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Pipiles



Los Nahuas, alternativamente conocidos como Pipiles, son un pueblo indígena que habita la zona occidental y central de El Salvador. Su idioma es el Nawat, también escrito “Nahuat”, o Pipíl. Los antepasados toltecas de los Nahuas emigraron de México y se asentaron en lo que hoy es El Salvador en el siglo X d. C..

En la actualidad aún existen Nahuas puros en El Salvador y es la única etnia que habla su antiguo idioma. Los Nahuas dan nombre a muchos lugares del centro del país, como Cuzcatlán, y fundaron un centro cultural y político del mismo nombre, cerca de la actual ciudad de San Salvador.[7]

La palabra Pipil es un término náhuatl que se deriva de Pipiltoton, que significa «niño, muchacho u hombrecito». El nombre fue dado a las tribus nahuas, que había en El Salvador y Guatemala, por los tlaxcaltecas y otros pueblos del mismo tronco lingüístico de México que estaban aliados con Pedro de Alvarado en la conquista de la región,[8]​ al parecer porque al escuchar el idioma pipil les parecía un náhuatl mal pronunciado, con acento de niño, o bien, según alguna versión, por el nombre de un supuesto líder de las migraciones nahuas hacia Centroamérica, el príncipe Pipiltzin.[9]​ El nombre pipil, sin embargo, nunca fue un término usado por estos para referirse a sí mismos, sino un exónimo usado por los españoles y sus aliados; en el corpus del náhuatl de Guatemala, por ejemplo, las comunidades nahuas se identifican a sí mismas con el nombre de su calpolli o altepetl, nunca como pipil.[10][8]

La historia, la tradición, la mitología y la arqueología nos informa que esta gente llegó a El Salvador a raíz del colapso del Imperio de Tula. Tula, que habrá heredado las glorias de la civilización tolteca a la caída de Teotihuacán, finalizó sus días en una guerra civil ocasionada aparentemente por un problema en la sucesión dinástica al trono de Tula. La facción perdedora en esta guerra, comandada por el célebre personaje Topilzin, que sus seguidores lo creían una reencarnación del Dios Quetzalcóatl, no halló mejor alternativa que abandonar México y emigrar a Centroamérica y así fue como la mayoría de esas personas se radicó en El Salvador.[7]

Las evidencias arqueológicas, lingüísticas y glotocronológicas sugieren que algunas poblaciones ubicadas en lo que ahora son los estados mexicanos de Durango, Zacatecas y San Luis Potosí emigraron a Veracruz alrededor del 500 o 600 d.C. Hacia 800 d.C. algunas poblaciones emigraron hacia el Soconusco, en el sur de México, dando origen a los pipiles, mientras que las poblaciones que se quedaron dieron origen a los nonoalcas; a la vez ambos grupos estuvieron influenciados por los toltecas. En 900 d.C. los pipiles emigraron hacia varias regiones de Guatemala, El Salvador y Honduras. Algunas poblaciones pipiles de Honduras emigraron a varias regiones de Nicaragua, donde dieron origen a los nicaraos (pueblo de habla náhuat que habitó alrededor del Lago Cocibolca).

Los pobladores primitivos que se opusieran a la ocupación de su tierra generalmente eran aniquilados por los nuevos pobladores Náhuatl, si esto no sucedía convivían pacíficamente. Se sabe que Topilzin fundó posteriormente un santuario a la diosa Nuictlán en la zona del lago de Güija, después parece que llegó a las ya entonces ruinas Mayas de Copán.

Cuando los españoles llegaron a El Salvador, en 1524, el grupo indígena más preponderante era el de los Pipiles. Este grupo lo conformaban una rama de la civilización Tolteca, que dio tanto esplendor al antiguo México y sus ruinas más espectaculares son los restos actuales de Tehotihucán, muy cercanos a la Ciudad de México y Tula en el estado de Hidalgo.[7]

En la actual Guatemala los pipiles fundaron Isquintepeque (actual Escuintla) y se vieron influenciados por las poblaciones mayas (cakchiqueles, quichés y zutujiles). En lo que hoy es Honduras, los pipiles habitaron en los valles de Comayagua, Olancho y Aguán y en Choluteca, y se vieron influenciados por las poblaciones mayas chortís. En el actual El Salvador los pipiles fundaron alrededor de 1200 el Señorío de Cuzcatlán, nación que se extendía desde el río Paz hasta el río Lempa, es decir, cubría gran parte del occidente y centro de El Salvador.

En 1524, los pobladores pipiles de Isquintepeque que se opusieran a la "Conquista" Castellana por parte de Pedro de Alvarado, fueron derrotados en batalla. El resto de señoríos fueron derrotados en sucesivos combates o escaramuzas y sometidos si mostraban beligerancia, si esto no sucedía convivían pacíficamente. En 1528 finalmente cayó el Señorío de Cuzcatlán. Para 1530 habían sido vencidos o sometidas las poblaciones pipiles en el resto del territorio que dominaban desde hace más de 300 años (cuando llegaron de la zona de la actual Veracruz y sometieron a su vez a la población primigenia), en Honduras y en Nicaragua. Por la colonización y asimilación española se extinguieron las poblaciones pipiles en Guatemala, Honduras y Nicaragua, sobreviviendo la lengua y cultura pipil en El Salvador hasta el siglo XX.

A lo largo del siglo XX y durante los años ya transcurridos del siglo XXI, la población Indígena llegó a ser una minoría, llegando únicamente al 10% del total de la población. Dos factores influyeron principalmente: Primero, fueron las enfermedades y la guerra que trajeron los castellanos invasores, provocando con ello la muerte de millares de Indígenas en tiempos de la colonia. Así mismo, la eliminación física y cultural de toda población que se resistía frente al despojo de tierras comunales, además del sistema de propiedad propio de los Pueblos Indígenas que se implementó en periodos históricos concretos, contribuyeron a la desaparición.

Hay dos periodos históricos: primero, de 1821 a 1833, la naciente república, definió su política económica a partir de la ampliación de la producción de añil y la experimentación con el café, iniciativa que demandó más tierras, que efectivamente el Estado consiguió a consecuencia del despojo a los Pueblos Indígenas de sus tierras comunales. Esto provocó que en 1833, desde el territorio Indígena Nonualco, Anastasio Aquino (Indígena Náhuat Pipil) dirigiera una sublevación en contra de aquellas políticas de Estado, la cual fue brutalmente reprimida. Para evitar sublevaciones futuras y amenazar las políticas económicas que se estaban implementado, en 1881, por mandato legal, las tierras comunales fueron abolidas.

El segundo periodo, comprende del año 1881 a 1930, periodo en que el café, exigió más tierras para expandir su producción, pues en 1930, aún en la crisis mundial, representaba el 90% del total de exportaciones de El Salvador. En este periodo, según el antropólogo estadounidense Mac Chapin, los Pueblos Indígenas aún contaban con el 25% de tierras comunales, las cuales fueron blanco de ataque.[11]

En 1932 se produjo el levantamiento campesino en los territorios Indígenas de Juayua, Nahuizalco, Izalco y Tacuba. Se sublevaron con picos, palas y machetes para negarse a entregar sus tierras que fue reprimido militarmente por el gobierno del General Maximiliano Hernández Martínez, provocando la muerte, según estimaciones, de 25.000 a 32.000 indígenas pipiles. Este genocidio indígena provocó que muchos pipiles abandonaran su lengua y tradiciones, ya que la represión posterior llevó a muchos a ocultar su lengua e identidad cultural.

Ante esta revuelta, Maximiliano Hernández Martínez presidente de El Salvador de ese entonces, decretó frenar la movilización y la sublevación, ordenando asesinar a cualquiera que portaba machete y a todos los Indígenas que portaban su indumentaria, o que hablaran su idioma. Se estima que fueron asesinadas treinta mil personas, lo que lo convierte en el mayor etnocidio registrado en la historia contemporánea de El Salvador.  

A través de estas formas, los Pueblos Indígenas de El Salvador, fueron despojados de la mayor parte de sus tierras y fueron desarticulados social y culturalmente de su identidad. Quienes se resistieron, fueron asesinados, torturados y desaparecidos. Quienes sobrevivieron, se quedaron únicamente con su fuerza de trabajo. Esto provocó que los Pueblos Indígenas se convirtieran en una minoría (incluyendo a los Náhuat Pipiles), que hoy en día se deja notar con presenciar a sus descendientes, quienes son quizás la última generación de hablantes de su idioma.

Los últimos tres pueblos indígenas sobrevivientes en El Salvador son Los Náhuat Pipiles, en el occidente y los Lencas y Cacaopera ubicados al oriente del país. Los primeros están ubicados en los departamentos de Ahuachapán, Santa Ana, Sonsonate, La Libertad, San Salvador, Cuscatlán, La Paz y Chalatenango, San Vicente; los Lencas en los departamentos de Usulután, San Miguel, Morazán y La Unión y los Cacaopera en el departamento de Morazán. Han sido más de 500 años no sólo de resistencia sino de lucha por su reconocimiento, ya que tan sólo recientemente, el Estado de El Salvador, a través de la reforma del artículo 63 de la Constitución Política los reconoció en el año 2014. [11]

Se trataba de una acción positiva, pero tardía. Para el 2008, el Atlas de la UNESCO de las lenguas del mundo en peligro, dio la alerta que el idioma Náhuat Pipil se encontraba en situación crítica, registrando a 200 hablantes. Mientras, el idioma Lenca y Cacaopera están ya declarados como extintos. El problema de la pérdida de idiomas para estos pueblos, es sólo uno de tantos que deben afrontar bajo su situación de pobreza; se calcula que el 38.3% de la población Indígena se encuentra en extrema pobreza y el 61.1% en el umbral de la pobreza. Tan sólo el 0.6% puede cubrir sus condiciones básicas de vida sin mayor complicación.

Los pipiles mantuvieron las estructuras económicas, sociales y políticas del pueblo náhuatl. Conservaron la propiedad de la tierra comunitaria dividiendo las grandes áreas de influencias de los poderosos caciques en calpullis o parcelas de tierra suficientes para alimentar a una familia. Los principales grupos sociales eran los nobles y los sacerdotes (pipiltun) quienes compartían el poder político con los guerreros. Al igual que los aztecas, eran los guerreros quienes elegían a los caciques, es decir, jefes militares. Con el tiempo los caciques dejaron de ser elegibles y se formaron cinco cacicazgos hereditarios: Apanecatl, Apastepl, Ixtepetl y Guacotecti y un gran centro religioso, Mita.

La base de la pirámide social pipil estaba formada por comerciantes, artesanos y el «pueblo» (macehuotlín). Los macehuotlin, aparte de cultivar los calpullis, tenían la obligación de trabajar las tierras de los sacerdotes (primeros propietarios de las tierras). Los prisioneros de guerra eran desposeídos de todos sus derechos y como esclavos se ocupaban de trabajar para las clases dominantes.

En lo referente a la artesanía los especialistas destacan que El Salvador fue el centro de producción, y exportación, de una cerámica peculiar muy apreciada por su característico brillo metálico. En la esfera religiosa, rendían culto a los dioses nahuas: Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y a Tlalos, dios de la lluvia y de la fertilidad.

Introdujeron el culto generalizado al dios de la lluvia Tláloc y a Xipe-Totec. Este último muy vinculado a los sacrificios humanos. En verdad su llegada implicó muchos cambios culturales en el país. Las ruinas de Cihiuatán, en Aguijares y cercanas al volcán de Guazapa son los vestigios más notables que se poseen de los Pipiles, también llamados Yanquis.[7]



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