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Lengua íbera



El íbero o ibérico fue una lengua paleohispánica (o familia de lenguas) hablada por los íberos en toda la costa mediterránea peninsular. Su extensión iría desde el río Hérault en Francia al norte hasta no más al sur de Porcuna, en Jaén.

Algunos investigadores como Javier de Hoz consideraban al ibérico como una lengua franca que se había extendido gracias al comercio, espoleado por el contacto con los griegos focenses,[1]​ mientras que otros investigadores consideran al ibérico como la lengua materna de un grupo culturalmente heterogéneo.

Los íberos se extendieron a lo largo de la costa mediterránea de la península ibérica.[2]

Hacia el norte, incluiría el sur de Francia hasta el río Hérault. Se han encontrado importantes restos de escritos en Ensérune, entre Narbona y Béziers en Francia, en un oppidum en el que se mezclan elementos íberos y celtas.

Hacia el sur, el límite estaría en Porcuna, en Jaén, en la que se han encontrado algunas magníficas esculturas de jinetes íberos.

Hacia el interior es incierta la extensión exacta. Parece ser que en el valle del Ebro hubo una expansión de la cultura hacia el interior, llegando hasta Salduie (Zaragoza) pero no más allá.

De los pueblos prerromanos, se cree que eran de lengua íbera los siguientes: ausetanos (Vic, Gerona), ilergetes (Lérida y Huesca hasta los Pirineos), indigetes (costa de Gerona), layetanos (Barcelona), cossetanos (Tarragona), ilercavones/ilergavones (Castellón y Tarragona), edetanos (Valencia, Castellón y Teruel), contestanos (Valencia, Elche, Cartagena y Albacete), bastetanos (Granada, Almería, Murcia y Albacete) y oretanos (Jaén, Ciudad Real y Albacete). Los túrdulos y turdetanos se consideran habitualmente como hablantes del tartesio.

La lengua ibérica es considerada habitualmente una lengua aislada. No obstante, tras constatar las diversas afinidades existentes con la lengua vasca y la aquitana, muchos investigadores han propuesto que tales afinidades se justificarían por algún tipo de parentesco, siendo conocida esta teoría como vascoiberismo. Pero también hay muchos otros investigadores que creen que esas afinidades no provienen necesariamente de una relación de parentesco, puesto que las afinidades fonológicas podrían ser debidas a fenómenos de área lingüística entre lenguas que comparten un mismo territorio, mientras que las afinidades de léxico y onomásticas podrían ser debidas al préstamo lingüístico.

Esta hipótesis propone que la cultura ibérica procede del norte de África. Estuvo en boga a mediados del siglo XX,[3]​ pero actualmente no tiene muchos defensores. Desde el punto de vista lingüístico, Antonio Tovar relacionó la lengua ibérica con las lenguas bereberes.

Esta hipótesis considera que la diversidad cultural de los íberos, estimada a partir de datos arqueológicos, debería traducirse también en una diversidad lingüística. Así pues, se postula que la lengua íbera sería en su origen solo la propia de los íberos contestanos (y quizás también de los edetanos, oretanos y bastetanos), que se habrían convertido en los intermediarios privilegiados del comercio con los griegos, y que se habría convertido en la lengua franca del comercio de todos los pueblos que se identifican como íberos. La presencia de antropónimos de filiación desconocida en textos ibéricos de C. Valenciana (Castellón), Aragón, Cataluña y del sur de Francia serían la prueba de la existencia de otras lenguas en estas zonas.[4]

Esta hipótesis considera que la afinidad entre la lengua ibérica y la aquitana debería traducirse en una proximidad real de su lugar de origen, por lo que postula la existencia de un grupo lingüístico pirenaico producto de la coexistencia milenaria de los grupos humanos de la zona. De las hablas occidentales de este grupo pirenaico procedería la lengua aquitana en la vertiente septentrional y la vasca en su vertiente meridional. La lengua íbera sería fruto de la evolución de las hablas orientales de este grupo, que se habría expandido de norte a sur desde el Pirineo oriental o sus estribaciones hacia el mediodía.[5]

Esta hipótesis considera que el parentesco entre las lenguas ibérica, vasca y aquitana debería traducirse en términos históricos y culturales en algún factor común que justificaría la expansión de esta familia lingüística en un amplio territorio en pocos siglos. Así pues, se postula que esta familia de lenguas procedería de una capa demográficamente invasiva que formaría parte de la cultura de Campos de Urnas, puesto que en la península ibérica el área de difusión de esta cultura coincide básicamente con el territorio de difusión de la lengua ibérica.[6]

Según otra teoría, la lengua ibérica tendría su origen en el norte de la actual Cataluña, donde se documentan las inscripciones ibéricas más antiguas (Ullastret), y su expansión en dirección norte sur se habría producido mediante movimientos de población amplios en tiempos no muy anteriores a los primeros documentos escritos, quizás en el s. vi a. C., puesto que la lengua íbera aparece homogénea en los textos conocidos, mientras que si se hubiera establecido con mayor antigüedad (ss xi / x aC por ejemplo) su dialectalización debería ser evidente. La presencia de elementos no interpretables como antropónimos ibéricos entre las inscripciones de esta zona no se considera estadísticamente significativa, siendo los antropónimos ibéricos muy frecuentes incluso entre las inscripciones más antiguas.[7]

Los íberos (o iberos) utilizaron tres escrituras diferentes para representar su lengua. Los contextos arqueológicos más antiguos las sitúan a finales del s. v a. C., mientras que las más modernas son de finales del s. i a. C. o quizás de principios del s. i d. C.

Además, existen dos textos en escritura latina de ibericidad no segura.

También conocido como levantino o simplemente íbero por ser con diferencia el signario íbero más usado. Esta escritura presenta signos con valor silábico, para las oclusivas, y signos con valor alfabético, para el resto de consonantes y vocales. Su desciframiento, culminado el 1922 por Manuel Gómez-Moreno, es prácticamente total. Del signario íbero nororiental se conocen dos variantes: la variante dual permite diferenciar los silabogramas oclusivos dentales y velares sordos de los sonoros con un trazo añadido de forma que la forma simple representa a la sonora y la forma compleja a la sorda. Este signario fue adaptado por los celtíberos para escribir su lengua.

También conocido como meridional. Este signario también presenta signos con valor silábico, para las oclusivas, y signos con valor alfabético, para el resto de consonantes y vocales, pero se diferencia del signario íbero nororiental, tanto por la forma de los signos como por el valor que los signos representan. El signario íbero suroriental es muy similar al signario tartesio que podría ser su antecedente. Su desciframiento aún no se puede dar por cerrado, puesto que no hay consenso entre los diferentes investigadores que han realizado propuestas concretas.

El alfabeto greco-ibérico es una adaptación casi directa de un alfabeto griego jónico a las particularidades del ibérico.

Posee cinco vocales, iguales que las del español o el vasco: /a, e, i, o, u/, siendo /a/ e /i/ las más frecuentes y /o/ y /u/ las menos. Aunque se han señalado indicios de que la escritura indicara una vocal nasal (signo ḿ, se considera que podría ser un alófono. No parece que hubiera diferencias de longitud en el timbre si se juzga a partir de las transcripciones griegas, si bien es llamativo el que para la /e/ íbera en greco-ibérico se use la letra eta (/eː/) pero no la breve epsilon.

Parece que los diptongos serían decrecientes con vocal+vocal cerrada, atestiguándose los en [aj] śaitabi, saetabis, [ej] neitin, neitinbeles y [aw] lauŕ-, lavrbeles. Untermann observa que el grupo [ui] solo se encuentra en primera sílaba.

Solo se ha localizado la posibilidad de la [j] en palabras como aiun- o iunstir y de [w], aunque esta solo en préstamos, como por ejemplo en diuiś del galo divix. Se ha puesto en duda que realmente existieran en íbero a excepción de los préstamos.

Existen solo hipótesis sobre la acentuación en íbero. Las dos hipótesis presentadas, parten de suponer que tenía una acentuación fija y no libre.

Luis Silgo Gauche defiende una lengua mayoritariamente paroxítona, basándose principalmente en la pérdida de vocal débil en beleś a bels y la comparación con el complejo aquitano-vasco y el testimonio romance.

Xaverio Ballester propone una lengua con acento demarcativo, más bien fijo y más bien final (oxítono) basándose principalmente en universales lingüísticos y en adaptaciones griegas y latinas de topónimos y antropónimos íberos.

La morfología ibérica es de tipo aglutinante, puesto que se identifican con cierta facilidad sufijos postpuestos a los elementos que con mayor facilidad se dejan identificar, los antropónimos. Los mejor conocidos son los siguientes:

A continuación, se indican algunas de las hipótesis de significado propuestas para términos ibéricos:[9]

El año 2005 Eduardo Orduña publicó un estudio en el que interpretaba algunos compuestos ibéricos como numerales, tanto por su parecido con numerales vascos, como por los datos contextuales. Este estudio ha sido expandido en Ferrer i Jané (2007) y Ferrer i Jané (2009) de acuerdo con los términos presentes en monedas que indican su valor y con nuevos argumentos combinatorios y contextuales. La relación de numerales es la siguiente:

Las bases de esta teoría se entienden mejor si se comparan algunos de los compuestos ibéricos con números complejos en vasco (los puntos indican límites de morfemas y no son escritos normalmente en vasco):

En un principio Orduña no reclamaba que la relación fuera una prueba de parentesco genético entre ibérico y vasco, sino consecuencia de un préstamo del ibérico al vasco, pero ahora (Orduña, 2011) sostiene que la hipótesis más económica para explicar las coincidencias entre el sistema de numerales ibérico y el sistema de numerales vasco es la del parentesco genético. Por su parte, Ferrer considera que los parecidos detectados podrían ser debidos tanto al parentesco como al préstamo, aunque indica que el préstamo de todo el sistema de numerales es un hecho infrecuente.

Lakarra (2010) ha rechazado ambas hipótesis: préstamo o relación genética. Los argumentos de Lakarra se centran prácticamente en exclusiva en el campo de la gramática histórica vasca, pero también argumenta, siguiendo la hipótesis de Hoz (1993), que el préstamo ya resultaba inverosímil, debido a la extensión limitada y remota del territorio en el sureste de España, donde según esta hipótesis el ibérico se hablaba como primera lengua. Lakarra (2010) argumenta con datos y razonamientos de lingüística histórica comparada y fonética histórica, que no es cierto que la hipótesis de Orduña y Ferrer i Jané se ajusten totalmente a las reconstrucciones de Mitchelena. Mientras que argumenta, desde la nueva lingüística histórica y los avances de la fonética histórica -que han sido ya muchos desde los tiempos de Mitchelena- que la reconstrucción de los números es bastante diferente en la mayoría de los casos y esta no soporta en nada las hipótesis de Orduña y Ferrer i Jané.

Hoz (2011) considera plausibles los argumentos internos contextuales y combinatorios que permitirían considerar numerales determinadas formas ibéricas. De hecho, en cuanto a los valores concretos, considera válida la equivalencia de ibérico ban con 'uno' y de erder con 'mitad', de acuerdo con las indicaciones léxicas de valor de las monedas, mientras que el resto de equivalencias propuestas no pasarían de hipótesis de trabajo. Respecto de la equivalencia entre los posibles numerales ibéricos y los numerales vascos, está de acuerdo con Lakarra (2010) en que las formas documentadas en ibérico no encajan con las formas reconstruidas en protovasco. Finalmente, considera que la mayor dificultad para aceptar esta hipótesis es paradójicamente su extensión y carácter sistemático, ya que de ser correcta conllevaría un parentesco cercano entre ibérico y vasco, lo que debería permitir identificar otros subsistemas tan claros como este, subsistemas que ningún investigador con argumentos lingüísticos razonables ha sido capaz de identificar.

Orduña Aznar (2011) insiste en que los elementos ibéricos propuestos como numerales no solo son similares a los numerales vascos, sino que se combinan como numerales y aparecen en contextos en los que son esperables numerales, argumentos que Hoz (2011) no rebate, ni tampoco Lakarra (2010). En cuanto a la hipótesis del ibérico como lengua vehicular de De Hoz, Orduña remarca su carácter hipotético, pese a que Lakarra la presenta como un hecho establecido. Los problemas de esta hipótesis han sido recogidos en Ferrer i Jané (2013). Respecto de las dificultades fonéticas indicadas por Lakarra, Orduña argumenta que sus propuestas son compatibles con el protovasco de Michelena que es al que por cronología y por seguridad debe atenerse un iberista, mientras que la hipótesis de reconstrucción interna de Lakarra tiene una cronología imprecisa y un grado de seguridad mucho menor.

Villar (2014) constata que las coincidencias entre los numerales ibéricos y los numerales vascos son del mismo orden que las documentadas entre las lenguas indoeuropeas y consecuentemente defiende que la única hipótesis sostenible en este momento es la del parentesco lingüístico entre ibérico y vasco. Villar considera también que si la reconstrucción del protovasco propuesta en Lakarra (2010) resulta incompatible con la evidencia derivada de los numerales, es necesario corregir la reconstrucción, puesto que como toda reconstrucción es hipotética y perfectible.

Gracias a la inscripción latina del bronce de Ascoli, que incluye un listado de jinetes íberos enrolados como tropas auxiliares romanas que recibieron la ciudadanía por méritos de guerra, se ha podido desentrañar la forma de los antropónimos íbericos (de hecho, este conocimiento coadyuvó al desciframiento de la escritura ibérica). Los nombres íberos suelen formarse por dos elementos intercambiables, normalmente formados por dos sílabas, que se escriben juntos. Por ejemplo, un elemento como "iltiŕ" se puede encontrar en los siguientes nombres: iltiŕ-aŕker, iltiŕ-baś, iltiŕ-tikeŕ, turs-iltiŕ, baise-iltiŕ o bekon-iltiŕ. Este descubrimiento fue un paso de gigante, ya que a partir de ese momento se pudo indicar con cierta seguridad los nombre de persona en los textos.

No obstante, la relación de componentes onomásticos de los antropónimos ibéricos varía en función de cada investigador. La relación básica procede de Untermann (1990) que fue recientemente actualizada por Rodríguez Ramos (2002), datos complementarios y criterios alternativos se pueden ancontrar en Faria (2007a) y Faria (2007b). Algunos de los elementos que son interpretados como componentes onomásticos son:

En algunos casos se puede encontrar un nombre simple, con un solo elemento o seguidos por un sufijo: BELES, AGER-DO y BIVR-NO en el bronce de Áscoli, neitin en Ullastret y lauŕ-to, bartas-ko o śani-ko en otros textos ibéricos. Más raramente, se ha señalado la presencia de un infijo entre los dos elementos, que puede ser -i-, -ke- o -bo- (así Untermann ejemplifica oto-iltiŕ frente a oto-ke-iltiŕ o con AEN-I-BELES). También señala Untermann que en raros casos se encuentra un elemento is- u o- prefijando al antropónimo (is-betartiker; o-tikiŕtekeŕ; O-ASAI).

En los elementos que forman los nombres ibéricos es común encontrar patrones de variación: así eter/eten/ete con las mismas variaciones que iltur/iltun/iltu; kere/keres como lako/lakos ; o alos/alor/alo como bikis/bikir/biki).

En otras ocasiones lo que se encuentran son asimilaciones producidas por el contacto de consonantes en el límite de compuesto. Así, en las inscripciones latinas se pone de manifiesto que en este contexto n+b se pronunciaban /m/ (ADIMELS o SOSIMILVS equivalen a *adin-bels o *sosin-bilus). Opcionalmente, también una ŕ desaparece ante n o l (*biuŕ+lakos aparece como biulakos; *biuŕ+nius como biunius; *sakaŕ+laku como sakalaku). Algunos de los nombres del Bronce de Ascoli recuerdan llamativamente a nombres conocidos en vasco como ENNEGES / ENNEKES (Segiensis) (CIL VI, 37045) relacionable con Eneko o el castellano Íñigo < *énneko.

Los nombres femeninos siguen en parte el sistema de los masculinos como en ASTERDVMAR, SILLIBOR o VRCHATETEL, con lo que en parte se hace imposible saber si el nombre de una inscripción es masculino o femenino. Sin embargo, parece que los elementos -eton (como en BILESTON) y -aun- o -iaun- con sufijo -in (como en GALDVRIAVNIN, VNIAVNIN o ankonaunin) pordrían ser marcadores de nombres femeninos. Untermann ha propuesto que un sufijo -in sea marca de nombre de mujer (analizando, p. ej. aiun-in), pero últimamente se ha puesto en duda la validez de esta propuesta.

Los textos más fácilmente interpretables son los textos breves sobre cerámicas de valor o monumentos funerarios en los que aparece un antropónimo seguido de alguno de los sufijos más habituales (ar, en y ḿi) y que unánimemente se consideran marcas de propiedad:

En el último ejemplo, el elemento seltar, propio de las inscripciones sepulcrales, sería el objeto poseído: la "tumba de Iltirbikis".

Esta inscripción contiene dos líneas fragmentadas de texto, la primera en latín y la segunda en íbero:

La interpretación del texto latino no presenta dificultades:

Esta es la inscripción en la que Untermann se basa para proponer que eban y sus variantes (teban, ebanen, tebanen) sean los equivalentes al verbo latino 'curavit' ("se encargó") típico indicativo de la acción de quien ha hecho o financiado un monumento, puesto que presupone que se trata de un bilingüe perfecto en el que ambos textos serían idénticos. Los defensores de la hipótesis que eban y sus variantes sean el indicador de filiación consideran que ambos textos son independientes.

Estas dos estelas aparecieron una al lado de la otra reutilizadas en una alcantarilla de la ciudad romana:

A partir de ellas, suponiendo que corresponden a las tumbas de un padre y su hijo y que la del hijo es posterior a la del padre, Velaza (2001) indica la posibilidad de que los nombres de persona ibéricos inicialmente no indicasen la filiación y que su uso fuera resultado de la romanización. Esta interpretación presupone que eban significa "hijo", hipótesis no compartida por otros investigadores

Esta inscripción fue hallada muy fragmentada en el relleno de un silo en Ampurias. Su lectura es:

Y ha sido interpretada por Velaza (2001) como:

De forma que se trataría de una inscripción con nomen, cognomen, filiación y origo, al estilo romano. Esta interpretación presupone que eban significa "hijo", hipótesis no compartida por otros investigadores.

Estos sellos aparecen simultáneamente en dos morteros, uno de La Caridad (Caminreal) y otro de La Corona (Fuentes de Ebro) y se interpretan como la marca de fábrica:

La interpretación de la inscripción latina, una vez resueltas las abreviaturas, es:

A pesar de la posible restitución de la abreviatura FL como FLAVVS, se acepta en general que el bilake del sello ibérico es la forma iberizada de FLACVS del sello latino. Para algunos investigadores (Untermann 1997; Rodríguez Ramos 2005) el paralelismo entre ambos sellos sería total, por lo que aiunatin (con el sufijo -en, interpretado como marca de genitivo) debería ser el cognomen de Lucio Atilio un indígena romanizado y abiner sería el equivalente del latín servus "esclavo". No obstante, para otros investigadores (Velaza 1996, Miguel Beltrán 2003) el contenido de cada sello sería independiente.

Existe un par de inscripciones sobre las que se ha escrito mucho. Se trata de un par de mosaicos de hacia el 100 a. C. que indican, tal como era habitual en el mundo antiguo, la marca de fábrica del mismo:

En estos mosaicos hay algunas palabras claras:

Hay una cierta unanimidad en que ambas inscripciones indican que son obra de Likinos y en la mención a las ciudades (que podrían indicar su procedencia o la sede de su taller). Menos clara es la interpretación de abulo-ŕaune. Para Untermann sería (Likinos) "en compañía de Abulo", indicando que Abulo era un colaborador. Para Rodríguez likine abuloŕaune sería una adaptación completa de una fórmula onomástica celtibérica "Likinos Abulos launi" con un sentido del tipo "Likinos el esclavo de Abulo". Sin embargo su interpretación del término launi en celtibérico (frecuente en el tercer bronce de Botorrita) no es la más admitida, pues se le suele proponer una traducción "esposa".

Este texto, como la mayoría de los escritas en signario ibérico nororiental no muestra la distinción entre sordas y sonoras (k/g, t/d).

atilebeiun : lauŕiskeŕkate : banḿliŕbaituŕane : kaisanḿliŕbaituŕa : neitailiniŕe :
kutur : biteŕoketetine : eŕatiaŕe : kokor : tauebaŕtiate : aŕikaŕbinḿlikise :
iunstirlaku : bototaśeai : selkeaibartuneai : unibeikeai : aneŕai : unibeikeai :
iunstirlaku : uskeike : bototiki : keietisiatense : uśtalarikaune : banḿiŕeśu[-]lu :

En algunas inscripciones escritas en signario ibérico nororiental, como en el caso de este plomo, sí que se encuentran algunas indicaciones de la distinción (en el "sistema dual") en donde se distinguen te/de, ti/di, to/do, tu/du, ka/ga, ke/ge, ki/gi y ko/go.

Diŕs : baiDesbi : neiTeGeŕu : boŕbelioŕku : Timoŕ[
Kiŕ : bartaśKo : anbeiku : baiDesir : salDuKo : kulebobeŕkuGe[
biGilDiŕsTe : eŕeśu : KoDibanen : eberGa : bośKaliŕs

En cambio, en las inscripciones escritas en alfabeto greco-ibérico al estar escritas en una adaptación del alfabeto griego, la distinción entre sordas y sonoras es clara. Al tratarse de un alfabeto y no de un semisilabario, es posible observar casos de oclusivas en posición final (sin vocal que las siga) que en los textos en signario ibérico nororiental o en signario ibérico suroriental quedan ocultos.

leguśegik : baseŕokeiunbaida : uŕke : basbidiŕbartin : iŕike : baseŕokar : tebind :
belagaśikauŕ : isbinai : asgandis : tagisgaŕok : binikebin : śalir : kidei : gaibigait



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