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Falacia formal



En lógica, una falacia (del latín fallacia ‘engaño’) es un argumento que parece válido, pero no lo es.[1][2]​ Algunas falacias se cometen intencionalmente para persuadir o manipular a los demás, mientras que otras se cometen sin intención debido a descuidos o ignorancia. En ocasiones las falacias pueden ser muy sutiles y persuasivas, por lo que se debe poner mucha atención para detectarlas.[3]

Que un argumento sea falaz no implica que sus premisas o su conclusión sean falsas ni que sean verdaderas. Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Lo que hace falaz a un argumento es la invalidez del argumento en sí. De hecho, inferir que una proposición es falsa porque el argumento que la contiene por conclusión es falaz es en sí una falacia conocida como argumento ad logicam.[4]

El estudio de las falacias se remonta por lo menos hasta Aristóteles, quien en sus Refutaciones sofísticas identificó y clasificó trece clases de falacias.[1]​ Desde entonces se han agregado a la lista cientos de otras falacias y se han propuesto varios sistemas de clasificación.[5]

Las falacias son de interés no solo para la lógica, sino también para la política, la retórica, el derecho, la ciencia, la religión, el periodismo, la mercadotecnia, el cine y, en general, cualquier área en la cual la argumentación y la persuasión sean de especial relevancia.

Todavía no hay acuerdo sobre la mejor definición de falacia y existen muchas propuestas que rivalizan entre sí.[6]​ En 1970, Charles Hamblin publicó una obra seminal titulada Falacias, que rastrea el desarrollo de la noción desde Aristóteles hasta mediados del siglo XX y concluye que la definición estándar de falacia es «un argumento que parece válido, pero no lo es».[1]​ Autores posteriores, como Ralph Johnson y Hans Hansen, cuestionaron esta conclusión y propusieron definiciones alternativas,[7][8]​ mientras que otros autores, como Douglas Walton, defendieron la aproximación de Hamblin.[9]

Algunas definiciones alternativas a la de Hamblin hacen énfasis en las fallas lógicas de las falacias. Por ejemplo, se pueden definir las falacias como argumentos deductivamente inválidos o con muy poco apoyo inductivo.[6]​ El problema con esta definición es que algunas falacias consisten en argumentos deductivamente válidos, cuya falla está en otra parte, por ejemplo el falso dilema o la petición de principio.[6]​ Se[¿quién?] enmienda esta definición agregando que los argumentos no falaces, además de tener validez deductiva o apoyo inductivo, deben tener premisas verdaderas y bien justificadas, y no caer en la petición de principio.[6]​ Esta definición tiene la ventaja de que incluye a los falsos dilemas y a las peticiones de principio como falacias. Pero tiene la desventaja de que también incluye como falacias a muchos argumentos legítimos, por ejemplo argumentos científicos del pasado que tenían premisas falsas, pero que sin embargo eran argumentos muy serios y bien intencionados.[6]

Van Eemeren y Grootendorst proponen una definición «pragma-dialéctica», en la que las falacias se conciben como violaciones de las reglas de la discusión.[10]​ Así por ejemplo, si una regla de la discusión es no atacar al oponente a nivel personal, se sigue que todo argumento ad hominem es falaz. Una dificultad con esta aproximación, sin embargo, es que no hay acuerdo sobre la mejor manera de caracterizar las reglas de una discusión.[6]

La falacia lógica es un modo o patrón de razonamiento que siempre o casi siempre conduce a un argumento incorrecto. Esto es debido a un defecto en la estructura del argumento que lo conduce a que este sea inválido. Las falacias lógicas suelen aprovecharse de los prejuicios o sesgos cognitivos para parecer lógicas, cambiándose, a veces, el error inconsciente o involuntario por una manipulación deliberada. Por eso, las falacias lógicas son los mecanismos automáticos más comunes para poner en práctica los sesgos cognitivos. Algunas importantes falacias lógicas que emplean los sesgos cognitivos se muestran a continuación. Véase también control social, control mental, propaganda, lavado de cerebro.

Generalmente, los razonamientos falaces no son tan claros como los ejemplos. Muchas falacias involucran causalidad, que no es una parte de la lógica formal. Otras utilizan estratagemas psicológicas como el uso de relaciones de poder entre el orador y el interlocutor, llamamientos al patriotismo, la moralidad o el ego para establecer las premisas intermedias (explícitas o implícitas) necesarias para el razonamiento. De hecho, las falacias se encuentran muy a menudo en presunciones no formuladas o premisas implícitas que no son siempre obvias a primera vista.

En lógica, la afirmación del consecuente, también llamado error recíproco o error converso, es una falacia formal que se comete al tomar una afirmación condicional verdadera "Si A, entonces B", e incorrectamente afirmar su recíproca o conversa "Si B, entonces A". Esto es un error, porque el consecuente B puede tener otras razones para ocurrir aparte de A.

En lógica se conoce como argumento ad hominem (del latín ‘contra el hombre’)[13]​ a un tipo de falacia informal (argumento que, por su contenido o contexto, no está capacitado para sostener una tesis) que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de esta.[14]​ Para utilizar esta falacia se intenta desacreditar a la persona que defiende una postura señalando una característica o creencia impopular de esa persona, en vez de criticar el contenido del argumento que defiende la postura contraria.[15]

Una falacia ad hominem tiene la estructura siguiente:

Al denunciar este tipo de falacia, no se debe caer en el error de pensar que por existir un argumento ad hominem la afirmación de B sería verdadera (esto es también una falacia conocida como argumento ad logicam). El hecho de que alguien desacredite al orador no prueba nada acerca de la falsedad o veracidad de lo que este diga.

El hecho de insultar a una persona dentro de un discurso —de otro modo racional— no constituye necesariamente una falacia ad hominem. La falacia se comete al limitarse a desacreditar a la persona que está ofreciendo la afirmación, para luego no criticar el contenido de la afirmación.

Una falacia ad hominem es una de las falacias lógicas más conocidas. Tanto la falacia en sí misma como la acusación de haberse servido de ella (argumento ad logicam) se utilizan como recursos en discursos reales. Como una técnica retórica, es poderosa y se usa a menudo —a pesar de su falta de sutileza— para convencer a quienes se mueven más por sentimientos y por costumbres acomodaticias que por razones lógicas. Se atacan, así, no los argumentos propiamente dichos, sino a la persona que los produce y, más concretamente, su origen, raza, educación, riqueza, pobreza, estatus social, pasado, moral, familia, etcétera.

Por ejemplo:

Diálogo entre dos personas

En este caso B atacó la moral de A, pero no dijo nada sobre las necesidades básicas. Se dice entonces que el argumento usado por B es una falacia, porque no prueba falsedad, sino que intenta generar la sensación de falsedad.

Ejemplo 2:

La petición de principio (del latín petitio principii, "suponiendo el punto inicial") es una falacia informal que se produce cuando la proposición por ser probada se incluye implícita o explícitamente entre las premisas.[16]​ La primera definición conocida en Occidente de esta falacia fue acuñada por Aristóteles en su obra Primeros analíticos.[17]

Por ejemplo, el siguiente argumento es una petición de principio:

En este argumento, la conclusión está contenida en la premisa, pues decir la verdad es antónimo de mentir. Las peticiones de principio resultan más persuasivas cuando son lo suficientemente largas como para hacer olvidar al receptor que la conclusión ya fue admitida como premisa.

Formalmente, las peticiones de principio son argumentos deductivamente válidos,[16]​ pues es deductivamente válido que de A se sigue A. Existe desacuerdo acerca de por qué algunos argumentos deductivamente válidos se consideran peticiones de principio y otros no.[16]​ Una propuesta[¿quién?] es que la diferencia es psicológica: si la conclusión nos parece demasiado obvia con respecto a las premisas, entonces consideramos que el argumento es una petición de principio; de lo contrario, no.[16]

Esta denominación no se suele aplicar a la falacia más general que resulta cuando la evidencia dada para una proposición necesita tanta prueba como la proposición misma. La denominación más usada para una argumentación semejante es la de falacia de las muchas preguntas.

Toda petición de principio tiene esta característica: que la proposición por ser probada (como conclusión) se asume en algún punto anterior, se asume en alguna de las premisas. Debido a lo anterior, esta falacia fue clasificada por Aristóteles como una falacia material, en vez de como una falacia lógica.

A lo largo de los siglos, se han propuesto varias maneras de clasificar las falacias, pero todavía no se llega a una clasificación o taxonomía definitiva.[2]​ En esta sección se exponen algunas de las clasificaciones más influyentes.

La primera clasificación fue la de Aristóteles, quien dividió en dos grupos a las trece falacias que identificó: las que dependen del lenguaje y las que no.[19]​ En el primer grupo puso las seis falacias que dependen de ambigüedades, anfibologías, combinaciones de palabras, divisiones de palabras, acento y formas de expresión.[19]​ En el segundo grupo puso las siete falacias que no dependen del lenguaje, entre ellas los accidentes, la falacia de las muchas preguntas, la petición de principio y la afirmación del consecuente.[19]

Otra clasificación conocida es entre falacias formales e informales.[20]​ Las primeras son aquellas cuya invalidez se puede demostrar mediante métodos formales,[20]​ tales como la afirmación del consecuente y la negación del antecedente. Las segundas son aquellas cuya invalidez depende del contenido de los argumentos o de la intención del que argumenta,[20]​ por ejemplo la falacia del hombre de paja o los argumentos ad hominem.

Aún otra clasificación es entre falacias deductivas e inductivas.[20]​ Las falacias deductivas son aquellas que pretenden validez deductiva, aunque no lo logren, como por ejemplo la afirmación del consecuente. Las falacias inductivas son aquellas que solo pretenden dar apoyo inductivo a la conclusión, aunque tampoco lo logren, como por ejemplo la generalización apresurada.

Las falacias formales son aquellas cuyo error reside en la forma o estructura de los argumentos. Algunos ejemplos conocidos de falacias formales son:

Las falacias informales son aquellas cuya falta está en algo distinto a la forma o estructura de los argumentos. Esto resulta más claro con algunos ejemplos:

En los diálogos platónicos aparecen ejemplos de diversas falacias, si bien no se hace una clasificación sistemática de las mismas. El Eutidemo discute una gran cantidad de falacias e intenta llegar a conclusiones sobre su validez o invalidez.[22][23]​ El primer estudio más elaborado sobre las falacias se remonta a Aristóteles,[2]​ quien en un trabajo titulado Refutaciones sofísticas, identificó y clasificó trece falacias.

Las falacias se usan frecuentemente en artículos de opinión en los medios de comunicación y en política. Cuando un político le dice a otro «No tienes la autoridad moral para decir X», puede estar queriendo decir dos cosas:

Es difícil, por ello, distinguir falacias lógicas, ya que dependen del contexto.

Otro ejemplo, muy extendido es el recurso al argumentum ad verecundiam o falacia de la autoridad. Un ejemplo clásico es el ipse dixit (‘él mismo lo dijo’) utilizado en la Antigüedad para conservar intacto el pensamiento de Pitágoras. Un ejemplo más moderno es el uso de famosos en anuncios: un producto que deberías comprar/usar/apoyar solo porque tu famoso favorito lo hace.

Una referencia a una autoridad siempre es una falacia lógica, aunque puede ser un argumento racional si, por ejemplo, es una referencia a un experto en el área mencionada. En este caso, este experto debe reconocerse como tal y ambas partes deben estar de acuerdo que su testimonio es adecuado a las circunstancias. Esta forma de argumentación es común en ambientes legales.

Otra falacia muy usada en entornos políticos es el argumentum ad populum, también llamado sofisma populista. Esta falacia es una variedad de la falacia ad verecundiam. Consiste en atribuir la opinión propia a la opinión de la mayoría y deducir de ahí que si la mayoría piensa eso es que debe ser cierto. En cualquier caso muchas veces la propia premisa de que la mayoría piense eso puede ser falsa o cuando menos dudosa ya que, en muchos casos, dicha afirmación no puede ser probada más que con algún tipo de encuesta que no se ha realizado. En caso de ser cierto tampoco se justifica el razonamiento porque la mayoría piense eso. Se basa en la falsa intuición de que el pueblo tiene autoridad: «tanta gente no puede estar equivocada». Se suele oír con frases del tipo «todo el mundo sabe que…», o «…que es lo que la sociedad desea», así como «la mayoría de los españoles sabe que…».

Por definición, razonamientos que contienen falacias lógicas no son válidos, pero muchas veces pueden ser (re) formulados de modo que cumplan un modo de razonamiento válido. El desafío del interlocutor es encontrar la premisa falsa, esto es, aquella que hace que la conclusión no sea firme.

Sofisma o sofismo es un razonamiento o argumento falso con apariencia de verdad.[24]

La palabra sofista deriva de las palabras sophia y sophos, que significan "sabiduría" o "sabio" desde los tiempos de Homero, y se utilizó originalmente para describir la experiencia en un conocimiento o profesión particular. Sin embargo, gradualmente, la palabra también llegó a denotar sabiduría general y especialmente sabiduría sobre asuntos humanos (por ejemplo, política, ética). Este fue el significado atribuido a los Siete Sabios griegos de los siglos VII y VI a. C. (como Solón y Tales de Mileto), y este fue el significado que apareció en las historias de Heródoto. Platón dice que los sofistas no están interesados en obtener la solución correcta, sino que solo quieren que todos los oyentes estén de acuerdo con ellos.

Los mayores y mejores sofistas conocidos fueron Protágoras de Abdera, (c. 490-421 a. C.) Gorgias de Leontinos (c. 487-380 a. C.), Hipias de Elis, LicofrónProdicoshabría sido maestro SócratesTrasímacoCalicles aunque había muchos otros de los cuales sabemos poco más que los nombres.

Protágoras fue uno de los maestros más conocidos y exitosos. Enseñó a sus alumnos las habilidades y el conocimiento necesarios para una vida exitosa, especialmente en política, en lugar de filosofía. Entrenó a sus alumnos para discutir desde el punto de vista, porque creía que la verdad no puede limitarse a un solo lado del argumento. Protágoras escribió sobre una variedad de temas y algunos fragmentos de su trabajo han llegado hasta nuestros días. Él es el autor de la famosa frase: "El hombre es la medida de todas las cosas", que es la oración inicial de su obra llamada Verdad. Esta oración sería uno de los pilares del relativismo. También enseñó cómo hacer que el argumento más débil sea el más fuerte, haciendo convincentes las posiciones impopulares. Según Platón, Protágoras define su arte como "educar a los hombres".

Gorgias es otro sofista conocido, autor de una obra perdida conocida como Da Natureza do inexistente, donde argumenta que no existe nada, trata de convencer a sus lectores de que el pensamiento y la existencia eran diferentes y dijo que "lo que importa es la adherencia, no la enseñanza de lo justo o lo injusto ". Es importante señalar que Gorgias iba en contra del pensamiento de Parménides, quien afirmó la existencia del ser y la imposibilidad de la existencia del no ser. A diferencia de este pensador, afirmó que el ser no existía, porque las definiciones que le dieron los diferentes filósofos que lo precedieron eran contradictorias.[25]

Escasos versados en Lógica, han sido capaces de explicar la presencia de los sofismas. De hecho, la investigación de estos siempre ha resultado una ardua tarea para los lógicos. En muchas ocasiones la clasificación y el análisis de los sofismas han sido una de las piezas claves de la Lógica. Otras, si aparecían solo era para enumerar la misma lista de falacias (consulte la sección Clasificaciones).

Sin embargo, los sofismas, desde que Aristóteles nos ilustró con la Lógica, se han considerado como objetos de esta ciencia. Así pues, los aristotélicos desde el siglo XII enumeran dos exigencias para definir que lugar ocupan los sofismas. Estas son:

Cabe destacar que los sofismas no siempre se han considerado una parte de esta ciencia, surgieron bastantes eruditos que no estaban de acuerdo con Aristóteles y sus seguidores. Uno de estos fue Pierre de la Ramée.

Pierre de la Rameé observa que no se puede describir de igual manera un razonamiento incorrecto y otro correcto, pues la norma del primero no es sino el incumplimiento de una norma que solo en apariencia sigue, y que, por el contrario es efectivamente cumplida por el segundo.

Siglos después, Gerald Massey razona a favor de la disparidad entre las reglas de la sofística y de la lógica formal, es por ello que expresa que no existe una teoría de las falacias. Pero su crítica va mucho más allá, pues manifiesta que no hay una teoría de las falacias porque no puede haberla, ya que las formas válidas de razonar se comportan respecto a las argumentaciones válidas de manera diferente a como se relacionan las inválidas.

El principio más significativo de toda aplicación de la lógica formal al lenguaje es que las argumentaciones que cumplen formas válidas de argumentar son correctas, por lo tanto es totalmente imposible que una argumentación donde no ocurra dicha circunstancia que no sea lícito. En cambio, cuando se especifican las formas inválidas de razonar, no se produce siempre que, al cumplirse las condiciones implícitas en dicha forma por parte de un discurso del lenguaje natural, dicho discurso sea una argumentación invalida. Por ejemplo:

Massey entendería este razonamiento como válido pues entiende que medir 1,65 metros se define como hombre adulto que es alto. Aunque no es suficiente que en un discurso se ajuste a la forma de una falacia para que sea un razonamiento incorrecto, para ello es necesario que al traducirlo al lenguaje formal se demuestre que nunca tendría una forma válida.

Además, también será falaz la argumentación válida que se haya hecho siguiendo las reglas inválidas. Por lo tanto, las formas de un discurso erróneo no es apto para decidir sobre la validez de una reflexión, pero valen para calificar de falaces las creencias lógicas de quien razona, es por todo lo dicho que la investigación de los sofismas tiene un interés más psicológico que lógico

Sin embargo, Rolf George discrepa sobre el pensamiento que tiene Massey sobre las falacias formales. George dice que para que un razonamiento pueda considerarse válido o inválido, hay que saber que clase de argumentación que desea realizar el que razona. Según este filósofo, esto da la posibilidad de precaver la observación de Massey y defender el estudio de las formas falsas de razonar como parte de la Lógica.

Así pues, según George, dos argumentaciones con las mismas premisas y conclusión pueden ser argumentaciones diferentes.

De esta forma introducimos las partes de esta argumentación que se toman como variables en un rectángulo. Conforme a esta convención diremos que si todas las subproposiciones están encajonadas, entonces la consecuencia es lógica. De otro modo, si todas quedan fuera de los rectángulos, entonces es una consecuencia material.

Existe una alta gama de clasificaciones para los sofismas, pues aún no se ha llegado a un consenso. Aristóteles, los diferenció identificando los que resultan del lenguaje o lingüísticos, con los que no resultan de este o son extralingüísticos.[26]

Es frecuente ver como se utiliza el término falacia y sofisma como sinónimos, sin embargo, existe una gran diferencia entre estos dos conceptos.

Una falacia es un razonamiento incorrecto pero con apariencia de razonamiento correcto. Es un argumento engañoso o erróneo (falaz), pero que pretende ser convincente.

Mientras, el sofisma es un razonamiento aparentemente verdadero con el propósito de engañar. La diferencia es netamente de orden psicológico, mas no de carácter lógico, porque ambas son un argumento falso. A los sofismas se los suele identificar con la falacia lógica pues es un modo o patrón de razonamiento que siempre conduce a un argumento incorrecto. Además, en ocasiones esto puede ser una manipulación deliberada.[27]



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