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Pronunciamiento de Las Cabezas de San Juan



Se conoce como Trienio Liberal o Trienio Constitucional al periodo decimonónico de la historia contemporánea de España que transcurre entre 1820 y 1823 (el 10 de marzo de 1820, en Madrid, Fernando VII es obligado a jurar la Constitución española de 1812 y a suprimir la Inquisición española). Se enmarca en el convulso contexto de pugna entre liberalismo y absolutismo característico de la España de principios del siglo XIX. Corresponde cronológicamente al periodo europeo de revoluciones de 1820. Se trata de la etapa intermedia de las tres en que se divide convencionalmente el reinado de Fernando VII, siendo posterior al Sexenio Absolutista (1814 -1820) y anterior a la Década Ominosa (1823 -1833).

Cuando Fernando VII regresa en 1814 anula toda la labor política y legislativa de las cortes de Cádiz al abolir la Constitución de 1812 y restablecer todas las instituciones del antiguo régimen por el decreto dado en Valencia el 4 de mayo de 1814, subsiguiente al Manifiesto de los Persas. Tras esto la minoría liberal reformista de las cortes de Cádiz huyó a Inglaterra, originándose un importante exilio (la llamada emigración), o se refugió en la oposición de diversas formas. Comienza entonces una tarea de gobierno arbitraria, sin programa concreto, salvo la permanencia del poder absoluto del monarca.

Paralelo al gobierno oficial existía lo que se conocía como la camarilla, que establecía efectivamente los criterios de gobierno junto al Rey. El soberano y sus gabinetes se dedicaron esencialmente a la depuración política de los afrancesados (a pesar de las promesas hechas en sentido contrario por Fernando VII) acusados de colaborar con el invasor francés y también a los liberales, que habían establecido en Cádiz el principio de la soberanía nacional y que conspirarían repetidas veces. Así se produjeron las conspiraciones liberales de Espoz y Mina (1814), Porlier (1815), del triángulo (1816) de Lacy y Milans (1817) y de Vidal (1819). Con esto termina la primera etapa del reinado de Fernando VII el sexenio absolutista (1814-1820) y se estableció un gobierno de carácter liberal, el denominado Trienio liberal (1820-1823). Este pronunciamiento supuso la imposición del liberalismo español al régimen absolutista de Fernando VII. Los liberales ejercieron el poder según lo establecido en las cortes de Cádiz, desarrollando mediante leyes y decretos la constitución liberal de 1812, aplicando por primera vez en la práctica las ideas de los liberales de Cádiz. Es un pronunciamiento protagonizado por el coronel Rafael del Riego en Cabezas de San Juan, donde se obligaba al rey a acatar la Constitución, decretar una amnistía y convocar elecciones.

El 1 de enero de 1820 tuvo lugar en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan el pronunciamiento militar del coronel Rafael del Riego, quien había recibido el mando del 2º Batallón de Asturias, como parte de un ejército expedicionario encargado de sofocar las acciones de los insurgentes en las colonias de América, el cual estaría dirigido por el conde de Calderón.

Tras un reducido éxito inicial, Riego proclamó inmediatamente la restauración de la Constitución de Cádiz (1812, La Pepa) y el restablecimiento de las autoridades constitucionales. El pequeño apoyo al golpe militar fue aumentando con el tiempo y prolongó el levantamiento hasta el 20 de marzo. En esa fecha se publicó un manifiesto de Fernando VII acatando la Constitución de Cádiz que, dos días antes, el 18 de marzo, había jurado en Madrid.

El país se vio envuelto en un largo periodo de inestabilidad política causada por la latente desafección del monarca al régimen constitucional y por los conflictos causados por la rivalidad entre liberales doceañistas o moderados, partidarios del equilibrio de poderes entre Cortes y Rey previsto en la Constitución de 1812; y veintenos, veinteañistas o exaltados, partidarios de redactar una nueva constitución (que sería de 1820) que dejara clara la sumisión del ejecutivo al legislativo, y del rey a la soberanía nacional, además de propugnar una apertura mayor de las libertades y reformas sociales (algunos de ellos, minoritarios, eran declaradamente republicanos).

Los gobiernos iniciales fueron formados por los moderados (Evaristo Pérez de Castro, Eusebio Bardají Azara, el marqués de Santa Cruz y Francisco Martínez de la Rosa). En el gobierno de Eusebio Bardají fue designado Ramón Olaguer Feliú, para ejercer la Secretaría de la Gobernación de la Península constituyéndose en el verdadero hombre fuerte del gabinete liberal, tal fue su influencia que el segundo gobierno constitucional es conocido como el ministerio Bardají-Feliú. Tras las segundas elecciones, que tuvieron lugar en marzo de 1822, las nuevas Cortes, presididas por Riego, estaban claramente dominadas por los exaltados. En julio de ese mismo año, se produce una maniobra del rey para reconducir la situación política a su favor mediante un golpe de estado, utilizando el descontento de un cuerpo militar afín (sublevación de la Guardia Real), que es neutralizado por la Milicia Nacional en un enfrentamiento en la Plaza Mayor de Madrid (7 de julio de 1822). Se forma entonces un gobierno exaltado encabezado por Evaristo Fernández de San Miguel (6 de agosto).

Las disensiones se manifestaban en todos los ámbitos: las Cortes, la prensa y los enfrentamientos entre las sociedades secretas: la logia del Gran Oriente (liberal moderada), la Sociedad del anillo (moderada) y la Sociedad de los Caballeros Comuneros (liberal exaltada); la Comunería se escindió al principio de 1823 en dos sociedades independientes, una moderada y otra extremista vinculada a la rama española de la Carbonería. Todas las sectas anteriores pertenecían al ámbito de la masonería internacional —principalmente de orígenes inglés y francés—, aunque la última intentó nacionalizar sus ritos. Los enfrentamientos intestinos también eran atizados por el propio monarca, que al mismo tiempo negociaba en secreto con la Santa Alianza la invasión de España, y aprovechaba el descontento de algunas unidades militares afines (como la Guardia Real) y la formación en algunas zonas de guerrillas absolutistas (primera forma del carlismo posterior), formadas por campesinos descontentos por la revolución liberal, que más que beneficiarlos los había perjudicado, y veían con añoranza el Antiguo Régimen (la ineficacia y timidez de las pocas reformas que se emprendieron, como el medio diezmo, no compensaban la frustración por la política de reconocimiento de la propiedad de los señoríos). La quiebra de la Hacienda, que negoció además un empréstito ruinoso, imposibilitó más todavía la efectiva realización de una revolución liberal profunda en la sociedad española, que por otro lado nunca hubiera aceptado cambios políticos drásticos debido a sus profundas convicciones religiosas y tradicionalistas.

Tras un difícil mandato lleno de sublevaciones absolutistas, en 1823 Francia decide acudir en ayuda de la monarquía española. Fruto de esa ayuda es el envío de los «Cien Mil Hijos de San Luis» (75 000 hombres del ejército francés, bajo el mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema), el mes de abril de 1823. Tras atravesar los Pirineos los Cien Mil no encontraron una efectiva oposición (en parte por la bienquerencia del mismo clero que se había opuesto a los franceses en 1808), y acorralaron a las fuerzas liberales, que retrocedieron primero hasta Sevilla y luego hasta Cádiz junto con el gobierno y el propio rey, que en la práctica era su rehén.

Durante muchos años la historiografía española defendió que esta intervención fue ordenada por la Santa Alianza durante el Congreso de Verona, mediante un supuesto tratado de Verona. Solamente en 2011 publicó un artículo la historiadora Rosario de la Torre del Río reconociendo el error,[1]​ aunque otros historiadores traducidos al español advirtieron ya antes y rotundamente sobre su falsedad.[2]​ Fuera de España la falsedad del tratado de Verona se daba por segura desde que se demostró en 1935 que era una invención periodística.[3]

La reposición en el poder real de Fernando VII abrió la etapa llamada Década Ominosa (1823-1833) en que el «Deseado» restauró el absolutismo. Casi toda la intelectualidad del país tuvo que exiliarse —los llamados «emigrados»—, a Londres principalmente, agrupándose en el barrio de Somerstown y subsistiendo de forma precaria en algunos casos, con el menguado subsidio inglés que concedía a algunos por haber luchado contra Napoleón durante la Guerra de Independencia. Los que quedaron tuvieron que sufrir un proceso de depuración o fueron ajusticiados o marginados.

Rafael de Riego derrotado en la llamada "batalla de Jódar" el 14 de septiembre, murió ahorcado el 7 de noviembre de 1823 en la Plaza de la Cebada de Madrid.

Si bien el Trienio Liberal fue de corta duración,[4]​ así también lo fue el gobierno de Fernando VII quien más que ser recordado como un monarca compasivo y paternal —como él mismo se definía—, se convirtió en uno de los últimos monarcas absolutos. Además, el Trienio dio casi por terminada la Aventura Americana de España, solamente conservando las islas de Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y Guam. Los nuevos países se organizarían como repúblicas siguiendo el ejemplo de Estados Unidos, salvo el paréntesis del Primer Imperio Mexicano proclamado por Agustín de Iturbide que fracasó en 1823 siguiéndole la República Mexicana. (Al margen queda el caso de Brasil, país que se independizó de Portugal, por ser parte de un complejo proceso monárquico llevado a cabo por Dom Pedro Primero y su hijo Dom Pedro Segundo, monarcas lusitanos emigrados a América por la Guerra Peninsular).

Cabe señalar que la ironía es que gran parte de Iberoamérica se independiza precisamente por su resistencia a adoptar las ideas liberales que ya tenían gran impulso en su vecino al norte, los Estados Unidos de América. Posteriormente, los masones y otros grupos de simpatías liberales arrebatarían el control a estos grupos conservadores, tanto en México (con Benito Juárez) y en Colombia (con Tomás Cipriano de Mosquera), reviviendo la lucha del Trienio Liberal en la península ibérica cuarenta años después.

La actividad propagandística de los constitucionales durante el trienio contribuyó a la difusión de la cultura política del liberalismo, impidiendo la plena restauración de la monarquía absoluta del Antiguo Régimen. Por ello se puede afirmar que después del trienio liberal ya nada fue igual en la política española.




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