Firma del Tratado Larrea-Gual
Victoria naval del Perú.
Campaña terrestre inconclusa y sin resultados decisivos.
La guerra grancolombo-peruana (1828-1829) fue un conflicto armado que enfrentó a la Gran Colombia, conformada por los actuales países de Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador; contra la República Peruana. El origen de esta disputa hay que buscarlo en la tensión surgida entre los gobiernos de ambos países, no bien consolidadas sus respectivas independencias: el gobierno de tendencia liberal del Perú y el gobierno conservador colombiano, representado por el Simón Bolívar. El Perú, tras liberarse del régimen bolivariano o vitalicio, ayudó a Bolivia a liberarse del mismo régimen, invadiendo territorio boliviano, lo que enfureció a Bolívar.
A lo anterior se sumó una controversia limítrofe: la Gran Colombia reclamaba el dominio de las provincias de Tumbes, Jaén y Maynas (estas dos últimas teóricamente por Ley de División Territorial de la República de Colombia), provincias todas que el Perú consideraba como parte de su territorio, siguiendo el principio de la libre determinación de los pueblos, fundamentalmente. El Perú por su parte reclamaba a la Gran Colombia la provincia de Guayaquil a cambio de cederle el territorio de Jaén. La guerra se dividió en dos campañas, la marítima y la terrestre. La campaña marítima resultó favorable al Perú, que ocupó el puerto de Guayaquil, mientras que la campaña terrestre fue inconclusa, siendo el encuentro más relevante la Batalla del Portete de Tarqui. Culminó la guerra con la firma del Tratado Larrea-Gual o Tratado de Guayaquil, por el que se mantuvo la situación territorial previa al estallido de la guerra, quedando como base de referencia la antigua frontera virreinal para una posterior delimitación.
Consumada la independencia del Perú en 1824, el Libertador Simón Bolívar se mantuvo como Dictador del Perú y decretó algunas medidas que contrariaron indistintamente a diversos sectores de la sociedad peruana. Dentro de las principales medidas impuestas caben resaltarse las siguientes:
Debido a ello, los elementos nacionalistas y liberales de Lima se alzaron, hasta acabar con el régimen bolivariano o vitalicio a inicios de 1827, lo que a la postre enrarecería las relaciones entre las dos nacientes repúblicas, la Gran Colombia y el Perú. El nuevo gobierno peruano también fomentó el fin del régimen bolivariano en Bolivia, que presidía el mariscal Antonio José de Sucre (1828), y Bolívar, enfurecido con las élites peruanas, alentó entre sus conciudadanos la animadversión hacia el Perú. La ira de Bolívar se comprende, pues veía desmoronarse su proyecto federativo de los Andes, sumado al hecho de que se hallaba acosado por rebeliones y disidencias dentro de la misma Gran Colombia, que anunciaban la inminente disolución de esta entidad geopolítica.
Existían también desacuerdos respecto a las cuestiones fronterizas entre los dos países. La Gran Colombia reclamaba los territorios de Tumbes, Jaén (actualmente en Cajamarca) y Maynas (entendiéndose por Maynas el territorio conformado por los actuales departamentos peruanos de Loreto y Amazonas), todos ellos pertenecientes al Perú, de acuerdo al principio de la libre determinación de los pueblos y al uti possidetis de 1810, fórmula jurídica que implicaba tomar como punto de partida el territorio tradicionalmente ocupado por cada país al año 1810 (en el caso específico de Maynas). Este hecho fue reconocido por el Secretario de Relaciones Exteriores de Colombia, Estanislao Vergara, en una carta que enviara a Rufino Cuervo, Encargado de Negocios de Nueva Granada en Ecuador:
Ante la insistencia gran colombiana de recuperar Jaén, la diplomacia peruana ofreció intercambiarla por Guayaquil, territorio que según la Real Cédula de 1803 fue cedido al virreinato del Perú.
Había además otros asuntos entre ambos países, no menos importantes. La Gran Colombia reclamaba al Perú al pago la deuda de la campaña emancipadora, ya que la intervención del ejército gran colombiano para liquidar la guerra independentista en suelo peruano fue pactado a cambio de un sustancioso pago que se comprometió a saldar el gobierno del Perú. Otro asunto muy espinoso era el de los "reemplazos", es decir, la compensación que debía hacer el Perú a las tropas colombianas por las bajas sufridas por estas durante la guerra independentista peruana, lo que implicaba desarraigar a ciudadanos peruanos y expatriarlos a la Gran Colombia, exigencia desorbitada e inhumana, habida cuenta de que ya había finalizado dicha guerra.
Las tensiones entre el Perú y la Gran Colombia se vieron alimentadas por la prensa de Lima y Bogotá, que, haciendo uso de un lenguaje agresivo, estimularon la discordia entre ambos países. Se llegó a la expulsión del cónsul colombiano Cristóbal Armero, acusado por el Perú de intervenir en asuntos políticos internos, y se organizaron actos indignantes contra Bolívar y Sucre. Mientras que en Bogotá, el gobierno colombiano no quiso recibir al diplomático peruano José Villa, a quien se le extendieron sus pasaportes, enviándolo de vuelta al Perú. En respuesta, el 17 de mayo de 1828, el Congreso de la República del Perú autorizó al presidente José de La Mar a tomar las medidas militares del caso.
El 3 de julio de 1828, la Gran Colombia, por intermedio del mismo Libertador Simón Bolívar, declaró la guerra al Perú, alegando que este país había fomentado en Bolivia la rebelión en contra de las fuerzas colombianas y contra Sucre. Además, exigía el pago de 7 595 747 pesos, como deuda por la guerra de la emancipación, y la entrega de los territorios peruanos de Tumbes, Jaén y Maynas a la Gran Colombia.
El presidente La Mar movilizó el ejército y marina peruanas contra la Gran Colombia. La marina peruana bloqueó la costa pacífica grancolombiana y asedió el puerto de Guayaquil; por su parte el ejército peruano ocupó la provincia de Loja, departamento del Azuay, en el sur grancolombiano (actual Ecuador). Otra división del ejército peruano a órdenes del mariscal Agustín Gamarra (proveniente del sur del Perú) marchó al teatro de operaciones con el propósito de auxiliar a La Mar. Las fuerzas peruanas sumaban en total 4500 soldados.
De otro lado, Bolívar no pudo ir en persona al teatro de operaciones debido a la rebelión de los generales José María Obando y José Hilario López, por lo que ordenó al mariscal Antonio José de Sucre que organizara la defensa del Sur de Colombia. Sucre, que hacía poco había sido presidente de Bolivia, organizó un ejército con veteranos de la Independencia, entre los que se contaba el general Juan José Flores (futuro presidente del Ecuador). Las fuerzas colombianas sumaban en total 4600 efectivos.
La escuadra peruana al mando del vicealmirante Martin Jorge Guise inició la campaña marítima dominando el mar, su flota compuesta por dos fragatas, una corbeta, un bergantín y dos goletas a las que se sumaban además ocho lanchas cañoneras resultó victoriosa en el combate de Malpelo el 31 de agosto y el Combate de Cruces el 22 de noviembre del mismo año para luego atacar el puerto artillado de Guayaquil, defendido por dos goletas, varias lanchas cañoneras y las baterías de tierra, el ingreso al puerto había sido cerrado por una línea de cadenas.
El 22 de noviembre ocurrió el combate naval de Cruces, la flota peruana cañoneó las defensas grancolombianas, silenciando las baterías y destrozando las lanchas. Finalizado el combate a las 9 de la noche, Guise ordenó el retiro de la flota peruana a su fondeadero en Cruces pues la rendición de Guayaquil era solo cuestión de tiempo. Pero por desgracia para los peruanos la fragata Presidente donde se encontraba Guisse encalló en uno de los bajos de la ría, permaneciendo en esa situación durante diez horas esperando que la corriente la pusiera a flote, sin embargo este lapso de tiempo no fue desaprovechado por los defensores de tierra que montaron un cañón en el puerto y dispararon contra la fragata que, por su posición, no podía contestar el fuego, cuando la corriente subió y la nave peruana se retiraba a su fondeadero uno de los últimos disparos hirió mortalmente a Guisse, su muerte fue muy sentida en la flota peruana ante esta inesperada situación asumió temporalmente el mando de la escuadra, el segundo jefe José Boterín, quien llevó adelante el ataque y apagó completamente los fuegos de tierra.
Una vez eliminadas las defensas costeras de Guayaquil el bloqueo continuó, la guarnición gran colombiana se retiró a unirse con el ejército de Sucre y se iniciaron negociaciones para la capitulación de la plaza la misma que se firmó a bordo de la goleta Arequipeña el 19 de enero de 1829.
Las tropas peruanas ocuparon Guayaquil el 1 de febrero de 1829 al mando del capitán Casimiro Negrón.
En los días siguientes el nuevo jefe la escuadra peruana Hipólito Bouchard despachó a Panamá dos barcos, la goleta Arequipeña y el bergantín Congreso al mando del teniente primero José Boterín con la finalidad de capturar a la goleta de guerra colombiana Tipuani, en el viaje fue apresada la goleta Francisca el 7 de abril de 1829, los buques peruanos arribaron a Panamá, donde sin encontrar resistencia capturaron a la goleta Jhon Cato que arribó presa al Callao el 7 de julio del mismo año la Tipuani sin embargo no fue encontrada. El 18 de mayo, durante un accidente, se incendió la fragata Presidente, que fue la única perdida material de la escuadra peruana durante la guerra.
La Mar avanzó sobre territorio grancolombiano en noviembre de 1828. Estando todavía en Tambo Grande, ordenó al coronel Pedro Raulet que avanzara sobre territorio enemigo, al frente de dos compañías de infantería y un escuadrón de caballería. Raulet ocupó el pueblo de Saraguro y con refuerzos que trajo el coronel Francisco de Vidal, avanzó más al norte, hasta Oña. En todos esos lugares, los peruanos fueron recibidos con muestras de júbilo por parte de los lugareños. Era evidente que La Mar contaba con partidarios en esa región.
A fines de diciembre de 1828, La Mar trasladó su cuartel a Loja, donde se le unieron las fuerzas traídas por el general Gamarra. El objetivo fundamental de La Mar era la ocupación de Cuenca, que era su lugar de nacimiento, con lo que al parecer se proponía acabar con el cuestionamiento a su nacionalidad (sus enemigos políticos en el Perú lo consideraban “extranjero”). El 13 de enero de 1829 volvió a destacar al coronel Raulet con una avanzada hacia el norte.
Al momento de producirse la invasión peruana del sur de la Gran Colombia, Sucre se hallaba en Nabón. El mariscal venezolano, cumpliendo las instrucciones de Bolívar, invitó a La Mar a negociar la paz. El presidente peruano aceptó la propuesta, mediante nota enviada el 6 de febrero de 1829. Las bases para la negociación, redactadas por el general Daniel Florencio O'Leary, fueron consideradas inaceptables por La Mar, quien propuso condiciones, como por ejemplo, la repatriación de los soldados peruanos que habían sido enrolados en el ejército colombiano tras la batalla de Ayacucho, y que la provincia de Guayaquil quedara en el estado que se hallaba antes de ser incorporada a la Gran Colombia, es decir, en el contexto de poder decidir libremente su destino. Sucre rechazó de plano estas propuestas, fracasando así las negociaciones. Sin embargo, los colombianos lograron su verdadero propósito, que era ganar tiempo.
El 7 de febrero de 1829, el coronel Raulet atacó sorpresivamente a Cuenca, derrotando a la guarnición de 400 hombres que la defendía. El día 10 de febrero, Raulet ocupó la ciudad, pero luego se retiró para unirse nuevamente al resto del ejército.
La Mar, al frente del grueso de su ejército, inició un movimiento en gran escala sobre Cuenca, pero cometió el error de dejar en Saraguro el parque de artillería, es decir, el material bélico y los abastecimientos, bajo el cuidado de una reducida retaguardia. Sucre, actuando con su característica habilidad, en la madrugada del 13 de febrero de 1829 sorprendió a los pocos soldados peruanos que vigilaban Saraguro, apoderándose del parque bélico. El pueblo de Saraguro fue incendiado por su lugarteniente Luis Urdaneta, como represalia por haber mostrado simpatías hacia los peruanos.
Tras la sorpresa de Saraguro, Sucre, al frente del grueso de su ejército, en el lugar denominado Portete de Tarqui, cerca de Cuenca, el 27 de febrero de 1829 batió casi por completo a una división de vanguardia del ejército peruano, que estaba al mando del general José María Plaza y que se hallaba aislada del grueso del ejército peruano.
Luego de haber diezmado casi completamente a la avanzada peruana, que luchó estoicamente durante tres horas y que no tenía la dotación completa de cartuchos pues solo contaba con los que la tropa llevaba en la cartuchera, que hubieran bastado en campo raso, donde la maniobra es el factor decisivo, pero no para sostener una posición. Plaza defendió su posición brillantemente, la División del Mariscal Sucre pretendería luego atacar al grueso del ejército peruano que, al mando de La Mar y de Gamarra, acudió en ayuda de la División Plaza dándose de esta manera inicio a la segunda fase de la batalla en la cual la División Grancolombiana sería rechazada exitosamente por la caballería peruana en circunstancias en que los grancolombianos cargaban contra la II División del General Cerdeña (Batallones de Infantería Pichincha N.º 1 y Zepita N.º 2).
Es necesario remarcar que en la Batalla del Portete de Tarqui fue solamente casi batida una avanzada de las tropas peruanas, que constaba de 900 infantes, que se vio cercada por la totalidad del ejército grancolombiano, de más de 4500 hombres. El grueso de las fuerzas peruanas se mantuvo intacto y logró replegarse en orden y formar sus divisiones en la llanura con su caballería y artillería a la salida del desfiladero, en espera de un nuevo enfrentamiento con el ejército de la Gran Colombia.
El escuadrón de caballería Cedeño, seguido por dos compañías de cazadores, cargó contra las posiciones peruanas, pero fue rechazado por el Regimiento Peruano de Caballería Húsares de Junín N.º 1, cuyo primer jefe era el Coronel Orbegoso. En este contexto se produjo el célebre combate singular entre el coronel venezolano José María Camacaro (primer jefe del Cedeño) y el teniente coronel peruano Domingo Nieto, del Húsares de Junín, en el que este último resultó triunfante. Los grancolombianos como consecuencia del rechazo que sufrieron por parte de la caballería peruana se vieron obligados a quedarse en sus posiciones. Cada ejército quedó pues dueño de su terreno y esperaban que al día siguiente se reiniciara la lucha y se librara la batalla definitiva, lo que no ocurrió, pues, a pedido de Sucre, ambas partes acordaron negociar para poner fin a la guerra.
La batalla de Tarqui ha adquirido en Ecuador el exagerado carácter de epopeya nacional y se ha consagrado el 27 de febrero como el Día del Ejército Ecuatoriano. Por su parte, los peruanos recuerdan el valor desplegado por sus soldados en Tarqui, que en número reducido (en una proporción de 1 a 4) resistieron vigorosamente el ataque masivo de todo el ejército grancolombiano hasta sucumbir.
Pese a las victorias iniciales conseguidas, la campaña militar peruana por tierra tuvo algunos reveses, debido a errores de estrategia cometidos por sus mandos. La historiografía peruana atribuye estos a las siguientes razones:
La batalla final no se libró, pues el fracaso de la ofensiva del ejército de la Gran Colombia ante los Húsares de Junín, y el repliegue estratégico peruano sellaron el resultado final de la batalla. Sucre insatisfecho con este resultado no quiso arriesgar de nuevo su suerte en una batalla campal con todo el ejército peruano y envía a un oficial de Estado Mayor, con el objeto de negociar con La Mar siendo esto aceptado y el 28 de febrero en el campo de Girón se celebra el Convenio de Girón que es firmado por los generales Flores y O' Leary, por parte de la Gran Colombia y Gamarra y Orbegoso, por parte del Perú.
Por el Convenio de Girón se acordó la desocupación del territorio de la Gran Colombia por las fuerzas peruanas. Las fuerzas peruanas se retiraron a Piura, pero La Mar se negó a que la Guarnición Peruana desocupe el puerto de Guayaquil. Luego debido a ciertos incumplimientos por parte de Sucre, el Mariscal La Mar no aceptó el Convenio de Girón y se preparaba para continuar la guerra.
Pero sucedió entonces que Sucre, al redactar el parte de guerra y el decreto de premios expedido para los "vencedores" de Tarqui, tuvo expresiones que fueron consideradas por los peruanos como falsas y ofensivas. Mandó, por ejemplo, que en el campo de combate se erigiera una columna en la que se debía leer en letras de oro lo siguiente:
La Mar protestó en carta que dirigió a Sucre. Aclaró que el ejército peruano solo sumaba cuatro mil quinientos hombres y no ocho mil; que en Tarqui fue derrotada nada más que la vanguardia peruana, la cual llegaba a 900 hombres; que en vano el ejército peruano esperó el ataque final del ejército grancolombiano, luego que los Húsares del Perú rechazaran la carga de caballería del prestigioso batallón colombiano Cedeño. También señaló la valiosa y decisiva contribución peruana en las batallas de Junín y Ayacucho, como respuesta al reproche de que el Perú se mostraba desagradecido ante sus “libertadores”. No escatimaron también en hacer demostraciones innecesarias de triunfalismo, como la decapitación del cadáver de Pedro Raulet, uno de los oficiales caídos en Tarqui, cuya cabeza fue clavada en una pica y paseada por las calles de Cuenca. Por todo ello, La Mar decidió suspender el Convenio de Girón hasta que se retiraran los agravios y se corrigieran los excesos. Bolívar, haciendo gala de escarnio adocenado, calificó estos reclamos, como “quejas de vieja”.
La Mar se retiró con sus fuerzas a Piura para reorganizar su ejército, dispuesto a continuar la guerra. Pero fue entonces cuando un grupo de oficiales peruanos lo apresaron en Piura, en la noche del 7 de junio de 1829 y le entregaron una carta de Gamarra, a través de la cual éste le pedía su renuncia a la presidencia. La Mar se negó a hacerlo, y de inmediato fue trasladado al puerto de Paita, donde en la madrugada del día 9 lo embarcaron junto con el coronel Pedro Pablo Bermúdez y seis esclavos negros, en una miserable goleta llamada "Las Mercedes", con destino a Costa Rica, donde falleció tiempo después. Las razones que arguyó Gamarra para dar el golpe de estado fueron el hecho de ser La Mar un “extranjero” en el Perú (lo cual era falso, pues La Mar era peruano tanto por voluntad propia como de acuerdo a ley) y que su elección por el Congreso había nacido de un arreglo tramado por Luna Pizarro (lo cual es discutible).
Gamarra asumió la presidencia provisoria del Perú y deseoso de acabar con la guerra, firmó con los grancolombianos el Armisticio de Piura, el 10 de julio de 1829, por el cual se acordó un armisticio de 60 días (que fue prorrogado al finalizar dicho plazo), además de la devolución de Guayaquil a la Gran Colombia y la suspensión del bloqueo peruano a la costa sur grancolombiana.
Posteriormente, se reunieron en Guayaquil los delegados peruano y grancolombiano, señores José de Larrea y Loredo y Pedro Gual, quienes suscribieron un tratado de paz y amistad el 22 de septiembre de 1829, el llamado Tratado Larrea-Gual. Se puso así fin, oficialmente, a las hostilidades, estableciéndose «una paz perpetua e inviolable, y amistad constante y perfecta entre ambas naciones». Contra la creencia generalizada, no fue un tratado limítrofe, pues solo se restringió a decir, de manera general, que ambas partes reconocían por límites de sus respectivos territorios, «los mismos que tenían antes de su independencia los antiguos Virreinatos de Nueva Granada y del Perú», aunque dejando abierta la posibilidad de hacer las variaciones que, de común acuerdo, se considerasen pertinentes,en ese sentido Perú reconocía a Guayaquil dentro del territorio de la Gran Colombia y la Gran Colombia reconocía a Tumbes, Jaén y Maynas como territorios peruanos. Quedó pues pendiente la demarcación de la frontera común, labor que debería hacer una Comisión demarcatoria bipartita, que pese a los intentos, no logró entonces reunirse. Poco después, la Gran Colombia se fragmentó en tres repúblicas (Ecuador, Nueva Granada o Colombia y Venezuela), por lo que el Tratado entró en caducidad, quedando pendiente la solución del problema limítrofe entre el Perú, Ecuador y Colombia.
Esta guerra llevó a la Gran Colombia a una crisis interna, la cual terminó con su disolución, primero con la separación de Venezuela y luego de Ecuador.
La posterior disolución de la Gran Colombia dejó pendiente la suscripción de un tratado de límites que formalizara la frontera heredada de la colonia, lo que durante los años venideros desembocaría en el Conflicto limítrofe entre el Perú y Colombia y en el largo Conflicto limítrofe entre el Perú y el Ecuador (siglos XIX y XX).
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