Juana de Arco (en francés: Jeanne d'Arc), también conocida como la Doncella de Orleans (en francés: La Pucelle d'Orléans; Domrémy, h. 1412-Ruan, 30 de mayo de 1431), fue una joven campesina que es considerada una heroína de Francia por su papel durante la fase final de la Guerra de los Cien Años. Juana afirmó haber tenido visiones del Arcángel Miguel, de Santa Margarita y de Catalina de Alejandría, quienes le dieron instrucciones para que ayudara a Carlos VII y liberara a Francia de la dominación inglesa en el período final de la Guerra de los Cien Años. Carlos VII, que todavía no había sido coronado, envió a Juana al asedio de Orleans como integrante de un ejército de ayuda y fue allí donde se ganó una gran fama porque el asedio fue levantado solo nueve días después. Otras rápidas victorias permitieron que Carlos VII fuera coronado rey de Francia en Reims. Este evento tan esperado elevó la moral francesa y allanó el camino para su victoria final.
El 23 de mayo de 1430 fue capturada en Compiègne por la facción borgoñona, un grupo de nobles franceses aliados con los ingleses. Fue después entregada a los ingleses y procesada por el obispo Pierre Cauchon por varias acusaciones. Declarada culpable, el duque Juan de Bedford la quemó en la hoguera en Ruan el 30 de mayo de 1431, cuando tenía alrededor de 19 años de edad.
En 1456 un tribunal inquisitorial autorizado por el papa Calixto III examinó su juicio, anuló los cargos en su contra, la declaró inocente y la nombró mártir. En el siglo XVI la convirtieron en símbolo de la Liga Católica y en 1803 fue declarada símbolo nacional de Francia por decisión de Napoleón Bonaparte. Fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920. Juana de Arco es uno de los nueve santos patronos secundarios de Francia y ha seguido siendo una destacada figura popular y cultural desde el momento de su muerte gracias a que muchos escritores, artistas y compositores se han inspirado en ella.
La Guerra de los Cien Años había comenzado en 1337 como una disputa por la herencia del trono francés, intercalada con períodos ocasionales de relativa paz. Casi todos los combates habían tenido lugar en Francia y el empleo por parte del ejército inglés de unas destructivas tácticas de tierra quemada habían devastado la economía gala. La población de Francia todavía no había recuperado su número previo a la pandemia de Peste negra de mediados del siglo XIV y sus comerciantes estaban aislados de los mercados extranjeros. Antes de la aparición de Juana de Arco, los ingleses casi habían logrado su objetivo de una monarquía dual bajo el control inglés y el ejército francés no había logrado ninguna victoria importante en lo que dura una generación. En palabras de la historiadora Kelly DeVries, «El reino de Francia ni siquiera era una sombra de lo que había sido en el siglo XIII».
El rey francés en el momento del nacimiento de Juana, Carlos VI, sufría episodios de locura que a menudo le incapacitaban para gobernar. Su hermano Luis, duque de Orleans, y su primo Juan Sin Miedo, duque de Borgoña, competían por la regencia de Francia y la tutela de los niños herederos al trono. Esta disputa incluía acusaciones de que Luis estaba teniendo una relación extramarital con la reina, Isabel de Baviera, y de que Juan Sin Miedo había secuestrado a los herederos del trono. El conflicto culminó en el asesinato del duque de Orleans en 1407 por orden del duque de Borgoña.
El joven Carlos de Orleans sucedió a su padre como duque y fue puesto bajo la custodia de su suegro, el conde de Armagnac. Su facción se conoció como la facción «Armagnac», y el partido contrario dirigido por el duque de Borgoña se llamó la «facción de Borgoña». Enrique V de Inglaterra se aprovechó de estas divisiones internas cuando invadió el reino en 1415, obteniendo una victoria resonante en Azincourt el 25 de octubre y posteriormente capturando muchas ciudades del norte de Francia durante una campaña en 1417. En 1418, París fue tomada por los borgoñones, que masacraron al conde de Armagnac y a unos 2500 de sus seguidores. El futuro rey francés, Carlos VII, asumió el título de delfín, el heredero del trono, a la edad de catorce años, después de las muertes consecutivas de sus cuatro hermanos mayores. Su primer acto oficial significativo fue firmar un tratado de paz con el duque de Borgoña en 1419, pero esto terminó en desastre cuando los partidarios de Armagnac asesinaron a Juan Sin Miedo durante una reunión bajo la garantía de protección de Carlos. El nuevo duque de Borgoña, Felipe el Bueno, culpó a Carlos por el asesinato y se alió con los ingleses, tras lo cual las fuerzas aliadas conquistaron una gran parte de Francia.
En 1420, la reina de Francia, Isabel de Baviera, firmó el Tratado de Troyes, que otorgó la sucesión del trono francés a Enrique V y sus herederos en lugar de a su hijo Carlos. Este acuerdo revivió las sospechas de que el delfín era el producto ilegítimo del rumoreado romance de Isabel con el difunto duque de Orleans. Enrique V y Carlos VI murieron con dos meses de diferencia en 1422, dejando a un niño, Enrique VI de Inglaterra, como monarca nominal de ambos reinos. El hermano de Enrique V, Juan de Lancaster, primer duque de Bedford, se convirtió en regente.
Cuando Juana de Arco comenzó a influir en los acontecimientos en 1429, casi todo el norte de Francia y algunas partes del suroeste estaban bajo control anglo-borgoñón. Los ingleses controlaban París y Ruan, mientras que la facción borgoñona controlaba Reims, tradicional lugar de coronación de los reyes franceses. Esto era crucial, porque ninguno de los contendientes por la corona había sido todavía entronizado. Desde 1428 Orleans estaba siendo asediada por los ingleses, una de las pocas ciudades aún leales a Carlos VII y un objetivo importante, ya que ocupaba una posición estratégica a orillas del río Loira y era el último obstáculo importante para dominar el resto de Francia. Nadie era optimista sobre la resistencia de la ciudad. Durante generaciones hubo profecías en Francia que prometían que la nación sería salvada por una virgen de las «fronteras de Lorena», «que obraría milagros» y «que Francia se perderá por una mujer [Isabel de Baviera] y luego será restaurada por una virgen».
Juana era hija de Jacques d'Arc e Isabelle Romée, residentes en Domrémy, una villa que entonces estaba en la parte francesa del ducado de Bar. Sus progenitores eran propietarios de veinte hectáreas de tierra y además su padre complementaba su trabajo como granjero con un puesto menor como funcionario de la aldea, recaudando impuestos y dirigiendo la guardia local. Vivían en una zona aislada del este de Francia que permaneció fiel a la corona francesa a pesar de estar rodeada de tierras pro borgoñonas. Hubo diversas incursiones militares borgoñonas durante la infancia de Juana y en una ocasión la villa fue incendiada. Juana era analfabeta y se piensa que sus cartas fueron dictadas por ella a escribanos y las firmó con la ayuda de otros.
En su juicio, Juana declaró que tenía unos 19 años, lo que implica que pensaba que había nacido alrededor de 1412. Más tarde testificó que experimentó su primera visión en 1425 a la edad de 13 años, cuando estaba en el «jardín de su padre» y tuvo visiones de figuras que identificó como el Arcángel Miguel, Santa Margarita y Catalina de Alejandría, quienes le dijeron que expulsara a los ingleses y llevara al delfín a Reims para su coronación como rey. Afirmó que la primera vez que escuchó una voz notó una gran sensación de miedo y que esta venía del lado de la iglesia, normalmente acompañada de una gran claridad. Según sus palabras, lloró cuando se fueron porque eran muy hermosos.
A los 16 años, le pidió a un pariente llamado Durand Lassois que la llevara a la ciudad cercana de Vaucouleurs, donde solicitó al comandante de la guarnición, Robert de Baudricourt, una escolta armada para llevarla a la Corte Real francesa en Chinon. La respuesta sarcástica de Baudricourt no la disuadió. Regresó el siguiente enero y se ganó el apoyo de dos de los soldados de Baudricourt: Jean de Metz y Bertrand de Poulengy. Según Jean de Metz, ella le dijo «debo estar al lado del Rey... no habrá ayuda para el Reino salvo la mía. Preferiría haber seguido hilando [lana] al lado de mi madre... sin embargo, debo ir a hacer esto, porque mi Señor quiere que lo haga». Bajo los auspicios de Jean de Metz y Bertrand de Poulengy, la recibieron por segunda vez y en ese momento predijo la derrota francesa en la batalla de Rouvray cerca de Orleans varios días antes de que llegaran los mensajeros informando de la debacle francesa. Según el Journal du Siége d'Orléans, que retrata a Juana como una figura milagrosa, ella se enteró de la batalla a través de la «gracia divina» mientras atendía a sus rebaños en Lorena y usó esta revelación para convencer a Baudricourt de llevarla ante el delfín.
Robert de Baudricourt le otorgó a Juana una escolta para visitar Chinon después de que las noticias de Orleans confirmaran su predicción de la derrota. Hizo el viaje a través del territorio hostil de Borgoña disfrazada de soldado, un hecho que más tarde la llevaría a ser acusada de «travestismo», aunque sus escoltas lo vieron como una precaución lógica. Dos de los miembros de esa escolta afirmarían tiempo después que ellos y otras personas de Vaucouleurs le entregaron esa indumentaria y le sugirieron vestirla.
El primer encuentro de Juana con Carlos tuvo lugar en la Corte Real en la ciudad de Chinon en 1429, cuando ella tenía 17 años y él 26. Tras presentarse ante la Corte, ella causó una gran impresión en Carlos durante la conferencia privada que mantuvieron. En esa época la suegra de Carlos, Yolanda de Aragón, estaba planeando financiar una expedición de socorro de la asediada ciudad de Orleans. Juana pidió permiso para viajar con el ejército y vestir una armadura protectora, que le fue proporcionada por el gobierno Real. La joven campesina dependía de las donaciones para equiparse con armadura, caballo, espada, estandarte y el resto de pertrechos de su séquito. El historiador Stephen W. Richey explica la atracción de la corte Real por esa joven plebeya señalando que quizá la veían como la única fuente de esperanza para un régimen que estaba cerca del colapso:
Tras su llegada a escena, Juana convirtió efectivamente el prolongado conflicto anglo-francés en una guerra religiosa,ortodoxia de Juana —que no era una hereje o una hechicera—, los enemigos del delfín podrían fácilmente alegar que su corona era un regalo del diablo. Para evitar esta posibilidad, el delfín ordenó investigar sus antecedentes y un examen teológico en Poitiers para verificar su moralidad. En abril de 1429, la comisión de investigación la declaró como «una chica de vida irreprochable, una buena cristiana, poseída de las virtudes de la humildad, la honestidad y la sencillez». Los teólogos de Poitiers no tomaron una decisión sobre el tema de las inspiraciones divinas; en su lugar, informaron al delfín que había una «presunción favorable» sobre la naturaleza divina de su misión. Esto convenció a Carlos, pero también declararon que tenía la obligación de poner a prueba a Juana. Así, afirmaron que «dudar de ella o abandonarla sin sospechar del mal sería repudiar al Espíritu Santo y ser indigno de la ayuda de Dios». Recomendaron que las afirmaciones de la campesina se corroboraran viendo si podía levantar el asedio de Orleans como había predicho.
un nuevo rumbo que no estaba exento de riesgos. A los consejeros de Carlos les preocupaba que si no se demostraba fuera de toda duda laJuana llegó a la ciudad sitiada de Orleans el 29 de abril de 1429. Juan de Orleans, cabeza de la familia ducal de Orleans en nombre de su medio hermano cautivo, inicialmente la excluyó de los consejos de guerra y no le informó cuando el ejército se enfrentó al enemigo. Sin embargo, su decisión de excluirla no impidió su presencia en la mayoría de los consejos y batallas. Sigue siendo motivo de debate historiográfico la verdadera participación y liderazgo militar de Juana. Por un lado, ella declaró que portó su estandarte en la batalla y nunca había matado a nadie, pues prefería su estandarte «cuarenta veces» mejor que una espada; de hecho, el ejército siempre estuvo dirigido por un noble, como el duque de Alenzón. Por otro lado, muchos de estos nobles llegaron a afirmar que Juana tuvo un profundo efecto en sus decisiones porque aceptaron sus consejos a menudo en la creencia de que eran fruto de inspiración divina. En cualquier caso, los historiadores coinciden en que el ejército francés se anotó importantes victorias durante el breve tiempo que Juana estuvo con él.
La aparición de Juana de Arco en Orleans coincidió con un cambio repentino en el patrón del asedio. Durante los cinco meses anteriores a su llegada, los defensores habían intentado solo un asalto ofensivo que había terminado en una derrota. Sin embargo, el 4 de mayo los franceses de la facción de Armagnac atacaron y capturaron la bastilla de Saint-Loup, una fortaleza periférica, a lo cual siguió el 5 de mayo el avance contra una segunda fortaleza llamada Saint-Jean-le-Blanc, que encontraron abandonada. Cuando las tropas inglesas salieron para oponerse al avance, una rápida carga de caballería los obligó a regresar a sus fortalezas, al parecer sin lucha. Los armagnac atacaron y capturaron una fortaleza inglesa construida alrededor de un monasterio agustino. Esa noche, las tropas de Armagnac mantuvieron posiciones en la orilla sur del río antes de atacar la fortaleza principal inglesa, «Les Tourelles», en la mañana del 7 de mayo. Los contemporáneos reconocieron a Juana como la heroína del combate, durante el cual resultó herida por una flecha que se le clavó entre el cuello y el hombro mientras sostenía su estandarte en la trinchera frente a «Les Tourelles». A pesar de todo, regresó más tarde para dar aliento a las tropas en un asalto final que logró la rendición de la fortaleza. Los ingleses se retiraron de Orleans al día siguiente, con lo cual acababa un asedio que había durado casi siete meses.
En Chinon y Poitiers, Juana había prometido que proporcionaría una señal en Orleans. El levantamiento del asedio fue interpretado por muchas personas como ese signo, con lo cual se ganó el apoyo de destacados clérigos como el arzobispo de Embrun y el teólogo Juan Gerson, que escribieron tratados de apoyo a la doncella tras conocer estos eventos. Para los ingleses, la habilidad de esta campesina para derrotar a sus ejércitos se consideraba una prueba de que el Diablo la poseía; el medievalista británico Beverly Boyd señaló que esta acusación no era solo propaganda, sino una creencia sincera entre los ingleses, porque la idea de que Dios estaba apoyando a los franceses a través de Juana no beneficiaba en absoluto a los ocupantes anglosajones.
La repentina victoria en Orleans también dio lugar a muchos nuevos planes de ofensiva militar. Juana persuadió a Carlos VII para que le permitiera acompañar al ejército con el duque Juan II d'Alençon; además, el delfín dio su permiso para que se llevara a cabo un plan de recuperación de puentes cercanos sobre el río Loira como preludio para un avance general hacia Reims, en cuya catedral se celebraría su consagración como rey de Francia. Era un plan audaz porque Reims se encontraba a casi el doble de distancia que París y llegar hasta la ciudad obligaba a avanzar profundamente en territorio enemigo. El duque de Alenzón aceptó los consejos de Juana sobre la estrategia a seguir. Otros comandantes, como Juan de Orleans, habían quedado impresionados por sus hazañas durante el asedio y se convirtieron en partidarios de la joven campesina. El duque de Alenzón afirmó que Juana le había salvado la vida al advertirle que un cañón de la muralla de Jargeau estaba a punto de disparar contra él.
El ejército inglés se retiró del Valle del Loira y se dirigió hacia el norte el 18 de junio, uniéndose a una unidad de refuerzo bajo el mando de Sir John Fastolf. Juana instó a los armagnac a salir en su persecución y así ambos ejércitos chocaron al suroeste de la villa de Patay. La batalla de Patay puede ser comparada con la de Azincourt (1415) pero con el desenlace opuesto. La vanguardia francesa atacó a una unidad de arqueros ingleses que habían sido dispuestos para bloquear el camino. Los arqueros resultaron derrotados y esto diezmó al cuerpo principal del ejército inglés, cuyos comandantes resultaron muertos o capturados en su mayoría. Fastolf logró escapar con algunos soldados, pero se convirtió en el chivo expiatorio de la humillante derrota inglesa. Los franceses sufrieron pérdidas mínimas.
El ejército francés partió de Gien el 29 de junio y emprendió la marcha hacia Reims. La ciudad de Auxerre, que estaba bajo control borgoñón, le presentó su rendición incondicional el 3 de julio, al igual que otras ciudades que cruzaron por el camino como Saint Fargeau, Mézilles, Saint Florentin y Saint Paul. En Troyes, la ciudad en la que se firmó el tratado que había tratado de desheredar a Carlos VII, hubo una breve resistencia. Al llegar allí el ejército ya estaba escaso de alimentos, pero tuvo la suerte de que un fraile errante llamado Hermano Richard, que llevaba tiempo predicando el fin del mundo en la ciudad, había convencido a los habitantes para plantar frijoles, que maduran pronto. Para cuando llegaron los soldados hambrientos tuvieron comida con que alimentarse. Troyes capituló tras un breve e incruento asedio de solo cuatro días.
Reims abrió sus puertas al ejército el 16 de julio de 1429 y la coronación de Carlos VII se celebró a la mañana siguiente. Aunque Juana y el duque de Alenzón instaron a una pronta marcha hacia París, la Corte Real prefirió negociar una tregua con el duque Felipe de Borgoña, quien violó el propósito del acuerdo al usarlo como una táctica dilatoria para reforzar la defensa de París. El ejército francés atravesó varias ciudades cercanas a París durante el ínterin y aceptó la rendición de varias de ellas sin luchar. El duque de Bedford encabezó una fuerza inglesa para enfrentarse al ejército de Carlos VII en la batalla de Montépilloy el 15 de agosto, un choque de resultado indeciso. El asalto francés a París se produjo el 8 de septiembre y en el transcurso del mismo Juana recibió una herida en la pierna por una ballesta, a pesar de lo cual permaneció en una trinchera hasta que uno de los comandantes la trasladó a lugar seguro.
A la mañana siguiente, el ejército recibió una orden real de retirarse. La mayoría de los historiadores culpan al Gran chambelán de Francia Georges de la Trémoille por los errores políticos que siguieron a la coronación. En octubre, Juana estaba con el ejército real cuando tomó Saint-Pierre-le-Moûtier, pero después tuvieron lugar dos intentos fallidos en noviembre y diciembre por conquistar La-Charité-sur-Loire. El 29 de diciembre, Juana y su familia fueron ennoblecidos por Carlos VII como recompensa por sus acciones.
En los siguientes meses estuvo vigente una tregua con los ingleses. Por tanto, Juana centró su atención en otros asuntos. El 23 de marzo de 1430 dictó una carta amenazadora a los husitas, un grupo disidente que había roto con la Iglesia católica sobre varios puntos doctrinales y había derrotado a varias cruzadas anteriores enviadas contra ellos. La carta de Juana prometía «eliminar su locura y superstición sucia, arrebatándole su herejía o sus vidas». Juana, que era una católica ferviente que odiaba todas las formas de herejía, también envió una carta desafiando a los ingleses a dejar Francia y marchar con ella a Bohemia a derrotar a los husitas, una propuesta que no recibió respuesta.
La tregua con Inglaterra llegó rápidamente a su fin. Juana viajó a Compiègne el siguiente mes de mayo para ayudar a defender la ciudad contra un asedio inglés y borgoñón. El 23 de mayo de 1430 se encontraba con una fuerza del ejército que intentó atacar el campamento borgoñón en Margny, al norte de Compiègne, cuando cayó en una emboscada y fue capturada. Cuando sus tropas se retiraban hacia las fortificaciones cercanas ante el avance de una fuerza de 6000 borgoñones, Juana permaneció con la retaguardia, que fue rodeada por el enemigo y ella acabó derribada de su caballo por un arquero. Aceptó rendirse ante un noble del bando borgoñón llamado Lionel de Wandomme, miembro de la unidad de Juan de Luxemburgo.
Juana fue encarcelada por los borgoñones en el castillo de Beaurevoir. Hizo varios intentos de escapar, en uno de los cuales saltó desde la torre de 21 metros en que estaba confinada y cayó sobre la tierra blanda de un foso seco. Después de este intento de huida, fue traslada a la ciudad borgoñona de Arrás. Los ingleses negociaron con sus aliados borgoñones la transferencia de su custodia. El obispo Pierre Cauchon de Beauvais, partidario de los ingleses, asumió el protagonismo en estas negociaciones y su posterior juicio. El acuerdo definitivo exigía que los ingleses pagaran la suma de 10 000 libras de Turena para la entrega de la doncella.
Los ingleses llevaron a Juana a la ciudad de Ruan, que era su centro de operaciones en Francia. El historiador Pierre Champion señala que los franceses de la facción de armagnac intentaron rescatarla varias veces lanzando ofensivas militares hacia Ruan mientras estaba allí encarcelada. Una campaña tuvo lugar durante el invierno de 1430–1431, otra en marzo de 1431 y otra a fines de mayo, poco antes de su ejecución; todas en vano. Champion también cita fuentes del siglo XV que dicen que Carlos VII amenazó con vengarse de las tropas de Borgoña que la habían capturado y de «los ingleses y las mujeres de Inglaterra» en represalia.
El juicio por herejía al que fue sometida Juana de Arco tuvo motivaciones políticas. El tribunal estaba compuesto enteramente por clérigos pro ingleses y borgoñones, y supervisado por comandantes ingleses, incluidos el duque de Bedford y el conde de Warwick. En palabras de la medievalista británica Beverly Boyd, la Corona inglesa pretendía que ese juicio fuera «una estratagema para deshacerse de una extraña prisionera de guerra con la máxima vergüenza para sus enemigos». Los procedimientos judiciales comenzaron el 9 de enero de 1431 en Ruan, ciudad sede del gobierno de ocupación inglés. El procedimiento fue sospechoso en varios puntos, lo que luego provocaría críticas al tribunal por parte del inquisidor jefe que investigó el juicio después de la guerra.
Según la ley eclesiástica, el obispo Pierre Cauchon carecía de jurisdicción sobre el caso, pues debía su nombramiento a su apoyo partidista a la Corona inglesa, que financió el juicio. El bajo nivel de las pruebas presentadas también violó las reglas inquisitoriales. El notario clerical Nicolas Bailly, a quien se le encargó recoger testimonios contra Juana, no pudo encontrar evidencias adversas, por lo que el tribunal carecía de fundamentos para iniciar un juicio. Al abrir un juicio de todos modos, el tribunal también violó la ley eclesiástica al negarle a Juana el derecho a un asesor legal. Además, el hecho de que todos los miembros de ese tribunal fueran clérigos pro ingleses era contrario al requisito de la Iglesia medieval de que los juicios por herejía fueran juzgados por un grupo imparcial o equilibrado de clérigos. Tras la apertura de la primera vista pública, Juana se quejó de que todos los presentes eran enemigos de su causa y pidió que se invitara a «eclesiásticos del lado francés» para tener cierto equilibrio, pero su solicitud fue denegada. El vice inquisidor del norte de Francia, Jean Lemaitre, se opuso al juicio desde el principio, y varios testigos presenciales dijeron más tarde que los ingleses amenazaron su vida para que cooperara. Otros clérigos participantes en el juicio también recibieron amenazas para que no rehusaran cooperar, como le sucedió al fraile dominico Isambart de la Pierre.
Los archivos del juicio contienen declaraciones de Juana que los testigos dijeron más tarde que asombraron al tribunal, ya que era una campesina analfabeta y, sin embargo, pudo evadir las trampas teológicas que el tribunal le planteó para atraparla. El intercambio más famoso de la transcripción es un ejercicio de sutileza: «Cuando se le preguntó si sabía que estaba en la gracia de Dios, respondió: 'Si no lo estoy, que Dios me ponga allí; y si lo estoy, que Dios me mantenga así. Sería la criatura más triste del mundo si supiera que no estaba en su gracia».
Era una pregunta trampa porque la doctrina de la iglesia sostenía que nadie podía estar seguro de contar con la gracia de Dios. Si hubiera respondido que sí, habría sido acusada de herejía. Si hubiera respondido que no, entonces habría confesado su propia culpa. El notario del tribunal, Boisguillaume, declaró más tarde que en el momento en que escucharon su respuesta: «Los que la interrogaban quedaron estupefactos». Varios miembros del tribunal declararon más tarde que algunas partes importantes de la trascripción fueron falsificadas para perjudicar a Juana. Según las pautas inquisitoriales, ella debería haber sido confinada en una prisión eclesiástica bajo la supervisión de guardias femeninas, es decir, monjas. En cambio, los ingleses la mantuvieron en una prisión secular custodiada por sus propios soldados. El obispo Cauchon negó las peticiones de Juana al Concilio de Basilea y al Papa, que deberían haber detenido su juicio. Los doce artículos de acusación que resumían las conclusiones del tribunal contradecían el expediente judicial, que ya había sido manipulado por los jueces. Bajo amenaza de ejecución inmediata, la acusada analfabeta firmó un documento de abjuración que no entendió, tras lo cual el tribunal sustituyó esa abjuración por otra diferente en el archivo oficial de la causa.
La herejía solo era un delito castigado con pena de muerte si la ofensa se realizaba más de una vez. Debido a que el tribunal buscaba acabar con la vida de Juana, prepararon una acusación por delito de travestismo, según afirmaron testigos presenciales. Juana aceptó usar ropa femenina cuando abjuró, lo que creó un problema porque hasta entonces había usado en prisión ropa de soldado, según dijeron después algunos miembros del tribunal. La ropa de hombre se podía abrochar de tal manera que disuadía a los guardias de intentar una violación por la dificultad de arrancarle las prendas. Probablemente Juana temía desprenderse de esa ropa porque el juez la confiscaría y por tanto se quedaría sin esa protección. Un vestido de mujer no ofrecía esa seguridad; de hecho, pocos días después de su abjuración, ella le dijo a un miembro del tribunal que «un importante lord inglés había entrado en prisión y tratado de tomarla por la fuerza». Volvió a vestirse como un hombre, quizá para tratar de evitar un abuso sexual o, según testimonio de Jean Massieu, porque los guardias le habían quitado su vestido y no tenía nada más que ponerse.
El hecho de que volviera a vestir ropa de hombre fue interpretado por el tribunal como una recaída en el delito de herejía por travestismo, aunque sobre esto discrepó el inquisidor que presidió el tribunal de apelaciones que examinó el caso después de la guerra. La doctrina católica medieval sostenía que el travestismo debía evaluarse en función del contexto, tal como lo establece la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, que dice que la necesidad sería una razón permisible para travestirse. Esto incluiría el uso de ropa como protección contra la violación. En términos doctrinales, estaba justificado que Juana se hubiese ataviado de paje durante su viaje por territorio enemigo, también vestir una armadura en combate y ropa masculina como protección en los campamentos y en prisión. La Chronique de la Pucelle, de hecho, cuenta que esa ropa disuadió de abuso sexual cuando acampaba con los soldados, pero que cuando no necesitaba la indumentaria castrense se ponía vestido femenino. Los miembros del clero que testificaron en el juicio de rehabilitación póstumo afirmaron que ella siguió llevando ropa de hombre en prisión para disuadir el abuso sexual y la violación.
Juana remitió al tribunal de investigación de Poitiers cuando se le preguntó sobre el asunto. Los archivos de aquel tribunal no se conservan, pero las circunstancias hacen pensar que los clérigos que lo componían aprobaron esa práctica.Juan Gerson, defendieron esa práctica, así como hizo después el inquisidor Jean Bréhal durante el juicio de rehabilitación. Sin embargo, en el juicio de 1431 Juana fue condenada y sentenciada a muerte. La historiadora Beverly Boyd afirma que aquel proceso judicial fue tan «injusto» que las transcripciones del mismo se usaron en el siglo XX para canonizarla.
Además, ella siguió manteniendo el pelo corto mientras participó en campañas militares y cuando estuvo en prisión. Sus partidarios, como el teólogoVarios testigos presenciales describieron la escena de la muerte en la hoguera de Juana de Arco el 30 de mayo de 1431. Atada a un alto pilar en la plaza Vieux-Marché de Ruan, pidió a los frailes Martin Ladvenu e Isambart de la Pierre que sostuvieran un crucifijo ante ella. Un soldado inglés fabricó una pequeña cruz que ella colocó enfrente de su vestido. Una vez muerta, los ingleses desparramaron las brasas para exponer su cuerpo carbonizado y que así nadie afirmara que había escapado con vida. Después quemaron sus restos dos veces más para reducirlos a cenizas y evitar que se recogieran como reliquias, tras lo cual arrojaron sus restos al río Sena. El verdugo Geoffroy Thérage diría después que «temía ser maldecido porque había quemado a una mujer santa».
La guerra de los Cien Años duró otros veintidós años más después de la ejecución de Juana. Carlos VII conservó la legitimidad como rey de Francia a pesar de la coronación de un rival, un niño que ese día cumplía diez años, Enrique VI, en la catedral de Notre Dame de París el 16 de diciembre de 1431. Antes de que Inglaterra pudiera reconstruir el poderío militar y su temida fuerza de arqueros, muy diezmados en 1429, perdieron su alianza con Borgoña con la firma del Tratado de Arras en 1435. El duque de Bedford murió ese mismo año y Enrique VI se convirtió en el rey más joven de la historia de Inglaterra en gobernar sin un regente. Su débil liderazgo fue probablemente el factor decisivo en el final de tan prolongado conflicto en Francia. La historiadora Kelly DeVries sostiene que el uso agresivo de la artillería y los asaltos frontales que había empleado Juana de Arco influyeron en las tácticas francesas en el resto de la guerra.
En 1452, durante la investigación póstuma sobre su ejecución, la Iglesia declaró que la peregrinación a la celebración de un oficio religioso en Orleans en su honor permitiría a los asistentes obtener una indulgencia, es decir, la remisión temporal del castigo por un pecado.
Tras el final de la guerra de los Cien Años se abrió un nuevo juicio póstumo sobre el caso de Juana de Arco. El Papa español Calixto III autorizó el proceso, también conocido como «juicio de anulación» o «de rehabilitación», por petición expresa del inquisidor general de Francia Jean Bréhal y de la madre de Juana, Isabelle Romée. El propósito era investigar si el juicio de condena y su veredicto se habían realizado de manera justa y de acuerdo con el derecho canónico. Todo comenzó con una investigación de Guillaume Bouillé, teólogo y exrector de la Universidad de la Sorbona de París. Bréhal realizó una investigación en 1452 y en noviembre de 1455 se presentó una apelación formal. Este proceso judicial involucró a clérigos de toda Europa y respetó las normas de un procedimiento judicial. Un conjunto de teólogos analizó los testimonios de 115 testigos presenciales de la vida y muerte de la doncella de Orleans, a raíz de lo cual Bréhal redactó un resumen final en junio de 1456 en el que describe a Juana como una mártir y al ya difunto Pierre Cauchon como un hereje por haber condenado a una mujer inocente en su búsqueda de una venganza secular. La razón técnica de su ejecución había sido una ley bíblica sobre vestimenta. Este nuevo juicio revirtió la condena en parte porque el proceso de condena no había considerado las excepciones doctrinales a esa restricción en la indumentaria femenina. El tribunal de apelaciones la declaró inocente el 7 de julio de 1456.
En el siglo XVI, durante las Guerras de religión de Francia (1562-1598) entre católicos y hugonotes protestantes, la Liga Católica convirtió a Juana en un símbolo de su causa. Cuando Félix Dupanloup fue nombrado obispo de Orleans en 1849 pronunció un fervoroso panegírico sobre Juana de Arco que llamó la atención tanto en Francia como en Inglaterra, tras lo cual lideró los esfuerzos que culminaron en la beatificación de la doncella en 1909. Fue canonizada como santa de la Iglesia católica el 16 de mayo de 1920 por el papa Benedicto XV en su bula Divina disponente.
Juana de Arco se convirtió en una figura semi legendaria durante los cuatro siglos posteriores a su muerte. Las principales fuentes de información sobre ella son las crónicas, como los cinco manuscritos originales de su juicio de condena que aparecieron en antiguos archivos durante el siglo XIX. Poco después, los historiadores también localizaron los registros completos de su juicio de rehabilitación, que contenía testimonios jurados de 115 testigos, y las notas originales en idioma francés en la transcripción en latín del juicio de condena. También aparecieron varias cartas contemporáneas, tres de las cuales llevan la firma de trazos inseguros de Juana, propios de alguien que apenas sabe escribir.
Esta inusual riqueza de fuentes primarias ha llevado a Kelly DeVries a afirmar que «Ninguna persona de la Edad Media, hombre o mujer, ha sido objeto de más estudios». Juana de Arco salió de un pueblo olvidado y saltó a la fama cuando era una campesina adolescente e iletrada. Los reyes franceses e ingleses habían justificado la interminable guerra mediante interpretaciones competitivas de derechos hereditarios, primero en relación con la reclamación de Eduardo III al trono francés y luego la de Enrique VI. El conflicto había sido una disputa legalista entre dos familias reales emparentadas, pero Juana lo transformó con una dimensión religiosa. En palabras del historiador Stephen Richey: «Convirtió lo que había sido una mera disputa dinástica que no importaba al pueblo llano, excepto por su propio sufrimiento, en una apasionada guerra popular de liberación nacional». Richey también expresa la amplitud de su eco posterior:
Desde la poetisa Christine de Pizan (1364—1430) hasta la actualidad, las mujeres han considerado a Juana como un ejemplo positivo de mujer valiente y activa. Ella se movía dentro de una tradición religiosa que creía que una persona excepcional de cualquier estamento de la sociedad podría recibir una llamada divina. Parte de la ayuda más importante que tuvo provino de mujeres: la suegra de Carlos VII, Yolanda de Aragón, confirmó la virginidad de Juana y financió su expedición a Orleans. Juana, condesa de Luxemburgo, tía del conde de Luxemburgo que la mantuvo encarcelada en Compiègne, alivió sus condiciones de cautiverio y pudo retrasar su entrega a los ingleses. Finalmente, Ana de Borgoña, duquesa de Bedford y esposa del regente de Inglaterra, declaró a Juana virgen durante las investigaciones previas al juicio.
Tres buques de guerra de la Marina Nacional francesa llevaron su nombre, incluido un crucero portahelicópteros que fue retirado del servicio en 2010. El partido político francés de extrema derecha Agrupación Nacional suele celebrar mítines frente a sus estatuas, reproduce su imagen en las publicaciones del partido y utiliza como emblema una llama tricolor simbólica de su martirio. Los rivales políticos de este partido a veces satirizan su apropiación de su imagen. La Fiesta Nacional de Juana de Arco y del Patriotismo se celebra en Francia cada segundo domingo de mayo desde 1920.
El análisis de las visiones de Juana no está exento de problemas ya que la principal fuente de información sobre este tema es la transcripción del juicio de condena en la que ella desafió el procedimiento habitual de un tribunal y se negó especialmente a responder todas las preguntas sobre sus visiones. La doncella se quejó de que su testificación entraría en conflicto con un juramento previo de confidencialidad que había contraído en lo referente a las reuniones con su rey. Se desconoce de qué manera las transcripciones conservadas podrían ser una manipulación de los corruptos funcionarios judiciales o las medias verdades que ella reveló para proteger secretos de estado.
Algunos historiadores eluden las especulaciones sobre las visiones asegurando que la convicción de Juana en que había recibido la llamada de Dios es más relevante que las preguntas sobre el origen último de las visiones. En tiempos recientes varios estudiosos han intentado explicar sus visiones bajo un punto de vista psiquiátrico o neurológico, llegando así a unos hipotéticos diagnósticos como epilepsia, migrañas, tuberculosis o esquizofrenia. Ningún diagnóstico ha gozado de consenso o apoyo académico, pues la mayor parte de historiadores argumentan que ella no mostró ninguno de los síntomas objetivos que pueden acompañar a las enfermedades mentales que se han sugerido, como la esquizofrenia. De hecho, el doctor Philip Mackowiak descartó la posibilidad de esquizofrenia y el también médico John Hughes rechazó que Juana sufriera epilepsia. La hipótesis de que Juana estuviera aquejada de tuberculosis fue también desmentida por los expertos J. M. Nores Y. Yakovleff argumentando que es una enfermedad tan grave que la hubiera incapacitado para llevar la activa vida que tuvo. En respuesta a otra teoría sobre que Juana sufriera tuberculosis bovina por la ingesta de leche sin pasteurizar, la historiadora Régine Pernoud escribió, no sin ironía, que si beber esa leche produjera los beneficios que Juana trajo a la nación francesa, el gobierno debería detener la pasteurización.
Juana de Arco se ganó el favor en la corte del rey Carlos VII, quien la aceptó como persona perfectamente cuerda. El monarca estaba de hecho familiarizado con los síntomas de la locura porque su padre, Carlos VI, la sufrió. Carlos VI era conocido popularmente como «Carlos el Loco», y gran parte del declive político y militar de Francia durante su reinado podría atribuirse al vacío de poder que habían dejado sus episodios de locura. El temor a que su hijo hubiera heredado ese mal pudo influir en el intento de desheredarlo con el tratado de Troyes (1420). Ese estigma era tan común que la corte de Carlos VII fue cauta y escéptica sobre el tema de la salud mental. A la llegada de Juana a Chinon, el consejero Real Jacques Gélu advirtió: «Nadie debería alterar a la ligera ninguna política debido a la conversación con una niña, una campesina ... tan susceptible a las ilusiones; uno no debería hacer el ridículo a la vista de naciones extranjeras». Además, Juana se mostró astuta hasta el final de sus días, tanto que en el tribunal de rehabilitación se maravillaron con frecuencia de su sagacidad: «[Los jueces] a menudo cambiaban de una pregunta a otra, variando el tema, a pesar de lo cual ella contestaba con prudencia y mostraba una memoria maravillosa». Sus respuestas sutiles durante el interrogatorio incluso obligaron al tribunal a dejar de celebrar sesiones públicas.
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