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Filosofía renacentista



La filosofía renacentista, o filosofía del Renacimiento, es la filosofía que se desarrolló principalmente entre los siglos XV y XVI, comenzando en Italia y avanzando hacia el resto de Europa.

En el Renacimiento, la filosofía todavía era un campo muy amplio que abarcaba los estudios que hoy se asignan a varias ciencias distintas,[1]​ así como a la teología. Teniendo eso en cuenta, los tres campos de la filosofía que más atención y desarrollo recibieron fueron la filosofía política, el humanismo y la filosofía natural.[1]

En la filosofía política, las rivalidades entre los estados nacionales, sus crisis internas y el comienzo de la colonización europea de América renovaron el interés por problemas acerca de la naturaleza y moralidad del poder político, la unidad nacional, la seguridad interna, el poder del Estado y la justicia internacional.[1]​ En este campo destacaron los trabajos de Nicolás Maquiavelo, Jean Bodin y Francisco de Vitoria.[1]

El humanismo fue un movimiento que enfatizó el valor y la importancia de los seres humanos en el universo,[1]​ en contraste con la filosofía medieval, que siempre puso a Dios y al cristianismo en el centro. Este movimiento fue, en primer lugar, un movimiento moral y literario, protagonizado por figuras como Erasmo de Róterdam, Santo Tomás Moro, Bartolomé de las Casas y Michel de Montaigne.[1]

La filosofía de la naturaleza del Renacimiento quebró con la concepción medieval de la naturaleza en términos de fines y ordenamiento divino, y comenzó a pensar en términos de fuerzas, causas físicas y mecanismos.[1]​ Hubo además un retorno parcial a la autoridad de Platón por sobre Aristóteles, tanto en su filosofía moral, en su estilo literario como en la relevancia dada a la matemática para el estudio de la naturaleza.[1]Nicolás Copérnico, Giordano Bruno, Johannes Kepler, Leonardo da Vinci y Galileo Galilei fueron precursores y protagonistas en esta revolución científica, y Francis Bacon proveyó un fundamento teórico para justificar el método empírico que habría de caracterizar a la revolución. Por otra parte, en la medicina, el trabajo de Andreas Vesalius en anatomía humana revitalizó la disciplina y brindó más apoyo al método empírico.[1]​ La filosofía de la naturaleza renacentista tal vez se explica mejor por dos proposiciones escritas por Leonardo da Vinci en sus cuadernos:

De manera similar, Galileo basó su método científico en experimentos, pero también desarrolló métodos matemáticos para su aplicación a problemas de física, un ejemplo temprano de física matemática. Estas dos formas de concebir el conocimiento humano formaron el fondo para el inicio del empirismo y el racionalismo, respectivamente.[1]

Otros filósofos del renacimiento influyentes fueron Pico della Mirandola, Nicolas de Cusa, Michel de Montaigne, Francisco Suárez, Erasmo de Róterdam, Pietro Pomponazzi, Bernardino Telesio, Johannes Reuchlin, Tommaso Campanella, Gerolamo Cardano y Luis Vives.

El humanismo renacentista es un movimiento intelectual y filosófico europeo[2]​ estrechamente ligado al Renacimiento cuyo origen se sitúa en la Italia del siglo XV (especialmente en Florencia, Roma y Venecia), con precursores anteriores, como Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio. Busca los modelos de la Antigüedad Clásica y retoma el antiguo humanismo greco-romano. Mantiene su hegemonía en buena parte de Europa hasta finales del siglo XVI. A partir de entonces se fue transformando y diversificando con los cambios espirituales provocados por el desarrollo social e ideológico: los principios propugnados por la Reforma protestante (luteranismo, calvinismo, anglicanismo) y la Contrarreforma católica; y más adelante (hasta finales del siglo XVIII) la Ilustración y la Revolución francesa.

El movimiento, fundamentalmente ideológico, tuvo asimismo una estética impresa paralela, plasmada, por ejemplo, en nuevas formas de letra, como la redonda, conocida como Letra humanística, evolución de las letras Fraktur tardogóticas desarrollada en el entorno de los humanistas florentinos como Poggio Bracciolini y de la cancillería papal, que vino a sustituir mediante la imprenta a la letra gótica medieval.

La expresión humanitatis studia fue contrapuesta por Coluccio Salutati a los estudios teológicos y escolásticos cuando tuvo que hablar de las inclinaciones intelectuales de su amigo Francesco Petrarca; en este, humanitas significaba propiamente lo que el término griego filantropía, amor hacia nuestros semejantes, pero indicando un eje fundamental opuesto al teocentrismo de la cultura clerical del medioevo que se situaba en torno al hombre, el antropocentrismo, como había ocurrido en la cultura clásica grecolatina. Por eso el término estaba rigurosamente unido a las litterae o estudio de las letras clásicas. En el siglo XIX se creó el neologismo germánico Humanismus para designar una teoría de la educación en 1808, término que se utilizó después, sin embargo, como opuesto a la escolástica (1841) para, finalmente, (1859) aplicarlo al periodo del resurgir de los estudios clásicos por Georg Voigt, cuyo libro sobre este periodo llevaba el subtítulo de El primer siglo del Humanismo, obra que fue durante un siglo considerada fundamental sobre este tema.

El Humanismo propugnaba, frente al canon eclesiástico en prosa, que imitaba el latín tardío de los Santos Padres y empleaba el simple vocabulario y sintaxis de los textos bíblicos traducidos, los studia humanitatis, una formación íntegra del hombre en todos los aspectos fundada en las fuentes clásicas grecolatinas, muchas de ellas entonces buscadas en las bibliotecas monásticas y descubiertas entonces en los monasterios de todo el continente europeo. En pocos casos estos textos fueron traducidos gracias al trabajo, entre otros, de Averroes y a la infatigable búsqueda de manuscritos por eruditos monjes humanistas en los monasterios de toda Europa. La labor estaba destinada a acceder así a un latín más puro, brillante y genuino, y al redescubrimiento del griego gracias al forzado exilio a Europa de los sabios bizantinos al caer Constantinopla y el Imperio de Oriente en poder de los turcos otomanos en 1453. La segunda y local tarea fue buscar restos materiales de la Antigüedad Clásica en el segundo tercio del siglo XV, en lugares con ricos yacimientos, y estudiarlos con los rudimentos de la metodología de la Arqueología, para conocer mejor la escultura y arquitectura. En consecuencia el humanismo debía restaurar todas las disciplinas que ayudaran a un mejor conocimiento y comprensión de estos autores de la Antigüedad Clásica, a la que se consideraba un modelo de conocimiento más puro que el debilitado en la Edad Media, para recrear las escuelas de pensamiento filosófico grecolatino e imitar el estilo y lengua de los escritores clásicos, y por ello se desarrollaron extraordinariamente la gramática, la retórica, la literatura, la filosofía moral y la historia, ciencias ligadas estrechamente al espíritu humano, en el marco general de la filosofía: las artes liberales o todos los saberes dignos del hombre libre frente al dogmatismo cerrado de la teología, expuesto en sistemáticos y abstractos tratados que excluían la multiplicidad de perspectivas y la palabra viva y oral del diálogo y la epístola, típicos géneros literarios humanísticos, junto a la biografía de héroes y personajes célebres, que testimonia el interés por lo humano frente a la hagiografía o vida de santos medievales, y la mitología, que representa un rico repertorio de la conducta humana más sugerente para los humanistas que las castrantes leyendas piadosas, vidas de santos y hagiografías de Jacopo della Vorágine y su leidísima Leyenda dorada. Este tipo de formación se sigue considerando aún hoy como humanista.

Para ello los humanistas imitaron el estilo y el pensamiento grecolatinos de dos formas diferentes: la llamada imitatio ciceroniana, o imitación de un solo autor como modelo de toda la cultura clásica, Cicerón, impulsada por los humanistas italianos, y la imitatio eclectica, o imitación de lo mejor de cada autor grecolatino, propugnada por algunos humanistas encabezados por Erasmo de Róterdam.

La estructura, las fuentes, el método y los temas de la filosofía en el Renacimiento tenían mucho en común con los de los siglos anteriores.

Sobre todo a partir de la recuperación de gran parte de los escritos aristotélicos en los siglos XII y XIII, quedó claro que, además de los escritos de Aristóteles sobre lógica, que ya se conocían, había otros numerosos que tenían que ver aproximadamente con la filosofía natural, la filosofía moral y la metafísica. Estas áreas proporcionaron la estructura para el plan de estudios de filosofía de las universidades emergentes. En general, se suponía que las ramas más "científicas" de la filosofía eran las más teóricas y, por tanto, de mayor aplicación. También durante el Renacimiento, muchos pensadores consideraban que éstas eran las principales áreas filosóficas, y que la lógica proporcionaba un entrenamiento de la mente para abordar las otras tres.

Una continuidad similar puede verse en el caso de las fuentes. Aunque Aristóteles nunca fue una autoridad incuestionable[3]​ (la mayoría de las veces era un trampolín para la discusión, y sus opiniones se discutían a menudo junto con las de otros, o la enseñanza de las Sagradas Escrituras), las lecciones medievales de física consistían en la lectura de la Física de Aristóteles, las lecciones de filosofía moral consistían en el examen de su Ética Nicomáquea (y a menudo de su Política), y la metafísica se abordaba a través de su Metafísica. La asunción de que las obras de Aristóteles eran fundamentales para la comprensión de la filosofía no decayó durante el Renacimiento, que vio un florecimiento de nuevas traducciones, comentarios y otras interpretaciones de sus obras, tanto en latín como en lengua vernácula.[4]​ Después de la Reforma, la Ética Nicomaquea de Aristóteles siguió siendo la principal autoridad para la disciplina de la ética en las universidades protestantes hasta finales del siglo XVII, con más de cincuenta comentarios protestantes publicados sobre la Ética Nicomaquea antes de 1682. [5]

En cuanto al método, la filosofía se consideraba durante la Baja Edad Media como una materia que requería una investigación sólida por parte de personas formadas en el vocabulario técnico de la materia. Los textos y problemas filosóficos se abordaban normalmente a través de conferencias universitarias y "preguntas". Estas últimas, similares en cierto modo a los debates modernos, examinaban los pros y los contras de determinadas posiciones o interpretaciones filosóficas. Eran una de las piedras angulares del 'método escolástico', hacían que los estudiantes que proponían o respondían a las preguntas fueran rápidos en su trabajo, y requerían una profunda familiaridad con toda la tradición filosófica conocida, que a menudo se invocaba en apoyo o en contra de argumentos específicos. Este estilo de filosofía siguió teniendo muchos seguidores en el Renacimiento. Las Disputaciones de Pico della Mirandola, por ejemplo, dependían directamente de esta tradición, que no se limitaba en absoluto a las aulas universitarias.

Dada la notable amplitud del filosofía aristotélica, en la filosofía medieval y renacentista era posible discutir todo tipo de cuestiones. Aristóteles había tratado directamente problemas como la trayectoria de los misiles, los hábitos de los animales, cómo se adquiere el conocimiento, la libertad de la voluntad, cómo se relaciona la virtud con la felicidad, la relación de los mundos lunar y sublunar. Indirectamente había estimulado el debate sobre dos puntos que preocupaban especialmente a los cristianos: la inmortalidad del alma y la eternidad del mundo. Todos ellos continuaron siendo de considerable interés para pensadores renacentistas, pero veremos que en algunos casos las soluciones ofrecidas fueron significativamente diferentes debido a los cambios en el panorama cultural y religioso.[6]

Una vez establecido que muchos aspectos de la filosofía se mantuvieron en común durante la Edad Media y el Renacimiento, será útil discutir ahora en qué áreas se produjeron cambios. Se utilizará el mismo esquema anterior para mostrar que dentro de las tendencias de continuidad también se pueden encontrar diferencias sorprendentes.

Por lo tanto, es útil reconsiderar lo mencionado anteriormente sobre las fuentes filosóficas. En el Renacimiento se produjo una importante ampliación de las fuentes. Platón, conocido directamente sólo a través de dos diálogos y medio en la Edad Media, pasó a ser conocido a través de numerosas traducciones latinas en la Italia del siglo XV, que culminaron con la enormemente influyente traducción de sus obras completas por Marsilio Ficino en Florencia en 1484.[7]Petrarca no pudo leer directamente a Platón, pero lo admiraba mucho. Petrarca fue también un gran admirador de poetas romanos como Virgilio y Horacio y de Cicerón para la escritura de prosa latina. No todos los humanistas renacentistas siguieron su ejemplo en todo, pero Petrarca contribuyó a ampliar el "canon" de su época (la poesía pagana había sido considerada anteriormente frívola y peligrosa), algo que ocurrió también en la filosofía. En el siglo XVI, cualquiera que se considerara "au fait" leía tanto a Platón como a Aristóteles, intentando en lo posible (y no siempre con mucho éxito) conciliar a ambos entre sí y con el cristianismo. Esta es probablemente la principal razón por la que el comentario de Donato Acciaiuoli sobre la Etica de Aristóteles (publicado por primera vez en 1478) fue (publicado por primera vez en 1478) tuvo tanto éxito: mezcló maravillosamente las tres tradiciones.

Otros movimientos de la filosofía antigua también volvieron a entrar en la corriente principal. Mientras que éste no fue el caso del Epicureísmo, que fue en gran medida caricaturizado y considerado con recelo, el Pirronismo y el Escepticismo Académico volvieron a aparecer gracias a filósofos como Michel de Montaigne, y el Neostoicismo se convirtió en un movimiento popular debido a los escritos de Justus Lipsius. [8]​ En todos estos casos es imposible separar las doctrinas filosóficas paganas del filtro cristiano a través del cual fueron abordadas y legitimadas.

Aunque en general la estructura aristotélica de las ramas de la filosofía se mantuvo, en su seno se produjeron interesantes desarrollos y tensiones. En la filosofía moral, por ejemplo, una posición sostenida sistemáticamente por Tomás de Aquino y sus numerosos seguidores era que sus tres subcampos (ética, economía, política) estaban relacionados con esferas progresivamente más amplias (el individuo, la familia y la comunidad). La política, pensaba Tomás, es más importante que la ética porque considera el bien del mayor número. Esta posición se vio sometida a una tensión creciente en el Renacimiento, ya que varios pensadores afirmaron que las clasificaciones de Tomás eran inexactas y que la ética era la parte más importante de la moral.[9]

Otras figuras importantes, como Francesco Petrarca (Petrarca) (1304-1374), cuestionaron todo el supuesto de que los aspectos teóricos de la filosofía eran los más importantes. Insistió, por ejemplo, en el valor de los aspectos prácticos de la ética. La posición de Petrarca, expresada de forma tan contundente como divertida en su invectiva Sobre su propia ignorancia y la de muchos otros (De sui ipsius ac multorum ignorantia) es también importante por otra razón: representa la convicción de que la filosofía debe dejarse guiar por la retórica, de que la finalidad de la filosofía no es, por tanto, revelar la verdad, sino animar a las personas a perseguir el bien. Esta perspectiva, tan típica del humanismo italiano, podría llevar fácilmente a reducir toda la filosofía a la ética, en un movimiento que recuerda al Sócrates de Platón y a Cicerón.

Si, como ya se ha dicho, la escolástica siguió floreciendo, los humanistas italianos (es decir, los amantes y practicantes de las humanidades) desafiaron su supremacía. Como hemos visto, creían que la filosofía podía ponerse bajo el ala de la retórica. También pensaban que el discurso académico de su tiempo debía volver a la elegancia y la precisión de sus modelos clásicos. Por ello, trataron de vestir la filosofía con un ropaje más atractivo que el de sus predecesores, cuyas traducciones y comentarios se hacían en latín técnico y a veces se limitaban a transliterar el griego. En 1416-1417, Leonardo Bruni, el preeminente humanista de su tiempo y canciller de Florencia, retradujo la Ética de Aristóteles a un latín más fluido, idiomático y clásico. Esperaba comunicar la elegancia del griego de Aristóteles y, al mismo tiempo, hacer el texto más accesible a quienes no tenían formación filosófica. Otros, como Nicolò Tignosi en Florencia hacia 1460, y el francés Jacques Lefèvre d'Étaples en París en la década de 1490, trataron de complacer a los humanistas, bien incluyendo en sus comentarios sobre Aristóteles ejemplos históricos atractivos o citas de poesía, bien evitando el formato escolástico estándar de preguntas, o ambas cosas.

La convicción que impulsaba era que la filosofía debía liberarse de su jerga técnica para que más gente pudiera leerla. Al mismo tiempo, se prepararon todo tipo de resúmenes, paráfrasis y diálogos que trataban temas filosóficos, con el fin de dar una mayor difusión a sus temas. Los humanistas también fomentaron el estudio de Aristóteles y otros escritores de la antigüedad en el original. Desiderio Erasmo, el gran humanista holandés, llegó a preparar una edición en griego de Aristóteles, y con el tiempo los que enseñaban filosofía en las universidades tenían que fingir al menos que sabían griego. Sin embargo, los humanistas no eran grandes aficionados a la lengua vernácula. Sólo hay un puñado de ejemplos de diálogos o traducciones de las obras de Aristóteles al italiano durante el siglo XV. Sin embargo, una vez que se determinó que el italiano era una lengua con mérito literario y que podía llevar el peso de la discusión filosófica, comenzaron a aparecer numerosos esfuerzos en este sentido, sobre todo a partir de la década de 1540. Alessandro Piccolomini tenía un programa para traducir o parafrasear todo el corpus aristotélico a la lengua vernácula.

Otras figuras importantes fueron Benedetto Varchi, Bernardo Segni y Giambattista Gelli, todos ellos activos en Florencia. También se pusieron en marcha esfuerzos para presentar las doctrinas de Platón en lengua vernácula. Este surgimiento de la filosofía vernácula, que es bastante anterior al enfoque cartesiano, es un nuevo campo de investigación cuyos contornos apenas comienzan a aclararse.[10]

Es muy difícil generalizar acerca de las formas en que cambiaron las discusiones sobre temas filosóficos en el Renacimiento, principalmente porque para hacerlo se requiere un mapa detallado del período, algo que aún no tenemos. Sabemos que los debates sobre el libertad de la voluntad continuaron encendidos (por ejemplo, en los famosos intercambios entre Erasmo y Martín Lutero), que los pensadores españoles estaban cada vez más obsesionados con la noción de nobleza, que los duelos fueron una práctica que generó una gran literatura en el siglo XVI (¿estaban permitidos o no?).

Las historias anteriores quizás prestaron una atención indebida a las declaraciones de Pietro Pomponazzi sobre la inmortalidad del alma como una cuestión que no podía resolverse filosóficamente de forma coherente con el cristianismo, o a la Oración sobre la dignidad del hombre de Pico della Mirandola, como si fueran señales del creciente secularismo o incluso ateísmo de la época. De hecho, el compendio de filosofía natural más exitoso de la época (Compendium philosophiae naturalis, publicado por primera vez en 1530) fue escrito por Frans Titelmans, un fraile franciscano de los Países Bajos cuya obra tiene un fuerte sabor religioso.[11]​ No hay que olvidar que la mayoría de los filósofos de la época eran al menos cristianos nominales, si no devotos, que el siglo XVI fue testigo tanto de la reforma protestante como de la católica, y que la filosofía renacentista culmina con el periodo de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). En otras palabras, la religión tuvo una enorme importancia en el período, y difícilmente se puede estudiar la filosofía sin recordarlo.

[File:Marsilio Ficino - Ángel apareciendo a Zacarías (detalle).jpg|thumb|left|upright|Marsilio Ficino, detalle de Ángel apareciendo a Zacarías de Domenico Ghirlandaio, ca. 1490]] Es el caso, entre otros, de la filosofía de Marsilio Ficino (1433-1499), que reinterpretó a Platón a la luz de sus primeros comentaristas griegos y también del cristianismo. Ficino esperaba que una filosofía purificada provocara una renovación religiosa en su sociedad y, por tanto, transformó los aspectos desagradables de la filosofía platónica (por ejemplo, el amor homosexual exaltado en el Simposio) en amor espiritual (es decir, amor platónico), algo que posteriormente transformaron Pietro Bembo y Baldassare Castiglione a principios del siglo XVI como algo aplicable también a las relaciones entre hombres y mujeres. Ficino y sus seguidores también se interesaron por el "conocimiento oculto", principalmente por su creencia de que todo el conocimiento antiguo estaba interconectado (Moisés, por ejemplo, había recibido sus conocimientos de los griegos, que a su vez los habían recibido de otros, todo ello según el plan de Dios y, por tanto, mutuamente coherente; el Hermetismo es relevante en este caso). Aunque el interés y la práctica de la astrología por parte de Ficino no eran infrecuentes en su época, no hay que asociarla necesariamente con la filosofía, ya que ambas se solían considerar bastante separadas y a menudo contradictorias entre sí.

En conclusión, como cualquier otro momento de la historia del pensamiento, no se puede considerar que la filosofía del Renacimiento haya aportado algo totalmente nuevo ni que haya seguido repitiendo durante siglos las conclusiones de sus predecesores. Los historiadores llaman a este periodo "Renacimiento" para indicar el renacimiento que tuvo lugar de las perspectivas, las fuentes y las actitudes antiguas (en particular, las clásicas) hacia la literatura y las artes. Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que toda reapropiación está limitada e incluso guiada por preocupaciones y prejuicios contemporáneos. No fue diferente en el período aquí considerado: lo antiguo se mezcló con lo nuevo y lo cambió, pero aunque no se puede afirmar que haya un nuevo punto de partida revolucionario en la filosofía, en muchos sentidos la síntesis del cristianismo, el aristotelismo y el platonismo ofrecida por Tomás de Aquino se desgarró para dar paso a una nueva, basada en fuentes más completas y variadas, a menudo en el original, y ciertamente en sintonía con las nuevas realidades sociales y religiosas y con un público mucho más amplio.



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