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Monacato femenino



Monacato femenino es una locución que se emplea para hacer referencia a la situación de las mujeres en el estado, actividad, institución y dignidad monástica, definidos en el sustantivo «monacato».

La palabra «monacato» deriva del latín, monăchus, y a su vez del vocablo griego, μοναχός, que significa «el que vive solo».[1]​ La forma femenina Мοναχή fue utilizada, aunque en menor grado que la masculina, en Еgipto desde antes de la era cristiana para designar entre otras nociones la del ascetismo y la del celibato. Uno de sus significados hace referencia al hombre o mujer célibe. En las fuentes literarias se usaba el término παρθένος. En la papirología, μοναχή aparece desde el siglo ІV hasta el siglo VIII d. C.[Nota 1]​ Todos estos términos y conceptos se desarrollaron y evolucionaron en el ámbito de las diversas religiones las cuales constituyeron marcos de referencia para distinguir unos monacatos de otros, tanto en el sentido espiritual como en el de organización de esa forma de vida religiosa, ad intra y en sus relaciones institucionales con las autoridades civiles.

El adjetivo «femenino» otorga un matiz propio, al situar a las mujeres espacial y temporalmente en las variadas formas de monacato. Los descubrimientos, las investigaciones sobre las diversas acepciones de uno y otro término van indicando las coordenadas para situar a la mujer en lo que gráficamente, puede representarse como una línea del tiempo (ver Galería de imágenes, al final del artículo).

Diversos sistemas y estructuras conformaron el monacato femenino en diferentes momentos de la Historia. A través del tiempo se pusieron de manifiesto variados modelos de vida comunitaria, tanto con la inclusión de mujeres reconocidas por sus acciones, cuanto por aquellas otras que, en forma más anónima, se integraron en el sistema religioso y monástico de su tiempo, a menudo formando parte de grupos colectivos. Fruto de la cultura de épocas pasadas, el monacato femenino fue considerado frecuentemente un apéndice o complemento del monacato masculino, con niveles de formación diversos.[2][nota 1]​ Numerosos estudios interdisciplinarios (entre los que se cuentan los iniciados en 1945 por Josefina Murriel, acerca de las mujeres coloniales)[3]​ sobre el monacato y sobre los géneros masculino y femenino permiten comprobar tanto aquellos aspectos que tienen en común como aquellos desarrollos propios y difererentes.[nota 2]​ El Concilio Vaticano II dedicó un decreto específico al tema de la renovación de la vida religiosa en la Iglesia católica, haciendo mención explícita en varios pasajes a varones y mujeres, seguidores ambos de la práctica de los consejos evangélicos desde los comienzos de la Iglesia (Perfectae caritatis, 1). Para ambos destacó el tema de su formación religiosa y apostólica, doctrinal y técnica, que debe continuar para la obtención incluso de los títulos convenientes (Perfectae caritatis, 18).[4]​ El mismo Concilio había declarado previamente: «Las mujeres ya actúan en casi todos los campos de la vida, pero es conveniente que puedan asumir con plenitud su papel según su propia naturaleza. Todos deben contribuir a que se reconozca y promueva la propia y necesaria participación de la mujer en la vida cultural» (Gaudium et spes, 60).[4]

En 1876, H. Weingarten publicó el resultado de sus investigaciones sobre el origen del monacato en la época postconstantiniana. Concluyó que el monacato cristiano tenía orígenes paganos, concretamente en Egipto. Desde entonces, fue creciendo el interés por buscar evidencias históricas de la conexión entre las formas religiosas y lo que se denominaba monacato.[5]​ Al mismo tiempo y como respuesta a esa línea de investigación, se abrió otra tendiente a demostrar que el monacato cristiano tiene su origen en la revelación del Dios a Jesús y en la labor de los Padres del desierto. David Knowles, monje benedictino inglés y regius professor de la Universidad de Cambridge, afirmó:

El procurador general de la Orden Cisterciense de Estricta Observancia Armand Veilleux señaló que, desde sus primeras manifestaciones, el monacato apareció simultáneamente en todas sus variadas formas: cenobitismo y eremitismo, monacato del desierto y monacato urbano, etc.[7]​ Los elementos comunes en las formas monásticas de vida religiosa son: el ascetismo para la separación del mundo o de la sociedad; virginidad y castidad; obediencia; pobreza; sujeción a una regla común o norma de vida; vestimenta diferente; inicio como noviciado; oración; prácticas penitenciales y sistema penitenciario para quien quebranta las normas de vida.

La virginidad y la castidad de las mujeres tuvieron una dimensión colectiva, pues cumplían funciones esenciales en el imaginario social de lo que representaba el fuego, el agua, el cultivo de las tierras, el ciclo vital. La situación de las vírgenes en los diferentes ritos y religiones giró en torno a la protección frente a quienes no respetaran más que el cuerpo de estas mujeres, la vinculación con lo sagrado. El otro eje es el de la obediencia, habida cuenta de la edad y ritos de inicio. Cuando se tenía certeza de que la mujer era culpable, el castigo debía ser mayor: puesto que el delito ofendía más a las divinidades, se debía aplacar su ira para que no repercutiera en la colectividad. En palabras de Cándida Martínez López, la unión entre castidad-fertilidad-bienestar fue una constante en el pensamiento antiguo.[8]

Desde la IV dinastía que, según diferentes autores de la cronología del Antiguo Egipto, se inició en 2920 o 2613 a. C., se tiene constancia de la presencia de la mujer en la organización jerárquica del clero que se conoce con el término griego Phylé (en egipcio Sa).[9]​ Dedicadas inicialmente al culto funerario, fueron ampliando sus actividades como músicas y bailarinas en el culto de los dioses. Llegaron a formar el «harén del dios»: supervisadas inicialmente por mujeres de alta e incluso de baja jerarquía, dedicadas al culto a los dioses y diosas, su actividad era musical. En Egipto, los harenes y concubinas no tenían el sentido turco del término. La traducción más correcta es, según Begoña Gugel, la de ipet-nesut y hener.[10]

Otra de las funciones específicas fue la de cuidar las pertenencias sagradas. Se las conoce también como «reclusas» o «concubinas» y pertenecían a la casa de la esposa del dios. La especialización de sus actividades musicales hizo que se constituyeran en un grupo femenino, llamado «las cantoras de Amón de los espacios interiores». A partir de la dinastía XXII se les exigió incluso el celibato. Desaparecieron en la dinastía XXII. Con el tiempo, las integrantes del clero femenino en el Antiguo Egipto llegaron a oficiar incluso como «sumos sacerdotes». En el Reino Nuevo, el matrimonio con algún sacerdote permitió a la mujer beneficiarse de un estatus social más elevado. La estructura jerárquica piramidal era análoga a la masculina. El Alto clero conformaba el grupo dirigente, mientras que el Bajo clero, grupo de sacerdotisas, era de orden menor. En el nivel más alto se encontraba la Esposa del dios, que apareció en la dinastía XI y que también varió según la época histórica. El cargo lo heredaban de madres a hijas de reyes que fueran a convertirse en reinas. Así como adquiría mayores atribuciones, después desaparecía y volvía a reaparecer. En el Reino Nuevo adquirió poder político, y pasó a llamarse "Esposa del dios Amón" o "Gran Profeta Femenino del dios Amón-Ra". En ocasiones se usó simultáneamente con el título de «Divina Adoratriz de Amón». Esta figura fue la que unió en la dinastía XXI a los dos poderes disgregados: en el norte, los reyes de Tanis apoyados por el clero menfita, y en el Sur, los grandes sacerdotes de Amón. El acuerdo fue posible estipulando que las hijas vírgenes de los reyes del norte se trasladaran a vivir al sur, tomaran el título de «Divina Adoratriz» y se comprometieran a permanecer célibes. Como ello impedía que tuvieran descendencia, para que el título pudiera heredarse, se dispuso que la Divina Adoratriz reinante adoptara una niña entre las princesas del rey sucesor. Desde entonces, el nombre de estas mujeres se acompañó del título de «Madre de...» es decir, de la mujer que la sucedería por adopción. Aunque llegaron a tener el poder político local, decayó en la dinastía XXVI.

Ankhnesneferibre y su sucesora Nitocris II, últimas mujeres que disfrutaron de este rango, no tuvieron poder político.[nota 3]

En la Antigua Roma, las vestales fueron sacerdotisas vírgenes, consagradas a la diosa del hogar Vesta en cuyo templo estaba el fuego sagrado que las vestales mantenían encendido. Eran las responsables de que el fuego no se extinguiera. En la línea del tiempo, las vestales se ubican como predecesoras paganas de lo que serían las vírgenes consagradas. La analogía, si bien sitúa mejor a las vírgenes consagradas, desdibuja las coordenadas para situar a las vestales. Además, esta perspectiva no tiene en cuenta que hay un espacio egipcio, en un tiempo de dominación extranjera, en cuyo contexto sociopolítico y religioso vivieron, hombres y mujeres, diferentes formas de vida ascética y anacoreta.

Otro tanto sucedió con las vinculaciones entre vestales y dos instituciones de vida religiosa femeninas: Acllacuna en la cultura precolombina del Perú y las Acílacuna. Más alejadas del tiempo de las vestales, el parangón con éstas se resume en que en ambos casos se trataba de instituciones en las mujeres ingresan siendo niñas, a través de ritos de iniciación. Vivían recluidas en lugares concretos y limitados y tenían el deber o voto de castidad, durante treinta años o toda su vida, las vestales y hasta los dieciocho años o toda su vida, las Aclíacuna. La transgresión de la norma se castiga con la pena máxima que en algunas épocas es la pena de muerte que se ejecutaba enterrando vivas en un acto popular y ritual a las vestales y en un acto privado a las Aclíacuna.[12]

Las mamacunas fueron descritas por los cronistas españoles como monjas al servicio de su dios Sol, dedicadas a tejer y pintar ropas de lana al servicio del templo.[13]​ En este punto hay que tener en cuenta que en el Tahuantinsuyo, el tejido era un objeto de prestigio, muy valioso en el sistema basado en la reciprocidad. En otros documentos se las describe como matronas dedicadas a enseñar todo lo necesario a las doncellas. Unas y otras eran vírgenes pero solo las mamacunas permanecían encerradas hasta ser viejas. El castigo por no respetar la virginidad y el enclaustramiento, en la organización sociopolítica del Tahuantinsuyu, no era comparable con la clausura femenina española. Por esta razón, no podía haber continuidad de unas instituciones en otras. La mamacuna y la acllacuna no tenían sentido sin la red de reciprocidad e intercambio propia de la organización sociopolítica que existía en el Tahuantinsuyo.

El bramanismo, religión que existía en lo que hoy es la India, fue desplazado con las enseñanzas del maestro Sidharta.[14]

El Budismo fue reemplazado de nuevo por el bramanismo en la India, pero se extendió hacia el sur y el Norte. Se habla entonces del vajrayana, como una subdivisión metodológica del mahayana.

En el Tíbet se llegó a mezclar con el antiguo Bön, dando lugar al dogzchen, minoritario entre el tibetano. En Japón originó a varias escuelas, entre ellas el zen y shim. En China llegó a formar un canon propio. Pues bien, es cierto que Buda se negó a ordenar mujeres, pero la historia cuenta que, a la tercera petición, que le hizo Maha Pajapati Gotamim, accedió. La sangha Bhikkhuni quedó constituida sometida a reglas especiales para regular la vida monástico-budista femenina. Después de 500 años la sangha desapareció. Lo cierto es que existen muy pocos monasterios de monjas y que es difícil conocer la historia de los que hubo.

No obstante, a través de sus páginas web, van mostrando cómo es el monacato femenino en el budismo. Tal es el caso del Monasterio de Sisinang[15]​ Además, las investigaciones en el campo de los estudios de género y las publicaciones de estudios sobre las mujeres están aportando datos y explicaciones respecto a las causas de la desaparición del sangha femenino, facilitando así el camino iniciado de recuperación de esta forma de vida.

Una de las causas, según Rita Gross es la dificultad que había para que las mujeres pudieran establecer esa relación maestro/alumno propia del sangha.[16]

El conocimiento que se tiene de otros monacatos en la Antigüedad clásica proviene, por un lado, de lo escrito por autores como Plinio el Viejo, Filón de Alejandría, y Epifanio de Constancia en relación a los esenios, y por otro, del descubrimiento de manuscritos del Mar Muerto o rollos de Qumrán, cuya autoría se atribuye a los esenios, en el marco del judaísmo pluriforme en cuyo ambiente teológico empezó a formarse el cristianismo.[17]​ El descubrimiento de los rollos de Qumran mostró en qué grado las ideas del desierto se renovaron y mantuvieron vivas en el judaísmo. La vida monástica de Qumran, su soledad y su ruptura con el judaísmo hundido en los compromisos con otras civilizaciones estuvieron en relación íntima con la fidelidad a la alianza, la autenticidad del respeto a la ley y la intransigencia de la fe. No fue el deseo de meditar en el silencio, ni el hastío de los hombres, ni el abandono de las tareas sociales lo que empujó a los monjes de Qumran al desierto, sino la fidelidad a la alianza de Israel con Dios.

Otra comunidad fue la de los terapeutas y terapéutrides, descrita por el filósofo Filón de Alejandría, nacido en el año 15-10 a.C. y autor de la obra De vita contemplativa. Eusebio de Cesarea interpretó que Filón había descrito una secta cristiana. En el s XIX se cuestionó la falsedad de la obra. Después de demostrar su autenticidad, la cuestión sobre la religión a la cual pertenecieron estas comunidades se resuelve ya sea afirmando su conexión con el monacato cristiano o bien negando que se trate de vida monástica. Otros autores sostienen que fueron monasterios pitagóricos.[18]​ Filón describe así a los terapeutas y terapéutrides:

Vivían dedicados a la sabiduría, en celdas sin adornos, ayunando, y reuniéndose en la parte que llamaban santuario o monasterio. La vida estaba organizada de modo que durante seis días buscaban la sabiduría individualmente y el día séptimo ungían sus cuerpos en aceite. Además, el séptimo de cada siete días se reunían en el santuario para festejar y compartir el saber, sin vino ni carne, ni esclavos, porque para los terapeutas no existía la esclavitud.

Según Masoliver,[2]​ el monacato en el cristianismo primitivo constituyó el inicio de la vida religiosa como fenómeno colectivo pero, en el decir de Pío XII, la vida religiosa «no comenzó con la marcha de los monjes a las ardientes arenas del desierto, en pleno siglo IV. La Iglesia primitiva había conocido la existencia de vírgenes y ascetas célibes, que vivían en sus casas, en las ciudades, y que se reunían con los restantes miembros del Pueblo de Dios en torno a la Eucaristía» (Masoliver, op. cit., p. 106, y referencias allí citadas).

En el siglo II se planteó la polémica entre los partidarios de una religión que prometía la gnosis, el conocimiento redentor de los orígenes del mal, y los que promovían la fe en el conocimiento de la verdad revelada. Estos últimos fueron los mayoritarios y establecieron cánones sobre qué era cristiano. Entre estos cánones estaba el del cargo del episkopos u obispo que pasó a ser quien decidía la correcta enseñanza «apostólica» sobre la base de la «sucesión apostólica». Según Hans Küng, los obispos desplazaron a los doctores carismáticos, y también a los profetas y a las profetisas.[19]

Pío XII hizo expresa mención de cómo las vírgenes llegaron a ser en los primeros tiempos del cristianismo un estado ya definido, de modo que comenzó a ejercitarse esta profesión de la virginidad en el monacato primitivo:

Se conoce como Ammas o madres del desierto a las primeras mujeres ascetas que, al igual que los padres del desierto, abandonaron las ciudades del Imperio romano y zonas aledañas en el siglo IV para ir a vivir en las soledades de los desiertos de Siria y Egipto. Este movimiento eremítico en el cristianismo nace a fines del siglo III y principios del siglo IV, particularmente tras la paz constantiniana, luego de que se promoviera la tolerancia religiosa con el edicto de Milán (313), y se lograra la unidad ideológico-administrativa a través del Concilio de Nicea. A las madres del desierto hizo referencia Paladio de Galacia en su Historia Lausiaca, compuesta entre los años 419 y 420 d.C., obra de gran importancia para el estudio del monacato oriental.[21][22][23]

Pero en la Historia Lausiaca se puede observar la existencia de una gran variedad de tipos de monacato femenino a través de numerosos capítulos en los que se recogen la vida y experiencias de mujeres ascetas de Еgipto y de otras zonas, tanto de la parte oriental como occidental del imperio. Paladio mencionó comunidades urbanas de vírgenes, vírgenes reclusas, mujeres que practicaban el ascetismo doméstico, vírgenes consagradas que vivían solas en sus propias casas en la ciudad de Alejandría, vírgenes que convivían con sus madres y mujeres que, a pesar de estar casadas, vivían con sus maridos sin consumar el matrimonio ("matrimonio espiritual"), mujeres anacoretas en el desierto, mujeres ascetas errantes o giróvagas y, finalmente, comunidades cenobíticas: monasterios femeninos que formaban parte de congregaciones masculinas y monasterios femeninos individuales. Todos estos tipos de ascetismo femenino ponen en evidencia la gran variedad de formas de vida ascética que se practicaban en Еgipto a finales del siglo ІV y principios del siglo V d.C., momento en el que Paladio vivió en Еgipto.[24]

La vida y obra de las mujeres en los orígenes del movimiento cenobítico se conoce por la literatura de los antiguos autores cristianos. La hagiografía y la patrología se ocupan del estudio científico de esta obra. Cuando en el año 320 Pacomio organizó la vida cenobítica en la Tebaida, las monjas del monasterio de Panápolis eran más de cuatrocientas.[25]​ Pacomio no fue el único que organizó la vida de estas mujeres. El anacoreta Antonio Abad (251-356), quien vivió en los desiertos de Nitria y Scete (Bajo Egipto), encomendó su hermana a unas vírgenes de su confianza para que pudiera recibir la educación que consideró conveniente, y después edificó un monasterio de mujeres al frente del cual puso a su hermana para dirigirlo.[26]

En el Alto Egipto (Tebaida), Pacomio (286-346), fundó dos cenobios de mujeres, siendo su hermana María la abadesa. La obra literaria de Atanasio de Alejandría (296-373), quien dirigió a las mujeres que llegaban desde otras tierras en busca de esa vida religiosa de la que tenían noticia, se centraba en reglas sobre la virginidad y el celibato. Así surgió el ascetismo urbano de vírgenes, que disponían de rentas suficientes como para viajar, vinculadas a alguna iglesia. Después la vida en cenobios y en monasterios dúplices, fue regulada por escrito por los fundadores, sin hacer especial distinción entre varones y mujeres.

Jerónimo de Estridón (340-420) ofició de guía espiritual de un grupo de mujeres piadosas pertenecientes a la aristocracia romana, entre ellas las viudas Marcela de Roma y Paula de Roma (ésta, madre de la joven Eustoquio a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas epístolas sobre el tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y las instó a seguir los consejos evangélicos, acompañados de ayunos, cánticos de los salmos, obras de misericordia, y el abandono de las vanidades del mundo. El centro de este movimiento de espiritualidad femenina se hallaba en un palacio del Aventino, en donde residía Marcela con su hija Asella. San Jerónimo llevó a este círculo de mujeres romanas las prácticas ascéticas de los monjes de Oriente y les dirigió cartas de doctrina espiritual que fueron publicadas.[27][28]​ Esta actividad de dirección espiritual de mujeres le valió críticas de parte del clero romano, llegando, incluso, a sufrir la calumnia y la difamación.[29]

Finalmente, se instalaron en Belén en el verano de 396, donde se constituyeron dos comunidades, una masculina y otra femenina. La construcción definitiva de los edificios se realizó gracias a la ayuda económica de Paula de Roma. Paladio afirmó que Paula aprendió el griego con su padre y el hebreo en Palestina, lo suficiente como para cantar los salmos en la lengua original. Además, san Jerónimo la inició en cuestiones exegéticas, lo bastante para que Paula pudiese seguir con interés su discusión con el obispo Juan II de Jerusalén sobre el origenismo. Paula atendió a Jerónimo de Estridón y le fue de gran utilidad en sus trabajos bíblicos.[29]

En Asia Menor San Basilio, patriarca del monacato oriental en Capadocia, Turquía, fundó varios monasterios para mujeres jóvenes. A partir de entonces se multiplicaron en Oriente estos cenobios y a principios del siglo V algunos contaban con más de 200 monjas. San Ambrosio (340-397) dejó escrito que llegaban mujeres de lugares lejanos para recibir los hábitos. Bajo su dirección se fundaron varios monasterios de mujeres, en uno de los cuales se recluyó su hermana Marcelina con su compañera Cándida.

San Agustín fundó entre los años 393 y 397, el monasterio femenino de Hipona en el que ingresaron su hermana, que fue directora hasta su muerte, y algunas sobrinas hijas de su hermano. Fue San Agustín quien usó la terminología monachae, moniales, vírgenes o sanctimoniales para denominar a las religiosas[nota 4]​ También escribió el Ordo monasterii para sanctimoniales, un reglamento monástico que establecía como persona de mayor autoridad jurídico-espiritual el prepósito, un monje encargado del mantenimiento de la disciplina y de la formación espiritual de las hermanas. Las cuestiones que no fueran del máximo interés eran competencia de la prepósita. Las sanctimoniales se preparaban para enseñar catequesis a otras mujeres. En el monasterio convivían las discípulas que podían elegir entre el matrimonio y la vida religiosa. Agustín dispuso que las monjas trabajasen confeccionando prendas de lana que vendían a los monjes. También dispuso que estudiaran y tuvieran biblioteca, similar a las de los monasterios femeninos de Roma inspirados por San Jerónimo, en donde algunas monjas traducían y hablaban correctamente el hebreo. Para San Agustín, la virginidad era un estado que estaba por encima de los demás.

Por su parte, la constitución apostólica Sponsa Christi hace referencia, en lo que llama monacato primitivo, a las mujeres que profesaban virginidad y que fueron imitando la vida cenobítica, dejando reservado a los hombres el género de vida solitaria:

El hábito fue considerado por Atanasio y Pancomio símbolos externos de la virginidad y favorecedores de la castidad, de la identidad y de la uniformidad. Atanasio dispuso:

La constitución Sponsa Cristi afirma:

Pío XII dio cuenta de cómo la Iglesia, si bien recomendaba la vida en común a las vírgenes, no llegó a imponerles la vida monástica, dejando a las vírgenes consagradas que continuasen libres pero respetadas.

La documentación papirológica y otras fuentes está siendo investigada. Estas investigaciones demuestran que hubo varias formas de ascetismo femenino en los orígenes: vírgenes que servían a anacoretas; lasamadas ἀγαπηταί o virgines subintroductae; vírgenes consagradas que viven en sus casas con sus familias; mujeres casadas que mantenían su virginidad por mutuo acuerdo en lo que era un “matrimonio espiritual” y mujeres que vivían en comunidades monásticas. Atendiendo a la diversidad de fuentes se distinguen los siguientes tipos de ascetismo:

Otro tipo fue el de mujeres asociadas a vida semianacorética. El ascetismo familiar no afectaba a la titularidad y administración de los bienes que permanecían en la esfera patrimonial de la mujer. Sin embargo, cuando el estado de ascetismo se practicaba conforme a reglas cenobitas, la profesión de votos como el de pobreza, suponía la renuncia individual del patrimonio en beneficio de la institución, del monasterio.[24]​ La variedad en el ascetismo femenino seguirá siendo una de sus características. Las mujeres se organizarán, además de en monasterios, en otros lugares. Las «beatas» y «beguinas» dedicarán su vida a la religión en los «beaterios» o «béguinages» o en otros centros espirituales como son los conventos y, excepcionalmente, ermitas rupestres (vida eremítica). Otra forma de vida fue el emparedamiento. El ingreso en la vida monacal de las mujeres que en teoría era voluntario, llegó a ser para muchas mujeres una válvula de escape del matrimonio. Otras veces las mujeres, siendo niñas eran depositadas en monasterios por sus familiares.[nota 5]

Los escritores del siglo XVII llamaron medium aevum al período intermedio entre la Antigüedad y el que ellos protagonizaron y que se conoce hoy como Renacimiento. Suele identificarse con la caída del Imperio Romano de Occidente (476) y la del de Oriente (1453). Mientras en Occidente los pueblos germanos se iban convirtiendo al catolicismo, en Oriente, Justiniano I renovaba el Imperio romano desde Constantinopla. LLegó a construir Hagia Sophia, la basílica más grande de la cristiandad. Estableció la Iglesia del Imperio bizantino. Tomando como fuentes normas anteriores como el Concilio de Calcedonia, reguló la vida monástica pretendiendo así controlar el poder religioso, sociocultural y económico que, de hecho, ejercía la institución monástica aunque con el respaldo de la autoridad civil.

Se fomentó el cenotibismo aunque se reconoció la vida anacoreta. Se fortaleció el monacato femenino, señalando la igualdad de todos los ciudadanos ante la divinidad (Νov. 5, Јustiniano, 535 d. C.). Aunque aparentemente se legisló dando igual trato a mujeres y hombres ascetas, la legislación eclesiástica promovió un modo de vida propio de las mujeres, puesto que siempre daba indicaciones concretas y especiales para ellas.

Estos monasterios se organizaban, bien como dos comunidades, bien como una sola, bajo la autoridad de un abad y en ocasiones de una abadesa. [nota 6]Brígida de Suecia (1303-1373) fundó la Orden del Salvador, en cuyos monasterios la comunidad femenina estaba regida por la abadesa y la masculina por confesor general que era, además, el director espiritual de las monjas. Pero la administración de todo el monasterio correspondía a la abadesa. En algún momento, los hombres trataron de independizarse de la abadesa pero no lo consiguieron. Los monasterios dúplices, a pesar de haber sido prohibidos en diversas ocasiones, lo cierto es que existieron en España, Francia, Inglaterra, Países Bajos, y funcionaron, incluso los que tenían al frente una Abadesa, durante siglos. [nota 7]​. Algunas existen todavía. Hildegarda fue una abadesa, líder monástica, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana. Todo esto lo hizo en su condición de monja acogida en el monasterio de Disibodenberg, que era masculino, junto a otras reclusas en una celda anexa bajo la dirección de Jutta de Sponheim. En 1115 la celda se transforma en un pequeño monasterio para poder albergar el creciente número de vocaciones.

En el siglo XIII se dictaron medidas que prohibieron a las religiosas la educación de niños. Otras medidas regulaban la estricta práctica de la clausura.[33]​ Varias monjas de esta orden que vivieron en el siglo XIII han sido canonizadas: Santa Lutgarda en Bélgica, Santa Eduviges en Polonia, las santasGertrudis de Helfta y Matilde de Magdeburgo.
Entre las místicas cistercienses está santa Juliana de Cornillon, quien vivió entre 1191 y 1254 y fue la instigadora de la fiesta del Corpus Christi, fiesta instituida en la Iglesia por el papa Urbano IV en 1268.

Esta orden protegió con frecuencia a las beguinas, movimiento de mujeres que se reunían para rezar y para dedicar su tiempo al estudio. Con el tiempo se encargaron también de cuidar enfermos, cuidar de las parroquias mal atendidas, pobres y miserables o cuidar al párroco, pero siempre sin dejarse ver.
Las beatas eran mujeres que habían realizado votos informales de castidad rechazando el matrimonio y dedicándose a obras de caridad. Algunas de estas agrupaciones de mujeres eran llamadas «beguinas», «mantellate», «bizzocale» (gazmoñas) o «pinzochere» (santurronas).[34]​En la literatura de Castilla y en la de Aragón de la época medieval se observa una tendencia a ridiculizar cualquier actividad femenina que rebasara los límites que la sociedad imponía a las mujeres. Podemos encontrar referencias paradójicas sobre las beatas y las beguinas, quienes tenían una consideración negativa en la literatura hispánica y europea medieval y solían ser representadas de forma caricaturesca identificándolas con la falsa espiritualidad y con la hipocresía. Tal es así que «beguina» significaba «falsa beata», alcahueta, hechicera, por ejemplo, en el Corbacho del Arcipreste de Talavera, en El conde Lucanor de Don Juan Manuel y en el Espill o Llibre de les dones o de Jaume Roig.[35]

El jesuita Miguel Godínez en su Práctica de la teología mística argumentó:

La que se conserva en Astorga tiene tres vanos: dos son ventanas, una para comunicar con el exterior, la otra hacia la cabecera de la parroquial de Santa Marta. El tercero era la puerta de entrada, tapiada de modo que no volvía a abrirse hasta que la reclusa hubiese muerto. [nota 8]​ También se tiene noticia de otro tipo de emparedamientos, a saber, los forzados y penales establecidos para castigo más o menos riguroso según la gravedad de la culpa.[39]​ Conocidas en Hispania como muradas,[40]​ desarrollaron una nueva religiosidad hasta el punto de que los Reyes Católicos proclamaron el privilegio de exención de alcabalas para cualesquiera emparedadas. Las Muradas fueron prohibidas por el Sínodo del Obispo Ayala, en 1693.

Coincidiendo con el movimiento religioso masculino vita apostólica, a lo largo del siglo XII, las mujeres aparecen de tal forma que los historiadores hablan de la cuestión femenina, cuyas necesidades espirituales y formas de organización provocarán constantes problemas organizativos a la iglesia.[41]

Desde el siglo VI, las monjas tenían que saber leer y escribir. En los conventos, durante la Alta Edad Media, se educaban monjas y otras mujeres. A partir del siglo XIII en varias ciudades europeas se crearon escuelas comunales. La enseñanza era gratuita e incluía lectura, cálculo, canto, escritura y enseñanza religiosa. Se crearon las primeras universidades, la mayoría de las cuales eran fundaciones eclesiásticas y estuvieron prohibidas a las mujeres. Con la aparición del libro impreso, la cultura se extendió mucho más rápidamente y propagó a través de toda Europa las ideas y los ideales renacentistas.

La cuestión es que ya no alcanzó más que a los varones. El mundo intelectual y artístico se abrió a nuevas influencias y horizontes, pero excluyó definitivamente a la mujer y se redujo a la parte masculina de la humanidad. Se considera que el «renacimiento» fue la muerte intelectual y artística de la mujer.[42]

La devoción mariana propia del cambio espiritual de la Edad Media ofreció, frente a la imagen de Eva desobediente y pecadora, la de María, ejemplo para casadas y para las monjas, espejo para mujeres de cualesquiera condición social. Fue la llamada nueva Eva.[43]

Es conocida la rebeldía de la abadesa de Las Huelgas de Burgos y de la de Palencia[42]​ en el siglo XIII así como la confiscación de sus rentas y la excomunión. La Doctora Arana[32]​ha investigado esta cuestión y afirma que no fueron las únicas en ostentar grandes poderes. Hubo más abadesas. En su opinión, tanto las Abadesas del siglo VIII como las del siglo XIII se arrogaban unas atribuciones que, teniendo que ver, más o menos directamente, con el sacramento de la Penitencia, las autoridades civiles y eclesiástica no estuvieron dispuestas a seguir consintiéndolos. " El poder se describe como "abuso".

La abadesa Jotrense, la de Montvilliers, la de Notre Dame de Troyes y la del Monasterio de Fontevrault ejercieron el "poder de jurisdicción". Las abadesas inglesas de Shaftesbury o Whitby tuvieron también un poder no mucho menor. En las ciudades alemanas de Magdeburgo y de Hildesheim las abadesas también tenían ese abuso. A la abadesa cisterciense de Conversano (Italia) incluso se la ve bajo el baldaquino, revestida de mitra, báculo y estola y recibiendo el homenaje incluso del clero. La mayoría de estas abadesas ejercían el derecho a la excomunión y otros poderes eclesiásticos y civiles.

Algunas reglas monásticas reconocieron también amplísimo poder a la figura de la Abadesa. Llegaron incluso a asistir a algunos Concilios. Por ejemplo, al Concilio de Bacanieldy que se celebró el año 694, asistieron cinco Abadesas mientras que solo fue una al que se celebró el año 705 Nidd (Inglaterra). La mayoría de los monasterios citados son monasterios dobles. Este tipo de estructura monacal surge en los siglos V-VI, antes de definirse las diferencias entre las dos potestades, con una variedad organizativa enorme.

La Reforma protestante suprimió el monacato y el Tribunal del Santo Oficio procesó a monjes y monjas afines al protestantismo. Los monasterios, formaban la columna vertebral de la cristiandad católica.[44]
El Concilio reforzó el celibato incondicional de los sacerdotes e intensificó la reglamentación de la vida monacal controlando la observancia del voto de castidad. Dispuso definitivamente que las mujeres no podían recibir la ordenación sacerdotal ni convertirse en miembros del clero secular, solo pertenecían al mundo eclesiástico como monjas o religiosas de segundo orden. Estableció reglas de clausura para los monasterios de mujeres y otras que impidieron a las monjas seguir aprendiendo latín, filosofía y teología.[45][46]

Las monjas vieron así disminuir sus posibilidades de desarrollar una vida espiritual en el devenir de su vida cotidiana más cuanto que, las bibliotecas monacales femeninas, se vieron apartadas de la Biblia y de los principales tratados teológicos y filosóficos del momento a partir de la promulgación del Índice. Por el contrario, las bibliotecas masculinas no tuvieron traba alguna para acceder a la Biblia y a sus comentarios, a las obras originales de todos los tratadistas de filosofía y teología, historia, medicina, ciencia, literatura e incluso a los autores protestantes —véanse las bibliotecas de El Escorial, Montserrat, el Convento de San Esteban (Salamanca) o el Convento de San Pedro (Pastrana)—. Ellas tuvieron que conformarse con libros de espiritualidad, de oración, biografías de santos, la vida de la Virgen y de Cristo, comentarios sobre autores místicos, tratados sobre las virtudes de la mujer y determinados textos muy precisos de la Biblia.[46]

El esfuerzo apuntaba a contener la explosión y enorme aumento del elemento femenino dentro de la Iglesia, cuyo número superaba holgadamente el del clero masculino, y a eliminar las formas religiosas que practicaban predominantemente las mujeres: la vida semirreligiosa de algunas reclusas, las beguinas, pinzocchere o hermanas de vida en común, seglares, beatas, terciarias de orden tercera regular y otras mujeres consagradas a Dios que, por ejemplo, en los Países Bajos septentrionales, llegaban a sumar una vez y media el número de eclesiásticos masculinos.[44]

Ya en el Concilio de Tarragona, celebrado en febrero de 1317, se había prohibido a las beguinas, bajo pena de excomunión, hacer vida comunitaria y predicar sin autorización.[47]​ Las medidas disciplinarias que impuso el Concilio de Trento tendían principalmente a restablecer el modo de vida comunitario y a romper el vínculo con la familia de origen de la religiosa.[44]
Al comienzo de la era moderna casi todas las comunidades de mujeres consagradas a Dios ya estaban institucionalizadas y se atenían a la regla monacal.[44]

Las medidas lograron que los conventos funcionaran cada vez más abiertamente en beneficio de la política eclesiástica central. El padre de la desposada con Cristo recibía ciertos ingresos cuando aseguraba para su hija una función directiva, la comunidad recibía exenciones tributarias y otros privilegios por lo que la élite de la ciudad y las familias tenían interés en defender el contacto con las religiosas internadas. También era habitual la entrega de la dote.[44]​ Las religiosas provenientes de familias acomodadas vivían según su rango social y en compañía de una hermana, hija o sobrina a modo de pupila, y comían aparte pues poseían su propio huerto y gallinero. La discusión se daba en el campo jurídico en relación al derecho sucesorio, ya que, hasta el momento, las cómodas celdas confortablemente amuebladas en las cuales vivían las religiosas ricas eran legadas a otro miembro de su familia.[44]​ De ahora en adelante la Iglesia era la heredera y no la familia. Los lazos con la comunidad se rompían. Las monjas debían dormir solas o en grupos porque ya no les permitían tener a una familiar más joven en su celda, con lo cual desaparecía la posibilidad de cultivar los vínculos afectivos. Se prohibían las limosnas, el ingreso esencial de la economía de las monjas. Al debilitarse el vínculo con sus familias y entre ellas, el lazo más personal que mantenían era con su confesor, su guía espiritual, un sacerdote varón. El peligro que significaba esa situación trajo como consecuencia que se modificara la forma del confesionario: se introdujeron las celosías que impedían todo contacto o intercambio de miradas entre la penitente y su padre confesor.[44]

Por eso hubo mucha resistencia a la aplicación de los decretos del Concilio de Trento que recluían a las religiosas, pero las medidas se impusieron y terminaron aportando cambios muy profundos. Son conocidas las resistencias de las mismas monjas que, en algunos casos, llegaron a arrojar sillas a la cabeza del visitador y, en otros, hicieron tal escándalo que tuvo que intervenir la policía.[44]​ Muchas se fugaron y en Roma incluso llegaron a suicidarse.

Se dispuso asimismo que las monjas que viviendo fuera del poblado, no pudieran ser debidamente custodiadas por el obispo o sus superiores, fueren trasladadas a otro monasterio dentro de la ciudad. Las normas de clausura eran tan estrictas que para garantizar el traslado, se podía pedir el auxilio de los príncipes.

Las fundadoras protomodernas de órdenes religiosas fueron muchas veces viudas con varios hijos, como Ludovica Torelli, Juana Francisca Frémyot de Chantal o Luisa de Marillac.

La palabra monacato significa también profesión de monje. En el marco de referencia del Concilio de Trento, el ascetismo religioso era un alejamiento y renuncia a la vida mundana.

Profesar votos solemnes era signo de una dignidad moral superior y, al mismo tiempo, una disminución de la capacidad civil. El estado o profesión de monje y de monja significaba tener impedimento para contraer matrimonio. El voto de obediencia limitaba la libertad de residencia y deambulatoria. El voto de pobreza suponía un estado civil de incapacidad para ser titular del derecho de propiedad. No podía adquirir bienes ni heredarlos, porque ni siquiera heredaban monjes y monjas sino que lo hacía el monasterio. Tampoco podían disponer de sus bienes libremente en testamento, pues el beneficiario debía ser el monasterio.

Se limitaba también la libertad contractual para trabajar. La profesión monástica era incompatible con un trabajo remunerado y productivo. Pobreza, vida contemplativa dedicada a la oración y, en el caso de mujeres con capacidad económica alta que habían entregado al monasterio su dote, planteaban el problema del trabajo doméstico y el textil y de elaboración de dulces, propio de monasterio de mujeres. La presencia de monjas legas, sin dote, solucionó el trabajo doméstico que fue remunerado Respecto a la confección de túnicas, hábitos y elaboración de dulces, se dispuso:

Frente a este concepto de profesión religiosa que favorece la estructura socioeconómica del feudalismo, al reforzar el poder económico de los monasterios, el protestantismo desarrollaba la idea del carácter ascético del trabajo. Max Weber abordó el estudio del ascetismo laico protestante, en especial el calvinista y, haciendo un recorrido por las diversas sectas protestantes fundamentaba llega a la conclusión de que hay una conexión entre el concepto de religioso de trabajo propio de la La ética protestante y el espíritu del capitalismo

La Revolución francesa, el liberalismo decimonónico, decretaron la disolución de las órdenes religiosas y la exclaustración de los monjes y monjas, que recobrarían la plena capacidad civil correspondiente a su edad y sexo.[50]

Durante los primeros siglos d.C. se tiene noticia, por el Concilio de Elvira, de que en Hispania hubo vírgenes consagradas y ascetas. Una característica del monacato en Hispania es el eremitismo rupestre

Los descubrimientos de cuevas[51]​ y las investigaciones sobre el uso y destino de las mismas,,[52]​ abundan en la certeza del origen pagano de estos lugares.

En el siglo IV se desarrolló el priscilianismo que no fue un movimiento monástico organizado bajo una misma regla en comunidades, alejados de la vida mundana. A Priscilo lo siguieron gentes de la nobleza y del pueblo llano, pero sobre todo, mujeres que tuvieron un papel ortodoxo lo que unido al uso de los apócrifos, dio lugar a que se le equiparase con los gnósticos y maniqueos. Las mujeres, se organizaban en dos grupos: uno compuesto por la maestra y las discípulas. Otro, formado por comunidades de mujeres, dirigidas por un asceta. Ya Tertuliano (De Praecr.41) había escrito hacia el 200

Priscilo fue ordenado Obispo de Ávila. Pero después fue acusado de herejía, excomulgado y condenado a muerte.[53]

El monacato hispano estuvo paralizado durante el siglo V por la invasión de los vándalos, suevos y visigodos. Pero el erimitismo sobrevivió. La conversión de los visigodos abre un periodo de esplendor de monasterios. A ello contribuyeron los Cuatro Santos de Cartagena. Los tres hermanos varones escribieron, cada uno, reglas sobre diferentes cuestiones monásticas, además de la regla común o de los abades. De los cuatro hermano santos, la que fue mujer, Santa Florentina no escribió reglas, pero recibió de su hermano San Leandro la herencia que, según él, ella había ganado: la "herencia de la virginidad".

El Santo escribió, dirigiéndose a su hermana, las reglas por las que debían regirse las vírgenes. Son las reglas de San Leandro.[54]

Se pronunciaron las reglas sobre los monasterios dúplices y los familiares. Estos últimos tuvieron gran difusión en la época de la reconquista y favorecieron la repoblación de grandes extensiones despobladas.[55]​ Es lo que se conoce como monacato repoblador.[56]

Respecto de los monasterios dúplices, se estableció en el canon XI del Concilio II de Sevilla[55]​ y en varios capítulos de la Regla Común (caps. XV, XVI y XVII):

También se pronunciaron sobre los monasterios familiares:

La Regla común establecía cómo debían vivir en el monasterio, sin peligro, los varones con sus mujeres e hijos.[58]​ Debían abandonarlo todo y vivir en el monasterio como huéspedes y viajeros bajo obediencia al abad. [Nota 2]

Durante la reconquista los monarcas premiaron a nobles y a clérigos con la entrega a título de donación, de territorios y vasallos sobre los que ejercer las potestades que incluían las de jurisdicción. El señorío podía incluir monasterios construidos, o bien el encargo de edificar uno. Muchos de estos monasterios se edificaban en una propiedad rústica donde hubiera una iglesia, convirtiéndose en monjes los familiares y siervos quienes convivían con el dueño.

Estos monasterios admitían que pudieran donarse matrimonios con sus hijos y esclavos siempre que se sometieran a la pobreza monástica y a la obediencia al abad. De este modo se pudo llevar a cabo la obra repobladora y de gobierno, pues los monasterios cubrían las necesidades espirituales y de prestigio de la estirpe que precisaban las familias que, con frecuencia no solo elegían al abad sino que éste incluso era miembro de la propia familia.

El infantado es la institución jurídica en virtud de la cual el rey cedía a las infantas, en concepto de dote, un tipo de señorío sobre territorios y bienes vinculados a un monasterio, bajo condiciones tales que garantizaban la permanencia de los bienes en la línea sucesoria masculina de la que procedían. Las potestades que ejercieron como mecenas se tradujeron en los estilos arquitectónicos de catedrales, iglesias y monasterios.[60]​ También ejercieron sus potestades sobre monasterios, otras mujeres a las que el rey entregó donaciones que no tenían la naturaleza de infantado. Unas y otras ampliaron y consolidaron sus señoríos con propiedades que adquirieron por otras vías. Como quiera que una de las potestades era la de decidir las reglas que debían regir en los monasterios, la ampliación de los infantados y señoríos llevaba consigo la expansión de unas órdenes religiosas, el enriquecimiento de unos monasterios en detrimento de otros. Así, mientras Alfonso VI y su segunda esposa Constanza de Borgoña favorecieron la fundación de monasterios adscritos al Cluny, las hermanas del monarca, Elvira y Urraca, afianzaban sus infantados en torno al rito hispano-visigodo.[61]​ La hija de Alfonso VI, Urraca I y su hija Sancha Raimúndez eligieron a los canónigos regulares de san Agustín para San Isidoro de León. Gontrodo Pérez introdujo la orden francesa de Fontevrault, cuyas reglas atribuían potestad de Jurisdicción a la abadesa.

Infantas, reinas, nobles, fueron elogiadas si profesaban, especialmente si realizaban donaciones a los monasterios, ampliando en su caso el infantado. Así fue como Gontrodo Pérez logró ser, según se inscribió en lápida,

Gontrodo fue madre de Urraca la Asturiana, habida en una relación no matrimonial con Alfonso VII. Los restos de su hija se conservan en buen estado en el arca de la Capilla del Sagrario en Palencia. En el epitafio no está inscrito el nombre de Gontrodo, su madre.

En el siglo IX, San Eulogio se propuso mejorar las normas que regulaban, en el oriente de Al-Andalus, las peculiaridades de lo que se conoce como monacato mozárabe.[62]​El régimen ordinario era el monasterio dúplice, oculto en la serranía.

El ideal monástico lo representaba la monja Columba, de la que se dice que era:

Una de las características del monacato mozárabe es que el fenómeno milagrero no era muy frecuente. Por esto, a quienes esperaban el milagro de la mártir, San Eulogio les decía que se fijaran más en la honestidad de su vida.

Esta Orden es peculiar de Hispania. Santa Eufemia de Cozuelos es el primer monasterio femenino perteneciente a La Orden Militar de Santiago, única Orden de Caballería religiosa en que los freiles podían contraer matrimonio libremente: solo el Maestre debía ser célibe. Mientras los frailes estaban ausentes, en tiempo de guerra, las mujeres e hijas vivían en estos conventos. Por otra parte las mujeres, viudas en su mayoría que quisieran ingresar en la Orden como religiosas, encauzaban su vocación santiaguista femenina. Esto suponía para la Orden ser la donataria de todos los bienes que las freilas donaban cuando ingresaban, para después de su fallecimiento. En el monasterio,inicialmente, hubo una comendadora al frente de dos comunidades, una masculina y otra femenina. A finales del siglo XII pasó a ser solo de mujeres.[63]​ Las reglas de Santiago atribuyeron a las comunidades de freilas, además de las de culto divino, las funciones de educación de las hijas de los frailes y freilas y la de acoger viudas de forma temporal o permanente. Estos monasterios fueron encomiendas que heredaron padres e hijos, no pudiendo heredar las mujeres. Tampoco podían ser caballeras ni clérigas, cuando en la Orden se separó lo militar y laico de lo espiritual, a las freilas no les quedó más espacio que el de la clausura. Esto dio origen a un conflicto. La creación del Consejo fue dirigida a la finalidad principal que buscaban los monarcas: una Orden a su servicio. Para ello, una vez más, la estricta clausura se impuso a las freilas.[39]

En el marco de la Contrarreforma, prohibido el protestantismo, el Tribunal del Santo Oficio se encargó de perseguir y condenar a quienes consideró culpables de heregía. Así ocurrió con las monjas del monasterio de Belén en Valladolid que se reunían con el grupo de afines al obispo Cazalla y a su hermano.

. Pero al mismo tiempo, mujeres como Catalina de Cardona[64]​ abandonaban la vida en la Corte para ir a vivir en una cueva para hacer penitencia. Santa Teresa que la conoció, se refirió a ella en el Libro de las Fundaciones. Catalina de Cristo, después de conocer la historia de Catalina de Cardona también quiso ser ermitaña, si bien abandonó esta idea y optó por ingresar en el Convento de Medina del Campo y ayudar a Santa Teresa en las fundaciones. Por su parte, Catalina de Cardona decidió fundar monasterios de frayles:

En la península fueron perseguidas mujeres que pertenecieron a la corriente místicas de los alumbrados. Una de las sospechosas fue Santa Teresa, si bien pudo demostrar su inocencia. María de Cazalla, hermana del Obispo Juan de Cazalla, esposa de Lope de Rueda, madre de seis hijos, fue procesada en 1530 por los cargos de alumbrada y luterana y, además, por leer e interpretar los textos sagrados y predicar, siendo mujer, la doctrina que fue alegando como propia frente a las acusaciones, en un proceso que terminó en 1534. La sentencia declaró no probados los cargos de luterana y alumbrada. Se la condenó a cumplir la penitencia pública por ser mujer predicadora[66]

El misticismo hispano es el resultado de la influencia de la herencia cristiana, judía, musulmana, germánica y mediterránea en el contexto del final de La Reconquista y del descubrimiento, civilización y cristianización del Nuevo Mundo. [nota 9]​Desde Castilla, donde se originó y fortaleció, llegó en el siglo XVI a expandirse por toda España, Iberoamérica y Filipinas.[67]

Si bien algunos historiadores no han considerado relevante el hecho social de las religiosas en la América Colonial, lo cierto es que a raíz de los estudios de Josefina Muriel y Asunción Lavrín en 1982, se ha incrementado las investigaciones sobre monjas y conventos particulares.[nota 10]​Durante dos siglos los conventos fueron exclusivamente para españolas y criollas, bien por vocación religiosa, bien por necesidad económica, pues careciendo de dote para el matrimonio, la vida más digna era la monástica. La situación la describió en 1561 el ayuntamiento de Guatemala en una carta a Felipe II:

Se desconfiaba de la idoneidad de las indígenas para ser monjas. Surgió así la vida monástica de las “donadas”

El Barroco es un movimiento cultural que expresa a través del arte, las ideas políticas, filosóficas y religiosas.

[69]​ Una característica del barroco colonial fue la ceremonia de profesión que simbolizaba la boda mística con Jesús. Las novicias, engalanadas con coronas y palmas de flores, cambiaban el velo de novicia por el de monja, una vez impuestos los votos de pobreza, castidad y obediencia. La ceremonia del cambio de velo significaba la muerte de la vida anterior para iniciar una nueva vida de unión espiritual. En los Virreinatos de Córdoba y Granada, la ceremonia se conoce como la "coronación" si bien la consumación del desposorio mísitico era el momento de la muerte en el de Granada. La nueva vida de clausura necesitaba también un nuevo nombre. La muerte natural en el convento tenía también sus ritos y celebraciones.[70]​Los retratos al óleo de monjas coronadas tanto en la celebración de la boda como en la de la muerte, abundan en el arte barroco colonial.[71]

Ellen Gunnarsdottir ha estudiado la vida de Francisca de los Ángeles, beata franciscana que fue investigada por el bachiller Juan Caballero y Ocio familiar de la Santa Inquisición. Una de las conclusiones a la que llega es que la imaginación e inspiración de mujeres religiosas como Francisca de los Ángeles es ejemplo de cómo podía, en México, una mujer pobre y con ascendencia indígena, estar en la cumbre de la cultura de su pueblo.[72]

Sor Juana Inés de la Cruz, por su parte, habiendo sido obligada a desprenderse de su biblioteca y vivir estrictamente sus votos religiosos, dejó escrito:

Otras monjas, María de San José, la Madre Castillo y Úrsula Suárez experimentaron la condena al cuerpo, pero también se sirven de ella para hablar desde el silencio.[73]

El decreto de Pío XII, que declara los principales y los circunstanciales del Instituto de las Monjas e introduce acomodaciones a las modernas circunstancias, establece Los Estatutos generales de las monjas. El Instituto, a diferencia de las otras casas religiosas de mujeres, son sui iuris. En los monasterios se desarrolla la forma de vida religiosa monástica que se conoce como vida contemplativa canónica:

Las Superioras Mayores gozan de todas las facultades, excepto las que por el contexto o la naturaleza del asunto no pueden pertenecer sino a los hombres. Las monjas están obligadas, por deber de conciencia, no solo a ganarse “ honestamente con el sudor de la frente el pan con que viven” sino también a hacerse cada día más hábiles para las diversas obras según lo exigen los tiempos. Los estatutos establecieron que las monjas que tuvieran alguna forma de apostolado externo la conservaran y que si la hubieren perdido, procuraran restaurarla. En otro caso:

Corresponde a la Sagrada Congregación la ejecución de la Constitución que para, facilitar su aplicación, recogió en la Instrucción,[74]​ algunas normas prácticas sobre lo que se considera que tiene mayor dificultad: los puntos que se refieren a la clausura mayor o menor de las Monjas, a Federaciones y moderada autonomía y sobre procurar trabajo fructífero a los monasterios y coordinarlo entre los mismos.


Véase también

Bonifacia Rodríguez Castro, la “monja obrera” beatificada por Juan Pablo II,y canonizada por Benedicto XVI, había fundado en 1874, una congregación religiosa dedicada a dar trabajo manual a las mujeres. Durante un tiempo, las compañeras de la orden prefirieron abandonar este tipo de labores para ser maestras. Años después, al mandar el Concilio Vaticano II a las congregaciones que revisaran sus papeles para recuperar la finalidad original con la que habían sido creadas, la congregación recuperó en parte la tarea de apoyo a las mujeres trabajadoras. De hecho, hoy en día cuenta en diferentes partes del mundo con colegios pero también con talleres de ayuda a las mujeres inmigrantes y a las prostitutas.

María José Sirera Oliag, una monja que solicitó su secularización después de serle denegado el permiso para ser religiosa obrera.

Juan Pablo II decidió convocar un Sínodo para profundizar sobre el papel de la vida consagrada en la Iglesia, su significado y perspectivas en vistas del nuevo milenio. En La Exhortación[77]​se considera motivo de alegría que haya florecido el antiguo Orden de las vírgenes, solas o asociadas; los eremitas y las eremitas; y que vuelva a practicarse también la consagración de las viudas y viudos. La especial mención que se hace a las monjas de clausura, se concreta, respecto de la Papal, en La Instrucción verbi sponsa.[78]

Respecto a las mujeres, se reconoce su aportación en el Sínodo y se afirma que:

La mujer también tiene una misión que cumplir en el diálogo interreligioso que se promueve y que lleva consigo el estudio e investigación del profundo conocimiento del cristianismo y de las otras religiones, uno de cuyos ámbitos es la búsqueda y promoción de la dignidad de la mujer. Este diálogo se considera necesario para llevar a cabo la función de evangelización:

La Iglesia espera de las mujeres consagradas una aportación original para promover la doctrina y las costumbres de la vida familiar y social. Las mujeres tienen, según se exhorta, un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante:

Monacato femenino: línea de tiempo

Divina Adoratriz de Amón

Vestal

Dibujo de las vírgenes del Sol. Página de la obra de Guaman Poma de Ayala (1615)

Monjas budistas en Rangún, Birmania

María de Egipto, representada en un ícono ruso del siglo XVII

Santa Mónica de Hipona y su hijo, san Agustín de Hipona

Santa Escolástica, obra de Andrea Mantegna

Estatua de una monja en el Begijnhof de Ámsterdam

María Ana de Austria, abadesa del monasterio de las Huelgas

Representación de Catalina de Bora, esposa de Martín Lutero

Francisco de Sales entrega las Constituciones de la Orden de la Visitación a santa Juana de Chantal

Santos y doctores de la Iglesia

Abrazo de Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina y Santa Clara

Estatua de Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia



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