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Palacio



Un palacio es un edificio utilizado como residencia del jefe de Estado u otro magnate.

Surgieron en la Edad Antigua, con el inicio de la historia, en todas las civilizaciones; albergando acontecimientos y protagonizando procesos políticos, sociales y económicos de trascendencia histórica.

En el Antiguo Régimen europeo los palacios eran las residencias reales, las de la nobleza y del alto clero; aunque también de los burgueses enriquecidos. Se construían, amueblaban y decoraban con los criterios del gusto artístico más exigente y el mayor lujo, contribuyendo a fijar los estilos artísticos de cada época.

En la Edad Contemporánea muchos palacios han sido transformados para otros usos, como parlamentos o museos. El término se emplea también habitualmente para denominar nuevas construcciones de edificios públicos especialmente lujosos que funcionan como hitos urbanos; sea cual sea su uso, siendo un caso extremo, los pasillos del Metro de Moscú, inspirados en lujosas estancias palaciegas, construido en la época estalinista con explícita referencia a los palacios zaristas.

La palabra castellana "palacio" proviene de la latina palatium, y esta del topónimo de una de las siete colinas de Roma, el Palatium o Palatinus Mons ("Monte Palatino"). El palacio original sobre el Monte Palatino era la residencia del emperador romano, mientras que el Capitolium o Mons Capitolinus ("Capitolio" y "Monte Capitolino") era la sede del Senado y los núcleos religiosos de Roma. Aunque la ciudad creció más allá de las siete colinas, el Palatino siguió siendo el área residencial más prestigiosa. César Augusto vivió allí en una vivienda intencionalmente modesta (la Domus Augustea, construida sobre la cabaña de Rómulo[1]​ y junto al Lupercal[2]​ —la cueva donde la loba amamantó a Rómulo y Remo—),[3]​ distinguida de la de sus vecinos solo por dos árboles de laurel flanqueando la entrada frontal, como un símbolo de triunfo otorgado por el Senado. Sus sucesores, especialmente Nerón, con su Domus Aurea ("Casa Dorada"), ampliaron la residencia y los jardines hasta que abarcaron toda la cima de la colina. Palatium se convirtió en sinónimo de residencia del emperador y, por metonimia, designaba a la institución imperial en sí.

Ya en la Edad Mediana, el uso de la palabra latina palatium con el sentido de "gobierno" es evidente en un comentario de Pablo el Diácono, escrito en 790 y que narra hechos de los años 660: Huic Lupo, quando Grimuald Beneventum perrexit, suum palatium commendavit ("Cuando Grimuald se puso en camino a Beneventum, encomendó su palacio a Lupo").[4]​ En esa misma época, Carlomagno revivió el uso del término como residencia imperial en su "palacio" de Aquisgrán, del cual solo sobrevivió la capilla. Previamente, los reinos germánicos, como el ostrogodo, pero especialmente el visigodo y el franco, habían desarrollado cada uno su respectivo officium palatinum con distintos cargos en torno al rey; los "palatinos" merovingios dieron origen a las figuras legendarias de los paladines.

Palas era el nombre que se daba a la residencia de gobierno en algunas ciudades germánicas de la Alta Edad Media. Los poderosos príncipes electores se alojaban en palacios (Paläste), evidencia de la descentralización del poder en el Sacro Imperio Romano Germánico. De una manera similar, en la mayoría de las monarquías feudales, aunque inicialmente sólo fuera el rey quien se permitía llamar a su morada palacio, tal denominación fue emulada por la nobleza y el clero.

En Francia y en idioma francés hay una clara distinción entre palais ("palacio") y château ("castillo"). El palais siempre ha sido urbano, como el Palais de la Cité de París (que fue el palacio real y ahora es la Suprema Corte de Justicia), o el Palais des Papes de Aviñón ("Palacio de los Papas"). En contraste, el château siempre ha sido de características rurales, sostenido por su demesne,[5]​ aun cuando no estuviera fortificado. El Palacio de Versalles, residencia del rey de Francia, y con él la fuente del poder, está alejado de la ciudad, y siempre ha sido denominado en francés como Château de Versailles, mientras que la denominación palais se reserva para el edificio urbano del Louvre en París. Esa distinción no es usual en otros idiomas o países, como en Inglaterra y en idioma inglés, donde se utilizan de forma intercambiable términos de contenido inicial muy diverso (palace, castle, manor o house). Tampoco en España y sus idiomas; por ejemplo, la nobleza gallega a partir del siglo XV transformó castillos y torres en pazos (vocablo cognado de "palacio" en idioma gallego), siendo ambas tipologías arquitectónicas eminentemente rurales. No se definen por su implantación, sino por su función; militar la de castillos y residencial o cortesana la de pazos y palacios. La identificación entre el término "palacio" y la burocracia, en castellano ha producido la sentencia las cosas de palacio van despacio.

Desde el nacimiento de la civilización, aparecieron el palacio y el templo como manifestaciones arquitectónicas de la dualidad del poder (poder político y poder religioso). En ambos casos, nacen con la historia, es decir, con la escritura; siendo la emisión, recepción y conservación de cartas y todo tipo de documentos en un archivo una de las funciones de los palacios desde su origen. Otra muy importante fue la custodia de todo tipo de almacenes (de alimentos, de materias primas para la construcción y la artesanía, de mercancías para el comercio exterior o provenientes de él, de armas), y especialmente la del tesoro (el almacén de las mercancías más prestigiosas: metales preciosos y joyas). A la burocracia cada vez más compleja que generaban las cancillerías y tesorerías (en Egipto, con el nombre de escribas) se sumaba el resto de los oficios palaciegos denominados por su función en el servicio doméstico de la casa del rey, que terminó convirtiéndose en una corte regia de altos funcionarios ennoblecidos (como el copero que aparece en la narración bíblica de la historia de José en Egipto, donde se describen detalles muy significativos de la vida palaciega).

Lo relativamente efímero de los materiales utilizados en su construcción ha provocado que de los palacios sumerios y egipcios apenas hayan quedado más que restos arqueológicos, lo que contrasta, en el caso de Egipto, con la mayor duración de los materiales utilizados en los edificios religiosos y las tumbas; cuya concepción (como casa del dios o casa para la eternidad) permite hacerse una idea de cómo serían aquellos.

En el Alto Imperio se fueron sucediendo varias construcciones en torno al monte Palatino que sirvieron de residencia imperial y centro administrativo:

Algunos emperadores eligieron entornos alejados de la ciudad de Roma, siguiendo el ideal bucólico que la poesía y la preceptiva arquitectónica (Vitruvio) fijaban para el descanso y los placeres de una supuesta "vida campestre":

En el Bajo Imperio, la institución imperial se convierte en el Dominado (de dominus -"señor"-), y el palacio imperial pasa a denominarse como Sacrum Palatium ("palacio sagrado").

Diocleciano construyó un Palacio en Spalatum como residencia para sus últimos años (abdicó en 305).

Constantino el grande trasladó la capital de Roma a Constantinopla, fundando el Gran Palacio de Constantinopla. Roma pasó a ser principalmente la ciudad del papa.

En las provincias romanas, además de los palacios helenísticos de Oriente, hubo otros edificios de carácter palacial: unos vinculados a la administración (praetorium); y otros pertenecientes a las familias enriquecidas del orden senatorial, especialmente en entornos rurales (villae). La corte imperial de Augusto residió en Tarraco entre el 29 y el 26 antes de Cristo (guerras cántabras); mientras que en los momentos finales del imperio la corte de Gala Placidia residió en Barcino. En ambas ciudades hubo de haber algún edificio usado como palacio.

Además del Gran Palacio de Constantinopla, se edificaron otros:

La expansión del Islam significó la construcción de nuevos espacios políticos en una amplia franja del Viejo Mundo, entre el Atlántico y el Índico. Los Palacios islámicos o palacios musulmanes no se limitan a los palacios árabes (en Arabia o en el resto del mundo árabe), sino que incluyen los de zonas islámicas no árabes, como el Imperio turco otomano y el Imperio moghul de la India. En general, en los palacios árabes o musulmanes hay un marcado contraste entre la austeridad del exterior frente a la riqueza del interior (estructura laberíntica de salones, galerías, pórticos, arcos de herradura y mixtilíneos, artesonados, mocárabes, patios, fuentes, jardines), caracterizado por lo que ha pasado a convertirse en un tópico literario: el "lujo oriental" y la sofisticación propios de Las mil y una noches. Ese rasgo implicó su carácter efímero, por la naturaleza de sus materiales de construcción.[23]

Durante la Reconquista, en los reinos cristianos peninsulares se realizaron edificios de un estilo muy peculiar, el mudéjar, que utilizaba elementos arquitectónicos islámicos. La palabra "alcázar" (del árabe qasr) se conservó como denominación de los palacios reales de los reyes de Castilla. Se dice que los hechizaban y hacían mucha comida.

Desde la Baja Edad Media, el desarrollo de las ciudades europeas se manifestó en una notable arquitectura civil que incluía palacios reales, episcopales y nobiliarios; y también palacios municipales y casas palaciegas de burgueses enriquecidos en los principales focos urbanos (especialmente Flandes e Italia). A partir de la Edad Moderna los palacios de ciertas ciudades europeas constituyen modelos y denominaciones características, adaptando las sucesivas innovaciones formales de los estilos artísticos de cada periodo (el Renacimiento, el Barroco y el Neoclasicismo). Con la expansión colonial, el modelo de palacio europeo se extendió por el resto del mundo.

Flandes e Italia fueron los dos núcleos principales del desarrollo urbano medieval, que se prolongó durante la Edad Moderna. En particular, cada una de las grandes ciudades italianas desarrollaron modelos de palazzo muy peculiares de cada una.

Las ciudades capitales de las monarquías que formaron los estados modernos alojaron impresionantes palacios, tanto de las casas reales como de la aristocracia que se atraía a la corte permanente (por oposición a la corte itinerante medieval).

La city de Londres creció en torno al poder del rey de Inglaterra que simbolizaba la Torre de Londres (otras residencias reales se construyeron en los alrededores, como el Palacio Savoy, destruido en las revueltas de 1381), mientras que el poder del parlamento inglés se manifestaba en la cercana Westminster. La reconstrucción urbana tras el incendio de Londres de 1666 y su pujanza económica con la revolución industrial y la expansión del imperio británico convirtieron a esta metrópolis en la ciudad más importante del mundo, lo que determinó la condición palaciega de muchos de sus edificios, incluidos algunos muy característicos, como los clubs.

El París medieval creció en torno a la fortaleza-palacio real de la isla de la Cité. Durante el Antiguo Régimen, muchos otros palacios se construyeron en la ciudad, a iniciativa regia o de particulares. El crecimiento urbano durante el siglo XIX (ensanche de Haussmann) permitió la construcción de palacios al gusto burgués, como el que habitó la reina exiliada de España Isabel II, llamado Palacio de Castilla.

En la Baja Edad Media Madrid era una ciudad de segundo orden, pero que se beneficiaba de la presencia esporádica de la corte itinerante gracias a que el Alcázar era una escala obligada en la red de residencias reales de la Corona de Castilla. Incluso un palacio particular, la Torre de los Lujanes (en el entorno de la Plaza de la Villa, junto a la Casa de Cisneros), fue escogido como residencia-prisión de Francisco I de Francia, capturado en la batalla de Pavía. La ubicación central de la ciudad determinó su elección como corte permanente por Felipe II. El Alcázar se convirtió en la residencia oficial real, la burocracia se asentó en él y en otros edificios (como el Palacio de los Consejos, el Palacio de Santa Cruz o el Palacio del Marqués de Grimaldi) y a una distancia relativamente próxima se creó una red de Reales Sitios como residencias de recreo, entre los que se estableció un circuito ritualizado de desplazamientos (jornadas reales)[28]​ en distintas estaciones del año; pero incluso cuando Felipe V pasó una larga temporada en Sevilla, las instituciones de poder permanecieron en Madrid. El incendio del Alcázar motivó su reconstrucción con los criterios propios del palacio borbónico de Versalles (que ya se había procurado imitar a pequeña escala en el Palacio de la Granja). Por su parte, la aristocracia llenó Madrid de palacios particulares (Palacio de Liria, Palacio de Villahermosa, Palacio de Buenavista), a los que en el siglo XIX el Nuevo Régimen liberal añadió la iniciativa de una oligarquía formada tanto por la alta nobleza tradicional como por la burguesía enriquecida y ennoblecida (Palacio del Marqués de Salamanca, Palacio de Linares, Museo Cerralbo, Museo Lázaro Galdiano); que caracterizó la arquitectura del eje urbano del Paseo de la Castellana. Las instituciones parlamentarias se alojaron en sendos palacios (Palacio de las Cortes o del Congreso y Palacio del Senado). En el Parque del Retiro se construyeron pabellones con el nombre de palacios (Palacio de Cristal, Palacio de Velázquez -no debe confundirse con la Casa de Velázquez, en el entorno del Palacio de la Moncloa-).

La condición descentralizada del Sacro Imperio Romano Germánico se manifestó en la construcción de cortes palaciegas en edificaciones de distintas denominaciones (Residenz -"residencia"- Hof -"corte"-, Schloss -"castillo"-, etc.) para los príncipes electores (Kurfürsten) y otros aristócratas de la alta nobleza y el alto clero (Fürsten -"príncipes"-) que actuaban en la práctica como soberanos independientes; mientras que la condición de emperador del Sacro Imperio, electiva, recayó desde finales de la Edad Media en los Archiduques de Austria de la casa de Habsburgo, que mantenían su corte en Viena. Algunas ciudades tenían la condición de ciudad libre o ciudad imperial (freie Städte y Reichsstadt), con muy distintos grados de autonomía, aunque no llegaron a alcanzar el grado de independencia de las ciudades-estado italianas o de los cantones suizos. La unificación alemana del siglo XIX determinó la capitalidad de Berlín durante el Imperio alemán (Deutsches Reich entre 1871 y 1918).

En el Reino de Castilla entre otros los nobles vivían parte del año en sus señoríos y allí levantaban sus palacios que muchas veces se convertían en focos de cultura para pequeños municipios, caso de Alba de Tormes donde tenía su palacio el primer Duque de Alba (Kamen, 2004). En otros casos no era en su lugar de origen, sino en tierras donde a las que se sentían unidos, caso del Marqués de Benavites cuando levantó un torreón en su palacio de Ávila donde habilitó dos museos abiertos a los abulenses. Así en pequeñas poblaciones (como el Palacio de Cogolludo, el Palacio del Marqués de Santa Cruz, el Palacio Ducal de Lerma o el Palacio Real de Olite), hay palacios o incluso conjuntos de numerosos palacios (como los conjuntos monumentales de Cáceres, Úbeda, Villaviciosa o Espinosa de los Monteros); que responden a la configuración social del Antiguo Régimen en España.

Un caso diferente lo constituyen los palacios de indianos o casas de indianos, los suntuosos edificios que levantaron a finales del siglo XIX y comienzos del XX los indianos enriquecidos, a la vuelta de su emigración, en sus poblaciones de origen, especialmente del norte peninsular. En Canarias se conserva el lugar que ocupaba una cueva-palacio prehispánico (la Cueva de Chinguaro). En Galicia son características las residencias palaciegas de tipo eminentemente rural denominadas pazos.

Palacio de Jabalquinto, Baeza.

Palacio de Chiloeches, Espinosa de los Monteros.

Palacio del Marqués de Dos Aguas, Valencia.

Pazo de Fefiñans, Cambados.

Además de las residencias reales y aristocráticas conocidas como Châteaux de la Loire, en Francia hay multitud de palais urbanos y châteaux rurales que responden a la peculiar configuración histórica del Antiguo Régimen en Francia. Las regiones periféricas (Bretaña, Normandía, Borgoña, Provenza, Aquitania), con de centros de poder autónomos hasta su incorporación al reino de Francia se caracterizaron por mantener instituciones particularistas como los Parlements, expresados en edificios palaciegos.

Con un criterio historicista neogótico, Viollet le-Duc reconstruyó el Castillo de Pierrefonds como palacio para Napoleón III.

Las residencias palaciegas rurales de la aristocracia inglesa, inicialmente en estilo Tudor (Hunsdon House, Oxburgh Hall, Owlpen Manor, East Barsham Manor) e isabelino (Hardwick Hall, Burghley House, Wollaton Hall, Longleat House) reflejaron posteriormente el ideal arquitectónico del palladianismo (Wilton House, Holkham Hall, Woburn Abbey, Saltram House, Wentworth Woodhouse), y otros estilos (Palacio de Blenheim -el único edificio que lleva el nombre palace además de los vinculados a la familia real, que fue construido para el Duque de Marlborough-, Castle Howard, Flete House, Compton Castle, Trafalgar House, Montacute House, Groombridge Place, Knole House). De un modo notable, desarrollaron un estilo propio de paisajismo (el jardín inglés), diferenciado del geometrismo de los jardines versallescos. También se desarrolló una arquitectura palaciega en entornos urbanos, además del de la ciudad de Londres.

En Irlanda, Carton House, Westport House, Powerscourt House, Frescati House, Leinster House.

En Escocia se encuentran residencias regias: el Palacio de Holyrood (el palacio real de los reyes de Escocia desde el siglo XV) y el Castillo de Balmoral (residencia de los reyes de Inglaterra desde la reina Victoria).

Durante el régimen comunista de Ceaucescu se levantó, con criterios estéticos propios de la arquitectura soviética o arquitectura estalinista, un gigantesco complejo de edificios (el Casal Popuruli o "Casa del Pueblo"), actualmente denominado Palacio del Parlamento Rumano.



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