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Escultura en España



Escultura en España o española son denominaciones historiográficas para las producciones escultóricas del arte en España a lo largo de su historia.[2]​ El uso de la expresión "escuela española de escultura" es más ambiguo, pero también se da en la bibliografía.[3]

Con la excepción de la llamada Dama de Arlanpe (una representación esquemática de unos 17.500 años de antigüedad grabada en una cueva de Vizcaya, sobre un bloque de caliza de 70 kg., que sería uno de los ejemplos más antiguos del tipo Gönnersdorf-Lalinde),[4]​ no se han encontrado en la parte española de la zona franco-cantábrica más muestras de las "venus paleolíticas", pero sí abundan otros tipos de manifestaciones escultóricas, tanto en relieve como en bulto redondo, y en distintos materiales.

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Venus de Gavá.

Relacionadas con la escultura fenicia están las escasas pero refinadas muestras conservadas de la tartésica en el suroeste peninsular, que serían las más antiguas producciones escultóricas de una civilización protohistórica en España.

En el norte peninsular se han conservado los petroglifos galaico portugueses (de datación controvertida, pues derivan de una tradición mantenida en la zona desde época postpaleolítica) y las estelas cántabras.

La escultura celta de la zona centro-occidental está representada fundamentalmente por los verracos, figuras de animales que se asemejan a toros, protectores de la ganadería. Son característicos los Toros de Guisando (actual provincia de Ávila).

Más desarrollo tuvo la escultura entre los iberos, que además de tener también escultura animalista (Bicha de Balazote, Pozo Moro), tiene como piezas principales las llamadas "damas ibéricas", representaciones de diosas o sacerdotisas, ricamente ataviadas, como la célebre Dama de Elche o la Dama de Baza. Es dudosa la determinación de la influencia púnica en estas esculturas,[6]​ del sureste peninsular, así como su cronología; mientras que no hay duda alguna del carácter púnico de las procedentes de las necrópolis cartaginesas en Ibiza.[7]

Dama de Ibiza.

Dama de Elche.

Dama de Guardamar o de Cabezo Lucero.

Gran Dama Oferente del Cerro de los Santos.

Dama de Baza.

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Durante los mejores tiempos de la dominación romana se tallaron en la Península notables imitaciones de las clásicas esculturas mitológicas de Grecia y Roma y acabados retratos de emperadores en busto y en estatua así como preciosos relieves en algunos sarcófagos y bellísimos entalles en piedras finas de joyería[15]​ (especialmente, en la antigua Clunia de donde se han extraído gran cantidad) según lo demuestran los frecuentes hallazgos que figuran en diferentes Museos españoles. Sobresalen entre estas obras:[16]

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Se han encontrado, además, en toda la Península numerosos idolillos de bronce y de barro cocido representando generalmente a Hércules[20]​ y Mercurio con sus respectivos atributos y otros varios objetos de pura ornamentación escultórica.

El más notable sarcófago es el de Husillos (actual provincia de Palencia), con relieves mitológicos. El sarcófago de Covarrubias, que algunos han considerado como cristiano, es un bisomo de mármol de sabor pagano que puede remontarse al siglo III. En su frente lleva el retrato de los difuntos (dos cónyuges) en un clípeo central, flanqueado por curvas llamadas estrígiles; en los extremos de la misma cara se representan escenas pastoriles. Sirvió de sepulcro desde el siglo X a doña Sancha de Pamplona, mujer del conde Fernán González.

Torre de los Escipiones, Tarraco.

Baco de Aldaya.

Diana cazadora, Itálica.

El sepulcro de Doña Sancha entre otros (medievales) de la Colegiata de Covarrubias.

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La escultura paleocristiana se halla especialmente representada por los sarcófagos, ricamente decorados muchos de ellos con estrígilos, escenas bíblicas y representaciones alegóricas. Destacan el de Leocadius en Tarragona y el de la Iglesia basílica de Santa Engracia en Zaragoza. También se conservan algunas estatuas exentas, como varias con el tema del Buen Pastor, laudas sepulcrales y mosaicos que por su técnica y sentido del color siguen los modelos romanos.

Preliminares remotos de la escultura románica española fueron los relieves visigodos y los de las construcciones asturianas de tosca factura.

La escultura andalusí tuvo un desarrollo muy limitado a causa del aniconismo islámico, pero aun así hay algunas producciones figurativas. Lo que sí está muy presente es la decoración geométrica o vegetal en frisos y relieves.

Las corrientes artísticas de todas las procedencias que invadieron España en los siglos de la Reconquista, sobre todo, en los siglos XI y XII dieron por resultado un espléndido florecimiento del arte escultórico. Pero tomó éste un carácter tan variado y ecléctico que es muy difícil distinguir en cada monumento las filiaciones o influencias a que debe su origen artístico y la parte que en él haya tenido la inventiva local. Por lo mismo, en vez de escuelas artísticas se puede hablar de grupos regionales.

En general, se nota que las obras españolas de alguna importancia ofrecen una mayor tendencia al realismo o imitación de la naturaleza y al detalle individual que sus similares del extranjero, además del eclecticismo que forma su carácter. Y para evitar equivocaciones en la cronología de los monumentos, conviene tener presente que no era raro en aquella época labrar los capiteles y otros relieves de los edificios mucho tiempo después de la construcción de éstos durante la cual se dejaban con alguna frecuencia los capiteles simplemente desbastados para después trabajarlos con mayor calma.

En la región catalana, se observan visibles influencias de las escuelas de Toulouse[22]​ y provenzal[23]​ en las figuras que adornan los capiteles y en otros relieves de los claustros, sobre todo, en el de la catedral de Gerona y en el de San Cugat del Vallés. Pero no se descubren tales injerencias sino que más bien debe reconocerse un tipo excepcional, en la soberbia portada del monasterio de Ripoll, acaso de filiación lombarda. Este precioso monumento, que en su labor escultórica parece datar de finales del siglo XI a pesar de su relativa perfección o bien de la segunda mitad del siglo XII, presenta zonas horizontales de relieves figurando pasajes o episodios bíblicos en el paramento en que se abre el arco abocinado de la puerta, el cual, a su vez ostenta variados relieves y se apea en columnillas ornamentadas y en sendas estatuas-columnas. De principios del siglo XIII son ya las labores románicas del claustro catedralicio de Tarragona y las de la catedral vieja de Lérida (continuadas a lo largo del mencionado siglo) ambos monumentos de tipo ecléctico sin exclusión de influencias musulmanas.

Claustro de San Cugat.

Capitel del claustro de San Cugat

Friso en el claustro de la catedral de Gerona.

Capiteles del claustro de la catedral de Tarragona.

Detalle del pórtico del claustro de la catedral vieja de Lérida.

En la región aragonesa sobresalen los claustros de San Juan de la Peña y San Pedro el Viejo ambos del siglo XII en las esculturas de sus capiteles, muy vigorosas y muy geniales pero de tosca ejecución y con alguna influencia de la escuela de Toulouse.

La Catedral de Jaca posee un rico muestrario de escultura en capiteles y ménsulas.

En la comarca de las Cinco Villas (norte de la actual provincia de Zaragoza) son evidentes los recuerdos de las escuelas de Borgoña y de Poitou en algunas portadas de iglesias parroquiales del siglo XII y principios del siglo XIII como las de Santa María de Uncastillo y Sádaba.

La región de Navarra se vio poderosamente influida por el arte de los benedictinos franceses, tosco en el siglo XI y primera mitad del XII, como lo manifiestan el pórtico de Gazólaz y algunas obras de los monasterios de Leyre e Irache. Pero muy espléndido en lo restante del último siglo y en el siguiente, como lo prueban algunas ricas portadas que denuncian la influencia de la escuela de Saintonge y la de Borgoña. Se atribuye a los monjes cluniacenses el florecimiento escultórico de Navarra y se observa la oposición artística entre ellos y los cistercienses tan sobrios en ornamentación figurada, siendo el monasterio de Leyre (que pasó por alternativas de dominio de unos a otros) el que resume todas las vicisitudes del arte plástico en Navarra desde el siglo IX hasta el XIII inclusive. Los relieves de la magnífica portada de la catedral de Tudela labrados en la primera mitad del siglo XIII, pueden considerarse ya como góticos, aunque de sabor arcaico.

En los reinos de León y Castilla fue determinante para la proliferación del estilo románico el paso del Camino de Santiago, que atravesaba de este a oeste la Submeseta Norte. Desde aquí se extenderán los influjos de este arte a regiones más apartadas, gracias a los monasterios benedictinos que se fundaron en gran número protegidos por los reyes leoneses y castellanos. Varios fueron los núcleos y focos destacados del románico castellano, destacándose los de Segovia, Ávila (donde será muy influyente la obra de la Basílica de San Vicente y su sepulcro), Soria, Palencia (muy destacable la iglesia de San Martín de Frómista con valiosos capiteles, y la cercana Carrión de los Condes), Burgos, donde el Monasterio de Silos creará una escuela autóctona, Salamanca y Zamora con sus catedrales como centros irradiadores, y el gran centro que fue la basílica de San Isidoro de León, donde trabajaron algunos de los más originales artistas del Románico hispano.

En la región gallega debe reconocerse como centro artístico para su escultura la catedral de Santiago de Compostela por sus antiguas portadas y su admirable Pórtico de la Gloria. Los relieves de las dos portadas del crucero (hoy en la del Sur, pues la del Norte fue destruida en el siglo XVIII y rehecha en estilo renacentista) acusan influencia de la escuela de Toulouse y datan de los años 1137-1143. Pero los relieves y estatuas del famoso Pórtico debidas como toda la fábrica al inspirado maestro Mateo y terminadas en 1188 revelan un genio artístico independiente y superior a todas las escuelas de su tiempo. La obra de escultura del Pórtico se desarrolló en las tres puertas de este correspondientes a las tres naves del templo y formadas por los respectivos arcos redondos y abocinados, que insisten sobre series de columnillas románicas. Su composición artística es, en breve resumen, como sigue: debajo de las columnillas aparecen como subyugados y oprimidos diferentes monstruos que simbolizan los vicios morales. En el parteluz de la puerta central (única que lo tiene y en el cual apoya el dintel con su tímpano) se fija la estatua sedente del apóstol Santiago y a la misma altura sobre el primer cuerpo formado por el conjunto de las demás columnillas se apoyan las estatuas de todos los apóstoles y de muchos profetas, cada uno con su libro o su filactería donde se inscribió alguna sentencia alusiva al personaje. En el tímpano se ostenta la imagen de Cristo sentado en su trono quedando a sus lados los cuatro evangelistas, de aspecto juvenil y con sus atributos propios, quedando el resto del tímpano lleno de figuras de ángeles y santos. En las arquivoltas de dicho arco central se destacan veinticuatro figuras representando los misteriosos ancianos del Apocalipsis para completar la idea del cielo. Mientras que en las arquivoltas del arco lateral izquierdo otras figuras representan el limbo de los Santos Padres y en el derecho, el purgatorio y el infierno.

No es posible dar con otro monumento de aquella época donde llegan a unirse tan bella y ordenada composición, con tanta sobriedad y relativa calma de las actitudes y a la vez con una ejecución técnica tan propia y expresiva. A su imitación o por su influencia se labraron en el siglo XIII otros pórticos y portadas de iglesias, siendo el que más de cerca le sigue aunque de más acentuada forma gótica y de inferior mérito el llamado Paraíso de la catedral de Orense. También parecen de filiación compostelana las estatuas del siglo XII de la Cámara Santa de Oviedo.

Cámara Santa de la catedral de Oviedo.

Ídem.

Ídem.

La escultura funeraria en la época románica fue muy escasa en las figuras aunque no en símbolos. Se celebra como obra más importante del siglo XII el sepulcro antiguo de Doña Blanca, madre de Alfonso VIII, en el monasterio de Santa María la Real de Nájera, del que solo se conserva la tapa, en cuyos relieves delanteros se representa la muerte de dicha reina y el tránsito de su alma en forma de niña, llevada sobre un lienzo por dos ángeles; a los lados del lecho mortuorio figuran escenas de dolor de la familia, asunto que se reprodujo muchas veces en sarcófagos en los dos siglos siguientes.

Como obras de escultura en marfil son justamente celebrados los relieves de las dieciséis placas adheridas a la urna-relicario de San Millán que representan, con gran sentimiento religioso, escenas de la vida del santo y algunos pasajes del Evangelio. Se conservan, con otros marfiles, en el monasterio de San Millán de la Cogolla; datan del año 1033 y fueron labrados, con dos estilos diferentes, por un tal Rodolfo y su padre, de nombre desconocido. De la misma época es el precioso crucifijo de marfil que los reyes de León, Fernando I y Sancha, donaron a la colegiata de San Isidoro en el año 1063. Esta joya artística, notable por la profusión de labores que la embellecen, refleja poderosas influencias del estilo árabe, mas no por eso ha de atribuirse a un artista musulmán. Del mismo siglo y del siguiente son unas tapas con marfiles en la catedral de Jaca. De orfebrería y bronce son trabajos dignos de mención especial los frontales o antipéndiums de Silos y las arquetas, cruces y crucifijos de diferentes iglesias y museos.

En el gótico inicial, vinculado al entorno arquitectónico, predominó la influencia francesa (pórticos de las catedrales de Burgos, de León, de ). Los monumentos funerarios se fueron haciendo cada vez más aparatosos. En la corona de Aragón destacaron Jaime Cascalls o Pere Moragues.

En el gótico final predominó la influencia flamenca, de modo que se ha podido definir un estilo denominado hispanoflamenco, especialmente en la Corona de Castilla (familia Egas, Juan Guas, Gil de Siloé, Sebastián de Almonacid). La escultura comenzó a independizarse de la arquitectura con la consolidación y expansión del retablo y las obras portátiles. En la corona de Aragón destacaron Guillem Sagrera o Pere Johan, y en Navarra Janin Lomme de Tournai.

Portada de la Virgen Blanca de la catedral de León.

Portada del Juicio de la catedral de Tudela.

Sepulcro de la infanta doña Berenguela, Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas.

Sepulcro de Carlos III de Navarra en la catedral de Pamplona, de Janin Lomme, 1413-1419.

Capilla de los Corporales en la colegiata de Daroca, de Juan de la Huerta, ca. 1460.

Sepulcro del Doncel de Sigüenza, de autoría debatida, ca. 1490.

Retablo mayor de la cartuja de Miraflores, de Gil de Siloé, 1496-1499.

Ya en 1339 había llegado a Cataluña el arte de los pisanos con el sepulcro de Santa Eulalia (catedral de Barcelona). Casi un siglo después se labraron en el trascoro de la catedral de Valencia algunos relieves por el florentino Giuliano di Nofri, discípulo de Ghiberti, junto con otros de mano española. Pero estos ensayos y tentativas quedaron aislados hasta la verdadera penetración de las ideas y formas escultóricas del Renacimiento italiano con los artistas florentinos que vinieron a trabajar a España a finales del siglo XV y comienzos del XVI, extendiéndose el nuevo gusto por obra de extranjeros de varias nacionalidades y por algunos españoles que aprendieron en Italia. Aun así, no logró implantarse con firmeza el estilo hasta el reinado de Carlos V. Esos maestros florentinos fueron el gran marmolista Domenico Fancelli (sepulcros del infante D. Juan en la iglesia de Santo Tomás de Ávila, 1497, de los Reyes Católicos en Granada y mausoleo mural de Diego Hurtado de Mendoza en la catedral de Sevilla, 1509) y el especialista en terracota Pietro Torrigiano (San Jerónimo, Virgen). También muy influyente fue Giovanni da Nola, del reino de Nápoles, que nunca viajó a España, pero que mandó su obra (mausoleo del virrey Ramón Folc de Cardona-Anglesola, 1522).

El estilo hispanoflamenco dominante durante todo el siglo XV evolucionó hasta confluir con el gusto italiano, proceso visible en las familias Egas (a la que pertenecen también Juan Guas, Sebastián de Almonacid y Alonso de Covarrubias) y Siloé (Gil de Siloé y su hijo Diego de Siloé -que viajó a Italia-) y el borgoñón Felipe Vigarni (relieves de la Pasión con adornos platerescos de sabor italiano en el trasaltar mayor de la catedral de Burgos, parte de la sillería del coro de la catedral de Toledo, con su retablo mayor -obra colectiva de un gran plantel de artistas, que marca la transición entre el Gótico y el Renacimiento español- y la parte escultórica del retablo de la catedral de Palencia).

En el segundo tercio del siglo XVI destaca el francés Juan de Juni (retablos mayores de las iglesias de Santiago y la Antigua en Valladolid y otras obras en Segovia, Ciudad Rodrigo y otras poblaciones de Castilla). En la última parte de siglo fueron llamados a la corte de Felipe II y a la obra de El Escorial los italianos Leoni (León y Pompeyo, padre e hijo) y Jacome da Trezzo.

Con diferentes denominaciones, acuñadas inicialmente para la arquitectura ("Isabelino" -o "Reyes Católicos"-, "Cisneriano", "Plateresco", "Purismo" -o "Príncipe Felipe", o "fase serliana"-, "Manierismo", "Romanismo", "Herreriano", etc.), se etiqueta a los escultores españoles del siglo XVI, entre los que destacan el valenciano Damián Forment (basamento del retablo mayor de la catedral de Barbastro y los de la catedral de Santo Domingo de la Calzada y El Pilar de Zaragoza), el catalán Juan Sanz de Tudelilla y el riojano Arnao de Bruselas (trascoro de la la Seo de Zaragoza), el navarro o francés Esteban de Obray (sillería del coro de El Pilar), los vizcaínos Juan y Diego Morlanes (padre e hijo, portada de Santa Engracia de Zaragoza, retablo y sepulcros de la capilla de San Bernardo en la Seo -ya aragoneses son Gil Morlanes el Viejo y Gil Morlanes el Joven-), el guipuzcoano Juan de Ancheta (retablo mayor de Santa María de Tafalla), los burgaleses Rodrigo y Martín de la Haya (retablo mayor de la catedral de Burgos) y Bartolomé Ordóñez (sepulcros de Cisneros en Alcalá de Henares y de Juana la Loca y Felipe el Hermoso en la Capilla Real de Granada), el palentino Alonso Berruguete (sillas altas del coro de la catedral de Toledo -en competencia con las de Vigarni, las de Berruguete son de un estilo más visiblemente clásico-italiano-, sepulcro del cardenal Tavera, busto de Juanelo -de atribución debatida-[27]​), el andaluz Gaspar Becerra (Virgen de la Soledad de la iglesia de san Isidro de Madrid, antiguo retablo de las Descalzas Reales -destruido por un incendio en 1862-, retablo mayor de la catedral de Astorga), el vallisoletano Esteban Jordán (retablo mayor y sepulcro del obispo Lagasca en la iglesia de la Magdalena de Valladolid, retablo mayor de Santa María de Medina de Rioseco), y muchos otros (Jamete, Diego Guillén, Andrés de Nájera, Pedro Arbulo Marguvete, Inocencio Berruguete y Francisco Giralte, Gabriel Joli, Juan Miguel de Urliéns).Gran fama alcanzaron los plateros y broncistas Vergara el Viejo, Cristóbal de Andino, la familia de los Becerril (Alonso, Francisco, Cristóbal, etc.)[28]​ y los Arfe (especialmente, Juan de Arfe) a quienes se deben primorosas obras de mobiliario eclesiástico. En Santiago de Compostela se desarrolló durante el siglo XVI un notable trabajo de los maestros azabacheros.[29]

La escultura barroca española dependió casi enteramente de los encargos de la Iglesia, por lo que la mayoría de las obras fueron retablos para adornar los altares y pasos procesionales para la Semana Santa. La mayor parte de las imágenes fueron de madera policromada. Las figuras se caracterizan por sus gestos y posturas muy expresivas, de gran emotividad y patetismo, para conmover los sentimientos. Se buscaba impresionar al devoto y atraerlo, según los dictados del Concilio de Trento (el énfasis de la Contrarreforma en el culto a los santos a través de imágenes y reliquias por reacción a la opinión contraria de la Reforma protestante); un acercamiento lo más fiel posible a la realidad, por el perfecto acabado de las imágenes, a las que se añaden postizos para reforzar el verismo (ojos de cristal, pelucas, vestiduras), incluso efectos de articulación y movimiento real en algunos casos, y por la escenografía que las introduce en la vida real como si fuera un decorado teatral. El retablo cobró un enorme protagonismo en los espacios religiosos, tanto por su tamaño, que se fue haciendo mayor con el tiempo, como por su complejidad y espectacularidad, que alcanza su punto máximo. En su realización intervienen prácticamente todas las disciplinas artísticas (arquitectura, talla, policromía, dorado). Tipologías específicas, como el retablo-relicario, el retablo-escenario, el baldaquino, etc., aunque no surgen en el Barroco, llegan entonces a su máxima expresión.[31]

Cronológica y estilísticamente se distinguen dos fases en el Barroco escultórico español:

El Barroco clasicista o pleno que, arrancando del Manierismo de fines del siglo XVI, se prolonga hasta finales del XVII (y que, por su duración, también es objeto de subdivisión). Parte de los supuestos clasicistas, de raigambre renacentista y manierista, que se impusieron a partir del gran programa escultórico escurialense; y avanza hacia un mayor naturalismo según transcurre el siglo, buscando la verosimilitud en la representación, no reñida con el efectismo. Existieron dos escuelas fundamentales: la castellana, con centros en Valladolid y Madrid, caracterizada por la severidad, la austeridad y el realismo, representada por Francisco del Rincón y Gregorio Fernández; y la andaluza, con centros en Granada y en Sevilla, de mayor artificiosidad, revestida a veces de idealismo, con maestros como Juan Martínez Montañés, Alonso Cano, Alonso y Pedro de Mena, José de Mora, Pedro Roldán y su hija Luisa ("la Roldana"). Hay que destacar la influencia que la escuela sevillana tuvo en el desarrollo de la escultura en los territorios americanos tanto por la continua exportación de obras como por el establecimiento en ultramar de artistas formados en sus talleres. A mediados del siglo XVII se estableció en Madrid el portugués Manuel Pereira (dos famosas estatuas de San Bruno).

El Barroco final o triunfante, de finales del siglo XVII, prolongado en la primera mitad del siglo XVIII, cuando el gusto de las cortes europeas se define en el estilo rococó. La espectacularidad triunfa sobre el verismo. Se busca anonadar al fiel mediante la riqueza de materiales, de formas, el brillo del oro, lo grandioso y complicado de los diseños. Tanto las esculturas exentas como los retablos y pasos procesionales se vuelven más sofisticados, imponiéndose definitivamente los postizos, los retablos a modo de tramoya, las policromías muy ricas. Los tipos humanos tienden hacia una cierta idealización, buscando la gracia y la dulzura en contraposición al acercamiento a lo real del primer periodo. No fue ajena a este cambio de gusto la llegada al trono español de la dinastía Borbón, francesa, que importó nuevas modas y gustos que no tardaron en imponerse. En la época, dominada por las espectaculares portadas y retablos de José de Ribera, Fernando de Casas Novoa y los Churriguera, destacaron escultores como Narciso Tomé o Francisco Salzillo.

La escultura hispana fue haciéndose más simple y austera en la segunda mitad del siglo XVIII, no tanto por agotamiento de las fórmulas barrocas, que seguían siendo populares (aunque suavizadas en sus elementos más extremos -Luis Salvador Carmona-), como por la imposición en las élites del nuevo gusto neoclásico a través de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (fundada en 1752 -sus primeros directores Juan Domingo Olivieri, Felipe de Castro y Juan Pascual de Mena-) y de la crítica ilustrada.[32]

Sagrario de la Cartuja de Granada, de Francisco Hurtado Izquierdo, 1709-1720.

Portada del Real Hospicio de San Fernando (Madrid), de Pedro de Ribera, 1726.

Transparente de la catedral de Toledo, de Narciso Tomé, 1729-1732.

Puerta del palacio del Marqués de Dos Aguas, de Ignacio Vergara e Hipólito Rovira, Valencia, ca. 1740.

Jardines del palacio de La Granja.

La fe, de Luis Salvador Carmona, 1753.

El neoclasicismo de Canova se introdujo en España a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX por el valenciano José Álvarez Cubero, seguido por el catalán Damián Buenaventura Campeny (entre cuyas obras destaca una serie de estatuas mitológicas en Barcelona, la Lucrecia muerta, 1804, y la Virgen del Crucifijo de Lepanto en la catedral de dicha ciudad, 1830)[33]​ y el también valenciano Manuel Tolsá (estatua ecuestre de Carlos IV en México, 1793-1802).

Escultores notables de mediados del siglo XIX fueron Ponciano Ponzano o Sabino Medina. La elección de temas de sensibilidad social y las moderadas innovaciones estéticas que preceden al estallido de las vanguardias, corresponde a los escultores de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (Arturo Mélida, Agustín Querol, Ricardo Bellver, Aniceto Marinas, Miguel Blay, Antonio Susillo, Mariano Benlliure). Otros escultores coetáneos, como Josep Clará, Josep Llimona, Mateo Inurria, Victorio Macho, Mateo Hernández, Nemesio Mogrovejo, Julio Antonio, Emiliano Barral, Francisco Asorey, Manolo Hugué o Enric Casanovas, manteniendo los principios figurativistas, dan paso a las vanguardias del segundo tercio del siglo XX.

Los inicios del XX son prometedores para la escultura española. Destacan figuras como Ángel Ferrant, Alberto Sánchez Pérez, Pablo Gargallo y Julio González. En los años 50, después del nefasto periodo de la guerra civil y la posguerra, se produjo el renacimiento del arte español y en concreto de la escultura con las obras expresionistas y abstractas de Pablo Serrano, las voces de Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, cargadas de renovación y contenido cultural vasco, la abstracción de Eusebio Sempere, Martín Chirino y Andreu Alfaro o el hiperrealismo de Antonio López.

Instituciones culturales generalistas tienen colecciones de gran importancia:

Los museos diocesanos[41]​ suelen reunir, en el entorno de la catedral o el palacio episcopal de cada sede, colecciones de arte sacro reunidas con fondos procedentes de toda su diócesis, entre las que destacan distintos tipos de muestras escultóricas (tallas en piedra y madera, orfebrería, eboraria). Las diócesis de Castilla y León, mediante la Fundación Las Edades del Hombre, celebran anualmente notables exposiciones temáticas en distintos edificios históricos con los fondos artísticos eclesiásticos ese territorio.

Anillos romanos, Museo Arqueológico de Palencia.

Anillo romano con entalle, Museo de Pontevedra.

Mercurio

Venus de Itálica

Augusto

Augusto.

Livia.

Príncipe julio-claudio identificable con Germánico.

Tiberio.

Claudio.

Nerón.

Adriano.

Lucio Vero.

Marco Aurelio.

Estatua femenina descabezada, identificable con Livia.

Togado identificable con Augusto.

Togado identificable con Claudio.

Togado joven identificable con Británico o Nerón.

Estatuilla de Hércules en bronce. Museo de Cádiz.

Pórtico de la Colegiata de Toro.

Vista general del pórtico de Laguardia.



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