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Prehistórico



La prehistoria (del latín præ-, «antes de», y de historia, «historia, investigación, noticia», este último un préstamo del griego ιστορία) es, según la definición tradicional, el período de tiempo transcurrido desde la aparición de los primeros homininos, antecesores del Homo sapiens, hasta que tenemos constancia de la existencia de documentos escritos,[1]​ algo que ocurrió en primer lugar en el Oriente Próximo hacia el 3300 a. C., y posteriormente en el resto del planeta.[2]​ No obstante, en su acepción clásica, se vincula con una prehistoria ligada a la historia natural.

Según otros autores, la prehistoria terminaría en algunas regiones del mundo antes, con la aparición de las sociedades complejas que dieron lugar a los primeros estados y civilizaciones.

Según las nuevas interpretaciones de la ciencia histórica, la prehistoria es un término carente de significado real en el sentido que fue entendido durante generaciones. Si se considera a la Historia, tomando la definición de Marc Bloch, como el «acontecer humano en el tiempo», todo es Historia existiendo el ser humano, y la prehistoria podría, forzadamente, solo entenderse como el estudio de la vida antes de la aparición del primer homínido en la tierra. Desde el punto de vista cronológico, sus límites están lejos de ser claros, pues ni la llegada del ser humano ni la invención de la escritura tienen lugar al mismo tiempo en todas las zonas del planeta.

Por otra parte, hay quienes defienden una definición de esta fase o, al menos, su separación de la Historia Antigua, en virtud de criterios económicos y sociales en lugar de cronológicos, pues estos son más particularizadores (es decir, más ideográficos) y aquellos, más generalizadores y por tanto, más susceptibles de proporcionar una visión científica.

En ese sentido, el fin de la prehistoria y el inicio de la historia lo marcaría una estructuración creciente de la sociedad que provocaría una modificación sustancial del hábitat, su aglomeración en ciudades, una socialización avanzada, su jerarquización, la aparición de estructuras administrativas, de la moneda y el incremento de los intercambios comerciales de larga distancia. Así, no sería muy correcto estudiar dentro del ámbito de la prehistoria sociedades de carácter totalmente urbano como los incas y mexicas en América, el Imperio de Ghana y el Gran Zimbabue en África o los jeméres en el sudeste asiático, que solamente son identificados con este período por la ausencia de textos escritos que de ellos tenemos[3]​ (los mayas han entrado hace muy poco plenamente en la Historia al haberse descifrado sus glifos, que tienen valor fonético, por lo que forman un sistema completo de escritura).[4]

Se considera un campo académico o especialidad muy ligada a la Arqueología, la Paleontología y la geología histórica.

Desde el punto de vista más tradicional, se considera que la arqueología prehistórica es una especialidad científica que estudia, por medio de la excavación, los datos de este periodo de la Historia que ha precedido a la invención de la escritura. Los restos arqueológicos son la principal fuente de información y para estudiarlos se utilizan numerosas disciplinas auxiliares, como la física nuclear (para efectuar dataciones absolutas), el análisis por espectrómetro de masas (de componentes líticos, cerámicos o metálicos), la geomorfología, la edafología, la tafonomía, la trazalogía (para las huellas de uso), la paleontología, la paleobotánica, la estadística no paramétrica, la etnografía, la paleoantropología, la topografía y el dibujo técnico, entre otras muchas ciencias y técnicas. De manera que hay un gran número de personas que consideran a la prehistoria como una especialidad dentro de la Historia, pero mucho más tecnificada y pluridisciplinaria.

La metodología de base para la obtención de datos en la prehistoria es la Arqueología, por lo que hasta hace muy poco Prehistoria y Arqueología eran confundidas constantemente. En los ámbitos académicos de la Europa continental, la prehistoria es una especialidad de la Historia, siendo habitual que haya departamentos de Prehistoria dentro de las facultades de Historia y también es normal que la financiación de las investigaciones corra a cargo de instituciones de orientación humanística o la propia administración estatal. En cambio, en América y las islas británicas, la Prehistoria está siendo supeditada a la Arqueología (Arqueología procesual), la cual, a su vez, suele verse como una especialidad de la Antropología, cuyo alcance, en cualquier caso, no se limita a las fases preliterarias de la Historia, sino a cualquier periodo pretérito, aunque sea muy reciente. Además, la organización de los departamentos de Arqueología anglosajones suele ser diferente al asociarse a menudo a las Ciencias Naturales, incluyendo laboratorios propios y sistemas de financiación ligados a organismos enfocados a tales ciencias (en Estados Unidos, por ejemplo, la National Science Foundation y en Gran Bretaña el Natural Environment Research Council) o fundaciones más relacionadas con el sector privado.[5]

Los últimos estadios de la prehistoria, la protohistoria, englobarían, según algunas interpretaciones, los periodos sin escritura de ciertas culturas contemporáneas de los pueblos históricos, cuyos textos nos dan una información adicional sobre estos grupos ágrafos, y según otras, aquellas sociedades en proceso de formación de un estado, pero que no tienen escritura. Estas definiciones son bastante limitadas, siendo la primera escasamente útil fuera del ámbito europeo. Así, debido a la complejidad del concepto, este es poco usado y las culturas protohistóricas suelen incluirse tanto en el estudio de la prehistoria como en los primeros momentos de la Historia antigua.

África es la cuna de la humanidad y es en la actualidad el continente en el que más poblaciones siguen utilizando tecnologías prehistóricas. Resulta fácil concluir que la prehistoria de África es la más larga y compleja de todo el globo.[6]​ Pero esto no siempre fue visto así, ya que durante el siglo XIX y hasta mediados del XX se adjudicaba a Asia nuestro origen. Esta teoría era la consecuencia de que los fósiles de homininos más antiguos con los que se contaba entonces procedían de allí: el Hombre de Java y el de Pekín. Tal visión cambió radicalmente con los trabajos realizados en el África austral y oriental, y publicados a partir de los años cincuenta del siglo XX, que remontaron la antigüedad de los fósiles africanos (de Australopithecus y Homo) a cuatro millones de años atrás.[7]

En el África subsahariana nacieron y evolucionaron buena parte de las especies de homininos antepasados nuestros. De allí salió Homo ergaster para colonizar Asia y Europa, Homo antecessor hacia la península ibérica y, finalmente, Homo sapiens para dominar todo el mundo.[8][9]​ Posteriormente, el corazón del continente vio como florecieron importantes culturas que fueron decayendo, unas por su propia dinámica interna y, otras por la continua sangría provocada por la explotación colonial y/o esclavista iniciada en tiempos de los cartagineses, y perpetuada por los romanos, los árabes y los europeos (estos últimos a partir de la Edad Moderna).

En África subsahariana para el Paleolítico suele utilizarse la periodización anglosajona, aunque ésta obvia toda la fase de desarrollo correspondiente al género Australopithecus:

La metalurgia en la región subsahariana no pasó por las clásicas fases del Viejo Mundo (cobre, bronce y hierro), apareciendo solo evidencias de fundición del hierro y en unas fechas muy tempranas respecto a Europa. Hasta mediados de los años setenta del siglo XX se relacionaba la expansión lingüística del grupo bantú por África central y austral (a partir del siglo V a. C. y a costa de, sobre todo, las lenguas joisanas) con la del metal. Pero los datos arqueológicos posteriores han desmentido este modelo de tradición colonialista. Así, las dataciones más antiguas relacionadas con artefactos férreos se sitúan hacia el 1800 a. C. en lo que actualmente es el desierto de Níger. Sobre el 1300 a. C. para algunos puntos de África oriental, el 900 a. C. en el área del Congo y el 500 a. C. en Zambia y Zimbabue.[11]

El proceso lingüístico bantú está todavía lejos de ser bien comprendido y los estudiosos sostienen diversas teorías acerca de su génesis y desarrollo.[11]​ Puede que los Nok de Nigeria, que vivían en los valles de los ríos Níger y Benué, y eran capaces de fundir y forjar el hierro hace 2500 años estén relacionados con el origen de los bantúes, aunque no hay pruebas.

Aunque la mayoría de los grandes reinos de África centro-occidental mantuvieron fuertes lazos de dependencia comercial con las áreas islámicas, ya históricas, del norte, sus fuentes narrativas siguieron estando basadas en las tradiciones orales. Tenemos noticias de ellos gracias a los viajeros y misioneros musulmanes que alcanzaron el centro del continente y dejaron constancia en sus escritos. Ese fue el caso de un geógrafo que describió en el siglo VIII el Imperio de Ghana. Los registros orales fueron puestos por escrito en árabe gracias a historiadores de Tombuctú, que durante el siglo XVII recogieron tradiciones que se remontaban a los siglos XIII-XIV, relacionadas con el Imperio de Malí. En cambio, del Imperio Monomotapa, que floreció entre los siglos XI y XV gracias a los contactos comerciales con los musulmanes asentados en la costa del Índico, no hay documentos escritos hasta la llegada de los portugueses.[12]

El África mediterránea tuvo, durante la Edad de Piedra, una periodización equivalente a la europea, Paleolítico y Neolítico. Después, la influencia de la civilización egipcia y la llegada de colonizadores fenicios aceleraron el ritmo evolutivo respecto a Europa.

En nuestro ámbito se suelen usar indistintamente las expresiones "Oriente Medio" y "Oriente Próximo" para designar a la región del Oriente más próxima a Europa, que es sinónimo de Asia sudoccidental. En cualquier caso, desde el punto de vista histórico, el Oriente Próximo es lo que se denomina una zona nuclear, la cual irradió continuas innovaciones y cambios que influyeron decisivamente en el desarrollo tecnológico y social de toda Eurasia.

El yacimiento de Mugharet et-Tabun (Israel), ofrece una secuencia casi completa de este periodo: las industrias más antiguas son del achelense final (pertenecientes al modo técnico 2), seguidas de niveles con típicas industrias musterienses (modo 3) y, ya en los superiores, piezas laminares auriñacienses (modo 4).

Cráneo de Dmanisi

Bifaz de Um Qatafa

Punta de El-Wad

Hojita Dufour

Comenzó al finalizar la última glaciación. La caza y la recolección siguieron siendo básicas para la supervivencia humana (se inventaron el arco y las flechas), pero, en algunas regiones, los nómadas se fueron transformando en semisedentarios, la caza se especializó en unas pocas especies, intensificándose, y la recolección se convirtió en forrajeo organizado. Así surgieron los grupos mesolíticos más significativos de la región: los natufienses, que vivían en pequeños poblados, asociados a silos, y poseían diversas herramientas para cosechar y elaborar cereales panificables.

Datado hacia el 8000 a. C. en la región denominada Creciente Fértil, es decir, Mesopotamia (hoy en día Irak), regiones adyacentes de Turquía e Irán, así como Canaán (actualmente Siria, Jordania, Israel y Palestina). Es una de las áreas nucleares de la neolitización, considerada la más antigua. Allí se domesticaron algunas de las especies de animales básicas para dar lugar a los inicios de la ganadería y se comenzaron a cultivar ciertas plantas sin las cuales no entenderíamos la agricultura. Además:

Aunque en el Próximo Oriente el desarrollo de la metalurgia del bronce coincidió con la aparición de documentos escritos y el nacimiento de las primeras civilizaciones (dejando sin sentido que tratemos la Edad de los Metales como una etapa prehistórica global), la fase calcolítica sigue siendo todavía prehistórica.

El Calcolítico o Eneolítico es la Edad del Cobre (en griego cobre se dice Χαλκός = khalkós). El cobre comenzó a ser utilizado durante el Neolítico en forma de objetos martillados a partir de pepitas de metal nativo. Las primeras evidencias corresponden a la cueva de Shanidar (montes Zagros, Irak), donde se hallaron colgantes hechos con cuentas de cobre en niveles correspondientes al 9500 a. C., o sea, del Neolítico inicial.[18]​ Empezó a ser fundido en el sur de Anatolia y el Kurdistán durante el VI milenio a. C. para realizar punzones, agujas y adornos, mientras se seguían utilizando las mismas herramientas líticas (o de otros materiales) del Neolítico, ya que los artefactos metálicos eran menos eficaces que los de sílex u obsidiana.

En Mesopotamia la metalurgia del cobre (y del plomo) aparece en los complejos culturales de Samarra (Irak) y Tell-Halaf (Siria), hacia mediados del VI milenio a. C. En ambos se había empezado a practicar la agricultura de regadío y se elaboraron cerámicas hechas a mano de alta calidad. Los grupos halafienses construyeron santuarios, realizaron pequeñas esculturas y utilizaban sellos. En el sur mesopotámico destacan el yacimiento de Eridu, donde se construyó un templo de pequeño tamaño, y El Obeid, que nos ha legado cerámica hecha a torno, armas y adornos de metal, así como templos monumentales que anticipaban los posteriores zigurat.

Desde el 5000 a. C. en Ugarit (Siria) y desde el 4500 a. C. en Palestina y Biblos (Líbano) comenzaron a manufacturarse pequeñas cantidades de objetos metálicos que en el caso de Biblos no solo fueron de cobre sino también de oro y plata.

A pesar de que los fósiles directores de esta fase son los objetos de cobre fundido, la metalurgia no es la principal innovación asociada con este período. Complejos procesos como la intensificación de la producción, la especialización artesanal o la estratificación social provocaron una serie de fenómenos que desembocaron en la aparición de las primeras sociedades complejas o preestatales, que se transformaron durante el Bronce antiguo en estados.

Al este del Oriente Próximo los grupos epipaleolíticos/mesolíticos son poco conocidos, aunque se han encontrado industrias microlíticas en India (Madrás y Guyarat), en Tailandia, Indonesia, China, Manchuria, Mongolia, Corea y Japón. Corresponden a grupos que practicaban la recolección, la caza, la pesca y el marisqueo.[22]

Tanto el Subcontinente indio como Asia Oriental y el Sudeste asiático son considerados por la mayoría de los investigadores como áreas nucleares en la neolitización.

La metalurgia del cobre está presente en la cultura urbana del valle del Indo (o de Harappa), que se desarrolló independientemente de las civilizaciones del Creciente Fértil entre 2700-1700 a. C. Harappa o Mohenjo-Daro fueron auténticas ciudades con casas de adobe y ladrillo estandarizados, urbanismo reticular formando barrios, con murallas y centros ceremoniales. El cobre sirvió inicialmente para producir bienes de prestigio y después para fabricar herramientas y armas.[24]

En los valles de los ríos chinos Amarillo y Yangtsé se ha documentado la metalurgia del cobre desde mediados del IV milenio a. C., pero no está claro si es autóctona o importada de otras regiones asiáticas. En los grupos calcolíticos de Longshan se aprecian las primeras formas protoestatales, que dieron lugar a la cultura de Erlitou, muy relacionada con la primera dinastía conocida, la Xia y con la generalización del uso del bronce. En Vietnam y Tailandia el cobre fundido se fecha durante el III milenio a. C., pero su conocimiento es de clara influencia india y china. El bronce aparece en Siam a principios del II milenio a. C.; posteriormente, en Vietnam se elaborarán los sofisticados tambores de bronce Dong Son.[25][26][27]

Durante toda su prehistoria, el continente europeo fue tributario de las tradiciones culturales de África y Oriente Próximo. Si exceptuamos la cultura musteriense y quizá la auriñaciense, así como el desarrollo del arte paleolítico, el megalitismo, el vaso campaniforme o la cerámica cordada, buena parte de la evolución registrada durante esta fase es el resultado de importaciones foráneas. Solo el desarrollo de la cultura clásica grecorromana (ya histórica) puso a Europa a la altura de las grandes civilizaciones de otros continentes.[28]

La Edad de Piedra europea sigue dividiéndose en tres etapas, siguiendo las propuestas de John Lubbock, que en 1865 separó el Paleolítico y el Neolítico. A estas se unió posteriormente el Mesolítico/Epipaleolítico, gracias al descubrimiento del tardenoisiense por Gabriel de Mortillet, realizado entre 1885 y 1897.[29]​ La definición de las tres Edades de la Piedra fue precisada y enriquecida por las propuestas de Henri Breuil en 1932. Desde entonces, aunque se hayan revisado las referencias y muchos conceptos erróneos, esta división apenas ha sufrido alteraciones relevantes.

Hasta los años 70 del siglo XX los modelos difusionistas establecían que la metalurgia llegó a Europa a través del Cáucaso y Anatolia en el cuarto milenio a. C. Pero las dataciones de carbono-14 demostraron que la balcánica era casi un milenio más antigua que la de sus supuestos inspiradores y, así, investigaciones posteriores establecieron que, hacia el 4000 a. C., en la península balcánica había surgido de manera autóctona una industria minero-metalúrgica del cobre asociada a una rica orfebrería, en un entorno social que algunos autores han llegado a denominar la primera civilización europea. Situados entre el Danubio y Tesalia, los focos principales fueron Vinça, Gumelnitsa, Salcuta, Cucuteni y Tiszapolgar, contemporáneos de los complejos neolíticos griegos. Los grupos balcánicos se extendieron por la actual Serbia, Bulgaria, Rumania, Besarabia, Moldavia, Ucrania y el resto de la cuenca de los Cárpatos.[32]

Un segundo foco metalúrgico autóctono se sitúa al sur de la península ibérica, en Los Millares (Almería, España) y Vila Nova (Portugal), desarrollándose a partir de finales del cuarto milenio a. C. y a lo largo de todo el tercero. Ambos grupos mantuvieron las tradiciones megalíticas funerarias, aunque su estructura social fue, sin duda, mucho más compleja que durante el Neolítico final: los dólmenes almerienses pasaron a ser sepulcros de corredor con cámara de falsa cúpula, es decir, auténticos tholoi, y aparecieron impresionantes estructuras defensivas en las dos zonas. También aquí, las tesis difusionistas relacionaban el aumento de la complejidad social y tecnológica peninsular con la llegada de unos míticos colonizadores orientales. Y, al igual que en los Balcanes, las dataciones de Carbono 14 establecieron que los materiales occidentales son mucho más antiguos que aquellos. Además, los ídolos oculados, la cerámica acanalada o pintada y las coladas de cobre peninsulares tienen características propias, diferentes de los supuestos modelos orientales. El modelo difusionista ha tenido que ser abandonado y su lugar ha sido ocupado por otro, evolucionista y local.[33][34]

También a finales del cuarto milenio a. C. comenzó a producirse un aumento de la complejidad social en el ámbito del mar Egeo. Aunque los cambios que se produjeron tienen un claro carácter interno,[35]​ no es menos innegable el importante papel que jugaron las redes de intercambio que conectaban el Egeo con Anatolia y Egipto.[36]​ Estas transformaciones socio-económicas constituyen la base de las posteriores culturas clásicas:

La introducción del cobre en el resto de Europa está asociada a la extensión de dos grandes fenómenos, claramente diferenciados, pero contemporáneos y, que a veces, se solapan entre sí: el vaso campaniforme y la cerámica cordada.

El complejo del vaso campaniforme fue un fenómeno que afectó a prácticamente toda la Europa prehistórica (salvo las zonas el este y los Balcanes), pero de un modo desigual y manteniendo una gran diversidad. Supuso la expansión de la metalurgia del cobre a las áreas marginales que no conocían todavía este metal. El objeto más característico de este horizonte son los vasos de cerámica de forma acampanada, con decoración incisa o impresa cuyos motivos varían en función de las peculiaridades regionales.

Cuenco campaniforme tipo Ciempozuelos

Puñal de lengüeta de cobre

Brazal de arquero de piedra

Puntas de flecha tipo Palmela

La cronología del vaso campaniforme y su interpretación son controvertidas, habiéndose generado al respecto (y haciéndolo todavía) abundante literatura. Los últimos datos proporcionados por la revisión sistemática de las dataciones de carbono-14 en campaniformes de toda Europa han permitido establecer que los más antiguos serían los encontrados en el área del Bajo Tajo, en Portugal, con una cronología que iría del 2900 al 2500 a. C.[37]​ Según otros autores, su aparición se situaría, en cambio, sobre el 2400 a. C., desapareciendo hacia el 1800 a. C.[38]

Las tumbas asociadas al horizonte campaniforme consisten en fosas individuales en las que se depositaba el cadáver en posición contraída con un ajuar que suele constar de la típica cerámica campaniforme y otros objetos no menos característicos: puñales de lengüeta y leznas biapuntadas, brazaletes de arquero, puntas de flecha tipo Palmela, adornos en oro de diversa entidad (diademas, pendientes) y botones de hueso perforados en V; siempre en contextos funerarios masculinos.[39]

Los grupos de la cerámica cordada eran originarios, según unos, de las estepas euroasiáticas y, según otros, de Centroeuropa. Están relacionados con las lenguas indoeuropeas y se extendieron por toda la Europa central, nórdica y oriental durante el tercer milenio a. C. Son también conocidos como Kurganes de las estepas, del hacha de combate o de los sepulcros individuales. Sus características principales serían:

El bronce es una aleación de cobre y estaño que tiene las ventajas de que se funde a una temperatura más baja y es mucho más resistente. Fue conseguido en el Oriente próximo a finales del IV milenio a. C. y penetró en Europa a través de una extensa red de vías comerciales que recorrían todo el continente, comunicando la península ibérica o el mar del Norte con las civilizaciones orientales, ya plenamente históricas.

Entre los años 1800 a. C. y 1500 a. C., aproximadamente, coincidiendo con la plenitud del mundo minoico, Europa comenzó a participar en las redes comerciales creadas por la demanda de materias primas por parte de las civilizaciones del Próximo Oriente y del Egeo. El ámbar del Báltico, el cobre del bajo Danubio y Huelva, el estaño de Cornualles y Galicia, el oro de Irlanda, los metales preciosos de Andalucía y el azabache de Gran Bretaña, eran intercambiados por armas y herramientas de bronce, ornamentos de oro y plata, o perlas egipcias de fayenza azul. Entre las culturas arqueológicas de este periodo destacarían la de Unetice, la de los túmulos armoricanos y la de Wessex. En las islas británicas, durante esta época, siguieron teniendo gran importancia los santuarios megalíticos denominados henges, centros cultuales como el mismo Stonehenge.

La mayor parte de los restos de esta época son monumentos funerarios de tipo tumular pertenecientes, a juzgar por la alta proporción de armas y la gran riqueza de algunos, a las oligarquías guerreras locales, que debían conocer el carro de combate y vivían en poblados fortificados. Los ajuares se componían, fundamentalmente, de los característicos puñales triangulares de pomo macizo, las hachas planas y las hachas-maza de combate de bronce; también aparecen ornamentos metálicos como los brazaletes, las lúnulas o pectorales, jarras de oro o plata repujados, ámbar y perlas de fayenza egipcias. Algunos túmulos llegan a ser tan ricos que han motivado su denominación como «tumbas reales»: las de Leki Male (Polonia) y Leubingen (Austria), de los grupos de Unetice; la de Kernonen (Francia), de los Túmulos armoricanos; o la de Bush Narrow (Inglaterra), perteneciente a Wessex. En ciertas zonas del norte de Italia, los terrenos pantanosos han preservado multitud de objetos de cuero, piraguas de madera, arcos de gran tamaño, ruedas de carro y arreos en hueso.

En la península ibérica y a partir del 2300 a. C., comenzó a despuntar la denominada cultura argárica en, aproximadamente, la misma área donde se había desarrollado la de Los Millares, aunque, en esos momentos, todavía con una pequeña zona de influencia y numerosas pervivencias calcolíticas. Es una etapa temprana, llamada tradicionalmente «Fase A» en la que destacan los enterramientos en cista con un ajuar que ha querido ser relacionado con influencias del Mediterráneo oriental, pero que ha terminado revelándose como autóctono.

El Bronce Medio transcurrió, más o menos, entre el 1500 a. C. y el 1200 a. C., lo que significa que coincide con el apogeo de la civilización micénica. Destaca en Centroeuropa la cultura de los túmulos, un complejo que derivó de Unetice, con poblados no muy grandes, de viviendas de madera, edificados sobre colinas de fácil defensa y protegidos por murallas y fosos. Los enterramientos eran tumulares (de ahí su denominación), con túmulos más monumentales que en la etapa anterior, a menudo se agrupaban en grandes necrópolis y la incineración fue cada vez más habitual. En el área de la península itálica se desarrollaron la cultura de las Terramaras y la cultura apenínica, ambas de fuerte influencia balcánica, así como la cultura Sícula, más cercana al mundo micénico, que ya había colonizado las Islas Eolias en esa fase.

Una de las novedades más notables respecto al Bronce antiguo es la aparición de auténticas espadas con largas hojas y sistemas de enmangue más efectivos que los remaches: empuñaduras de lengüeta cuyos mangos son, a veces, ricamente decorados con materiales perecederos (cuero, hueso y maderas de diversos tonos, que, pueden tener incrustaciones de oro y ámbar) que, afortunadamente, se han conservado en algunos ejemplares de la zona nórdica. Asimismo aparecen puntas de lanza tubulares y hachas de talón.

En lo referente a los adornos metálicos, su variedad es innumerable: brazaletes espiraliformes, tobilleras, colgantes, alfileres, anillos, pendientes, pasadores, broches, etc. Mención especial merecen los torques retorcidos irlandeses, que desde su región originaria, se difundieron por toda Europa, recibiendo el nombre de Torques de Tara en honor a este santuario gaélico, la Colina de Tara. Una obra excepcional, que supera el calificativo de mero ornamento, es el carro solar de Trundholm (arrojado como ofrenda al fondo de un pantano en Dinamarca).

En la península ibérica la cultura del Argar alcanzó en esos momentos su fase de plenitud, desarrollándose en el árido sudeste (Almería y provincias limítrofes).[40]​ El número de asentamientos localizados revela un fuerte aumento demográfico respecto a la etapa millarense. Eran poblados fuertemente protegidos, construidos en sitios altos fácilmente defendibles, con gruesas murallas y áreas restringidas tipo acrópolis. Los enterramientos eran individuales y dentro de las viviendas; mientras que en la fase anterior se realizaban en cistas, en ésta pasaron a ser en grandes tinajas o pithoi, con ajuares muy diversos que delatan una compleja estratificación social. Tal estratificación se refleja también en la organización interna de los poblados y en la jerarquía urbana. Aunque El Argar no llegó nunca a formar un auténtico estado, debió generar alguna forma política de carácter pre-estatal. Las formas cerámicas argáricas son muy diferentes de las del resto de Europa occidental con vasos carenados y altas copas sin decoración. El resto del ajuar lo componen brazaletes, cuentas de ámbar, espadas (también diferentes, pues mantienen el sistema de mango macizo sujeto con remaches), alabardas, brazaletes, ornamentos de ámbar, alfileres y unas inconfundibles diademas de plata.

Aunque el mundo argárico se circunscribió a las provincias de Almería y Murcia, así como parte de las de Málaga y Granada, toda la mitad sur de la península ibérica se vio afectada por su influencia, muy clara en la cultura de Atalaia (sur de Portugal) y en la cultura de las Motillas (La Mancha). A medida que nos desplazamos hacia el norte, la influencia argárica se hace más difusa, aunque se ha constatado que hubo relaciones comerciales con las regiones septentrionales. En la zona galaico-portuguesa parece que hubo unos grupos muy relacionados con el mundo atlántico, como lo demuestran sus manifestaciones artísticas (los petroglifos) o los atesoramientos (como el tesoro de Caldas de Reyes, Pontevedra,[41]​ con más de 25 kg de objetos metálicos fabricados con oro aluvial de la península, pero con paralelos bretones e irlandeses,[42]​ y que está considerado la mayor acumulación de oro de la Prehistoria europea).[43]​ En la Meseta hay una serie de yacimientos (Los Tolmos de Caracena en Soria, Cogeces del Monte en Valladolid, Abia de la Obispalía en Cuenca, y otros más) que permiten hablar de un horizonte denominado Protocogotas (o también Cogeces) que acusa, indistintamente, la influencia argárica y atlántica, sobre un sustrato epicampaniforme.

En las Baleares, y sobre todo en Mallorca y Menorca, se desarrolló la primera fase de la cultura talayótica (que alcanzó su plenitud durante la Edad del Hierro), caracterizada por la arquitectura ciclópea en una serie de edificios como los talayots (o torres), las taulas y las navetas. Este fenómeno se ha relacionado con la cultura nurágica de Cerdeña. Se conocen poblados amurallados (como el de Ses Paisses) que albergan talayots, barrios de viviendas de mampostería e inhumaciones bajo el piso; hay también construcciones cultuales escalonadas (tal vez templos) e, incluso, acrópolis amuralladas en lugares de difícil acceso.

Se llama Edad del Hierro al período en que se desarrolló la metalurgia del hierro, metal más duro que la aleación de bronce y uno de los elementos más abundantes de nuestro planeta. Los primeros artefactos de hierro fundido datan del III milenio a. C. y fueron hallados en Anatolia. A Europa comenzaron a llegar a partir del 1200 a. C., durante el Bronce Final.

A pesar de que los minerales de hierro son muy abundantes, su siderurgia requiere una tecnología compleja y diferente a la de otros metales conocidos por entonces (refinado, fundido, forjado y templado), lo que obstaculizó su difusión: durante muchos siglos el hierro fue más un objeto de prestigio que una materia prima utilizada en herramientas de uso habitual, por lo que el bronce no fue desbancado rápidamente. El hierro no se generalizó en Europa hasta, aproximadamente, el año 800 a. C. y en la mayor parte del continente esta fase finalizaría con la romanización. Excepto en el norte de Alemania y en Escandinavia, donde persistió representada en las culturas de Jastorf y vikinga, respectivamente (los vikingos hasta alrededor del año 1000 de nuestra era).

Hasta el siglo VIII a. C. solo el Mediterráneo oriental entraba dentro de los parámetros históricos. El año 776 a. C. es reconocido por los antiguos griegos como el de su primera Olimpiada, es decir, el comienzo de su historia. Por esas mismas fechas, en la península Itálica, la cultura de Villanova, una variante regional de los campos de urnas, derivó en la civilización etrusca. En el 753 a. C. los romanos sitúan la fundación de la antigua Roma. Así nacieron las civilizaciones clásicas, cada una de las cuales tenía su propio alfabeto, derivados todos ellos del fenicio (también el ibérico). A su vez, el alfabeto fenicio es una simplificación del cuneiforme que partió de un viejo silabario de la ciudad portuaria de Ugarit (actual Ras Shamra, al norte del Siria), del segundo milenio. Posiblemente los fenicios fueron asimismo dinamizadores de los procesos locales que estaban dando lugar a la formación en Andalucía de Tartessos, una cultura de la que se sabe poco; entre otras cosas, pudo haber tenido su propio sistema de escritura, un amplio desarrollo social, cultural y, puede que, estatal. A juzgar por las fuentes escritas, las exploraciones fenicias comenzaron a finales del segundo milenio, pero no hay constancia arqueológica hasta el siglo VIII a. C. Por esas mismas fechas la primera oleada de colonizadores griegos se estableció en el Mediterráneo central, y, en el siglo siguiente, una segunda oleada alcanzó la península ibérica (Ampurias, Hemeroscopio, Mainake). La influencia de fenicios y griegos debió ser fundamental no solo para la difusión de la metalurgia del hierro, sino, también para el desarrollo de unas sociedades que entraron así en la Historia.

En el resto de Europa este periodo suele dividirse en dos grandes fases:

La cultura de Hallstatt (800-450 a. C.) o Primera Edad del Hierro en Europa Central, Francia y los Balcanes, es considerada heredera de los campos de urnas. Esta sociedad estaba dirigida por unas aristocracias guerreras reflejadas claramente en la riqueza de sus tumbas: algunas, por su contenido y su estructura, resultan claramente principescas, con ricos ajuares depositados en grandes cámaras mortuorias de madera. En éstas, el rito funerario predominante fue el de la inhumación bajo túmulo, que se fue imponiendo paulatinamente sobre la incineración, aunque ésta siguió siendo habitual en las zonas periféricas (donde suele hablarse de campos de urnas tardíos). Al principio el uso del hierro era minoritario, pero a partir del siglo VII a. C. se fue generalizando. Estos grupos mantenían contactos comerciales con el Mediterráneo y con las estepas del este europeo, haciendo, posiblemente, de intermediarios en el comercio del ámbar y el estaño con el mundo mediterráneo.

La cultura de La Tène (450 a. C. hasta la conquista romana) o Segunda Edad del Hierro en Centroeuropa, Francia, norte de España e Islas británicas. El hierro se había generalizado y la economía diversificado, naciendo lo que se ha denominado cultura céltica.[49]​ Los asentamientos estaban fortificados y la complejidad de algunos de ellos es propia de centros proto-urbanos (que los romanos denominaban oppidum), con una estratificación social bien diferenciada, cuya cúspide ocupaba la nobleza guerrera. Estos aristócratas gustaban de ser inhumados en grandes tumbas con ajuares muy ostentosos que incluyen carros de guerra, adornos, joyas, armas y grandes vasos de cerámica importados de Grecia y Etruria. La tumba de la princesa de Vix es el mejor ejemplo.

La relación de los tartesios (en la Primera Edad del Hierro) y de los íberos (en la segunda) con fenicios y helenos actuó de catalizador en el desarrollo de sus respectivas sociedades, que podrían incluirse ya dentro de la Protohistoria.

La teoría más aceptada es que el poblamiento humano de América se produjo desde Siberia a través del estrecho de Bering. La fecha está sujeta a controversia: unos creen que solo hay pruebas para afirmar que los seres humanos llegaron hace unos 16 000 años; otros apuntan a un poblamiento más temprano, entre 70 000 y 45 000 años antes del presente (AP); finalmente, hay un grupo que apunta a fechas todavía más antiguas que el 75 000 AP.[53]​ En cualquier caso, el aislamiento de América respecto a otros continentes fue casi absoluto (aunque se sabe que hubo varias migraciones a lo largo de la prehistoria), lo que justifica que no se emplee la periodización tradicional, sino otra específica adecuada a la realidad arqueológica de este continente. En 1958, los arqueólogos Gordon Willey y Philip Phillips propusieron las siguientes etapas:

Podría equipararse al Paleolítico Superior europeo, comprende desde la llegada de los primeros americanos (con una fecha variable, según el paradigma teórico defendido) hasta el comienzo del Holoceno. Dentro de este periodo hay dos fases:

Hacia el VIII milenio a. C., a finales de la última glaciación, los antiguos americanos comienzan a experimentar con el cultivo de plantas y la cría de animales, iniciando un largo proceso hacia las primeras poblaciones sedentarias. Esta transición fue más en el centro- noroeste del Perú y en el sur de México (las dos zonas nucleares fundamentales de América). También aparecen los primeros poblados estables y numerosas culturas que viven de la explotación intensiva de recursos oceánicos, cuyos restos más típicos son los concheros, grandes montones de desperdicios de conchas de moluscos. Progresivamente, las comunidades van dependiendo más y más del producto de la agricultura, la ganadería y de la pesca. Hacia este período, las oleadas de personas completaron su dominio por toda América, llegando desde lugares remotos de Canadá hasta la Patagonia.

La sedentarización se sigue de un proceso de jerarquización de las comunidades, apareciendo hacia el IV milenio a. C. las primeras jefaturas extra-familiares que se van consolidando lentamente en autoridades políticas permanentes de pueblos que forman grandes rutas de intercambio económico por medio del conocimiento de la astronomía y los ciclos agrícolas.

Concretamente en los Andes sobresale la cultura de Caral (Perú), con una fecha inicial superior al 2600 a. C.

Sería el equivalente a la Protohistoria europea, pero más dilatada; inmediatamente después de esta fase aparecen las primeras formas de escritura y las grandes civilizaciones clásicas como la de los mayas o los moche. Evidentemente, destaca por novedades como la agricultura, la ganadería, la cerámica... Entre los 4000 a. C. y el comienzo de nuestra era. También se produce la aparición de las primeras sociedades jerarquizadas con formas de gobierno relativamente complejas; de hecho, hay grandes civilizaciones como la de los Olmecas en Mesoamérica y la Cultura Chavín en Sudamérica, que llegan a dominar extensos territorios y a construir importantes centros urbanos en torno a santuarios dedicados al Dios Jaguar. Otras culturas reseñables son las de los anasazi y sus similares (Arizona), así como los constructores de Montículos de Norteamérica.

En América, la utilización de cobre nativo se remonta hacia el 900 a. C.; poco después comienza una metalurgia auténtica, basada en cobre y, sobre todo, oro y plata. El bronce no aparece hasta poco antes del año 900. El hierro no se conoció hasta la llegada de los europeos. Arriba se explica que durante las fases finales de los olmecas, al comenzar nuestra era, nació la escritura en Mesoamérica: estaríamos, pues, entrando ya en la Historia. Esto se corrobora con el hallazgo reciente de ciertos objetos extraídos de zonas donde tuvieron lugar asentamientos olmecas (Tabasco y Veracruz, México) cuya datación mediante el carbono 14 sitúa su origen alrededor del año 900 a. C. Estos elementos presentan glifos que, por sus características, han permitido suponer que el sistema de símbolos empleados fue la base de la escritura maya, que alcanzó su mayor perfeccionamiento entre el 200 y el 900 d. C.




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