fernando se vio obligado a reclamar la ayuda de su sobrino y yerno, el rey Felipe III de España, hijo y sucesor de Felipe II.
Los bohemios, desesperados por encontrar aliados frente al emperador, solicitaron ser admitidos en la Unión Protestante, liderada por el calvinista Federico V del Palatinado. Los bohemios acordaron que el Elector Palatino podría convertirse en rey de Bohemia si les permitía adherirse a la Unión y así quedar bajo su protección. Sin embargo, otros miembros de los Estados bohemios hicieron ofertas similares al duque Carlos Manuel I de Saboya, al Elector Juan Jorge I de Sajonia y al húngaro Gabriel Bethlen, soberano del Principado de Transilvania. Los austriacos, que parecían haber interceptado todas las cartas que salían de Praga, hicieron públicas estas duplicidades y desentrañaron gran parte de este apoyo a los bohemios, particularmente en la corte de Sajonia.
La rebelión fue inicialmente favorable a los bohemios. Gran parte de la Alta Austria, cuya nobleza era luterana y calvinista, se les unió (sin embargo, las simpatías religiosas de esta zona cambiarían en los siguientes años). La zona meridional de Austria se rebeló durante el año 1619. El conde de Thurn llegó a llevar un ejército hasta los mismos muros de Viena. En el este, el Príncipe protestante de Transilvania, Gabriel Bethlen, condujo una inspirada campaña en el interior de Hungría con las bendiciones del sultán turco Osman II. Fernando II se había convertido en 1618 en rey de Hungría e intentó implementar en sus territorios húngaros las mismas medidas que había aplicado en Bohemia contra los protestantes. Sintiéndose agraviados, los húngaros de Transilvania declararon la guerra contra Fernando aprovechando como excusa el asunto religioso, pues los príncipes transilvanos tenían como objetivo desde hacía décadas liberar a Hungría del control de los Habsburgo y reunificar el reino. Así, apelaron inclusive a la ayuda del sultán turco en muchas ocasiones, quien también deseaba ver al Sacro Imperio Romano Germánico de rodillas.
El emperador, que estaba ocupado en la Guerra Uzkok, se apresuró a formar un ejército para detener a los bohemios y sus aliados, que anegaban completamente su país. El conde de Bucquoy, el comandante del ejército imperial, derrotó a las fuerzas de la Unión Protestante lideradas por el conde Ernesto de Mansfeld en la batalla de Sablat, el 10 de junio de 1619. Esto cortó las comunicaciones del conde de Thurn con Praga, el cual abandonó inmediatamente el sitio de Viena. La derrota de los protestantes bohemios en Sablat también costó a los protestantes un importante aliado, Saboya, que había sido durante mucho tiempo un oponente a la expansión de los Habsburgo y había enviado ya considerables sumas de dinero y tropas irregulares a las guarniciones de las fortalezas de Renania. La captura de la cancillería de campo de Mansfeld desenmascaró el complot de los sardos y forzó al avergonzado duque a abandonar la guerra.
A pesar de la derrota de Sablat, el ejército del conde de Thurn continuó existiendo como fuerza efectiva, y Mansfeld consiguió reformar su ejército más al norte, en Bohemia. Los estados de Austria septentrional y meridional, todavía en rebelión, firmaron una alianza con los bohemios a comienzos de agosto, y el día 22 Fernando fue depuesto oficialmente como rey de Bohemia y sustituido por el Elector Palatino Federico V. En Hungría, incluso a pesar de que los bohemios habían rechazado la oferta de su corona, los transilvanos continuaron haciendo progresos sorprendentes, obligando a los ejércitos del emperador a retirarse de ese país en 1620.
Los españoles enviaron un ejército desde Bruselas bajo las órdenes de Ambrosio Spinola para dar apoyo al emperador, y el embajador español en Viena, don Íñigo Oñate, convenció a la Sajonia protestante para intervenir contra Bohemia a cambio de ofrecerles el control sobre Lusacia. Los sajones invadieron, y el ejército español en el oeste evitó que las fuerzas de la Unión Protestante pudieran prestar auxilio. Oñate conspiró para transferir el título electoral del Palatinado al duque de Baviera a cambio de su apoyo a la Liga Católica.
Bajo el mando del general Tilly, el ejército de la Liga Católica, que incluía a René Descartes en sus filas, pacificó la Austria Alta, mientras que las fuerzas del emperador pacificaban la Austria meridional. Una vez unidos los dos ejércitos, se desplazaron hacia el norte, dentro de Bohemia. Fernando II derrotó decisivamente a Federico V en la batalla de la Montaña Blanca (en checo: Bílá Hora) cerca de Praga, en 1620. Bohemia permanecería en manos de los Habsburgo durante casi 300 años.
Esta derrota provocó la disolución de la Liga de la Unión Evangélica y la confiscación de las posesiones de Federico V. El Palatinado renano fue entregado a nobles católicos, mientras que el título de Elector Palatino se le dio a su primo lejano, el duque Maximiliano I. Federico V, aunque ya sin territorios, se convirtió en un exiliado prominente en el extranjero, granjeándose simpatías y apoyo a su causa en las Provincias Unidas, Dinamarca y Suecia.
Se trató de un golpe serio a las ambiciones protestantes en la región. La rebelión literalmente se hundió, y las amplias confiscaciones patrimoniales y supresiones de títulos nobiliarios bohemios preexistentes aseguraron que el país regresaría a la fe católica después de más de dos siglos de disidencias religiosas, que habían comenzado con la guerra husita. Los españoles, tratando de flanquear a los holandeses, en preparación para la inminente guerra provocada por el fin de la tregua tras la guerra de los Ochenta Años, tomaron las tierras de Federico, el Palatinado de Renania. La primera fase de la guerra terminó completamente cuando Gabriel Bethlen de Transilvania firmó un tratado de paz con el emperador en diciembre de 1621, ganando algunos territorios en Hungría oriental.
Algunos historiadores consideran el periodo entre 1621-1625 como una fase separada de la guerra de los Treinta años, denominándola la fase del Palatinado. La catastrófica derrota del ejército protestante en la Montaña Blanca y la partida de Gabriel Bethlen significaron la pacificación del este de Alemania. La guerra en el oeste, concentrada en la ocupación del Palatinado, consistió en batallas mucho más pequeñas que las que vieron las campañas bohemia y húngara y con un uso mucho mayor del asedio. Mannheim y Heidelberg cayeron en 1622, y Frankenthal en 1623. Con ello el Palatinado cayó en manos del emperador.
El resto del ejército protestante, guiado por Mansfeld, hizo un intento de alcanzar la frontera neerlandesa. Tilly lo flanqueó en Stadtlohn el 6 de agosto de 1623, y solo un tercio del ejército de 21.000 hombres de Mansfeld consiguió escapar de la batalla. Sin suministros, ni recursos humanos, ni financiación, el ejército de Mansfeld se dispersó en 1624. Cabe resaltar que este hecho fue prácticamente decisivo para el transcurso de la guerra.
El periodo danés comenzó cuando el rey (1577-1648), un luterano convencido, temiendo que la soberanía como nación protestante fuese amenazada, ayudó a los alemanes encabezando un ejército contra el Sacro Imperio. Cristián IV había sacado abundante provecho de sus políticas en el norte de Alemania (Hamburgo había sido forzada a aceptar el protectorado danés en 1621, y en 1623 el heredero de Dinamarca fue nombrado obispo de Bremen-Verden). Cristián IV se había desenvuelto francamente bien como administrador y había conseguido para su reino un nivel de estabilidad y riqueza que no había sido igualado en ninguna parte de Europa. Se había beneficiado también de las aportaciones económicas de las aduanas en el Skagerrak y de las extensas reparaciones de guerra pagadas por Suecia. El único país en Europa con una posición financiera comparablemente fuerte fue, irónicamente, Baviera. También ayudó a ello el que el regente francés, el Cardenal Richelieu, deseaba fomentar y financiar una incursión danesa en Alemania. Cristián invadió al frente con un ejército de 20 000 mercenarios, pagado casi completamente con su fortuna personal.
Para enfrentarse a esta fuerza, Fernando II empleó la ayuda militar de Albrecht von Wallenstein, un noble bohemio. Wallenstein prometió a Fernando II un ejército de entre 30 000 y 100 000 soldados a cambio del derecho a saquear los territorios capturados. Cristian, que desconocía la existencia de Wallenstein cuando efectuó la invasión, fue forzado a retirarse antes de que su ejército fuese aniquilado por el ejército de Wallenstein y el de Tilly. La suerte de Cristián empeoró aún más cuando todos los aliados con los que pensaba que contaba se vieron forzados a abandonarle. Tanto Inglaterra como Francia pasaban por sendas guerras civiles. Suecia estaba en guerra con Polonia y ni Brandemburgo ni Sajonia parecían tener intenciones de hacer nada que alterase la tenue paz en Alemania oriental. Wallenstein derrotó al ejército de Mansfeld en la batalla del Puente de Dessau (1626) y el general Tilly derrotó a los daneses en la batalla de Lutter (1626). Mansfeld murió unos meses después de enfermedad, exhausto por la batalla que le había costado la mitad de su ejército.
El ejército de Wallenstein entonces marchó hacia el norte, ocupando Mecklemburgo, Pomerania y finalmente la propia Jutlandia. Sin embargo fue incapaz de tomar la capital danesa en la isla de Seeland sin una flota y ni los puertos hanseáticos ni los polacos permitieron que se construyese una flota imperial en el Báltico. Entonces optó por sitiar Stralsund, el único puerto beligerante del Báltico con instalaciones para construir una flota que pudiese tomar las islas danesas. Sin embargo, el costo del sostenimiento de las operaciones de Wallenstein era desorbitado, particularmente si se comparaba con lo que podría haberse ganado en la guerra con Dinamarca.
Por esto se llegó finalmente al tratado de Lübeck (1629), por el que Cristián IV renunció a su apoyo a los protestantes alemanes para poder mantener su control sobre Dinamarca. En los siguientes dos años se subyugaron más tierras a los poderes católicos.
La Guerra de los Treinta Años podría haber terminado con el periodo danés, pero la Liga Católica persuadió a Fernando II de que intentase recuperar las posesiones luteranas que, en aplicación de los acuerdos de la Paz de Augsburgo, pertenecían por ley a las iglesias católicas. Estas posesiones estaban descritas en el Edicto de Restitución de 1629, e incluían dos arzobispados, dieciséis obispados y cientos de monasterios.
El panorama para los protestantes era desolador. Los nobles y campesinos preferían abandonar sus tierras en Bohemia y Austria antes que convertirse al catolicismo. Mansfeld y Gabriel Bethlen, los primeros oficiales de la causa protestante, murieron en el mismo año. Sólo el puerto de Stralsund, abandonado por todos sus aliados, se mantenía frente a Wallenstein y el emperador.
Algunas personas en la corte de Fernando II creían que Wallenstein deseaba controlar a los príncipes alemanes y restaurar el poder del emperador en Alemania bajo su autoridad. Fernando II destituyó a Wallenstein en 1630. Más tarde lo volvería a llamar después de que los suecos, al mando del rey Gustavo II Adolfo, atacasen el imperio y vencieran en unas cuantas batallas significativas. La entrada de esta nación a la guerra conduciría al Imperio a una situación defensiva.
Gustavo II Adolfo justificaba oficialmente su intervención aduciendo que defendería a los protestantes de un emperador injusto. Pero, como previamente había hecho Cristián IV, acudió en ayuda de los luteranos alemanes para prevenir una posible agresión católica a su país y para obtener influencia económica y política de Suecia en los Estados alemanes situados alrededor del mar Báltico, en detrimento de las esferas de influencia de Dinamarca, Polonia y la Liga Hanseática. También, como Cristián IV, Gustavo II Adolfo fue subvencionado por Richelieu, el primer ministro del rey Luis XIII de Francia, y por las Provincias Unidas. Desde 1630 hasta 1634 hizo retroceder a las fuerzas católicas y recuperó una gran parte de las tierras protestantes ocupadas, tomando Pomerania e invadiendo Magdeburgo.
Fernando II dependía de la Liga Católica, ya que había cesado a Albrecht von Wallenstein. En la batalla de Breitenfeld, Gustavo II Adolfo derrotó a la Liga Católica comandada por el general Tilly. Un año después se encontraron de nuevo, y esta vez el general Tilly resultó muerto en el río Lech (1632) mientras ofrecía resistencia a la invasión sueca del Palatinado. Esto obligó a Fernando II a volver a llamar a Wallenstein.
Wallenstein y Gustavo II Adolfo de Suecia chocaron en la batalla de Lützen, en 1632, donde los suecos salieron victoriosos, pero con la pérdida de su rey en Leipzig. Las sospechas de Fernando II sobre Wallenstein volvieron a aparecer en 1633, cuando Wallenstein intentó arbitrar en las diferencias entre los bandos católico y protestante. El emperador creía que tal general planeaba una traición contra él, en contubernio con Suecia. Fernando II dispuso las cosas para arrestarlo tras retirarle de nuevo el mando. Uno de los soldados de Wallenstein, el capitán Devereux, le asesinó cuando intentaba contactar con los suecos en la casa consistorial de Cheb (Eger en alemán), el 25 de febrero de 1634.
Las hostilidades continuaron, y este mismo año, los suecos y sus aliados protestantes alemanes, al mando de Gustavo de Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, fueron derrotados en la batalla de Nördlingen por el rey de Romanos (heredero imperial), archiduque Fernando (hijo de Fernando II) y el general Matthias Gallas, al mando de los tropas católicas alemanas, y por el cardenal-infante don Fernando de Habsburgo, hermano del rey Felipe IV, al mando de tropas españolas que acudieron en ayuda de los católicos desde la posesión española de Milán.
Después de aquello, ambos lados se encontraron para entablar negociaciones, y el periodo sueco terminó por medio de la Paz de Praga (1635), según la cual:
Este tratado, sin embargo, no satisfizo a los franceses, ya que los Habsburgos continuaban siendo muy poderosos. Además España tomó en enero de 1635 Tréveris, Espira, Landau in der Pfalz y Philippsburg importantes fortalezas del Electorado de Tréveris. Francia decidió entrar el 19 de mayo en la guerra.
Francia, aunque era un país católico, rivalizaba con la casa de Habsburgo, y ahora entró en la guerra en el bando protestante. El cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, pensó que los Habsburgo todavía eran demasiado poderosos, ya que mantenían en su poder varios territorios en la frontera este de Francia y tenían influencia sobre las Provincias Unidas.
Por lo tanto, Francia se alió con los holandeses y con Suecia y entró en la guerra. Las tropas españolas arrasaron las provincias francesas de Champaña y Borgoña, e incluso amenazaron París durante la campaña de Francia de 1636. El general imperial Johan von Werth y el comandante español, el cardenal-infante Fernando, llevaron a cabo campañas exitosas, sin embargo esto alargaba mucho sus líneas de comunicación, por lo que finalmente se retiraron mientras los franceses tomaron Arras, aun así los españoles vencieron a los franceses en los sitios de Saint Omer de 1638 y 1647. Finalmente Bernardo de Sajonia-Weimar derrotó a los imperiales en el Rin y llegó a amenazar su permanencia en suelo francés en la batalla de Rheinefeld. Siguieron muchas batallas, pero ningún bando obtuvo en ellas ventajas claras.
En 1642, murió el cardenal Richelieu y un año después lo hizo el rey francés Luis XIII. Subió al trono Luis XIV, con tan sólo cinco años, mientras que su regente, el Cardenal Mazarino, comenzó a trabajar para buscar una salida diplomática a la guerra.
En 1642 las tropas Españolas vencen a las francesas en Honnecourt, pero en 1643 las tropas españolas de Felipe IV, que se enfrentaba en la península a la Sublevación de Cataluña, fueron derrotadas en la batalla de Rocroi, en Flandes. En el frente del Rin las tropas francesas fueron derrotadas en Tuttlingen, y su primer intento de invadir Baviera fue un fracaso siendo los franceses al mando de Turena derrotados en Mergentheim, pero dos años después, en 1645, el mariscal sueco Lennart Torstensson venció a un ejército imperial en la batalla de Jankov, cerca de Praga, mientras que Luis II de Borbón, príncipe de Condé, derrotó al ejército bávaro en Nördlingen. El último gran jefe militar de los católicos, el conde Franz von Mercy, perdió la vida en la batalla.
En 1647 Francia y Suecia invadieron Baviera y forzaron a Maximiliano I a firmar el 14 de marzo de 1647 la Tregua de Ulm y renunciar a su alianza con el Sacro Imperio Romano. Sin embargo, en otoño de ese mismo año rompió la tregua y volvió con los imperiales. En 1648, suecos y franceses derrotaron al ejército imperial en las batallas de Zusmarhausen y Lens. Únicamente los territorios de la propia Austria permanecieron seguros en manos de los Habsburgo.
Como consecuencia de estos tratados, Francia logró importantes ventajas territoriales en Alsacia y la frontera renana, Suecia se quedó con Pomerania occidental y diversos enclaves alemanes del mar del Norte y el Báltico, convirtiéndose en miembro del Imperio. Brandeburgo se expandió en Pomerania oriental y obtuvo algunos territorios en Alemania occidental, mientras el duque de Baviera retenía el alto Palatinado y la condición de elector, que se restituiría a los herederos de Federico V, junto al bajo Palatinado, hecho que se tradujo en el aumento del colegio electoral imperial a ocho miembros. Por su parte, la independencia formal de Suiza fue acatada por el Imperio. Esta institución fue la más perjudicada, pues el reconocimiento de la soberanía de los príncipes y las ciudades vaciaba de contenido el título imperial. La consagración de la libertad religiosa de los príncipes, que impondrían su fe en sus estados se extendió al calvinismo y puso fin al ciclo de guerras religiosas que habían ensangrentado Europa desde el siglo XVI
Los Habsburgo vieneses, a pesar de algunas concesiones, fortalecieron el control sobre sus posesiones patrimoniales, gobernadas desde Austria. La gran perdedora de este prolongado conflicto fue Alemania en su conjunto, sometida a terribles devastaciones durante tres décadas —especialmente en regiones como Renania, que perdió dos tercios de su población— y afectada por pérdidas materiales que tardaron decenios en ser reparadas. Por su parte, Inglaterra y Holanda se afianzaron como potencias marítimas, lo cual les llevaría a un gran desarrollo comercial y colonial pero también a una rivalidad militar entre ambas. Francia se confirmó como la nueva potencia europea, aunque todavía tenía que dirimir su rivalidad con España.
El ejército francés del Príncipe de Condé derrotó a los españoles en la batalla de Lens en 1648, la cual fue seguida de negociaciones. Los entes políticos que tomaron parte de las mismas fueron: el Sacro Imperio Romano Germánico bajo Fernando III, Francia, España, las Provincias Unidas, Suiza, Suecia, Portugal, y el Papado. La paz de Westfalia en 1648 fue el resultado de estas negociaciones.
Las ideas centrales de la paz de Westfalia fueron:
La historiografía ha señalado a la paz de Westfalia como la paz en la que se creó el primer sistema internacional, se abogó por la secularización de la política —acabando así con las guerras de religión—, y edificando el primer paso hacia la destrucción de la sociedad corporativa en beneficio del ideario individualista esbozado en Leviatán (Hobbes), donde las personas ceden libremente su capacidad de actuar violentamente así como su voluntad en beneficio del príncipe, quien pasa a centralizar la violencia (absolutismo).
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