En la transcripción de los jeroglíficos, se suele decir que hay tantas normas como egiptólogos. En otras palabras, no parece existir transcripción universal de los jeroglíficos. Eso se explica simplemente por la existencia de muchos obstáculos para transcribir exactamente los jeroglíficos, lo que obliga a extrapolaciones que hacen inviable la supremacía de un sistema sobre otro.
Sin embargo, es necesario diferenciar las transcripciones corrientes, aquellas que podemos encontrar para designar personajes o conceptos de la Antigüedad egipcia –como faraón, uadyet, Nefertiti o ka–, transcripciones fijas, ambiguas (un mismo fonema egipcio será traducido por un gran número de signos diferentes) y propias de una lengua (Néfertiti se dice Nofretete en alemán), de las transcripciones científicas, utilizadas en lingüística y epigrafía (estudio de las inscripciones) egipcias. Este segundo, más riguroso, utiliza un único símbolo para cada fonema, aunque la pronunciación de dicho fonema no se conozca con seguridad.
El sistema de notación científica puede variar de una lengua al otra, sin embargo, conserva el esquema constante. Su principal defecto es que sigue siendo impronunciable: es más una transcripción abstracta que un método de lectura real. La transcripción científica no puede ser utilizada por un inexperto, que no puede leerla, y en consecuencia aprenderla fácilmente. Además, se aleja en gran parte de los usos ya establecidos en las lenguas modernas.
Se pueden así comparar las dos versiones de las palabras citadas: pr ʿȝ es la transcripción académica de la palabra peraa: faraón; uadyet se transcribe, entre otras posibles formas, wḏȝ.t; Nefertiti es nfr.t yỉ(y).ty y ka será kȝ.
El sistema de escritura de los jeroglíficos es conocido. Sin embargo, aunque eso puede parecer contradictorio, la manera en que era pronunciada la lengua transcrita por los jeroglíficos es difícil de reconstituir, esta lengua no se utiliza desde hace siglos. Los únicas referencias de las que disponemos son:
Para tener una idea de la escasa fiabilidad de las citas griegas, basta comparar el modo de transcribir el nombre de la capital de China [pʰeɪ t͡ɕiŋ] (Pekín) con la romanización que utilizan los mismos Chinos (Běijīng). Nada prueba que las palabras empleadas por los griegos fuesen pronunciadas a la manera egipcia. Además, tendían a adaptarlas a su propio sistema fonológico, muy alejado del de los egipcios. Así, muchos términos egipcios corrientes –como faraón, uadyet, o los nombres de los dioses– provienen del latín por vía griega. Podemos imaginarnos, aproximadamente, como pudieron ser deformados: del egipcio al griego, del griego al latín y finalmente del latín al castellano...
A pesar de todo, por asociación de diversas fuentes y aplicación de los conocimientos que se tienen de otras lenguas afroasiáticas (como el copto, árabe, hebreo, acadio, o incluso el hausa), los egiptólogos logran ponerse de acuerdo, generalmente, con respecto a cierto número de sonidos, y crear reglas arbitrarias que pueden permitir pronunciar las palabras egipcias. Además de estas dificultades de transcripción de los caracteres escritos, hay que saber que, como en los sistemas de escritura semitas, se escriben solamente las consonantes: la escritura egipcia es en efecto una abyad. Las vocales, fueron deducidas intuitivamente (tarea imposible sin un conocimiento preciso de la lengua). Las vocales del idioma copto pueden, en cierta manera, dar una idea de la posible vocalización. No hay que perder de vista, sin embargo, que los sonidos de una lengua están en constante evolución: el copto puede dar solo un indicio.
También hay que saber que no existían reglas ortográficas rígidas y que ciertas palabras podían ser escritas de varias maneras en esa época. Además, el orden de los jeroglíficos en una palabra, no era forzosamente lineal. En efecto, su orden podía ser modificado por necesidades estéticas o para enfatizar el respeto hacia una divinidad, cuyo nombre, si estaba en la composición de una palabra, se debía situar al principio. Así, el nombre del faraón Tut-Anj-Amón se escribía de hecho Amón-tut-anj. Esto explica que para ciertos faraones poco conocidos, no estemos seguros del orden adecuado de leer los jeroglíficos.
El nombre del dios Amón (véase jeroglífico) está compuesto por tres jeroglíficos que son fonemas consonantes: a, m, n (aunque este sonido a no existe en español, y se considera una «consonante débil», probablemente un «oclusiva glotal sorda» comparable a la hamza árabe; además, este jeroglífico, se transcribe como i cuando se encuentra en el interior de una palabra, y como a o i cuando está al principio)
Esta estructura de consonantes es comparable a la de raíz semítica, ya que no fue escrita con vocales. La colocación de estas vocales en la raíz consonántica se denomina vocalización. En la escritura jeroglífica no existe esta vocalización, y esto hace que solo podamos reconstruirla indirectamente, y la sustitución misma es más complicada para las vocales que para las consonantes ya que no son siempre claras. Por ejemplo, la i inicial es –está establecido– una consonante débil, cuya pronunciación tiene poca incidencia sobre la palabra y puede servir escribir la vocal a (de la misma manera que el aleph del hebreo o el alif árabe, que tienen la misma consonante y que dieron, además, la alfa del griego pronunciada a). Así, solo quedaría la estructura consonántica que se reduciría a: mn.
Actualmente, el dios es denominado Amón por los hispanohablantes y en otras lenguas. Esto supone pues que la vocalización sea amon. Esta vocalización proviene del latín por vía griega. Los griegos, en efecto, entendían Ἄμμων ámmôn, y los romanos transcribieron Ammōn (incluso Hammōn). En ambos casos, la o es larga (y abierta en griego, es decir, en API [ɔː]). Los coptos, sin embargo, conservaron esta palabra bajo la forma αμουν, que se lee amun.
Estos primeros términos muestran que la vocalización puede variar de una lengua a otra, ya que existían, sin duda, acentos diferentes según las regiones, y los fonemas evolucionan con tiempo. Otros términos vuelven la interpretación de la palabra todavía más difícil: para los babilonios del siglo XV al XIII antes de la era cristiana, la palabra se leía, según sus textos, Amāna (donde ā es una a larga) o Amānu, Amán en una palabra compuesta. En cuanto a los asirios de los siglos VIII y VII a. C., la pronunciaban Amūnu. Los kushitas lo denominaban Amani.
De estos testimonios divergentes resaltan dos constantes:
Así, querer conocer la pronunciación exacta de una palabra tan frecuente como el nombre del dios Amón se torna imposible. Esto explica por qué es posible encontrar, entre otras transcripciones: Imen, Imon, Amen, Amon, Amón o Amun, para la misma palabra. Esta ambigüedad se encuentra en español ya que se habla corrientemente del dios Amon (con una o) y del faraón Amenofis (con una e) mientras que la ráiz Amn es común en ambas palabras.
El problema es pues doble:
La única transcripción que puede tener la aprobación de todos debe ser sin vocales: imn. Es científica, y muy abstracta, como se puede comprobar.
La transcripción científica es utilizada en lingüística, en el estudio de la lengua egipcia. Observa un rigor aun mayor y es casi similar a una transliteración. Es la que se utiliza en las gramáticas, obras científicas, y estudios gramatológicos consagrados al sistema egipcio de escritura. Aparte de algunos detalles, este sistema es internacional.
Los símbolos de la columna «pronunciación fonética» siguen los convenios del API; son solo suposiciones, que mayoritariamente sostienen los egiptólogos. La columna «pronunciación corriente» respeta los usos castellanos.
El fonema escrito y (o ἰ en algunos sistemas de transcripción) representa una oclusiva glotal sorda cuando se escribe como y / ἰ, una yod (sonido inicial de yurta) cuando es y (según el sistema adoptado). De hecho, esta oclusiva glotal sorda, ha evolucionado en yod con tiempo, y no es fácil determinar que sonido tiene. Cuando la consonante y (o, más raramente, w) es «muda» y no se escribe (en las raíces tertiæ y quartæ infirmæ, por ejemplo; consultar el artículo sobre el egipcio), se escribe entre paréntesis: ms(y), «dar a luz». En cierto modo, hay dos sonidos de origen diferente que se pronuncian de manera desconcertante:
En numerosas obras –y en ciertas enciclopedias–, vemos escritas las dos formas de oclusiva glotal sorda, ἰ e y, de la misma manera: ἰr(y) («hacer») pues será escrito yr(y).
La consonante 3 ha estado considerada durante mucho tiempo como oclusiva glotal sorda. Sin embargo, investigaciones más recientes tienden a mostrar que es líquida, una l o una r vibrante.
Los signos d y ḏ son probablemente consonantes enfáticas (consultar fonología árabe)
Los símbolos s / z y s / ś se utilizan emparejados. Un texto que use z no utilizará ś, y viceversa. Donde un egiptólogo escribe z3 corresponde pues a lo que otro escribe como ś3.
Existen algunos convenios que hay que conocer. En primer lugar, conviene señalar que las palabras egipcias nunca se escriben con vocales: como vimos, es uno de los mayores problemas de la transcripción. Sin embargo, es habitual que se fuerce la vocalización, incluso si no es posible determinarla detalladamente (la comparación con el copto permite, sin embargo, algunos progresos) pronunciando 3, y, ʿ y w, respectivamente, a, i, a (larga), y u (de l o p) después de las consonantes. Este convenio seguramente tiene sentido porque, en gran número de lenguas afroasiáticas, estas consonantes también se utilizan para denotar estas vocales (que luego son mater lectionis). Cuando los fonemas y y w están junto a otras semivocales las pronunciamos como consonantes en la posición inicial o media, y como vocales en los demás casos, alternando consonantes y vocales. Por ejemplo, La palabra y3w será leída yau pero yw3 será iua. Cuando una sucesión de consonantes no tiene estos signos, o están en número insuficiente, introducimos una e para facilitar la pronunciación: nb.t «dama, señora» podrá ser leído nebet, nfr, «bello», nefer, etc.
Por último, existen tres signos auxiliares que se utiliza para representar conceptos gramaticales y morfológicos:
La transcripción científica del egipcio es muy desconcertante. Es muy útil para los especialistas pero no puede, en ningún caso, sustituir los usos actuales de palabras conocidas. Podemos citar la frase siguiente como ejemplo, tomada de Mittelägyptische Grammatik für Anfänger de Erhart Graefe (4.ª edición, en casa de Harrassowitz, Wiesbaden, 2004) para mostrar la complejidad del sistema:
Podríamos leer esta frase /reʃwi seʤed depetenef/, lo que da una aproximación, sin duda, muy alejada de la realidad: la transcripción científica posee la gran ventaja de que el problema de la lectura es liberado para permitir una precisa notación de fonemas cuyo uso, en resumidas cuentas, importa poco en el estudio de una lengua tan antigua.
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