El toro de Falaris es un instrumento de tortura cuyo nombre se atribuye a Falaris, tirano de Acragas, Sicilia, que murió en el año 554 a. C. Los ajusticiados se introducían en el interior de una estatua de bronce hueca con forma de toro. La estatua se colocaba encima de una hoguera, con lo que la temperatura del interior aumentaba como en un horno. Los alaridos y los gritos de las víctimas salían por la boca del toro, haciendo parecer que la figura mugía. La leyenda cuenta que su diseñador, Perilo, murió al ser introducido en su propia creación por los subordinados de Falaris cuando le presentó el instrumento.
Algunos eruditos de principios del siglo XX indicaron una posible conexión entre el toro de Falaris y las imágenes de los cultos fenicios (véase el becerro de oro bíblico), e hipotetizaron una continuación de la práctica de los sacrificios humanos de Oriente. No obstante, esta idea luego perdió adeptos, aunque los argumentos originales no han sido refutados.
La historia del toro no puede ser descartada como pura invención. Píndaro, quien vivió menos de un siglo más tarde, asoció expresamente a este instrumento de tortura con el nombre del tirano. Ciertamente existió un toro de Falaris en Agrigento que fue trasladado a Cartago por los mismos cartagineses cuando volvió a ser tomada por Escipión el Africano, también conocido como Escipión el Mayor, y devuelto a Agrigento (c. 200 a. C.). Sin embargo, es más probable que fuese Publio Cornelio Escipión Emiliano, alias Escipión el Menor, quien regresó este toro y otras obras de arte robadas a sus ciudades sicilianas originarias después de la destrucción total de Cartago (c. 146 a. C.) que puso fin a la tercera guerra púnica.
El tormento de Falaris es mencionado sin aportar detalles por Aristóteles al hablar de acciones depravadas.
Los romanos tenían fama de haber usado este dispositivo de tortura para matar a algunos cristianos, especialmente a San Eustaquio, quien, según la tradición cristiana, fue asado en un toro de bronce con su esposa e hijos por el emperador Adriano. Lo mismo le sucedió a San Antipas, obispo de Pérgamo durante las persecuciones del emperador Domiciano y el primer mártir en Asia Menor, quien fue asado hasta la muerte en un toro de bronce en el año 92. Se afirma que el dispositivo todavía se usaba dos siglos después, cuando se dice que otro cristiano, Pelagia de Tarso, fue quemado en uno de ellos en 287 por el emperador Diocleciano.
La Iglesia Católica descarta la historia del martirio de San Eustaquio como "completamente falsa".
Según la Crónica caesaraugustana, Burdunellus, un usurpador romano, fue asado en un toro de bronce por el rey Alarico II en 497.
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