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Autoritarios



Autoritarismo, en las relaciones sociales, es una modalidad del ejercicio de la autoridad que impone la voluntad de quien ejerce el poder en ausencia de un consenso construido de forma participativa, originando un orden social opresivo y carente de libertad y autonomía. La sociedad preindustrial está marcada por la imposición de una fuerte autoridad y jerarquía en todos los órdenes (religioso, político, económico, etc.), con una indiscutida autoridad paternalista dentro de la familia (patriarcado, matriarcado), frente a los grados cada vez mayores de libertad y autonomía propios de la sociedad industrial y la sociedad postindustrial. En el contexto psicológico individual, pero también social, se define la personalidad autoritaria.[1]​ En educación, se define la pedagogía autoritaria, heterónoma o tradicional, frente a la pedagogía progresista.[2]

En ciencia política y sociología el concepto de "autoritarismo" no tiene una definición unívoca, lo que permite identificar como autoritarias muchas y muy diferentes ideologías, movimientos y regímenes políticos. Algunas definiciones lexicográficas son simplificadoras: "sistema fundado primariamente en el principio de autoridad" -es decir, que no admite crítica-;[3]​ "se acuñó por el fascismo como término apreciativo, para pasar a ser utilizado ... [en el contexto de la lucha contra el fascismo y el nazismo] para denotar la “autoridad malvada” ... el abuso y el exceso de la autoridad que aplasta la libertad ... más que representar lo opuesto de democracia ... significa lo contrario de libertad".[4]​ Otras se hacen por acumulación de términos que, si bien pueden entenderse como relacionados, no son estrictamente sinónimos ("la doctrina política que aboga por el principio del gobierno absoluto: absolutismo, autocracia, despotismo, dictadura, totalitarismo").[5]​ Las que pretenden precisar rasgos se centran en cuestiones como "la concentración de poder en manos de un líder o una pequeña élite que no es constitucionalmente responsable ante el cuerpo del pueblo", el "ejercicio arbitrario del poder sin consideración de otros cuerpos" que puedan limitarles (separación de poderes), y la inexistencia de mecanismos que permitan una efectiva alternancia en el poder, como las elecciones libres multipartidistas.[6]

La utilización del concepto "totalitarismo" para ciertas ideologías, movimientos y regímenes políticos del periodo de entreguerras (comunismo soviético -estalinismo- y fascismo italiano, nacional-socialismo alemán y nacional-sindicalismo español de los años treinta y franquismo de los años cuarenta) se basaba en su búsqueda de la homogeneización de todos los planos de la vida pública e incluso privada y la negación de cualquier tipo de discrepancia u oposición, llegando a justificar la erradicación y, en casos extremos el exterminio, del disidente o del "diferente".[7]​ La condición extremista de ideologías, movimientos y regímenes totalitarios los diferencia de otro tipo de posiciones políticas que, siendo también opuestas a la democracia liberal y al reconocimiento de derechos y libertades,[8]​ especialmente desde la derecha política tradicional del siglo XIX, lo hacían de una forma al menos ligeramente más moderada, o no tan radical; como el moderantismo, el conservadurismo, el tradicionalismo, el nacionalismo o el militarismo. La distinción entre totalitarismo y autoritarismo, a la hora de definir regímenes concretos, sería no tanto una cuestión escencialista sino de grado, tanto en la magnitud de sus propósitos (una revolucionaria transformación social e incluso humana -"hombre nuevo"- en el caso del totalitarismo, propósitos habitualmente conservadores o reaccionarios en el caso del autoritarismo) como la forma de llevarlos a cabo, en el éxito de su implantación y en la capacidad de responder a las circunstancias cambiantes con mayor o menor rigidez (más propia del totalitarismo -en caso de conflicto con la realidad, opta por transformar la realidad a cualquier coste-) o flexibilidad (más propia del autoritarismo -en caso de conflicto con la realidad, opta por adaptarse a ella, aun a costa de apartarse de sus principios-) y su mayor o menor prolongación en el tiempo.

Como intento de diferenciación, está muy extendida y debatida (al considerársela orientada a la justificación del apoyo estadounidense a determinados regímenes dictatoriales, particularmente al franquismo -a partir de los años cincuenta-) la propuesta de Juan J. Linz de distinguir entre régimen autoritario y régimen totalitario, al admitir el autoritarismo un pluralismo político limitado y no representativo, que evita el recurso a la movilización de masas y otros rasgos propios del totalitarismo.[9]​ Hasta cierto punto, una distinción paralela es la que hace Hugh Trevor-Roper entre fascismo y fascismo clerical. La existencia o no de un "autoritarismo de izquierdas" es también objeto de debate.[10]​Los regímenes autoritarios burocrático-militares son aquellos "gobernados por una coalición de oficiales militares y tecnócratas que actúan pragmáticamente (más que ideológicamente) dentro de los límites de su mentalidad burocrática. Mark J. Gasiorowski sugiere que es mejor distinguir" militar simple regímenes autoritarios "de" regímenes autoritarios burocráticos "en los que" un poderoso grupo de tecnócratas usa el aparato estatal como Corea del Sur bajo Park Chung-hee .

La identificación del Estado con "el partido", en ausencia de otro posible partido político, es más bien una característica propia de los regímenes totalitarios que de los autoritarios (que pueden consentir un cierto grado o apariencia de pluralismo político, así como algún tipo de consulta popular convenientemente dirigida en su propio interés); pero sí es propio del autoritarismo la negación de legitimidad a cualquier forma de expresar los intereses individuales o de grupo (por ejemplo, la lucha de clases o las reivindicaciones identitarias -nacionalistas, étnicas, religiosas, de género-) que no coincida con los intereses generales tal como se entienden defendidos por la autoridad, que pretende ser ejercida de forma paternalista en beneficio de todos, incluso de los que "por su bien" son reprimidos.

En realidad, la identificación y gestión de la voluntad general, así como la atribución de la soberanía, son asuntos, cruciales en las doctrinas políticas contemporáneas, que textos clásicos como el de Rousseau (El contrato social, 1762) no dejaron resueltos. Tanto los defensores de la libertad o de la democracia como los del totalitarismo o del autoritarismo pueden reclamar ser herederos intelectuales de Rousseau. Tal cosa se comprobó tempranamente, con la experiencia revolucionaria francesa de 1789 y el Terror.

También frecuentemente apelan a una legitimidad basada en la identificación del régimen como un mal necesario para combatir "problemas sociales fácilmente reconocible", tales como el comunismo o la insurgencia; amenazas externas, etc.[11]​Al respecto Friedrich Hayek, padre del monetarismo, tras visitar Chile bajó el régimen de Pinochet, concediendo dos reportajes al diario El Mercurio, en donde profundizó su análisis sobre democracias y dictaduras. “una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Como usted comprenderá, es posible que un dictador pueda gobernar de manera liberal”. Y en la segunda entrevista, Hayek sostenía que “ preferiría sacrificar temporariamente a la democracia cuando no pudiera garantizar la libertad de mercado”[12][13]​En tanto el antropólogo y politólogo de derecha como el neoconservador Seymour Martin Lipset ha justificado este tipo de gobierno aduciendo que los regímenes autoritarios de bajos ingresos tienen ciertas "ventajas de mejora de la eficiencia" tecnocráticas sobre las democracias de bajos ingresos, lo que ayuda a los regímenes autoritarios a generar desarrollo.[14]​ contradicen esta creencia, argumentando que la evidencia ha demostrado que no existe una "ventaja autoritaria" y que en su lugar existe una "ventaja democrática". Halperin argumenta que las democracias "obtienen un rendimiento de desarrollo superior" sobre el autoritarismo. Señalan que es más probable que las democracias pobres tengan un crecimiento económico más estable y menos probabilidades de experimentar catástrofes económicas y humanitarias que los regímenes autoritarios; que las libertades civiles actúan como un freno a la corrupción y el mal uso de los recursos; y que las democracias son más adaptables. Halperin señala que la gran mayoría de las crisis de refugiados y las catástrofes financieras ocurren en regímenes autoritarios. A su vez, el fenómeno autoritario ha mutado en los últimas dos décadas, debido al avance tecnológico y la multiplicidad de amenazas que enfrentan los estados a nivel interno y externo.[15]

Mark J. Gasiorowski[16]​ propone la distinción de "regímenes autoritarios simplemente militares" y "regímenes autoritarios burocráticos". En estos últimos, un poderoso grupo de tecnócratas intentan la utilización del aparato del Estado con criterios de racionalización y desarrollismo". Como otros subtipos de autoritarismo, en el mismo estudio (inspirado en Linz) se proponen el "autoritarismo corporativista u orgánico-estatista" (con ejemplos estudiados en América Latina), la "democracia racial y étnica" (ejemplificada en el apartheid sudafricano) y el "autoritarismo pos-totalitario" (ejemplificados en el bloque del Este de los años previos a la caída del muro de Berlín -1989-). También hace una distinción entre autoritarismos "personalistas" (ejemplificados en el África postcolonial) y autoritarismos "populistas".

Los regímenes militares son la forma de gobierno autoritario en la cual, en mayor o menor grado, las instituciones ejecutivas, legislativas y judiciales son controladas por las fuerzas armadas, las cuales alteran cualquier forma de control democrático en diferentes medidas; por ejemplo el autoritarismo puede ser ejercido tras elecciones ejercidas democraticámente (como en Argentina del primer gobierno de Perón), o tras un golpe de estado (como en la Argentina del régimen dictatorial de Jorge Rafael Videla); el de Juan María Bordaberry en Uruguay entre 1973 y 1984, En Paraguay sobrevivió como dictador militar el general Alfredo Stroessner, quien gobernó ese país durante treinta y cinco años, desde 1954 hasta 1989. En República Dominicana, Rafael Trujillo gobernó el país desde 1930 hasta su asesinato en 1961. En Chile la situación con el dictador militar Augusto Pinochet Ugarte, Nasser).[17]

Paul C. Sondrol[18]​ asocia los regímenes autoritarios con la corrupción y la cleptocracia, como consecuencia de una utilización del poder personalista (al tener una concepción individual del liderazgo, no tanto como una función "mística" o "teleológica" asociada a un "carisma" pseudo-democrático conectado con las masas, rasgos más propios de los regímenes totalitarios).[19]​ A pesar del usual recurso al término "tiranía" para calificar peyorativamente a los regímenes autoritarios o totalitarios, no debe confundirse con la figura histórica de los tiranos griegos (del mismo modo que la utilización peyorativa -o en algunos casos autoaplicada- del término "dictadura" no debe confundirse con la magistratura romana).

Además de la utilización de la religión como uno de los mecanismos de legitimación y de control social por los regímenes autoritarios o totalitarios (el nacionalcatolicismo español en el seno del franquismo y otros casos de fascismo clerical -concepto teorizado por Hugh Trevor Roper-);[20]​ el autoritarismo puede ser un concepto aplicable a determinadas formas rigoristas de entender la religión tanto en sus aspectos personales como colectivos y su relación con el Estado y la sociedad (relaciones Iglesia-Estado, tolerancia o intolerancia religiosa, etc.) En el caso de una completa subordinación de las autoridades civiles a las religiosas y de la implantación de un proyecto político-social completamente orientado por una concepción rigorista de la religión, se utiliza el término teocracia (revolución islámica de Irán, régimen talibán en Afganistán). En el caso de la superioridad de la máxima autoridad civil, a la que se le confiere también autoridad religiosa, sería de utilizacíon el término historiográfico "cesaropapismo", aunque no es habitual emplearlo en países musulmanes, donde la situación es muy habitual (en distintos contextos, Marruecos o Arabia Saudí). No debe confundirse con los términos cesarismo y bonapartismo, que se utilizan en contextos seculares.



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