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Cultura micénica



La civilización micénica se desarrolló en el período prehelénico del Heládico reciente, es decir, al final de la Edad del Bronce, entre 1600-1200 a. C. Representa la primera civilización avanzada de la Grecia continental con sus estados palaciales, organización urbana, obras de arte y sistema de escritura.[1]​ Entre los centros de poder que surgieron en su seno destacaron Pilos, Tirinto y Midea en el Peloponeso; Orcómeno, Tebas y Atenas en la Grecia Central; Yolco en Tesalia y Troya (estrato VI de Troya) en Anatolia. Sin embargo, la ciudad más interesante fue Micenas, ubicada en la Argólida, y que da nombre a toda esta civilización. Los asentamientos influidos por Micenas también han aparecido en Epiro, Macedonia, Anatolia, el Levante mediterráneo, Chipre e Italia.

Forma parte de la civilización egea o, en plural, civilizaciones egeas, que son denominaciones historiográficas para la designación de un grupo de civilizaciones prehelénicas (es decir, anteriores a la civilización griega) que se desarrollaron en la protohistoria en el espacio en torno al mar Egeo. Además de la micénica, están las civilizaciones cicládica (en torno a las islas Cícladas), y la minoica (isla de Creta). También se ha especulado de una cuarta civilización, la luvita. [2]

Los griegos micénicos introdujeron diversas innovaciones en el campo de la ingeniería, la arquitectura y la infraestructura militar, mientras que comerciaron por vastas zonas del Mediterráneo como actividad esencial de su economía. Su sistema de escritura silabario, el Lineal B, ofrece los primeros registros escritos del idioma griego, mientras que la religión micénica ya incluía varias divinidades que luego formarían parte de los dioses olímpicos. La Grecia micénica estuvo dominada por una élite social guerrera y consistía en una red de estados palaciales que desarrollaron unos rígidos sistemas jerárquicos, políticos, sociales y económicos. A la cabeza de su sociedad se encontraba el rey, llamado Anax.

El mundo micénico pereció durante el colapso de la Edad del Bronce Final en el Mediterráneo oriental para ser relevado por la llamada Edad Oscura griega, un período de transición del que poco conocemos y que daría paso a la Época arcaica, en la que ocurrieron giros significantes desde formas de organización socioeconómicas centralizadas en los palacios a descentralizadas y se introdujo el trabajo extensivo del hierro. Sobre el final de esta civilización se han propuesto varias teorías, entre ellas la de la invasión dórica o actividades conectadas con los Pueblos del mar. También se han defendido explicaciones como desastres naturales o cambios climáticos. El período micénico se convirtió en escenario histórico de gran parte de la literatura y la mitología griegas, incluyendo el Ciclo troyano.

Esta civilización fue descubierta a finales del siglo XIX por Heinrich Schliemann, quien hizo excavaciones en Micenas (1874)[3]​ y Tirinto (1886). Schliemann creía haber encontrado el mundo descrito por las epopeyas de Homero, la Ilíada y la Odisea.[4]​ En una tumba micénica descubrió una máscara que denominó «máscara de Agamenón». Igualmente se bautizó como «palacio de Néstor» un palacio excavado en Pilos. Habrá que esperar a los estudios de Arthur Evans, de comienzos del siglo XX, para que el mundo micénico adquiera una autonomía propia con respecto a la civilización minoica, que la precede cronológicamente.

En las excavaciones de Cnosos (Creta), Evans descubrió miles de tablillas de arcilla, cocidas accidentalmente durante el incendio del palacio, hacia el 1450 a. C. Bautizó esta escritura como «lineal B», puesto que lo estimó más avanzado que el lineal A. En 1952, el desciframiento del lineal B ―identificado como un tipo de griego antiguo― por Michael Ventris y John Chadwick trasladó la civilización micénica de la protohistoria a la historia, y la insertó en su posición correcta dentro de la Edad del bronce del mundo egeo.

Sin embargo, las tablillas de lineal B siguen siendo una fuente de información muy escasa. Añadiendo las inscripciones sobre jarrones, no representan más que unos 5000 textos, mientras que se calcula que hay varias centenas de millares de tablillas sumerias y acadias. Además, los textos son cortos y de carácter administrativo: se trata de inventarios y otros documentos contables que no estaban destinados al archivo. Sin embargo, tienen la ventaja de mostrar una visión objetiva de su mundo, sin la marca de la propaganda real.

La cronología de la civilización micénica ha sido establecida por el arqueólogo sueco Arne Furumark en función de la tipología de los objetos descubiertos y de los niveles estratigráficos de los yacimientos excavados.[5]​ A pesar de que esta clasificación ha sido criticada, sigue siendo utilizada. Se emplea para estos periodos el término de Heládico Reciente (HR).

El HR I corresponde a la transición entre el Heládico Medio y el Heládico Reciente. Las características culturales de la civilización micénica se constituyen en este periodo.

El HR II ve un fuerte incremento del número de yacimientos arqueológicos. Hacia finales de este periodo los palacios minoicos de Cnosos, Festos, Malia y Zakros son destruidos. Solamente el yacimiento de Cnosos es reconstruido, para mostrar una tipología micénica. Se ha supuesto que habría sido ocupado por los micénicos, que habían invadido Creta y tomado el poder. Los archivos en lineal B de Pilos datan de hacia el HR II B.

Durante el HR III la civilización micénica prosigue su expansión. Además de Creta, otras islas del mar Egeo (como las Cícladas y Rodas) y lugares de Asia Menor muestran yacimientos micénicos. Objetos micénicos se encuentran en todas las costas mediterráneas e incluso en Europa central y las Islas Británicas. Colonias micénicas han sido encontradas en Chipre y el Levante.

En la misma Grecia, los palacios fortaleza, los tholoi, se vuelven más monumentales. Durante el HR III B1, los tesoros encontrados en Micenas y Orcómeno muestran la considerable riqueza monumental que los reyes micénicos han acumulado. Este periodo constituye el apogeo de la civilización micénica. Los archivos de Cnosos datan sin duda del HR III b (hacia el 1250 a. C.).

Troya II
2600-2350 a. C.

Troya III
2350-2200 a. C.

Karos-Siros
2700-2200 a. C.

Filacopí I
2200-2000 a. C.

Troya V
1900-1700 a. C.

Troya VI
1700-1300 a. C.

Minoico medio I-IIIA (Protopalacial)
1850-1550 a. C.

Troya VII-B-1
1200-1100 a. C.

Minoico tardío III
1400-1100 a. C.

Micénico II
1500-1425 a. C.

Micénico III
1425-1100 a. C.

Tras la traducción de las tablillas en lineal B, se ha descubierto que aquellos que se llaman impropiamente «micénicos» son en realidad griegos. Ninguna fuente escrita que provenga de un yacimiento micénico indica cómo se llamaba este pueblo a sí mismo (su autoetnónimo). Según una lectura de la Ilíada, donde se llama aqueos a los griegos, y teniendo en cuenta la mención de los ahhiyawa en fuentes hititas del Bronce reciente, se ha pensado en dar a los micénicos el nombre de aqueos. Sin embargo, el segundo argumento está lejos de ser aceptado por todos, y para el primero, el término de aqueos puede tener varias lecturas en los textos de Homero.

El análisis lingüístico de los textos en lineal B relaciona la lengua micénica con los dialectos griegos de épocas posteriores, pero más al jonio, ático o eólico que a los dialectos aqueos de la época clásica. Los primeros derivarían por lo tanto del micénico, mientras que los segundos estarían emparentados, pero pertenecerían ya a un grupo distinto del de los micénicos del Bronce reciente.

La cuestión lingüística, basándose en la comparación con lenguas de periodos posteriores, no constituye una prueba suficiente para identificar claramente a los micénicos.[¿según quién?] Además, nada prueba que estos hayan formado una única comunidad étnica o lingüística y es más probable ver en ellos un conjunto de pueblos, ancestros de los aqueos, jonios, etc. de las épocas posteriores, más que un solo pueblo.

En ausencia de fuentes directas, la organización política general del mundo micénico no puede ser conocida con seguridad. Grecia estaba dividida en varios estados. Los citados en la Ilíada son: Micenas, Pilos, Orcómeno, que son conocidos por la arqueología, pero quizás también Esparta o Ítaca. Sin embargo la arqueología no puede confirmar estos últimos. Tan solo los estados de Pilos y Cnosos están claramente atestiguados por los textos en lineal B. Dicho esto, es imposible conocer cuál era el centro político dominante de la Argólida (si es que hubo uno): Micenas, Tirinto o Argos, o quizás Atenas, Gla o Yolco.

La mención de un «rey de los ahhiyawa» en las fuentes hititas ha sido comparada con el «rey de los aqueos», que sería el rey de Micenas, Agamenón, en la Ilíada. Pero nada prueba que los ahhiyawa sean los aqueos (aunque parezca la solución más lógica) y la localización de su reino continúa discutida: Asia Menor, Rodas, Grecia continental... Si ciertos investigadores quieren convertir la Grecia micénica en una confederación de estados dominados por un rey, primus inter pares, que podría ser el rey de Micenas, hasta el momento no hay nada que pueda confirmarlo.

A una escala más reducida, existe información a través de las fuentes en lineal B sobre la organización interna de los reinos mejor conocidos: Pilos y Cnosos. Pero tampoco ahí existen muchas certezas.

La forma del estado parece ser un reino, dirigido por un rey, el wa-na-ka (ϝάναξ / wánax), cuyo papel es sin duda militar, jurídico y religioso. Es identificable con el ἄναξ / anax homérico («señor divino, soberano, señor de la casa»). La palabra aparece nueve veces en los textos de ofrendas, lo que sugiere que los soberanos de Pilos y Cnosos eran objeto de culto. Sin embargo, como en Homero, el término también puede designar a un dios.

El wa-na-ka está secundado por el ra-wa-ke-ta (lawagetas), sin duda el jefe del ejército. Ambos poseen un dominio territorial propio, el te-me-no (τέμενος / témenos). Otros dignatarios son los te-re-ta (telestai), que aparecen en los textos como propietarios terratenientes. Quizás tengan una función religiosa. Los e-qe-ta (equetai), literalmente los «seguidores», tenían esclavos a su servicio y pertenecían a un entorno social alto pero se desconoce las funciones que desempeñaban con exactitud.

Además de los miembros de la corte, otros dignatarios están a cargo de la administración local del territorio. El reino de Pilos está dividido en dos grandes provincias, la de-we-ra ka-ra-i-ja, la provincia próxima, alrededor de Pilos, y la pe-ra-ko-ra-i-ja, la provincia lejana, alrededor de la villa de Re-u-ko-to-ro. El reino se subdivide además en dieciséis distritos, que a su vez están formados por una serie de pueblos o municipios. Para dirigir los distritos, el rey nombra a un ko-re-te (koreter, «gobernador») y un pro-ko-re-te (prokoreter, «subgobernador»). Un da-mo-ko-ro (damokoros, «aquel que se ocupa del damos »), se ocupa de los pueblos o municipios, los da-mo (literalmente «pueblos», comparar con δῆμος / dễmos), y un pa-si-re-u (palabra directamente predecesora de βασιλεύς / basileús) ejerce igualmente un cargo a nivel local, mal conocido — parece dirigir un Consejo de Ancianos, el ke-ro-si-ja (γερουσία / gerousía).

Resulta interesante observar que entre los griegos clásicos, el basileus será el rey, el monarca, como si entre la desintegración de la sociedad micénica y la época clásica hubiese sobrevivido como autoridad más alta, de facto, y al cabo de algunas generaciones de jure, el funcionario municipal.

La sociedad micénica parece estar dividida en dos grupos de hombres libres: el entorno del rey, que se ocupa de la administración del palacio y el pueblo, el da-mo (demos), que vive a nivel local. Como se ha visto anteriormente, este último está gobernado por agentes reales; debe cumplir con trabajos comunales y pagar impuestos al palacio.

En cuanto a aquellos que evolucionan en el palacio, nos encontramos con altos funcionarios acomodados, aquellos que probablemente habitan en las grandes casas que se encuentran en las proximidades de los palacios micénicos, pero también con otras personas ligadas por su trabajo al palacio, aunque no necesariamente más adinerados que los miembros del da-mo: artesanos, agricultores, quizás mercaderes.

En lo más bajo de la escala social se encuentran los esclavos, do-e-ro (masculino) y do-e-ra (femenino) (compárese con el griego δούλος / doúlos). Solo existen testimonios sobre aquellos que trabajaban para el palacio.

La organización económica de los reinos micénicos conocida por los textos: un grupo trabaja en la órbita del palacio, mientras que un segundo grupo parece que trabaja por su propia cuenta. Esto se refleja en la organización social vista más arriba. Pero nada impide que las personas que trabajan para el palacio no puedan tener paralelamente sus propios asuntos personales.

La economía está controlada por los escribas que anotan las entradas y salidas de productos, reparten los trabajos y se encargan de la distribución de las raciones. El du-ma-te parece ser un tipo de intendente que supervisa un dominio de la economía.

Predominio comunal, cultivado por aquellos a los que los textos llaman ka-ma-na-e-we, sin duda el da-mo. Las tierras del palacio son atestiguadas por los textos. Una parte componía el te-me-no del wa-ka-na y del ra-wa-ge-ta, como se ha visto más arriba. La otra se entrega para su explotación (o-na-te-re) a los miembros de la administración del palacio. Estos pueden explotarla con esclavos o por hombres libres, en régimen de arrendamiento.

La producción agraria de estos reinos sigue la tradicional «tríada mediterránea»: cereales, olivos y viña. Los cereales cultivados son el trigo y la cebada. También hay plantaciones de olivos para la producción de aceite, que no se emplea necesariamente en la alimentación, sino para los cuidados corporales y los perfumes. Con la vid se obtienen diversos vinos. Además se cultiva el lino para la vestimenta, el sésamo para el aceite y árboles como la higuera.

La ganadería está dominada por los ovinos y los caprinos. Las vacas y los cerdos son más raros. Los caballos se dedican fundamentalmente a tirar de los carros de guerra.

La organización del trabajo artesanal es conocida sobre todo en relación a los palacios. Los archivos de Pilos muestran un trabajo especializado: cada obrero pertenece a una categoría precisa y dispone de un lugar específico en las etapas de producción, especialmente en la textil.

La industria textil es uno de los principales sectores de la economía micénica. Las tablillas de Cnosos permiten seguir toda la cadena de producción, desde los rebaños de ovejas al almacenaje de los productos finalizados en los almacenes del palacio, pasando por el teñido, el reparto de la lana por los diferentes talleres y las condiciones de trabajo en dichos talleres. El palacio de Pilos cuenta así con unos 550 obreros textiles. En Cnosos llegaban a los 900. Se ha podido identificar quince especialidades textiles. Además de la lana, el lino es la fibra más usada.

La industria metalúrgica está bien atestiguada en Pilos, donde se empleaba a 400 obreros en estos menesteres. Se sabe por las fuentes escritas, que se les distribuía el metal para que realizaran sus trabajos: como media 3,5 kg de bronce por forjador. Sin embargo, no se sabe cuál era la remuneración: está misteriosamente ausente de las listas de distribución de raciones. En Cnosos algunas tablillas atestiguan la fabricación de espadas, pero sin evocar una auténtica industria.

La industria de la perfumería también está atestiguada. Las tablillas describen la fabricación de aceites perfumados: con olor a rosa, a salvia, etc. También se sabe por la arqueología que los talleres dependientes del palacio comprendían otro tipo de artesanos: orfebres, trabajadores del marfil, talladores, alfareros. También se hacía aceite de oliva. Algunos de estos productos se dedicaban a la exportación.

El comercio está curiosamente ausente de las fuentes escritas. Así, una vez que el aceite perfumado de Pilos se almacena en pequeñas jarras, se ignora qué ocurre con él. Grandes ánforas con señales de haber contenido el aceite han sido encontradas en Tebas, en Beocia. Tienen inscripciones en lineal B indicando como origen la Creta occidental. Sin embargo, las tablillas cretenses no revelan ni una palabra sobre la exportación de aceite.

Se dispone de poca información sobre el circuito de distribución de los textiles. Se sabe que los minoicos exportaban telas finas al Antiguo Egipto; sin duda los micénicos hicieron lo mismo. Probablemente retomaron por su cuenta los conocimientos minoicos en materia de navegación, como lo demuestra el hecho de que su comercio marítimo comienza su desarrollo tras la caída de la civilización minoica. A pesar de esta falta de fuentes, es probable que ciertos productos, sobre todo los tejidos, el aceite y la metalurgia, estuvieran destinados a ser vendidos en el exterior del reino, porque su producción es demasiado importante para estar destinada solo al consumo interno.

El seguimiento de los productos micénicos de exportación se puede hacer sin embargo a través de la arqueología. Numerosas ánforas han sido encontradas en el mar Egeo, Anatolia, Levante, Egipto, pero también el oeste de Sicilia, o incluso en Europa Central y Gran Bretaña.

De forma general, la circulación de bienes micénicos se puede trazar gracias a los «nódulos», ancestros de las etiquetas modernas. Se trata de pequeñas bolas de arcilla, hechas entre los dedos alrededor de una correa (probablemente de cuero) que sirve para atar el nódulo al objeto. A veces se añaden otras informaciones, como la calidad, el origen, el destino, etc. 55 nódulos, que han sido encontrados en Tebas en 1982, llevan ideogramas que representan un buey. Gracias a ellos se ha podido reconstruir el itinerario de los bovinos:[6]​ venidos de toda Beocia y Eubea, son llevados a Tebas para ser sacrificados. Los nódulos servían para probar que no se trataba de animales robados y para demostrar su origen. Una vez que los animales llegan a su destino los nódulos son comprobados y recogidos para realizar una tablilla contable. Los nódulos son usados para todo tipo de objetos y explican la rigurosidad de la contabilidad micénica: el escriba no tiene que contar él mismo los objetos, se basa en los nódulos para realizar sus tablillas.

El hecho religioso es bastante difícil de identificar en la civilización micénica, en particular cuando se trata de yacimientos arqueológicos, donde resulta complicado identificar con seguridad un lugar de culto. En cuanto a los textos, solo las listas de ofrendas dan los nombres de los dioses, pero no nos enseñan nada sobre las prácticas religiosas.

El panteón micénico ya muestra numerosas divinidades que se encuentran más tarde en la Grecia clásica. Poseidón parece ocupar un lugar privilegiado, sobre todo en los textos de Cnosos. En esta época se trata probablemente de una divinidad ctónica, asociada a los terremotos. También se encuentran una serie de «Damas» o «Madonas» (Potnia), asociadas a los lugares de culto, como una «Dama del Laberinto» en Creta —que recuerda el mito del laberinto minoico, al igual que la presencia de un dios llamado Dédalo. También se encuentra una «Diosa Madre» llamada Diwia. Otras divinidades identificadas que se encuentran durante épocas posteriores son la pareja Zeus-Hera, Ares, Hermes, Atenea, Artemisa, Dioniso, Erinia, etc.

Ningún gran templo de época micénica ha podido ser identificado. Algunos edificios encontrados en las ciudadelas y que constan de una habitación central de forma oblonga rodeada de pequeñas habitaciones podrían haber servido de lugar de culto.

Se puede además suponer que existió un culto doméstico. Algunos santuarios han podido ser recuperados, como el de Filacopi, donde se ha encontrado una importante cantidad de estatuas que sin duda formaban parte de ofrendas, y se cree que lugares como Delfos, Dodona, Delos o Eleusis eran ya santuarios importantes. Pero esto resulta difícil de probar de forma evidente.

Las principales villas micénicas están todas fortificadas. Pueden estar situadas sobre una acrópolis, como Atenas o Tirinto, adosadas a una gran colina como Micenas o frente al mar, como Gla o Pilos. Además de las ciudadelas, se han encontrado también fortalezas aisladas que servían sin duda para el control militar del territorio.

Las murallas micénicas son a menudo de tipo «ciclópeo»: están construidas de grandes bloques que pueden llegar a tener hasta ocho metros de espesor, apilados unos sobre otros sin argamasa para unirlas, o bien, cuando no se dispone de grandes bloques, de grandes piedras encastradas unas en otras. Diferentes tipos de entradas y salidas fueron empleadas: puerta monumental, rampa de acceso, puertas secretas o galerías abovedadas para salir en caso de asedio.

El temor a un ataque hace que el lugar elegido posea también una cisterna o un pozo.

Los yacimientos micénicos muestran diferentes tipos de residencias. Las más pequeñas son de forma cuadrangular y miden entre cinco y veinte metros de lado. En ellas residen las capas más bajas de la población. Pueden estar compuestas por una o más salas. Este último caso es más extendido en épocas más recientes.

Más elaboradas son las residencias más grandes, que miden entre 20 y 35 metros de lado aproximadamente y están constituidas por varias salas e incluso de patio central. Están organizadas según un modelo próximo al del palacio. Sin embargo, no es seguro que se trate de residencias de aristócratas micénicos, puesto que existe otra hipótesis que quiere ver en estos edificios dependencias auxiliares del palacio, a menudo situado en su proximidad.

Los palacios micénicos tienen sus más bellos ejemplos en los excavados en Micenas, Tirinto y Pilos. Son los centros de la administración de los estados micénicos, como lo han demostrado los archivos encontrados. Desde el punto de vista arquitectónico, son los herederos de los palacios minoicos, pero también de otras grandes residencias de la Grecia continental del período Heládico medio.

Están organizados alrededor de un conjunto de patios a las que se abren diversas salas de diferentes dimensiones, entre las que se encuentran almacenes y talleres, además de zonas de residencia y representación. El corazón del palacio es el megaron, la sala del trono, organizada alrededor de un hogar circular rodeado de cuatro columnas, El trono se encontraba generalmente sobre el lado izquierdo según se entra en la sala. Parece que los edificios solo tenían una planta.

En los palacios micénicos también se ha excavado un importante mobiliario, además de frescos.

La arqueología ha encontrado gran cantidad de cerámica de época micénica, de estilos muy diversos: jarras, cántaros, cráteras, jarrones llamados de «copa de cava» por su forma, etc. La talla de las jarras es muy variable. Los modelos son muy homogéneos en todo el espacio micénico durante el HR III B, donde la producción aumenta considerablemente en cantidad, sobre todo en la Argólida, de donde provienen gran cantidad de jarras exportadas fuera de Grecia. La producción destinada a la exportación era en general más lujosa y disponía de decoración pintada muy trabajada, utilizando motivos mitológicos, guerreros o animales.

Otro tipo de vajilla, de metal (principalmente de bronce) se ha encontrado en cantidades importantes en los yacimientos micénicos. Las formas en este caso son más bien los trípodes, barreños o lámparas.

Se han encontrado algunos ejemplos de jarras de loza o de marfil.

El periodo micénico no produjo estatuas de gran tamaño. La mayor parte de la escultura del periodo consiste en estatuillas finas de tierra cocida, encontradas sobre todo en el yacimiento de Filacopi, pero también en Micenas, Tirinto o Ásine. La mayoría de las estatuillas representa figuras antropomórficas (aunque también las hay zoomorfas), masculinas o femeninas. Las figuras están en diferentes posturas: brazos extendidos, elevados hacia el cielo; brazos plegados sobre las caderas; sentados. Están pintadas, monocromas o polícromas. Su sentido no está claro, pero parece probable que se trate de objetos votivos, encontrados en contextos que parecen ser de lugares de culto.

La figura más representativa es la llamada Tríada Divina, que representa a dos diosas y a un niño, quizás precedentes de Deméter, Perséfone y Triptólemo, divinidades vinculadas a la fertilidad de los campos. También destaca una imagen de la diosa madre con su hijo en el regazo.

También son corrientes los ídolos en psi, en fi o en tau, así llamados por su semejanza a estas letras del alfabeto griego. Se encuentra principalmente en tumbas y en santuarios.

La pintura micénica está muy influenciada por la minoica. Se han encontrado algunos frescos murales en los palacios micénicos. Los temas representados son varios: caza (incluyendo tauromaquias), combates, procesiones, relatos mitológicos. Otros frescos están formados por motivos geométricos. Una parte de la cerámica estaba pintada con temas idénticos (véase más arriba).

Elementos militares han sido encontrados entre los tesoros del periodo micénico. El hallazgo más impresionante es el de la armadura de Dendra, el equipamiento completo de un guerrero. La coraza que lleva está compuesta de placas de bronce cosidas sobre un vestido de cuero. El peso de la armadura debía impedir la movilidad del guerrero, por lo que se creía que se trataba de un combatiente sobre carro. Sin embargo diferentes experimentos han demostrado que también se podía usar de pie.

El armamento defensivo encontrado en los yacimientos micénicos está formado por algunos cascos, a destacar un modelo en forma de cabeza de jabalí, que está ausente de los últimos niveles del Heládico reciente. Se empleaban dos tipos de escudos: un modelo en forma de 8 (el «escudo en 8», llamado también «escudo de perfil pinzado», véase imagen a la derecha) y otro modelo rectangular, redondeado arriba. Estaban realizados en cuero.

Las armas ofensivas son sobre todo en bronce. Se han encontrado lanzas y jabalinas, además de un conjunto de espadas de diferentes tallas, hechas para golpear con el filo como de estoque. El resto del armamento encontrado para este periodo se compone de puñales y flechas, demostrando la existencia de arqueros.

La forma de enterramiento más corriente durante el Heládico reciente es la inhumación. Se entierra bajo el suelo mismo de las viviendas o en el exterior de las zonas residenciales, en cementerios, a veces en túmulos (θόλος / thólos). Esta forma se remonta a los más antiguos periodos de poblamiento indoeuropeo de Grecia y sus raíces hay que buscarlas en las culturas balcánicas del IIIer milenio a. C. e incluso en la cultura de los kurganes. Las tumbas individuales son en forma de cista, con un paramento de piedras. En el HR I aparece mobiliario funerario, que estaba ausente en los periodos anteriores. A principios del Heládico reciente también se nota la presencia de tumbas comunes, de forma rectangular. Resulta difícil establecer si las diferentes formas de inhumación se traducen en una jerarquización social, como se ha creído en ocasiones, convirtiendo los thóloi en las tumbas de las elites dirigentes, las individuales en las tumbas de las clases pudientes y las tumbas comunes en las del pueblo.

La cremación aumenta en número a lo largo de la época, hasta convertirse en muy importante hacia el HR III C. Quizás sea la prueba de la llegada de un pueblo nuevo a Grecia.

Las tumbas más impresionantes de la época micénica son las tumbas reales monumentales de Micenas, sin duda dedicadas a la familia real de la ciudad. La más célebre es la «tumba de Agamenón» (el «Tesoro de Atreo») en Micenas, que tiene forma de tholos. Cerca se encuentran otras tumbas (llamadas del «círculo A»), las llamadas «de Clitemnestra» y «de Egisto». Todas han dado impresionantes tesoros, exhumados por Schliemann durante sus excavaciones de Micenas.

Las excavaciones realizadas en Micenas permiten dividir el HR III B en dos fases. Esta distinción está basada en la destrucción, al final del HR III B1, de un barrio de la ciudad: un violento incendio destruyó de una vez los edificios conocidos bajo el nombre de casa del Mercader de aceite, casa de los Escudos, casa de las Esfinges y casa Oeste. La destrucción del gran edificio de Ziguries parece haber ocurrido en el mismo momento. Los asentamientos o los sectores afectados no volverían a reconstruirse.

En todo caso se observa en el HR III B2 un refuerzo general de las obras de defensa: el noreste de la ciudadela de Micenas se refuerza para proteger el acceso a la cisterna subterránea. Se reconstruye la ciudadela baja de Tirinto y se la dota de cisternas para recoger agua bajo el nuevo muro. La acrópolis de Atenas se amuralla por primera vez e igualmente se conecta a una fuente subterránea. La destrucción de Gla, que ocurre poco después y la construcción de un supuesto baluarte cortando el istmo de Corinto, así como las modificaciones efectuadas en el complejo palacial de Pilos podrían ser interpretadas como otros signos de la creciente inseguridad que reinaría en las diferentes zonas de la Grecia micénica.

Sin embargo no se limitan a reforzar las murallas de las ciudadelas ni a construir en el interior de estos conjuntos a menudo estrechamente ligados con los palacios: Además, asentamientos sin fortificar como Korakú, Muriatada, Nijoria, Orcómeno y Pilos parecen conocer durante la segunda mitad del siglo XIII a. C. una notable prosperidad.

Hacia finales del HR III B2, casi todos los grandes centros del continente son total o parcialmente destruidos. Estas nuevas destrucciones,a menudo acompañadas de incendios, parecen haberse concentrado en los asentamientos palaciales o de importancia comparable. Irán seguidas o acompañadas de numerosos abandonos. La fecha de destrucción de Pilos permanece dudosa: algunos creen que es anterior a la de los centros de la Argólida, pero otros observan que determinados vasos descubiertos en el último nivel son atribuibles al principio del HR III C.

Este período quedaría limitado más o menos entre el último cuarto del siglo XIII a. C. o primer cuarto del XII a. C. y la aparición de las primeras cerámicas de estilo protogeométrico en Ática, a mediados del XI a. C.

Después de las destrucciones de finales del siglo XIII, se observa una disminución muy sensible del número de asentamientos ocupados. Este abandono afecta en ciertas regiones, como el suroeste del Peloponeso o Beocia, a cerca del 90 % de los asentamientos. En Argólida, en Laconia, en Fócida y en Lócrida el fenómeno afecta a un 70 %, mientras que en Ática los centros ocupados en HR III C mantienen un 50 % de los asentamientos del HR III B.

El despoblamiento de ciertas regiones, que se podría deducir de estas observaciones, parece dudoso, puesto que estas mismas cifras pueden corresponder igualmente a una concentración de población sobre asentamientos más seguros. Hasta entonces algunos lugares solamente habían conocido una ocupación esporádica: Lefkandi, en Eubea, Perati, en Ática y, en menor medida, Ásine en Argólida. Otros conservan una posición preeminente, como Tirinto y Micenas, cuyas fortificaciones, una vez reparadas y reforzadas, guardan siempre numerosas construcciones.

Las comunidades continentales, desplazadas o reagrupadas, mantienen durante un momento un cierto grado de prosperidad que, sin ser comparable al de tiempos precedentes, no deja de ser real. El período HR III C sigue siendo micénico, aunque es cierto que el sistema económico y político característico del período precedente no parece ya prevalecer, pues sus manifestaciones más visibles, tablillas inscritas, objetos de oro y marfil, vasos metálicos y construcción de tholos han desaparecido o se han hecho muy raros; sin embargo las producciones artesanales se enmarcan estrechamente en la continuidad de una tradición y por lo menos ciertas regiones de Grecia continental mantienen, a menor escala, sus lazos con el resto del Mediterráneo.

Sería difícil decir qué sustituye a este sistema palacial y qué tipos de organización económica y política prevalecen a partir de ahora. Si algunos centros de poder como Pilos y Tebas han desaparecido por completo, otros como Micenas y Tirinto simplemente se han transformado, pero es la misma naturaleza de esta transformación la que sigue siendo imposible de definir.

Al lado de estas permanencias y transformaciones relativas deben destacarse algunas novedades como las cerámicas llamadas bárbaras, las fíbulas en forma de arco de violín, el uso más extendido del hierro y ciertos tipos de armas. Otros rasgos, como la preferencia dada en determinados lugares (Salamina, y Lefkandi, especialmente) y bastante tardíamente, a las sepulturas individuales dentro de cistas o pozos no deben ser consideradas como verdaderas innovaciones, sino como resurgimiento de prácticas antiguas, no abandonadas nunca del todo. La cremación de cadáveres, que se generaliza al final del período y durante la época protogeométrica, también está atestiguada antes del final del HR III B.

De hecho la importancia de tales innovaciones es a veces sobrevalorada según se intente apoyar alguna de las diferentes hipótesis propuestas para explicar los fenómenos que caracterizan el paso del HR III B al HR III C. La Grecia antigua hace referencia al período de la historia de Grecia que abarca desde la Edad Oscura de Grecia y la invasión dórica (ca. 1200 a. C.); hasta la conquista romana de Grecia tras la batalla de Corinto (año 146 a. C.). Se considera generalmente como la cultura seminal que sirvió de base a la civilización occidental.

Antes de plantear algunas de las hipótesis que se han imaginado para explicar tanto la desaparición del sistema palacial como la decadencia de la civilización micénica, debe subrayarse la fragilidad de las correlaciones cronológicas establecidas entre los diferentes horizontes de destrucción. Dos destrucciones datadas en la misma fase estratigráfica pueden estar separadas por diez o veinte años.

En tiempos históricos, los griegos que hablaban dialectos dóricos y estaban establecidos en el Peloponeso, a excepción de Arcadia, en algunas de las Cícladas, como Melos y Tera, en Rodas y en las costas de Caria, pretendían basar su originalidad lingüística en su historia legendaria. El mito muestra la invasión de los dorios como el retorno de los Heráclidas. La leyenda establece que los hijos de Heracles reclamaron, como lo había hecho en vida su padre, el trono de Argos; acabaron por desterrarse al norte tras pasar un cierto tiempo acogidos en Atenas y consultar al oráculo de Delfos que les auguró la vuelta triunfal. Al cabo de unas generaciones volvieron y conquistaron la tierra de donde habían salido, derrotando a los Atridas, descendientes de Euristeo, soberano de Micenas y expoliador del héroe. Los argumentos lingüísticos pueden hacer creer que estas leyendas reflejan un momento histórico.

Sin embargo, cualquiera que sea la credibilidad que demos a estos relatos, especialmente a las invasiones dorias, siempre se planea la cuestión de una eventual invasión del continente griego. Al examinar los hallazgos arqueológicos de esta época se aprecia que la cerámica llamada bárbara proporciona un buen ejemplo de las dificultades para pasar del testimonio arqueológico a la interpretación histórica. Esta cerámica, de color oscuro, fina o basta, siempre hecha a mano y pulida con un instrumento que deja huellas visibles en su superficie, decorada a veces con cordones, se encontró por primera vez en Micenas y más tarde en Korakú, Lefkandi, Atenas, Perati, Egira, Asiri, Tirinto y en el Menelaión de Esparta.

Esta cerámica aparece generalmente asociada con material y niveles que datan de principios del HR III C, parece totalmente ausente al final de esta fase. Deduciendo argumentos a partir de tales elementos, se ha podido creer que este material había acompañado, junto con otros, a la migración de un grupo humano originario de los Balcanes o de Tracia, grupo del que se encontrarían huellas en la cultura de Troya VII. Este grupo podría ser considerado el responsable, solo o con otros, de la destrucción de los palacios, después de lo cual se habría fundido en la cultura micénica, dejando de fabricar su propia cerámica. Se observa fácilmente la fragilidad de esta hipótesis necesariamente reductora con respecto a la complejidad de los hechos que pretenden explicar. El origen extranjero de la cerámica bárbara ha sido discutido pero, aunque se demostrara, resulta imposible elegir un origen preciso para esta clase de cerámica y se está lejos de poder establecer una correlación automática entre grupo étnico y tipo de cerámica.

Y para que esta cerámica y otros objetos hallados, como espadas de estoque y filo, puntas de lanza flameadas, dagas de Peschiera o fíbula de arco de violín, mostraran la realidad de una invasión, sería necesario que aparecieran repentinamente, que fueran raros o desconocidos antes del momento supuesto de la invasión y que se extendieran ampliamente. Ninguno de estos testimonios responde a estas condiciones.

Es difícil admitir que unos invasores victoriosos se hubieran instalado de forma duradera en las tierras conquistadas y no hubieran dejado una huella más profunda. Después de la oleada de destrucciones al final del HR III B la civilización de Grecia continental continúa siendo esencialmente micénica. Por fin, se deberían presentar los movimientos de población perceptibles en dirección de las zonas de las que se hacen precisamente surgir los ataques (Grecia del noroeste y el Mediterráneo oriental).

Una segunda serie de hipótesis trata de establecer un vínculo entre los disturbios que afectaron a la Grecia continental y las destrucciones sufridas por Anatolia, Chipre y el Levante mediterráneo durante el último cuarto del siglo XIII. Los pueblos del mar, contra los que lucha varias veces y a lo que parece con éxito Merenptah (1213-1203) y los primeros faraones de la dinastía XX, especialmente Ramsés III (1184-1158), son los que se consideran responsables de la desintegración de los pueblos hititas y también de todos los asentamientos de la costa siriopalestina. Sin embargo, nada permite suponer que los pueblos del mar penetraran en Grecia a finales del siglo XIII a. C., ni que las poblaciones griegas se movieran en aquel momento hacia el Mediterráneo oriental, porque las únicas razones que se tienen para asociar los pueblos del mar con la historia del mundo egeo son la presencia en los archivos egipcios de la palabra ekwesh, asimilada en “aqueos”, que después de la destrucción de sus palacios habrían huido hacia el Oriente y la inspiración micénica de la cerámica filistea.

El final del siglo XIII es un período de gran confusión en todo el Mediterráneo oriental. Las destrucciones de Grecia continental, el abandono de los asentamientos tradicionales en Creta a finales del imperio hitita, la destrucción de la mayor parte de los asentamientos chipriotas y levantinos y el surgimiento de una entidad filistea (quizás después de que Egipto hubiera establecido en Palestina como vasallos a una parte de los invasores que había conseguido rechazar) ocurren en un lapso de tiempo bastante corto, como máximo unos treinta años. Pero no se puede afirmar que alguno de estos hechos sea más la causa que la consecuencia de los demás, a pesar de que los síntomas (ruptura de las tramas económica, social y política, creciente inseguridad, resurgimiento de una piratería endémica) sean comunes a todas las regiones del Mediterráneo oriental.

Las interpretaciones que tratan de descubrir un “estado de urgencia” tras algunos de los textos hallados en Pilos, se vinculan también a esta primera serie de hipótesis. Presentan todo el oro y el bronce recogidos como requisas obligatorias destinadas a afrontar una situación crítica y las exenciones que benefician a algunos grupos como prueba de dicha situación. Igualmente, las citas militares, especialmente sobre las tablillas o-ka, expresarían la instalación de un dispositivo de defensa contra un inminente ataque surgido del mar. Todo ello resulta algo exagerado, porque las exenciones fiscales o la recogida de metales preciosos pueden perfectamente considerarse algo normal en el funcionamiento del palacio. Además, no es seguro que las tablillas o-ka se refieran a preparativos militares, ni que estos sean excepcionales.

Vemos, pues, basándonos en datos lingüísticos, la idea de una “invasión sin invasores”, y encontramos también algunas paradojas: regiones que se hallan, como Laconia, en el centro de las zonas dóricas aparecen casi completamente abandonadas después del HR III B, mientras que otras no dóricas, como Ática, parecen más abiertas a las innovaciones o a las transformaciones culturales.

Esta teoría, formulada por Carpenter, defiende que el final de la edad del bronce habría sido en Grecia un período de repentino cambio climático. Una gran sequía habría arruinado una economía basada en la agricultura y esto habría provocado la decadencia del sistema palacial.

Contra esta teoría se han planteado dos objeciones principales:

Según Killian, la falta de huellas de incendio, la abundancia de material in situ, la inclinación y las deformaciones ondulantes de algunos muros hallados en la ciudadela baja de Tirinto están a favor de un terremoto destructor a finales del HR III B2, el cual sería la causa de las destrucciones observadas en Micenas y en Pilos. Sin embargo, a pesar de que sacudidas sísmicas hubieran podido causar periódicamente grandes destrucciones, no pueden haber afectado simultáneamente a regiones tan alejadas como la Argolida y Mesenia, ni tampoco tener consecuencias económicas y políticas tan graves por su sola causa.


La erupción del volcán de Tera al final de la época micénica esta hoy día absolutamente desestimada.

Según Hooker, la caída del sistema palacial se debería a conflictos internos que opusieron a los estados micénicos entre ellos o bien a diferentes categorías de población. En este último caso, la “lucha de clanes” podría haber tenido origen en el desmoronamiento de un sistema económico que no habría mantenido su papel esencial de regulación y redistribución. Esta hipótesis se apoya en una interpretación original de las “invasiones dorias”. Aquellos a quienes las tradiciones legendarias llaman dorios habrían estado ya presentes en Grecia desde una fecha muy anterior al siglo XIII a. C.; convertidos quizás en esclavos por los señores de los palacios y hablando una lengua “especial”, podrían haber sido, en parte, los responsables del repentino final del sistema palacial.

Esta hipótesis armoniza bien con los datos arqueológicos porque tiene en cuenta a la vez la repentina ruptura que representa el final de los palacios y la continuidad cultural observada entre los siglos XIII y XII, pero los lingüistas plantean dudas, porque según ellos el micénico “especial” no puede asimilarse a un protodórico.

De hecho podrían haberse combinado varios factores para acabar destruyendo una organización burocrática de la sociedad, frágil seguramente en tanto que muy rígida. Una economía basada en la especialización de los productos agrícolas y muy dependiente del exterior para el aprovisionamiento de materias primas esenciales, está siempre a merced de una ruptura provocada o precipitada por un brusco aumento de la población, una contracción de los intercambios en el continente o en la cuenca mediterránea, una interrupción o una mayor lentitud de las comunicaciones, o por tensiones internas quizás violentas, o aún por presiones en sus fronteras.

En cualquier caso, los acontecimientos de finales del siglo XIII marcan el ocaso de la organización palacial pero no indican, en cambio, el final de la civilización micénica. La ruptura, claramente evidente, será seguida por un lento desmoronamiento cultural.

El sistema palacial y los cambios culturales que conducirán a la época protogeométrica deben considerarse por separado. Por un lado, un siglo por lo menos, el período que va desde el final del siglo XIII al principio del siglo XI a. C., separa estos dos fenómenos. Por otro, las razones que explican estas dos series de acontecimientos no parecen estar necesariamente ligadas.

Hacia el 1125 a. C. o 1100 a. C. acontecen nuevas y grandes destrucciones. Estas ponen fin a la existencia de las ciudadelas de Micenas y Áraxo (Teijos Dimaion) en Acaya; son sensiblemente contemporáneas de la destrucción de los edificios de la fase 2 de Lefkandi y del abandono de Tirinto. Luego, asistimos a una decadencia general hasta el final de lo que se ha considerado como época micénica, es decir, hasta la aparición de cerámicas de estilo protogeométrico.

Furumark reconocía una continuidad entre la época micénica y una etapa submicénica, puesto que dio a la cerámica de este período el nombre de III C2. Realmente, algunos rasgos estilísticos submicénicos constituyen el desarrollo de rasgos III C1 o incluso III B. Otros investigadores, como Desborough, vieron en el submicénico un fenómeno local, especialmente ático, que interviene justo antes del final del HR III C. Styrenius, como Deshayes, demuestra, por el contrario, que las distintas regiones de Grecia habían sufrido simultáneamente el mismo fenómeno. Más recientemente Rutter ha propuesto abandonar la denominación “submicénico” por excesivamente relacionada con el material funerario y considerar esta fase como una última etapa del período micénico, muy diferente de una a otra región.

La mayoría de las teorías propuestas para dar cuenta de la desaparición de los palacios hablan de la decadencia de la civilización micénica y del paso hacia lo que aún resulta cómodo calificar como los siglos oscuros como la consecuencia última de la desaparición. Pero los dos fenómenos deben de verse por separado.

Por una parte, al final del MR III B nos hallamos frente a una repentina modificación de la organización económica y política de la sociedad, pero esta modificación no provoca aparentemente ningún cambio cultural importante.

Por otro lado, hacia el final del HR III C se observa la desaparición casi completa de algunas costumbres, como la inhumación colectiva en las tumbas de cámara, y la multiplicación de costumbres sustitutorias: sepulturas individuales en cistas y en pozos y cremación de cadáveres. Estas costumbres se van a convertir en los rasgos dominantes de otro tipo de civilización, pero se imponen progresivamente, sin ruptura aparente.




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