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Clasicismo (economía)



La teoría económica clásica o economía clásica se refiere a una escuela de pensamiento económico cuyos principales exponentes son Adam Smith, Jean-Baptiste Say y David Ricardo. Es considerada por muchos como la primera escuela económica moderna. Incluye también a autores como Karl Marx, Thomas Malthus, William Petty y Frédéric Bastiat, algunos incluyen, entre otros, a Johann Heinrich von Thünen. Habitualmente se considera que el último clásico fue John Stuart Mill. Con esta escuela, podemos afirmar que se crea el marco general para el modelo capitalista a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX.

El término «economía clásica» fue acuñado por Marx para referirse a la economía ricardiana –la economía de Ricardo y James Mill y sus antecesores– pero su uso se generalizó para describir también tanto a los seguidores de Ricardo y Mill como a todos los influidos por las percepciones generales de esos autores,[1]​ incluido el propio marxismo.[2]

Siempre se toma como comienzo de la economía clásica la publicación, en 1776, de la obra de Adam Smith Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones —más conocido como La riqueza de las naciones–. La escuela estuvo activa hasta mediados del siglo XIX. A pesar de su rechazo al mercado libre, la escuela de economía más grande que todavía se adhiere a las formas clásicas es la escuela marxista. Sin embargo, la Nueva economía clásica esta fuertemente influida por las percepciones generales de la escuela.

Además de la obra de Smith, en la cual unas de sus teorías más importantes eran la de la filosofía es naturalista "la ley natural es superior a la ley humana" y que la economía esta regida por una "mano invisible" en la cual, el estado no debe de intervenir, y que los seres humanos actúan en su propio interés: el hombre de negocios invierte para obtener beneficios,[3]gracias a algunas de sus aplicaciones a la filosofía social, de John Stuart Mill (1848).[4]​ Ambas fueron obras de uso generalizado en las cátedras de “economía política” hasta la introducción de los Principios de economía de Alfred Marshall (1890). Otro texto cuya importancia no puede ser ignorada es El Capital, de Marx (1867).

Los economistas clásicos intentaron explicar el crecimiento y el desarrollo económico. Elaboraron sus teorías acerca del “estado progresivo” de las naciones en una época en la que el capitalismo se encontraba en pleno auge tras salir de una sociedad feudal y en la que la revolución industrial provocaba enormes cambios sociales.

Los economistas clásicos reorientaron la economía, alejándose del análisis previo que se centraba en los intereses personales del gobernante y/o las clases gobernantes. El fisiócrata François Quesnay y Adam Smith, por ejemplo, identificaron la riqueza de la nación con el producto nacional bruto, en lugar de con la tesorería del rey o del estado. Smith veía este producto nacional como derivado del trabajo aplicado a la tierra y al capital. Ese producto nacional se divide "naturalmente" entre trabajadores, terratenientes y capitalistas, en la forma de salario, renta y beneficios.

La economía clásica fue desplazada en gran parte por escuelas de pensamiento marginalistas, que derivaban su concepto de valor de la utilidad marginal que los consumidores encontraron en un bien en lugar del costo de los gastos envueltos en producirlo. Sin embargo, algunas de las percepciones clásicas fueron incorporadas en la escuela neoclásica, que se inició en el Reino Unido a partir del trabajo de Alfred Marshall.

La metodología de los clásicos estaba fuertemente influida por los desarrollos científicos tempranos,[5]​ derivados de Newton y la tradición crítica o analítica trazable a Kant.[6]

Los clásicos buscaban fundar sus posiciones en el estudio empírico o de la realidad a fin de formular, generalmente, modelos conceptuales que les permitieran enunciar leyes naturales relevantes al área de estudio,[7]​ consecuentemente utilizaban extensiva, pero no exclusivamente, el razonamiento inductivo.[8]

Lo anterior parece sugerir, en general, una concepción "estática" de las relaciones económicas, en el sentido que esas se basan o deben a leyes que, al igual que las leyes físicas, se supone son eternas y universales. Pero eso no se debe interpretar como significado de que se carezca de cualquier "flexibilidad" o "libertad" en relación a los procesos o el sistema que implementan esas leyes sino más bien como una sugerencia de que, si las leyes son conocidas y explotadas dan origen (en las palabras de Smith) a "... planes muy diversos en la manera general de emplearlo, pero no todos estos planes conducen igualmente a incrementar el producto. La política de unas naciones ha fomentado extraordinariamente las actividades económicas rurales, y la de otras: las urbanas. Difícilmente se encontrará una nación que haya tratado con la misma igualdad e imparcialidad esas distintas actividades. Desde la caída del Imperio Romano la política de Europa ha favorecido más las artes, las manufacturas y el comercio (actividades económicas propias de las ciudades) que la agricultura; actividad económica rural. En el Libro tercero se explican las circunstancias que dieron origen a esa política, y aconsejaron aplicarla.". Dado un plan exitoso se obtiene: "La gran multiplicación de producciones en todas las artes, originadas en la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa opulencia universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo. Todo obrero dispone de una cantidad mayor de su propia obra, en exceso de sus necesidades, y como cualquier otro artesano, se halla en la misma situación, se encuentra en condiciones de cambiar una gran cantidad de sus propios bienes por una gran cantidad de los creados por otros; o lo que es lo mismo, por el precio de una gran cantidad de los suyos. El uno provee al otro de lo que necesita, y recíprocamente, con lo cual se difunde una general abundancia en todos los rangos de la sociedad."[9]

El asunto de si es posible o no considerar las “leyes económicas” como leyes naturales permanece en la actualidad (principios de segunda década del siglo XXI, y a partir del análisis de Alfred Marshall[10]​) debatido.[11][12]

Como es generalmente aceptado[13]​ la economía o escuela clásica tiene las siguientes áreas de interés.

Es necesario notar que no todos los clásicos compartían la totalidad de ya sea estas asunciones generales y leyes económicas o la interpretación de ellas. Sin embargo, los clásicos como escuela si pueden ser caracterizados por ellas.[16]

La visión del futuro a largo plazo de muchos de los clásicos era más bien pesimista. Eso llevó a muchos a calificar la disciplina de ser la ciencia lúgubre.[27]​ Esto no se debe, como muchos asumen,[28]​ solo a la visión de Malthus sino más bien a una generalizada en la escuela.[29]​ En las palabras de Heinrich Sieveking:

El problema no era únicamente el hecho que el aumento de la población lleva —debido a la competencia entre aquellos que buscan trabajo— a la aparición y mantenimiento de la ley de hierro de los salarios (situación exacerbada por los avances tecnológicos que requieren cada vez menos trabajadores) sino también a la disminución progresiva de recursos naturales. Adicionalmente, la ley de rendimientos decrecientes implica que en general el avance tecnológico conduce a una situación en la cual la producción de bienes será cada vez más fácil en términos de esfuerzo de los trabajadores, pero más difícil en términos sociales: se estarán usando recursos cada vez menos productivos, utilizando máquinas progresivamente más complejas, que necesitan menos trabajo directo pero cantidades crecientes de energía,[31]​ etc. Esta situación ha llevado a Serge Latouche a sugerir que «desde los años 1970 los costes del crecimiento (cuando los hay) son superiores a los beneficios. Las ganancias de la productividad esperada son nulas, o casi nulas.»[32]

Por ejemplo, tanto el aumento de la población como los avances tecnológicos hacen necesario y posible la explotación con fines agrícolas de terrenos que son incrementalmente más difíciles de trabajar y menos productivos. Pero, y obviamente, la tierra no es un recurso infinito. En algún punto, si la población continúa aumentando, no importa cuales sean los avances tecnológicos y la productividad agrícola, no habrá lo suficiente para alimentar a la población. Lo mismo se puede decir de no solo otros recursos naturales sino también del trabajo: el avance técnico reduce la cantidad de trabajo necesaria para producir los bienes de consumo. A un si la población se mantiene, esto no puede sino conducir a una situación en la cual no habrá necesidad de la cantidad de trabajo necesario para que las personas puedan ganar lo suficiente como para obtener sus necesidades.

A menos, agrega Stuart Mill, que la población limite su crecimiento, pero aun así, por lo menos algunos bienes naturales eventualmente se extinguirán.

Los ejemplos que da Stuart Mill son más bien simplistas, pero innegables. Por ejemplo, sugiere que las pieles de algunos animales árticos no estarán, en el futuro, disponibles para el consumo general. Esos productos comandarán, por lo menos, un precio especial, de escasez. Esto implica que el progreso, en lugar de llevar a una situación de prosperidad general, llevará a una situación de creciente escasez. Por lo menos en relación a ciertos productos en la actualidad considerados de lujo (pieles, marfil, seda, etc.) ese futuro es nuestro presente. (Véase también: Economía del estado estacionario).

Pero, como se ha sugerido, el argumento se aplica no solo a artículo de consumo. En 1865, Jevons se pregunta por cuánto tiempo podría Gran Bretaña continuar siendo una nación industrializada, teniendo en cuenta que la creciente demanda de carbón mineral implica que este dejaría de estar disponible para fines industriales en las cantidades necesarias en un plazo menor a un siglo. «¿Somos sabios [se preguntaba retóricamente] en permitir que el comercio de este país se incremente más allá del punto en que podamos mantenerlo?« (ver The Coal Question).

Esa es una visión que, a grandes rasgos, todavía se mantiene. Esa es la verdadera tragedia de los comunes. En las palabras de David Attenborough: «Mañana habrá un cuarto de millón de personas más sentándose a la mesa, esperando alimento, agua, energía; y pasado mañana otro cuarto de millón y el día después otro cuarto de millón más.... el crecimiento de la población debe detenerse para poder ofrecer "una vida decente" a todos».[33]

Pese a lo anterior, los clásicos en general (incluyendo Malthus) tenían una visión más bien optimista, creyendo que la racionalidad llevaría al control del crecimiento de la población necesario para evitar el descenso a la miseria general. (la mejor exposición al respecto se encuentra en Stuart Mill, Principios, libro IV, Influence of Progress). Adicionalmente, por lo menos algunos creían que el desarrollo técnico llevaría (como de hecho ha sucedido) al reemplazo de los recursos naturales que se agoten ya sea con otros recursos naturales o incluso con recursos manufacturados. Por ejemplo, Friedrich Engels sugiere: «Y sin embargo, todavía hay un tercer factor, que no cuenta para nada con los economistas, es verdad — a saber, la ciencia, y el avance de la ciencia es tan ilimitado y por lo menos tan rápido como el de la población. ¿Qué parte del progreso de la agricultura en este siglo se debe solo a la química, y de hecho, a solo dos hombres — Sir Humphry Davy y Justus Liebig?. Pero la ciencia se multiplica por lo menos tanto como la población: la población aumenta en relación con el número de la última generación, la ciencia avanza en relación a la cantidad total de conocimiento legado por la última generación, y por lo tanto, en las condiciones más comunes también en progresión geométrica — ¿qué es imposible para la ciencia?»[34]

Sin embargo permanece una llamada de atención sobre la creciente escasez de tierras de cultivo. En 1960 había una media hectárea de buena tierra cultivable por persona en el mundo — lo suficiente para mantener una dieta europea razonable. En la actualidad, solo hay 0,2 de hectárea para cada uno. En China, es solo el 0,1 de hectárea, debido a sus dramáticos problemas de la degradación del suelo.[35]

Los clásicos creían que las variables "nominales" o monetarias y las "real" o físicas pueden ser analizadas independientemente.[36]​ Por ejemplo, se proponía que cosas tales como el producto y ganancia real pueden ser analizadas sin considerar a sus contrapartidas nominales: el valor monetario de esa producción y la tasa de ganancia.

Uno de los efectos más importantes de esa asunción, especialmente a niveles introductorios en la disciplina, es que permite simplificar el estudio de los fenómenos económicos.[37]

La dicotomía puede ser definida como la tentativa de explicar los fenómenos económicos exclusivamente en función de variables económicas, excluyendo, entre otras, las variables monetarias, lo que lleva, obviamente, a la búsqueda de factores que permitan explicar lo económico sin referencia a tales aspectos "externos", incluyendo los monetarios.[38]

Esto se ve claramente en la famosa Ley de Say, que parece sugerir que la única función del dinero es servir como medio de cambio, pero no influencia directamente ni la producción ni la demanda. Partiendo de la base que la producción y venta de bienes solo adquieren su sentido cuando terminan en otra compra, completando así una transacción económica, Say sugiere: «El dinero cumple solo una función momentánea en ese doble cambio, y cuando la transacción es finalmente concluida, siempre se encontrará que un tipo de mercadería ha sido cambiada por otra». (J.B. Say, 1803[39]​).

Sigue que cualquiera fluctuación en el mercado "real" no se debe a efectos monetarios sino a distorsiones o fallos en el mismo.[40]​ Pero esas distorsiones son meramente locales y transitorias: en el largo plazo, las fuerzas económicas, por sí mismas, restauran un equilibrio que implica, de acuerdo a la ley de Say, que los factores económicos están siendo usados plenamente. Percibir que el producto es de equilibrio en el largo plazo impide que el dinero tenga efectos reales en la economía.

Esto está muy cerca de decir que el dinero es "neutral", en el sentido que afecta solo aspectos nominales (por ejemplo, los precios) pero no las variables reales (la producción). Es necesario notar sin embargo que, estrictamente, la sugerencia de Say no propone neutralidad monetaria, solo que no es racional mantener dineros ociosos.

Asumiendo neutralidad, la dicotomía sugiere que, a corto plazo, las variables reales no reaccionan ante un cambio en la política monetaria, y sólo son afectadas por cambios en otras variables reales. Eso implica que la oferta agregada debe ser perfectamente inelástica a cualquier perturbación originada en la demanda agregada. Por ejemplo, en una expansión monetaria, los precios absorben totalmente el choque y la producción o crecimiento de la producción se mantiene en su tasa natural. A largo plazo eso se repite o, más apropiadamente, se mantiene, ya que el producto siempre está en su nivel natural o de equilibrio, es decir, que está en el nivel de pleno empleo de los recursos productivos. Cualquier choque monetario es absorbido totalmente por los precios, generando solamente inflación o, quizás, deflación.[41]

Sin embargo, los clásicos, especialmente los tardíos, se dieron cuenta de que el dinero no es neutral en ese sentido. Cambios en la cantidad de circulante afectan la tasa de interés, lo que a su vez afecta la tasa de ganancia y, consecuentemente, decisiones acerca de inversión y ahorro, lo que tiene efecto en la economía real. Aun así se esforzaron en mantener la dicotomía, buscando explicar el efecto del dinero a través de otras variables, lo que produce una situación más bien confusa. En las palabras de Stuart Mill:

Todo lo anterior se expresa en dos áreas problemáticas evidentes a través de toda la obra clásica: el problema del dinero y el problema del valor.

La mayoría de las escuelas macroeconómicas actuales (incluyendo la Nueva Economía Keynesiana y los monetaristas) rechazan la dicotomía,[43]​ dado que, profundizando la sugerencia de Stuart Mill, consideran que la cantidad de circulante afecta los cálculos económicos básicos, especialmente los relacionados con la tasa de interés. Sin embargo, algunas versiones de la Nueva economía clásica y algunas escuelas heterodoxas la aceptan.

Los clásicos, especialmente los tempranos, estaban fuertemente influidos por la Teoría cuantitativa del dinero que heredaron de las posiciones de Locke[44]​' Hume.[45]​ y Richard Cantillon.

Sin embargo, esa teoría no especifica claramente el como se establece la relación entre el dinero y los bienes, es decir, el como se establecen los precios. Generalmente se sugería que el dinero (oro, plata, etc) es valuable "porque tiene valor"[46]​ (ver Ilusión monetaria y Fetichismo de la mercancía). Esto dio origen a un debate prolongado pero no cruento, acerca de la concepción del dinero.[47]

A partir de Ricardo, los clásicos empezaron a avanzar lo que se puede denominar teoría del dinero como mercadería, de acuerdo a la cual, el dinero (oro, plata) tiene un valor el cual, al igual que cualquier otra mercadería, depende de la cantidad de trabajo requerido para su obtención. En las palabras de Ricardo:

Nótese que la teoría del dinero como mercadería (también llamada "metalismo") invierte, o por lo menos altera, la relación entre dinero y valor sugerida por la teoría cuantitativa. De acuerdo a esa, el dinero genera los precios. Su exceso produce inflación, su falta, deflación. De acuerdo a los metalistas, es la variación de los precios que lleva, al igual que con cualquier otra mercadería, a las variaciones en la cantidad de oro circulante: un aumento en lo que se puede comprar con una cierta cantidad de oro (deflación de otras mercaderías) da lugar a un aumento en el circulante, que eventualmente puede llevar a restablecer la paridad original o establecer una nueva (si la relación oro con otros bienes no es la que había).

Puesto de otra manera. La producción de metales preciosos, al igual que cualquier otra mercadería, está determinada por la ganancia que se obtiene de su producción. Si esa ganancia aumenta -se puede comprar más bienes con el esfuerzo necesario para producir una cierta cantidad de oro- habrá interés en dedicarse a producir oro. Eso llevara a un aumento en la cantidad disponible de ese metal. Al igual que cualquier otro productor, los de metales preciosos (o los propietarios de dinero) llevaran su producto donde pueden conseguir mayores ganancias.

Lo anterior implica que el dinero (considerado en su cantidad, o dinero realmente circulando) depende del mercado. Si su "valor" (lo que se puede conseguir por una cierta cantidad en relación al trabajo necesario para producirlo) aumenta, la cantidad de circulante aumentara "naturalmente". Y viceversa.

Sin embargo, los clásicos estaban conscientes que en ciertos momentos históricos había habido inflación. Si la cantidad de circulante depende naturalmente del mercado, como podemos explicar eso? La situación se hizo urgente dado que Inglaterra sufrió, durante las Guerras Napoleónicas, a partir de la década de 1790, un periodo inflacionario,[49]​ lo que llevó a un debate que en esencia fue acerca del valor e incremento en la cantidad de dinero que es suficiente para facilitar el comercio pero no tanto como para causar inflación.

Dos posiciones o escuelas se hicieron evidentes: los lingotistas (bullionist en inglés) y los bancarios.

La posición original (bancaria) se basa en lo que podría ser llamada la doctrina de "documentos de Garantía real" o respaldo hipotecario en castellano (Real bills doctrine en inglés, Doctrine des effets réels en francés). Los bancarios aducían que el respaldo del dinero en oro no es necesaria, siempre y cuando el circulante emitido por los bancos, especialmente como crédito, sea equivalente a depósitos financieros (título de crédito, etc) respaldados por un derecho real sobre bienes físicos tangibles y redimibles a corto plazo (60 días era sugerido inicialmente). Dado esa condición, los bancos podrían emitir tanto dinero como fuera requerido por la economía sin producir inflación. Esta teoría fue mantenida por, entre otros, Adam Smith y James Mill.

La asunción general de esta posición es que, si el dinero es solo un medio de cambio entre mercaderías, cualquier cosa, incluyendo el papel moneda, puede servir como estándar de valor, con el proviso que establezca una relación estable y aceptada por los que lo utilizan con el trabajo necesario para producir bienes.[50]​ Si un banco está dispuesto a aceptar, por ejemplo, el título de propiedad de una casa como garantía o pago, y el propietario de la casa y otros están dispuesto a aceptar una "nota promisoria" ( billete de banco) de ese banco como pago por sus bienes o propiedades, esos documentos han funcionado como dinero y, en la medida que no cambian ninguna “variable real” esencial, no puede causar inflación por el mero hecho que el respaldo, en lugar de ser una cierta cantidad de oro en el banco sea el valor de algún bien tangible. Después de todo, ambas “mercaderías” representan o contienen la misma cantidad de valor o trabajo, aquel necesario para producirlas. (Para Smith el proceso depende crucialmente de la confianza que los banqueros generen o adquieran[51]​).

Una propuesta similar fue adoptada eventualmente en Alemania durante el período de la República de Weimar con el Rentenmark y, durante el nazismo, con los llamados "Bonos Mefo" (ver Economía de la Alemania nazi), en ambos casos con gran éxito.

La posición alternativa, lingotista,[52]​ era que la cantidad de circulante (monedas y papel) debe ser equivalente, en una proporción fija y estable, a la cantidad de metal precioso en los bancos. Si los bancos no están obligados a convertir las notas en oro en una proporción cierta, van a tener la tentación de emitir billetes en exceso a sus reservas de oro o plata en sus bóvedas. Esto conducirá a un exceso de oferta de dinero, lo que llevara a varias distorsiones, incluyendo la inflación. Para evitar todo eso, sostuvieron, es necesario mantener una equivalencia estricta entre la cantidad de circulante emitida por cualquier y todos los bancos y la cantidad de oro y plata mantenido como respaldo. Esta posición, representada, entre otros, por Ricardo, predomino hasta después de la Primera Guerra Mundial. (ver patrón oro).

De acuerdo a esa posición, cualquier incremento en la cantidad de oro o plata en un país dado llevaría a un incremento en los precios en ese país, lo que significaría que la moneda (metales preciosos) irían a algún otro lugar, en el cual podría ser cambiada por bienes a una tasa más favorable. Conversamente, una deficiencia en la cantidad de oro causaría una caída local en los precios, que llevaría a la exportación de bienes e importación de oro o plata. Esto tendría el efecto que, a largo plazo, habría una tendencia a mantener una relación estable del valor (entendido como poder de compra) de esos metales.

John Stuart Mill sugirió[53]​ una posición intermedia, de acuerdo a la cual los bancos necesitan mantener solo una cierta proporción de lo emitido como depósitos en oro y/o plata, el resto pudiendo ser respaldado de acuerdo a la doctrina bancaria. Esto podría quizás dar origen a una cierta inflación, pero cualquier tendencia en esa dirección llevaría a los poseedores de billetes a cambiarlos por metálico, lo que forzaría a los bancos a redimir sus préstamos a fin de obtener el oro necesario para redimir sus notas. Ambos procesos a su vez reducirían el circulante, eliminado la inflación. Esta posición dio eventualmente origen al sistema de banca de reserva fraccional que existió desde esa fecha[54]​ y que existe en el presente en todos los países industrializados. (Los depósitos en oro siendo reemplazados por depósitos en dólares que, hasta 1971, mantenía una relación fija, de 35 dólares por onza, con el oro. A partir de esa fecha, los respaldos están constituidos por las llamadas Moneda de reserva.- Ver Bancor).

Clarificando, Stuart Mill, a pesar de que acepta en general la teoría cuantitativa,[55]​ sugiere que el problema no es tanto la cantidad física de circulante, sino el crédito y las compras (o demanda) (Stuart Mill consideraba que solo el metálico era dinero propiamente tal. Billetes son pagarés y, junto con otras notas promisorias -bancarias o individuales, ya sea "a la vista" (o "en demanda") o a plazo- tales como cheques, crédito "en libros" o "a cuenta", etc, constituyen crédito.): “Pero ahora hemos encontrado que hay otras cosas, tales como billetes de banco, letras de cambio y cheques, que circulan como dinero, y realizar todas las funciones del mismo: y surge la pregunta: ¿Operan estos sustitutos sobre los precios en el misma manera que el dinero en sí? Tiende un incremento en la cantidad de papel transferible a aumentar los precios, de la misma manera y grado que un aumento en la cantidad de dinero?...” "Ha habido una gran cantidad de debates y argumentos sobre la cuestión de si algunas de estas formas de crédito y, en particular, si los billetes de banco, debe ser considerado como dinero. El asunto es tan puramente verbal que apenas vale la pena plantearlo, y uno tendría cierta dificultad en comprender por qué se le atribuye tanta importancia, si no hubiera algunas autoridades que, adhiriéndose todavía a la doctrina de la infancia de la sociedad y de la economía política, que la cantidad de dinero en comparación con la de los productos básicos, determina los precios en general, creen que es importante demostrar que los billetes de banco y no otras formas de crédito son dinero, a fin de apoyar la inferencia que los billetes de banco y no otras formas de crédito influyen sobre los precios. Es obvio, sin embargo, que los precios no dependen del dinero, sino de las compras. El dinero dejado con un banquero, y que contra el cual no se creen débitos, o que sea debitado para fines distintos a la compra de mercancías, no tiene ningún efecto sobre los precios, al igual que un crédito que no se utiliza. Crédito que se utiliza para la compra de productos afecta a los precios de la misma manera que el dinero. El dinero y el crédito están, pues, exactamente a la par, en su efecto sobre los precios; y si optamos clasificar los billetes en una o la otra, es en este sentido por completo indiferente.[56]

Conviene notar que este debate dio origen a otras diferencias, más complejas, de opinión, diferencias de las cuales se ha alegado que “aún hoy, hay lesiones importantes a ser aprendidas”.[57]​ Por ejemplo, a partir de lo anterior el estudio de los efectos del crédito asume una gran importancia, lo que dio, eventualmente, origen -a través del trabajo de Knut Wicksell- al monetarismo y a las concepciones modernas al respecto: si se regula apropiadamente el crédito, no habrá fluctuaciones monetarias abruptas (ver agregado monetario y Oferta de dinero).

El otro aspecto problemático es el asunto del [valor económico|valor]. Si asumimos que los procesos productivos pueden ser explicados sin relación directa a consideraciones monetarias tenemos que sugerir un método que permita evaluarlos sin referencia a tales aspectos. La solución obvia se encuentra en la plusvalía; es decir, al hecho que la finalidad de todo proceso productivo -en la medida que son de interés a la ciencia económica- es producir más bienes o "valor" que el empleado o gastado en el proceso mismo. Un proceso económico será productivo en la medida que el resultado, medido en bienes para uso y consumo, sea superior a los empleados para producirlos, cualquiera sea la medida o el resultado "monetario" para los individuos que participen en ese proceso.

Esto requiere, por supuesto, una medida del valor que no este basado en cálculos monetarios. Adam Smith consideraba que la medida exacta para cuantificar el valor era el trabajo.[58]​ Para él, el valor era la cantidad de mercancías que uno podía producir con, o recibir a cambio de, su trabajo (y, viceversa, el valor de una mercancía es la cantidad de ya sea otras mercancías o trabajo que se pueda recibir en cambio[59]​). Las mercancías concretas pueden cambiar, pero lo que siempre permanece invariable es el trabajo, o sea el desgaste de energía para producirlas, siendo entonces el trabajo el patrón definitivo e invariable del valor: lo que consume una hora de trabajo para ser producido tiene, desde este punto de vista, exactamente el mismo valor que cualquiera otra cosa que cueste otra hora de trabajo para ser producido. Esto llegó a ser conocido como Teoría del valor-trabajo.

Pero esas relaciones de cambio no permanecen necesariamente constantes. Esto llevó a Smith y otros a introducir dos conceptos asociados: valor de uso y valor de cambio. En las palabras de Stuart Mill: "Adam Smith, en un pasaje citado a menudo, ha descendido sobre la ambigüedad obvia de la palabra valor, la cual, en uno de sus sentidos, significa utilidad, en otro, poder de compra, en su propio lenguaje, valor en uso y valor en intercambio"... y "la mayoría de los escritores modernos, a fin de evitar el gasto de dos buenas palabras en una sola idea, han empleado "precio" para referirse al valor de una cosa en relación al dinero, la cantidad de dinero por la cual será cambiado. Por el precio de una cosa, entonces, entenderemos su valor en dinero; por valor o valor de cambio, su poder general de compra, el comando que su posesión otorga en general sobre mercaderías comprables".[60]

Sin embargo, el "desgaste de energía para producir" o cantidad de trabajo envuelto en la producción de una cosa también varía, en general disminuyendo con el avance tecnológico. Adicionalmente hay un problema con la determinación práctica (con el fin del cálculo del valor de un bien) con el cómo se pueden medir, por lo menos potencialmente, diferentes "modalidades" de ese desgaste o trabajo: por ejemplo: ¿es el valor producido por una hora de trabajo de un cirujano o médico el mismo que el producido por una hora de trabajo de un obrero sin calificar? Y ¿cómo relacionamos esos casos extremos con el trabajo de un panadero, carpintero u obrero calificado?

Stuart Mill resume en su obra[61]​ la posición de Smith y otros. Simplificando, se puede decir que es el caso que diferentes tipos de trabajo comandan diferentes precios en relación a cosas tales como la competencia entre trabajadores, tiempo y dificultad de aprendizaje, seguridad o no de recompensa, dificultad y desagrado en efectuarlo, etc. Stuart Mill nota que los trabajos más desagradables y duros son generalmente los menos pagados dado que generalmente los que los llevan a cabo carecen de otra opción. Siendo ese el caso, se mantiene la relación del valor de un bien como dependiendo de la cantidad de trabajo necesario para producirlo, con el proviso que el "salario real" o valor (es decir, las mercaderías que se pueden adquirir por "precio por unidad de trabajo") de cada tipo de trabajo en particular son diferentes entre sí, pero nunca pudiendo ser en total superior al determinado por el nivel de competencia entre trabajadores: "Liberalidad, generosidad, y el crédito de la empresa, son motivos que, en cualquier grado que operan, se oponen a tomar la ventaja máxima de la competencia, y esos motivos podrían y aún ahora lo hacen, actuar sobre los empleadores de mano de obra en todos los departamentos de la gran industria, y lo más deseable es que así sea. Pero nunca pueden aumentar los salarios medios de la mano de obra más allá de la relación entre la población y el capital. Al dar más a cada trabajador empleado, limitan el poder de dar empleo numeroso, y por excelente que sea el efecto moral, hacen poca diferencia económicamente, a menos que el pauperismo de los que están excluidos conduzca indirectamente a un reajuste por medio de una mayor limitación en la población." (Stuart Mill, op. cit, conclusión)

Pero esos diferentes tipos de trabajos están distribuidos diferentemente a través de las industrias. Por ejemplo, muchos de los trabajadores empleados en una empresa de Inteligencia artificial tienen niveles de educación y calificación diferentes a los empleados en una panadería. Sigue que el precio de los respectivos productos no se puede determinar solo en relación a un salario promedio general. Esto da origen a la Teoría del valor como costo de producción clásica: "Para recapitular: la oferta y demanda determinan el valor de todas las cosas que no se puede aumentar indefinidamente, a excepción de que incluso para ellas, cuando se producen en la industria, hay un valor mínimo, determinado por el coste de producción. Pero en todas las cosas que admiten la multiplicación indefinida, la demanda y la oferta sólo determinan las perturbaciones de valor, durante un período que no podrá exceder el tiempo necesario para modificar la oferta. Determinando así la oscilaciones de valor, ellas mismas obedecen a una fuerza superior, que hace gravitar el valor al Costo de Producción, que lo depositaria y mantendría allí, si nuevas influencias perturbadoras no estuvieran continuamente surgiendo para hacer que de nuevo estas mismas no se desvíen. Para continuar la línea de la metáfora, la demanda y la oferta siempre se apresuran a un equilibrio, pero la condición de equilibrio estable es cuando el intercambio de cosas entre sí sucede de acuerdo a sus costos de producción, o, en la expresión que hemos utilizado, cuando las cosas están en su Valor Natural".[62]

En la actualidad se considera,[63]​ siguiendo el análisis de Piero Sraffa,[64]​ que mucho del análisis anterior es improductivo, dado que no hay un algoritmo o fórmula generalmente válida que transforme "unidades de valor" en "unidades monetarias", en otras palabras, que resuelva el llamado problema de la transformación.[65][66]

Clarificando: la plusvalía debe ser considerada una medida física. Es, en la medida que sucede, una medida del incremento de los bienes materiales disponibles, ya sea para el consumo o uso como inversiones, que resultan últimamente del trabajo. Ese incremento puede ser expresado o medido en relación a cualquier otra mercadería (por ejemplo, se puede decir que un kilo de pan es producto del uso de x litros de petróleo, por lo tanto, el precio del pan aumentará si el precio del petróleo aumenta) incluyendo, si se lo desea, horas de trabajo estándar. Pero no hay una formulación tal que permita transformar de forma unívoca tal relación en “unidades de precio”, dado que estos, últimamente, no corresponden únicamente al costo de producción, dependen también de la demanda.

Consecuentemente si bien es correcto que, desde el punto de vista de las sociedades, el interés de los procesos productivos reside en la capacidad o habilidad de generar valor (satisfacer necesidades materiales), es importante proceder con cuidado y mantener presente cuando se efectúan o consideran los cálculos que los esquemas conceptuales y/o las medidas y resultados relacionadas al valor y las en precios (o nominales) no son simplemente "mezclables". (ver Valor agregado).




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