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Historia de la educación en Argentina



La Educación

Construir una Historia de la educación en Argentina supone comenzar desde las iniciales experiencias educativas llevadas a cabo en los primeros asentamientos de población del actual territorio argentino, centrada en la escolaridad básica (lecto-escritura y matemáticas) a cargo de las órdenes religiosas. Durante este período la educación tenía como propósito irrenunciable la evangelización y en el uso del idioma español con carácter obligatorio. En 1610 los jesuitas fundaron el Colegio de la Inmaculada Concepción [2]​en Santa Fe de la Vera Cruz, actual Cayastá. Para Luego en 1613 fundar la Universidad de Córdoba, que gobernaron hasta que aconteció su expulsión en 1767 de todos los territorios de la Corona Española. En ese momento fueron sustituidos por los franciscanos. Llegando al final del régimen colonial se destacó la figura de Manuel Belgrano, Secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires entre 1794 y 1809, que fundó la Escuela de Náutica y la Escuela de Matemáticas, impulsó la creación de la Academia de Geometría y Dibujo y abogó por la educación de las mujeres.

Ya declarada la independencia del país, en 1821 se fundó la Universidad de Buenos Aires. En las provincias interiores, que mantenían autonomía, los caudillos que las gobernaban promovieron un sistema educativo estatal, impulsaron la educación primaria pública y privada. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas dispuso en 1838 suprimir la enseñanza gratuita y la provisión de los sueldos de los profesores universitarios, pero tanto la Universidad de Buenos Aires como el actual Colegio Nacional de Buenos Aires mantuvieron en actividad por medio del arancelamiento de sus estudiantes. En 1820 la Universidad de Córdoba pasó a jurisdicción provincial, regenteada por religiosos católicos.

La Constitución Nacional de 1853 estableció el derecho a educar y enseñar como una responsabilidad atribuida a los gobiernos provinciales. En 1864, a instancias de Bartolomé Mitre, se fundó el Colegio Nacional de Buenos Aires sobre la base del Libres del Sur y con dependencia de la Universidad. Sobre este modelo institucional crecieron otros colegios nacionales en Catamarca, Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta.

Domingo Faustino Sarmiento, fue disruptivo para la educación en Argentina, tuvo mucha influencia lo que observó en su viaje por Europa y Estados Unidos, de hecho trajo maestras de Boston para trabajar en Argentina. En 1868 llegó a la presidencia Domingo Faustino Sarmiento, la figura más representativa de la educación en la Argentina.[3]​ Durante su mandato hasta 1874 trajo educadores estadounidenses y europeos, construyó escuelas y bibliotecas en todo el país. Entre sus logros más destacados podemos citar que al final de su mandato se duplicó la matrícula de estudiantes. Con apoyo nacional, las provincias fundaron unas 800 escuelas de primeras letras, alcanzando a un total de 1816 escuelas, de las cuales el 27% eran privadas;[4]​ la población escolar se elevó de 30.000 a 110.000 alumnos.[5]​durante este período también abrió sus puertas la Escuela Normal de Paraná, paradigma del normalismo. El Día del maestro en Argentina se conmemora el 11 de septiembre, fecha de su defunción, en honor a su trabajo en el campo de la educación.

Otra figura de la época fue Juana Manso, quien en su exilio en Montevideo durante el gobierno de Rosas había fundado en su casa el Ateneo de las Señoritas en las que impartía enseñanza a las jóvenes y señoras del Uruguay. De regreso en Argentina, ya durante la presidencia de Sarmiento, fue nombrada directora de la Escuela Normal Mixta Nº1, fundó 34 escuelas con bibliotecas públicas y fue la primera mujer vocal del Departamento de Escuelas en 1869. En 1871, fue incorporada por Nicolás Avellaneda en la Comisión Nacional de Escuelas, siendo la primera mujer que ocupó ese cargo.

En los primeros años de poblamiento del actual territorio argentino, la educación estuvo centrada en la escolaridad primaria a cargo de las órdenes religiosas (franciscanos, dominicos y más tarde, jesuitas) y basada en la evangelización y en el uso del idioma español con carácter obligatorio.

El primer maestro del que se tenga registro en todo el territorio de lo que hoy es la República Argentina, es el español Pedro de Vega en Santa Fe. En las actas capitulares del Cabildo de Santa Fe, conservadas en el Archivo General de la Provincia, quedó registrado el 13 de mayo de 1577, en el folio *I-1-1/F.13, lo siguiente:

Ante la rebelión de naturales y la marcha de muchos pobladores, el procurador solicita no se conceda licencia para ausentarse de la ciudad a ningún español, formulando la misma petición para Pedro de Vega, el único maestro existente en la ciudad. Luego a folio 13 v, dice: los cabildantes hacen lugar a la petición del procurador, solicitando al teniente de gobernador que niegue la licencia para salir de la ciudad a su vecino. Igual medida se solicita para el maestro Pedro Vega. El teniente de gobernador accede a la solicitud de no dar licencia para salir de la ciudad a persona alguna, disposición que incluye al maestro Pedro de Vega, bajo multa de 200 pesos castellanos. El día 21 de mayo de 1577 quedó asentado: Notificación del impedimento de salir de la ciudad bajo pena de 200 castellanos.[6]​ Tal era la especial preocupación de los habitantes de la ciudad por el posible hecho de que sus hijos pudieran quedar privados de la educación que el maestro Pedro de Vega les impartía.

En 1585 los jesuitas llegan a Santiago del Estero, en 1587 a Córdoba. En 1588 llegan los que luego fundarán las Misiones jesuíticas guaraníes y en el mismo año llegaron al Río Salado para evangelizar a los pampas.[7]

El 9 de enero de 1590, se registra en folios *I-1-1/I-F.103-I-1-1/I-F.103v del acta capitular del Cabildo de la Ciudad de Santa Fe, la siguiente donación:

Se hace donación al padre Armiño, de la compañía de Jesús, de dos solares pertenecientes a Diego Bañuelos, con la obligación de que levantaría iglesia y convento, designándose tasadores al regidor Simón Figueredo,en representación del cabildo, al factor Juan de Torres Pineda, por Su Majestad, y a Domingo Vizcaíno como administrador de Diego Bañuelos.[6]

Probablemente durante la gobernación de Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias), que en 1596 fue nombrado gobernador del Río de la Plata y del Paraguay, se establecieron las primeras escuelas no jesuiticas en el actual territorio argentino. En 1609 concurrían a estos establecimientos unos 150 alumnos. Hubo algunos intentos por parte del estado de ampliar la educación pública, como, por ejemplo, la obligación por parte de los Cabildos de proveer con fondos públicos, de casas apropiadas a las escuelas y la admisión de un cierto número de alumnos, con certificado de pobreza expedido por el propio cabildo, a los que debía darse igual educación que a los demás. Se cobraban aranceles de un peso por mes para leer y dos pesos para leer, escribir y contar.[8]

Desde su llegada, los jesuitas eligieron a Córdoba como el centro de la Provincia Jesuitica del Paraguay, en el Virreinato del Perú. Para ello necesitaban un lugar donde asentarse y así iniciar la enseñanza superior. Fue así que 1599, y luego de manifestarle dicha necesidad al cabildo, se les entregaron las tierras que hoy se conocen como la Manzana Jesuítica.[9]​ En dicho predio se construyó, para 1610, el Colegio de la Inmaculada Concepción, cuyo primer rector fue el sacerdote Francisco del Valle y que es considerado el primer Colegio del país.[10]

En 1613 con apoyo del Obispo Trejo, fue fundada la Universidad jesuítica de Córdoba, la más antigua del país y una de las primeras de América. Ese año también se crea la Librería Grande (hoy Biblioteca Mayor), que según registros llegó a contar con más de cinco mil volúmenes.

En 1624 fue fundada la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca que desde su creación, tuvo una notable influencia en toda la región de Sudamérica.

La Expulsión de los jesuitas del Imperio Español de 1767 hizo que 2.630 jesuitas tuvieran que dejar Iberoamérica, lo que significó un terrible golpe para la educación, ya que la inmensa mayoría de las instituciones educativas del territorio estaban a cargo de ellos como profesores.[11]

Durante la época del Virrey Vértiz se erige el Real Colegio de San Carlos, creándose además la escuela de dibujo y de náutica.[12]

Los primeros esfuerzos sistemáticos por impulsar la educación, a todos sus niveles, se rastrean hasta Manuel Belgrano: durante su labor como Secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires desde 1794 hasta 1809, fundó la Escuela de Náutica y la Escuela de Matemáticas. Impulsó incansablemente la creación de la Academia de Geometría y Dibujo y abogó por la creación de una Escuela de Comercio, una academia de Matemáticas y otra de Arquitectura y Perspectiva. Belgrano impulsó la educación primaria, técnica y universitaria. También abogó por la educación de las mujeres, algo poco común a comienzos del siglo XIX.[13]

Dentro de la Primera Junta, Saavedra y Moreno tenían posiciones diferentes sobre el uso de la prensa y sobre los contenidos de la educación. Moreno otorgaba un papel fundamental a la libertad de escribir y la de pensar, así como el derecho a la información por parte del pueblo y de las provincias, ya que lo consideraba indispensables para consolidar el proceso de independencia. Belgrano y Moreno adherían a la postura liberal en la educación, muy influida por Rousseau y por los socialistas utópicos. Sostenía la educación del pueblo como base para construir naciones libres. Esa pedagogía era democrática en los métodos de enseñanza e inclinada hacia el laicismo[14]

En 1813, cuando el Cabildo recompensó a Belgrano con 40 mil pesos, este los destinó a la creación de cuatro escuelas en Tarija, Salta, Tucumán y Santiago del Estero, a la compra de útiles, becas y libros para los más pobres.[15][16][nota 1]

En 1821 el gobernador de la provincia de Santa Fe, Estanislao López, dictó la primera legislación específicamente educativa del país, la reglamentación titulada «Artículos de observancia para el noble e ilustre Cabildo», antecedente de la ley 1.420. Dictaba en la provincia la educación obligatoria, en la cual el Estado provincial pagaba los salarios de los docentes, entre otras cuestiones.[18][nota 2]​ En otras provincias, los caudillos Artigas (en la Provincia Oriental), Bustos (Córdoba), Heredia (Tucumán), Ferré (Corrientes) y Justo José de Urquiza (Entre Ríos) promovieron un sistema educativo estatal, impulsaron la educación primaria pública y privada y la formación de comisiones inspectoras y comisiones protectoras de la escuela en toda la provincia. Las juntas o comisiones estuvieron encargadas de controlar el funcionamiento de la obligatoriedad escolar.[13][19]​También los gobiernos de Alejandro Heredia en Tucumán y Felipe Heredia en Salta establecieron juntas o sociedades protectoras de la educación.

El 12 de agosto de 1821 se funda la Universidad de Buenos Aires y su primer rector fue el sacerdote Antonio Sáenz, y su sucesor fue otro sacerdote Valentín Gómez, este último adicto a Bernardino Rivadavia.

La Confederación Argentina fue una confederación de provincias que existió entre 1835 y 1852, durante la organización de la actual República Argentina. Las provincias formaron una confederación de estados soberanos que delegaban la representación exterior y algunos otros poderes en el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Debido a las guerras civiles y al bloqueo del Río de la Plata, Rosas optó por reducir gastos anulando la mayor parte del presupuesto dedicado a la educación. En 1838 se suprimió en Buenos Aires la enseñanza gratuita y dejó de depender del estado provincial el pago de los sueldos de los profesores universitarios.[20]

No obstante la Universidad de Buenos Aires y el actual Colegio Nacional de Buenos Aires se mantuvieron en actividad por medio del cobro de aranceles a sus estudiantes, y de sus aulas salieron los miembros de la élite porteña del período siguiente, la mayoría de los cuales serían detractores acérrimos de Rosas.[21]

Además existía la Universidad de Córdoba, regenteada por religiosos católicos, que otorgaba títulos en derecho canónico y civil.[22][23]

En Buenos Aires, la educación secundaria estuvo distribuida entre varios colegios, entre los cuales el más prestigioso era el Colegio de San Ignacio, de los jesuitas, que —cuando estos fueron nuevamente expulsados— se transformó en el Colegio Republicano Federal, regenteado por el antiguo jesuita Francisco Magesté. Pero también había varios colegios privados, como el que dirigía Alberto Larroque.[21]​ En el interior había colegios secundarios en la mayoría de las capitales provinciales; el más antiguo y prestigioso era el Colegio Nacional de Monserrat. En algunas provincias era especialmente prestigiosa la educación brindada por los conventos, como el franciscano de San Fernando del Valle de Catamarca.[24]

La literatura del período fue notoriamente escasa, con excepción de la que produjeron los miembros de la Generación del 37.[25]​ La música, en cambio, tuvo un momento de brillo particular, llegando con Juan Pedro Esnaola a alcanzar cierta autonomía de las escuelas musicales europeas.[26]​ Por su parte, también la pintura logró iniciar una producción autónoma, especialmente en el campo del retrato, el paisajismo y la pintura histórica; sus representantes más destacados fueron Prilidiano Pueyrredón y Carlos Morel, y los europeos Ignacio Baz, Charles Henri Pellegrini y Amadeo Gras.[27]

Bernardino Rivadavia introdujo el método lancasteriano en todas las escuelas de Buenos Aires; decretó la obligatoriedad escolar y fundó la Sociedad de Beneficencia, a la que encomendó dirigir escuelas para niñas. Promovió el desarrollo de la educación media, nivel aún en germen en la época, abriendo el Colegio de Ciencias Morales, sobre la base del Colegio de la Unión del Sud, y estimuló la enseñanza de la ciencia en el Departamento de Estudios Preparatorios de la universidad, que creó en 1821.[28][29]

La Constitución Nacional de 1853 estableció en el artículo 5 el derecho a educar y enseñar como una responsabilidad atribuida a los gobiernos provinciales.[nota 3]​ Uno de los pioneros en tal sentido fue el gobierno de la Provincia de Corrientes. Una ley de 1857 estableció como uno de los destinos de la renta, la fundación de escuelas. En esa dirección, se realizaron las primeras experiencias en la Provincia de Buenos Aires, que sancionó su Ley de Educación en 1875. Las bibliotecas populares en tanto, cubrían la instrucción de las mujeres y fue Juana Manso la primera Directora de una escuela mixta en Buenos Aires.

La Constitución, en el inciso 16 del artículo 67, estableció entre las atribuciones del Congreso, la de «dictar planes de instrucción general y universitaria».[30]

El presidente Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) hizo hincapié en actualizar el país con las prácticas de los países desarrollados. Sarmiento alentó la inmigración y el asentamiento de educadores estadounidenses (65 entre las presidencias de Sarmiento, Avellaneda, y Roca) y europeos; construyó escuelas y bibliotecas públicas en todo el país, en un programa que finalmente duplicó la matrícula de los estudiantes durante su mandato.

Sarmiento realizó una importante contribución al progreso científico. Llevó adelante de forma constante, acciones tendientes a favorecer y promover la enseñanza y creación de instituciones científicas y culturales. Promovió la de consolidación de un sistema científico independiente, enriqueciéndolo con los aportes de la más moderna ciencia europea.[31]​ "Durante su mandato, se crearon 800 escuelas de primeras letras, alcanzando a un total de 1816 escuelas.[32]​ Se ha discutido que los cambios que fueron realizadas produjeron una operación de exclusión de los sectores populares.[33]

La población escolar se elevó de 30 000 a 110 000 alumnos, consolidando a la Argentina como el país más alfabetizado de América Latina.[34]​ Sin embargo, el primer censo realizado en el año 1869 dio como resultado que el 82 %[35]​ de la población femenina no estaba alfabetizada. si bien no había diferencia física en los espacios educativos en función del género (ya que la normativa era la misma para ambos sexos), dado que el hombre tendía a ocupar los cargos de mayor poder, los espacios que ocupaba dentro de las instituciones educativas tenían una carga simbólica mayor que los que ocupaban las mujeres.

Con la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880, esta pasó a ser gobernada por las autoridades nacionales, lo que produjo que pasaran a su jurisdicción los establecimientos públicos –incluyendo los de enseñanza- que antes pertenecían a la provincia de Buenos Aires-, y esto obligó a dictar normas al respecto.

El Presidente Julio Argentino Roca firmó el 28 de enero de 1881 un decreto creando el Consejo Nacional de Educación para el gobierno y administración de las escuelas primarias públicas ubicadas en la ciudad de Buenos Aires.

Por decreto del 1° de febrero de 1881 nombró primer Superintendente General a Domingo Faustino Sarmiento y designó consejeros a Federico de la Barra, Carlos Guido Spano, Adolfo van Gelderen, Miguel Navarro Viola y José Antonio Wilde.

Sarmiento creía que la educación puede cambiar las sociedades, pero si los sujetos son educacbles.Porque existían muchos bárbaros ineducables. Sarmiento realizó dos cosas al mismo tiempo: promovió el sistema educativo más democrático de su época, pero al mismo tiempo realizó una operación de exclusión de los sectores populares. A la escuela pública del imaginario sarmientino concurría un sujeto abstracto, que jamás llegó a existir.

En Argentina más del 90% de los maestros primarios son mujeres. En 1870 Nicolás Avellaneda escribía:

Este tipo de apreciaciones, en consonancia con el marco cultural de la época, hicieron de la docencia una actividad predominantemente femenina. Entre 1874 y 1921 se graduaron 2626 maestras y solo 504 maestros varones, una proporción que se volvió aún más desigual con el correr de los años debido a la permanencia de estereotipos fuertemente consolidados.

Entre algunas de las educadoras mujeres más influyentes de los siglos XIX y XX en Argentina fueron: Matilde Filgueiras, Juana Elena Blanco, Ada María Elflein, Sara Justo, Josefina Passadori, Ángela Peralta Pino, Clara Janet Armstrong, Pía Adela Didoménico, Celia Ortiz y Clotilde González de Fernández, entre otras.

La educación tuvo un papel central en la construcción de la Nación, considerada una herramienta esencial para hacer del país una república. En ese marco Julio A. Roca quien fue dos veces Presidente de la Nación -entre 1880 y 1886 y entre 1898 y 1904- y máximo representante de la Generación del Ochenta sancionó la Ley de Educación Común, estableciendo su carácter obligatorio, estatal, laico y gratuito.

Durante su primera presidencia, en 1881, se produjo la primera huelga docente, las maestras de la Escuela Graduada y Superior de San Luis, reclamaban por el atraso en el pago de sus sueldos y en contra de los recortes en los sueldos de todos los empleados públicos que se venían aplicando desde 1874 durante la presidencia de Avellaneda.

La gran mayoría de la literatura de la Generación del Ochenta fue producida por políticos, militares y estancieros. Sus obras, casi exclusivamente en prosa, eran relatos autobiográficos o ficticios, contados como recuerdos. Entre los autores más destacados se pueden mencionar a Lucio V. Mansilla (Una excursión a los indios ranqueles), Eugenio Cambaceres (Sin rumbo), Miguel Cané (Juvenilia) y Eduardo Wilde (Aguas abajo).[36]

Hacia fines del siglo XIX surgió la corriente modernista, que se caracterizó por la poesía refinadamente aristocrática, la exhibición de una cultura cosmopolita y una renovación estética del lenguaje y la métrica. Entre sus cultores se encuentran Leopoldo Lugones (Lunario sentimental, La restauración nacionalista), Enrique Larreta (La gloria de Don Ramiro) y Evaristo Carriego (Misas herejes).[37]

Ya entrado el siglo XX, una nueva camada de escritores adhirió al realismo, especialmente orientado al teatro. Entre los escritores más destacados de esa corriente se cuentan Roberto Payró (Pago Chico, El casamiento de Laucha), y las primeras obras de Horacio Quiroga (Cuentos de amor, de locura y de muerte, Cuentos de la selva).[38][39]

Los pintores más destacados del período habían sido educados en Europa, aunque se esforzaban por escapar de la temática y las técnicas típicamente europeas, adscritos en general al realismo. Entre los más conocidos se encuentran Eduardo Sívori (El despertar de la criada), Eduardo Schiaffino (El reposo), Ángel della Valle (La vuelta del malón), o Ernesto de la Cárcova (Sin pan y sin trabajo).[40]

Ya iniciado el siglo XX, surgen los primeros pintores del impresionismo, como Martín Malharro y Fernando Fader, pintores de paisajes y personajes rurales.[40]

La escultura tuvo un desarrollo mucho menor, aunque se destacan autores como Lucio Correa Morales (La cautiva), Lola Mora (Fuente de las Nereidas), Rogelio Yrurtia (Canto al trabajo), o Pedro Zonza Briano.[40]

La arquitectura argentina fue esencialmente una variante de las corrientes arquitectónicas del período en Europa, y solamente unos pocos arquitectos argentinos alcanzaron renombre, como Ernesto Bunge y Juan Antonio Buschiazzo.[41]

La Argentina recibió una gran cantidad de orquestas y músicos de Europa en esos años, relegando su propia producción; el único autor nacional realmente consagrado de este período fue Alberto Williams.[42]

La música folclórica fue considerada un divertimento para pobres, un arte menor, hasta que fue rescatada desde ese puesto inferior por las investigaciones de Andrés Chazarreta.[43]

En cambio, fue justamente en este período cuando surgió el estilo musical que siempre ha caracterizado a la Argentina para el resto del mundo: el tango. Surgido como una mezcla de estilos traídos por los inmigrantes italianos y los estilos africanos de los descendientes de esclavos, durante algunas décadas fue una curiosidad de los salones de baile para las clases más humildes y los prostíbulos que frecuentaban jóvenes de clase media y alta. Fue de la mano de estos jóvenes que, a principios del siglo XX, logró ascender en la apreciación de todas las clases sociales, al mismo tiempo que autores e intérpretes destacados como Ángel Villoldo, Pascual Contursi, Ignacio Corsini o Francisco Canaro le aportaban brillo musical y refinamiento poético. Los primeros años de Carlos Gardel coincidieron con los últimos del régimen conservador.[44]

En la historiografía, la herencia de Bartolomé Mitre resultó difícil de superar. Adolfo Carranza se especializó en historia colonial; Ángel Justiniano Carranza en historia naval y colonial. Posteriormente, Adolfo Saldías y David Peña dieron comienzo a la primera fase del revisionismo histórico, de raíz liberal;[45][46]

En torno al año 1900 se difundió una historiografía positivista, de estilo ensayístico, centrada en la evolución sociológica de los pueblos. En este subgénero sobresalieron Ernesto Quesada, Juan Agustín García, José María Ramos Mejía.[47]

Después del Centenario comenzó una transformación de los estudios históricos, con la aparición de la obra de Juan Álvarez y la Nueva Escuela Histórica, representada por Ricardo Levene y Emilio Ravignani, y en cierto modo también por Diego Luis Molinari, que luego viraría hacia el revisionismo.[48]

Entre los filósofos, las obras de Joaquín V. González, Leopoldo Lugones y José Ingenieros tuvieron mucha influencia en las generaciones posteriores.[49]

En la sociología pura, el Informe sobre el estado de la clase obrera, de Juan Bialet Massé, fue el primer estudio sistemático de las condiciones de vida y de trabajo de las clases pobres en nuestro país.[50]

Entre los biólogos más destacados del período se encuentran Eduardo Ladislao Holmberg y Clemente Onelli, que fueron directores del Zoológico de Buenos Aires; Francisco P. Moreno y Juan Bautista Ambrosetti, etnógrafos y fundadores respectivamente del Museo de La Plata y del Museo Etnográfico; Carlos y Florentino Ameghino, paleontólogos.

El Instituto Geográfico Argentino, fundado en 1879 por Estanislao Zeballos, dirigió importantes expediciones, especialmente a la Patagonia. Entre los exploradores más importantes se deben mencionar a Francisco P. Moreno, Luis Jorge Fontana y Ramón Lista. El Instituto Geográfico Militar, cuyo primer director fue Manuel Olascoaga, se dedicó especialmente a la cartografía y la geodesia.

En la medicina sobresalieron los médicos Ignacio Pirovano, gran impulsor de la cirugía moderna,[51]​ y Guillermo Rawson, introductor del concepto científico y social de la higiene médico y cofundador de la Cruz Roja Argentina en 1880.[52]

Las ciencias exactas habían tenido un especial empuje hasta 1890, perdiendo rápidamente importancia, reemplazadas por los estudios técnicos o de ciencia aplicada.[53]

Al comenzar el período conservador, existían pocas universidades en la Argentina: la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Córdoba y la Universidad de Santa Fe desde 1889 (que el 17 de octubre de 1919 pasara a llamarse Universidad Nacional del Litoral, a partir de la reforma universitaria).[54]​ En 1897 se fundó la Universidad Nacional de La Plata, con un criterio más moderno, que obligó a modernizar las dos más antiguas.[55]​ Al final del período, en 1914, se fundó la Universidad Nacional de Tucumán.[56]

La más grande e importante fue siempre la de Buenos Aires, que al iniciar el período sólo contaba con las facultades de derecho y medicina. En la última década del siglo XIX incorporó las facultades de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales —que incluía la carrera de Ingeniería— y de Filosofía y Letras. A principios del siglo XX incorporó las facultades de Agronomía y Veterinaria y de Ciencias Económicas.[57]

Córdoba tenía una antigua universidad, fundada por los jesuitas en tiempos de la colonia española, en la que se mantenían aún características elitistas y clericales. Los estudiantes universitarios de Buenos Aires, La Plata y Córdoba, pertenecientes a familias de una reciente clase media formada a partir de la gran ola de inmigrantes europeos o sus descendientes, venían organizándose en centros de estudiantes por facultad desde principios del siglo XX y comenzaban a exigir reformas que modernizaran y democratizaran la universidad. Los centros de estudiantes se habían organizado a su vez en federaciones (Tucumán, Córdoba, La Plata y Buenos Aires) y en abril de 1918 fundaron la Federación Universitaria Argentina (FUA), como organización gremial representativa del estudiantado argentino.

A fines de 1917, una ordenanza de la Universidad de Córdoba suprimiendo el internado en el Hospital de Clínicas dependiente de la Universidad, desató el descontento de los estudiantes cordobeses que solicitaron a las autoridades universitarias la revisión de las medidas. El 20 de marzo el Consejo Superior resolvió «no considerar ninguna solicitud» y el 31 de marzo los estudiantes declararon una huelga general y pidieron la intervención de la Universidad por el gobierno nacional.

En las primeras décadas del siglo XX la población escolar se duplicó, alcanzando prácticamente al 70% de los niños de 6 a 13 años de edad. Hacia 1910, en el marco de los festejos del Centenario, se profundizaron los contenidos patrióticos a fin de consolidar una concepción unificadora de la identidad nacional. En esta línea de acción, se había sancionado la Ley Láinez, que señalaba claramente el influjo del Estado nacional en los sistemas educativos provinciales. Por otra parte, en la universidad tuvo lugar una profunda democratización en los claustros, a través de la Reforma universitaria de 1918. Paralelamente, la discusión sobre la reforma en la enseñanza media entre 1916 y 1917, giró en torno al proceso de ampliación política.[cita requerida]

El impulso del Estado a la educación pública universal entró pronto en contradicción con el sistema político restrictivo. Las consecuencias de esta tensión estallaron en las primeras décadas del siglo XX, cuando los nuevos sectores medios en expansión pusieron fin al régimen conservador.[cita requerida]La relación entre el gobierno y la docencia se fue deteriorando durante la década de 1920. A la demanda de mejores condiciones laborales se sumó la irritación que produjo entre los docentes el cambio de rumbo del radicalismo, el gobierno de Marcelo T. de Alvear se alió con los conservadores y colocó a funcionarios políticos en los cargos directivos en el sistema escolar. Las gestiones de los dos ministros de Educación de Alvear, Iylarcó y Antonio Sagarna se caracterizaron por las deficiencias administrativas, la escasez presupuestaria y el mal estado de los edificios. En 1914 en el país había 1.485.785 niños tenían entre 6 y 14 años y 863.290 estaban inscritos en la escuela primaria, el 58% sobre la población escolar. Había 26.689 maestros y 7.575 escuelas. En 1932 había 2.239.117 niños tenían entre 6 y 14 años; el porcentaje de inscripción en la primaria se mantenía prácticamente igual (69,01%); 53.838 maestros. Agustín P Justo tuvo tres ministros de Educación, durante su gobierno se suprimieron los centros de estudiantes en los colegios secundarios. El gobierno persiguió a los docentes que tenían posturas radicalizadas, laicistas.[58]

La educación técnica en la Argentina tiene una larga historia de ya más de un siglo. Su primera manifestación se dio en 1871, en los colegios nacionales de Salta (con el Departamento Agronómico Anexo), y de San Juan y Catamarca (con los departamentos de minería), de acuerdo a documentos de la Academia Nacional de Educación.

En 1897, se creó en Buenos Aires el Departamento Industrial como anexo de la Escuela de Comercio Carlos Pellegrini. Para 1899 se independiza, transformándose en la primera escuela industrial de la Nación, con el nombre de Escuela Técnica Otto Krause. Esta fue creada bajo el modelo alemán de escuela tecnológica orientada a los principales procesos productivos: mecánica, química, electricidad y construcción. Hacia 1910 era un instituto de prestigio internacional, al punto que sus egresados comenzaron a tener posiciones de relevancia en la industria, desplazando en muchos casos a los ingenieros universitarios.

Paralelamente, se produjo el surgimiento de las llamadas «escuelas de artes y oficios», como fue el caso de las escuelas Raggio fundadas en 1924. Estas escuelas tenían la particularidad de integrar en un mismo espacio disciplinas técnicas y artísticas, vinculadas con movimientos como el Arts and Craft y escuelas similares europeas como la Bauhaus (1919-1933), como así también se fundaron varias escuelas de carácter religioso, como el Colegio San Agustín y el Belgrano Day School en Capital Federal, el Colegio Ward en Villa Sarmiento o el Colegio Santo Domingo en Ramos Mejía, fundados en 1907, 1912, 1913 y 1915, respectivamente.

Se puede decir que la pujanza industrial del primer cuarto de siglo llevó a la consolidación de las escuelas técnicas.[59]

La enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas que había establecido la dictadura del general Ramírez fue ratificada por el Congreso a pesar de la oposición de los diputados radicales. En 1954, el Congreso con mayoría peronista derogó la enseñanza religiosa en las escuelas públicas (no así en las privadas). Esto, sumado a otras leyes como la Ley de Divorcio promulgada en 1953― acentuó el conflicto de Perón con la Iglesia católica.[60]​El Congreso aprobó el Estatuto para el Personal Docente de los Establecimientos de Enseñanza Privada y el Consejo Gremial de Enseñanza Privada

La enseñanza media normal pasó de 48.794 alumnos en 1943 a 97.306 en 1955, es decir que duplicó su población en este período. En 1943, era estatal el 61,87% de los establecimientos de enseñanza media normal y privado el 38,13%; en 1955 eran públicos el 69,35% y privados el 30,65%.[61]

Durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), la implementación del Estado de bienestar provocó una gran ampliación del consumo. Esto más el desarrollo y puesta en práctica de los derechos sociales, repercutieron en la extensión de la matrícula educativa.[60]​ Perón utilizó la educación pública para propiciar un culto personal: las imágenes de Perón y Evita.

Perón creó las «escuelas fábrica», centros de enseñanza de múltiples oficios artesanales. Los alumnos recibían sin cargo desayuno, almuerzo, herramientas, libros, elementos de estudio y vestimentas de trabajo.[62]

Dos años después, el Día de la Bandera en Argentina (20 de junio) de 1949, Perón estableció la gratuidad de la enseñanza universitaria y terciaria a través del decreto 29.337. Se aseguraba así el acceso irrestricto del pueblo a la cultura, a la educación superior y a la formación profesional universitaria, eliminando la imposición de los aranceles vigentes y estableciendo que "como medida de buen gobierno, el Estado debe prestar todo su apoyo a los jóvenes estudiantes que aspiren a contribuir al bienestar y prosperidad de la Nación, suprimiendo todo obstáculo que les impida o trabe el cumplimiento de tan notable como legítima vocación". Entre los años 1935 y 1955 la matrícula de la UBA pasó de 12.000 a 74.000 alumnos.

En 1947 se aprobó la Ley 13.031 que estableció un nuevo régimen para las universidades nacionales; fue la primera ley de educación del gobierno justicialista. Según Susana Roldán,[63]​ tras 15 años de democracias restringidas e intervenciones militares sobre los gobiernos civiles, en 1946 el Congreso sancionó una nueva Ley de Educación Superior que puso a las universidades bajo la órbita de las reglas de una democracia sin proscripción. Para eso, y marcando un hito en la historia de la legislación sobre educación superior, el peronismo dictó en 1947 la Ley Nº 13.031, denominada Ley Guardo, en honor al diputado justicialista creador de su articulado. Esta legislación puso punto final a la larga vigencia de los cuatro artículos de la reducida Ley Nº 1.597 de 1885, “Ley Avellaneda”, que ofició de marco legal hasta entonces.

En el año 1954 se sanciona una nueva Ley, la 14.297. En ella se incorporan algunos otros postulados de la Reforma Universitaria, como la definición de la extensión y la participación directa de los estudiantes, esta ley profundiza la participación estudiantil en el gobierno de las Facultades, otorgándoles el derecho al voto.[64][65]

Según el historiador Félix Luna[66][67]​ continuó vigente la ley 13.031, aprobada en 1947, para regir el gobierno de las universidades, desde el rector hasta el último titular de cátedra eran designados por decreto, se suprimía la autonomía funcional y financiera y se establecía la pena de expulsión a quienes actuaran «directa o indirectamente en política» La representación estudiantil fue eliminada de los consejos, se introdujo la exigencia de un certificado policial «de buena conducta» sin el cual no se podían proseguir los estudios y comenzó a haber policías de civil omnipresentes en aulas y oficinas universitarias.[68]

En 1948 se creó la Universidad Obrera Nacional (UON) para formar «ingenieros de fábrica», capacitados para crear procesos de producción. Se pensaba en un perfil profesional más práctico que el de los ingenieros tradicionales. Sus alumnos tenían la obligación de trabajar en su especialidad y cursaban una carrera de cinco años.

El 11 de septiembre de 1943, la Primera Conferencia de Ministros y Directores de Educación de las Repúblicas Americanas resolvió homenajear la figura de Domingo Faustino Sarmiento como educador, declarando al 11 de septiembre el Día del Maestro en todos los países hispanoamericanos. La resolución decía:

Tras el Golpe de Estado de 1955, que derrocó a Perón, la dictadura de Aramburu e Isaac Rojas expulsó a profesores simpatizantes del peronismo de las escuelas y universidades. La persecución motivó a muchos docentes a exiliarse. En los meses siguientes cientos de profesores fueron despedidos, renunciaron a sus cátedras o abandonaron el país. Emigraron 301 docentes universitarios de los cuales 215 se dedicaban a la investigación científica.[69][70]​La Marcha de la Libertad (marcha militar en Argentina símbolo de la Revolución Libertadora, que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón en 1955) fue impuesta obligatoriamente dentro de las escuelas, mostrando un gran despliegue del aparato de propaganda.[71]

Hacia mediados del siglo XX, por decisión del Ministro de Educación demócratacristiano Atilio Dell'Oro Maini, en el decreto-ley del 22 de diciembre de 1955, se permitió la creación de universidades privadas con capacidad para entregar títulos y diplomas académicos. El 8 de junio de 1956 fue creada la Universidad Católica de Córdoba entre otras instituciones educativas superiores privadas.

Pero durante el gobierno del Presidente Arturo Frondizi, en el año 1958, hubo un movimiento laicista creado a partir de la sanción de dos leyes sancionadas durante ese gobierno: la aprobación del Estatuto del Docente y la que habilitó a las universidades privadas a emitir títulos profesionales. Fue sin dudas esta última la que motivó una gran protesta estudiantil conocida como "Laica o libre". El 28 de agosto de 1958 los siete rectores de las siete universidades nacionales (entre ellos José Peco, Josué Gollán, Oberdán Caletti y el hermano del presidente de la Nación, Risieri Frondizi), pidieron al Poder Ejecutivo Nacional, la no concertación del decreto. El 19 de septiembre de 1958 hubo otra concentración en el mismo lugar, esta vez convocada por la FUA con apoyo de casi todos los partidos políticos, medio centenar de sindicatos y de algunas universidades extranjeras, que reunió unas 250 000 personas en contra del proyecto. También se produjeron movilizaciones masivas en Córdoba, Rosario, Tucumán y fundamentalmente los partidos de la provincia de Buenos Aires y Mar del Plata.[72]​ En la UBA en la Facultad de Derecho grupos minoritarios del nacionalismo de derecha que apoyaban la ley, se habían constituido como “Comando de Resistencia Universitaria", a fin de evitar por la fuerza cualquier tipo de manifestación interna contra la ley de Frondizi.[73]​La iglesia se hizo sentir durante los intensos debates sobre la nueva Ley de Educación Superior que permitía a las universidades privadas otorgar títulos habilitantes y subsidiaba a la educación privada, en su gran mayoría en manos de la iglesia católica. El apoyo de Frondizi a la ley desató intensos debates entre sus allegados y provocó la renuncia de su vicepresidente Gómez.

Finalmente, el sector de radicales frondicistas, demócratacristianos, nacionalistas católicos y aliados, liderado por el presidente Frondizi, logró consagrar la aprobación de esta reforma, que permitió otorgar personería jurídica a nuevas universidades, como la Universidad Católica Argentina en 1959. Frondizi esperó el mes de febrero de 1959 -cuando los establecimientos educativos estaban en receso- para reglamentar la ley, evitando así nuevas movilizaciones. Su hermano Risieri lo acusó entonces de haber abandonado el programa con el que pueblo lo había votado el 23 de febrero de 1958.

A partir de los comienzos de los años sesenta comenzaron a soplar aires de renovación en las aulas: surgieron cuestionamientos y empezó a fortalecerse la opción de la educación problematizadora ―influida por el educador brasileño Paulo Freire― y las nuevas corrientes pedagógicas.[cita requerida] Al mismo tiempo cientos de profesores que se habían exiliado durante la dictadura autodenominada Revolución Libertadora regresaron al país.

En la Noche de los Bastones Largos (29 de julio de 1966, la Policía Federal detuvo a unos 400 profesores universitarios, y destruyeron varios laboratorios y bibliotecas universitarias). En La Noche de los Lápices (16 de septiembre de 1976, en que varios estudiantes secundarios fueron torturados y asesinados por los hombres de Videla).En 1974 durante el breve interregno democrático se sanciona la ley 20.654, que establecía que la responsabilidad en la designación de los profesores quedaba totalmente en manos de los Consejos Superiores mientras que los salarios continuaban fijándose desde el Poder Ejecutivo Nacional.[74]

Durante la Dictadura de 1976-1983 se llevó a cabo una sistemática labor de censura, en la cual se quemaron cientos de miles de libros. Así se quemaron 90.000 ejemplares de Eudeba[75][76]​El retorno a la democracia, en 1983, permitió cambios y transformaciones que continúan en implementación y evaluación permanente.

En 1984, por la ley N° 23.114, el gobierno radical de Raúl Alfonsín convocó a un Congreso Pedagógico Nacional supuestamente para atender las deficiencias del sistema educativo pero con el fin de definir si la Educación Pública debía ser Estatal o no Estatal, de lo que dependería si los colegios privados seguirían recibiendo apoyo económico del Estado y si los padres de ingresos medios y bajos podrían elegir el tipo de educación para sus hijos en escuelas de gestión privada.[77]

Cabe tener en cuenta que en la Argentina viene de lejos la antinomia educación (enseñanza o escuela) pública—educación privada. Y durante aquel Congreso pedagógico se enfrentaron dos enfoques respecto de la misma.

Raúl Alfonsín confió la organización del congreso a su equipo educativo, encabezado en 1984 por el ministro Carlos Alconada Aramburú, y el diputado Adolfo Stubrin, ambos con enfoques estatistas.

El Enfoque estatista era impulsado por radicales y comunistas; y el Enfoque no estatista, que finalmente fue el que triunfó, fue defendido por la Conferencia Episcopal Argentina, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Justicialista, la Unión del Centro Democrático, el Movimiento de Integración y Desarrollo y una enorme movilización de padres de familia que tenían a sus hijos en colegios privados. En aquella convocatoria llegaron a participar 400.000 personas.

La asamblea nacional se realizó en Embalse de Río Tercero (Provincia de Córdoba), en marzo de 1988 y triunfó el enfoque no estatista. A partir de entonces, el sistema educativo en la Argentina es de Educación Pública (de Gestión Estatal o de Gestión Privada).[78]​ La vuelta a la Democracia significó la actualización de los contenidos curriculares, ya que, muchos de los programas databan de la época de la última dictadura militar.

A partir de los años noventa, bajo la presidencia del peronista Carlos Saúl Menem en reacción a la crisis socio-económica del país de 1989, se inició un proceso de reformas para retornar a la estabilidad y al crecimiento. Paralelamente se inició una reforma educativa, que buscaba mejorar la calidad de nuestros alumnos extendiendo el ciclo bàsico a 10 años y acercando las decisiones educativas a los ciudadanos. El nuevo paradigma educativo estaba basado en bucar incrementar la competitividad de la población activa en el mercado del trabajo.[79]

El 14 de abril de 1993 se sanciona la Ley Federal de Educación N° 24.195. La metodología de la reforma incluía la experiencia de la descentralización de la educación, pasando numerosos colegios de las manos del Estado nacional a los distintos estados provinciales, y formulándose una reestructuración del régimen de enseñanza primaria, pasándose de un ciclo de 7 años obligatorios a uno de 9 años llamado E.G.B. –Escuela General Básica- (similar al proyecto de reforma educativa de España durante la dictadura de Francisco Franco, dividido en tres ciclos de tres años cada uno (EGB 1, EGB 2, y EGB 3). Finalizado el 9° año de la EGB3, se podía acceder al Nivel Polimodal, que ya no era obligatorio.

Al tener la decisión cada provincia sobre la estructuración de sus planes de estudio, se llegaron a establecer tantas orientaciones que la movilidad de un estudiante de una provincia a otra fue caótica, de hecho, ya lo era al interior de algunas provincias debido a que la implementación de la estructura académica se dio de manera diferenciada sin que prevalezca una modalidad en particular.[80]

Estas medidas (en consonancia con medidas similares de todo el continente) serían criticada por numerosos sectores docentes e intelectuales universitarios, como por ejemplo Coraggio,[81]María Alejandra Corbalán[82]​ y Guillermina Tiramonti.[83]​ El modelo educativo en esta etapa entró en una crisis percibida socialmente desde varios los sectores.[84][85]

El programa de la desregulación y la privatización, condujeron a la descentralización del sistema de la escuela media argentina, por lo que, a partir de 1992, la administración y la financiación de las escuelas se convirtieron en una responsabilidad provincial. La debilidad de la política, sin embargo, radica en que la coparticipación federal no aumentó acorde, sobre todo teniendo en cuenta la decisión de mover dos años de la escuela secundaria a la primaria.[86]

Las tradiciones curriculares se alteran cuando se altera la tradición pedagógica (Goodson 2003), durante el Congreso Pedagógico Nacional, se primó una vuelta a lo epistémico y la extensión y obligatoriedad desde el nivel inicial, primario y secundario, fue un proceso que se inició en 1993 hasta 1999.

El presupuesto para universidades nacionales pasó de $1.992 millones en 2003 a $13.258 millones en 2011. Desde 2003, se crearon 9 Universidades Nacionales, de las cuales 6 están ubicadas en el Gran Buenos Aires (La Universidad Nacional Arturo Jauretche en Florencio Varela; la Universidad Nacional de Avellaneda; Universidad Nacional de Moreno; Universidad Nacional del Oeste, en Merlo, y la Universidad Nacional de José C. Paz) y 3 en el resto del país (la Universidad Nacional del Chaco Austral; Universidad Nacional de Villa Mercedes, en San Luis y la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur).

Según datos del último censo nacional la tasa de analfabetismo es del 1,9%, siendo la segunda más baja de Latinoamérica.[96][97]​ En la última década se han creado 9 nuevas universidades, mientras que el egreso de estudiantes universitarios aumentó un 68%.[98]

El estado de los establecimientos educativos se mantuvo durante las últimas décadas en condiciones precarias, haciéndose más profundo el deterioro en el interior del país, sobretodo en el norte y en el sur de la Argentina, donde tres de cada diez escuelas no están en condiciones para dar clases y el 70% tiene falencias graves.[99][100][101][102][103]

Durante los primeros años de macrismo se realizaron las pruebas Aprender para evaluar el estado de la educación en el país. Los resultados muestran múltiples inequidades. A los alumnos del último año del secundario les cuesta resolver operaciones matemáticas en general, pero las dificultades se agudizan en las escuelas estatales, ya que el 77,7% de los alumnos están en el nivel básico o debajo del nivel básico y solo el 1,9% en el nivel avanzado. En Lengua el 46% de los alumnos se encuentran por debajo del nivel esperado.[104]

En 2017 se dio a conocer un informe de UNICEF, en el cual se menciona que más de la mitad de los chicos entre 10 y 18 años no termina la escuela secundaria en Argentina.[105]

A partir de todos estos datos, desde la administración del presidente Macri, se creó “Secundaria 2030” aprobado por unanimidad desde el Consejo Federal de Educación. El objetivo es que cada jurisdicción elabore un Plan Estratégico del Nivel Secundario para el periodo 2018-2025; luego deberá ser aprobado por el Ministerio de Educación Nacional y estará alineada a una mirada macro con las siguientes características:



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