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Barroco colonial



La arquitectura colonial es un estilo arquitectónico de una madre patria que se ha incorporado a las construcciones de asentamientos o colonias. Los colonos frecuentemente construían asentamientos que sintetizaban la arquitectura de sus países de origen con las características de diseño de sus nuevas tierras, creando diseños híbridos.[1]

Durante los diversos períodos coloniales —a diferencia de las ciudades europeas de la época que eran una amalgama de estilos, paradigmas e ideales diferentes y muchas veces opuestos— las ciudades respondieron a preceptos homogeneizadores y ordenadores que expresaban cánones y principios que pretendían instaurar una forma de vida y unos mecanismos ordenadores del espacio público y privado.

La fundación de las ciudades coloniales era en sí una ceremonia que mezclaba ritos religiosos, protocolos militares, actos políticos y prácticas urbanísticas. El fundador, casi siempre investido de rango militar y de autoridad real, reclamaba en nombre de Dios y del Rey el derecho de dar vida a una nueva villa, consagrada a un santo o a una advocación, que podía depender del lugar de su natalicio, de rendir tributo al rey o una autoridad superior o que estaba relacionada con la fecha y el santoral.

En los imperios español y portugués, el fundador y los militares de rango que formaban parte de la expedición, se daban a la tarea de trazar y distribuir los predios: Una cuadra central vacía, que se constituía en plaza mayor y en sus cuatro costados se asignaban predios a las instituciones representativas del orden y la jerarquía colonial.

En América, la arquitectura también fue un vehículo para la evangelización. Los primeros conventos y las primeras iglesias, de estilo renacentista, tendrán aspecto de fortaleza, debido al carácter de frontera de las Indias, como el convento de Acolmán o el convento de Actopan, en México.

La organización regional generó redes de transporte entre los diversos centros comerciales, políticos o administrativos. Por una parte, se fueron diseñando nuevas rutas de comercio que abrirían brecha a nuevos caminos y, por otra, se recuperaron caminos de las antiguas culturas.

Gracias al descubrimiento de América las ideas urbanísticas de herencia renacentista, sumadas a los ideales vitruvianos, comienzan a materializarse con la colonización española. La estructura urbana aplicaba las formas de disposición urbana de finales de la reconquista española, que a su vez volvía a los ideales helenísticos.

A través de las Capitulaciones de Santa Fe de 1492, aceptada por los Reyes Católicos, se establece la primera ley que regulaba la naturaleza de los nuevos asentamientos. En 1573, se establecen las Leyes de Indias, consolidando la realidad que se comenzaba a apreciar, consagrando el plan hipodámico. Estas leyes, entre otras cosas, tratan sobre la división de la planta por plazas, calles, solares a regla y cordel. Las ciudades se construían y organizaban según el modelo castellano, y la misma Ley sugería también que las casas deberían presentar igual forma y lenguaje, para presentar unidad, armonía y gracia.

La plaza mayor como espacio común y ceremonial era la unidad generadora de la nueva ciudad, en su marco se asentaban los edificios representativos de los poderes divinos y humanos: la iglesia, el gobierno local y el poder del rey. De la plaza, manzana vacía dentro de la retícula urbana, se desprendía el plan hipodámico que generaba la ciudad colonial. La calle era el elemento conector entre la plaza fundacional y las demás manzanas o cuadras que se subdividían generando los predios donde se construían los inmuebles de carácter privado. La calle como tal era un elemento urbano público, limpio de cualquier adorno que no fuera las fachadas de cada edificación. Y así se mantiene hasta hoy.

La ciudad colonial española fue el organismo administrativo básico de los virreinatos españoles en América. Allí, la traza urbana de proviene del damero usado por el campamento militar romano y tiene como componentes fundamentales y básicos la plaza, la calle Y la casa. Dichas ciudades se pueden dividir en varias categorías: centros de administración, puertos internacionales, puertos regionales, centros mineros, centros indígenas, centros agrícolas, presidios, centros militares de frontera o centros religiosos (misiones).

En 1502 se decretó la organización urbana planteada a través de misiones de colonización por Nicolás de Ovando, siendo el primer gobernador de Santo Domingo y de las misiones colonizadoras de las Indias. En adelante, toda tierra que fuera explorada y que tuviera los recursos adecuados para establecerse en ella, podría ser poblada, por capitulación o por comisión. Una vez conquistado el territorio, podía fundarse una ciudad. El “modelo ovandino” fue empleado por Hernán Cortés en Tenochtitlan, donde repartió tierras para los indígenas. Alonso de Ojeda trazó la nueva ciudad a cordel sobre la destruida Tenochtitlan (conservando el Templo Mayor) como un modelo del castrum romano.

El 13 de agosto de 1521 fue fundado la Ciudad de México, y el 18 de enero de 1535 se fundó la Ciudad de los Reyes; ambas fueron las principales y más poderosas ciudades de todo el continente americano durante la época colonial. Y además fueron el centro de poder y capital de los virreinatos más importantes que hubo en América: Perú y Nueva España.

Es así como se trazaron las ciudades de Santo Domingo, La Habana, Veracruz, Campeche, Panamá, Cartagena de Indias, Santa Marta y San Juan. Sin embargo, el único ejemplo del trazado original de una ciudad de las primeras décadas de la conquista se puede apreciar en las ruinas de León Viejo, junto al lago de Managua, en Nicaragua. La ciudad fue abandonada y trasladada a su actual emplazamiento antes de concluir el siglo XVI.

A partir de 1535, Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva España emprendió obras urbanísticas como las de Ciudad de México, Puebla de los Ángeles, Valladolid (hoy Morelia) y Antequera de Oaxaca (hoy Oaxaca de Juárez). Mendoza retomó las ideas de Leon Battista Alberti que recomendaba buena iluminación, ventilación y espacios abiertos. Con la puesta en práctica de estos preceptos, Mendoza cambió la disposición de Ciudad de México-Tenochtitlan respecto a la distribución original dada por Cortés, dejando como legado su Matrícula de Tributos en la cual se describen los planteamientos de arquitectura y urbanismo.

Como se indica en el mismo título de las ordenanzas, estas buscaban regular los descubrimientos, poblaciones y pacificaciones en los emplazamientos de provincias ya consolidadas y de los futuros adelantamientos para fundar las nuevas poblaciones en América.

Se componen las ordenanzas de 148 capítulos. De ellos se dedican los primeros 31 a los descubrimientos, asignándose a las nuevas poblaciones desde el capítulo 32 al 137, y, por último, los capítulos incluidos entre el 137 y 148 se dedican a regular las pacificaciones.

Estas y otras medidas se pusieron en práctica en algunas ciudades novohispanas, como en la Nueva Veracruz diseñada por Bautista Antonelli en 1590, la propia Ciudad de México, Valladolid, Guadalajara, San Luis Potosí, Puebla de los Ángeles, Oaxaca de Juárez, y en otros territorios como en Santiago de Cuba y Santo Domingo, por nombrar algunos de los modelos más regulares.

El rey Carlos III de España puso su empeño en modernizar las ciudades del Imperio español según el modelo europeo. Una vez empezada esa labor en la propia capital, Madrid, decretó un plan de reformas urbanas en el siglo XVIII para las Indias, donde el fortalecimiento del urbanismo colonial se debe principalmente al comercio, tanto de carácter local, como al internacional.

Este plan es destinado a asegurar que todo asentamiento quedara instituido conforme a las reglas de la Corona Española, o sea que, a diferencia del plan de Felipe II, el repartimiento de tierras ya no se planteaba por los conquistadores, sino por comisionados reales nombrados por el Visitador. Si el reparto era para las misiones jesuitas, se haría de acuerdo con los reverendos jesuitas.

Hoy en día los barrios coloniales de las antiguas urbes americanas son Patrimonio de la Humanidad o como mínimo están protegidos por los respectivos Estados. En Colombia hay barrios coloniales conservados en Cartagena de Indias, Villa de Leyva, Bogotá, Tunja y Zipaquirá. Otros centros históricos conservados son los de Santo Domingo (República Dominicana) o La Habana (Cuba).

Se pueden definir distintas tipologías de ciudades nos sugiere Chueca Goitia:[2]

La arquitectura simple y sin adornos, cuya características son:

La tipología de la Vivienda arequipeña se encuentra en las zonas del alto Perú, y su influencia principal reside en las características del lugar. Debido a ser esta una zona sísmica, se genera un tipo de vivienda que pueda soportar las catástrofes naturales. De este modo se construye una vivienda con la particularidad de tener una cubierta abovedada paralela a la calle, dándole menos posibilidades de derrumbe a la cubierta en caso de sismo.

La vivienda boliviana se destaca por el uso de la madera del lugar, se alza una vivienda con galerías laterales y una cubierta a dos aguas, que sirven como espacios protectores de los vientos, lluvias y sol.

Como edificio más importante en la ciudad colonial, la catedral o iglesia era el primero en construirse y el más alto y grande de la villa. Se situaba o en la plaza mayor o en otra plaza aparte dependiendo de la ciudad y su orografía.

Se construyeron catedrales de varios estilos arquitectónicos: gótico, barroco, renacentista y neoclasicista entre otros. Al principio llegaban los constructores desde la península, pero una vez extendidos y enseñados los estilos por América, desarrollándose con variedades locales.

Actualmente, gran variedad de catedrales construidas durante la época colonial en América son Patrimonio de la Humanidad dentro de los centros históricos y un gran reclamo turístico de las ciudades hispanoamericanas. Un ejemplo son las catedrales de la Ciudad de México, San Juan, La Habana, Santo Domingo, Lima o Cartagena de Indias, incluidas dentro de los centros históricos y conjuntos monumentales.

Los cabildos, órganos municipales originales del medioevo español y trasplantados a América por los conquistadores, fueron una de las instituciones más importantes del sistema colonial español, sobre todo en los primeros años de la conquista de América. Constituyeron un mecanismo de representación de las elites locales frente a la burocracia real.

El cabildo, arquitectónicamente, debía ser un edificio que destacase de los demás dentro de la plaza mayor. Generalmente era un edificio de dimensiones grandes, dependiendo del tamaño de la villa, que contenía la cárcel, los archivos, salas capitulares y estancias para jueces y escribanos. Era común que contaran con recovas.


Para defender las ciudades coloniales, la Corona Española se planteó la necesidad de su fortificación; ya fuese mediante un sistema para toda la ciudad o solo para ciudadelas. La protección de estos complejos urbanos se planteó principalmente como un sistema defensivo de los puertos comerciales y el litoral. La fortificación de las plazas hispanoamericanas responde a varios motivos: por una parte, la defensa frente a los ataques de los indígenas americanos y, mayormente, por la incidencia de otras potencias europeas que llevaron a cabo diversas actividades ilícitas, como el contrabando, la piratería y las actuaciones de los bucaneros. Esto fue promovido en los siglos XVI y XVII por parte de ingleses, franceses y holandeses que, posteriormente, se convertirían en corsarios.

En el siglo XVII se encontraban construidas o en proceso de construcción las primeras fortificaciones de las principales ciudades, pero el espíritu de libertad de las colonias motivó la demolición de algunas estructuras defensivas en el siglo XIX. Por lo cual, hoy en día, algunos sistemas defensivos están incompletos.

La arquitectura barroca en Hispanoamérica ocurre en los siglos XVII y XVIII, cuando la dominación de las Indias llega a su apogeo. Tres son los impulsores del barroco en América: la Corona, la burguesía y los jesuitas como representantes de la Iglesia.

En América el barroco encuentra su propio estilo, gracias a la fusión del nuevo estilo con el sustrato indígena y la tradición mudéjar, como en el Barroco Andino. Hay variaciones estilísticas reflejada en América, ya que no es lo mismo hablar del Barroco México, Barroco en el Caribe, Barroco Iberoamericano, debido a las diferentes procedencias regionales de los conquistadores y sus referencias culturales, a la realidad en sí misma del nuevo mundo y al los diferentes roles que se fue asignado en el proceso de ocupación del espacio.

Cada una de las obras cuenta con rasgos de identidad propias de cada uno de los pueblos indígenas y en segundo lugar porque constituyen manifestaciones artísticas sociales y culturales de primer orden, siendo estas las pioneras de una Arquitectura Barroca rica en arte decorativo.[3]

El indígena es el arquitecto que edifica obras bajo los nuevos conceptos como: la desnaturalización del muro portante reflejado en las columnas, la generación espacios con cúpulas, el manejo de la incidencia de la luz con doble alturas, que fueron traídos por los españoles en la conquista.

La catedral de México se convertirá en el paradigma de la arquitectura colonial. Francisco Becerra levantará la catedral de Puebla según este modelo. A Becerra le debemos los planes de las catedrales de Cuzco, Quito y Lima. Otro de los grandes arquitectos mexicanos es Francisco Antonio de Guerrero y Torres: capilla del Pocito, en Puebla; además construye numerosas casas señoriales para la burguesía mexicana: palacio de Jaral de Berrio. Su decoración recuerda los motivos aztecas. En Puebla aparece una escuela barroca de la que salieron la Capilla del Rosario (Puebla) y los santuarios de Ocotlán en Tlaxcala, y de San Francisco de Acatepec, dos ejemplos del rococó mexicano de autor desconocido.

El barroco en el virreinato del Perú está marcado por el terremoto de Lima de 1746. La ciudad quedó destruida y de su reconstrucción surgieron edificios representativos del barroco. Francisco Antonio Guerrero y Torres trabajó, también, en este virreinato: catedrales de Lima, Cuzco y Quito. También trabaja en Lima el portugués Constantino de Vasconcelos: convento de San Francisco.

En Colombia destaca Simón Schenherr, un jesuita de origen alemán: iglesias de los jesuitas de Cartagena de Indias y Popayán. En Bolivia destaca la Catedral basílica de Nuestra Señora de La Paz (Potosí). Y en Argentina hay que reseñar a Juan Kraus, jesuita de origen alemán: Iglesia de San Ignacio (Buenos Aires), y Andrés Blanqui: catedral de Córdoba.

La actividad arquitectónica en el Brasil colonial se inicia a partir de la década de 1530, cuando la colonización gana impulso con la creación de las Capitanías Hereditarias (1534) y la fundación de las primeras villas, como Igaraçu y Olinda, fundadas por Duarte Coelho cerca de 1535, y San Vicente fundada por Martim Afonso de Sousa en 1532. Más tarde, en 1549, fue fundada la ciudad de Salvador por Tomé de Sousa como sede del Gobierno General. El arquitecto traído por Tomé de Sousa, Luís Días, diseñó entonces la capital de la colonia, incluyendo el palacio del gobernador, iglesias y las primeras calles, plazas y casas, además de la indispensable fortificación alrededor del asentamiento.[4][5][6]

La parte más noble de la ciudad de Salvador, que incluía el palacio del gobernador, residencias y la mayoría de las iglesias y conventos, fue construida sobre un terreno elevado, a 70 metros sobre el nivel de la playa, mientras junto a la bahía fueron construidas las infraestructuras dedicadas a las actividades comerciales. Otras ciudades fundadas el siglo XVI, como Olinda (1535) y Río de Janeiro (1565), se caracterizan por haber sido fundadas cerca del mar pero sobre elevaciones del terreno, dividiéndose el asentamiento en una ciudad alta y una ciudad baja.

De manera general la ciudad alta abrigaba la parte habitacional y administrativa y la parte baja las áreas comercial y portuaria, recordando la organización de las principales ciudades portuguesas, como Lisboa, Oporto y Coimbra, de origen en la Antigüedad y época medieval. Esa disposición obedeció a consideraciones de defensa, una vez que los primeros tiempos los asentamientos coloniales corrían constante riesgo de ataques de indígenas y europeos de otras naciones. De hecho, casi todas las primeros poblados fundados por los portugueses contaban con muros, empalizadas, baluartes y puertas que controlaban el acceso al interior.[7]

El urbanismo colonial en Brasil se caracterizó frecuentemente por la adaptación del trazado de las calles, plazas y murallas al relieve del terreno y posición de edificios importantes, como conventos e iglesias. A pesar de no seguir el rígido patrón de tablero de ajedrez de las fundaciones españolas en el Nuevo Mundo, actualmente se considera que muchas ciudades coloniales, comenzando por Salvador, tuvieron sus calles trazadas con relativa regularidad.[8][9]​Durante el periodo de la Unión Ibérica (1580-1640), las ciudades fundadas en Brasil tuvieron mayor regularidad, como es el caso de Felipeia de Paraíba (actual João Persona), fundada en 1585, y San Luís del Maranhão, trazada en 1615 por Francisco Frías de Mezquita, siendo que la tendencia a la regularidad de los trazados de centros urbanos aumentó a lo largo del siglo XVII.[7]

Se destacan también las grandes obras urbanísticas realizadas en Recife durante el gobierno del Conde João Maurício de Nassau (1637-1643), que con el aterramiento y construcción de puentes, canales y fuertes transformó el antiguo puerto de Olinda en ciudad.

Un aspecto determinante en el urbanismo colonial era la implantación de iglesias y conventos. Frecuentemente la construcción de edificios religiosos iba acompañada por la creación de un atrio o una plaza junto al edificio, así como una malla de calles de acceso, organizando el espacio urbano. En Salvador, por ejemplo, la construcción del Colegio de los Jesuitas el siglo XVI, fuera de los muros de la ciudad, dio origen a una plaza - el Terreiro de Jesus - e hizo del área un polo de expansión de la ciudad.

Otro ejemplo notable de espacio urbano colonial es el Patio de São Pedro, surgido a partir de la construcción de la Concatedral de San Pedro de los Clérigos del Recife (tras 1728). En Río de Janeiro, la principal calle colonial, la Calle Derecha (actual Calle Primero de Marzo), surgió como conexión entre el Morro del Castillo, donde había sido fundada la ciudad, y el Monasterio de San Benito, localizado sobre el morro de mismo nombre. Otro aspecto importante era la implantación de monumentos religiosos en lugares altos, a veces precedidos por escaleras, lo que creaba paisajes cenográficos de fuerte carácter barroco. En Río, por ejemplo, muchos monasterios e iglesias fueron construidos sobre morros, con sus fachadas vueltas hacia el mar, ofreciendo un magnífico escenario a los viajeros que se adentraban en la Bahía de la Guanabara.

La relación privilegiada entre topografía e iglesias también es marcada en las ciudades mineras, especialmente Ouro Preto y en el Santuario de Congonhas. En esta última la iglesia de peregrinación se encuentra en lo alto de un morro, precedido por un conjunto de capillas como la vía sacra y una escalera decorada con estatuas de profetas.

El siglo XVIII, reformas realizadas por el gobierno de Marqués de Pombal, ligadas en parte a la necesidad de ocupar los límites con la América española, llevaron a una mayor presencia de ingenieros militares en la colonia y a la fundación de varias villas planeadas, en las cuales estaban previstos los lugares para los edificios administrativos, iglesias y símbolos del poder público. Así, a lo largo del siglo XVIII, muchas villas fueron creadas con urbanismo planificado en los actuales estados del Río Grande del Sur, Mato Grueso, Goiás, Roraima, Amazonas y otros. Además de eso, en algunos lugares se adoptaron patrones comunes de fachadas para edificios con el objetivo de crear un conjunto urbano armónico, como se observa en la ciudad baja de Salvador a mediados del siglo XVIII.[7]

En Minas Generales, donde el Ciclo del Oro favoreció el rápido crecimiento de villas en terrenos accidentados sin ninguna planificación, también hubo algunas importantes intervenciones urbanísticas. El trazado de la ciudad de Mariana, localizada en un terreno relativamente plano, fue reformado para que tuviera más regularidad en 1745 por José Fernandes Pinto Alpoim. En la misma época, varias casas fueron demolidas en el centro de Ouro Preto para la creación de una monumental plaza, la actual Plaza Tiradentes, donde fueron implantados la Casa de la Cámara y el Palacio de los Gobernadores. Mejoras urbanísticas fueron más frecuentes a medida que avanzó la colonización. En Salvador, grandes vertederos  en el siglo XVIII permitieron el desarrollo de la ciudad baja, antes restringida a un estrecho espacio de tierra. En Río de Janeiro, lagunas y pantanos fueron secados para permitir la expansión y mejorar la salubridad de la ciudad.

También en Río fue construida tal vez la mayor obra de infraestructura realizada en el Brasil colonial: el Acueducto de la Carioca, inaugurado definitivamente en 1750. El acueducto traía agua del río de mismo nombre al centro de la ciudad, alimentando varias fuentes, algunas de los cuales aun existen. Uno de ellos se localizaba en el Ancho del Paço (actual Plaza XV), urbanizado al inicio de los años 1740 por José Fernandes Pinto Alpoim a la imagen de la Plaza de la Ribeira de Lisboa. El muelle de la plaza ganaría más tarde una monumental fuente proyectada por Valentim da Fonseca e Silva y terminado en 1789.

Para la fundación de las ciudades coloniales, las leyes de indias contemplaban entre otras cosas, un emplazamiento adecuado, que para su selección recomendaba estar cerca de un río limpio, orientada adecuadamente frente a los vientos y el sol.

Por más de tres siglo así se construyó América latina. Pero los cambios llegaron y el mayor fue el reclamo de libertad e independencia de los pueblos de América, inspirado en los principios de la revolución francesa y fomentado por la enemistad histórica del Imperio Británico hacia el reino de España. Obtenida la independencia, en nuevo orden se vio reflejado en la ciudad: La plaza, aquella que sirvió de embrión, pero que también simbolizaba la opresión y la barbarie, fue transformada por decisión política y convertida en “parque”, concepto francés que se asimiló a la libertad y a la república. Las plazas duras y limpias, fueron arborizadas siguiendo trazados y diseños afrancesados y se entronizaron en ellas las estatuas de los próceres de la independencia.

El siglo XX encuentra ciudades en crecimiento y recibe la influencia de esos otros patronos de la independencia que son Inglaterra y los Estados Unidos y su novedoso concepto de la ciudad jardín, creado por el oficinista inglés Ebenezer Howard (1850 - 1928), que migró a Norteamérica.

En términos elementales la ciudad americana transforma la casa colonial, introvertida y autónoma en paisaje, en una casa compacta, que echa fuera su patio y su verde y lo exhibe y traslada al exterior, a la calle: el patio ahora es jardín y se comparte. La calle ahora es avenida, bulevar o alameda.



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