La batalla de Maratón (en griego antiguo Μάχη τοῡ Μαραθῶνος, Máji tu Marathônos) fue un enfrentamiento armado que definió el desenlace de la Primera Guerra Médica. Ocurrió en el año 490 a. C. y tuvo lugar en los campos y la playa de la ciudad de Maratón, situada a pocos kilómetros de Atenas, en la costa este de Ática. Enfrentó por un lado al rey persa Darío I, que deseaba invadir y conquistar Atenas por su participación en la revuelta jónica, y, por otro lado, a los atenienses y sus aliados (de Platea, entre otros). Una proeza recordada en esta batalla por Heródoto fue la de Filípides, que recorrió el camino de Atenas a Esparta para pedir ayuda al ejército espartano. Esparta rehusó ayudar a los atenienses, alegando encontrarse en fechas de celebraciones religiosas.
Tras la revuelta de Jonia, Darío decidió castigar a la ciudad griega que había prestado ayuda a sus súbditos rebeldes. Después de tomar Naxos y Eretria, la expedición persa, con el consejo de Hipias, que esperaba recuperar el poder en Atenas, desembarcó en la playa de Maratón. Tras cinco días cara a cara, las falanges ateniense y platense aplastaron a la infantería persa que huyó y se embarcó de nuevo con fuertes bajas. El ejército griego se retiró rápidamente a Atenas para impedir el desembarco de la otra parte del cuerpo expedicionario persa en Falero, uno de los puertos de la ciudad.
Esta victoria puso fin a la primera guerra médica. Diez años después, tuvo lugar un nuevo ataque por orden de Jerjes I. La batalla de Maratón desempeñó un papel político importante mediante la afirmación del modelo democrático ateniense y el inicio de grandes carreras militares para los generales atenienses como Milcíades o Arístides el Justo.
Maratón sigue siendo una de las batallas más famosas de la Antigüedad, sobre todo a través de las conmemoraciones que suscitó, como la carrera de maratón en los Juegos Olímpicos de 1896 en Atenas.
La fuente histórica principal de la batalla es el historiador griego Heródoto, que describe los acontecimientos en el libro VI, en los párrafos 102-117 de su Historia desde el origen de los acontecimientos a fin de preservarlos del olvido. Sin embargo, él personalmente no estuvo envuelto en los conflictos de la Grecia de su tiempo, ni tampoco en los que se resolvieron en las Guerras Médicas, que tuvieron lugar cuando el historiador nacía. Se cree que escribió su libro después de la paz de Calias (449-448 a. C.), pues hubo de expatriarse de Halicarnaso, su ciudad natal, y fue a escribir su Historia a los confines occidentales de la Hélade. Aun dándose el caso de sentir antipatía por Histieo y Aristágoras de Mileto, promotores de la sublevación de los jonios, según Heródoto por motivos personales, creía en la justicia de la victoria griega y admiraba tanto las virtudes helenas como la sabiduría de los pueblos orientales; tanto a Atenas como a Esparta. Con cierto escepticismo, procuró permanecer apartidario y relativista, e intentó establecer un criterio unitario, dando cabida a las distintas posiciones y organizar los hechos en un todo coherente.
Avalaba la animadversión y actitud negativa de Heródoto hacia los jonios el historiador alemán Hermann Bengtson, quien opinaba que la revuelta era absurda y estaba predestinada al fracaso. Otros especialistas argumentan que sí existían unas causas remotas y profundas, pese a que la autoridad persa en las polis griegas de Asia Menor no era muy opresiva, la única condición impuesta por Darío, la obediencia a un poder de naturaleza autocrática, era innegociable para los griegos. Y aunque la tradicional obediencia griega había resultado cómoda como instrumento de control, las tiranías habían pasado ya en esta etapa histórica, con lo que el odio de los griegos asiáticos albergaban hacia ese tipo de gobierno acarreaba a los persas mayor hostilidad. Aducen también estos autores cuestiones de naturaleza económica como causa remota de la rebelión, aunque este punto resulta polémico, dado que Mileto estaba en su apogeo. De todas formas el aprecio de Heródoto como historiador ha aumentado progresivamente a partir de la primera corriente crítica histórica alemana, que hacían suyo el prejuicio de Plutarco hacia el de Halicarnaso y su cortedad de visión, plasmada en las Moralia, Sobre la malevolencia de Heródoto. Fue Hauvette el que comenzó a dar la vuelta a esta situación historiográfica de la Alemania del Kaiser Guillermo II.
Otros historiadores griegos, aparte de Plutarco, como Tucídides, le critican y reprochan su falta de rigor. Esta visión, como se deduce de manera implícita del párrafo anterior, se perpetuó hasta el siglo XX. Después los descubrimientos arqueológicos de dicho siglo vienen a confirmar la versión de los hechos narrados por Heródoto, y es raro que haya historiadores contemporáneos que continúen estimando que inventó la mayor parte de su relato.
La Biblioteca histórica de Diodoro Sículo (siglo I) es la otra gran fuente antigua sobre la batalla. Obtuvo la información en parte de una obra anterior, de Éforo de Cime. Hay alusiones en las obras de Plutarco, como la ya mencionada, Ctesias, Esquilo, e incluso Cornelio Nepote.
Los autores antiguos remontaban los orígenes de la Primera Guerra Médica a la ya mencionada revuelta jónica, inscrito de hecho en el vasto movimiento expansionista del Imperio aqueménida. Darío I ya había puesto el pie en Europa, con la conquista de Tracia y la sumisión del Reino de Macedonia, que fue forzado a sumarse a la alianza persa. Sin embargo, la revuelta jónica llevaba una amenaza directa sobre la integridad del Imperio, y Darío tomó la decisión de castigar a todos aquellos que se encontraban implicados, como las ciudades del Egeo y de la Grecia continental. Atenas y la ciudad eubea de Eretria enviaron veinticinco trirremes en ayuda de las ciudades de Asia Menor, mientras, un cuerpo expedicionario arrasaba Sardes antes de replegarse y de ser vencido en Éfeso por el sátrapa Artafernes, hermano de Darío. En 494 a. C., después de seis años de conflicto, Darío terminó aplastando las ciudades rebeldes. Después, los persas sometieron por la fuerza o la diplomacia las islas del mar Egeo. Numerosas ciudades continentales recibieron embajadas del rey aqueménida pidiendo su sumisión y su doblegamiento. Atenas y Esparta se negaron e incluso, según Heródoto, asesinaron a los emisarios.
Anteriormente, en 511 a. C., con la ayuda de Cleómenes I, el rey de Esparta, el pueblo ateniense expulsó a Hipias, tirano de Atenas. Este huyó a Sardes, a la corte del sátrapa más cercano, Artafernes, y le prometió el control de Atenas si lograba restaurarlo en el poder, cuya familia lo había detentado en Atenas durante 36 años.
Cuando Atenas exigió a Persia que entregara a Hipias para ser enjuiciado, los persas se negaron, lo que provocó que la ciudad ática se enemistara abiertamente con los persas,revuelta jónica (499-494 a. C.), enviara 20 trirremes en ayuda de los jonios. El tirano ateniense huyó probablemente a la corte del rey Darío durante la revuelta.
y que en vísperas de laLa ciudad de Eretria también había enviado ayuda, cinco trirremes, aunque no sirvió de mucho ya que la rebelión fue subyugada. Esto alarmó a Darío, que deseaba castigar a las dos ciudades. En 492 a. C., envió un ejército bajo el mando de su yerno, Mardonio, a Grecia continental. Empezó con la conquista de Macedonia y obligó a Alejandro I a abandonar su reino, mientras que en el camino al sur, hacia las ciudades estado griegas, la flota persa fue diezmada por una tormenta al costear el promontorio del monte Athos, perdiendo 300 naves y 20 000 hombres. Mardonio fue forzado a retirarse a Asia. Los ataques de los tracios infligieron pérdidas al ejército aqueménida en retirada. Darío aprendió, quizás a través de Hipias, que los Alcmeónidas, una poderosa familia ateniense, se opusieran a Milcíades, quien en ese momento era el político más prominente de Atenas. Si bien ellos rehusaron ayudar a restablecer a Hipias, puesto que habían contribuido a derrocarlo, según Heródoto, puesto que «eran enemigos declarados de la tiranía». Sobre este asunto la historiografía moderna discrepa.
Algunas polis creyeron que una victoria persa era inevitable y necesitaban asegurar una posición mejor en el nuevo régimen político surgido tras la conquista persa de Atenas. Darío, deseando aprovecharse de esta situación para conquistarla, lo que aislaría a Esparta, conquistaría al resto de los griegos del Egeo y consolidaría su control sobre Jonia. Para esto Darío pensaba en hacer dos cosas:
A finales de 491 o inicios de 490 a. C., una expedición naval de seiscientos trirremes zarpó de Cilicia rumbo a Jonia al mando de Artafernes, hijo del sátrapa de Lidia —el que hizo el trato con Hipias—, y del almirante medo Datis, enviada para aplastar a los insumisos. Mardonio, había sido relevado del mando por el gran número de naves perdidas en la tempestad que se abatió sobre ellas al costear el Athos.
Ahora bien, desde Cilicia no arrumbaron las naves a lo largo de la costa asiática en dirección al Helesponto y Tracia, sino que a partir de Samos, costearon Icaria, rebasaron el mar Icario, y navegaron entre las islas Cícladas, pues no se atrevían a circunnavegar el Monte Athos dado que dos años antes sufrieron un desastre mientras surcaban dichas aguas, y además para tomar la isla de Naxos y la fuerza de Eretria y Atenas para someterse al Gran Rey o ser destruida, debían seguir esa ruta. Naxos fue saqueada, sus templos quemados, y los naxios que pudieron escapar huyeron a la zona central de la isla, que era montañosa.
Después la flota izó velas y tras recorrer las Cícladas septentrionales, situadas entre Delos y Eubea, desembarcaron en la ciudad eubea de Caristo, la sitiaron y saquearon, tras lo cual se dirigieron hacia Eretria, situada a 65 km de Caristo. Fue conquistada tras siete días de asedio, incendiada y su población reducida a la esclavitud. Los 4000 clerucos atenienses que habitaban las tierras de la ciudad eubea de Calcis, que fueron enviados a socorrerlos tuvieron que darse a la fuga. Según se desprende del texto herodoteo, se trataba de una expedición para castigar a atenienses y eretrieos, y los persas enviaron una flota que carecía de naves destinadas al transporte de caballos y sin apoyo de une ejército de tierra. Según Carlos Schrader, el número de barcos «probablemente no superaría el centenar y, como todos los contingentes persas iban embarcados, su número oscilaría sobre los 30 000 hombres». Mientras los persas asolaban Naxos, los delios, abandonaron su isla y emprendieron la huida hacia Tenos. Datis, sin embargo dio orden de no atracar en Delos y ordenó que las naves fondearan en Rinia. Según Heródoto, Datis tenía órdenes de Darío de respetar la isla sagrada donde habían nacido Apolo y Artemisa. Carlos Schrader aduce que «el motivo por el que no atacó Delos fue la advertencia de Hipias, que iba en a la expedición, de que los contingentes griegos del ejército de Datis no habrían admitido el saqueo de un santuario de Apolo de carácter panjónico».
La flota persa viró acto seguido hacia Atenas, siguiendo los consejos de Hipias, el viejo tirano ateniense depuesto veinte años antes, esperaba recuperar el poder merced a sus partidarios en el seno de la ciudad. Aconsejó a los persas atracar en la playa que orilla la llanura de Maratón, situada a 38 kilómetros de distancia de Atenas, de alrededor de unos cuatro km de larga y apropiada para maniobras de caballería.
Heródoto facilita una fecha del calendario lunisolar, del que cada ciudad griega tenía su variante. Los cálculos astronómicos permiten obtener una fecha en el calendario juliano proléptico. En 1855, August Böckh determinó que la batalla tuvo lugar el 12 de septiembre de 490 a. C., fecha comúnmente admitida. Si el día 12 fue el del desembarco de las tropas, el enfrentamiento habría tenido lugar el 17 de septiembre. Según otro cálculo, es posible que el calendario espartano estuviera un mes avanzado con respecto al calendario ateniense, en cuyo caso sería el 12 de agosto. Sin embargo, los griegos eligieron comenzar las celebraciones del 2500 aniversario de la batalla el 1 de agosto para culminarlas en septiembre.
El ejército ateniense, capitaneado por Milcíades el Joven, el strategos ateniense más experimentado en la lucha contra los persas, fue enviado a bloquear las salidas de la llanura de Maratón para impedir el avance del ejército aqueménida por tierra. Paralelamente, Fidípides, un corredor mensajero, fue despachado para solicitar refuerzos a Esparta. Es posible que Atenas tuviera un pacto previo de ayuda militar mutua (epimaquia), y por consiguiente despachara a dicho mensajero. Según Georg Busolt, los atenienses enviaron al correo cuando ya habían decidido salir al encuentro de los persas. Pero la ciudad laconia celebraba la Carneas, fiestas que implicaban una tregua militar hasta el plenilunio siguiente. Las tropas espartanas no podían partir más que al cabo de diez días. Los atenienses que habían recibido el refuerzo de un pequeño contingente de Platea estaban casi solos.
Los persas navegaron por la costa de Ática, y anclaron en la bahía de Maratón, a unos 40 kilómetros de Atenas, con el asesoramiento del tirano exiliado ateniense Hipias, que había acompañado a la expedición.
Los dos ejércitos estuvieron frente a frente durante cinco días. La espera favorecía a Atenas, ya que cada jornada que pasaba se acercaba al día en que los refuerzos espartanos llegarían.
Heródoto no aporta cifras para las fuerzas griegas. Cornelio Nepote, Pausanias y Plutarco las cifran en 9000 atenienses y 1000 platenses. Justino informa que el número de efectivos era de 10 000 atenienses y 1000 platenses. Estas cifras equivalen a las dadas para la batalla de Platea, y parecen poco probables. Son aceptadas generalmente por los historiadores contemporáneos, entre otros, Jules Labarbe, seguido por Pierre Vidal-Naquet, y algunos de estos autores justifican la cifra de atenienses en que los diez mil hombres eran el resultado del esquema tradicional de un millar de hoplitas por cada una de las diez tribus áticas. Otros autores reducen la cifra de platenses a 600. El armamento de los griegos era el propio de una infantería pesada: los hoplitas atenienses y sus aliados platenses se protegían con un casco, un escudo, una coraza, cnémidas y brazales de bronce. Blandían una espada, una larga lanza (dory) y asían un escudo de piel con láminas de metal. Los hoplitas combatían en filas cerradas, de modo acorde a la formación de la falange, sus escudos formaban delante de ellos una muralla. Los esclavos atenienses fueron liberados poco antes de la batalla para servir de infantería ligera, honderos y lanzadores de jabalina. Su número y su papel durante la batalla son desconocidos, debido a que los hechos y gestas de esclavos no eran juzgados dignos de ser relatados por los autores antiguos.
Las tropas atenienses estaban dirigidas por diez stratogoi —uno por cada tribu— bajo la autoridad militar y religiosa de un polemarca, Calímaco. Cada estratego mandaba en el ejército durante un día. No obstante, parece que cada vez, los estrategos confiaban el mando a uno solo de ellos, entre quienes se contaba Milcíades. Este general conocía la debilidad del ejército aqueménida por haber luchado con ellos durante la campaña de Darío contra los escitas.
El ejército persa estaba bajo el mando de Artafernes, un sobrino de Darío, a la cabeza del ejército de tierra, y Datis era el almirante de la flota. Según Heródoto, la flota aqueménida estaba compuesta de 600 trirremes, Stecchini la estima en 300 trirremes y 300 barcos de transporte; mientras que Peter Green la cifra en 200 trirremes y 400 buques de transporte. Diez años antes, probablemente en la primavera de 499 a. C. con 200 trirremes no pudieron someter Naxos, por lo que quizás una flota de 200 o 300 trirremes era insuficiente.
Los historiadores modernos también han hecho varias estimaciones. Kampouris ha señalado,epíbatas en cada barco —típico de los barcos persas después de la batalla naval de Lade, cantidad de la que dispuso Jerjes durante su invasión—, se alcanzarían 18 000 efectivos. Pero dado que la flota tenía buques de transporte, debía transportar por lo menos a la caballería persa. Mientras que Heródoto afirma que la caballería se transportó en los trirremes: la flota persa había dedicado los buques a esta empresa. Según Éforo, 800 transportes acompañaron a la flota invasora de Jerjes diez años más tarde. Las estimaciones para la caballería están generalmente en el rango de 1000 a 3000, aunque, como se señala posteriormente Cornelio Nepote la cifra en 10 000.
que si las 600 naves eran buques de guerra y no barcos de transporte, con 30 soldadosEn cuanto a la infantería simplemente dice que era numerosa. Simónides de Ceos evaluó el cuerpo expedicionario persa en 200 000 hombres. Mientras que un escritor posterior, el romano Cornelio Nepote cifra la caballería en 10 000 jinetes, y de la infantería indica que de un total de 200 000 hombres, Datis dispuso en orden de batalla la mitad: 100 000 infantes; el resto fue embarcado en la flota para atacar Atenas, contorneando el cabo Sunión. Plutarco, Pausanias y la Suda estiman el total de las fuerzas aqueménidas en 300 000 individuos. Platón y Lisias facilitan la cifra de hasta 500 000 hombres, mientras que Marco Juniano Justino la sube a 600 000 soldados. Valerio Máximo da un número de 300 000. Los historiadores modernos proponen una horquilla entre 20 000 y 100 000 hombres. Para Paul K. Davis el número de fuerzas persas era 25 000 infantes y de 1000 a 3000 jinetes; Otros historiadores modernos proponen otras cifras: Bengtson: 20 000 infantes; Martijn Moerbeek, 25 000 persas; How & Wells: 40 000; Georg Bussolt y Glotz: 50 000; Stecchini: 60 000 soldados persas en Maratón; Kleanthis Sandayiosis: de 60 000 a 100 000 soldados persas; Peter Green: 80 000; Christian Meier: 90 000. Para el historiador de Persia, Pierre Briant, sus efectivos son imposibles de cifrar, pero el ejército de Datis era de cualquier modo «muy numeroso». El ejército estaba compuesto de soldados de diferentes procedencias, no hablaban las mismas lenguas y no tenían la costumbre de combatir juntos. Además, el armamento persa, con escudos de mimbre y lanzas cortas, convertía a la infantería persa vulnerable en el combate cuerpo a cuerpo.
Las estrategias de los ejércitos griego y persa no se conocen con certeza, los escritos de los autores antiguos son en ocasiones contradictorios, y varias hipótesis son posibles. Los mecanismos de desencadenamiento de la batalla que se derivan de estas diferentes posibilidades, también son especulaciones.
Los atenienses no esperaron tras las murallas de su ciudad, sino que fueron al encuentro del enemigo. A ellos se unieron sus aliados de Platea. Estaban en desventaja en Maratón: debieron movilizar a todos los hoplitas disponibles, y pese ello estaban en inferioridad numérica, por lo menos uno contra dos. Además, se tuvo que desguarnecer la defensa de la ciudad. Si fueran atacados por atrás, se dividirían las fuerzas, mientras que cualquier ataque contra ella no encontraría resistencia. La derrota en Maratón también significaría la aniquilación total del ejército ateniense. Los atenienses debían bloquear a los persas en la playa de Maratón, impidiendo que escaparan y evitar ser desbordados por los flancos. Se llevó a cabo el primer objetivo. No fue necesario desencadenar la batalla antes de tiempo. Por otra parte, los hoplitas eran vulnerables a la carga por los flancos de la caballería persa y constituía un riesgo. El campamento griego estaba protegido por los flancos por un pequeño bosque o por estacas —dependiendo de la traducción—, logrando así el segundo objetivo. Esta hipótesis parece contradecir la versión de Heródoto, según la cual, Milcíades deseaba atacar tan pronto como fuera posible.
La estrategia de los persas también sigue siendo hipotética. Según E. Levy, querían vaciar la ciudad de defensores, bloquearlos en Maratón desembarcando la mitad de sus tropas y rodear a los hoplitas para tomar Atenas por el mar, con las puertas abiertas por los hombres de Hipias.infantería ligera. Una parte de las tropas persas, incluida la caballería, pudieron haber reembarcado, teniendo por objetivo el puerto de Falero, a fin de llegar rápidamente a la Acrópolis de Atenas. Las tropas restantes habrían cruzado el Caradra, el pequeño arroyo que atravesaba la llanura de Maratón antes de perderse en las marismas litorales, con el fin de impedir el regreso de las fuerzas griegas hacia la ciudad.
Este era un motivo por el que, a pesar de su superioridad numérica, los persas no habrían atacado de inmediato. Otro es que se recelaban de los hoplitas, mucho más poderosos que suAntes de la batalla, los ejércitos estaban separados al menos ocho estadios, es decir, unos 1500 metros. Milcíades convenció a Calímaco, el polemarca, a alargar la línea de soldados griegos. Dispuso las tropas de dos tribus situadas en el centro del dispositivo —los Leóntidas capitaneados por Temístocles y los Antióquidas por Arístides— en cuatro filas, mientras que las otras tribus fueron dispuestas en ocho filas. De hecho, la gran fuerza de las falanges griegas consistía en el impacto frontal capaz de dislocar las líneas de infantes enemigos, siendo su punto flaco que eran poco maniobrables y muy vulnerables por los flancos: era pues crucial para los griegos, ya que estaban en inferioridad numérica, no dejarse desbordar, en particular por la caballería persa. Era imperativo, por una parte, proceder al despliegue del frente en orden de combate, y por otra parte, que las falanges laterales fueran más fuertes para hacer recular las alas enemigas y así con movimiento de pinza envolver el centro del ejército persa donde se hallaban las mejores tropas. Algunos comentaristas han incluso sugerido que el retroceso del centro griego fue voluntario, para facilitar esta maniobra, pero Lazenby aminora estas consideraciones porque sería suponer que los antiguos estrategos griegos pensaban como los estrategas contemporáneos, pero ello entrañaría también un nivel de entrenamiento que no tenían los hoplitas.
El relato herodoteo sobre la táctica no hace ninguna referencia explícita al papel de los strategoi hasta después de la derrota, cuando Calímaco tuvo una muerte heroica, dando prueba de su areté durante el asalto a los barcos enemigos. Según Everett l. Wheeler, quizás constituya una indicación de que ésta era considerada consustancial al cargo del arconte polemarco como comandante en jefe.
En estas condiciones, en las que cada ejército estaba a la defensiva, era difícil saber qué desencadenaría la batalla. Según todas las hipótesis, un movimiento persa el quinto día después del desembarco habría empujado a los griegos a pasar al ataque. Según Heródoto, Milcíades, apoyado por Calímaco, consiguió que los otros estrategos decidieran presentar batalla a los persas. Plutarco afirma que Arístides, que era el más capacitado de los diez estrategos después de Milcíades, secundó su propuesta. A continuación narra en tono moralizante la adhesión de los otros ocho estrategos a dicho plan gracias a Arístides. Heródoto no menciona en ningún momento de la batalla a Arístides. Cada día, cuando les llegaba al resto de estrategos el turno de ejercer el mando, se lo cedían a Milcíades, quien declinaba el ofrecimiento, determinado a no ejercerlo hasta que le correspondiera por derecho propio. En opinión de Lazenby este pasaje de Heródoto plantea problemas: ¿Por qué atacar antes de la llegada de los espartanos? ¿Y para qué esperar en dicho caso? Según Lazenby, Heródoto podría haber creído que Milcíades estaba impaciente por atacar y había ideado el sistema de mando rotatorio, del cual no hay pruebas reales, para justificar el transcurso de tiempo entre la llegada de los atenienses y el comienzo de la batalla. Según palabras de Carlos Schrader, en su traducción de los Libros V y VI: «que Milcíades decidiera esperar a atacar el día en que le correspondía el mando —pritanía, literalmente— pudo ser una invención “ex eventu” para compensar con esto su conducta tiránica en el Quersoneso, por la que fue enjuiciado». Schrader manifiesta que el compás de espera de varios días antes del enfrentamiento obedecía a los siguientes motivos: la derrota de los persas se tornaba difícil sin la concurrencia de los hoplitas espartanos. La estrategia aqueménida era retener a las tropas atenienses en Maratón, hasta que sus partidarios de Atenas les dieran la señal de atacarla con parte de sus contingentes. Añade el historiador español que a los griegos no les apremiaba iniciar la batalla, pues la espera jugaba a su favor con la eventual llegada de refuerzos, mientras que a los persas no les beneficiaba porque cada día de inactividad dificultaba su logística y avituallamiento. Schrader afirma que el relato herodoteo no está exento de lagunas y contradicciones, aseveración compartida por Alberto Balil, al que cita.
Heródoto es sin embargo muy claro: los griegos cargaron contra el ejército aqueménida. Es probable que un cambio en el equilibrio de fuerzas les empujara a pasar al ataque. El cambio pudo deberse al reembarco de la caballería persa desapareciendo así su principal ventaja.falanges griegas eran muy vulnerables a un ataque por el flanco por parte de las unidades de caballería que las obligaría a dislocarse deviniendo así vulnerables ante una infantería ligera menos coordinada, pero muy superior en número. Esta hipótesis se apoya en el hecho de que Heródoto no menciona la caballería, mientras que la Suda sí lo precisa: χωρίς ἰππεῖς («sin caballería»). Esta teoría está reforzada por la hipótesis de un reembarco del ejército persa, cuya caballería marchó para atacar Atenas, mientras que el resto de la infantería frenaba a los hoplitas en Maratón. El reembarco sí que lo menciona Heródoto, pero lo sitúa cronológicamente después de la batalla. Si se considera que habría sido antes de la batalla, podría haberla desencadenado.
LasOtra hipótesis abona la idea de que los persas habían obtenido una posición defensiva (en el plano estratégico), obligando a los atenienses a abandonar su posición defensiva por una ofensiva (en el sentido táctico) y pasar al ataque.arqueros persas eran una amenaza para una tropa estática a la defensiva. La ventaja de los hoplitas residía en la cohesión, que privaba a los arqueros de la posibilidad de acertar. Pero, en cuyo caso, ¿Por qué los persas pasaron al ataque después de haber esperado varios días? Se han avanzado dos hipótesis: un rumor habría anunciado la llegada inminente de refuerzos griegos; o simplemente, se hastiaron del statu quo y atacaron para no estar indefinidamente en la playa.
LosCuando la línea griega estuvo formada en orden de combate, Milcíades dio una simple orden: «¡Al ataque!». Según Heródoto, los griegos corrieron toda la distancia que les separaba de los persas profiriendo su grito de guerra: «¡Ελελευ! ¡Ελελευ!». Es sin embargo dudoso, ya que la armadura completa (panoplia), pesaba por lo menos 20 kg, por lo que era bastante pesada. La carrera sería una marcha, en filas cerradas, cuya aceleración devino en una carga en los últimos 100 metros, para llegar con plena velocidad hasta el enemigo. Esta táctica presentaba la ventaja de estar menos tiempo bajo la lluvia de flechas de los arqueros persas, cuyo alcance máximo era 200 metros. Heródoto sugiere que fue la primera vez que un ejército griego corrió hacia su adversario. Tal vez fue debido a que era la primera ocasión en que se enfrentaba a un enemigo con tal potencia arquera. Según Heródoto, los persas se quedaron sorprendidos, porque dicha carga rayaba en la locura, dado que no tenían caballería o arqueros. Los persas estaban habituados a que sus adversarios griegos les tuvieran miedo y huyeran en lugar de avanzar.
Los griegos atravesaron las líneas persas sin atascarse ante las andanadas de flechas, protegidos por sus armaduras, y golpearon las líneas enemigas. Los persas fueron sorprendidos, esperaban que sus oponentes fueran un blanco fácil y detener su progresión. El choque de la falange de hoplitas fue devastador: los hoplitas permanecían en contacto mediante sus lanzas y sus hombros, y hay que tener en cuenta la masa total de la falange y su energía cinética, ya que llegó a toda velocidad. La energía acumulada por la falange fue tal que el impacto arrolló a los infantes persas. En los combates entre griegos, los escudos entrechocaban y las lanzas llegaban a las armaduras de bronce. Los persas no tenían ni escudos ni armaduras apropiados. No disponían prácticamente más que de su piel para oponerse al "blindaje" griego y no tenían apenas nada que pudiese penetrar el muro de escudos.
Los flancos griegos dispersaban fácilmente a las tropas que se les enfrentaban, porque consistían en tropas reclutadas en el imperio o jonios poco motivados y por ende más débiles en el centro. Dichas tropas se desbandaron y subieron presas del pánico a bordo de sus barcos. El centro persa resistió mejor porque estaba compuesto de tropas de élite —los melóforos, entre otros—, quienes, a su vez, hundieron el centro de una línea delgada de hoplitas griegos, hasta que los flancos griegos lograron envolverlos. De hecho, las tropas griegas dispuestas en las alas renunciaron a perseguir a las tropas derrotadas y cayeron en el centro del ejército persa en una maniobra de tenaza perfecta. El centro persa se replegó en desorden hacia las naves, perseguidos por los griegos. Dichos combatientes del centro del ejército persa fueron aniquilados hasta en el agua. En la confusión, los atenienses perdieron más hombres que en el momento del choque entre los dos ejércitos. Soldados persas huyeron hacia las marismas donde se ahogaron. Los atenienses lograron la captura de siete naves persas, mientras que las otras lograron escapar. Heródoto refiere que Cinegiro, hermano de Esquilo, había atrapado un trirreme persa e intentaba sacarlo a la playa, cuando un miembro de la tripulación persa le cortó la mano. Murió a causa de la amputación.
Después de esta victoria, los griegos debían prevenir una segunda ofensiva persa con el ataque de sus mejores tropas que habían reembarcado después de la batalla, según Heródoto, antes de la derrota según los historiadores contemporáneos. Los Leóntidas y los Antióquidas, los efectivos de las tropas situadas en el centro de la falange y que habían sufrido enormemente, permanecieron en el campo de batalla, mandados por Arístides. La flota persa necesitaba una decena de horas para poder doblar el cabo Sunión y arribar a Falero. Con una marcha forzada de siete u ocho horas, con una batalla a las espaldas, los hoplitas griegos llegaron justo antes que las escuadras navales enemigas. Los persas, al percatarse de la maniobra, renunciaron a desembarcar. Según Heródoto «en Atenas circuló, a modo de acusación el rumor de que los bárbaros se habían decidido por esta maniobra a instancias de los alcmeónidas, que habrían llegado a un acuerdo con los persas para hacerles una señal, levantando un escudo, cuando estos se encontraran ya a bordo de sus barcos». Cinco pasajes después, el historiador dice no confiar en la afirmación de la connivencia de los Alcmeónidas con los persas. Parte de la crítica moderna tiene opiniones dispares al respecto, tildando de incoherente el relato herodoteo. La señal convenida, fuera quien fuese la facción filopersa encargada de ello, sería dada cuando estuvieran prestos a actuar los partidarios intramuros. El retraso provocó que Datis determinara zarpar antes de haberla recibido. Tal vez, la señal se diera, afortunadamente para el desenlace de la batalla, el mismo día en que comenzó.
Algunos días más tarde llegaron los refuerzos espartanos, 2000 hoplitas, quienes felicitaron a atenienses y platenses. Según Platón la llegada del ejército espartano tuvo lugar al día siguiente.
Este éxito marcó el final de la Primera Guerra Médica.
Heródoto estima en 6400 los cuerpos de guerreros persas contabilizados en el campo de batalla.bajas entre uno y otro lado no tiene nada de extraordinario. De hecho, se ha constatado con frecuencia, en las diversas batallas en que se enfrentaron los griegos a los pueblos de Asia en aquella época, que por cada baja griega había veinte o treinta en los ejércitos orientales. El historiador francés Edmond Lèvy, sostiene que murieron 6400 persas, «porque que los atenienses hicieron voto de sacrificar a Artemisa tantas cabras como enemigos muertos». Aduce que no obsta el hecho de que si ofrendaban a la diosa todos los años 500 cabras en lugar de 6400, es porque no pudieron conseguir tal cantidad la primera vez.
La cifra de los desaparecidos en los pantanos se desconoce. Siete naves fueron capturadas. Arroja un balance de 192 atenienses muertos y 11 platenses. Calímaco y Estesilao formaron parte de los caídos en batalla. Parece que la tribu de los Ayántidas fue la que pagó un precio más alto. Según Ctesias, Datis también murió, huyó según Heródoto. Tal diferencia deA los muertos de Maratón se les concedió un honor especial: fueron enterrados donde murieron,cementerio del Cerámico de Atenas. Simónides de Ceos compuso el dístico elegiaco grabado en la tumba:
y no en elEn 1884, Heinrich Schliemann excavó sin éxito el túmulo.
En la segunda mitad del siglo XX las excavaciones han ayudado a localizar las cercanías del campo de batalla. Sin embargo, el lugar exacto de la masacre en el Ática sigue siendo controvertido en la investigación histórica presente, ya que algunos puntos de referencia tales como el temenos de Heracles, que juega un papel importante en el informe de Heródoto, no han sido localizado por los arqueólogos.
En el túmulo de los guerreros atenienses caídos se encontraron algunas vasijas, todas aparentemente procedentes de la mano del mismo artista, el pintor conocido como Pintor de Maratón.
Pausanias notifica que en el monumento a la batalla figuraban los nombres de los esclavos que fueron liberados a cambio del servicio militar prestado.
Dos epigramas, al menos, exaltaron el valor de los combatientes:
mensajera de los Inmortales que tienen su residencia en el Olimpo.
[...] polemarca de los atenienses el combate
Sobre esta inscripción mutilada, algunos autores piensan que el polemarca que pereció en la batalla, había proyectado antes de su muerte, ofrecer a Atenea este monumento con una Niké en lo alto; que había quizás preparado estando vivo una dedicatoria que fuera completada después de su muerte. Tal vez con la intención de combatir las pretensiones de Milcíades y de sus amigos de oponerse a la gloria póstuma de Calímaco. Sin llegar a atribuir intenciones políticas ni partidarias a los dedicantes, al menos la ofrenda del polemarca sirvió para exaltar, a través de su coraje, la victoria de Maratón.
se alinearon ante las puertas frente a miríadas
repeliendo con la fuerza al ejército de los persas
Este segundo epigrama, descubierto en el Ágora, fue grabado en un bloque de mármol que conmemoraba la victoria de Maratón. La naturaleza del monumento permanece incierta, pero sin descartar la hipótesis de que fuera un cenotafio, porque según Felix Jacoby, un epitafio es puesto generalmente a los difuntos a los que honra. Se ha pensado que podría tratarse de una herma, del tipo de los que fueron consagrados después de la victoria de Eyón. Pero podría ser igualmente un grupo de bronce o de mármol, que en el Ágora, representaría a un grupo de persas sujetando un trípode y que se erigiría en la Acrópolis. En cualquier caso, se trata de un memorial, que adquiere la forma de una ofrenda consagrada después de la Segunda Guerra Médica.
Hacia 485 a. C., Atenas hizo erigir en Delfos un templo conmemorativo, el Tesoro de los atenienses, en la pendiente que conduce al Templo de Apolo. Posteriormente, en Atenas se realizaron representaciones de la batalla. Pausanias menciona una pintura de ella en un pórtico del Ágora, la Stoa Pecile adornada con pinturas, entre las que se hallaban «los que lucharon en Maratón (...) Allí está pintado también el héroe Maratón, del que recibe el nombre la llanura». Es posible que el relieve que representa un combate entre griegos y persas en la fachada sur del Templo de Atenea Niké de la Acrópolis plasme esta batalla. Una inscripción griega encontrada entre las posesiones de Herodes Ático conmemoraba la batalla e indicaba la lista de los soldados caídos en combate.
Pausanias y otros autores antiguos mencionan que en Maratón fue erigido un trofeo por los atenienses después de la batalla. El único que indica que era de mármol blanco es él. Eugene Vanderpool reconoció entre los materiales utilizados en la construcción de una torre medieval sita en la parte norte de la llanura de Maratón, elementos que parecían formar parte de una columna en cuya extremidad debió erigirse dicho trofeo. La columna fue levantada en el emplazamiento del trofeo primitivo. Revestía el aspecto del simple armazón cruciforme, adornado con armas, bajo las que se presentaba ordinariamente un trofeo.
La batalla de Maratón se convirtió en un símbolo para los griegos y confirió un gran prestigio a Atenas. La propaganda y la diplomacia atenienses utilizaron su victoria para justificar su hegemonía sobre el mundo griego. Según Tucídides, los atenienses se vanagloriaban de haber vencido a los persas sin la ayuda de ninguna otra ciudad. Los espartanos estaban considerados hasta 490 a. C. la mayor potencia militar griega.Confederación de Delos en 472 a. C. y de la transformación de esta alianza en un verdadero imperio, que sometía a sus aliados a un tributo. Por consiguiente, los otros acontecimientos de la Primera Guerra Médica, las victorias persas, la participación de otros griegos, especialmente los platenses, fueron eliminados completamente de la memoria ateniense.
De manera general, Maratón constituyó una justificación ideológica del poder ateniense, en particular durante la fundación de laSus futuros dirigentes, Arístides, Milcíades y Temístocles obtuvieron su rédito político. La generación de los «combatientes de Maratón» —los maratonomacos— se convirtieron en una referencia, en particular para los círculos conservadores y tradicionalistas: en 426 a. C., un personaje de Las nubes de Aristófanes, al alabar el sistema educativo que defiende, concluye «gracias a estos carcamales fueron formados los guerreros de Maratón».
La guerra y las armas jugaron un papel político y social en el mundo griego: la caballería era el arma de la aristocracia —pentacosiomedimnos e hippeis, es decir, las dos primeras clases— y, los pequeños propietarios de tierras —zeugitas, la tercera clase censitaria— constituían la base de la falange; los más pobres, los thetes, como no tenían medios económicos para procurarse una panoplia, servían en la marina de guerra. Maratón constituyó también la victoria de un nuevo sistema político, la democracia y sus ciudadanos-soldados —los hoplitas—, puesto que el tirano Hipias partió al exilio a Sigeo, y su familia, los Pisistrátidas, no recuperaron el poder. La victoria consagró las nuevas instituciones, ello significaba que los dioses les habían sido favorables. La ideología no evolucionó hasta casi un siglo después, los opositores a la democracia como Platón, exaltaban a los hoplitas de Maratón, símbolos de un régimen moderado, y denigraban la victoria de Salamina, obtenida durante la Segunda Guerra Médica por los hombres de los trirremes, símbolos de la democracia abierta a todos y del Imperialismo ateniense, culpable a sus ojos de haber provocado la Guerra del Peloponeso y de la derrota de 404 a. C. infligida por Esparta. Esta división es, no obstante, una relectura partidista posterior, dado que durante todo el siglo V a. C. tanto los hoplitas como los marinos eran partidarios de la democracia y de la hegemonía ateniense.
Para los persas, se trataba sobre todo de un desembarco fallido y de un revés menor en una expedición que alcanzó algunos de los objetivos sometiendo el Mar Egeo al poder de Darío I y castigando a Eretria. Edmond Lèvy califica la expedición como marginal, ya que el rey no participó, las fuerzas empleadas fueron limitadas, y realmente no constituyó un fracaso: de tres objetivos —las Cícladas, Eretria y Atenas— se lograron dos. En cuanto a la derrota se debió en parte a que la caballería había sido embarcada, aunque el resultado incontestable es que la infantería fue batida en campo abierto. Para Olmstead, «la campaña contra Grecia tenía un objetivo concreto: conseguir que las dos orillas del Egeo estuviesen en manos aqueménidas, ya que el Imperio aqueménida era un poder europeo por su dominio sobre Tracia y la dependencia implícita de Macedonia; el pequeño fracaso sufrido en Maratón fue un capÍtulo marginal en la política persa».
La reacción del Gran Rey a esta derrota fue de entrada preparar su venganza y una nueva expedición, pero estalló una revuelta en Egipto, dirigida por el sátrapa Ariandes que tuvo ocupado a Darío en los últimos meses de su reinado. Murió en 486 a. C. y su hijo Jerjes I le sucedió en el trono aqueménida.
Maratón y Platea contra supuestas hordas persas difícilmente se pueden considerar «arquetípicas» dada la experimentada y poderosa máquina militar aqueménida: la tradición sobre Maratón, a pesar de una investigación topográfica detallada, y de la publicación de al menos un artículo sobre la batalla casi todos los años, está tan inmersa en la propaganda ateniense que su credibilidad es cuestionable.
El símbolo de unos pocos atenienses salvando la civilización frente a una horda de bárbaros fue tomado por razones políticas o nacionalistas en la historia moderna. Los revolucionarios franceses comparaban la batalla de Valmy con Maratón, los persas correspondían a los prusianos y los austriacos, Hipias a Luis XVI. Los españoles se identificaron con los atenienses dando el papel de Darío a Napoleón Bonaparte. Los aliados de la Primera Guerra Mundial compararon la batalla del Marne con Maratón, porque «salvó la civilización».
Los griegos modernos han recurrido a menudo a Maratón: los turcos eran los persas.Guerra de independencia de Grecia, después la propaganda de la Dictadura de los coroneles organizó una recreación de la batalla filmada para la televisión. El nacionalismo griego sitúa regularmente el conflicto greco-turco en el marco mítico de un enfrentamiento milenario entre Europa y Asia.
Primero, durante laLa carrera de maratón fue inventada por el académico Michel Bréal para las pruebas de los Juegos Olímpicos de Atenas de 1896. Este amigo de Pierre de Coubertin le sugirió, tras el congreso para la restauración de los Juegos Olímpicos de 1894, organizar una «carrera de Maratón», como dijo entonces, entre el lugar de la batalla al borde del mar y la Pnyx. Se propuso incluso ofrecer una copa de plata al vencedor.
La carrera se funda en las leyendas en torno a la batalla de Maratón. La tradición relata dos proezas; la de Eucles,marcha de los hoplitas atenienses, justo después de la victoria, para impedir el desembarco persa en Falero. Esta marcha es la que Bréal decidió conmemorar. Se ofrecieron dos rutas para el recorrido, tal y como se ofrecieron a los hoplitas. La ruta directa pasaba por las montañas Cefisia —actual Kifissia— y Marusi. Era más corta pero más difícil. Había un camino litoral más largo por Rafina que rodeaba el monte Pentélico. Se juzgó que este último fuera el camino que con más probabilidad recorrieran los hoplitas y fue escogido para la «carrera de Maratón» de 1896. Es también el del recorrido de la Maratón anual de Atenas y fue el de los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004.
enviado de Maratón a Atenas para avisar de la victoria y que murió de agotamiento unas horas después de la carrera. La otra hazaña fue la de Filípides que recorrió 240 kilómetros para avisar a los espartanos del desembarco persa en Maratón. Sea cual fuera la historicidad de estos episodios, la proeza deportiva fue colectiva con laEn 1982, oficiales de la Royal Air Force decidieron verificar si la afirmación herodotea de la carrera de Fidípides era plausible, principalmente su llegada a Esparta «al día siguiente». En dicho año, la distancia de 246 km fue cubierta por John Foden en 37 horas y 37 minutos. El año siguiente para la primera edición del spartathlon, el griego Yánnis Koúros empleó 21 horas y 53 minutos. El texto de Heródoto ha sido verificado de manera fehaciente.
Maratón no fue una batalla decisiva frente a los persas, pero llenó a éstos de preocupación e intranquilidad, ya que era la primera vez que los griegos derrotaban a los persas en campo abierto. La victoria dotó a los griegos de una fe con la que resistieron tres siglos los embates persas, durante los cuales florecieron su cultura y pensamiento, que serían las bases para el posterior desarrollo del mundo occidental. En batallas hoplíticas, las dos alas eran generalmente más fuertes que el centro, porque cualquiera de ellas tenía el punto más débil (derecho) o el punto más fuerte (lado izquierdo). Sin embargo, antes de Milcíades y después de él, hasta Epaminondas, ésta era solamente una cuestión de calidad, no de cantidad. Milcíades tenía experiencia personal sobre el ejército persa y conocía sus debilidades. Puesto que su disciplina fue demostrada después en la toma de las islas Cícladas, tenía una estrategia integrada sobre cómo derrotar a los persas, por lo tanto no hay razón para que no hubiera podido pensar en una buena táctica. El envolvimiento doble se ha usado desde entonces: el ejército alemán utilizó una táctica similar en 1914 en la batalla de Tannenberg.
Escribe un comentario o lo que quieras sobre Batalla de Maratón (directo, no tienes que registrarte)
Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)