La gramática del español es muy similar a la de las demás lenguas romances. El español es una lengua flexiva de tipo fusionante, es decir, en las oraciones se usa preferentemente la flexión para indicar las relaciones entre sus elementos. Sin embargo, como la mayoría de las lenguas fusionantes, también recurre al uso de adposiciones (preposiciones), palabras abstractas que sirven de nexo y son invariables. Por la forma en que se marcan los argumentos de los verbos transitivos e intransitivos, se agrupa dentro de las lenguas nominativo-acusativas con algunos rasgos de ergatividad escindida. Sintácticamente el español es una lengua de núcleo inicial altamente consistente.
Como idioma flexivo, en el español las palabras se forman mediante lexemas o raíces a los que se agregan morfemas gramaticales o gramemas (como el género masculino o femenino y el número singular o plural para los sustantivos y adjetivos, y el modo, tiempo, voz, aspecto y persona y número para el verbo), más todo tipo de afijos que sirven para formar palabras derivadas.
El español tiene flexión en los nombres, adjetivos, pronombres y verbos. La flexión se realiza exclusivamente mediante sufijos (nunca usa prefijos), cambios de posición de la sílaba tónica (a veces con alternancia vocálica) y ocasionalmente en el verbo y el pronombre mediante supletismo.
Los sufijos flexivos son los mismos para nombres y adjetivos, estos sufijos indican género gramatical /-o, -a, -Ø/ y número gramatical /-s, -es/ (la notación /-Ø/ indica un morfo cero que se refleja en la concordancia de género con el artículo.) Los sufijos flexivos verbales son mucho más numerosos y el verbo siempre tiene la siguiente estructura:
Donde TAM designa uno o varios morfemas que conjuntamente y frecuentemente de manera sincrética, como corresponde a una lengua fusionante, expresan las categorías gramaticales de tiempo-aspecto-modo. Los morfemas de persona frecuentemente también expresan simultáneamente tiempo, ya que en ciertos tiempos como el pretérito perfecto simple la misma marca indica tanto tiempo como persona, por ejemplo en amé, amaste,... las terminaciones identifican no solo a la persona, sino también el aspecto perfecto e incluso el tiempo pasado.
El español, lengua en que las palabras tienen por lo general dos o tres sílabas, prefiere entre los métodos de formación de palabras la derivación, ya que su escasez de monosílabos restringe y hace más incómoda la composición. Consiste aquel procedimiento en la suma de distintos tipos de afijos a palabras primitivas para formar otras nuevas (neologismos), llamadas derivadas. Los afijos del español provienen en su mayoría del latín y bastante menos del griego, aunque existen otros de diferente origen. Los prefijos se sitúan antes del lexema; los sufijos, antes de los morfemas constituyentes de género y número en el caso de los sustantivos y adjetivos, y antes de los morfemas constituyentes de modo, tiempo y aspecto en el de los verbos; y los interfijos antes de estos últimos y después del lexema. Los tres circunfijos del español rodean al lexema.
En Hispanoamérica, hay sufijos muy diferenciados; uno de ellos es -dera, que se emplea sobre todo en México, Centroamérica y en el área caribeña (también en las islas Canarias), y designa «acciones continuadas, intensas o repetidas»: llovedera, preguntadera, platicadera, vomitadera, lloradera, robadera, etc. El sufijo -ido ha creado neologismos en América como llorido, rebuznido, relinchido, toquido (‘ruido que se hace al tocar’) o chiflido (de chiflar, ‘silbar’). Los sustantivos terminados en -azo también son bastante comunes: en Bolivia, nortazo y surazo designan vientos.
En español, el papel de los prefijos es más limitado que el de los sufijos, ya que se usan solo en la derivación, nunca en la flexión (a diferencia de lo que ocurre con los sufijos). Fonológicamente los prefijos nunca provocan cambios de acento, a diferencia de los sufijos y son siempre átonos
En castellano, generalmente los prefijos provienen de antiguas preposiciones de origen latino (en algunos casos también algunos morfemas tomados del griego son productivos). Lo que quiere decir que un prefijo es la sílaba o palabra que se antepone a la raíz de una palabra, para formar otra palabra con otro significado pero manteniendo siempre la relación con el vocablo inicial. Semánticamente o por significado, pueden clasificarse en estos cinco tipos:
Es especialmente característico del español la marca de la afectividad con sufijos apreciativos-valorativos:
Sufijos superlativos para adjetivos son -ísim- y -érrim-; es el más usado el primero, modificando a veces la forma del lexema: cierto-certísimo, bueno-buenísimo, fuerte-fortísimo, nuevo-novísimo, etcétera. El segundo se usa para formar el superlativo de palabras como libre (libérrimo), célebre (celebérrimo), acre, agrio (acérrimo), pobre (paupérrimo), íntegro (integérrimo), salubre (salubérrimo), etcétera.
Pueden clasificarse los sufijos del español por la categoría gramatical de la palabra a que dan lugar en verbalizantes, nominalizantes, adjetivizantes y adverbializantes:
La Nueva gramática básica de la lengua española (2011, pp. 44-48) distingue cuatro grupos de sufijación nominal:
La Nueva gramática básica de la lengua española (2011) distingue cinco grandes grupos de sufijos adjetivales: los gentilicios, ya indicados, los de antropónimos, los de los adjetivos calificativos, los de los adjetivos relacionales y los de sentido activo o pasivo.
Los verbos formados por derivación suelen construirse desde bases sustantivas o adjetivas. Los más activos son -ear, -ecer, -ificar (y su variante -iguar) -ar, -izar, -itar y -uar. Pueden clasificarse conforme a dos criterios:
En realidad son lexemas sufijoidales o sufijoides que forman series de palabras compuestas, por lo cual tienen algún parecido con los sufijos, ya que el hablante no culto ha perdido la noción de que se tratan de palabras compuestas; estos son solo algunos de los más usados:
Estos son solo algunos de los más usados:
La parasíntesis es un procedimiento usado en español exclusivamente que combina composición de raíces y derivación lingüística. La estructura típica formada por parasíntesis es la siguiente:
Los tres deben estar presentes en forma simultánea; por ejemplo, quinceañero, sietemesino, altisonante, etc. No debe confundirse la parasíntesis con la llamada circunfijación.
La composición consiste en la suma de lexemas. Para componer palabras en español se recurre a nueve procedimientos:
Los paradigmas o modelos de colocación más usados en español son:
Las siguientes estructuras son patrones menos productivos que los anteriores:
Para formar palabras nuevas se recurre en castellano principalmente al procedimiento de la derivación o utilización de afijos para crear neologismos (nuevos vocablos), y bastante menos a la composición a causa de la extensión que tienen las palabras en esta lengua, donde son escasas las palabras monosílabas. La parasíntesis, típica de las lenguas fusionantes, es igualmente poco frecuente.
Existe la combinación o síntesis: suma de dos palabras en las que una o ambas pierden parte: Cantante + autor= cantautor; secretaria + azafata= secrefata; italiano + español = itañol; Europa + visión = Eurovisión; Europa + Asia = Eurasia; Microscópico + filme = microfilme; morfología + sintaxis = morfosintaxis. También la incorporación nominal: rabiatar, maniatar, pelechar...
Es más frecuente la derivación regresiva mediante cuatro sufijos: -a, -e, -o, -(e)o. Ejemplos:pelear > pelea, pagar > paga; contender > contienda; sembrar > siembra. Arrancar > arranque, bailar > baile; botar > bote; cantar > cante / canto. Agobiar > agobio; bautizar > bautizo; tirar > tiro; suministrar > suministro. Abanico > abanicar > abaniqueo; cabeza > cabecear > cabeceo; bomba > bombardear > bombardeo; bomba > bombear > bombeo.
Otros procedimientos son el calco semántico (traducir la expresión extranjera: jardín de infancia, ratón, ordenador), el xenismo (asumir una palabra extranjera sin cambios ni adaptaciones: hardware, software, kindergarten, by-pass, strip tease), la adaptación fónica (pronunciar la palabra extranjera a la española: bisté), la onomatopeya (kikiriquí), la metáfora (tarugo, por inútil), la estereotipia, el acrónimo (autobús, tergal, transistor, motel), la sigla (cedé, talgo, ave, OTAN, ONU, CC.OO.), el acortamiento (tele, zoo, foto, cine, profe, insti...), el estereotipo semántico-pragmático: hortera, dominguero, yeyé; la antonomasia (donjuán, lazarillo, celestina, "hacer un Bárbara Streissand"), etc.
El español posee más palabras llanas (un 80%) que agudas (un 17%), y más agudas que esdrújulas (menos de un 3%), resultando estas últimas casi siempre cultismos o préstamos. El léxico más antiguo del español está constituido por un pequeño substrato de fósiles lingüísticos prerromanos de origen indoeuropeo o no indoeuropeo, en especial vascos (izquierdo), otros probablemente ibéricos (barro, barda, embadurnar, gordo, muñeca, incluso algún antropónimo, como Indalecio, los sufijos -arro (-urro, -erro) o -ieco, -ueco, -asco); según Antonio Tovar (1962), estas dos lenguas, probablemente emparentadas, compartían la misma fonología vocálica que el futuro castellano: las cinco vocales /a/ /e/ /i/ /o/ /u/, algo que también ocurría posiblemente en el celtíbero; también hay fósiles celtas, bien a través del galo (abedul, alondra, braga, cabaña, camino, camisa, carpintero, carro, cerveza, legua, saya, vasallo), pero fundamentalmente a través del latín (brezo, brío, bota, berro, gancho, greña, légamo, losa, serna), porque los romanos conquistaron Hispania en el año 206 a. C. y la conservaron durante siglos, por lo cual el léxico más abundante del español procede del latín. Léxico de origen más oscuro puede provenir de lenguas que también se hablaron en la península, como el celtíbero, el lusitano y el tartesio e incluso de lenguas de pueblos que establecieron colonias como el fenicio o púnico (topónimos como Cádiz, Málaga, Cartagena, Adra, Ibiza, Mahón, Jete) y el griego (Ampurias). Al respecto de la diversidad de las lenguas prerromanas en Hispania escribieron Estrabón y Plinio el Viejo unos controvertidos pasajes. También el ligur ha dejado doce topónimos (Amusco, Biosca, Orusco...), los sufijos toponímicos -osco, -usco y -ona y los lexemas Borm- y Cara- (Carabanchel). Otros vocablos no tienen origen conocido (bruja, zarza, becerro, galápago, gusano, conejo, sarna, silo, toca, páramo...); algunas de estas lenguas todavía estaban vivas en el siglo I d. de Cristo: el historiador romano Tácito ha descrito cómo un bárbaro de Guadalajara gritaba en su lengua cuando lo atormentaban. Las lenguas no indoeuropeas dejaron al desaparecer también un substrato de rasgos fonéticos presentes incluso más tarde; por ejemplo, el pentavocalismo o la oposición fonológica entre r vibrante simple y r vibrante múltiple, que se daba en el ibero e incluso en el tarteso o tartesio. El substrato indoeuropeo prerrománico por el contrario dejó el sufijo -iego, topónimos en Seg-, -briga o -bre y algunas palabras de uso común, y el céltico la sonorización en castellano de las consonantes oclusivas sordas latinas intervocálicas (vita> vida) por el fenómeno de la lenición consonántica propio de estas lenguas, aunque no todos los autores coinciden en esta interpretación. Por otra parte, distintos autores antiguos han recogido bastantes palabras de lenguas hispánicas prerromanas que no han subsistido.
El español es, pues, una lengua románica, romance o neolatina, que deriva en su mayor parte del latín vulgar (no del latín culto) hablado por la gente más común del condado de Castilla. La inestabilidad del Imperio Romano de Occidente provocó las invasiones bárbaras del año 409 d. C., cuando entraron en la Península diversos pueblos germánicos, como suevos, vándalos y alanos, que apenas se quedaron, salvo los suevos, que fundaron un reino en Galicia que duró poco más de un siglo al ser absorbidos por los Visigodos cuando entraron en el siglo VI y pusieron la capital en Toledo. Ello motivó la introducción de diversos germanismos de una lengua que ocupaba una posición privilegiada de superestrato: heraldo, robar, ganar, guisa, guarecer, albergue, amagar, embajada, arenga, botar, bramar, buñuelo, esquila, estaca, falda, fango, grapa, manir, moho, rapar, ronda, rueca, truco, trucar, parra, ropa, ganso, jardín, aspa, guardia, espía, tapa, brotar, yelmo etcétera. Fueron, en general, vocablos relacionados con el oficio militar de los conquistadores, así como algunos rasgos morfológicos: el sufijo -engo, y gran número de antropónimos como Fernando, Álvaro, Enrique, Rodrigo etcétera.
El reino visigodo cayó en poder de los árabes cuando estos invadieron la península en el año 711, lo que dio lugar a lo más propio y específico del español respecto a otras lenguas neolatinas en cuanto a su léxico: un gran caudal (cuatro mil voces de uso frecuente) de origen árabe o arabismos que no tienen correlato parecido en otras lenguas románicas que han optado por el término de origen latino al no contar con el superestrato árabe: vocabulario relacionado con la agricultura, como noria, acequia, arroba, azadón, alfalfa, alcachofa, albaricoque, algodón, azúcar, zanahoria, aceituna, naranja...; con la fauna, como jabalí, alcaraván, alacrán...; con la jardinería, como alhelí, azucena, azahar; con la construcción, como albañil, alfarero, zaguán, azotea,, aljibe, alcoba, tabique, alcantarilla, azotea, azulejo; con la ropa, como alfombra, taza, almohada, tarima, albornoz; con las ciencias, como álgebra, guarismo, algoritmo, alcohol, alquitrán, talco, cero, jaqueca, alcohol, cifra, jarabe, azufre, alambique, alquimia, cenit, nadir, azimut... Este vocabulario sobre todo científico fue acomodado al castellano gracias a la gran obra cultural de Alfonso X el Sabio, quien mandó traducir numerosas obras científicas árabes al castellano. Al árabe se debe además el sufijo -í (alfonsí, magrebí, israelí), algunos nombres propios como Almudena o Fátima, diversos topónimos como Almadén, Gibraltar, Tarifa o hidrónimos como Guadalete, Guadalquivir, y, acaso, cierta influencia en la velarización fuerte de la jota del castellano, el fonema /x/, en casos como la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín saponem.
Con todo, algunas de las características diferenciales del castellano persistieron, como la corrosión de la f- inicial latina (así del latín farina > harina en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego, farinha en portugués, farine en francés y faina en rumano), la preferencia por un sistema de cinco vocales, la ausencia del fonema labiodental /v/, la introducción del sufijo -rro, como otros rasgos, de los cuales algunos se supone provienen del adstrato vasco. En su desarrollo histórico, la lengua española ha ido además adquiriendo, como otras lenguas de amplio curso, diversos préstamos léxicos, de los cuales los más singulares y específicos son los que provienen de las lenguas indígenas americanas, denominados genéricamente americanismos por más que las lenguas indias que suministraron estos vocablos son muy diferentes, si bien hubo una especial preferencia por las antillanas, ya que fueron estas las primeras regiones colonizadas por España y, por tanto, muchas de las nuevas realidades fueron marcadas desde entonces con vocablos de las lenguas habladas allí: piragua, enagua, caimán, cacahuete, maíz, bejuco, quina, coca, alpaca, vicuña, puma, cóndor, caribe, cigarro, mate, gaucho, petate, petaca, tiza, hule, macuto, butaca, guateque, tiburón, huracán, tomate, patata, chocolate, cacao, hamaca, cacique, canoa, ceiba... muchos de estos vocablos pasaron además a las otras lenguas a través del español como lengua puente.
Del taíno vienen canoa, caimán, barbacoa, bejuco, caoba, ceiba, hamaca, huracán, maraca, maní, maíz, tiburón, enagua, iguana, daiquiri, macuto...; del nahua proceden coyote, chapapote, mapache, aguacate, chile, tomate, cacahuete, chocolate, chicle, mezcal, tequila, canica (que otros consideran neerlandismo), tiza, hule, petate, petaca... Del maya, cigarro (aunque no tabaco, que es arabismo), chamaco, patatús, cacao (que se creía nahua), campechano... Del quechua: cancha, caucho, carpa, chirimoya, coca, cóndor, gaucho, guano, mate, llama, pampa, papa, poncho, puma, quina, quinoa, quipu... Del guaraní, jaguar, piraña, tucán, ñandú, tapioca, paraguayo... Del caribe: colibrí, manatí, papaya, piragua...
Por otra parte, esclavos llevados desde el continente africano aportaron al español de América y al español en general también numerosos vocablos denominados afronegrismos, relacionados con la música, el baile, la gastronomía, la religión y las costumbres: dengue, marimba, conga, pachanga, bachata, merengue, sandunga, mambo, guateque, cachimba, mucama, macaco, ñame, mamba, vudú, macandá, timba, mandinga, mandanga, mondongo, quijongo, musuco, moronga...
Inversamente, algunos vocablos del español pasaron a las lenguas indígenas americanas. Otros préstamos léxicos vinieron al castellano de franceses (galicismos), algunos muy antiguos, como pendón, vianda, emplear, deán, canciller... y la misma palabra español; otros vinieron después del Grand Siècle, en el siglo XVIII, cuando se asentó en el país la dinastía francesa de los Borbones: vocabulario relativo a la moda, como tisú, frac, levita, blusa, chaqué, pana, organdí, franela, piqué, peluquín, sostén, chal...; relativos a la cocina, como menú, puré, restorán, bombón, escalope, croqueta, paté, suflé, panaché, consomé; relativos a la burocracia y la política, como buró, carné, ordenador, comité, complot, rutina; referidos a deportes y espectáculos, como amateur, palmarés, entrenar, ducha, debut, higiene, reportaje, cronometraje, kilometraje, turista, chándal, pilotaje, descapotable, garaje, avión, esquí, aterrizaje, braza, cabina, marcaje, rodaje, bicicleta, pelotón, filme, filmar, doblaje, claque, reprise, ruleta, acordeón, cotillón, vodevil y otros. Algunos son curiosos, pues son hispanismos que volvieron a España desde el francés, como popurri, de pot pourri, olla podrida.
Del Reino Unido y Estados Unidos vinieron los anglicismos; antiguos son sur, este, oeste; en el siglo XIX se usaban ya club y dandy, y en los siglos XX y XXI hay una auténtica invasión de términos, muchos de ellos ociosos, ya que poseen correlato en español, relativos sobre todo a la tecnología, los deportes, la economía y los espectáculos: transistor, internet, striptease, gabardina, clip, bloc, revólver, rifle, bulldog, perrito caliente, gol, chutar, fútbol, póker, boxeo, tenis, récord, sprint, golf, ring...
De Italia los italianismos, algunos de ellos bastante antiguos (del XIV son florín, cañón, consorcio), pero sobre todo en el Siglo de Oro: soneto, cuarteto, novela, bandido, bando, caporal, coronel, batallón, escopeta, mosquete, madrigal, terceto, capricho, diseñar, bisoño, esbozo, festejar, fragata, escolta, diseñar, modelo, cartón, medalla, zarpar, carroza, pista, hostería, valija etcétera; penetran regularmente, y en el siglo de la ópera, el XIX, penetran con fuerza batuta, diva, melodrama, partitura, solista, vocalizar etcétera.
Los hebraísmos son muy antiguos en español: aleluya, querubín, amén, malsín, edén, rabí, maná, sanedrín, siclo; los nombres hebreos del Antiguo y Nuevo Testamento, sean propios o no, llevan en castellano el acento en la última sílaba si terminan en consonante o en alguna de las vocales e, i, o, u: Caleb, Jacob, Moab, Oreb; Isaac, Amalec, Melquisedec, Moloc; David; Josef; Magog; Baal, Abel, Babel, Daniel, Ismael, Israel, Abigaíl, Saúl; Abraham, Siquem, Jerusalén, Belén, Canaán, Arán, Labán, Leviatán, Madián, Satán, Rubén, Caín, Efraín, Setín, Aarón, Gedeón, Simeón, Sion; Agar, Baltasar, Tamar, Eliecer, Ester, Seír, Nabucodonosor; Astarot, Nabot, Sabaot; Acaz; Bartolomé, Betsabé, Jefté, Josué, Noé, Siloé, Getsemaní, Leví, Neftalí, Noemí, Adonaí, Jericó, Esaú, Belcebú.
De Portugal vienen los lusismos (chubasco, carabela, mermelada, caramelo, mejillón, ostra); de Cataluña los catalanismos (capicúa, alioli, paella, entremés, butifarra, anís, forastero, papel, palenque, de las provincias vascongadas los vasquismos (boina, izquierdo), de Holanda los neerlandismos (canica, amarrar) y de Japón los japonesismos (bonzo, katana, tsunami, futón, sake, manga, biombo, kimono, sushi, samurai, ikebana, judo, harakiri, origami, kárate, kabuki, geisha, haikú, tanka, kamikaze, karaoke, kanji, ninja, sogún, mikado, daimio, kawai, otaku...). De las lenguas chinas más frecuentes (mandarín o cantonés), muchas veces a través del japonés, se han documentado algunos vocablos tan antiguos como seda (del latín sericus, y este del griego antiguo σηρικός, que a su vez procede del chino 丝 sī), té, soja, tofu, kétchup, tifón, sampán, charol, caolín, bonsái, feng-sui, tai-chi, tao, kung-fu, ginseng, Japón... Del mundo malayo polinesio, en el que España estuvo presente también, vinieron palabras como orangután, cacatúa, pantalán, pareo, tabú o tatuar, y a su vez el español dejó vocablos en lenguas como el tagalo filipino o el chamoru hablado en la isla de Guam y en las Islas Marianas del Norte, donde comparten la oficialidad con el inglés. Del caló o variante hispánica del romaní, lengua del pueblo gitano, provienen vocablos de origen más o menos marginal, como chaval, currar, molar, fetén, piltra, camelar, chingar etcétera.
En la gramática del español, el sustantivo es una clase léxica abierta, la clase de los sustantivos se define semánticamente, ya que sintácticamente el adjetivo y el sustantivo pueden funcionar de manera intercambiable. Un substantivo es un núcleo de un sintagma nominal y es susceptible de recibir determinante. Desde el punto de vista morfológico, está formado por uno o más monemas, por lo general un lexema más morfemas constituyentes de género y número, y morfemas derivativos o afijos no constituyentes. En cuanto a su forma sensible, es palabra tónica y carga con acento de intensidad, que se desplaza al sufijo cuando lo lleva. Desde un punto de vista meramente didáctico se lo define como el tipo de palabra que significa persona, animal o cosa concreta o abstracta, definición que no sirve para todos los sustantivos ("carrera", "caminata", "actuación", "acción", por caso). En español admite como acompañantes a artículos y otros determinantes y adjetivos que concuerden en género y número con ellos (adyacentes) y a sustantivos en aposición que pueden no concordar. También puede llevar complementos preposicionales, llamados genéricamente complementos del nombre
El sustantivo forma el masculino con el morfema -o y más raramente -e ("cliente", "héroe") y el femenino con el morfema -a, y algunas veces con los morfemas -triz, -esa, -isa o -ina (actor, actriz; abad, abadesa; poeta, poetisa; héroe, heroína). Hay excepciones, como mano, dinamo y seo que son femeninos aunque acaben en -o; inversamente, algunos nombres acabados en -a no son de género femenino, sino masculino, como el día o el mapa, sobre todo los acabados en el sufijo griego -ma: fantasma, estigma, magma, apotegma, etc., aunque en la lengua clásica del Siglo de Oro su género era vacilante.
Por otra parte, cierto número de profesiones acabadas en el sufijo -ista dan lugar a ambigüedad, por lo que se les suele agregar el artículo la para deshacerla cuando se trata de femeninos: la especialista, la electricista. También son de notar las palabras cuyo género es ambiguo y vacilante, como mar o dote, si bien el uso las va decantando hacia uno u otro género: mar en uso culto es masculino, como en la denominación topográfica Mar Negro, mientras que en el resto de los casos es femenino, y dote ha quedado casi como femenino; otras son de género epiceno, porque su género no es relevante para indicar su sexo, casi siempre nombres de animales: la perdiz, el milano, el elefante, la jirafa, la liebre, el águila, la cabra... A esta clase de nombres se les suele agregar, para distinguir su sexo, la palabra macho si son masculinos o hembra si son femeninos.
También hay sustantivos con femenino irregular o léxico, llamados heterónimos: el hombre / la mujer; el caballo / la yegua; el yerno / la nuera; el carnero / la oveja; el padre, la madre; el toro / la vaca; macho / hembra; marido / mujer; padrino / madrina; caballero / dama; el jinete / la amazona. Algunas palabras cambian de significado si cambian de género: el mañana / la mañana; el vocal / la vocal; el clave / la clave; el trompeta / la trompeta; el corte / la corte; el cámara / la cámara; el capital / la capital; el cólera / la cólera; el cometa / la cometa; / el cura / la cura; el frente / la frente; el espada / la espada; el Génesis / la génesis; el guardia / la guardia; el guía / la guía; el orden / la orden; el ordenanza / la ordenanza; el coral / la coral; el parte / la parte; el pendiente / la pendiente; el pez / la pez; la radio / el radio. Son femeninos los nombres terminados en -dad, -tad, -ción, -sión, -xión, -tud, -ies, -icie, -umbre, -sis, -ez y –triz, como la verdad, la libertad, la calvicie, la infección, la tesis, la vejez, la actriz, la cantidad, la amistad, la televisión, la lentitud, la mies, la superficie, la pesadumbre; hay excepciones, como el análisis, el énfasis, el pez, el juez, el almirez y el ajedrez.
Por otra parte, la variación de género confiere algunos matices semánticos: los femeninos son habitualmente objetos más grandes (anillo / anilla, cubo / cuba), o se prefiere hacerlos objetos o cosas (el cosechador / la cosechadora; el impresor / la impresora), o se les da un valor despectivo: zorro / zorra; también se han notado diferencias sobre el valor colectivo del femenino en algunas oposiciones (leño / leña), y se ha apreciado que los femeninos indican en su mayoría, aunque no en todos los casos, fruto, y, los masculinos, el árbol correspondiente: manzana / manzano; pera / peral...
Las normas para distinguir o transformar el género de los sustantivos son:
El singular del sustantivo se forma con el morfema cero, y el plural con el morfema -s si acaba en vocal, o -es si concluye en consonante o en vocal acentuada, aunque en este último caso el uso es vacilante: maniquís o maniquíes. Algunas palabras usan solamente el plural (pluralia tantum), como víveres, comestibles, resultas, andurriales, anales, aledaños, gárgaras, trizas, tinieblas, modales, trébedes, enseres, exequias, afueras, alrededores, nupcias, entendederas, facciones, vituallas, honorarios, andas, añicos, arras, albricias, esponsales, maitines, creces, alicates, fauces, y otras solamente en singular (singularia tantum): cariz, oeste, este, tez, caos, cenit, salud, sed, grima, fénix, vejez, vulgo, virus etcétera. Por lo general, el número indica también otro tipo de informaciones; el plural alterna con el singular cuando se trata de objetos que poseen dos mitades: espalda / espaldas; pantalón / pantalones; nariz / narices; tijera / tijeras; otras veces esta alternancia se ha decantado al plural a pesar de tratarse de un objeto único, pero que posee dos mitades simétricas: gafas (antiguamente gafa) etcétera. También se ha especializado el llamado plural de variedad o especie, que designa clases distintas de una misma materia: vino / vinos; madera / maderas. El plural comporta también ocasionalmente connotaciones despectivas y puede señalar afluencia, copiosidad o abundancia de algo, como en el famoso verso de Garcilaso de la Vega: "Corrientes aguas puras, cristalinas". Más oscuro es explicar el uso vacilante o caprichoso de algunos plurales, como en Carnaval / Carnavales; funeral / funerales; boda / bodas; Navidad / Navidades, etcétera (por ejemplo, puede decirse "árbol de Navidad", pero no "árbol de Navidades").
Las reglas de pluralización son las siguientes:
El único determinante que puede anteponerse al artículo en español es todo-a-s: "Todo el libro"; a este tipo de determinante se le llama predeterminante. El artículo es un tipo de determinante actualizador, una categoría de la morfología. Su función es la de acompañar al sustantivo actualizándolo y precisándolo, esto es, transformándolo de desconocido y abstracto ("libro") en conocido y concreto ("el libro"), esto es, situándolo en el mundo real, el que tengo aquí y ahora y me es conocido por experiencia directa. En español hay dos tipos de artículo: definido e indefinido. El artículo definido masculino es el, los en plural; el femenino: la, las, el ante vocal a- (o ha-) tónica, como en "el águila"; y un neutro singular que sirve para sustantivar adjetivos: lo. No todas las lenguas poseen artículos definidos y, por ejemplo, el latín, del cual proviene el español, no lo tenía: el artículo español viene, sin embargo, del pronombre demostrativo latino ille, illa, illud. El uso del artículo español conserva a veces vestigios de ese significado demostrativo.
Si se antepone la preposición a al artículo masculino singular el, se da lugar al llamado artículo contracto, al, que equivale a a + el: "Fueron al cine"; "Lo vi al levantarme". El otro artículo contracto es del, formado por la preposición de y la forma de artículo masculino singular el: "Vienen del cine"; "Del mucho dormir se volvió perezoso".
La gramática tradicional considera artículo, además del definido ya comentado, el llamado "artículo indefinido" que viene del numeral uno y posee las formas masculina un y femenina una (o un ante a- (o ha-) tónica), y unos, unas en plural. Sin embargo, muchos autores evalúan este tipo de "artículo" como un cuantificador numeral. Por semántica está cerca de los numerales, pero sintácticamente, a diferencia de estos, el artículo indefinido es incompatible con el artículo definido:
El hecho de que (b) sea agramatical en español (y otras muchas lenguas) es la razón esgrimida por quienes estiman que se trata de otro tipo de artículo y no de un simple cuantificador numeral.
* Ante palabras femeninas que empiezan con a- o ha- tónicas: el agua, el hada, un águila, pero: las aguas, las hadas, unas águilas. El artículo el ante esta clase de palabras femeninas no es el artículo masculino, sino una variante de la, ya que ambas formas proceden del pronombre demostrativo latino illa (illa > ella/ela > el/la), mientras que el como artículo masculino viene de ille (ille > ell > el/él).
Los demostrativos son el tipo de actualizadores que sitúan en el espacio y en el tiempo de forma más precisa que el artículo los núcleos de sintagma nominal. En castellano son este, esta; ese, esa; aquel, aquella y sus respectivos plurales. Este esta sitúa en el espacio y el tiempo más próximo al hablante; ese esa en el espacio y tiempo más próximo al oyente, y aquel aquella en el espacio y el tiempo más alejando tanto como para oyente como para el hablante. Cuando los demostrativos relacionan la distancia objeto-hablante decimos que tienen valor deíctico. Tienen valor anafórico o catafórico cuando relacionan un elemento del texto con otro mencionado en el mismo anteriormente, o anticipándolo. Así, tendrán valor anafórico cuando se refieren a un elemento del texto mencionado con anterioridad y valor catafórico cuando anticipan algún elemento, por ejemplo, "Javier nos dijo eso: No se puede jugar a la pelota en el patio."
Hasta antes de la reforma de 2010 cuando los demostrativos son pronombres (van solos) y hay posibilidad de ambigüedad con el atributo, deben llevar tilde; por ejemplo:
Pero ahora NO deben llevar tilde nunca.
* Las formas neutras esto, eso, aquello son solo pronombres.
Los posesivos son el tipo de actualizadores que sitúan el núcleo del sintagma nominal como perteneciente a un posesor (mi, tu, su, mis, tus, sus) o varios posesores (nuestro-a, vuestro-a, su y sus respectivos plurales).
Los numerales pueden ser:
Los indefinidos son palabras que pueden tener valor de adjetivo, pronombre o adverbio. Indican una cantidad imprecisa, ninguna cantidad, identidad, intensidad, existencia o distribución. Los podemos clasificar en las siguientes subclases.
Los actualizadores interrogativos y exclamativos son:
Se usan tanto en oraciones interrogativas como exclamativas. Pueden ir solos o junto con un sintagma nominal
La propiedad de que puedan aparecer solos o acompañados de un nombre, los aproxima al resto determinantes y por eso son se consideran dentro de esa clase:
Algunos adjetivos determinativos pueden funcionar también como pronombres.
En lingüística y gramática, un pronombre es la clase de palabra que desempeña el papel sintáctico de un sustantivo, pero que, a diferencia de este, carece de contenido léxico propio, y cuyo referente lo determina su antecedente o la situación comunicativa. Sustituye no solo a sustantivos, sino a sintagmas nominales o incluso textos, mencionados antes o después de ellos, cuyo significado retoman o copian para usarlo en otro contexto, sin poseer en sí mismos significado fijo. En la pragmática o situación comunicativa se refieren con frecuencia a personas o cosas reales extralingüísticas más que a sustantivos del contexto. A esta propiedad de referirse a otros elementos tanto lingüísticos como extralingüísticos se la denomina deíxis.
El pronombre no admite apenas adjetivos (solamente los que indican identidad, como mismo en "él mismo", o número, como en "ellos tres"). Posee deíxis y persona y la mayor parte de las veces género, número y caso (solamente en los pronombres personales hay caso). Una serie de ellos son tónicos, esto es, poseen acento de intensidad; otros no: son átonos y se apoyan para sonar en la palabra siguiente o anterior, por lo que se les llama clíticos; en la ortografía española los pronombres átonos se escriben adheridos al verbo si vienen después que él, pero no se hace así si están situados antes: "Dáselo" o "Se lo da".
Por su acento de intensidad se clasifican los pronombres en tónicos, si lo llevan, o átonos, si no lo llevan. Estos últimos son los llamados clíticos. Otra clasificación, que divide a los pronombres en razón a su significado, establece las siguientes clases de pronombres: personales, demostrativos, posesivos, relativos, interrogativo-exclamativos e indefinidos.
Cuando el pronombre hace referencia a una persona, al pronombre se le denomina pronombre personal. Cuando el pronombre indica posesión, se denomina pronombre posesivo. Cuando introduce una proposición subordinada adjetiva se denomina pronombre relativo. Cuándo pregunta o expresa una emoción, se denomina respectivamente interrogativo o exclamativo. Y cuando su significado es indeterminado o impreciso, se denomina indefinido.
Por otra parte existen unos tipos de pronombre personal que se distinguen según criterios sintácticos. Son los pronombres reflexivos y los recíprocos.
Pero además, existe un tipo de pronombre que no hace referencia a nadie ni nada, carecen de significado léxico y se les denomina expletivos. En inglés, por ejemplo, se emplea el pronombre expletivo para cubrir la carencia de un sujeto en oraciones impersonales, como por ejemplo el pronombre it en la oración "It rains" ("Llueve").
Son los pronombres átonos que, por carecer de independencia fónica, se unen, a efectos de pronunciación, con el elemento tónico (siempre un verbo) que lo precede o que lo sigue. En español son me, te, se, nos, os, lo(s), la(s), le(s).
Son los pronombres clíticos que siguen al verbo y se escriben unidos a este: "Hazlo", "dáselas". (-te, -me, -se, -le, -nos, -os, -la, -lo, -los, -las).
Son los que preceden al verbo: te vi, me lo dijo. Aunque también son átonos y se apoyan para sonar en el verbo al que se unen; la ortografía española, a diferencia de los enclíticos, prefiere escribirlos separados de los mismos.
Los pronombres personales son los que hacen referencia a alguna de las tres personas gramaticales: primera, o persona que habla; segunda, o persona a quien se habla; y tercera, que se refiere a cualquier otra persona o cosa. Pueden ser átonos (sin acento de intensidad): me, te, se, nos, os, lo(s), la(s), le(s); o tónicos (con acento de intensidad): yo, tú, vos, él, ella(s), ello(s), usted(es), nosotros/as, vosotros/as, mí, ti, sí.
Son pronombres personales cuyo antecedente es generalmente el sujeto, tácito o expreso, de la oración en que aparece. Pueden ser átonos: "María se peinaba"; o tónicos: "La atraje hacia mí con suavidad"; "Tu hermana sólo piensa en sí misma". A veces el antecedente no es el sujeto de la oración, pero sí el de una paráfrasis implícita en la secuencia en que aparece el reflexivo: "Siempre te ayuda la confianza en ti mismo" [= la confianza que tú tienes en ti mismo]. Pueden ser reflexivos directos si funcionan como objetos directos ("Elena se peina"), o reflexivos indirectos si funcionan como complementos indirectos: "Elena se peina el cabello"
Son los pronombres personales que se utilizan cuando una acción es mutua o intercambiada entre los miembros de un sujeto plural o múltiple, o se produce a la vez entre dos o más individuos que la ejercen los unos sobre los otros y los otros sobre los unos. El sentido recíproco lo aportan normalmente los pronombres átonos nos, os, se o la construcción pronominal el uno al (del, con el, etc.) otro: "Sandra y yo no nos hablamos"; "Pedro y María se quieren"; "Esos dos siempre hablan mal el uno del otro. A veces, el valor recíproco se desprende del propio verbo (no de un pronombre) que selecciona sujetos múltiples, como en intercambiar, simpatizar, etc.: "Mi padre y el tuyo simpatizan".
Son los que sirven para señalar o mostrar la persona, animal o cosa designados por el elemento nominal al que acompaña o al que sustituye. Sus formas son éste, ese y aquél, con sus variantes de género y número: "Aquélla , la tarta de la izquierda, es mejor que ésta"; "Eso no me gusta".
Los demostrativos son fuertemente deícticos y sitúan su significado en el espacio y en el tiempo: éste como más próximo en el espacio y el tiempo al que habla; ése como más cercano en el espacio y/o el tiempo al que escucha, y aquél como más lejano en el espacio y/o el tiempo a ambos.
Son los que denotan posesión o pertenencia y a veces van precedidos por artículo. Son mío, tuyo, suyo, cuyo (en uso arcaico), y sus variantes de género y número. Existen dos series que corresponden a un solo poseedor (los anteriores) o varios poseedores (nuestro, vuestro, suyo y sus variantes de género y número).
Son aquellos que, además de desempeñar su función dentro de la oración a la que pertenecen, sirven de enlace entre dicha oración y la principal de la que esta depende. En español son los pronombres (el) que, el cual y quien, así como el adjetivo cuyo, con sus variantes de género y número.
Propios de la interrogación o que sirven para preguntar; ortográficamente se distinguen de los pronombres relativos en que llevan tilde: ¿Qué hora es?; ¿Quiénes están allí?; ¿Qué hacen?; ¿Cuáles son?
Son los cuantitativos (que expresan nociones de cantidad), y los que predican identidad o existencia de manera vaga o indeterminada, como alguno, varios, alguien, nadie, otro, cualquier(a), etc.
A veces se sitúa un pronombre innecesario o expletivo para señalar el especial interés que se toma su referente por la acción: "Él solito se comió un pollo entero". Podría decirse "Él solito comió un pollo entero", pero la frase pierde fuerza y expresividad; por tanto se trata de un uso meramente enfático y en realidad no se trata de una clase de pronombres definida.
Se plantea un caso especial en el uso del pronombre de tercera persona, el llamado leísmo. Si bien en Hispanoamérica la forma correcta de usar el pronombre de tercera persona en complemento directo es lo-los, la-las, muchos de los hablantes de la península ibérica usan la forma le o les, que es propia del complemento indirecto, y dicen "le mató" en vez de "lo mató"; la Real Academia Española, ante la extensión del fenómeno, lo aprueba solo si se refiere a personas y en masculino singular, y lo rechaza en todas las demás formas, aunque recomienda el uso de "lo" y le parece más correcto.
* La forma ablativa sí es siempre reflexiva, siendo la única que no tiene correspondiente en nominativo (las formas nominativas, esto es, de sujeto, serían él mismo, ella misma, ellos mismos, etc.; por ejemplo: para sí = "para él mismo").
La forma reflexiva del pronombre es realmente la combinación del acusativo y el dativo. Es decir, el complemento directo u objeto (el que "sufre" la acción) y el complemento indirecto (el que "recibe" la acción) es el mismo sujeto.
** La forma vosotros /as no es de uso general en todo el dominio del español, en concreto América (verde), y parcialmente en Andalucía y Canarias (amarillo), este pronombre de segunda persona ha sido substituido por ustedes.
El adjetivo es una clase de palabra que funciona ordinariamente como adyacente del nombre sustantivo, esto es, como complemento nominal adjunto que se sitúa delante o después del sustantivo a que se refiere, con el cual concierta en español en género y número.Si la raíz es alterada en una de sus formas comparativa o superlativa, el adjetivo es considerado irregular, como por ejemplo: bueno - mejor
Por significado, señala una cualidad atribuida a un sustantivo, bien abstracta (perceptible por la mente, como en «libro difícil»), bien concreta (perceptible por cualquiera de los cinco sentidos, como en «libro azul»).
En cuanto a su morfología, el adjetivo posee en español accidente de género y número para concordar con el sustantivo del cual es adyacente, no lleva artículos salvo cuando se sustantiva y puede llevar toda clase de afijos. No obstante, existen adjetivos de una sola terminación (fuerte, falaz, hábil, débil...) que no experimentan variación de género, aunque sí de número, mientras que son más frecuentes los adjetivos de dos terminaciones (bueno/buena, malo/mala, etc.), dentro de los cuales suelen incluirse los participios regulares (freído, imprimido) e irregulares (frito, impreso). Los participios también funcionan como verbos, en especial los regulares y más raramente los irregulares, algunos de los cuales han perdido la posibilidad de conjugarse (adjunto por adjuntado; incluso por incluido).
Dentro de los adjetivos de una terminación, el caso más común es el de los adjetivos finalizados en e como grande, fuerte, triste, insomne, alegre, inmutable, etc. También existen adjetivos que terminan en -l (débil, fácil, sutil, fútil, personal); en -r (peor, mejor, ulterior, particular); en -z (sagaz, veloz, atroz); pocos en -n (común, ruin); también existen algunos terminados en -í (sefardí) y un puñado en -s, la mayoría gentilicios (cortés, inglés, francés..).
En posición antepuesta a un sustantivo algunos adjetivos se apocopan, es decir, pierden algunos de sus elementos finales: grande/gran, santo/san, bueno/buen, malo/mal, primero/primer, tercero/tercer, ciento/cien, cualquiera/cualquier, alguno/algún, ninguno/ningún, veintinuno/veintiún, mío/mi, tuyo/tu, etc. Algunos adjetivos como tercero, grande o ciento también son usados sin su forma apocopada antes de un sustantivo por arcaísmo, aunque el apócope es el uso más común («Más vale pájaro en mano que ciento volando»).
El grado determina en el adjetivo español la intensidad y cantidad en que se da la cualidad del adjetivo de forma objetiva, mientras que los sufijos apreciativo-valorativos (diminutivo, aumentativo y despectivo) determinan más bien la cantidad e intensidad de forma subjetiva. En español existen tres grados: positivo, comparativo y superlativo.
El grado en algunos casos se logra alternativamente mediante procedimientos léxicos; así, por ejemplo, si bueno es de grado positivo, su comparativo es mejor y su superlativo óptimo; en el caso de malo, peor y pésimo; en el de grande, mayor y máximo; en el de pequeño, menor y mínimo; en el de alto, superior y supremo y en el de bajo, inferior e ínfimo.
Lo sustantivan o transforman en sustantivo el artículo neutro lo («lo bueno») y el masculino el y, además, la supresión del sustantivo en una lexía habitual: el barco velero = el velero, la j = la letra j, el cigarro puro habano = el puro, el habano etc.
En cuanto a su sintaxis, el adjetivo desempeña habitualmente cinco funciones diferentes:
El adjetivo en español es también tónico y por tanto una de sus sílabas se pronuncia con mayor intensidad que las otras.
Con un criterio sintáctico se distingue entre:
Con un criterio semántico e informativo, se distingue entre:
La gramática tradicional distingue también entre:
Los adjetivos antepuestos indican una cualificación más vaga e inmaterial y pospuestos más concreta y precisa. Según Gonzalo Sobejano, los adjetivos antepuestos "no significan una cualidad del objeto mentado por el sustantivo, sino que indican una nota extrínseca a ese objeto" y para Gustav Gröber el pospuesto determina o distingue intelectualmente y el antepuesto atribuye al sustantivo una cualidad con valor subjetivo. Federico Hanssen concluye "podemos decir que el adjetivo pospuesto tiene carácter objetivo y el antepuesto tiene carácter subjetivo: un hombre grande, un gran emperador". Muchos adjetivos por su contenido semántico netamente relacional no tienen otro uso que el especificativo posterior al nombre: "El andén central, la cuestión social". Otros, en cambio, tienen siempre un valor de explicativo (epíteto): "La nieve blanca, el león fiero, la hierba verde". Cuando el adjetivo se coloca entre comas, siempre tiene un valor explicativo: "Aquel hombre, tan amable, era mi padre".
Un adjetivo puede ir tanto delante como detrás del núcleo al cual se refiere. Existen cuatro criterios para la posición de este: criterio lógico, criterio psicológico, criterio rítmico y un criterio distribucional.
El verbo es la palabra más variable del idioma español. Por significado indica acción (correr) o proceso (pensar), y en el caso de los verbos copulativos ser, estar y parecer existencia, esencia o estado. Constituye el núcleo del predicado verbal y la cópula del predicado nominal.
Los verbos del español poseen dos tipos de conjugaciones, la simple, y la perifrástica o a través de un centenar largo de perífrasis verbales. La conjugación simple, a su vez, se divide en conjugaciones regulares e irregulares.
Los verbos del español se dividen en tres conjugaciones regulares, que se pueden identificar según las dos últimas letras del infinitivo: -ar, -er o -ir. Todos los que no siguen perfectamente estos patrones son denominados verbos irregulares. Los que solo se conjugan en determinadas personas o tiempos se denominan a su vez verbos defectivos.
Los verbos del español se conjugan en tres modos: indicativo, subjuntivo, e imperativo y en dos voces, voz activa y voz pasiva. Esta última se forma de dos maneras: una pasiva analítica con el verbo ser o estar en el tiempo de la activa y el participio del verbo que se conjuga, y una segunda denominada pasiva sintética o pasiva refleja, con el morfema se y un verbo en tercera persona más un sujeto paciente y sin complemento agente explícito: «Se vende piso».
El modo condicional presente en otras lenguas indoeuropeas es a veces incluido como un modo más, y otras veces se prefiere considerarlo como uno de los tiempos verbales simples y compuestos del modo indicativo.
Existen además en la conjugación regular tres formas no personales o verboides, es decir, que no portan morfemas de persona y por tanto no pueden llevar sujeto sintáctico con el que concordar, aunque sí lo pueden tener semántico («el hacerlo él fue buena idea»): son el infinitivo simple y compuesto, el gerundio simple y compuesto y el participio. Todas estas formas entran en la composición de las perífrasis verbales y tienen usos como clases de palabras diferentes: sustantivo en el caso del infinitivo, adverbio en el caso del gerundio y adjetivo en el caso del participio; el participio, además, sirve para formar los tiempos compuestos del verbo.
Los tiempos verbales pueden ser simples o compuestos. Por cada tiempo simple hay uno compuesto, que se forma anteponiendo el tiempo simple correspondiente del verbo «haber» al participio del verbo que se está conjugando.
Los verbos copulativos del español son descendientes directos del Verbo copulativo indoeuropeo y se distinguen de otras lenguas en que poseen dos formas con distintos usos: ser y estar, usado el primero para expresar lo esencial y permanente y el segundo para lo accidental y transitorio. Habitualmente se considera también verbo copulativo parecer.
Los verbos también pueden clasificarse según su valor semántico. Así encontramos verbos transitivos (si llevan objeto directo), por ejemplo decir; intransitivos (si no lo tienen ni lo pueden llevar, como por ejemplo brincar); reflexivos (si hacen recaer la acción del verbo sobre el sujeto: «Yo me peino»); recíprocos (si la acción es mutua: «Pedro y Juan se pegan») y pseudorreflejos, también llamados pronominales (irse, venirse).
En español la categoría "modo" designa conjuntamente lo que los lingüistas llaman categoría de fuerza ilocutiva y categoría de modalidad. Como es típico de las lenguas indoeuropeas el español expresa las diferencias de modo mediante inflexión en el verbo. El modo no debe confundirse con otros accidentes del verbo, como el tiempo o el aspecto, aunque debido al carácter fusionante del español muchas veces un único morfema indica simultáneamente el valor de las categorías de tiempo, aspecto y modo (e incluso persona). En la flexión del protoindoeuropeo, había cuatro modos indicativo, el subjuntivo, el optativo y el imperativo. Muchas lenguas indoeuropeas han perdido alguno de estos modos, y solo algunas lenguas como el griego antiguo o el sánscrito, retenían el sistema original. Algunas lenguas samoyedas (familia urálica) tienen más de diez modos. En el español se utilizan tres: indicativo, subjuntivo e imperativo, y para expresar los otros se recurre a la conjugación perifrástica.
El modo indicativo en español o modus realis especifica cuándo el hablante estima algo como ocurrido fuera de su mente, en la realidad objetiva: «Hoy llueve mucho». El modo subjuntivo o modo de lo irreal hace que el hablante considere la acción verbal en su mente, como esperanza subjetiva o hipotética; por ejemplo: «¡Ojalá llueva!». El modo imperativo es el que se utiliza para mandatos. Estos modos tienen que ver respectivamente con las funciones del lenguaje definidas por Karl Bühler: representativa, expresiva y conativa, de las que derivan los géneros literarios mínimos, el narrativo, el lírico y el dramático. Aunque en otros idiomas existe el modo condicional, en el español se lo considera habitualmente como un tiempo verbal más del modo indicativo.
(I, primera conjugación o en -ar; II, segunda o en -er; III, tercera o en -ir; se incluyen en las desinencias los infijos de vocal temática).
Formas no personales:
Notas
Del latín: amo, amare, amavi, amatum —.
Del latín: timeo, timere, timui, timitus —.
Del latín: partio, partire, partivi, partitum —.
Del latín: sum, es, esse, fui, futurus —, y algunas formas de sedere.
Del latín: sto, stare, steti, statum —.
f. Estar acostumbra a ser reflexivo en modo imperativo.
Del latín: habeo, habere, habui, habitum —.
Se usa en una de las perífrasis verbales más frecuentes del español, ir + a + infinitivo. Proviene del latín: eo, ire, ii (or ivi), itum — y algunas formas de vado y sum.
Perífrasis verbal o frase verbal es toda construcción compuesta de al menos dos formas verbales en la cual una funciona como auxiliar (perdiendo parte de su significado primitivo al gramaticalizarse, como en "voy a irme", donde "voy" no puede sustituirse por su sinónimo "marcho": no podríamos decir "marcho a marcharme", pero sí "voy a marcharme") y el otro, siempre una forma no personal (también llamada verboide), ya sea infinitivo, gerundio o participio, actúa como núcleo o palabra de más jerarquía y menos prescindible de la misma, rige y selecciona los complementos y denota la parte más amplia del significado. La mayor parte de las perífrasis unen ambos verbos con un nexo; si este existe, suele ser una preposición o conjunción, como en «He de volver» o «Tengo que marchar», aunque también existen perífrasis verbales sin ese nexo, como estar + gerundio, deber + infinitivo o poder + infinitivo.
Aunque las más usadas son las aspectuales "ir a + infinitivo" y "estar + gerundio" y todas las modales, en español existe una panoplia de unas ciento cuarenta perífrasis verbales que suponen lo que se ha venido a llamar conjugación perifrástica del español y que obran en distinguir todo tipo de matices en el desarrollo o intención de la acción verbal; las perífrasis verbales se reparten por lo general en dos grandes grupos con distintas subclases cada uno:
Propia de Hispanoamérica es la perífrasis "tener + ger.", equivalente a la castellana "llevo + ger.": «Tengo viviendo allí diez años», «tengo varios años trabajando en esta empresa», y al habla coloquial de México, Centroamérica, Río de la Plata y área andina pertenecen expresiones como «me vive repitiendo que...», «mi mamá me vive diciendo que tenga cuidado en la calle».
Son verbos de conjugación irregular los que experimentan cambios en su lexema o raíz, en su desinencia, o en ambas partes a la vez, por lo que no aparecen acogidos a los tres esquemas de la conjugación regular; esto acaece en lo que se refiere a sus formas simples, mientras que en las compuestas solo existe irregularidad si la tiene el participio con que estas se forman.
Los hay de tres tipos: irregulares totales, si cambian totalmente la forma de su conjugación, como ser o ir; irregulares parciales, si solamente cambian en parte las distintas formas que presentan en su conjugación; en este caso encontramos a todos los verbos irregulares menos los mencionados anteriormente como irregulares totales. E irregulares aparentes, que son aquellos en cuya conjugación se presenta alguna alteración o cambio gráfico debido a las normas ortográficas: rece, por ejemplo, que proviene del verbo rezar.
Las irregularidades que muestra un verbo en el presente de indicativo se muestran, también, en el presente de subjuntivo y en el imperativo, y las que presenta en el pretérito perfecto simple, también llamado pretérito indefinido, se dan también en el pretérito imperfecto de subjuntivo y en el futuro imperfecto de subjuntivo. Igualmente, las irregularidades que se dan en el futuro imperfecto de indicativo se dan también en el condicional simple.
Como se ve, solo el pretérito imperfecto de indicativo posee una conjugación regular absoluta en todos los verbos. Por otra parte, hay ciertos verbos que carecen de parte del paradigma de la conjugación regular o no son usados en algunas personas o tiempos, por lo que de alguna forma pueden ser considerados irregulares: son los llamados verbos defectivos, que en español son, por una parte, los verbos que se refieren a fenómenos meteorológicos o cósmicos que son llamados impersonales, cuales son llover, nevar, granizar, tronar, amanecer, anochecer, atardecer, pero también abolir, acaecer, acontecer, agredir, aguerrir, atañer, aterir, balbucir, blandir, compungir, colorir, concernir, desabrir, desolar, despavorir, despiadar, empedernir, establir, fallir, garantir, guarnir, incoar, preterir, soler, transgredir, usucapir y otros de menor uso.
Los verbos defectivos balbucir y garantir han sido sustituidos en la lengua moderna por sus derivados balbucear y garantizar, que no ofrecen problemas para ser conjugados en la totalidad de sus formas. Dicho esto, pasamos a indicar los cambios más significativos de los verbos irregulares parciales, los más abundantes en la lengua española.
Irregularidades del presente de indicativo:
Irregularidades del pretérito perfecto simple:
Irregularidades del modelo futuro:
Los verbos irregulares aparentes presentan alteraciones ortográficas típicas
Por otra parte, muchos verbos poseen participio irregular: morir > muerto, en vez de la forma en -ido, y algunos incluso poseen dos participios, uno especializado en uso como adjetivo y otro en uso verbal: imprimir > impreso, imprimido.
Abrir - Andar - Caber - Caer - Conducir - Colgar - Cubrir - Dar - Decir - Dormir - Elegir - Escribir - Estar - Haber - Hacer - Ir - Morir - Mover - Oír - Oler - Pedir - Poder - Poner - Querer - Resolver - Roer - Romper - Saber - Salir - Sentir - Ser - soñar - Tener - Traer - Valer - Venir - Ver - Volver.
Se ha discutido mucho si existe voz pasiva en español, ya que no existen morfemas específicos de la misma. Semánticamente puede ser expresada por una equivalente voz atributiva biactancial. Tradicionalmente se considera que en español la voz pasiva se forma de dos maneras:
En castellano no existe un morfema específico para indicar la pasiva; lo más parecido que existe es este uso concreto del morfema se.
Existen, por otra parte, otras posibilidades formales de pasiva por medio de perífrasis verbales:
El actante o complemento agente puede estar o no presente en estas construcciones pasivas. Este elemento que la tradición llama ablativo agente, al modo latino, tiene una estructura bimembre: relator y término. Los relatores reconocidos por la gramática tradicional son «por» y «de», pero se han encontrado otros: «con» y «en».
En castellano antiguo es general el empleo de la preposición «de» con el complemento agente. Ejemplos: Del rey so ayrado (Mio Çid), De Dios seré reptado (Gonzalo de Berceo), El que a muchos teme, de muchos es temido (Diego Saavedra Fajardo).
Sin embargo, hoy se prefiere la preposición «por» aunque ocasionalmente se usa la construcción con de: "Lorca era conocido de todos".
Una locución verbal es un conjunto fijo de palabras o lexía textual en la que al menos una es un verbo. Funcionan como un solo verbo, poseyendo una estructura léxico-sintáctica propia y dotando al texto de una fuerte expresividad y mayor concreción en lo que se pretende transmitir al lector/oyente. Algunas de estas locuciones verbales son: echar de menos o en falta; dar de sí; ser todo oídos; no poder más; pagar el pato, etcétera.
El adverbio es la clase de palabra que actúa como núcleo del Sintagma adverbial. En la morfología del español suele ser invariable o con una variabilidad muy pequeña (algunos admiten sufijos: cerquita, lejísimos, lejitos). Suele añadir información circunstancial al verbo, y algunos incluso a toda la oración, ya sea de tiempo, de modo, de lugar, de duda, de afirmación, de negación... En esos casos se considera que funciona como modificador a nivel de sintagma verbal («lo hice fácilmente») o nivel clausal («sinceramente,…»), por lo que algunos adverbios pueden funcionar como marcadores del discurso. Las funciones sintácticas del adverbio son, aparte de la de núcleo de sintagma adverbial, las de complemento circunstancial del verbo, las de cuantificador, grado o complemento del adjetivo («muy bueno», «recién hecho») y las de cuantificador de otro adverbio («bastante cerca»). Algunos adverbios pueden funcionar como predicados dirigidos hacia un sujeto y junto a una cópula verbal («está divinamente»).
El adverbio de modo puede formarse mediante la colocación del sufijo -mente al final de algunos adjetivos. Por ejemplo: rápido (adjetivo) >> rápidamente (adverbio). También pueden formarse compuestos parasintéticos adverbiales agregando el prefijo a- y el sufijo -as: «A gatas», «a escondidas», «a ciegas»... Algunos sintagmas preposicionales asimismo han sido lexicalizados como adverbios: «a posta» > aposta, «a penas» > apenas, etc.
Por otra parte, los verbos de movimiento rigen algunos adverbios con la preposición a embebida frente a los otros verbos que la excluyen por no indicar movimiento: Está fuera - Vete afuera. Comió dentro - Marchó adentro. Se puso delante - Pasó adelante.
Tanto el adverbio como el adjetivo pueden ser precedidos por cuantificadores como:
Pueden hacerse varias tipologías: según su significado, según su morfología o según su sintaxis. Por su significado pueden ser:
Según su morfología pueden ser:
Según su sintaxis pueden ser argumentales, atributivos, adjuntos o modificadores.
Las locuciones adverbiales están formadas por un grupo de palabras que funciona como si se tratase de un adverbio.
Algunas de estas locuciones mantienen su forma latina (in fraganti, a priori, ipso facto...), y otras, las más comunes, son propias del castellano (de verdad, en realidad...). En su formación siguen principalmente las siguientes pautas:
La conjunción es la palabra o conjunto de ellas que enlaza proposiciones, sintagmas o palabras, como su etimología de origen latino explica: cum, «con», y jungo, «juntar»; por lo tanto, «que enlaza o une con». Constituye una de las clases de nexos. No debe confundirse con los marcadores del discurso.
La conjunción es una parte invariable de la lengua que se utiliza para enlazar oraciones y establecer relaciones entre ellas: «Luisa va a trabajar y Pedro se queda en casa».
La conjunción solo tiene valor gramatical, no tiene valor semántico. Su significado lo adquiere en las relaciones oracionales que puede presentar. Valor aditivo: «Luisa compra y vende objetos». Valor de oposición: «Carmen trabaja, y no todos los días», etc.
Existe además un grupo de conjunciones correlativas que aparecen en dos partes, de forma correlativa, una parte en la primera proposición unida y otra parte por lo general encabezando la segunda: «Hasta tal punto le tenía antipatía, que vino para matarlo».
En español, las conjunciones se clasifican en propias e impropias.
Conjunciones propias son las que unen oraciones o elementos del mismo nivel sintáctico, grupo nominal o adjetivo, como son las conjunciones coordinantes o coordinativas: y, ni, pero, sino...: «Luis caminaba triste y pensativo».
Conjunciones impropias son las que enlazan oraciones dependientes, como son las locuciones o partículas subordinantes: cómo, cuándo, que, porque, para que... Las conjunciones subordinantes degradan la oración en que se insertan y la transponen funcionalmente a una unidad de rango inferior que cumple alguna de las funciones propias del sustantivo, del adjetivo o del adverbio: «Dijo que vendría». «Lo hizo porque quiso».
Las conjunciones, según los distintos tipos de relaciones o enlaces oracionales que presentan, pueden adquirir valores significativos diversos, y se clasifican en dos tipos: coordinantes o subordinantes.
Las conjunciones coordinantes son copulativas, adversativas, disyuntivas, explicativas y distributivas.
Conjunciones copulativas
Las conjunciones copulativas sirven para reunir en una sola unidad funcional dos o más elementos homogéneos e indican su adición. Son: y, e, ni, que. Y es la conjunción más usada en la lengua coloquial: «Sergio y Daniel pasean»; se repite frecuentemente en el lenguaje infantil, como expresión sucesiva de enunciados: «El perro es mi amigo y lo quiero mucho y juega conmigo». Este uso pleonástico se mantiene en la lengua popular de las narraciones, y como recurso expresivo intensificador. Se emplea e cuando la palabra siguiente empieza por i o hi, para evitar la cacofonía: «Se reunieron e hicieron los trabajos». «Vinieron los padres e hijos». La conjunción ni equivale a y no y señala la adición de dos términos, pero implica que sean negativos: «No hizo los trabajos ni estudió». A fin de marcar la expresividad, se antepone a veces a todos los términos unidos: «Ni tengo trabajo ni dinero». La conjunción copulativa que es de uso arcaizante, aunque también figura en locuciones con valor intensificador: «Y tú llora que llora». «Lo mismo da que da lo mismo».
Conjunciones adversativas
Las conjunciones adversativas son las que contraponen dos oraciones o términos sintácticos. La contrariedad puede ser parcial o total; la parcial expresa una corrección o restricción en el juicio de la primera oración, de modo que la coordinación es restrictiva: mas, pero, aunque. Existe una serie de conjunciones que proceden de formas lingüísticas más extensas y que se han gramaticalizado total o parcialmente que se usan como nexos adversativos: sin embargo, empero, con todo, a pesar de, no obstante, más bien, excepto, salvo, menos...
Si hay incompatibilidad entre las dos oraciones coordinadas de manera que la afirmativa excluya totalmente a la negativa, la coordinación es exclusiva: sino, sino que, antes bien, al contrario: «No lo hizo Juan sino Pedro».
Las conjunciones adversativas más utilizadas son pero y sino: «Iría contigo pero no puedo»; mas está reducida a la lengua escrita y principalmente a la lengua literaria y expresa una corrección más suave que pero: «Hizo un juramento, mas en vano»; empero pertenece al estilo literario afectado; pero y mas pueden encabezar una cláusula con sentido enfático: «¡Pero, Juan, si tú no estabas!».
Conjunciones disyuntivas
Las conjunciones disyuntivas o, u, o bien indican dos tipos de alternancia:
Tanto o como u se colocan entre los términos que indican la alternancia o antepuesta a cada uno de ellos: "Llamó Pedro o [llamó] Juan" / "O llamó Pedro, o [llamó] Juan". Se emplea u cuando precede a una palabra iniciada por o u ho: «Lo hará uno u otro», también para evitar la cacofonía. Otras veces, o indica que los términos unidos son equivalentes y sirven para designar una misma realidad: «Todo ocurrió o sucedió en un momento».
Conjunciones explicativas
Son aquellas que unen proposiciones que expresan lo mismo, pero de distinta forma, a fin de explicarse mutuamente. Son por lo general giros aislados entre comas como o sea, esto es, es decir, mejor dicho, id est, es más: «Se fue al otro mundo, es decir, se murió».
Conjunciones distributivas
Las conjunciones distributivas indican distribución o alternancia; repiten los términos: o... o; se emplean a veces unidades de tipo adverbial: bien... bien, ya... ya, ora... ora: «Ya vienes, ya te quedas». También se usa la forma verbal inmovilizada sea, cuando los términos unidos expresan equivalencia.
Las conjunciones subordinantes se dividen en tres grandes grupos:
Las conjunciones subordinantes o subordinativas que introducen subordinadas sustantivas introducen oraciones que desempeñan las funciones propias de un sintagma nominal (sujeto, atributo, complemento directo, complemento indirecto, suplemento, complemento del nombre).
Las conjunciones que introducen subordinadas sustantivas se clasifican según la función que la oración sustantiva desempeñe dentro de la oración principal. Se utiliza que (a veces el que, o el hecho de que), conjunción completiva, para la función de sujeto y de complemento directo: «Me molestó que no me lo dijeras»; «Dijo que lo haría». A veces, se emplea que con alguna preposición, por ejemplo en función de suplemento: «Él se convenció de que era importante». También se emplea si para las interrogativas indirectas: «Me pregunto si vendrá». Además pueden utilizarse pronombres y adverbios interrogativos (cuándo, dónde, cómo, cuánto): «Me preguntó cómo vendrían». «Me preguntó cuántos vendrían».
Las proposiciones subordinadas adjetivas van introducidas por pronombres relativos (que, quien-es, el, la, los, las cual-es, cuyo-a-s), que desempeñan al mismo tiempo una función sintáctica dentro de la proposición subordinada que introducen. Estos pronombres relativos pueden ir precedidos de preposición o no. «El libro que me prestaste era muy bueno». «El libro de que me hablabas era bueno».
Dentro de las adverbiales existen generalmente dos grupos de conjunciones que introducen proposiciones subordinadas: las que introducen proposiciones circunstanciales de tiempo, modo, lugar y comparación, y las que indican operaciones o relaciones lógicas entre la proposición subordinada y la proposición principal como son la causa, la consecuencia, la consecuencia inesperada o no deseada o complicación (llamada concesión), la finalidad y la condición.
Las que introducen proposiciones subordinadas adverbiales circunstanciales pueden ser meras conjunciones, adverbios conjuntivos, giros conjuntivos o locuciones conjuntivas y pueden indicar:
Las que introducen proposiciones subordinadas adverbiales lógicas pueden indicar:
Hay otros muchos nexos, en su origen preposiciones, que encabezan oraciones y que adquieren valor de conjunción, aunque no tengan forma conjuntiva. A estas construcciones se les llama giros conjuntivos. Por ejemplo:
Igualmente, existen algunos adverbios y pronombres que pueden funcionar como conjunciones. Si son adverbios, se denominan adverbios conjuntivos, como por ejemplo cuando, mientras, donde, como, así, etc. Entre los pronombres, están los llamados pronombres relativos (que, quien-es, el-la-los-las cual-es, cuyo, etc.) y pronombres que pueden funcionar en correlaciones distributivas, como uno... otro, etc.
Por otra parte, existen determinadas construcciones que agrupan preposiciones, sustantivos, conjunciones y otros elementos a fin de formar las llamadas locuciones conjuntivas, equivalentes a nexos o conjunciones; forman un vasto repertorio que expresa los más curiosos matices: de manera que, así que, a fin de + inf, por más que, pese a que, antes de que, después de que, etc.
El inventario tradicional de las preposiciones españolas era una lista muy incompleta que se aprendía mecánicamente en la escuelas; hay que incluir además allende, con el significado de al otro lado de, como en «allende el océano»; aquende, con el significado de a este lado de, como en «aquende los Pirineos»; vía, en el sentido de a través de, en frases como «fuimos a Moscú vía Milán», o pro (en el sentido de en favor de en frases como «hizo campaña pro damnificados en el huracán Mitch»). También se consideran ya preposiciones durante y mediante, y la latina versus (equivalente a contra). Se discute si pueden existir preposiciones pospuestas como el caso de arriba y abajo en expresiones como «calle arriba» o «calle abajo».
Por otra parte, existe también una amplia gama de preposiciones compuestas (a por, tras de, de entre, por entre, por sobre, para con, etc.) y locuciones prepositivas (en pos de, par de, frente a, en torno a, a pesar de, junto a, etc.) que expresan todos los matices posibles del pensamiento. Un caso particular lo representa la amplia aceptación y extensión de la preposición compuesta a por en España, que permite matizar deslindando causa y dirección, pero repugna al español de América.
Por otra parte, existen algunas preposiciones cuyo uso se siente como arcaico o literario, como so (que se usa solo en expresiones que son en realidad locuciones prepositivas como so excusa de, so color de, so apariencia de, so capa de, etcétera) o cabe (con el significado de «junto a»).
Otras palabras y expresiones pueden usarse con carácter prepositivo, como son excepto, salvo, incluso, más y menos. Menos gramaticalizada está camino en expresiones como "voy camino Soria".
En consecuencia, el inventario de preposiciones es este: a, allende, ante, aquende, bajo, cabe, con, contra, de, desde, durante, en, entre, excepto, hacia, hasta, mediante, para, por, pro, según, sin, so, sobre, tras, versus, vía.
Los marcadores del discurso, también llamados «enlaces extraoracionales» por Gili Gaya o Fuentes, o «conectores argumentativos», «extraoracionales», «procesadores textuales», etc., son «unidades lingüísticas invariables, no ejercen una función sintáctica en el marco de la predicación oracional —son, pues, elementos marginales— y poseen un cometido coincidente en el discurso: el de guiar, de acuerdo con sus distintas propiedades morfosintácticas, semánticas y pragmáticas, las inferencias que se realizan en la comunicación» (Gramática descriptiva, p. 4.057).
Samuel Gili Gaya señalaba ya algunas de las características propias de estas partículas:
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