El renacimiento otoniano, también calificado como renacimiento o renovación del siglo X o del año mil, fue un período medieval de renovación cultural del Occidente cristiano que se extendió desde el principio del siglo X hasta alrededor del año 1030.
Este período se caracterizó por una innegable vitalidad cultural, concretamente en Germania gracias a la actividad de las escuelas y de manera más heterogénea en el resto del continente europeo. En gran parte bajo el patronazgo de los tres primeros emperadores del Sacro Imperio Germánico de la dinastía otoniana (o sajona) —Otón I (r. 936–973), Otón II (r. 973–983) y Otón III (r. 983–1002)— estuvo dominado intelectualmente por dos grandes figuras, Abón de Fleury y Gerberto de Aurillac y dejó también una importante herencia artística (livres enluminés) y de arquitectura notable.
Más limitado que el renacimiento carolingio que le precedió, e indisociable de este último, la renovación otoniana concluyó el largo auge de la enseñanza en la Edad Media, del siglo VI al siglo XI, antes de la expansión cultural del renacimiento del siglo XII.
El historiador alemán Hans Naumann fue el primero en aplicar el concepto de «renacimiento» para caracterizar el período otoniano. Concretamente, su obra publicada en 1927 agrupó bajo ese término los períodos carolingio y otoniano en el título Karolingische und ottonische Renaissance [El renacimiento carolingio y otoniano].
Este período de «renacimiento otoniano» es conocido también con el nombre de «renacimiento del siglo X»Germania, o de «renovación del año 1000», ya que llega incluso al siglo XI. En todo caso este período está más limitado que el renacimiento carolingio, y constituye sobre todo la prolongación de este último; esto llevó por ejemplo a Pierre Riché a preferir designarlo como un «Tercer renacimiento carolingio» dándose en todo el siglo X y llegando al siglo XI, siendo los dos primeros los que tendrían lugar bajo el reinado de Carlomagno propiamente dicho, y bajo el de sus sucesores.
para considerar las manifestaciones fuera deLa renovación del siglo X no puede ser considerada independientemente del renacimiento carolingio. Gracias a Carlomagno y a sus sucesores (particularmente a Luis el Piadoso y a Carlos el Calvo), el Occidente cristiano conoció un período excepcional de renovación cultural desde finales del siglo VIII hasta el final del siglo IX. Esta renovación se manifiesto primero en el mundo de las escuelas, gracias a una legislación escolar ambiciosa en la capitular promulgada por Carlomagno en 789, Admonitio generalis, y a la aparición de una densa red de lugares de estudio. La otra manifestación mayor de la renovación carolingia fue la cultura de la corte, muy vivaz en Aix-la-Chapelle, donde algunos evocan una «Academia palatina», pero también alrededor de varios príncipes y obispos preocupados por rodearse de letrados competentes.
La riqueza intelectual de este movimiento es conocida gracias al legado que dejaron algunos personajes importantes, como Alcuino de York — escolástico de York al que Carlomagno «contrató» en el año 781 después de haberlo conocido en Parma y principal inspirador de la política escolar imperial, a la vez que autor prolífico de tratados sobre las artes liberales, a las que volvió a dar un estatus, sobre todo en el marco de su abadía de San Martín de Tours a patir de 796 —, Rabano Mauro —abad de Fulda dónde se sitúa el principal centro escolástico del reino de Germania, cerca de Luis el Piadoso y después de Lotario I, que dejó a su vez numerosos escritos sobre las artes liberales o la teología — o Juan Escoto Erígena —artífice de la vida intelectual en la Francia Occidental de Carlos el Calvo, cuya obra teológica innovadora (influenciada por la teología negativa del Pseudo Dionisio Areopagita y la renovación de la dialéctica) tendrá una influencia durante varios siglos.
No se aprecia una mayor ruptura que marcaría el fin de la renovación carolingia. El desarrollo cultural del Occidente cristiano estuvo efectivamente poco afectado por el Tratado de Verdun de 834 y por las invasiones vikingas: la partición del Imperio no tuvo mayores consecuencias sobre la vida escolástica e intelectual. A lo sumo se constata una ralentización del desarrollo escolástico. El renacimiento otoniano se sitúa sin lugar a dudas en la línea de la obra cultural de los carolingios.
Cuando en 936 Otón I se hizo coronar en Aquisgrán, dejó claro que se consideraba el sucesor de Carlomagno. La vuelta a la tradición carolingia constituía de hecho el principal objetivo de Otón, ilustrado el 2 de febrero del 962 por su coronación imperial en Roma por Juan XII. Sin titular desde la muerte de Berengario de Friuli en 924, la corona imperial reforzaba el prestigio debido a las conquistas del este de Germania y en Italia. El sueño de la restauración del Imperio (renovatio imperii) fue impulsado de nuevo por Otón que tomó el título de Imperator Augustus, y por sus sucesores Otón II (que prefirió el título de Imperator Romanorum) y Otón III.
No solo pretendía una restauración política sino igualmente cultural y religiosa. Los letrados protegidos por los otonianos no dejaban de alabar el programa de la renovatio imperii. A Otón I, bendecido en Aix y coronado en Roma, le era otorgada una misión religiosa: la protección de la Iglesia romana, la entente entre los cristianos, la lucha contra los bárbaros, y la extensión de la Cristiandad.< Esta misión también fue la de sus sucesores, y el origen de lo que la historiografía designa con el nombre de Sacro Imperio Romano Germánico.
Las bibliotecas creadas y enriquecidas durante el renacimiento carolingio gracias a la intensa actividad de los scriptoria fueron objeto de nuevos desarrollos en el siglo X, como atestiguan los catálogos que se han conservado. El catálogo de Bobbio tiene censadas alrededor de 600 obras, y el de Fleury tiene otras tantas. Gerbert jugó un papel importante en las adquisiciones y el inventario de la biblioteca de Bobbio, y dedicó su fortuna a adquirir una gran colección personal. Otros letrados de la época tenían bibliotecas, como Adson de Montier-en-Der que hizo realizar una lista de sus libros antes de partir a Tierra Santa donde murió en el año 992:
Gracias a dos siglos de relativa estabilidad política, los medios de comunicación se vieron facilitados en comparación con los siglos anteriores: los desplazamientos eran más fáciles y, en consecuencia, las influencias exteriores en Occidente se hacían sentir cada vez más; influencias greco-bizantinas, como testimonia la boda de Otón II con Teófano en 927, e influencias árabes, esencialmente a través de la España musulmana. Los contactos con el condado de Barcelona jugaron un papel esencial: los letrados acuden a la corte de Borrell II (que contaba con el joven Gerbert de 967 a 970), a Ripoll o a Vich.
Finalmente, también existían influencias judías. La diáspora contaba con miembros eminentes como Guershom, «luz del exílio» (Meor haGola) que enseñó en Maguncia y después en Metz y cuya influencia permitió el surgimiento de figuras como Rashi.
El mapa de los principales centros escolásticos monasteriales y episcopales de Occidente evolucionó poco entre finales del siglo IX y principios del siglo XI. Los principales centros eran los mismos, aunque surgieron algunos nuevos, sobre todo en las regiones de actividad cultural creciente (Germania), Cataluña.
Al sur de Germania (reconvertida en Imperio a partir del año 962), la escuela de la abadía de San Galo se convirtió en un centro indispensable gracias a sus notables maestros: Ekkehardo I, autor de una epopeya Waltharius, que tiene de protagonista a Walter de Aquitania, Notker el Físico, Ekkehardo II, después dos discípulos brillantes de este último, Burchard, abad de San Galo entre 1003 y 1022, y Notker Labeo, que sobre todo tradujo a los clásicos al alemán. Le siguió Ekkehardo IV cuya obra principal, el Casus Sancti Galli, recogió la historia de los maestros de San Galo desde finales del siglo IX. La escuela declinó a mediados del siglo XI debido a una reforma de la abadía. El monasterio de Reichenau conoció una suerte más inestable, con un cierto declive, antes de que el abaciado de Witigowo (conocido con el sobrenombre de «Abbas Aureus»), entre 985 y 997, permitiese que la abadía consiguiese una gran reputación, sobre todo por la producción de manuscritos de lujo en los reinados de Otón III y Enrique II. Luego el abad Bernon (1008-1048), alumno de Abón, contó entre sus discípulos con Hermannus Contractus, uno de los sabios más completos de su tiempo, cuyos tratados sobre el astrolabio, el cálculo y la música fueron muy célebres. Después de su muerte en 1045 la abadía no contó con más sabios.
En el ducado de Baviera, la abadía de Tegernsee, cuya biblioteca fue enriquecida por el abad Gozpert, acogió sobre todo al poeta y traductor Fromond de Tegernsee. Más al norte, la abadía de San Emerano, en Ratisbona, bajo el abad Ramwold (975-1001), comprendía una escuela dirigida por el monje Hartwich (formado en Chartres) cuyas enseñanzas se basaban en las artes liberales y un scriptorium que producía manuscritos de lujo.
En Sajonia, Otric (conocido por su controversia con Gerbert en 980, en Rávena, sobre la clasificación de conocimientos ) enseñaba en la escuela episcopal de Magdeburgo. La escuela episcopal de Hildesheim floreció bajo Bernward, conocido por sus trabajos y futuro preceptor de Otón III. En el siglo XI, Hildesheim siguió siendo una escuela activa, mientras que se desarrollaban más al sur las escuelas de Bamberg (nuevo obispado creado por Enrique II del Sacro Imperio y dotada desde el origen de una rica biblioteca surgida de la biblioteca imperial y de Worms (rival de Wurzburgo).
La Lotaringia se volvió rica en centros de estudios monásticos y episcopales. La abadía de Echternach era conocida por su biblioteca. Colonia se convirtió en centro de estudios gracias a Bruno I de Colonia: su escuela formó a los obispos Thierry de Metz, Wilfrid de Verdun y Gerardo de Toul. Lieja (obispado de la provincia de Colonia), cuya escuela estuvo activa bajo Étienne (901-920), Raterio (953-955) y Éracle (959-971) se convirtió en la «Atenas del Norte» bajo Nokter de Lieja (972-1008). Este último estuvo a cargo también de la abadía de Lobbes (como Éracle que también fue su abad), y confió la dirección a su amigo Folcuin, y luego a Hérigier, poeta, hagiógrafo, teólogo, hombre de ciencia y amigo de Gerbert. El escolástico Egbert, formado por Nokter, escribió un manual titulado Fecunda ratis (el «navío lleno»), colección de poemas religiosos y morales, de proverbios y de fábulas, como Caperucita Roja. Varios alumnos de Fulbert de Chartres se instalaron en Lieja al principio del siglo XI, sobre todo Adelman que elogió en un poema la cita: «nourrice des arts supérieurs». Wazon fue écolâtre en la ciudad antes de llegar a obispo en 1042, su sucesor fue Adelman, luego Francon, autor de un conocido tratado sobre la cuadratura del círculo
En Francia Occidental dominaban tres escuelas cada una dirigidas por un maestro célebre: Fleury, Reims y Chartres.
La abadía de Saint-Benoît-sur-Loire en Fleury ganó notoriedad gracias a Abón de Fleury, écolâtre a partir de 965, luego abad en 988 después de una breve estancia en Ramsey, en Inglaterra. A este último le sucedió el abad Gauzlin cuya vida es conocida gracias a una biografía de su discípulo Andrés de Fleury, según quien «la base de Fleury no era otra cosa que el torrente de las artes liberales y el gymnasium de la escuela del Señor».
Reims debe su reputaciónn a Gerbert que enseñó a partir del 972 antes de llegar a ser arzobispo desde 991 a 997. Finalmente, Chartres fue reconocida gracias a Fulbert, écolâtre sobre 1004 y luego obispo en 1007, por otro lado consejero reputado de Hugo Capeto y luego de Roberto II. Dejó como legado una rica correspondencia, sermones y poemas. Contó entre sus alumnos con Bérenger de Tours, Hartwick de San Emmeran y Adelman de Lieja que lo recuerda como un «venerable Sócrates» dirigiendo «l'Academia de Chartres».
También se pueden citar la abadía de San Marcial de Limoges, abadía relacionada con Fleury, donde se instruyó Ademar de Chabannes (autor de poemas y sermones, historiador e incluso ilustrador de sus propias obras); la abadía del Monte Saint-Michel con un scriptorium activo; la abadía de la Trinité de Fécamp, donde el abad Jean compuso su obra teológica meditativa cuya influencia perdura aún hoy; abadía de San Riquier cuyo abad Angilram (f. 1045), discípulo de Fulbert, conocía la gramática, la música y la dialéctica; o incluso la abadía de San Bertín que intercambió manuscritos y maestros con las escuelas inglesas.
En Inglaterra, las escuelas fueron reorganizadas por tres obispos; Dunstán, arzobispo de Canterbury (960-988), Æthelwold, obispo de Winchester (963-984) y Oswald, arzobispo de York (972-992). Los maestros más famosos al comienzo del siglo XI fueron Aelfrico de Eynsham y su discípulo Ælfric Bata, autores de manuales de conversación latina en forma de diálogos, y Byrtferth alumno de Abón en su estancia en Ramsey, y autor de un manual en latín y anglosajón.
La actividad escolar fue menos intensa cerca del Mediterráneo. En Cataluña, estimulada por las influencias árabes, de letrados y sabios —como Gerbert— se formaron en Barcelona, Vich y Ripoll. Este último monasterio era el más grande de España, especialmente en el siglo XI bajo Oliva que fue su abad antes de llegar a ser obispo de Vich.
En Italia, las escuelas estuvieron poco activas hasta el principio del siglo XI. El abaciado de Gerbert en Bobbio (983-984) fue muy breve y perturbado por los problemas administrativos para que pudiera dar lugar a una educación exitosa. Sin embargo, las escuelas urbanas se desarrollaron desde alrededor del año mil, especialmente en Parma, donde fueron educados el prolífico Pedro Damián y Anselmo de Besate, autor de una Rhetorimachia que después se fue a Alemania. Lanfranc se formó en su ciudad natal y capital del reino, Pavia donde aprendió artes liberales y derecho antes de convertirse en un profesor notable en Normandía. También hubo escuelas en Novara, en Verona y en Cremona.
Más al sur, las escuelas renacieron en Arezzo bajo el obispo Theodald, que acogió hacia el 1030 al famoso músico Guido de Arezzo, más conocido por su solmización y la invención de la «mano guidoniana». Las escuelas florecieron bajo la influencia de los duques de Nápoles, de Capua y de Salerno donde se ilustró el obispo Alfano de Salerno, poeta, imitador de autores antiguos, igualmente interesado por la música, la astronomía y la medicina. Este último fue formado en la abadía de Montecasino que volvió a recuperar prestigio bajo el abad Theobaldo (1035) con figuras como Laurent, futuro obispo de Amalfi (a partir de 1030) autor en tanto que monje de un florilegio de obras poéticas paganas y cristianas que comprendía textos de Boecio y obras científicas, destinadas a los estudiantes en las escuelas.
Italia formó a otros: Yves el retórico, el filósofo y dialéctico Drogon, o también al gramático Papias, cuyo glosario conoció un rápido éxito en Occidente.
En palabras de Pierre Riché:
Casi contemporáneos exactos, los dos nacidos sobre el 940 y muertos en 1003 y en 1004, Gerbet y Abón fueron «dos destacados eruditos que dejaron obras importantes y formaron a numerosos discípulos».
Nacido en Orleans, Abón fue llevado muy joven (antes del 950) por sus padres a la abadía de Fleury (Saint-Benoît-sur-Loire). Residió en París y en Reims para terminar su aprendizaje y volvió a Fleury como écolâtre (escolástico), alrededor de 965. Residió en el monasterio inglés de Ramsey entre 985 y 987, pero regresó a Fleury para convertirse en su abad en 988. Comprometido en la defensa de los derechos de su monasterio y contra los abusos (simonía, posesión de bienes eclesiásticos por los laicos), fue el consejero de Roberto I entre 958 y llevó para este último dos embajadas en Roma, en 995 y en 997. A causa de estas embajadas obtuvo para su abadía un privilegio. En 1004, mientras se encontraba en el monasterio de La Reola para inspeccionar esa dependencia gascona fue asesinado por los monjes rebeldes. La vida de Abón es especialmente conocida gracias a una biografía escrita por su discípulo Aimoin.
Las enseñanzas de Abón de Fleury son ahora conocidas sobre todo gracias a las obras pedagógicas que dejó, particularmente a sus Quaestiones grammaticales, recopilación de respuestas a cuestiones de carácter gramatical dadas por sus alumnos de Ramsey,
y por los tratados sobre la dialéctica y las ciencias. Aimoin recuerda así la obra del maestro Abón:Auvernés de origen modesto, Gerberto entró como oblato en la San Geraldo de Aurillac antes de unirse a Cataluña entre 967 y 969. En 970, residió en Roma donde conoció a Otón I. En 972, se convirtió en écolâtre de Reims bajo el arzobispo Adalbéron. Su enseñanza pronto lo convirtió en uno de los eruditos más reputados de Occidente.
Desde la década de 980, el destino de Gerbert lo acercó gradualmente a los otonianos. Brevemente abad de la abadía de Bobbio gracias a Otón II, en 983, regresó a Reims con la ambición de suceder a Adalberon. Hugo Capeto (en cuya elección contribuyó) prefirió a Arnold (hijo bastardo del rey Lotario de Francia), pero este último fue depuesto en 991 y Gerbert lo sucedió en un momento de cierto desorden: el papa no reconoció su elección y Gerbert debió refugiarse en 997 con Otón III que, a los 14 años, se beneficiaba de las enseñanzas del maestro. El emperador instaló a Gerbert en la sede arzobispal de Rávena, en 998, y en especial en el trono papal en 999, bajo el nombre de Silvestre II. Simbolizando el control imperial sobre el papado, Gerbert desapareció un año después de que Otón III muriera en 1002.
El écolâtre de Reims debe en parte su reputación al más ilustre de sus alumnos, Richer, que le reservó un lugar importante en su Histoire en cuatro libros. Richer recuerda en estos términos la enseñanza de base de Gerbert, marcada por una cultura humanista que mezclaba numerosas referencias clásicas, pero también por un nuevo gusto por la dialéctica:
Il lut aussi et expliqua avec fruit quatre livres sur les diverses espèces de raisonnement, deux sur les syllogismes catégoriques, trois sur les hypothétiques, un sur les définitions, et un sur les divisions. Après quoi il voulait faire passer ses élèves à la rhétorique ; mais il craignit que, sans la connaissance des formes de style particulières à la poésie, ils ne pussent atteindre à l'art oratoire. Il prit donc les poètes avec lesquels il jugeait bon de les familiariser, lut, commenta Virgile, Stace et Térence, les satyriques Juvénal, Perse et Horace, l'historiographe Lucain ; et, quand ses disciples furent faits à ces auteurs et à leur style, il les initia à la rhétorique.
Pourquoi il leur donna un sophiste.
El contenido de la educación no era muy diferente al de la educación carolingia.trivium deja un lugar cada vez más importante para la dialéctica, y el quadrivium fue objeto de un interés más marcado.
Sin embargo, dos evoluciones lo caracterizan: la enseñanza delSi bien hasta entonces la logica vetus (constituida por traducciones realizadas por Boecio de Aristóteles y de Porfirio, y de los Topiques de Cicerón) se mantuvo como la base de la educación dialéctica, la disciplina fue estimulada a finales del siglo X por el redescubrimiento de escritos de Boecio a través de los intercambios con el Imperio bizantino: los Syllogismes catégoriques y los Syllogismes hypothétiques, que se suman entonces a sus Définitions y a sus Divisions.
Gerbert conocía estos libros,Abón, por su parte, comentó las obras de Boecio a través de dos tratados apreciados por su alumno Aimoin, quien dijo de su maestro que: «il a défait très clairement certains nœuds des syllogismes dialectiques (...)»
y destacó por su dominio de la dialéctica en la disputa de Rávena contra Otric en 980, y en sus tratado De rationalis et ratione uti [De lo racional y del uso de la razón], compuesto en 997 y dedicado a Otón III. Fulbert conocía las obras de Abón, y aún más las de Gerbert: el manuscrito 100 de la biblioteca municipal de Chartres, florilegío de obras de dialéctica que data de Fulbert y probablemente salido de su misma biblioteca, es de hecho una antología que contiene la Introduction de Porfirio, las Catégories de Aristóteles, la Distinction entre la rhétorique et la dialectique del mismo Fulbert, los Topiques de Cicerón, el Peri Hermeneia de Aristóteles, tres comentarios de Boecio y la De Ratione escrita por Gerbert en 997. El maestro chartrain también desarrolló la enseñanza de la dialéctica, cada vez más dominada en el comienzo del siglo XI, como por el abad Maïeul de Cluny.
El interés creciente por las disciplinas del quadrivium era una realidad que parece traducir, aquí también, las enseñanzas de los principales eruditos de su tiempo. La enseñanza científica de Abbon es evocada por Aimoin en su Vie d'Abbon: «(...) Il exposa des cycles à la manière de tables, des calculs du comput variés et plaisants. Il consigna également par écrit ses exposés sur les trajectoires du soleil, de la lune et des planètes, pour les léguer à la postérité». Precisamente, Abbo dejó varios tratados sobre astronomía, un catálogo de estrellas y un comentario del Calculus de Victorio de Aquitania que le permitió establecer un calendario juliano perpetuo. Ignoraba, sin embargo, las innovaciones matemáticas de origen árabe.
La enseñanza de Gerbert en las disciplinas científicas del quadrivium es mejor conocida. Richer de Reims relató detalladamente los métodos de Gerbert en materia de aritmética, de música y especialmente de astronomía:
Además del monocordio para la música y la esfera terrestre, Gerbert construyó otras esferas para el estudio de los planetas y de las constelaciones, así como un ábaco, una tabla para calcular, para la enseñanza del cálculo y de la geometría:
Estos intercambios con su discípulo Constantin, monje de Fleury, constituyen de hecho la esencia del legado científico de Gerbert. Esa correspondencia trata en realidad sobre la aritmética y el uso del ábaco. A esto debe añadirse una carta sobre la creación de esferas para el aprendizaje de la astronomía. La geometría también es el tema de otro tratado de Gerbert. Los extensos conocimientos científicos de Gerbert han justificado que se le atribuya la introducción en la Galia de las cifras Ghûbar (números arábigos, sin el cero), pero esta hipótesis sigue siendo controvertida.
Fulbert retomó el ábaco de Gerbert y enseñó a sus alumnos geometría. En sus poemas sobre los signos del zodíaco, también se refiere al astrolabio, y fue el primero en introducir de manera documentada la numeración árabe. Los avances de Gerbert y de Fulbert, sin embargo, parecen bastante aislados: habrá que esperar al Liber abaci de Fibonacci (compuesto en 1202 y revisado en 1228), y las traducciones de al-Khwarizmi de Gérard de Cremona en el siglo XII, para asistir a la difusión del sistema decimal posicional en Occidente.
Otoniano, el renacimiento del siglo X fue induscutiblemente debido al papel de los Otónidas en la renovación cultural, también en línea con la renovatio imperii y su inspiración carolingia: como ha señalado Pierre Riche, «les rois de Germanie, à l'imitation des Carolingiens, attirent et protègent les lettrés pour des raisons personnelles et politiques». Otón I se rodeó de estudiosos, especialmente de su hermano Brunon, su consejero más cercano que hizo archchaplain y luego obispo de Colonia. Otros estudiosos llegaron de los grandes monasterios de Alemania (San Galo, Fulda, Reichenau) o de la Italia recientemente conquistada, de la que llegaron el maestro Etienne Novara y Gunzo. Otón II prosiguió esa política: organizó en particular la famosa disputa de Gerbert contra Otric, sobre el tema de la clasificación de los conocimientos, en Ravena, en 972. Su discurso inaugural, relatado por Richer, testimonia su amor por el estudio:
Su matrimonio con la bizantina Teófano Skleraina también tuvo importantes implicaciones culturales: princesa cultivada, llegó acompañada por clérigos y artistas griegos, que construyeron en especial la capilla de San Bartolomé en Paderborn. La influencia bizantina también es incontestable en el arte otoniano, a través de los manuscritos y objetos de lujo (telas, marfiles) ejecutados para el emperador y los grandes de la época. La instrucción de Otón III, a la altura de ese entorno, fue dirigida por Willigis (arzobispo de Mainz), Bernward (más tarde obispo de Hildesheim) y Juan Filigato (capellán de Teófano y futuro arzobispo de Piacenza y luego antipapa), quien le inició en el griego. En la adolescencia, en 996, Otón III decidió atraer los servicios de Gerbert, quien dejó Reims y su tormentos. e inició al emperador en la aritmética, la música y la filosofía. También dedicó a Otón III su De rationalis et ratione uti, que ambicionaba guiar las acciones del emperador por el uso de la razón y la filosofía. La introducción del tratado también tiene las inflexiones de un himno a la renovatio imperii :
La biblioteca de los otónidas era particularmente rica, como se sabe gracias a la lista de libros ofrecidos por Enrique II: este último donó así varios manuscritos de Boecio (De arithmetica que perteneció a Carlos el Calvo), de Tito Livio, Séneca, Justiniano (Institutes), de Isidoro de Sevilla (De natura rerum), de Casiodoro (Institutiones), y el autógrafo de la Histoire de Richer (ofrecido al emperador por Gerbert).
Los otónidas también fueron igualmente patrocinadores de manuscritos de lujo, pero no parecen haber reunido artistas en la corte: los manuscritos de lujo fueron hechos en Corvey, en Fulda, y especialmente en Reichenau, de donde provenía el evangelio de Otón III y el Evangelio de Liuthar, con las representaciones imperiales de gran valor por su cuidado y su sentido político (Ofrendas de las cuatro provincias del Imperio, apoteosis de Otón III, de hecho tal vez representando a Otón I)
Finalmente, algunos logros arquitectónicos notables, principalmente en el campo religioso, están marcados por la doble inspiración carolingia y bizantina, y contribuyeron al surgimiento de la arquitectura románica. Otón I estuvo en el origen de la construcción de la catedral de Magdeburgo, pero fue especialmente bajo Otón III cuando se realizó la obra maestra de la arquitectura otoniana, la iglesia de San Miguel de Hildesheim, construcción confiada al preceptor del emperador, el obispo Bernward.
Aparte de los otonianos, el apoyo a la vida cultural fue bastante raro. Germania sigue siendo la más fértil en logros, gracias a la voluntad de los actores eclesiásticos. Los focos monásticos y episcopales, ya mencionados por sus escuelas,Santa María de Mittelzell y ornar Saint-Georges de Oberzell. Ratwold, abad de Saint-Emmeran (975-1001) restauró el Codex Aureus carolingio de la abadía.
a menudo fueron también centros de creación artística o arquitectónica. En Reichenau, si Witigowo está más a menudo en la corte que en su abadía, hizo restaurar la nave deLos arzobispos de las grandes metrópolis de Germania, a menudo cercanos a los emperadores, adoptaron la misma actitud. Egbert (977-993), arzobispo de Trier, llevó de vuelta de Italia el «maître du Registrum Gregorii» por el cual hizo realizar el Registrum Gregorii, y encargó en Reichenau el Codex Egberti que lo representa con sus predecesores. Brunon, arzobispo de Colonia (953-965) sostuvo una escuela y fundó el monasterio Saint-Pantaléon,, ampliado por sus sucesores; Teófano Skleraina fue enterrada allí en 991. Lieja fue embellecida por Notger (972-1008), que construyó las murallas de la ciudad, iglesias, restauró la catedral y el distrito de los canónigos, y desarrolló la abadía de Lobbes. También apoyó regularmente a artistas, en especial a los marfileños y al «maître du Registrum Gregorii» después de la muerte de Egbert. En Mainz, Guillaume (954-968), hijo de Otón I, y Willigis (975-1011) estimularon la creación: este último hizo construir una nueva catedral según el modelo de Fulda, y encargó los manuscritos en Saint-Alban. De Mainz también proviene, tal vez, la corona imperial. Por último, el caso de Hildesheim bajo Berward muestra «le type parfait des évêques impériaux actifs et cultivés»: Iglesia de San Miguel y las puertas de la catedral de Hildesheim, son dos obras maestras de arte y de la arquitectura otoniana, mientras que los manuscritos de lujo eran ejecutados bajo su mando para la catedral o San Miguel, de los que destaca De mathematicalis inspirado por Boecio y Vitruvio, que reflejan el interés de Berward en las cuestiones arquitectónicas y permiten imaginar el trabajo subyacente de sus logros.
En Italia, el taller de marfil de Milán fue famoso por sus obras destinadas a los emperadores, pero fue especialmente en Roma donde surgió un importante centro cultural. La ciudad misma se transformó durante el siglo X (crecimiento de la población, nuevos barrios) y la «ciudad leonina» atrajo a peregrinos, eruditos y artistas. Se restauraron muchos monasterios, incluyendo San Pablo Extramuros y Saints-Boniface-et-Alexis, en el monte Aventino, dos monasterios retomados por los cluniacenses. La iglesia de San Sebastián fue fundada por el médico Pierre alrededor del año 977 y decorada con frescos: un sínodo se reunió en 1001 por Otón III y Silvestre II. Sobre todo, Otón III quiso hacer de Roma su capital, aunque su muerte en 1002 no permitió que ese sueño tuviera éxito. En particular, construyó una iglesia en la isla Tiberina, donde se reutilizaron columnas antiguas, y donde un pozo esculpido representaba al emperador rodeado de obispos. También hizo reconstruir una residencia en el monte Palatino, en el sitio del antiguo palacio de Augusto.
En Inglaterra, después de Alfredo el Grande, la corte jugó un papel importante en la vida cultural e intelectual. Athelstan (925-939) coleccionó reliquias y manuscritos e inició la reforma de los monasterios. Después el reinado de Edgar fue también el de tres grandes obispos: Dunstán de Canterbury, Oswald de Worcester y Æthelwold de Winchester. Si los tres fomentaron las escuelas (estudios religiosos y, en adelante, también artes liberales) y trajeron para ellas a maestros del continente, esto no fue todo: Dunstan también apoyó talleres de escribas y de pintores; Oswald restauró las abadías; Aethelwold importó la liturgia de Corbie e hizo pintar allí los manuscritos copiados o inspirados por creaciones carolingias u otonianas (copias del Salterio de Utrecht importadas a fines del siglo X). El rey Edgar también presidió en 970 la Regularis concordiae, regla única para el reino, que completó la reforma monástica.
Francia Occidental, finalmente, no conoció apenas actividad cultural en la corte real. Se sabe poco más que de la preocupación de Hugo Capeto, ignorante del latín, por la educación de su hijo, que confió a Gerberto en 972. De hecho, los clérigos literarios frecuentaban especialmente el entorno de los aristócratas: Dudon de Saint-Quentin, con Ricardo I de Normandía, y Vitger, con Arnulfo I de Flandes. Además, una de las principales iniciativas religiosas de la época tampoco tuvo ningún vínculo con la realeza: la reforma cluniaiense.
Sin que se observe una relación directa entre esas evoluciones de la Iglesia, que conducirán a la reforma gregoriana, y el renacimiento del siglo X mismo (sin un papel notable de la dinastía otoniana, ni de las principales figuras literarias del tiempo), es importante subrayar las perspectivas abiertas por la reforma de la Iglesia que entonces se esbozó. Además, esta evolución también estuvo en la fuente de la fractura que pronto se notará entre el mundo monástico y la actividad escolar.
El siglo X vio la aparición en Francia Occidental de un monasterio del Mâconnais, fundado en 909 o 910, que se convertirá en el centro de una red eclesiástica llamada a extenderse por toda la cristiandad: «la Iglesia de Cluny» (Ecclesia cluniacensis), de la que dependerán cada vez más abadías y prioratos (no se puede hablar de «orden» estructurado más que a partir del siglo XIII).
Cabe señalar que el fundador de Cluny no fue otro que Guillermo el Piadoso, hijo de Bernard Plantevelue, poderoso conde de Auvernia, y nieto de Dhuoda. Guillermo confió la dirección de la abadía a Bernon (f. 926), iniciador de una reforma que ambicionaba seguir la regla benedictina y de reencontrar su espíritu. Su obra fue continuada por el abad Odon (927-942) y la abadía despegó bajo el gobierno de los abades Aymard (942-954), Mayolo (954-994), y sobre todo Odilón (994-1049) que obtuvo de Gregorio V un privilegio de exención (998) extendido por Juan XIX a todas las dependencias cluniacenses fuese cual fuese su ubicación (1024). Este desarrollo continuó en el siglo XI, cuando el número de monasterios sujeto a la orden paso de treintaysiete a sesentaycinco, entre ellos los nuevos de Vézelay y Moissac.
Los cluniacenses jugarán un papel clave en el monacato benedictino hasta finales del Renacimiento del siglo XII, e incluso más allá. La espiritualidad cluniacense tendía a restaurar la regla de San Benito, insistiendo en la celebración coral del oficio, prioridad que acentúa la vida monástica antes que los aspectos tradicionales del retiro o del aislamiento en la celda. Esto hace de Cluny «la forme la plus cénobitique de la tradition bénédictine», e influye en el conjunto de la vida cluniacense, que mejora la alimentación para satisfacer las necesidades del rendimiento coral, que reduce la parte del trabajo manual, e incluso en el scriptoria: la biblioteca de Cluny del siglo X al XIII era la más rica de Occidente después de la de Mont-Cassin, pero la escuela monástica seguirá siendo allí de una actividad limitada.
El papel de Cluny será esencial en la reforma de la Iglesia conocida como reforma gregoriana, pero otros lugares actuaron en la misma dirección de forma espontánea: Brogne fue fundada en 919 por la regla benedictina y condujo la reforma en Bélgica y en el condado de Flandes; Gorze se reformó alrededor de 933 e influyó en la Lorena y, en consecuencia, en el monacato germánico; San Víctor de Marsella fue reformado por Honorato en 977, que introdujo la regla de Benito.
Estos diferentes lugares reformadores respondían a una necesidad cuya urgencia se hacía sentir con una agudeza creciente. De hecho, el siglo X vio la relajación del orden público, dando como resultado una verdadera «décadence morale et institutionnelle» de Occidente, en palabras de Jean Chélini. Se asistía así al resurgimiento de las prácticas paganas (culto de los espíritus, brujería), al colapso de la moral sexual y conyugal (repudio, matrimonios múltiples), a la renovación de las ordalias más bárbaras en el ejercicio de la justicia. En el seno de la Iglesia, se vio la generalización de la simonía, los Capetos (Hugo Capeto, Roberto el Piadoso) participaban en un lucrativo tráfico de cargos episcopales, y más en general, las funciones eclesiásticas fueron excesivamente politizadas durante el reinado de Otón I.
A esta degradación del estado interno de la Iglesia se sumó el desafío de las nuevas tierras cristianas: en Escandinavia, donde enfrentan grandes dificultades frente a las resistencias y costumbres paganas (ver Expansión del cristianismo desde el siglo V hasta el siglo XV). La cristianización fue relativamente fácil en Dinamarca, con la conversión del rey Harald y de su hijo Svend en 960, pero ocurrió más gradualmente en Noruega, gracias al esfuerzo de los primeros reyes cristianos Haakon de Noruega (938-961), Olaf Tryggvason (995-1000) y san Olaf Haraldson (1014-1030), que hicieron llamar a misioneros extranjeros. En Suecia, el cristianismo penetró con más dificultades todavía, a partir de la comunidad de Birka (fundada en 865 y revivida por una visita Unni de Hamburgo, que murió en el año 936) y en Sigtuna, lo que llevó a la probable conversión del rey Olof Skötkonung en 1008. Bohemia, finalmente, también se convirtió, con la creación de la Diócesis de Praga, en 973 y la misión del ermitaño Gunther († 1045), así como Polonia (conversión de Mieszko en 966) y Hungría (bautismo de Géza y su hijo Esteban I en 985): estas regiones también se debieron enfrentar al paganismo.
De este «renacimiento», que se ha considerado principalmente como otoniano, como del siglo X, como característico del entorno del año mil, o incluso como una continuación de la renovación carolingia, se perciben los límites en todas partes. Límites geográficos, primero. La vitalidad cultural es, de hecho, muy contrastada entre Alemania y el resto de Occidente, o entre el norte y el sur del continente, y la red de escuelas es en realidad de una densidad muy variable. Límites humanos también: los grandes nombres de la época otoniana, más allá de los dos principales —Abón y Gerbert— son notoriamente menos y menos productivos que la generación excepcional de los estudiosos de la época carolingia, después de Pedro de Pisa hasta Juan Scot Erigena. La herencia cuantitativa de los siglos X y XI no es comparable a la del período carolingio, y la enseñanza se basa principalmente en las artes liberales y los textos escritos o redescubiertos bajo Carlomagno y sus sucesores.
El distanciamiento de los reyes y príncipes de la educación y la cultura fue otro límite que permite distinguir más claramente el período otoniano de los dos siglos que lo precedieron. Si esta observación debe matizarse en lo que respecta a Germania, este fenómeno no conduce más que a agravar las disparidades geográficas y a reducir el grado de renovación, que no fue casi más que los hechos de los medios eclesiásticos:
Esta renovación, que se extiende desde los años 900 hasta alrededor del año 1030, debe considerarse, en primer lugar, como un período de resistencia a la actividad cultural carolingia (que se refleja bien en la expresión «Troisième renaissance carolingienne» de Pierre Riché ), en un contexto más inestable, atravesado por períodos de crecimiento limitados en el tiempo y el espacio. Un período que concluye un largo tiempo de unificación cultural de Occidente, y de gestación progresiva de la enseñanza medieval:
El último límite del renacimiento otoniano se refiere a la perpetuidad de la renovación. De hecho, el florecimiento cultural mayor y notable del siglo XII no siguió inmediatamente a la renovación del siglo X, incluso teniendo en cuenta los excesos de este último más allá del año mil. Porque el siglo XI, atravesado por transformaciones políticas, sociales y económicas, fue también un período de crisis para las escuelas y para todo el mundo intelectual. La cultura humanista de la era carolingia, rica en referencias clásicas, desapareció así en favor de doctrinas menos rigurosas, a menudo denominadas como heréticas. Berengario de Tours fue el representante más llamativo de la misma.
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