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Pelayo de Asturias



Pelayo o Pelagio, (latín: Pelagius; árabe: Belai al-Rumi[a]​), es considerado el primer monarca del reino de Asturias, que rigió durante 19 años. Su origen, que ha sido discutido en las últimas décadas por una serie de investigadores, pudo ser visigodo, astur, cántabro o hispanorromano. La historiografía internacional se decanta por la procedencia visigoda.[1]​ La Crónica Albeldense le hace un noble godo («XV. ITEM ORDO GOTORUM OBETENSIUM REGUM. Primum in Asturias Pelagius rg. in Canicas an. XIX. Iste, ut supra diximus, a Uittizzanc rege de Toleto expulsus Asturias ingressus.)[b]​ La Crónica Rotense nos habla de un espatario de los reyes Witiza y Rodrigo.

El testamento de Alfonso III, del año 869,[2]​ en que el rey Magno dona al presbítero Sisnando la iglesia de Santa María de Tenciana (Tiñana, Siero) que su tío Alfonso el Casto había ganado de las propiedades pertenecientes a su bisabuelo Pelayo, vincula territorialmente a Pelayo con el área central de Asturias, aunque sin aportar datos sobre su lugar de origen.

Frenó la expansión de los musulmanes hacia el norte, comenzó la Reconquista y se le ha considerado tradicionalmente como el fundador del reino de Asturias, aunque recientes investigaciones arqueológicas sugieren que podría haberlo hecho sobre una organización política local previa.[3]​ Las crónicas najerense y rotense lo presentan como espadero de los reyes Witiza y Rodrigo, es decir, miembro de su guardia personal. Más tarde, en el siglo XIII, Lucas de Tuy aseguraba que era nieto del monarca Chindasvinto e hijo de Favila, por lo que estaría emparentado con Rodrigo, que a su vez era hijo de Teodofredo, hermano del padre de Pelayo.[4][c]​ Para las fuentes árabes el origen hispano-romano de Pelayo no ofrece dudas. Lo nombran como Belai al-Rumi, esto es; Pelayo el romano.

Son dos las principales fuentes escritas de la monarquía astur que nos hablan de la existencia de Pelayo. La más extensa de estas crónicas es la llamada Albeldense, texto escrito alrededor del 880 en la corte de Alfonso III. Coetánea de la anterior (posterior en todo caso al 887), y nacida en el mismo medio, es la denominada comúnmente como Crónica de Alfonso III, en sus dos versiones, la Rotense o vulgar y la Sebastianense o culta. Constituye un gran acuerdo entre los historiadores que se han ocupado de ellas, que el propósito general de estos relatos era asentar una idea de continuidad entre el reino visigodo de Toledo y el primitivo reino astur: las Crónicas declaran que los reyes astures son sucesores de Leovigildo y Recaredo,[6]​ así como tratan de crear una continuidad institucional entre ambas realidades políticas.[7]​ La moderna historiografía coincide en que estas declaraciones constituyen un paradigma llamado neogoticismo, seguramente avivado por influencias mozárabes, y que real o ficticio, respondía muy bien a los intereses políticos y al reforzamiento del prestigio personal de Alfonso III.[8]

Los tres textos coinciden en dibujar un personaje legendario que responde a los ideales de los miembros de la comunidad mozárabe refugiados en la corte de Alfonso III, a saber: ser godo (no-musulmán), haber emigrado (no-colaboracionista) y practicar un cristianismo sin concesiones (no-renegado). Estas descripciones tan aparentemente idealizadas y acordes a los intereses del régimen asturiano, harían sospechar que son en su mayor parte creaciones literarias;[9]​ se trataría pues de la creación de un «arquetipo político neogoticista» que aportaría muy poco o nada al estudio del personaje histórico.[10]​ A favor de esta teoría, de que los orígenes godos de Pelayo son una invención, está además el hecho de que en la llamada Crónica mozárabe -escrita en el 754 (y por tanto muy cercana temporalmente a los hechos) y que pretende ser una continuación de la Historia de los Godos (Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum) de Isidoro de Sevilla-, el personaje de Pelayo no aparece ni siquiera mencionado. Sería lógico ver detallados en esta Crónica los acontecimientos por los que un noble godo, supuesto hijo de un dux, reinstauraba en el norte la monarquía visigoda de Toledo, convirtiéndose en el sucesor lineal de Rodrigo, lo cual da a entender que para el autor de la crónica, la formación del nuevo reino de los astures y su Prínceps Pelayo tenían muy poca o ninguna relevancia para la historia de la monarquía visigoda.[11]

No obstante, también cabe la posibilidad de que las noticias de la monarquía asturiana no llegasen a oídos del autor de la Crónica mozárabe, bien porque esta monarquía se encontraba aún en un estado demasiado agonizante como para saber de ella en Al Andalus, bien -más probablemente- debido a una censura por parte de las autoridades árabes, para evitar cualquier rebelión y consolidar así la conquista realizada. Lo que sí es cierto es que en esa crónica se hace referencia a «la pérdida de Hispania»,[12]​ lo que da a entender la existencia pasada de una realidad política que en aquel momento se aspiraba a recuperar. El desconocido origen de Pelayo poco importa, pues fuese cual fuese, la monarquía asturiana se hizo a imagen y semejanza de la visigoda desde el primer momento, impregnando en ella la idea de recuperar el Reino perdido (y por lo tanto el concepto de Reconquista).[13]

La tesis de que Pelayo era de origen astur es la opción seguida por gran parte de la historiografía moderna.[14][15][16][17][18][19][20][21][22][23]

Esta hipótesis lanzada a principios de los 90 por los profesores Montenegro (Universidad de Valladolid) y Del Castillo (Universidad de Alicante) afirma básicamente que Pelayo era godo, hijo del dux asturiensis Favila, y que a raíz de las alianzas establecidas por su padre esto habría permitido que fuese elegido como príncipe por los astures en el Concilio del Monte Auseva.

La teoría parte de una premisa que se da por demostrada: Pelayo era godo. La moderna historiografía admite casi unánimemente la idea de que Don Pelayo era un noble visigodo que se refugió en Asturias y logró convertirse en caudillo de las hasta entonces irredentas tribus norteñas.[32]

Para ello los autores parten de fuentes árabes: ¿Quién podía ser Don Pelayo? Con toda seguridad un visigodo (Ibn Hayyan en cita de Ibn Jaldun). La referencia es cierta Ibn Hayyan dice que son descendientes de los godos… (Ibn Jaldun), pero no toman en cuenta a la propia opinión de Ibn Jaldun "... mas tal opinión es errónea".

Ahora bien, si se acepta que Pelayo era de origen godo ¿de qué manera pudo hacerse con el gobierno de la sociedad astur?. Aquí es donde se lanza la hipótesis basada en la creación, proceso ocurrido entre los años 653 al 683, sobre que de la nueva circunscripción provincial en Asturias[33]​ a cuyo mando se encontraría un ’’dux asturiensis’’ y en la literalidad de un único pasaje de la versión culta de la Crónica de Alfonso III, según la cual Pelayo era hijo de Fáfila o Favila, duque de sangre real. Como se ve la teoría descansa sobre bases poco fiables: si existió el ducado de Asturia y si Pelayo era hijo de un duque, Pelayo sería hijo del duque de Asturia que habría muerto a manos de Witiza en tiempos del rey Égica. Esta hipótesis ha sido fuertemente criticada por incurrir en graves contradicciones (Isla Frez, 1995): es indiscutible la continuidad institucional del reino de Asturias con respecto al reino visigótico de Toledo (Montenegro y Del Castillo, 1992) / para nosotros es evidente que no hubo continuidad entre el reino visigótico de Toledo y el de Asturias (Montenegro y Del Castillo, 1994)[34]​ y por ignorar resultados arqueológicos que muestran la ausencia de huellas de implantación goda e insuficiencia de pruebas de un control realmente efectivo de Asturias por parte reino toledano.[35]

La propuesta de Pelayo hijo del dux Asturiensis Favila ya había sido anteriormente realizada por Eloy Benito Ruano.[36]

Tras la llegada en el año 714 de la expedición de Muza a Asturias, el jefe bereber Mnuza o Munuza fue encargado de las tropas y la administración de la mitad norte peninsular, asentándose al frente de una guarnición musulmana en Gijón,[cita requerida] mientras otras aseguraban el territorio, y otras atacaban a los últimos restos de resistencia. Las familias más importantes de la aristocracia astur, entre ellas la de Pelayo, enviaron rehenes a Córdoba para garantizar la capitulación. Sin embargo, en tiempos del valí Al-Hurr (717–718) Pelayo retornó a las montañas de Asturias donde fue elegido princeps o líder de los astures según una de las crónicas.[37]​ Tras unos años de mutuo hostigamiento, durante el gobierno de Anbasa (722), Munuza envió un destacamento de tropas al refugio de Pelayo en Piloña. El líder astur y sus hombres se refugiaron en el monte Auseva, donde esperaron a las tropas musulmanas, mientras que Munuza ordenaba refuerzos desde la meseta para acabar con la resistencia. Allí les tendieron una emboscada al destacamento musulmán, el cual fue aniquilado. Esta acción bélica se conoce como la batalla de Covadonga. Tras esta batalla, Pelayo es coronado rey con una corona hecha con ramas de roble en el llamado Campo de la Jura, cercano a Cangas de Onís, por dos de sus capitanes, Suero Buyeres de Caso y su yerno don Anean de Estrada.[38]

Cuentan las crónicas que, tras la derrota de Covadonga, Munuza salió huyendo con sus fuerzas, probablemente por temor a que la gente de Gijón se uniera a la revuelta o por miedo a que las tropas asturianas que habían derrotado a sus propias tropas le dieran alcance en la ciudad. Tras abandonar la ciudad, Munuza intentó salir de Asturias por el puerto de la Mesa, mientras que las tropas victoriosas de Covadonga hacían marchas forzadas para cortarle la huida hacia la meseta, siendo Munuza y sus tropas nuevamente derrotadas y muerto Munuza en Olalíes, actual concejo de Santo Adriano. Pelayo se apoderó de Gijón sin mayor esfuerzo, una vez que las tropas musulmanas y Munuza habían intentado huir y habían sido aniquiladas en el intento. Al divulgarse por tierras musulmanas la noticia de la toma de Gijón, muchos cristianos se unieron al ejército de Pelayo. El reino de Asturias tuvo como primera capital Cangas de Onís y como segunda Pravia, para pasar a ser Oviedo la capital bajo el reinado de Alfonso II. Como reseña de la importancia de la muerte de Munuza según esta versión, cabe destacar que era el general al mando de las tropas al norte de la península ibérica y que su muerte se podría considerar de trascendencia dentro del organigrama militar musulmán.

Sin embargo otras crónicas posteriores citan que Munuza consiguió escapar con vida y le sitúan con bastante seguridad puesto a cargo de las tropas bereberes en las zonas fronterizas y de igual geografía montañosa en los Pirineos orientales. Tratados y enlace parecidos con el duque aquitano le llevarían a casar con la hija del duque, tras lo cual, y con la alianza del duque como resguardo, se levantaría en rebelión contra sus superiores árabes en alianza con los francos a la búsqueda quizá de crearse un nicho de poder en el estratégico punto de los Pirineos. Fue suprimido por las tropas del emir en campaña de castigo y para deshacer el peligro que esta posición hubiera supuesto para el al-Andalus recién creado.

Hay que resaltar que los musulmanes estaban más interesados en expandirse por Francia y avanzar hacia el centro de Europa, donde fueron detenidos por Carlos Martel en la batalla de Poitiers (Tours), que en limpiar la retaguardia de pequeños reinos hostiles que quedaron aislados ante el avance musulmán.[cita requerida]

Sin embargo, el triunfo de la revuelta no llevó a Pelayo a establecer su corte en Gijón, que era la ciudad más importante de la Asturias bajoimperial, sino que se asentó en Cangas de Onís, situada en las estribaciones de los Picos de Europa: lo inseguro de su situación hacía aconsejable refugiarse en un territorio montañoso que fuera poco accesible para las aceifas musulmanas. Pero una vez que décadas más tarde se consolidara el Reino, la sede regia fue trasladada sucesivamente a Pravia por el rey Silo, esposo de Adosinda, nieta de Pelayo, y, posteriormente, a Oviedo.

En principio parece que el reino de Pelayo se extendía por la llamada Asturias nuclear, que comprendía, al menos, los territorios central y oriental de la actual Asturias, de acuerdo con el relato de la Crónica albeldense, que acontece entre la civitate Gegione y Covadonga. Fueron sucesores suyos, como Alfonso I de Asturias o Fruela I de Asturias, los que, fagocitando entidades políticas menores (como los condados de Trasmiera o Sopuerta), extendieron los dominios del reino de Asturias hasta Galicia y Vizcaya.

El rey don Pelayo falleció en Cangas de Onís, donde tenía su corte, en el año 737. Después de su defunción, su cadáver recibió sepultura en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, situada en la localidad asturiana de Abamia, en la que previamente había sido sepultada su esposa, la reina Gaudiosa. En el lado del Evangelio de dicha iglesia, se conserva en la actualidad el sepulcro, vacío, que contuvo los restos del rey y enfrente, colocado en el lado de la Epístola, se encuentra el que contuvo los restos de la esposa de don Pelayo. El cronista Ambrosio de Morales dejó constancia en su obra de que Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y de León, ordenó trasladar los restos del rey don Pelayo y los de su esposa a la Santa Cueva de Covadonga.[39]

En una cavidad natural de la Santa Cueva de Covadonga, e introducidos en un túmulo de piedra, reposan en la actualidad los restos del rey don Pelayo, los de su esposa y los de Ermesinda, hermana del rey. En el sepulcro se encuentra esculpida la siguiente inscripción:[40]

No obstante lo anterior, numerosos historiadores han cuestionado la autenticidad del traslado de los restos del rey don Pelayo y de su esposa a Covadonga.[39]

Don Pelayo contrajo matrimonio con Gaudiosa y fruto de su matrimonio nacieron dos hijos:




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