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Teoría de conspiración



Las expresiones teoría conspirativa, teoría de conspiración, teoría conspiratoria o conspiranoia[1]​ se usan para referirse a ciertas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos, comúnmente, de importancia política, social, económica, religiosa o histórica, por medio de la acción secreta de grupos poderosos, extensos y de larga duración, y además en tono peyorativo para descalificar esas teorías.[2][3]​ La hipótesis general de una teoría de conspiración es que ciertos sucesos importantes en la historia han sido causados por conspiraciones ocultas misteriosas.[4][5]​ Según el historiador español Juan Francisco Fuentes, «todo viene de una ingenua tendencia, muy ligada a la esencia del mundo contemporáneo, a sobrevalorar la capacidad del ser humano para llegar a saberlo todo sobre lo ya vivido, salvo que algo anómalo se lo impida. Según esta percepción del pasado, el conocimiento incompleto de un episodio histórico solo se explicaría por la intervención de un agente maligno que hubiera cegado nuestra mirada o limitado nuestra visión de lo ocurrido, hurtando pruebas o dejando pistas falsas por el camino».[6]

Las teorías conspirativas no deben ser confundidas con las verdaderas conspiraciones ─demostradas histórica y criminológicamente, castigadas por leyes penales y sentencias de tribunales─: aunque ambos conceptos están íntimamente ligados, en general cuando se utiliza la expresión «teoría conspirativa» se pretende significar que en ese caso puntual no ha existido ninguna conspiración y que la teoría que afirma su existencia carece de sustento racional y probatorio.[7][8][9][10][11]​ Al contrario que las conspiraciones reales, las teorías de la conspiración deben entenderse como narraciones que comparten una estructura narrativa común y con actores recurrentes.[12][13]

En ciertos casos, las teorías de conspiración han demostrado ser ciertas o revelar aspectos reales que se habían mantenido ocultos.[9][14]

El término «teoría conspirativa» se usa como descripción, para algunos neutral, de cualquier aseveración de conspiración. «Conspirar», en inglés, significa «unirse en secreto acuerdo con el fin de efectuar un acto ilícito o impropio o para usar tal medio para llevar a cabo un fin ilícito».[16]​ En español, «conspirar» significa «unirse contra su superior o soberano, o unirse contra un particular para hacerle daño».[17]

El primer uso registrado de la expresión «teoría conspirativa» data de 1909. Originalmente, se trataba de un término neutral, pero durante los avatares políticos de la década de 1960, el término adquirió su actual sentido peyorativo.[18]​ El término ingresó en un suplemento del Oxford English Dictionary, a principios de 1997.[19]

En un ensayo de Daniel Pipes (según él, «adaptado de un estudio preparado para la CIA»),[20]​ se intenta identificar las creencias que distinguen la mentalidad conspirativa de patrones más convencionales de pensamiento:

El término «teoría conspirativa» es usado por académicos establecidos y en cultura popular para identificar un tipo de folclore similar al de una leyenda urbana, especialmente un relato explicativo que se construye con fallos metodológicos particulares.[22]​ El término también se usa peyorativamente para desestimar aseveraciones que se consideran mal concebidas, paranoicas, sin fundamento, extravagantes, irracionales o no merecedoras de consideración seria. Por ejemplo, los términos «chiflado conspirativo» y «teorizador conspirativo» se usan en ocasiones peyorativamente. Algunos de los que mantienen teorías o especulaciones que son tildadas de «teorías conspirativas» rechazan el término por prejuicioso.[cita requerida]

El hecho de que una aseveración conspirativa particular pueda tildarse de teoría conspirativa de forma imparcial o neutral genera controversia. La teoría conspirativa se ha vuelto un término de alta carga política, y la fuerte crítica de los «teorizadores conspirativos» por parte de académicos, políticos, psicólogos y medios supera las líneas políticas tradicionales de derecha e izquierda.[cita requerida]

El académico estadounidense Noam Chomsky contrasta la teoría conspirativa como más o menos lo opuesto al análisis institucional, el cual se enfoca sobre todo en el comportamiento público a largo plazo de instituciones conocidas públicamente, según se registra, por ejemplo, en documentos académicos o reportes de medios de comunicación, en lugar de coaliciones secretas de individuos.[23][24]

Dado su potencial dramático, las conspiraciones son un tema popular en novelas o películas de acción y ciencia ficción. Una historia compleja se rearregla como obra moral en la que gente malvada produce acontecimientos malos y gente buena identifica a aquellas personas y las vence. Estas teorías conspirativas ficticias ofrecen narraciones claras e intuitivas en las cuales el complot de los conspiradores encaja estrechamente en las necesidades dramáticas del complot de la historia. Como se mencionó anteriormente, el aspecto cui bono de las teorías conspirativas semeja un elemento de historias de misterio: la búsqueda de un posible motivo escondido.

Igualmente, se han sugerido teorías conspirativas o hipótesis de conspiración en pos de develar el enigma de la anónima identidad del homicida en serie Jack el Destripador. La más difundida de estas se debió al escritor inglés Stephen Knight, y fue postulada en el ensayo Jack the Ripper. The final solution,[31]​ que vio la luz pública en 1976. Aquí se propugnó que el cirujano de la Corona, William Gull, fungió de ejecutor, secundado por un elenco de masones prominentes. En dicha versión, las prostitutas víctimas del verdugo serial habrían chantajeado a la monarquía, amenazando divulgar que (como fruto de los amoríos entre una plebeya y el príncipe Albert Víctor) había nacido una niña bastarda con derechos al trono británico. Al médico imperial se le habría encargado asustar a las chantajistas, pero no asesinarlas. No obstante, un exceso de celo, aunado al brote de una enfermedad mental, terminó convirtiendo al insigne galeno en el monstruo que la posteridad conoce con el mote de Jack the Ripper. Tal constituye, en síntesis, la denominada: "teoría de la conspiración monárquico-masónica".[31][32]

En su trabajo de dos volúmenes «Las sociedades abiertas y sus enemigos, 1938-1943», Karl Popper usa la expresión «teorías de conspiración». Argumenta que el totalitarismo del siglo XX estuvo fundado en tales teorías, que recurrían a complots imaginarios conducidos por escenarios paranoicos predicados en el tribalismo o el racismo. No argumenta contra la existencia de conspiraciones cotidianas, como se sugiere incorrectamente en mucha de la literatura posterior. Incluso, usa el término «conspiración» para describir la actividad política ordinaria en la Atenas clásica de Platón, quien es el principal objetivo de ataque en la obra. También escribe: «No deseo dar a entender que las conspiraciones nunca ocurren. Al contrario, son fenómenos sociales típicos».[33]

Popper propone la expresión «teoría conspirativa de la sociedad» para criticar la metodología de los que considera engañados por el «historicismo» (la reducción de la historia a una evidente e ingenua distorsión a través de un análisis crudamente formulado, predicado en una agenda repleta de suposiciones insensatas).[34]

Karl Popper argumenta que la ciencia se escribe como un conjunto de hipótesis falsables; aquellas teorías y aseveraciones que no admiten ninguna posibilidad de falsación son consideradas metafísicas o no científicas. Críticos de teorías conspirativas argumentan en ocasiones que muchas de ellas no son falsables y por ello no pueden ser científicas. Esta acusación es a menudo correcta, y es consecuencia de la estructura lógica de ciertas clases de teorías conspirativas. Estas toman la forma de aserciones existenciales, alegando la existencia de alguna acción u objeto sin especificar el sitio o momento en el que puede observarse. La falta de observación del fenómeno es el resultado de buscar en el lugar equivocado (esto es, de haber sido engañado por la conspiración), lo cual hace imposible cualquier demostración de que la conspiración no existe.

Sin embargo, el uso de la falsabilidad como criterio para distinguir entre ciencia y no ciencia ha sido criticado por un buen número de académicos. Entre ellos destacan los una vez estudiantes de Popper: Thomas Kuhn, Paul Feyerabend e Imre Lakatos, que argumentan que ninguna teoría es falsable en el sentido de Popper, y que como consecuencia Popper representa erróneamente el proceso real de descubrimiento científico.[35]

Las teorías conspirativas a menudo no se toman seriamente debido a que muchas de ellas, casi por definición, carecen de evidencia verificable. Otros, por otro lado, protestan contra la práctica de mencionar únicamente las teorías conspirativas más ridículas, obviando las teorías conspirativas que han resultado ciertas (tales como la conspiración para asesinar a John F. Kennedy o el Holocausto). Esto lleva a la pregunta de qué mecanismos podrían existir en la cultura popular que lleven a la invención y diseminación subsiguiente de teorías conspirativas.

En búsqueda de respuestas a esta pregunta, la teoría conspirativa se ha vuelto un tema de interés para sociólogos, psicólogos y expertos en folclore desde al menos la década de 1960, cuando el asesinato del presidente de Estados Unidos John F. Kennedy provocó una respuesta del público sin precedentes dirigida contra la versión oficial del caso según lo expuso el Reporte de la Comisión Warren. El informe de dicha comisión ha sido contradicho por el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos, establecido en 1976, que en su informe final concluye que el presidente John F. Kennedy fue probablemente asesinado como resultado de una conspiración. Así pues, resulta que, en este caso concreto, fueron los que rechazaron el informe de la Comisión Warren los que tenían razón.

Una visión del mundo que supuestamente tiene como centro teorías conspirativas en el desarrollo de la historia se denomina en ocasiones como «conspiracionismo». El historiador Richard Hofstadter indicó el papel de la paranoia y el conspiracionismo a lo largo de la historia de Estados Unidos en su ensayo The Paranoid Style in American Politics, publicado en 1964. El clásico de Bernard Bailyn The Ideological Origins of the American Revolution (1967) hace notar que en Estados Unidos puede encontrarse un fenómeno similar durante el tiempo que precedió a la independencia estadounidense.[36]

El término «conspiracionismo» fue popularizado por el académico Frank P. Mintz en la década de 1980. El trabajo académico en teorías conspirativas y conspiracionismo presenta un rango de hipótesis como base de estudio del género. Entre los principales académicos del conspiracionismo se encuentran: Richard Hofstadter, Karl Popper, Michael Barkun, Robert Alan Goldberg, Daniel Pipes, Mark Fenster, Frank P. Mintz, Carl Sagan, George Johnson y Gerald Posner.

De acuerdo con Mintz, el conspiracionismo denota «creencia en la primacía de conspiraciones en el desarrollo de la historia»:[37]

A lo largo de la historia humana, algunos líderes políticos y económicos «han sido» genuinamente la causa de enormes cantidades de muerte y miseria, y en algunas ocasiones se vieron involucrados en conspiraciones, al tiempo que ahora promueven teorías conspirativas sobre sus objetivos. Hitler y Stalin serían meramente los ejemplos más prominentes; ha habido numerosos más.[39]

En algunos casos ha habido aseveraciones acusadas de ser teorías conspirativas que luego mostraron tener alguna base en los hechos (para ejemplos, ver abajo «Conspiraciones verificadas»).[40][41]

La idea de que la historia misma está controlada por grandes y duraderas conspiraciones es desestimada por el historiador Bruce Cumings:

El término «conspiracionismo» se usa en el trabajo de Michael Kelly, Chip Berlet y Matthew N. Lyons.

De acuerdo con Berlet y Lyons, «El conspiracionismo es una forma narrativa particular de articular un chivo expiatorio, la cual enmarca enemigos satanizados como parte de un vasto e incisivo argumento contra el bien común, mientras que valora el chivo expiatorio como un héroe para la alarma resonante».[43]

Los argumentos contra el conspiracionismo no suelen dirigirse a demostrar que está siempre equivocado ni a analizar si es posible que acierte al menos algunas veces, sino a, supuestamente, analizar los mecanismos psicológicos por los que aparece. Esto, a juicio de algunos, quita legitimidad al mismo concepto de «conspiracionismo» y a los argumentos «contra el conspiracionismo».

Muchas personas tienden a responder a acontecimientos o situaciones que han tenido un impacto emocional en ellos tratando de darles sentido, típicamente en términos espirituales, morales, políticos o científicos. Acontecimientos que parecen resistirse a tales interpretaciones pueden provocar que el sujeto busque con más premura un significado, hasta que alcance uno que sea capaz de ofrecerle al sujeto inquisidor la satisfacción emocional requerida.

En otras ocasiones, el desarrollo de secuencias complejas de acontecimientos, tales como fenómenos políticos, son explicables, pero no en términos simples. Las teorías conspirativas son a menudo preferidas por las personas como modo de entender lo que está pasando a su alrededor sin tener que lidiar con las complejidades de la historia o interacción política.

Como historiador sociológico, Holger Herwig encontró, estudiando explicaciones alemanas para el origen de la Primera Guerra Mundial, que «aquellos acontecimientos que son más importantes son más difíciles de entender porque atraen la mayor atención de inventores de mitos y charlatanes».

Este proceso normal de búsqueda de una explicación satisfactoria podría desviarse por diversas influencias. Al nivel del individuo, las necesidades psicológicas apremiantes pueden influir el proceso de tal forma que algunas de nuestras herramientas mentales universales pueden imponer 'puntos ciegos' epistémicos. A nivel de grupo o sociológico, los factores históricos pueden realizar el proceso de asignar significados satisfactorios más o menos problemáticos.

Alternativamente, las teorías conspirativas pueden surgir cuando la evidencia disponible en el registro público no se corresponde con la versión común u oficial de los acontecimientos. En este sentido, las teorías conspirativas pueden servir en ocasiones para resaltar 'puntos ciegos' en las interpretaciones comunes u oficiales de los acontecimientos.[44]

De acuerdo con algunos psicólogos, una persona que cree en una teoría conspirativa tiende a creer en otras; una persona que no cree en una teoría conspirativa tiende a no creer en otra.[45]​ Esto puede deberse a diferencias en la información en que se basan las partes para formular sus conclusiones.

Existen psicólogos que creen que la búsqueda de significado es común en el conspiracionismo y en el desarrollo de teorías conspirativas, y que puede ser suficientemente fuerte como para llevar ella sola a la primera formulación de la idea[cita requerida]. Una vez concebida, el sesgo de confirmación y la evasión de disonancia cognitiva pueden reforzar la creencia. En un contexto donde una teoría conspirativa se ha vuelto popular dentro de un grupo social, el reforzamiento comunal puede igualmente desempeñar un papel.

Investigaciones llevadas a cabo en la Universidad de Kent sugieren que las personas pueden ser influenciadas por teorías conspirativas sin ser conscientes de que sus actitudes han cambiado. Tras leer teorías conspirativas populares sobre la muerte de Diana de Gales, participantes en este estudio estimaron correctamente qué tanto las actitudes de sus pares habían cambiado, pero subestimaron significativamente qué tanto sus propias actitudes habían cambiado para volverse más a favor de las teorías conspirativas. Los autores concluyen que las teorías conspirativas pueden por tanto tener un 'poder escondido' para influir las creencias de las personas.[46]

Psicólogos humanistas sostienen que, a pesar de que el conciliábulo detrás de la conspiración es casi siempre percibido como hostil, a menudo la idea de la teoría conspirativa tiene un elemento de tranquilidad para sus creyentes. Esto se debe, en parte, a que es más consolador pensar que las complicaciones y trastornos en los asuntos humanos son creados por los seres humanos mismos en lugar de por factores que escapan al control humano. La creencia en una conspiración es un dispositivo mental que el creyente usa para asegurar a sí mismo que ciertos hechos y circunstancias no son producto del azar, sino originados por una inteligencia humana. Si un conciliábulo está implicado en una secuencia de acontecimientos, siempre existe la esperanza, aunque débil, de ser capaz de interferir en los actos del grupo conspirador, o bien de unirse al grupo y ejercer un poco de ese mismo poder. Por último, la creencia en el poder de una conspiración es una afirmación implícita de la dignidad humana —una afirmación, a menudo inconsciente, pero necesaria, de que el hombre no es un ser totalmente indefenso, sino que es responsable, al menos en cierta medida, de su propio destino.[47]

Algunos historiadores han señalado el elemento de proyección psicológica en el conspiracionismo; es decir, la atribución a los supuestos «conspiradores» de características indeseables del ser. Richard Hofstadter, en su ensayo The Paranoid Style in American Politics, afirma que:

Hofstadter también notó que la «libertad sexual» es un vicio frecuentemente atribuido al grupo objetivo del conspiracionista, apreciando que «muy a menudo las fantasías de verdaderos creyentes revelan fuertes escapes sadomasoquistas, vívamente expresados, por ejemplo, en el deleite de antimasones con la crueldad de castigos masónicos».[48]

Es posible que ciertos sesgos epistémicos humanos básicos se proyecten en el material bajo escrutinio. De acuerdo a un estudio, las personas aplican una regla general por medio de la cual esperan que un acontecimiento significativo tenga una causa significativa (esto puede reemplazarse por: la gente espera, para algo extraordinario, una explicación extraordinaria).[49]​ El estudio ofreció a tres sujetos cuatro versiones de acontecimientos en los cuales un presidente extranjero (a) fue asesinado, (b) fue herido pero sobrevivió, (c) sobrevivió con heridas pero luego murió de un ataque cardíaco, y (d) salió ileso. Los sujetos tendieron en mayor medida a sospechar conspiración en los casos de los 'acontecimientos importantes' (en los que el presidente muere) en comparación a los otros casos a pesar de que toda la demás evidencia disponible para ellos fue la misma.

Otra regla epistémica general que puede aplicarse equívocamente a un misterio que involucra otras personas es cui bono («¿quién se beneficia?»). Esta sensibilidad a motivos ocultos de las demás personas podría ser un aspecto ya sea evolucionado o enculturado de la conciencia humana, pero, en cualquier caso, parece ser universal. Si el inquisidor carece de acceso a los hechos relevantes del caso, o si hay intereses estructurales más que motivos personales involucrados, este método de inquisición tenderá a producir un reporte falsamente conspirativo de un acontecimiento impersonal[cita requerida]. El corolario directo de este sesgo epistémico en culturas precientíficas es la tendencia a imaginar el mundo en términos de animismo. Objetos inanimados o sustancias de significancia para las personas reciben un carácter fetichista y se suponen abrigar espíritus malignos o benignos.

Lo contrario de cui bono, y una posición generalmente útil cuando está evaluándose una teoría conspirativa, es un corolario de la navaja de Occam. «Nunca atribuya a conspiración lo que puede deberse a incompetencia». Es decir, acontecimientos importantes tienen una mayor probabilidad de deberse a fallos o descuidos de una persona o grupo que a sus planes y esfuerzos.

Para individuos relativamente poco comunes, una compulsión obsesiva a creer, probar o repetir una teoría puede indicar una o más de varias enfermedades psicológicas bien comprendidas y otras hipotéticas: paranoia, negación, esquizofrenia, síndrome del mundo mezquino.[50]

Christopher Hitchens representa las teorías conspirativas como 'humos exhaustos de la democracia', el resultado ineludible de una gran cantidad de información circulante entre un gran número de personas. Otros autores sociales y sociólogos argumentan que las teorías conspirativas se producen de acuerdo a variables que pueden cambiar dentro de una sociedad democrática (o de otro tipo).

Reportes conspirativos pueden ser satisfactorios emocionalmente cuando ubican acontecimientos en un contexto moral entendible. El partidario de la teoría es capaz de asignar responsabilidad moral por un acontecimiento o situación emocionalmente perturbadora a un grupo de individuos claramente concebido. Crucialmente, tal grupo no incluye al creyente. El creyente puede entonces sentirse excusado de cualquier responsabilidad moral o política pues remediar cualquier falla institucional o social podría ser la fuente efectiva de la disonancia.[51]

Donde un comportamiento responsable se previene por las condiciones sociales o simplemente va más allá de las habilidades de un individuo, la teoría conspirativa facilita la descarga emocional o duelo que requieren tales retos emocionales (según Erving Goffman).[cita requerida] Como los pánicos morales, las teorías conspirativas ocurren así más frecuentemente dentro de comunidades que están experimentando aislamiento social o pérdida de poder político.

Mark Fenster argumenta que «sólo porque teorías conspirativas de amplio espectro estén erradas no significa que estas no den con algo. Específicamente, dichas teorías se dirigen ideológicamente a inequidades estructurales reales y constituyen una respuesta a una sociedad civil fulminante y a la concentración de propiedad de los medios de producción que, juntos, dejan al sujeto político sin la habilidad de ser reconocido o de significar algo en el reino público».[52]

Por ejemplo, la forma contemporánea de antisemitismo se identifica en la Enciclopedia Britannica de 1911 como una teoría conspirativa sirviendo al autoentendimiento de la aristocracia europea, cuyo poder social declinó con el ascenso de la sociedad burguesa.[53]

A lo largo de la historia, el antisemitismo es prominente en las teorías conspirativas. De acuerdo con Kenneth S. Stern,

A finales del siglo XX, varios observadores notaron descensos en la participación electoral y en otras medidas centrales del compromiso social. Como ejemplo prominente, véase la tesis de Robert Putnam Bowling Alone. Quienes fueron más influenciados por este período, la llamada «generación X», se caracterizan por su cinismo hacia las instituciones y autoridades tradicionales, lo cual constituye un ejemplo del contexto de pérdida de poder político mencionado anteriormente.

En ese contexto, un individuo típico tenderá a estar más aislado de los tipos de redes de pares que confieren acceso a amplias fuentes de información, y puede desconfiar intuitivamente de cualquier aseveración hecha por ciertas personas, medios u otras instituciones autorizadas. Para algunos individuos, la consecuencia puede ser una tendencia a atribuir cualquier cosa negativa que ocurra a la autoridad de la que se desconfía. Por ejemplo, algunos atribuyen los atentados del 11 de septiembre de 2001 a una conspiración que involucra al gobierno de Estados Unidos (o políticos desaprobados) en lugar de o junto con terroristas islámicos asociados con Al Qaeda (véase conspiraciones del 11-S). Tales cargos pueden también colorearse con motivación política. Se hicieron cargos similares (en algunos círculos) según los cuales la administración de Franklin D. Roosevelt del gobierno de Estados Unidos fue de alguna manera culpable del ataque a Pearl Harbor en 1941.

Otra crítica de las teorías conspirativas es que se basan en cierta visión del mundo que puede o no ser correcta. Graham Allison, politólogo, desarrolló este argumento en su libro, Essence of Decision, y lo llamó informalmente el «teorema de la racionalidad».

Básicamente, Allison argumentó:

Aunque Allison estudió principalmente la crisis de los misiles de Cuba, en esencia ilustró el teorema de la racionalidad haciendo referencia al ataque a Pearl Harbor, específicamente la teoría de que las autoridades estadounidenses permitieron intencionalmente que comenzara el ataque.

Allison argumentó que, para que esta teoría conspirativa específica se cumpliese, los análisis primero tenían que suponer que los oficiales actuaron de una manera racional y que tuvieron completo acceso a toda la información que indicaba que el ataque era inminente.

Sin embargo, al examinar evidencias internas adicionales, Allison argumentó que, mientras desde una perspectiva de caja negra, Estados Unidos tenía suficientes evidencias del ataque a Pearl Harbor, una combinación de burocracia y malentendidos fue la razón real de por qué sucedió el ataque. Por ejemplo, Allison notó que evidencias del ataque venidero estaban dispersas en diferentes departamentos gubernamentales, y no se combinó inmediatamente para crear una imagen entera. Similarmente, algunas autoridades interpretaron erróneamente los datos disponibles: el 7 de diciembre de 1941 la base en Pearl Harbor estaba de hecho en alerta, pero la alerta era por posible sabotaje japonés, no por un ataque aéreo general.

Comentaristas de los medios notan regularmente una tendencia en los medios de noticias y de cultura popular a entender acontecimientos a través del prisma de agentes individuales, en contraposición a reportes estructurales o institucionales más complejos.[55]​ Si esta es una observación correcta, puede esperarse que la audiencia que demanda y consume este énfasis sea más receptiva a informes personalizados y dramáticos de fenómenos sociales.

Un segundo tropo de los medios, tal vez relacionado, es el esfuerzo por destinar responsabilidades individuales a acontecimientos negativos. Los medios tienden a comenzar a buscar culpables si un acontecimiento es de tal importancia que no deja de estar al orden del día durante varios días. En esta misma línea, se ha dicho que el concepto de accidente puro ya no se permite en un artículo de noticias.[56]​ Nuevamente, si esta es una observación correcta, esta puede reflejar un cambio real en cómo el consumidor de medios percibe los acontecimientos negativos.

Aparte de las controversias sobre los méritos de aseveraciones conspirativas particulares y de las diversas opiniones académicas discrepantes, la categoría general de teoría conspirativa es en sí misma una materia controvertida.

El término «teoría conspirativa» está considerado por diferentes observadores como una descripción neutral de una aseveración conspirativa, un término peyorativo usado para desestimar tal aseveración sin más examen,[57]​ y un término que puede acogerse positivamente por los proponentes de tal aseveración.

Algunos usan el término para argumentos que pueden no creer completamente pero que consideran radicales y emocionantes. El significado del término más ampliamente aceptado es el que se comparte en el uso en cultura popular y en el académico, que, de hecho, tiene implicaciones negativas para el valor de verdad probable de un relato.

Dado este entendimiento popular del término, es concebible que este pueda ser usado ilegítima e inapropiadamente como medio de desestimación de lo que de hecho son acusaciones sustanciales y bien evidenciadas. La legitimidad de cada uno de tales usos será por tanto un asunto de controversia. Observadores desinteresados compararán los rasgos de una alegación con los de la categoría mencionada anteriormente, para efectos de determinar si un uso dado es legítimo o perjudicial. En relación con esto, Michael Parenti ha usado el término conspirafobia (conspiracy phobia).[58]​ Este autor, asimismo, en uno de sus artículos, llama a la CIA «una conspiración institucionalizada».[59]

Ciertos proponentes de aseveraciones conspirativas y sus partidarios argumentan que el término es completamente ilegítimo y que debe considerarse precisamente tan manipulador políticamente como la práctica soviética de tratar disidentes políticos como dementes clínicos.[60]​ Críticos de esta visión afirman que el argumento tiene poco peso y que la afirmación misma sirve para exponer la paranoia común entre los teorizadores conspirativos. Por otra parte, Daniel Pipes, uno de los que usan el término frecuentemente,[61]​ incluso reconoce que algunos informes los hizo por encargo de la CIA.[62]​ Además, los críticos del conspiracionismo suelen mencionar solo las teorías conspirativas más ridículas sin mencionar las conspiraciones que están históricamente demostradas.

Algunos teóricos, como Charles Pigden, argumentan que la realidad de tales conspiraciones históricamente comprobadas debería prevenirnos contra cualquier rechazo apresurado de teorías conspirativas. Pigden, en su artículo «Conspiracy Theories and the Conventional Wisdom»[63]​ («Teorías de conspiración y la sabiduría convencional») arguye que no solo ocurren conspiraciones, sino que cualquier miembro educado de la sociedad cree en al menos una de ellas; por tanto, todos somos, de hecho, teóricos de la conspiración, se reconozca o no.

En cualquier caso, vale la pena considerar que el mismo término «conspiración» es muy anterior al término «teoría conspirativa», y está muy bien caracterizado en la historia, el derecho penal, las leyes penales y las sentencias de los tribunales. Esto ilustra el hecho de que la conspiración es y ha sido desde antaño un comportamiento humano muy real y muy frecuente, mientras que la legitimidad del muy reciente concepto de «teoría conspirativa» continúa abierta al debate.

En el derecho penal está bien caracterizado el concepto de «conspiración», aparte del hecho de que muchas personas han sido condenadas por los tribunales por tal motivo. El actual Código Penal de España, de 1995, en su artículo 17.1 dice: «La conspiración existe cuando dos o más personas se conciertan para la ejecución de un delito y resuelven ejecutarlo».[64]​ Los anteriores códigos penales españoles también definían y castigaban la conspiración.[65]​ En la legislación penal de otros países también se castiga la conspiración.

El término «teoría conspirativa» es en sí mismo el objeto de un tipo de teoría conspirativa que argumenta que quienes usan el término están manipulando a la audiencia para desestimar el tema en discusión, ya sea en un intento deliberado de ocultar la verdad o como engaño para conspiradores más pausados.[cita requerida]

Cuando se ofrecen teorías conspirativas como aseveraciones oficiales (por ejemplo, proviniendo de una autoridad gubernamental, tal como una agencia de inteligencia), estas no se consideran usualmente como teorías conspirativas. Por ejemplo, ciertas actividades del Comité de Actividades Antiestadounidenses de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos pueden considerarse como un intento oficial de promover una teoría conspirativa, aunque sus aseveraciones son raramente referidas como tales. Se ha llegado a decir: «¿Cuándo una teoría conspirativa no es una teoría conspirativa? Cuando es tu propia teoría».[57]​ Se ha señalado que muchas veces las versiones oficiales son también teorías conspirativas[66]​ aunque no se reconozcan como tales. A tal efecto, se ha acuñado la expresión «teoría conspirativa oficial».

Surgen más dificultades de la ambigüedad del término teoría. En el uso popular, este término se usa a menudo para referirse a especulaciones sin fundamento o con bases débiles, lo que lleva a la idea de que «no es una teoría conspirativa si es de hecho cierta».

Por otra parte, el uso del concepto de «teoría conspirativa» supone una preocupación exclusiva o preponderante por los «falsos positivos» (creer en una conspiración que no existe) sin prestar atención a la posibilidad de un «falso negativo» (negar una conspiración que sí existe). Los que se ocupan del fenómeno del conspiracionismo no se preocupan de si dichas teorías aciertan a veces o no.




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