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Bifaz



Un bifaz[1]​ es una herramienta lítica prehistórica que servía para cortar, raspar y perforar otros materiales. Se trata de una piedra de gran dureza, generalmente sílex, que es tallada por ambas caras hasta conseguir una forma triangular con una base semicircular. El bifaz caracteriza una etapa de la Edad de Piedra: el Achelense, aunque se encuentra también, además, en el Paleolítico Medio e incluso con posterioridad. Su nombre contemporáneo proviene de que el modelo arquetípico sería una pieza de talla, generalmente, bifacial (esto es, con dos caras), de morfología almendrada y tendente a la simetría según un eje longitudinal y según un plano de aplastamiento. Los bifaces más comunes tienen la zona terminal en punta y la base redondeada, lo que les da su forma tan representativa, que se añade a la talla bifacial que cubre ambas caras total o parcialmente.

Los bifaces fueron las primeras herramientas prehistóricas reconocidas como tales: en el año 1800 aparece la primera representación de un bifaz, en una publicación inglesa de la mano de John Frere.[2]​ Hasta entonces se les atribuía un origen natural y supersticioso (se les llamaba «piedras del rayo» —o ceraunias—, porque la tradición popular sostenía que se formaban en el interior de la tierra al caer un rayo, y que luego salían a la superficie; de hecho aún son usadas en ciertas regiones rurales como amuletos contra las tormentas). La palabra «biface», bifaz en francés, es utilizada por primera vez en 1920 por el anticuario Vayson de Pradenne,[3]​ conviviendo este término con la expresión «hacha de mano» («coup de poing»), propuesta por Gabriel de Mortillet mucho tiempo antes,[4]​ pudiendo decirse que solo debido a la autoridad científica de François Bordes y Lionel Balout se impuso el vocablo definitivo.[5]

No obstante, dado que estas primeras definiciones del bifaz se basaban solo en piezas ideales (o clásicas), de talla tan perfecta que llamaban la atención incluso de los no entendidos, durante años se ha tenido una noción demasiado encajonada del objeto. Con el tiempo, la profundización en el conocimiento de este tipo lítico ha implicado una mejor comprensión de sus características, distinguiéndose entre un bifaz propiamente dicho y una pieza lítica bifacial; de hecho, tal como se entiende hoy día, un bifaz no siempre es una pieza bifacial y hay multitud de piezas bifaciales que no son en absoluto bifaces.[6]​ En opinión del profesor Benito del Rey, de la universidad de Salamanca: «El nombre de "bifaz" debe reservarse para las piezas antiguas, anteriores al interestadial Würm II-III»,[7]​ aunque, asimismo, admite que ciertos objetos posteriores pueden excepcionalmente ser denominados bifaces (Benito del Rey, op. cit., 1982, página 305 y nota 1).

Tampoco debe identificarse bifaz con hacha. Desafortunadamente el vocablo hacha ha sido, durante mucho tiempo, una palabra comodín en tipología lítica para una gran diversidad de utensilios líticos, sobre todo en una época en la que se ignoraba la verdadera utilidad de muchos de ellos. En el caso concreto del bifaz paleolítico, hacha es un término inadecuado. Ya se indicó en los años 60: «hay que rechazar[lo] como interpretación errónea de esos objetos que no son "hachas"».[8]​ Argumento corroborado por posteriores investigaciones, sobre todo sobre las huellas de uso, como se podrá ver más adelante.[9]

Es cierto que el modelo de bifaz más característico y repetido presenta, en su extremo terminal, una zona apuntada u ojival, filos cortantes laterales y una base más o menos redondeada (es decir, los bifaces de morfología lanceolada y los amigdaloides, así como otros de la misma «familia»). Sin embargo, el bifaz es un instrumento cuya forma puede variar mucho, ya que los hay circulares, triangulares, elípticos, etc. Su tamaño medio oscila entre 8 y 15 centímetros, aunque los hay más grandes y más pequeños.

Tecnológicamente, se caracterizan porque se fabrican sobre canto, bloque o lasca, por medio de una hechura bifacial, con negativos de lascados que, por lo común, invaden la pieza en sus dos caras. Esta talla puede realizarse con percutor duro (de piedra), pero puede completarse, para obtener resultados más finos, con percutor blando (de cuerna). Sin embargo, en el aspecto tecnológico el bifaz también presenta numerosas excepciones: por ejemplo, los llamados monofaces están tallados por una sola cara y los bifaces parciales conservan una gran porción de la corteza natural del soporte, con lo que a veces es fácil confundirlos con cantos tallados; y los «bifaces de economía», al estar tallados sobre soportes muy adecuados (generalmente lascas), apenas se elaboran con unos pocos retoques.

En resumen, a pesar de que el bifaz es un tipo lítico de personalidad reconocida por múltiples escuelas tipológicas y por diferentes paradigmas arqueológicos, y a pesar, también, de ser fácilmente reconocible (al menos los ejemplares más característicos), sus límites son prácticamente imposibles de determinar debido a su personalidad politética: es decir, el modelo ideal reúne una serie de atributos bien definidos, pero ninguno de ellos es necesario ni suficiente para que una pieza en concreto sea considerada un bifaz. Unos cuantos de esos atributos bastan para la identificación del útil, aunque falten otros tantos.

Ateniéndose a los bifaces del Paleolítico Inferior y Medio, existe bastante consenso acerca de la aparición del bifaz a partir del Olduvayense africano. En efecto, los bifaces más antiguos conocidos proceden de África, hace cerca de un millón novecientos mil años (cuando menos, en el yacimiento de Konso-Gardula y Melka Kunturé, al sur de Etiopía): los primeros son toscos, por lo que es más adecuado clasificarlos como «protobifaces» (son rudimentarios, gruesos y escasos), si bien los verdaderos bifaces de contornos simétricos datan, en esos mismos lugares, de hace aproximadamente un millón doscientos mil años.[10]

Los niveles más antiguos de Dmanisi (Georgia), designados con los números II, III y IV, han deparado cerca de un millar de objetos tallados, pero no incluyen ningún bifaz.[11]​ Aunque en Europa y Asia se conocían numerosos yacimientos preachelenses sin bifaces (algunos de ellos sólidamente fechados[12]​), hasta que se descubrieron los fósiles de Dmanisi (además de los de Atapuerca, algo posteriores) no se pudo cuestionar la idea defendida por ciertos estudiosos que consideraban que los seres humanos habían salido de África con utillaje relativamente evolucionado, que incluiría los bifaces; desde entonces ha podido hablarse con propiedad de un Paleolítico inferior arcaico (preachelense) fuera de África. Es decir, que los primeros humanos no africanos desconocían los bifaces y sus industrias se basaban en lascas y cantos rudimentariamente tallados. Existen ciertas teorías propuestas para explicar por qué en África se usaron bifaces durante cientos de miles de años, mientras que fuera de este continente la tecnología era mucho más primitiva:[13]

Se constata que, en Europa, y más concretamente en Francia e Inglaterra, los bifaces más antiguos no aparecen hasta el interglaciar Günz-Mindel, más o menos, hace 750 000 años, en el llamado complejo Cromeriense,[14]​ aunque su generalización se produciría en el llamado Abbevillense, considerado en principio una cultura independiente —antecesora del Achelense— y que, hoy día, se ha incluido en este, como una facies arcaica, dentro del Achelense Antiguo, o como forma de designar determinados bifaces toscamente trabajados.

El apogeo de los bifaces se produce en una extensísima área del Viejo Mundo, especialmente durante la glaciación Riss, en un complejo cultural de carácter casi cosmopolita conocido como Achelense. En una zona más reducida, sobrevive durante el Paleolítico Medio, siendo especialmente importante en la facies llamada Musteriense de tradición Achelense, hasta mediados de la glaciación Würm.

Por lo que respecta al continente asiático durante el Paleolítico Inferior, los bifaces aparecen en el Subcontinente Indio y en Oriente Medio, al sur del paralelo 40° N, pero están ausentes al este del meridiano 90° E; de tal modo que el arqueólogo estadounidense Hallam L. Movius estableció una frontera entre las culturas con bifaces, hacia el oeste, y las que mantienen la tradición lítica basada en los cantos tallados y las lascas retocadas, como la industria de Zhoukoudian, la cultura Fen y la cultura de Ordos en China, o sus equivalentes de Indochina. Excepcionalmente el Padjitaniense de Java es el único que presenta bifaces en una situación tan oriental.[15]

Desde los primeros experimentos de talla pudo comprobarse la relativa facilidad con la que es posible fabricar un bifaz:[17]​ esto podría ser, en parte la clave de su éxito. Por otra parte, no es un instrumento muy exigente respecto al tipo de soporte, ni de roca, siempre que la fractura sea concoidea. Admite la improvisación y las correcciones, sobre la marcha, sin necesidad de planificar excesivamente y, sobre todo, no es necesario un aprendizaje largo ni sacrificado. Todo unido, ha hecho que los objetos de talla bifacial sean extremadamente persistentes a lo largo de toda la Prehistoria. A esto, se une su falta de especialización funcional, siendo potencialmente eficaces en una enorme variedad de tareas, desde las más pesadas, como cavar la tierra, talar un árbol o romper un hueso, hasta las más delicadas, como cortar la coyuntura de una articulación, filetear la carne o perforar diversos materiales.

Por último, el bifaz constituye una forma prototípica que, refinándose, da lugar a tipos más evolucionados, especializados y sofisticados, como puntas de proyectil, cuchillos, azadas, hachas, etc.

Dadas las dificultades tipológicas para determinar los límites de lo que es un bifaz, es importante, en su análisis, tener en cuenta el contexto arqueológico del que procede (ubicación geográfica, estratigrafía, otros elementos asociados del mismo nivel, cronología...). Igualmente, al ser una pieza de orígenes tan antiguos, es necesario estudiar su estado físico (estableciendo las alteraciones naturales: pátina, lustre, rodamiento, alteraciones mecánicas —roturas—, térmicas y/o físico–químicas que ha sufrido, para poder distinguirlas de las cicatrices dejadas por la mano humana).

La materia prima es un factor significativo en el estudio de los bifaces, no tanto por el resultado que se puede obtener al trabajarla, sino para intentar comprender la economía de abastecimiento de los humanos prehistóricos y sus movimientos a través de su entorno. En la Garganta de Olduvai (Tanzania), los lugares más próximos para abastecerse de materia prima distan unos diez kilómetros de los asentamientos; en cambio, en las terrazas fluviales de Europa occidental, el sílex o la cuarcita son accesibles por doquier; esto implica, necesariamente, distintas tácticas de aprovisionamiento y aprovechamiento de los recursos disponibles.[18]​ En cambio, la mejor o peor respuesta a la talla de la materia prima es, comparado con lo anterior, un factor subsidiario, ya que los artesanos paleolíticos eran capaces de adaptar su estrategia de trabajo a lo que tuvieran a mano, obteniendo los resultados más o menos deseados, incluso con las rocas más rebeldes, tal como han comprobado numerosos especialistas (Bordes, Tixier, Balout: en Benito del Rey, 1982, op. cit. páginas 306-307;[7]​ Hayden, Carol et alter, Jeske, etc.: en Torrence, 1989[19]​). A pesar de ello es importante anotar el tipo de grano, su textura, la presencia de diaclasas, vetas, impurezas, conos de fractura…

Para cubrir el estudio de la utilización, se indica si existen trazas de uso visibles macroscópicas: como seudorretoques, roturas y flexiones de utilización, incluso lustre. Si la pieza estuviese en buen estado, se podría preparar para un estudio trazalógico microscópico, asunto que se tratará más abajo. Aparte de estas generalidades, comunes a toda pieza arqueológica tallada, los bifaces necesitan un análisis técnico de su hechura y un análisis morfológico.

El análisis técnico trata de elucidar cada una de las fases de la cadena operativa de un bifaz, la cual es muy flexible: puede cargar la mayor parte del trabajo en cualquiera de sus eslabones o repartirlo equilibradamente. Este tipo de examen comienza por las estrategias de aprovisionamiento de la materia prima, la manufactura propiamente dicha, la utilización, el reavivado o transformación del utensilio a lo largo de su vida útil y, por fin, su abandono.

Es posible esmerarse en la búsqueda de una materia prima de más calidad, o en un soporte más apto (así, se invierte más en obtener un buen fundamento, pero se ahorra después el trabajo de la talla, es decir, se traslada el esfuerzo al principio de la cadena operativa); igualmente el artesano puede centrar la mayor parte del trabajo en la hechura, de modo que no importa si se parte de una base más o menos apropiada, minimizando riesgos a costa de una carga mayor al final de la cadena operativa.

Lo más habitual es que los bifaces se fabriquen sobre cantos rodados o nódulos, pero muchos de ellos también tuvieron como soporte una gran lasca. Los bifaces sobre lasca aparecen desde el principio del Achelense y se van generalizando con el tiempo. Cuando se da el caso, la hechura es más sencilla, más somera, pues no hay que modificar tanto el soporte, ya que las lascas, a menudo, tienen una forma muy adecuada, permiten un mayor rendimiento y unos pocos lascados permiten tener la herramienta acabada, incluso es más fácil obtener aristas rectilíneas. Cuando se analiza un bifaz sobre lasca hay que considerar la posibilidad de que ésta sea predeterminada (Levallois o similar); en todo caso, es necesario indicar las características que tiene: tipo de lasca, talón, dirección de percusión.[20]

Reserva: por reserva se entiende la corteza natural del soporte lítico (guijarro, pequeño bloque, nódulo, gran lasca o plaqueta de piedra), que, debido a la erosión y a las alteraciones físico-químicas, es decir, la meteorización, hacen que el exterior del canto sea diferente del interior. A menudo recibe el nombre de córtex o, simplemente zona cortical, en el caso del chert, el cuarzo o la cuarcita; la alteración es básicamente mecánica y, aparte del color y el rodamiento, mantiene las mismas características (dureza, tenacidad...). Sin embargo, el sílex está rodeado de una corteza caliza, blanda y sin provecho para la talla lítica. En el caso de los bifaces, al ser útiles nucleares, conviene indicar la cantidad y localización del córtex para comprender mejor el tipo de hechura, o trabajo que se ha realizado. Aunque lo normal es pensar que, a mayor presencia de corteza, esto es, a mayor zonas en bruto, más arcaica parece la pieza, la reserva no debería tomarse como criterio evolutivo o cronológico.

Muchos bifaces parcialmente tallados no son necesariamente arcaicos, simplemente es que no necesitaban más trabajo, son bifaces de economía. Por el contrario, cuando un soporte es poco adecuado, necesita una hechura más prolongada. Hay bifaces cuyo soporte es irreconocible debido a la profunda y completa talla que ha sufrido la pieza, lo que elimina cualquier vestigio original del mismo.

Se pueden diferenciar los siguientes apartados en este campo:

La hechura es la manufactura propiamente dicha. Lo más normal es que esta sea la fase más importante en la fabricación de un bifaz, aunque no siempre ocurre así, como se ha indicado en el caso de los bifaces sobre lasca o sobre un guijarro muy adecuado. Cuando se estudia la elaboración de un bifaz es necesario identificar el tipo de percutores que han intervenido en ella. Si hay varios tipos de percutor, es imprescindible indicar el orden y el resultado de cada uno. Por supuesto, habrá casos en los que no sea posible apreciar el tipo de percutor, pero las opciones más habituales son:[7]

Hay que tener en cuenta que un bifaz no era el objetivo de los artesanos prehistóricos, sino un medio, una herramienta y, como tal, se desgastaba, se deterioraba o se rompía durante su empleo; por ello, cuando llegan a manos del arqueólogo paleolitista o del tipólogo, se encuentra una pieza que puede haber sufrido cambios drásticos a lo largo de su vida útil. Es habitual detectar filos reavivados, puntas reconstruidas y siluetas deformadas por una talla destinada a seguir aprovechando la pieza hasta que esta es abandonada. Las piezas pueden, incluso, ser recicladas posteriormente; en este sentido, François Bordes explica que los bifaces «se encuentran a veces en el Paleolítico Superior. Esta presencia, que es sin duda normal en el Perigordiense I, es a menudo debida, en los otros niveles, a una recogida de bifaces musterienses o achelenses.».[25]

El estudio detallado de la hechura de una subpoblación de bifaces perteneciente a una industria lítica dada sirve para establecer una descripción precisa del proceso de fabricación del bifaz y para efectuar comparaciones estadísticas con otros grupos de bifaces (lo que técnicamente se llama E. D. A.exploratory data analysis en inglés— o “análisis exploratorio de datos”.

Tradicionalmente, el bifaz ha sido orientado con la parte más estrecha hacia arriba (presuponiendo que esta sería su parte más activa, lo cual no es descabellado teniendo en cuenta la gran cantidad de «bifaces de base reservada» que aparecen). El eje de simetría que divide en dos el bifaz se llama eje morfológico, y como cara principal suele seleccionarse la más regular y mejor tallada. Estos son simples convencionalismos tipológicos para entenderse entre especialistas. Por la misma razón, al describir la morfología de un bifaz (y de cualquier objeto lítico tallado) es necesario desechar términos que se refieren a conceptos puramente técnicos. En este caso concreto, es necesario rechazar el término talón para referirse a la base del bifaz, pues este vocablo, en tipología lítica, ya se ciñe a una parte muy concreta de la lasca (que nada tiene que ver con la base de un bifaz). Igualmente, sería un error usar la expresión zona distal, para referirse a la zona terminal o ápice del bifaz.[24]

La Zona Terminal de un bifaz es, generalmente la parte más estrecha y opuesta a la base, su forma más común es la apuntada —más o menos aguda, y más o menos ojival—, también hay bifaces con la zona terminal redondeada o poligonal —no apuntada— y, por último, bifaces de filo terminal transversal al eje morfológico de la pieza, es decir bifaces-hendidor y bifaces espatulados…

La Zona Basal, opuesta a la zona terminal (que suele ser más ancha o más gruesa), se puede describir de frente: reservada, tallada parcial o totalmente, pero no cortante, o, por último, base cortante. De perfil se indica si es redondeada (poligonal), plana o apuntada; etc.

Las Aristas: Se describen morfológicamente de frente, en cuyo caso pueden ser convexas, rectilíneas o cóncavas; aparte de eso pueden ser más o menos regulares. Casos especiales son los de aristas denticuladas —festoneadas— o con muescas. En este apartado ha de indicarse, si es necesario, la existencia de dorsos corticales no filosos. Observadas de perfil, las aristas pueden tener una delineación sin irregularidades (rectilíneas o torsas, es decir, en forma de suave S) o ser, desde ligeramente sinuosas hasta muy sinuosas (siempre refiriéndonos a las zonas cortantes). Otros datos importantes a considerar en este apartado es el propio desarrollo del filo, es decir, si ocupa todo el perímetro del bifaz o solo ciertas zonas y cuáles.

La Sección se toma en la zona central del bifaz o en un sector cercano al ápice; esto permite comprender cómo se trabaja cada parte de la pieza, incluso es posible discernir retallas o reconstrucciones de zonas deterioradas del borde. Distinguimos los siguientes tipos de sección: triangulares (subtriangulares y triangulares con dorso), rombales (romboidales y rombales con dorso), trapeciales (trapezoidales y trapeciales con dorso), pentagonales (pentagonoides y pentagonales con dorso), poligonales, biconvexas o lenticulares (sublenticulares)…

La Silueta: Por definición, el bifaz debería tener, visto de frente un contorno más o menos equilibrado, con un eje morfológico que sirve, asimismo, como eje de simetría bilateral y un plano de aplastamiento que sirve como plano de simetría bifacial. Esto no quiere decir que todos los bifaces sean perfectamente simétricos. En primer lugar, la simetría es un logro obtenido después de milenios de perfeccionamiento tecnológico, por lo que no es de extrañar que las piezas más arcaicas sean algo disimétricas. En segundo lugar, la simetría es un criterio tipológico, pero no necesariamente ayuda a crear piezas más efectivas. Es necesario desprenderse de prejuicios estéticos presentistas y no olvidar que los bifaces eran usados en labores duras y variadas: se deterioraban, se desgastaban y se rompían; por lo que, a menudo eran «reparados», retallando sus filos, recuperando sus puntas o refabricándolos completamente. En los museos, y colecciones particulares, suelen exponerse piezas excepcionalmente bellas y modélicas, lo cual es muy didáctico, pero en una excavación arqueológica, la mayor parte de lo que llega a los prehistoriadores son despojos, piezas probablemente desechadas después de una larga y compleja vida como herramientas: han tenido que adaptarse a circunstancias particulares, a necesidades concretas que desconocemos y que, sin duda, alteraron la pieza originaria; por eso, la simetría —connatural al concepto clásico e ideal de bifaz— no siempre se mantiene en piezas arqueológicas reales.

Obviando el problema que se acaba de exponer, por razones prácticas, las siluetas de los bifaces se clasifican en las siguientes categorías:

Las medidas de un bifaz deben tomarse teniendo como referencia el eje morfológico del mismo y orientándolo adecuadamente. Aparte de las tres dimensiones básicas (longitud, anchura, grosor), los especialistas han propuesto otras magnitudes, que pueden llegar a ser muy diversas, siendo las más habituales las que señalan François Bordes (1961[26]​) y Lionel Balout (1967[27]​):

Las dos últimas, es decir, la zona de máxima anchura (a) y la situada a los 3/4 de la longitud (o), son lugares muy adecuados para delinear el contorno de la sección del bifaz y para medir los ángulos del filo (en caso de que no fuese una zona reservada). Estas medidas angulares de las aristas se toman con un goniómetro.

Además, se pueden tomar otras medidas como la longitud del filo (con una cinta métrica elástica o de lona), el peso, la cuerda del filo (en caso de ser un bifaz de bisel terminal transversal), etc. Todas estas medidas, además de usarse en los E.D.A.s sirven para establecer diversos coeficientes tanto morfológicos como técnicos (por ejemplo, la relación entre el peso y la longitud de las aristas cortantes, o la relación entre el percutor y el ángulo obtenido...

Pero los coeficientes más comúnmente usados son los Índices que Bordes propuso para su clasificación morfológico-matemática de lo que él denominó «bifaces clásicos» (Balout propuso otros, pero son muy similares, por lo que no es necesario reincidir en el tema[28]​):




Existen otros índices, al margen de los cuales es necesario insistir en que éstos deben aplicarse a lo que Bordes denomina bifaces clásicos, lo que deja fuera una buena cantidad de ejemplares (bifaces parciales, bifaces de base reservada, bifaces-hendidor, espatulados, de estilo Abbevillense, nucleiformes, diversos...).

Desde los primeros momentos, los pioneros del estudio de las herramientas paleolíticas atribuyeron al bifaz el papel de hacha o, cuando menos, la realización de actividades pesadas. Pronto surgió la idea de que el bifaz era una herramienta de múltiples funciones, no solo cada bifaz era un útil multifuncional, sino que las diferentes formas y tamaños de los diversos ejemplares hacían del tipo en sí lo que se ha dado en llamar coloquialmente «la navaja suiza» del Achelense.

Como acabamos de indicar, el bifaz está destinado a labores pesadas, trabajos de gran dureza; asimismo, cada uno de ellos sirvió para varias tareas diferentes;[29]​ es más, dado que los bifaces pudieron ser reciclados, reafilados e, incluso, refabricados por medio de la talla, a lo largo de su vida útil pudieron servir para cometidos muy desiguales. Por eso, no conviene utilizar el vocablo hacha para referirse a ellos, pues, sin duda, sirvieron para cavar, cortar, raspar, hendir, perforar, golpear... Igualmente, el bifaz —dada su masa— pudo ser, ocasionalmente, aprovechado como núcleo, y, aprovechando la retalla rectificadora o reparadora, obtener lascas que pudieron ser utilizadas como cuchillos o transformadas en útiles especializados por medio del retoque.

Teniendo en cuenta lo anterior, este debe ser considerado un apartado orientativo, basado en conceptos tradicionales, fuertemente arraigados en el llamado «método Bordes» (se trata de una clasificación básicamente morfológica, para algunas escuelas, posiblemente desfasada) pero puede ser útil por lo generalizado de su uso. Esta clasificación es bastante fiable cuando hablamos de los denominados bifaces clásicos,[36]​ que son, justamente, los que pueden ser definidos y catalogados por el sistema de las dimensiones e índices matemáticos, sin que, apenas, sea necesario ningún criterio subjetivo. Sin embargo, esta supuesta objetividad no deja de ser un convencionalismo adoptado por su autor, basándose en su experiencia científica[37]​ y, lo cierto, es que, en la mayoría de los casos, se acomodó a tipos previamente establecidos (redefiniéndolos levemente). Del mismo modo, es posible encontrar una tentativa similar en la obra de Lionel Balout.[8]

A pesar de los intentos de los diversos especialistas por elaborar una tipología sobre los bifaces basada en datos objetivos —especialmente François Bordes y Lionel Balout, que utilizaron las dimensiones como criterio—, numerosos ejemplares han escapado, hasta el momento, a toda clasificación ajena a consideraciones o juicios personales del investigador, o que no necesite una larga experiencia profesional que permita distinguir los matices más relativos. Por esa razón Bordes creó el grupo de los denominados «bifaces no clásicos», es decir, aquellos a los que no pueden aplicarse los índices matemáticos.[42]

Dentro de lo que es la panoplia del Paleolítico Inferior y, más concretamente, del Achelense, los bifaces constituyen un grupo importante, sobre todo en los yacimientos al aire libre (pues, parece ser que, en los yacimientos en cueva, tales objetos eran más escasos, al menos según las hipótesis de L. H. Keeley[30]​). A menudo, los bifaces, debido a su tamaño y a su concepción tecnológica, se han separado radicalmente de los útiles sobre lasca (por ejemplo, raederas, raspadores, perforadores, etc.), es por eso que suele hacerse una distinción entre lo que se denomina grupo de utensilios sobre lasca y grupo de utensilios nucleares. Los bifaces, los cantos tallados y los picos triédricos serían utensilios nucleares, pues es común fabricarlos sobre guijarros, bloques o nódulos de roca; sin embargo, esta agrupación es problemática, pues todos esos tipos fueron fabricados, muchas veces, también sobre lascas, aunque, bien es cierto, de mayor tamaño. Otra propuesta habitual es hablar de los útiles sobre lasca como «microindustria», por oposición al tamaño general de la denominada «macroindustria» —que son los mismos tipos citados anteriormente, más los hendidores—. De nuevo aparecen problemas, pues existen raederas tan grandes como bifaces o, si se quiere, bifaces tan pequeños como raederas (y, lo mismo ocurre con los demás tipos mencionados). Al margen de esto, asociar los bifaces con cantos tallados y hendidores es, desde cualquier presupuesto, un problema.

Otro tipo de asociación de los bifaces es la de los otros útiles foliáceos bifaciales del Paleolítico Inferior y, sobre todo, del Paleolítico Medio del Viejo Mundo. La diferencia radica en su acabado mucho más fino y mucho más ligero, realizado sistemáticamente con percutor blando, y en una morfología más especializada que sugiere, asimismo, una función específica, tal vez, como punta de proyectil o como cuchillo.[46]​ Como botón de muestra tomamos utensilios bastante conocidos por la literatura clásica especializada:

Cuando, siglos atrás, surgió el debate sobre la evolución, y sobre todo, sobre el origen del ser humano, muchos se negaron a aceptar el parentesco de los humanos con seres inferiores. Los primeros hallazgos de fósiles humanos, como los neandertales o los pitecántropos (torpemente interpretados), parecían corroborar que descendíamos de salvajes carentes de inteligencia, que habían sobrevivido solo gracias a su fuerza bruta. El bifaz jugó un papel más importante de lo que se piensa para romper este prejuicio. Las publicaciones de John Frere, en Inglaterra, y, sobre todo, de Boucher de Perthes, en Francia, a lo largo del siglo XIX (labor pionera equiparable a la que por esas fechas realizaría Juan Vilanova i Piera en España; seguido por José Pérez de Barradas y Casiano del Prado, ya en los inicios del siglo XX), mostraban piezas de factura excelente, equilibrada, llena de simetría y de una pureza formal asombrosa. Tales herramientas solo podían haber surgido de mentes inteligentes —e incluso numinosas—, con cierto sentido de la estética:

Tal como explica André Leroi-Gourhan,[49]​ para periodos tan remotos conviene preguntarse qué es lo que se entiende por arte, sobre todo, teniendo en cuenta las diferencias psicológicas entre los humanos «no modernos» y nosotros. La documentación arqueológica que maneja, lleva a este autor a asombrarse ante la rápida progresión hacia la simetría y el equilibrio, de tal manera que reconoce en muchos útiles prehistóricos la belleza en el sentido más estricto, que aparece —según él— en el curso del Achelense, es decir, muy pronto:

Sin embargo, no debemos perder la perspectiva: muchos autores solo se refieren a piezas excepcionales; la mayoría de los bifaces tienden a la simetría, cierto, pero no necesariamente despiertan un sentido estético. En la mayoría de los casos estamos hablando de series seleccionadas con las piezas más llamativas, sobre todo aquellas que se realizaron en el siglo XIX, o a principios del XX, cuando el desconocimiento profundo de la tecnología prehistórica no permitía reconocer claramente la acción humana en los objetos más toscos; otras veces son colecciones de aficionados, cuyos intereses no son científicos, por lo que recogen solo la crema, lo que consideran más destacable, abandonado los elementos más humildes que, a veces, son la clave de la interpretación de un yacimiento. Sin embargo, hay excepciones; existen yacimientos estudiados por especialistas de metodología estricta, donde los bifaces son abundantes y magistralmente tallados, lo que lleva a expresar la admiración que producen tales obras:

El descubrimiento, en 1998, de un bifaz oval, de excelente factura, en la Sima de los Huesos de Atapuerca, mezclado con los restos de fósiles de Homo heidelbergensis avivó esta controversia. Dado que se trataba del único vestigio lítico de esta sección del yacimiento (que, tal vez, podría ser un cementerio), unido a las cualidades de la pieza, hicieron que recibiese un trato especial, incluso fue bautizado como Excalibur y se convirtió en una pieza-estrella.[51]​ Algunos se han atrevido a considerarlo una ofrenda funeraria, lo que puede ser cierto o no, pero, científicamente es imposible de contrastar y ni siquiera debería ser una hipótesis válida (al menos de momento). Sin embargo, la consideración simbólica de este ejemplar, en particular, y de los bifaces, en general, se ha multiplicado en los últimos años, alimentando el debate y la literatura, no siempre científicos.

Como contrapunto, se ofrece aquí la opinión del profesor Martín Almagro Basch, que fue catedrático de la Universidad Complutense de Madrid:[52]

Lo que parece quedar claro de esta controversia, al menos, es que el bifaz podría ser interpretado como un signo de inteligencia. Pero, lo paradójico, es que, dentro de la panoplia Achelense, el bifaz es uno de los útiles más sencillos de fabricar y no requiere tanta planificación como otro tipo de objetos, generalmente sobre lasca, mucho menos llamativos, pero, sin lugar a dudas, más sofisticados.

Se ha comentado más arriba que los bifaces típicos aparecen hace más de un millón de años.[53]​ Aunque ahora se sabe que son patrimonio de varias especies humanas, de las que el Homo ergaster parece ser la primera, hasta 1954 no hubo pruebas sólidas sobre quién fabricaba los bifaces: ese año, en Ternifine (Argelia), Camille Arambourg descubrió restos de lo que llamó "Atlántropo", junto a algunos bifaces.[54]​ Todas las especies asociadas a bifaces (desde Homo ergaster hasta neanderthalensis) demuestran una inteligencia avanzada que en algunos casos va acompañada de rasgos tan modernos como una tecnología relativamente sofisticada, sistemas de defensa contra las inclemencias climáticas (construcción de cabañas, dominio del fuego, ropa de abrigo), ciertos testimonios de pensamiento espiritual (primeros indicios artísticos, como el adorno corporal, el grabado de huesos, el tratamiento ritual de los cadáveres, el desarrollo del lenguaje articulado, etc.). El bifaz no debe ser considerado más que uno más de los muchos síntomas del desarrollo intelectual de los humanos primitivos.



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