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Cerbatana



¿Dónde nació Cerbatana?

Cerbatana nació en arma.


La cerbatana (también pucuna o bodoquera[1][2]​) es un arma compuesta de un canuto en el que se introducen dardos, bodoques, pequeñas flechas, u otros elementos punzantes, que se disparan soplando con fuerza desde uno de los extremos. Estaríamos hablando, por lo tanto, de la antecesora de las armas de aire comprimido. Muchas culturas repartidas por el globo han empleado esta arma, pero las variadas tribus de la selva tropical de América y Asia suroriental son las que poseen los tiradores más conocidos. Estas tribus rara vez usan la cerbatana con propósitos homicidas, más bien la usan para cazar o como artículo de trueque. En las cuencas de los ríos Orinoco y Amazonas es habitual que los cazadores envenenen los dardos con curare para asegurarse las presas. Los usuarios de esta arma de caza normalmente utilizan un aljaba o cartuchera para guardar los dardos.[3]

La palabra pucuna viene del quechua pukuna, para referirse a un arma de tiro consistente en un tubo o canuto estrecho que se usa para lanzar dardos o flechas soplando con fuerza por unos de los extremos.[1][2]

Existen pruebas científicas que demuestran el uso de la cerbatana durante la antigüedad en muchos lugares de América del Sur, Centroamérica y México. Concretamente en Perú, se hallaron evidencias sobre su uso en épocas remotas.

Son muy raras las armas antiguas de este tipo halladas en excavaciones arqueológicas. Uno de estos raros hallazgos se realizó en una tumba mochica localizada en la costa sur del Perú. Allí se encontró un tubo largo con el interior perfectamente pulido, extremos ahuecados, y ligaduras finas atadas a ciertos intervalos, que se conserva en la colección de Javier Prado y Ugarteche, en Lima.[4]

Sin embargo, las evidencias documentales no son tan escasas. Nique y d'Harcourt describen unas vasijas halladas en Trujillo, que están decoradas con la estampa de un cazador armado con cerbatana apuntando a unos pajarillos.[5]​ Otro ejemplo (Wassermann-San Bias 1938, fig. 473), es el de un jarrón perteneciente a la cultura protochimú encontrado en la misma localidad, también decorado, donde se representa el tronco de un árbol con tres ramas, en cada una de las cuales hay un pájaro. En la parte inferior del jarrón, una persona protegida con un escudo, está disparando a las aves valiéndose de una cerbatana. En la colección de Rafael Larco Hoyle, en Trujillo (Stirling 1938, p. 80), hay un recipiente, probablemente del Chimú temprano, decorado con la estampa de lo que parece ser un hombre usando una cerbatana.

En un pedazo de tela hallado en Pachacámac (Max Schmidt 1910, p. 47-48), que se conservaba antes de la Primera Guerra Mundial en el Museo de Etnología de Berlín, se hallaba representado un individuo haciendo ademán de soplar una cerbatana. Este individuo, llevaba colgado del hombro lo que se podría interpretar como una especie de cuerno, y apuntaba con su arma de caza a la copa de un árbol sobrevolado por un pájaro.

Estos ejemplos de la arqueología peruana (muy escasos, de hecho, teniendo en cuenta la riqueza del material arqueológico de Perú), demuestran la existencia de la cerbatana en la América prehispánica. Y, en cualquier caso, los tres ejemplos de cerámica y la pieza de textil citados, demuestran que ya se usaba en la costa peruana antes de la dominación Inca.

Es bien sabido que la cerbatana se utilizó en México y América Central durante la época precolombina. Así lo demuestran, por ejemplo, himnos religiosos aztecas hallados en la ciudad mexicana de Sahagún, y representaciones en el mapa de Alonso de Santa Cruz conservado en la biblioteca de la Universidad de Uppsala, Suecia. En algunas narraciones del Popol Vuh, también se hace referencia a la cerbatana. Uno de los ejemplos más destacados del uso de la cerbatana en el antiguo México, es el encontrado en un fragmento de vasija descubierto en Teotiguacán (Linné 1939, p. 57). En dicho fragmento, aparece un hombre portando una cerbatana en su mano derecha, que se dedica a cazar quetzales disparando, lo que parecen ser, bolitas de arcilla.

Hay evidencias que apuntan a que, el uso de la cerbatana en México y Centroamérica, es posterior al de Sudamérica. Una de ellas es que no se tiene constancia del uso de bolitas de arcilla, como munición para la cerbatana, desde los albores culturales estudiados por antropólogos especializados en la cultura maya, como por ejemplo George Vaillant. Sin embargo, sí se han encontrado rastros de esta munición en algunos trabajos arqueológicos realizados en Teotihuacán. La cerbatana mexicana y centroamericana existente a mediados del siglo XX, descrita por el arqueólogo Jens Yde, no difiere en estructura, según sus palabras, a la de los tipos sudamericanos. Según éste investigador, la cerbatana sudamericana consta de una tubo simple que usa como munición bolitas de arcilla. Por este motivo (argumenta Yde), y respaldado por el hecho de que las primeras cerbatanas mexicanas son posteriores a las cerbatanas halladas en la costa peruana, no es probable que esta arma de caza se haya inventado en México o América Central. Su presencia puede deberse influjos culturales que se remontan hacia atrás en el tiempo, provenientes de América del Sur, y en una fecha relativamente tardía.

La cerbatana era un arma desconocida para los antiguos conquistadores españoles que exploraron las tierras de América del Sur. Por este motivo, atrajo su atención, y la describieron en algunas de sus narraciones. En 1539, el cronista español Cieza de León, dio cuenta de las armas utilizadas por los nativos en la provincia de Armas, Colombia, con las siguientes palabras: «Las armas que tienen estos indios son dardos, lanzas, hondas, tiraderas con sus estólicas» (Cieza de León, 1922, p. 61). Como nota curiosa decir que, aunque en esta brevísima descripción, como se puede ver, no se hace ninguna referencia a la cerbatana, la traducción incorrecta al inglés realizada por Sir Clements R. Markham logró hacerse camino, erróneamente, entre la literatura etnográfica anglosajona, traduciendo «tiraderas con sus estólicas» por la palabra equivalente en inglés de cerbatana.

Jens Yde, en su artículo The regional distribution of south american blowgun types (Yde Jens. Tomo 37, 1948. pp. 275-317), recopila varios autores españoles y portugueses que describieron en sus crónicas el uso de la cerbatana por parte de diferentes poblaciones indígenas. A continuación, se muestra una lista ordenada cronológicamente con algunos de ellos:

Los autores Gustavo A. Romero-González y Carlos A. Gómez Dahuema, clasifican las cerbatanas utilizadas por los pueblos de las cuencas del Orinoco, y del alto Río Negro de Venezuela, en cuatro tipos básicos:

Por su parte, Jens Yde, clasifica las cerbatanas usadas en todo el territorio sudamericano en cuatro tipos:

Los investigadores Romero-González y Dahuema, describen cuatro tipos de cerbatanas halladas a lo largo de las cuencas del Orinoco y el alto Río Negro, en el estado Amazonas de Venezuela.

Localizan un ejemplar del tipo I en posesión de un individuo de la etnia de'aruwa con quien toparon cerca de un afluente del río Gavilán, a su vez afluente del Cataniapo, que desemboca en el Orinoco. Sitúan las de tipo II en una zona llamada Caño Iguana, cerca de un afluente del río Orinoco llamado Ventuari. Las de tipo III en el municipio de Manapiare, donde vive el grupo étnico que las fabrica, los dekuana. También se han hallado cerbatanas del tipo III al sur de la Guyana, el noroeste de Brasil, y el este de Venezuela; adquiridas a los dekuana por algunos miembros del pueblo indígena guahibo. Las cerbatanas del tipo IV fueron examinadas, por estos mismos autores, en el municipio de Maroa, y en la comunidad de Tabucal, en el bajo río Atacavi.

En un apartado del llamado Códice Boxer, dedicado a las costumbres y usos de los antiguos habitantes del archipiélago de las Bisayas, se dice que éstos usaban las cerbatanas para matar pájaros. Es de notar la frase: «usan unas cerbatanas como las que en España hay con que matan pájaros».[10]

En el mismo códice, también se menciona a la cerbatana como arma usada en el reino de Borney (actual Borneo), situado en la isla homónima, a doscientas ochenta leguas sudoeste de Manila, según reza el códice.[11]

Otras crónicas españolas posteriores, ya del siglo XVIII, también hacen referencia al uso de la cerbatana como arma de guerra utilizada por los habitantes de Filipinas. [12]​ En los informes de una expedición que partió de Manila hacia el reino de Joló, en marzo de 1731, se describe un ataque a la fuerza de Bual en Mindanao. Durante este ataque, las tropas locales se defendían tras empalizadas lanzando ataques con artillería, lantacas y cerbatanas.

La tribu de los waodani utiliza tres tipos de plantas de pambil (tepa) para la elaboración de sus cerbatanas tradicionales. Los materiales necesarios para fabricar una cerbatana de caza son los siguientes: palo de pambil, lianas gruesas y livianas, machetes, flechas, martiri, algodón, y piolas. Para el diseño simplemente tienen en cuenta su propio tamaño y postura. El pambil encontrado en el bosque es cortado y secado adecuadamente. Los antiguos waodami elaboraban las cerbatanas para sus hijos y, además, les enseñaban como hacer las suyas propias, de tal manera que el conocimiento se transmitiese a las futuras generaciones. Las cerbatanas antiguas eran de color rojo, obtenido de achote.[13]

La nación achuar construye sus cerbatanas con pambil de chonta, ampakai, namukum, kakasip o chuchuk (todas plantas pertenecientes a la familia de las palmeras), seleccionadas por los cazadores más experimentados. El resultado es un arma de caza de entre 1,5 y 3 metros de longitud, con un hueco o alma por donde se introducen flechas de unos 30 centímetros. Los mejores fabricantes de cerbatanas pueden hacer unas diez piezas al año. Las flechas de las cerbatanas achuar, llamadas tsentsak, se obtienen a partir de fibras de kinchuk e iniayua (una especie de pambil comestible) Obtener el material que las compone es muy sencillo, y un cazador experimentado puede fabricarlas a razón de unas 20 por hora; por lo tanto, no necesita economizar proyectiles durante las incursiones de caza. Debido a que la sección de una tsentsak, es bastante inferior al diámetro del alma o hueco de una cerbatana, es necesario envolver uno de sus extremos con un taco de seíbo. Las flechas se guardan en una pequeña aljaba (tunta) fabricada con segmentos de bambú, dispuestas en forma de haz (chipiat) Una calabaza redonda, vaciada y perforada, mati (Crescentia cujete), atada a la aljaba, sirve para guardar una pequeña reserva de seíbo para la confección de los tacos. En torno al punto de fijación de la calabaza está enroscada una varita larga y flexible (japik), que hace las veces de escobillón para limpiar el alma de la cerbatana.[14]

Las cerbatana del tipo de dos tubos es el arma más común entre los piaroa. Se fabrica con caña mabi (Bambusa arundinacea), consiguiendo una longitud de tubo generalmente de dos metros o más, y un diámetro interno igual o inferior al centímetro. La cerbatana tiene una boquilla y un punto de mira situado a unos treinta centímetro de esta. La mirilla se suele fabricar con piedras, dientes de baquiro, o resina. Los dardos de la cerbatana se hacen con el tallo central de ciertas hojas de palmera, en cuyo extremo inferior, los piaroa fijan una pelota cónica hecha con fibras de la fruta de un Ceibo.

La cerbatana se usa principalmente como arma de caza: aunque no se descarta su uso en la guerra. Por otro lado también es un valioso utensilio para el trueque. Entre los uwotjuja, también conocidos como piaroa, la cerbatana y el curare eran productos de intercambio comercial bastante importantes, pues los materiales de calidad necesarios para su elaboración están localizados en lugares muy concretos. Según Alexander Mansuti,[15]​ una cerbatana podía intercambiarse por un rallo de yuca, dos collares de mostracilla, o dos totumos pequeños de curare, y hasta por un perro, entre otros productos equivalentes.

Entre los waodani, la cerbatana es un instrumento de uso exclusivamente masculino, utilizado principalmente para la caza, y únicamente en verano, ya que la lluvia puede dañar su contextura. Actualmente la elaboración y venta de cerbatanas supone para algunos hombres waodani un ingreso adicional para el sustento de su familia.

Las naciones shuar y canelos, vecinos de los achuar, utilizan las cerbatanas que estos últimos fabrican cambiándolas por especie. Al norte del Pastaza, las cerbatanas constituyen el principal medio de pago mediante el cual los achuar adquieren bienes manufacturados.

Las cualidades balísticas de una cerbatana la convierten en un arma de caza muy útil en la selva, donde los obstáculos entre presa y cazador a grandes distancias son múltiples, debido a la frondosidad de la vegetación. Un cazador achuar experimentado, puede lanzar proyectiles a una distancia útil de unos cincuenta metros, con una precisión satisfactoria, pues la mayoría de los cazadores alcanzan blancos de veinte centímetros de diámetro a una distancia de treinta metros. Silenciosa, precisa, y además letal, si se impregnan los dardos con veneno, la cerbatana es una de las armas tradicionales mejor adaptada para la caza menor en la selva.[16]

La cerbatana es para los matis el arma de los muertos, porque era el arma de sus ancestros. Los espíritus prefieren la cerbatana al arco, y gustan de contar a los humanos, cuando les visitan en la tierra, como la utilizan en sus cacerías de ultratumba. La caza con arco se reserva a los adultos, mientras que la cerbatana es usada por los ancestros y los principiantes. Es un arma mística, y manipularla exige enormes precauciones, una dieta particular, y un especial estado mental del cazador. Utilizarla implica mimetizarse con la selva como un animal, y aproximarse discreta y silenciosamente a la presa.[17]

Además de silenciosa, la técnica de disparar dardos con una cerbatana es mortífera, si se envenenan dichos dardos con extractos de plantas o secreciones de animales. En la Guyana, Surinam, la Guayana Francesa, algunas zonas aisladas en la América del Sur, y en las cuencas del Amazonas y el Orinoco, los cazadores de cerbatana impregnan las puntas de sus dardos con curare. El explorador Joseph Gumilla menciona por vez primera el uso de este veneno, nombrado en la literatura antigua también como: uiraêry, uirary, uraré, woorara y wourali.

Los ticuas, un grupo étnico del Brasil, Colombia y Perú, elaboran un tipo de curare llamado «ticuna». Este veneno actúa sobre la presa con rapidez, matando a aves como el tucán en cuestión de 3-4 minutos; y a pequeños monos en unos 8-10 minutos.

En la cuenca del Orinoco la cerbatana y el curare son utilizados por diversas etnias y pueblos indígenas, entre los que destacan:

En la cuenca del alto Río Negro, los curripacos o banivas, fabrican sus propias cerbatanas utilizando en parte tecnología y materiales diferentes a los usados por las otras etnias del Orinoco, e igualmente elaboran su propio curare.[18]

Además del curare, los antepasados waodani de la Provincia de Orellana, en Ecuador, utilizaban un fósforo conocido como kakapa para impregnar los dardos de sus cerbatanas.

Los piaroa son conocidos por elaborar curare para impregnar los dardos de sus cerbatanas. Lo elaboran partiendo de extractos de diferentes especies de plantas del género Strychnos, fundamentalmente el maracure (Strychnos crevauxii), mezclado con savia de kraraguero para aumentar la adhesión del veneno. Del maracure o bejuco de Venezuela se utiliza la raíz, resultando de su cocimiento una sustancia negra, resinosa y amarga.[19]​ Un animal alcanzado por los dardos envenenados de una cerbatana, usando la receta Piaroa, dependiendo de su masa corporal, suele morir antes de los quince minutos.[20]

Los matis, un grupo étnico que vive en la cuenca del Javari, dentro de la selva del Amazonas, considera el curare un producto íntimo representativo de la virilidad colectiva, a pesar de tener que ir al exterior para conseguir los bejucos con estricnina que lo componen, normalmente a lugares bastante alejados de su residencia. Su elaboración es totalmente ritual, sirviendo a todos los que participan en ella como modo para acentuar su carácter viril y felino, pues teatralizan el movimiento de un grupo de jaguares macho. Por este motivo, ocultan el curare a mujeres y extranjeros, y son muy reacios a comerciar con el veneno, pues si lo hicieran, renunciarían a su identidad y se expondrían seriamente.[21]

El curare utilizado por los achuar para impregnar la punta de sus saetas, llamado tseas, se prepara a partir de dos ingredientes básicos: el bejuco machapi y los frutos del árbol painkish (Strychnos jobertina) Las recetas son variadas en función del cazador, y algunos potencian la fuerza del veneno con varias plantas no identificadas: yarir, tsaweimiar, nakapur, tsarurpatin, kayaipi, y tsukanka iniai. Cada hombre posee su fórmula, y los que fabrican el curare más eficaz guardan en secreto la receta, perpetuándola en el tiempo gracias el traspaso generacional de padres a hijos.



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