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Certeza



La certeza es la seguridad factual (constatación) que se tiene como garantía de un enunciado, del grado de verdad o falsedad, de la tautología proposicional en un silogismo o en general del conocimiento sobre un asunto.

Un alto grado de certeza, comporta una conciencia sobre ciertos hechos que se admiten sin sombra de duda, con alta confianza en que lo sabido sobre tales hechos sería verdadero y válido. Basada en la evidencia supone un conocimiento comunicable y reconocible por cualquier otro entendimiento racional. Un bajo grado de certeza es una situación en la que el conocimiento estaría más o menos cerca de la ignorancia. En una situación así, no es posible afirmar algo con seguridad.

Entre estos dos extremos en el grado del conocimiento situamos un conocimiento que no es perfecto y no ofrece la suficiente confianza en su validez por lo que pueden darse dos situaciones:

En la opinión, como afirmación débil, puesto que no hay evidencia plena,[3]​ intervienen, por otro lado, factores no estrictamente cognoscitivos como es la influencia del "querer" o el "deseo", lo que solemos llamar voluntad, y factores culturales e ideológicos.

La distinción entre certeza y conocimiento es importante. Evita la confusión que se produce cuando las afirmaciones ideológicas o de creencias pretenden establecerse como certezas de conocimiento verdadero en el mismo plano y ámbitos cognoscitivos propios de la ciencia. La certeza respecto a una verdad no basada en el conocimiento (creencias basadas en la tradición, en la religión, ideologías etc.), debe considerarse como pertenecientes a otra esfera independiente del conocimiento y comprendida en un concepto diferente: la fe, la confianza, la seguridad en el reconocimiento social, etc.

A partir de tales creencias tenidas como verdades se deducen formalmente, como argumentos, consecuencias que se consideran verdades cognoscitivas indudables como explicaciones. En algunos casos tales explicaciones pueden ser "feroces".[4]

Las creencias como certezas no cognoscitivas tienen un valor importante en la vida humana, porque son un fundamento para la cohesión social; su utilidad social es producto de una "tradición" que se aprende por "culturación" y no son discutibles, ni están sometidas a método alguno de control crítico. Pero no pueden ser consideradas en el mismo plano y con el mismo contenido de verdad que las verdades de la ciencia, al estar éstas sometidas a criterios bien definidos y consensuados por la Comunidad científica.[5]

La problemática que plantean la certeza y la opinión es muy compleja. Por ello hay diversas interpretaciones y valoraciones o sentidos en el ámbito del conocimiento y de la vida social a lo largo de la historia. ¿Es posible la evidencia?

Dos modos extremos de concebir el conocimiento:


Para el objetivismo la opinión es fruto de un conocimiento imperfecto, por tanto un defecto, una carencia, y se supera mediante el esfuerzo para llegar a la ciencia en la que se manifiesta el conocimiento de la Verdad con mayúscula, como tal, necesaria, que se muestra en la descripción del mundo mediante leyes generales necesarias. Se supera así el estado de opinión propia de un conocimiento vulgar e insuficiente, porque el conocimiento científico, la ciencia, confiere una validez que permite la certeza.

Para el escepticismo por el contrario el estado de opinión es el estado propio del hombre, incapaz de alcanzar el conocimiento objetivo de la Verdad. La verdad, con minúscula, es algo provisional sometida a las condiciones subjetivas de la experiencia y a las condiciones sociales de la cultura y del poder.

Los primeros creen en la verdad de la ciencia como verdad objetiva y necesaria y por tanto inmutable, una vez alcanzada. Es el fundamento de los racionalismos, logicismos e idealismos objetivos o absolutos.

Por el contrario los segundos piensan que el estado propio del conocimiento humano es la opinión. La ciencia no es más que una generalización de la experiencia y no tiene sentido una verdad inmutable. Es el fundamento de los sofistas, los escépticos en la Edad Antigua, de los nominalistas en la Edad Media y en la edad moderna de los empiristas.

Naturalmente entre estas dos concepciones extremas existen multitud de formas y variantes que evolucionan a lo largo de la historia del pensamiento.

Los objetivistas clásicos, Platón[9]​ y Aristóteles y, sobre todo, su influencia histórica a través del neoplatonismo y el cristianismo hasta la Edad Moderna, consideraron el conocimiento como resultado de la acción del entendimiento capaz de intuir lo real.

El conocimiento como resultado depende del grado de realidad del objeto conocido.

Lo real, lo que verdaderamente es una cosa, no cambia mientras exista la cosa, es lo que es y no puede dejar de serlo, aunque cambien sus apariencias accidentales. Sin embargo lo que cambia deja de ser lo que era, por lo que su conocimiento es provisional y depende del momento y las circunstancias.

Por ello distinguieron entre el conocimiento intelectual, propio del entendimiento, y el conocimiento de los sentidos, propio de la experiencia. El primero conoce por medio de los conceptos o ideas. El segundo por medio de las sensaciones.[10]

El objeto de conocimiento de la experiencia sensible cambia; es subjetivo depende del sujeto que lo experimenta; condicionado al aquí y ahora, a las condiciones del espacio y del tiempo; es individual, sólo sirve para el objeto conocido concreto; y sólo es verdadero en un momento dado, pero al siguiente puede no serlo. El resultado es un conocimiento cuya verdad es probable y no segura; por eso solo puede fundar la creencia o la opinión.

Por el contrario el conocimiento del entendimiento, no depende del sujeto, es objetivo[11]​ el concepto representa lo esencial; es permanente e inmutable; universal y necesario. Por todo ello constituye la ciencia.

Lo característico de la ciencia, es ser un conocimiento universal (que abarca a todos los seres encuadrados dentro de la misma esencia o la misma forma) y necesario por la ley de la naturaleza de las cosas, bien sea entendida ésta como participación en las ideas según Platón y el platonismo; por vía de la finalidad del desarrollo de las formas según Aristóteles; o bien como ambas, resultado de las ideas de Dios plasmadas en las formas por la Creación, según la síntesis cristiana de Santo Tomás.

El concepto universal y su expresión lingüística reflejan adecuadamente el conocimiento. Por tanto la proposición, o mejor dicho el juicio[12]​ sobre lo real, es verdadero de la misma manera que el conocimiento objetivo lo es en función del objeto conocido. La verdad está fundada en el objeto en cuanto que este por necesidad de su ser es verdadero.[13]​ Un juicio falso no es por tanto un conocimiento. Pero el juicio verdadero es un juicio categórico. Y las deducciones a partir de los juicios categóricos producen un razonamiento o argumento silogístico categórico. Es decir expresan verdades no condicionadas sino que responden a la realidad tal cual.

Por esto dirá Santo Tomás que la verdad es la “adecuación del entendimiento y la cosa”, porque en la simple aprehensión del objeto por el entendimiento no puede haber error. El error se da en la afirmación del juicio cuando se atribuya un predicado que no corresponda a la realidad del sujeto.

En definitiva:

El conocimiento se caracteriza por ser necesariamente verdadero (episteme). Las creencias y opiniones basadas en la experiencia o en las tradiciones culturales (ignorantes de la verdadera realidad de las cosas) quedan relegadas al ámbito de lo probable y lo aparente.

Esta vinculación entre conocimiento-verdad-necesidad forma parte de toda pretensión de conocimiento filosófico o científico, en el pensamiento tradicional.

En este período, una vez cristianizada la cultura clásica, se puede entender que el escepticismo o la opinión, designado como pirronismo en honor a Pirrón como escéptico famoso, fuera mal considerada y combatida[14]​como pretensión de verdadero conocimiento.

Sin embargo los cristianos introdujeron un sentido de la opinión dependiente de la voluntad y de la Gracia Divina que, en su aplicación al conocimiento por la Fe, hizo a la opinión capaz de producir conocimientos partícipes de la certeza como verdad plenamente poseída.

Opinión porque es un conocimiento respecto a un objeto que no es intuido por el entendimiento, y por eso es opinión. Pero al mismo tiempo certeza por ser objeto de la Fe religiosa que excluye un conocimiento probable.[15]

Confusión entre opinión y certeza fuente de numerosos conflictos sociales, religiosos y políticos por la intolerancia a que esto da lugar, pues el concepto clásico de opinión como conocimiento probable está abierto a la tolerancia de opiniones diversas.[16]

En la Baja Edad Media y el Renacimiento[17]​ se plantean nuevos modos de pensar.

Pero es Descartes quien en el siglo XVII plantea un punto de partida completamente nuevo. El punto de partida de la reflexión filosófica pienso luego existo señala un nuevo modo de concebir el conocimiento y sobre todo la certeza. Ahora ésta se basa no en el conocimiento en tanto que verdad respecto al objeto, sino en la conciencia de que efectivamente lo es. No se trata ahora tanto de su verdad cuanto de su validez.

Esto sólo es posible mediante un criterio de evidencia que se produce en la conciencia examinando la proposición o el juicio en la que dicho conocimiento se expresa. Pues la posibilidad de un conocimiento más allá de la conciencia no es posible si no es basado en la evidencia de la idea innata[18]​ de Dios como ser perfecto que garantiza que dicho conocimiento evidente es real y objetivamente verdadero, comenzando por la propia idea de Dios como ser perfecto.[19]

El problema pues se convierte ahora en un problema epistemológico en cuanto validez del contenido y no por el objeto en cuanto tal. La validez del contenido se muestra en la evidencia de unos principios ideas innatas y su ampliación por medio de la deducción, como evidencias sucesivas, a partir de ellos. De ahí la importancia que adquiere la lógica inspirada en el desarrollo de las matemáticas y el método en la investigación científica.[20]

Es la propia conciencia en la posesión de la verdad la que establece la validez epistemológica del objeto en tanto que objeto percibido. El valor de verdad para el conocimiento es la certeza basada en la evidencia de unos principios y la deducción a partir de los mismos.[21]

En Lógica empírica puede verse cómo pudo desarrollarse este planteamiento en el crecimiento de la nueva ciencia moderna.

Tal es el planteamiento racionalista, frontalmente combatido por los empiristas que, al no aceptar las ideas innatas como principios, tampoco pueden aceptar la validez del conocimiento evidente fuera de las relaciones lógico-formales, o relación de ideas como ellos las llamaron. No es posible alcanzar la objetividad del conocimiento más allá de la experiencia subjetiva.

Para los empiristas la única fuente de conocimiento es la experiencia y por tanto el conocimiento es probable, es opinión. No es posible la certeza ni siquiera en la ciencia, que únicamente supone una generalización de las expectativas generadas por el hábito y la costumbre de que las cosas hasta ahora son así.[22]

Es una nueva forma de entender el conocimiento que intenta unificar el racionalismo y el empirismo mediante el pensamiento crítico. El padre de este intento es Kant.

Kant, ante la postura del empirismo extremo de Hume que niega la posibilidad de una ciencia necesaria, pretenderá justificar la ciencia que se muestra en la Física de Newton como un éxito incuestionable.

La solución que propone Kant supone que lo real, en tanto que conocido, se percibe[23]​ y se comprende[24]​ conforme a unas condiciones subjetivas y a priori por las cuales adquiere la condición de objeto cognoscible. Dichas condiciones siendo subjetivas, son comunes a toda la especie humana, por lo que el conocimiento se refiere a un objeto como fenómeno determinado por esas condiciones universales y necesarias para el hombre; pero no sería así, sino de otra forma, para otro ser que tuviera otras condiciones sensibles u otras categorías conceptuales.

A través de dichas condiciones objetivas, el conocimiento adquiere la cualidad de universalidad y necesidad propias del conocimiento científico, pero sometidas al conocimiento humano.

Pero si bien con esto se salva la condición del conocimiento científico como válido y por tanto con certeza, por otro lado la ciencia queda limitada al conocimiento dentro de dichas condiciones subjetivas, es decir a lo fenoménico.

Bien pronto la misma ciencia demostró las condiciones subjetivas del conocimiento con respecto a la sensibilidad, aunque ya desde antiguo se sabía que las percepciones sensibles no eran objetivas y era un fuerte argumento empirista.[25]

En el subjetivismo lo real se piensa al margen de las percepciones que se dan en la conciencia y sin las condiciones críticas propias de la ciencia, la comprobación empírica, la experimentación. Por eso sus contenidos son metafísicos[26]​ y convienen a la opinión como creencia o fe religiosa natural o como discurso ideológico.[27]

Este modo de pensar inevitablemente conduce a los diversos tipos de idealismos de la conciencia guiada por la Razón. Estos desarrollan los ideales de la razón no en función del orden del conocimiento fundado en la evidencia ontológica sino en la construcción o realización de la Verdad como Ideal de la Razón (pensamiento) que se realiza (se hace real) en la praxis, en la acción.[28]

La Razón, con mayúscula, a través de la Humanidad genera la Verdad como Realidad, también con mayúsculas, a partir de su pensamiento dialéctico. Por otro lado el hecho histórico de la Revolución Francesa, constituyó un ideal de praxis social que dio lugar a lo que podríamos llamar "ideal de liberación" de los mitos y prejuicios ideológicos y religiosos tradicionales, encarnando lo que se ha dado en llamar Modernidad.[29]

La ciencia, por su parte, durante el siglo XIX y principios del XX, mostrará un discurso potente de éxito en el dominio de la Naturaleza en unión con la técnica. Lo que da lugar al cientificismo. El pensamiento no estrictamente científico, que engloba todo lo que no sea directamente experimentable, engrosará el ámbito de la opinión legitimada en un discurso o relato ideológico.[30]

A lo largo del siglo XIX principios del XX surgieron multitud de escuelas y modos de entender la posibilidad del conocimiento. Los discursos filosóficos incluyen la praxis ideológica y política por lo que no es fácil separar lo estrictamente relativo al conocimiento con respecto a lo que tiene de discurso ideológico.[31]

En lo referente al progreso del conocimiento científico se impuso durante el siglo XIX y comienzos del XX el Positivismo entendido como una "vuelta a las cosas", mostrando que, con su alianza con la técnica, alcanzaba el dominio de la Naturaleza y la organización social.[32]

El cientifismo considera que:

Según este modo de pensar se considera metafísica todo conocimiento que no se atenga estrictamente al patrón predeterminado de "ciencia"; y la pretensión de certeza sobre dichos conocimientos como ideológicos.

La función de la Filosofía consiste en establecer lo que es y no es ciencia y la depuración del lenguaje hacia el ideal de una formalización del lenguaje científico.

Esta pretensión se hizo explícita en el Neopositivismo, Círculo de Viena, si bien su misma pretensión de una Enciclopedia Unficada de la Ciencia resultó finalmente invalidada por los mismos postulados del neopositivismo lógico.

La aparición de las paradojas lógicas de Russell, Cantor, etc. y la demostración del Teorema de Gödel, vinieron a dar al traste con tales pretensiones y a una revisión de los postulados básicos del fundamento del conocimiento científico.

Al mismo tiempo la ruptura de un espacio-tiempo absoluto newtoniano por la Teoría de la Relatividad así como la llamada Física cuántica y el Principio de Incertidumbre de Heisenberg vinieron a poner en cuestión tal ideal de ciencia en el primer tercio del XX.

Surgen entonces nuevas formas de entender la ciencia; y los conocimientos empiezan a ser diferenciados dentro del campo del saber, entendido este como saberes múltiples.[33]

En realidad ningún relato, discurso o toma de posición puede prescindir de elementos ideológicos, es decir de un metarrelato que lo legitime. Ni siquiera la ciencia se libra de ello,[34]​ aunque represente el logro de conocimiento más próximo a una certeza de verdad objetiva. Precisamente porque dice de sí misma que no establece verdades fijas y sólo pretende acercarse de forma provisional y asintótica a la realidad, Karl Popper.

A partir de entonces[35]​se profundiza en la construcción y significación de los discursos o relatos en los que se legitiman las creencias individuales y sociales, y la misma ciencia,[36]​ adquiriendo enorme importancia los juegos del lenguaje,[37]​ la Lingüística, la Semiótica y la Hermenéutica.

Finalmente, en el último tercio del siglo XX, el lenguaje informático transforma radicalmente y condiciona el discurso científico[38]

El discurso de la ciencia es un discurso más, eso sí caracterizado por su exigencia y método,[39]​ pero legitimado, como todos, por estructuras sociales y poderes políticos y económicos que la subordinan al poder: la medida de su legitimidad social es su operatividad y eficacia. Una situación nueva en la ciencia que degenera en un uso o juego performativo del lenguaje de la mano del poder.[40]

Lo que abre paso a la situación actual posmoderna.

La ciencia ofrece un conocimiento con un indudable valor de verdad objetiva, validez epistemológica, que no quiere decir absoluta; y es la expresión del conocimiento humano mejor fundada y justificada; pero la ciencia hoy día también es consciente del ámbito de conocimiento propio al que puede aspirar que no permite llegar a realizar el grado del "saber" perfecto y completo. Tal fue el intento fracasado del neopositivismo con su intento de "Enciclopedia Unificada de la Ciencia". Hoy predomina la posmodernidad.

La ciencia actual justifica un conocimiento objetivo de la realidad; y dentro del límite de su ámbito del conocer, considera la evidencia de sus teorías como provisionales[41]​ y siempre estarán referenciadas o condicionadas a un sistema incompleto.[42]​ A veces se confunde esta limitación fundamental de la ciencia con la idea de que no existe verdad objetiva alguna. Para algunos todo es por igual "opinión" considerando cualquier opinión con el mismo grado de validez que cualquier otra opinión, al margen de los contextos en que tales opiniones encuentran su fundamento.

La multitud de relatos o narraciones tradicionales y competencias lingüísticas según diversas legitimaciones no pueden ser consideradas en un plano de igualdad respecto a la opinión fundada y justificada, sin tener en cuenta el grado de conocimiento que dichos relatos implican. Es lo que se ha dado en llamar el multiculturalismo.[43]

Cuando el grado de posesión de verdad de cualquier opinión se equipara a la validez epistemológica de la ciencia, en realidad se legitiman las creencias inducidas por las tradiciones, los poderosos medios de comunicación social, la propaganda comercial o política. A veces estas opiniones se presentan como «estados de opinión apoyados o fundados en la propia ciencia». Un discurso performativo de los contenidos socialmente aceptados por la legitimación del discurso emanado del poder.Peligro que afecta incluso a la ciencia en cuanto controlada y dominada por los poderes políticos y económicos.[44]

La complejidad de los sistemas y «programas de investigación científica»[45]​ así como su dependencia de los poderes económicos y políticos, hacen que la verdad científica pueda quedar oculta en multitud de formas y perspectivas culturales, siendo los conocimientos cuestiones de "expertos".[46]

Hoy sabemos con certeza que en la polémica científica sobre el cambio climático, muchas investigaciones científicas nacen pagadas por «intereses económicos» que buscan la defensa de los mismos más que la verdad como tal. La financiación de la investigación científica acaba plegada a los intereses del poder económico o político. Es notable el hecho de que una fuente muy importante de la investigación científica nace en el ámbito de la defensa de intereses militares.

La posmodernidad se caracteriza a través de un «pensamiento débil»,[47]​ el «fin de la Historia» una vez realizado el «ideal neoliberal» que supone el fin de las utopías y las ideologías.[48]​ o un «choque de civilizaciones» en que Occidente y Oriente se enfrentan, una vez que ha caído el muro de Berlín.[49]

De hecho la sociedad democrática favorece un ambiente de escepticismo generalizado y amplia tolerancia de opiniones; la libertad de expresión y la democracia genera también confusionismo por falta de fe, confianza y seguridad en el reconocimiento social.

Quizás por esto se está produciendo en los últimos años en determinadas sociedades y ámbitos culturales determinados una reacción en busca de certezas fundamentalistas con un grave peligro de intolerancia social hacia los no-creyentes o diferentes.[50]

No obstante también es cierto que los conocimientos científicos avanzan imparables, al mismo tiempo que su transmisión encuentra medios de expresión en "redes" que, como Internet, hacen posible una transmisión del conocimiento en un ámbito de mayor libertad e independencia. Tal es el caso de Wikipedia.

El problema es poder discernir cuándo nos encontramos con las opiniones genuinas de la ciencia, lo que obliga al ciudadano a formarse unos criterios para entender el “juego científico”, o la formalidad del lenguaje adecuado al contenido que se trata. Por otro lado obliga a enriquecer, distinguir y ejercitar diversos criterios para establecer el nivel en que se trata un contenido cognoscitivo y el contexto en que se trata. Lo que hoy se estudia como lógica doxástica o ejercicio de virtudes epistémicas.[51]

Lo que, si bien supone depender en cierto modo siempre de los expertos, al menos será con un conjunto de criterios que nos garanticen un juicio crítico pertinente.

Cuando generamos una opinión sin certeza y sin tener bien claros los temas de los que queremos dar nuestra opinión, entramos en un gran dilema ya que no se tiene un conocimiento sobre tal. Pero cuando logramos aceptar nuestra poca capacidad de entendimiento hacemos por investigar y aprenderlo. Para ahora sí tener la certeza y dar nuestra opinión. Por lo tanto si queremos hacer una opinión y tener la certeza de su veracidad, debemos hacer una investigación previa (donde podamos basar nuestros argumentos), si bien se mencionó anteriormente las dudas nos pueden ayudar para tener mayor conocimiento, siempre y cuando las cuestiones sean planteadas antes de afirmar o negar algo con seguridad. Una buena recomendación sería que, si nos encontramos con baja certeza o criterio sobre algún tema, dudemos y tengamos la curiosidad de investigar aquello que desconocemos para así tener una amplia perspectiva sobre el tema en cuestión. El estudio y la crítica entonces serán esenciales para poder tener un claro juicio sobre el mismo.[52]



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