Golpe de Estado de Argentina de septiembre de 1955 nació en Argentina.
El golpe de Estado en Argentina de septiembre de 1955 fue una sublevación cívico-militar que derrocó al gobierno constitucional encabezado por el presidente Juan Domingo Perón y estableció una dictadura cívico-militar encabezada por el general Eduardo Lonardi que se autodenominó «Revolución Libertadora» y que también recibió el nombre de «Revolución Fusiladora», por parte de la oposición. En el transcurso del mismo murieron al menos 156 personas.
Uno de los primeros antecedentes del intento de golpe de Estado se produjo en la madrugada del 28 de septiembre de 1951, el entonces capitán Alejandro Agustín Lanusse se apoderó de la puerta número 8 de Campo de Mayo y por ella ingresaron Benjamín Menéndez y su Estado Mayor. A todo esto llegó el jefe del C-8 teniente coronel Julio Cáceres que recibió el apoyo de los suboficiales, produciéndose un tiroteo en el cual cayó muerto el cabo Miguel Farina por las fuerzas golpistas. De los 30 tanques, sólo pudieron movilizar a siete — probablemente por sabotaje de los suboficiales — que antes de llegar a la salida otros cinco tuvieron desperfectos y quedaron abandonados. Perón recibió la información por sus servicios de inteligencia que el complot estaba encabezado por el general retirado del servicio activo desde 1942, Benjamín Menéndez, Julio Alsogaray, Tomás Sánchez de Bustamante y Alejandro Agustín Lanusse. En un segundo plano estaban los oficiales Larcher, Guglialmelli, Álzaga y el capitán de navío Vicente Baroja. Benjamín Menéndez convocó a una reunión secreta para transmitirles referentes de la oposición los pasos a seguir: asistieron Arturo Frondizi de la UCR, Américo Ghioldi, Horacio Thedy en representación de los Demócratas Progresistas y Reynaldo Pastor. Sin embargo la intentona golpista fracasó rápidamente.
En 1953 el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi se embarcó en el rutinario viaje de instrucción de la Flota de Mar, durante el cual tuvo la idea de atacar la Casa Rosada de la misma manera que los japoneses habían atacado Pearl Harbor. Mediante amigos comunes solicitó nuevamente al general Eduardo Lonardi su ayuda pero este hizo caso omiso.
El 15 de abril de 1953 se produce un ataque terrorista que consistió en la detonación de dos bombas mientras se realizaba un acto sindical organizado por la Confederación General del Trabajo (CGT) en la Plaza de Mayo (frente a la Casa Rosada). Como resultado murieron seis personas y más de 90 quedaron heridas y 19 mutilados. siendo considerado un primer ensayo del posterior bombardeo a Plaza de mayo de 1955 y del golpe de septiembre. Luego del Atentado de 1953 se reactivó la conspiración e incluso se elaboraron dentro de la Marina varios planes que bajo la apariencia de ejercicios de guerra tenían como finalidad prepararse para un futuro golpe. Tras el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón fueron amnistiados por la dictadura llamada «Revolución Libertadora».
Al anochecer del 16 de junio de 1955, tras el fracaso del bombardeo de la Plaza de Mayo por parte de un grupo de marinos, el capitán de navío Arturo Rial, director de Escuelas Navales, y su subordinado el capitán de corbeta Carlos Pujol, que habían sido ajenos a ese golpe, comenzaron a tender lazos para realizar un segundo intento. Trabajaban en el edificio al 610 de la calle Florida, donde funcionaba la Dirección de Personal Naval, lo cual les daba la posibilidad de contactarse bases y unidades. Uno de sus primeros contactos, Marcos Oliva Day, les presentó a su hermano Arturo que participaba en el entorno político de Arturo Frondizi.
Cerca de Rial también gravitaban los capitanes Juan Carlos Duperré y Jorge Gallastegui: los tres entraron en conversaciones con los capitanes de fragata Jorge Palma y Carlos Sánchez Sañudo de la Escuela de Guerra Naval. Todos ellos habían sido puestos en disponibilidad mientras se investigaba si habían participado -o no- de los bombardeos del 16 de junio. Esta situación los dotaba de tiempo libre para conspirar contra el orden constitucional. Los presos Manrique y Rivolta lograron comunicarse con el capitán Rial, proveyendo un listado de los almirantes que no habían dado una respuesta efusivamente negativa al ofrecimiento de comandar el golpe del 16: Garzoni, Rojas, Sadi Bonnet, y Dellepiane.
En Puerto Belgrano el vicealmirante Ignacio Chamorro tenía a su cargo toda el Área Naval, y tras él, el contraalmirante Héctor Fidanza era jefe de la base. Ambos estaban unidos ideológicamente al gobierno peronista. Pero el segundo comandante de la base, capitán de navío Jorge Perren, había simpatizado con Samuel Toranzo Calderón y decidió sumar voluntades a favor del golpe.
El prestigio profesional de Isaac Rojas le había ganado un respeto unánime en la fuerza. En la Escuela Naval Militar que él dirigía faltaban los grandes retratos del presidente y de la primera dama; no se los adulaba, ni tampoco se hablaba mal de ellos.
Pocos días después del 16 de junio el capitán de fragata Aldo Molinari, para sondear el talante de Rojas, le anunció que una nuevo golpe de Estado estaba en marcha, a lo cual el almirante se limitó a responder «¿Lo pensaron bien?».
Después de eso, Palma y Sánchez Sañudo se reunieron con él y hablaron sobre la necesidad de derrocar a Perón. Rojas estuvo de acuerdo, pero les pidió tiempo para decidirse si se plegaba o no. Finalmente Rojas, a través del teniente de navío Roberto Wulff de la Fuente, le confirmó a Juan Carlos Bassi su aceptación. Tras ello, Arturo Rial se reunió con Rojas y convinieron que el Almirante se pondría a la cabeza de la armada en el momento en que estallara el golpe, y que se subordinaría en caso de plegarse un almirante de mayor antigüedad en la fuerza.
De este modo los preparativos serían coordinados por Rial y las acciones serían llevadas a cabo bajo la dirección de Rojas ninguno había participado del golpe del 16 de junio, y el mismo Rojas decidió cortar comunicaciones con los demás hasta el momento indicado, para evitar sospechas. A fines de junio, Perren, comandante segundo de la Base Naval Puerto Belgrano, tomó conocimiento de que Rojas lideraba este nuevo movimiento y de que Rial lo organizaba en Buenos Aires. Entonces decidió sumarse y les aportó información acerca de las actividades programadas para la flota de mar a lo largo de julio, agosto y septiembre para que pudieran elegir una fecha propicia.
El 14 de julio, Mario Amadeo, que estaba en la clandestinidad desde hacía casi un mes, escribió una carta al ministro Embrioni, instándo tanto a él como al ejército para que dejaran de apoyar al presidente. El texto tuvo una amplia circulación en ámbitos castrenses, donde las quemas de la bandera y de las iglesias desencadenaron el rechazo de un vasto grupo nacionalista que había apoyado a Perón desde el golpe de 1943.[cita requerida] La dispersión territorial y el desconocimiento mutuo hacía muy difícil su organización; pero un núcleo comenzó a formarse en el Departamento de Operaciones del Estado Mayor General.
Tras el bombardeo de junio Perón allí habló y planteó “Yo dejo de ser el jefe de la Revolución para pasar a ser el Presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios. La revolución peronista ha finalizado (…) en este momento es necesaria la pacificación” (15 de julio de 1955).
En agosto de 1954 Raúl Lamuraglia, un hombre de negocios, había financiado la campaña de la Unión Democrática, que enfrentó en las elecciones de 1946 a la fórmula de Perón, a través de millonarios cheques del Bank of New York destinados a sostener el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical y a sus candidatos José P. Tamborini y Enrique Mosca. En 1951, el empresario había aportado recursos para apoyar la asonada fallida del general Menéndez, lo que lo llevó a prisión, tras salir en libertad marchó al Uruguay. Sin embargo con las políticas de promoción industrial del peronismo su fortuna se había expandido en una década de crecimiento económico. Esto le permitió comprar un avión de combate en Estados Unidos, un cazabombardero liviano que llevó a Montevideo para llevar adelante la misión de matar a Perón y bombardear la Plaza de Mayo. Tripulado por un aviador naval, Luis Baroja, el cazabombardero volaría hasta la Plaza de Mayo, en pleno acto del peronismo, para ametrallar el balcón donde hablaría Perón. Lamuraglia se reunía frecuentemente con referentes del Partido Colorado de Uruguay. Días antes de concretar el plan se encontró secretamente, en 1954, con el presidente Batlle Berres y el empresario argentino Alberto Gainza Paz en su residencia veraniega de Punta del Este, quienes le ofrecieron apoyos para el plan de magnicidio y en su defecto financiar el golpe de Estado. Instalado de nuevo en Buenos Aires, el empresario radical Lamuraglia ofreció su quinta en Bella Vista para organizar la conspiración y se comprometió a financiar un futuro golpe, en noviembre de 1954 se reunieron finalmente Bassi, Lamuraglia, Francisco Manrique, Néstor Noriega, el excapitán del ejército Walter Viader, Carlos Bruzzone, el comandante de tropas de la Fuerza Aérea Agustín de la Vega, y políticos opositores entre ellos el político radical Miguel Ángel Zavala Ortiz, el conservador Américo Ghioldi, Jaime Mejía, Mario Amadeo y el abogado Luis María de Pablo Pardo, futuro ministro del Interior del dictador Eduardo Lonardi, Adolfo Vicchi, futuro embajador ante Estados Unidos durante la dictadura de Aramburu Alberto Benegas Lynch. Si bien exploraron la posibilidad de convocar a los generales Gibert, Aramburu y Anaya, las reuniones no tuvieron ningún resultado concreto.
El mayor Juan Francisco Guevara interpeló a su director, coronel Eduardo Señorans, sumando al teniente coronel Hure, a los mayores Conesa, Mom y Martínez Frers, y a los capitanes Miró, Toccagni y Carranza Zavalía. El general Pedro Eugenio Aramburu, amigo personal de Señorans, pronto se sumó a esa conspiración y dividió las tareas: él buscaría los contactos políticos y Señorans los contactos militares. Este último conocía al capitán Jorge Palma, y por este nexo Aramburu se reunió con el almirante Rojas, a quien también ya conocía por haber sido ambos agregados militares de la embajada argentina en Río de Janeiro.
A partir de mayo de 1955 en la Escuela de Artillería de Córdoba, el capitán Raúl Eduardo Molina lideró una conspiración paralela, junto a otros oficiales jóvenes: teniente primero Francisco Casares, capitanes Osvaldo Azpitarte, Alejandro Palacio, Juan José Buasso, tenientes primeros Augusto Alemanzor, Anselmo Matteoda y Alfredo Larrosa. Luego se sumó el mayor Melitón Quijano Semino, cuya gradación lo hacía importante en el grupo, dada la poca jerarquía del resto de los conspiradores.
Otros grupos golpistas se formaron en el Liceo Militar «General Paz» y en la Escuela de Tropas Aerotransportadas. En esta última, el líder era Julio Fernández Torre. En el Liceo, el mayor Mario Efraín Arruabarrena se rodeó de sus colaboradores: capitanes Juan José Claisse, Juan Manuel de la Vega y el teniente primero Alfredo Viola Dellepiane. Dado que carecían de un oficial de alto rango que los liderara, Molina ofreció esta responsabilidad al retirado coronel Arturo Ossorio Arana, quien había sido hasta 1951 director de la Escuela de Artillería. Siendo oficiales jóvenes, pequeños grupos de amigos se organizaban, y luego contactaban a oficiales de mayor rango para que los lideren.
El 15 de julio Perón pronunció un discurso en tono reconciliatorio, como ya había hecho las semanas anteriores: «Limitamos las libertades en cuanto fue indispensable limitarlas para la realización de nuestros objetivos. No negamos nosotros que hayamos restringido algunas libertades: lo hemos hecho siempre de la mejor manera, en la medida indispensable. (...) Yo dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el Presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios. La revolución peronista ha finalizado; comienza ahora una nueva etapa, que es de carácter constitucional». La Unión Cívica Radical puso a prueba el mensaje con una solicitud de permiso para realizar actos públicos, que le fue negada. El 21 de julio la bancada radical en el congreso denunció la desaparición del doctor Juan Ingallinella, que había sido detenido el 17 de junio de ese año por la policía de Rosario, torturado hasta la muerte y arrojado al río Paraná. Los responsables policiales fueron exonerados. El día 27 el presidente de la Unión Cívica Radical, Arturo Frondizi, tuvo permiso para hablar en Radio Belgrano.
El almirante Rojas permaneció al margen, pero sus ayudantes Oscar Ataide y Jorge Isaac Anaya le recababan información. A lo largo de julio, en Bahía Blanca Perren aceleró el adiestramiento de las tropas para que se familiarizaran con un nuevo modelo de fusil que reemplazaba al antiguo Mauser, para disponer de tropas bien entrenadas ante el inminente pronunciamiento.
Para evitar darle poder de fuego a otro alzamiento, el almirante Guillermo Brown ordenó que los aviones utilizados el 16 de junio fueran trasladados sin ametralladoras ni espoletas a la Base Aeronaval Comandante Espora, anexa a Puerto Belgrano en Bahía Blanca. Allí, un grupo de oficiales ingenieros fabricó secretamente espoletas para detonar bombas de 50, 100 y 200 kilos.
En el ejército las fuerzas estaban más dispersas geográficamente y las posiciones ideológicas no eran homogéneas. Un ejemplo es el del Segundo Ejército. La sede de comando estaba en la ciudad de San Luis, y su estructura se dividía en dos agrupaciones. Tenía en total unos 10 000 efectivos dispersos en toda la región de Cuyo. La primera de las dos agrupaciones estaba comandada desde Mendoza por el general Héctor Raviolo Audiso, leal al gobierno, y abarcaba las provincias cuyanas. Sus destacamentos eran: el 1.º en Mendoza con el teniente coronel Cabello, de la facción rebelde; el 2.º en Campo de los Andes con el teniente coronel Cecilio Labayru, también rebelde; el 3 en Calingasta (San Juan) con el coronel Ricardo Botto, leal; el 4 en San Rafael con el coronel Di Sisto, rebelde.
En Calingasta Botto era leal; en cambio el jefe de operaciones de su destacamento era el rebelde teniente coronel Mario Fonseca, que era nativo de la provincia y tenía muy fluidas relaciones con los comandos de civiles que se preparaban allí. La segunda agrupación, que abarcaba a Río Negro y Neuquén, estaba comandada por el teniente coronel Duretta, quien, siendo amigo de Perren, había comprometido su participación en un eventual alzamiento.
La sede del comando de todo el Segundo Ejército estaba en la ciudad de San Luis, donde el teniente coronel Gustavo Eppens había reunido en torno a sí a los mayores León Santamaría, Roberto Vigil, y Celestino Argumedo, junto a varios capitanes. Intuyendo la posición favorable del jefe del Estado Mayor, general Eugenio Arandía, Eppens lo abordó, y éste contestó con entusiasmo. Arandía mandó que el teniente coronel Juan José Ávila estableciera los contactos con civiles en las tres capitales cuyanas, pero no sondeó el ánimo del jefe de todos ellos, general Julio Alberto Lagos, a quien entonces se presumía peronista.
En Buenos Aires nada se conocía sobre la situación del ejército en Cuyo, pero rápidamente se unieron Aramburu y Ossorio Arana para coordinar un plan de acción en esa zona.
Por su parte, un grupo de oficiales retirados colaboraban en el reclutamiento: Octavio Cornejo Saravia, Franciso Zerda, Emilio de Vedia y Mitre, etc. También se incorporó otro general en actividad: Juan José Uranga, aunque su destino no tenía mando de tropa ya que era jefe de la Obra Social. El 20 de julio el teniente coronel Carlos Crabba, invitado por su hermano, se entrevistó con el coronel Eduardo Señorans, otro de los jefes de ejército nacionalistasDalmiro Videla Balaguer, querían reunirse para evaluar un intento de golpe. El general Videla Balaguer era un notorio partidario del presidente Perón y comandaba la IV región militar, con asiento en Río Cuarto. Videla Balaguer y Crabba estuvieron en el Ministerio de Ejército el 16 de junio, y la quema de los templos católicos había tocado su profundo sentimiento religioso, haciendo vacilar su lealtad. Pero por un malentendido creyeron que Señorans era el líder en Buenos Aires, y el general Videla se negó a subordinarse a un coronel.
e informó que tanto él como su jefe, generalJulio Lagos era el único general activo formalmente afiliado al partido peronista. Su pertenencia se debía a sus tendencias nacionalistas: Perón había sido compañero suyo en el GOU y juntos habían participado en la Revolución del 43: se trataba de una persona fiel a Perón desde sus inicios y que desde 1954 estaba en íntimo desacuerdo con el gobierno.
Los doctores Alberto V. Tedín, que al igual que otros nacionalistas se había alejado de Perón después de haberlo apoyado,Bonifacio del Carril y Francisco Ramos Mejía intentaron inútilmente modificar su actitud. El 27 de julio, en casa de Del Carril, el general Lagos se encontró con el general Justo León Bengoa y los doctores Francisco Ramos Mejía y Jorge Gradin: ellos trataron de convencerlo para que se uniera a un intento revolucionario. Inicialmente Lagos se negó, solo su esposa pudo hacerlo dudar, ante la impune quema de las iglesias. Estas reuniones no eran las únicas, según Del Carril, "todos los hilos se unificaban y, en realidad, se trataba de una sola conspiración, con vastas y variadas fuentes, todas convergentes."
Sin embargo al poco tiempo, por una discusión con el ministro Lucero, Lagos pasó a retiro y su lugar al mando del Segundo Ejército fue ocupado por José María Sosa Molina.
A mediados de agosto fue detenido el general Bengoa, sospechado de planear un golpe. En la provincia de Corrientes, el coronel Eduardo Arias Duval, jefe de estado mayor de una unidad en Curuzú Cuatiá, buscó la forma de unirse al bando revolucionario con la intención principal de liberar a Bengoa y ponerlo al mando de sus tropas en Entre Ríos.
La poderosa agrupación de tropas blindadas de Curuzú Cuatiá tenía su Estado Mayor en construcción, por lo tanto, su cúpula directiva estaba trabajando desde Buenos Aires. En el lugar, la mayor autoridad era el leal teniente coronel Ernesto Sánchez Reynafé.
En cambio, un jefe de destacamento de ideas liberales, el mayor Juan José Montiel Forzano, mantenía correspondencia con el coronel Carlos Toranzo Montero. Toranzo lo convenció para que arme un foco rebelde en la región nordeste y se contactara con el comandante de la IV División de Caballería, general Astolfo Giorello. Giorello dijo que era antiperonista y que había hablado con sus colaboradores inmediatos: en caso de una nueva rebelión empezarían siendo neutrales. De todos modos, Montiel Forzano reclutó para su complot a varios representantes de cada unidad: capitanes Eduardo Montés, Claudio Mas, Francisco Balestra; tenientes primeros Oscar Ismael Tesón, Jorge Cisternas, Hipólito Villamayor, Julián Chiappe; y el teniente Ricardo García del Hoyo.
En el Colegio Militar de la Nación surgió otro grupo golpista el mayor Dámaso Pérez Cartaibo y el capitán Guillermo Genta reunieron a su alrededor a los capitanes Alfredo Formigioni, Jorge Rafael Videla, y Hugo Elizalde. Dámaso Pérez se contactó con el general Juan José Uranga y así entraron en la conspiración de Guevara, Señorans y Aramburu.
El general retirado Eduardo Lonardi vivía alejado de sus excolegas, pero las visitas de los coroneles Cornejo Saravia y Ossorio Arana lo pusieron en conocimiento del complot que lideraba Aramburu. A principios de agosto de 1955, Lonardi fue a hablar con Aramburu para ofrecerle apoyo y asistencia. Aramburu contestó:
El 10 de agosto se dictó el fallo contra el almirante Toranzo Calderón y quienes lo acompañaron. Por intervención del presidente Perón, Toranzo no fue condenado a muerte: en cambio, fue degradado y condenado a reclusión indeterminada. Los demás jefes del alzamiento recibieron distintas penas según su grado de participación.
En Córdoba, desde mediados de julio y hasta agosto se sucedieron atentados con bombas o incendios: contra seis unidades básicas peronistas, la sede de la UES, de la Confederación General Universitaria, y un busto de Eva Perón en Unquillo. En esa provincia actuaron dos grupos de radicales: uno al mando de Yadarola y Rodolfo Amuchástegui, otro comandado por Eduardo Galmond y Santiago del Castillo. Paralelamente los grupos conservadores católicos constituían sus propios grupos de combate que más tarde cobrarían protagonismo en episodios de guerra urbana en la capital provincial. Sus cuadros principales fueron los políticos Luis Torres Fotheringham, Tristán Castellano, Guillermo Saravia, Damián Fernández Astrada, Lisardo Novillo Saravia (h.), y los ingenieros Fernández Padilla, Guillermo Castellano y Calixto de la Torre. Cada comando nucleaba a diez dirigentes, y cada uno de ellos dirigía a diez militantes. En Córdoba, desde mediados de julio y hasta agosto se sucedieron atentados con bombas o incendios: contra seis unidades básicas, la sede de la UES, de la Confederación General Universitaria, y un busto de Eva Perón en Unquillo. En esa provincia actuaron dos grupos de radicales: uno al mando de Yadarola y Rodolfo Amuchástegui, otro comandado por Eduardo Galmond y Santiago del Castillo. Paralelamente los grupos conservadores católicos constituían sus propios grupos de combate que más tarde cobrarían protagonismo en episodios de guerra urbana en la capital provincial. Sus cuadros principales fueron los doctores Luis Torres Fotheringham, Tristán Castellano, Guillermo Saravia, Damián Fernández Astrada, Lisardo Novillo Saravia (h.), y Fernández Padilla, Guillermo Castellano y Calixto de la Torre. Cada comando nucleaba a diez dirigentes, y cada uno de ellos dirigía a diez militantes.
Para el 16 de septiembre la UCR había convocado a un acto en la Casa Radical, donde repartieron armas en comités y en parroquias. Los comandos civiles ultracatólicos (llamados “palomas”) convocaron a la acción armada. Previamente negociaron un crédito con la Sociedad Rural para que financie actividades desestabilizadoras, como sabotajes a la red eléctrica, a los cables de la empresa telefónica Entel, disparos a las ruedas de camiones de bomberos y ambulancias, días antes represantantes de la UCR viajaron a Uruguay entrevistandose con Emilio Eduardo Massera, Horacio Mayorga, Oscar Antonio Montes, y Osvaldo Cacciatore.
Diversos grupos civiles de «comandos» comenzaron a surgir en torno al hermano Septimio Walsh, director del colegio Nuestra Señora del Huerto. En uno se congregaba a Adolfo Sánchez Zinny, Edgardo García Puló, Florencio Arnaudo, Carlos Burundarena, Manuel Gómez Carrillo y demás católicos nacionalistas. Otro, en cambio, estaba conformado por militantes radicales, incluyendo a Roberto Etchepareborda y Héctor Eduardo Bergalli.
En la madrugada del 14 de agosto la policía federal detuvo a un grupo de estudiantes universitarios bajo la acusación de planear el asesinato de Perón y sus ministros. El llamado «grupo Coppa» estaba integrado por Ricardo Coppa Oliver, Aníbal Ruiz Moreno, Carlos de Corral, Enzo Ramírez, y otros. El 15 de detuvo al denominado «grupo Centurión» Jorge Masi Elizalde, Franklin Dellepiane Rawson, Manuel Rawson Paz, Mario Espina Rawson, Luis Domingo Aguirre, Julio Aguirre Naón y Carlos Gregorini.
Anunciaba el diario La Época del lunes 15 de agosto: «La oligarquía quería arrastrar al país al desorden y al crimen para tomar el poder. Cuenta con la resaca de los partidos opositores, menores de edad, estudiantes pitucos y retirados reblandecidos; clérigos complicados».
Y al final del artículo «se devolverá golpe por golpe». En Buenos Aires, el 29 de agosto La Época tituló: «Descubrióse en el Barrio Norte una organización de pitucos subversivos. Disponían de dinero, armas y autos en abundancia. Planeaban atentados. Operaban por células como los comunistas». Esta vez los detenidos fueron Emilio de Vedia y Mitre (h.), Mario Wernicke, Emilio Allende Posse, Carlos Ocantos, Héctor López Cabanillas y Julio E. Morón.
El día 30 Perón volvió a plantear la posibilidad de renunciar. Si bien el 16 de junio ya lo había comentado a sus ministros, esta vez hizo un anuncio público en una nota al Partido Peronista. Mencionó la posibilidad de «retirarse» ante el fracaso de la política conciliatoria:
En la tarde del 31 de agosto la CGT organizó una gran concentración pública frente a la casa de gobierno. Después, al caer la noche, Perón dirigió su palabra a los presentes. Este discurso tuvo una importancia fundamental en el desarrollo de los hechos posteriores, e impulsó en la Argentina de las décadas siguientes ideas nuevas acerca del uso de la violencia política:
Estas palabras causaron una gran repulsión entre los que no pertenecían a la ideología peronista.Río Cuarto el general Videla Balaguer anunció a sus colaboradores inmediatos la intención que tenía de rebelarse.
Esa misma noche, enPocos minutos después el mayor Adolfo Mauvecín, que era su subordinado directo, telefoneó a un amigo suyo en Buenos Aires para que diera la alarma de que Videla planeaba dirigir un movimiento revolucionario en Córdoba, San Luis y Mendoza.
El 31 de agosto, Videla Balaguer tenía el apoyo de muchos oficiales en el Segundo Ejército, y confirmó en el plan a más oficiales dispersos en otras unidades de la región que querían rebelarse contra el gobierno; pero no tenía mando efectivo sobre ninguno de ellos. El primero de septiembre hubo un momento de confusión. Ni los grupos civiles de la ciudad de Córdoba ni los militares que participaban del complot en Escuela de Artillería querían largarse sin la dirección de un oficial de alto rango, y sin el apoyo de sus contactos en Buenos Aires. No quedaba en claro si el líder de la revolución era Videla Balaguer, Ossorio Arana, Señorans, o Aramburu. Ante la duda si «salir» o «no salir», Ramón Molina reclamó la presencia de Ossorio: «con él no hay problema, salen hasta las cocinas». Porque Ossorio había sido director de la Escuela de Artillería y gozaba de una gran popularidad entre los oficiales. El 2 de septiembre, Ossorio Arana viajó de madrugada y temprano en la mañana tocó a la puerta de Videla Balaguer, en Río Cuarto. Resolvieron que Ossorio viajase primero a Córdoba y telefonease tras evaluar la situación local.
Horas más tarde, Mauvecín relató los hechos en una reunión con el ministro Lucero, el Subsecretario Embrioni, y el jefe del Servicio Informativo del Ejército general Sánchez Toranzo. Un oficial rebelde dentro del Servicio Informativo del Ejército hizo llegar la alarma a Videla, quien ante el inminente arresto resolvió huir de Río Cuarto con sus colaboradores, mediante la ayuda de un grupo de civiles que colaboraban en esa ciudad.
El 3 de septiembre la Dirección Nacional de Seguridad emitió un comunicado en el que detallaba acciones que debían ser reprimidas por «alterar el orden y atentar contra el Estado». En su artículo número 3 mencionaba la impresión, distribución y tenencia de panfletos de cualquier tipo. El artículo número 4 prohibía las reuniones en la vía pública, y las reuniones en locales que no tuvieran objetos culturales, comerciales, deportivos o de esparcimiento: cualquier reunión o actividad partidaria de los partidos no-peronistas volvía a considerarse un acto de delincuencia.
La conspiración de Señorans y Aramburu contaba con el apoyo de gran parte de la Marina, pero no tenían contactos en la Fuerza Aérea, y en el Ejército solo un reducido grupo de unidades estaban dispuestas a alzarse en Córdoba; aunque había grandes posibilidades de rebelar el Segundo Ejército en Cuyo y otras unidades en Corrientes. Ante este panorama se realizó una reunión en casa del doctor Eduardo Héctor Bergalli, de la que participaron el general Juan José Uranga, el coronel Eduardo Señorans, el capitán de navío Arturo H. Rial, el capitán de fragata Aldo Molinari y el capitán de corbeta Carlos Pujol, y el presidente de la Unión Cívica Radical, Arturo Frondizi. Señorans anunció la intención de Aramburu de posponer los intentos para el año 1956, ya que no veía avances en el corto plazo. Durante el verano sería imposible actuar ya que se avecinaba, en septiembre y octubre, el licenciamiento de los soldados conscriptos y el almacenaje bajo llave de gran parte del material bélico. Según Isidoro Ruiz Moreno en su libro La revolución del 55, Frondizi dijo al respecto:
Uranga prometió que habría algún general, pero la reunión se disolvió sin resoluciones.Lonardi para que se hiciera cargo de liderar la revolución. Siete días tardó en llegar a Puerto Belgrano la noticia de que Aramburu posponía las operaciones hasta el año siguiente. Perren reaccionó con estupefacción e ira, y convino con sus compañeros que si el día 20 no había novedades, la marina se alzaría en solitario.
El 4 de septiembre, los golpistas en Buenos Aires se enteraron de que Aramburu abandonaba la conspiración y se negaba a actuar por lo que restaba del año 55. Más tarde la noticia se esparciría al resto de la conjura: Ossorio Arana, Arias Duval, y Guevara permanecieron en sus tareas. Sin embargo la presencia de un general seguía siendo un requisito indispensable: por lo tanto al día siguiente el coronel Cornejo Saravia convenció al generalEl 7 de septiembre, la CGT anunció que «los trabajadores de la Patria se ofrecen como reserva» del Ejército para defender la Constitución. Uno de los jefes de la inteligencia del ejército intimó a Lucero, presentándole un organigrama de la estructura conspiradora muy acertado. El ministro Lucero, antes de mandar arrestar a Aramburu y Señorans, planeó para el día 12 un viaje a Córdoba para interiorizarse de la situación en ese lugar. Si se confirmaban las sospechas, el día 16 procedería a ordenar los arrestos. A la madrugada de ese mismo día 16 se produjo el alzamiento.
El 10 de septiembre, dos hijos de Lonardi partieron para recabar información: Luis Ernesto a Córdoba y Eduardo a Mendoza.
A la medianoche, Luis Ernesto Lonardi se presentó ante su padre para informarle que el día 16 finalizarían las actividades de la Escuela de Artillería de Córdoba, y que sus armas irían a ser almacenadas en lugares vigilados. Entonces, el general Lonardi se decidió a actuar inmediatamente, con los efectivos que hubiera en Córdoba, ya que creía que si un foco subversivo sobrevivía más de 48 horas, eso inevitablemente iba a llevar al triunfo del movimiento.
El domingo 11, Lonardi intentó comunicarse con el mayor Juan Francisco Guevara porque este último estaba al tanto de todos los preparativos que ya habían elaborado Aramburu y Señorans. Lonardi no podía salir de su domicilio para no levantar más sospechas entre los servicios de información del ejército; así que mandó como representante a su hijo Luis y un amigo de éste, Ezequiel Pereyra Zorraquín.
Durante la tarde, Pereyra dio con el paradero de Guevara, que había cambiado de domicilio para protegerse. Esa noche Lonardi se reunió con Guevara y con el teniente coronel Sánchez Lahoz, y expuso el plan: una sublevación simultánea en todas las guarniciones del ejército donde se gestaba la revolución, conjuntamente con las bases de Puerto Belgrano y Río Santiago, y las unidades aéreas que espontáneamente fueran a plegarse. Después las fuerzas del interior y las del Litoral convergerían sobre Rosario, a falta de puentes y túneles las fuerzas del Litoral cruzarían con ayuda de la Escuadra de Río de la Marina. Recién entonces un Ejército "Libertador" avanzaría sobre Buenos Aires, al mismo tiempo que la Flota de Mar avanzaría sobre la ciudad. Sánchez Lahoz sublevaría la guarnición de la ciudad de Corrientes, Arias Duval se encargaría de la zona mesopotámica, el general Uranga trataría de sublevar el Gran Buenos Aires.
El 12 a primera hora de la mañana Guevara anunció a Señorans que Lonardi había asumido el mando del golpe.
Ese mismo día, Lonardi se reunió con el capitán de fragata Jorge J. Palma, quien en representación de la marina revolucionaria se comprometió a alzarse el día 16 a las 00:00. Se decidió también que algunos oficiales de la marina estuvieran presentes en las unidades que iban a rebelarse, como signo de hermandad entre las fuerzas armadas y para oficiar de nexto entre ellas: los capitanes de fragata Carlos García Favre y Aldo Molinari estarían respectivamente en Córdoba y Curuzú Cuatiá. Si la operación para liberar a Bengoa resultaba exitosa, lo acompañarían en su viaje a Paraná el mismo Jorge Palma y Sánchez Sañudo: entre los tres tomarían control de las tropas de esa ciudad.
Esa noche, Lonardi también se entrevistó con el general Uranga y le impuso la misión de sublevar el Colegio Militar y el Regimiento de Infantería 1 «Patricios». Paralelamente Guevara se reunió en Bella Vista, en la casa del capitán Jorge Rafael Videla, con los capitanes Genta, Formigoni, Padrós y con el mayor Dámaso Pérez: ellos debían rebelar el Colegio Militar pero habían cambiado de postura ante la perspectiva de hacer luchar a los cadetes contra la división montada que seguramente permanecería leal al gobierno.
También el día 12, Franklin Lucero efectuó el programado viaje a la Provincia de Córdoba con la excusa de asistir a unas demostraciones de fuego de artillería – a la que habían sido invitados los agregados militares de las embajadas extranjeras. Allí se convenció de la lealtad de las tropas, mandó un radiograma al presidente Perón afirmando que la situación estaba controlada, y mandó imprimir un folleto profusamente ilustrado bajo el título de Una unidad modelo: La Escuela de Artillería.
Frente a la Escuela de Artillería se encontraban la Escuela de Aviación Militar y la Escuela de Suboficiales de Aviación. En esta última había un grupo de jóvenes oficiales, que reconocían al ingeniero Oscar Tanco. Esta situación era semejante a la de otras bases de la Fuerza Aérea, donde pequeños grupos de oficiales jóvenes iban reconociéndose mutuamente, y buscando entre los de media jerarquía a alguien que quisiera liderarlos[cita requerida]: los rangos más altos, en cambio, eran todos leales al gobierno.
Los aviadores golpistas en Córdoba trenzaron lazos con los del Grupo 1 de Bombardeo estacionados en Villa Reynolds, San Luis, cuya oficialidad era virtualmente opositora, y se comprometieron a no arrojar sus bombas sobre los objetivos en caso de producirse el golpe.
El martes 13 Lonardi se reunió con Señorans antes de partir y acordaron que este último fuera hacia el litoral tratando de llevar al general Aramburu; mientras que el mayor Guevara acompañaría a Lonardi y Ossorio en Córdoba. A las dos de la tarde, Guevara llamó a la puerta del general Lagos para informarle que el nuevo jefe de la revolución le solicitaba ponerse al mando del Segundo Ejército a partir del día 16.
La noche del 13 llegó la familia Lonardi a Córdoba: Mercedes Villada Achával de Lonardi fue a la casa de su hermano, mientras que los hijos varones se dirigieron a la residencia de Calixto de la Torre, donde los esperaba Ossorio Arana.
Los mayores enfrentamientos se produjeron en Córdoba, donde hubo al menos 107 muertos. Allí, Lonardi, atacó a la de Infantería, cuyos mandos no quisieron plegarse al golpe y habían decidido defender el gobierno constitucional. El mismo Eduardo Lonardi cometería el primer asesinato de la Revolución Libertadora al darle un tiro en la cabeza al jefe de la Escuela de Artillería en Córdoba, por no sumarse a la sublevación. Días después es el responsable de la represión el 17 de octubre de 1955 –y cuya ejecución estuvo a cargo del general Raúl Justo Bengoa– donde tres tanques Sherman ametrallaron a una manifestación de alrededor de 5000 personas en Pavón y Centenario Uruguayo, dejando muertos y heridos.
El día 17 de septiembre de 1955 el pueblo de Río Colorado sufrió el primer bombardeo por parte de las fuerzas militares que habían desatado el golpe de Estado. Ese día la infantería de marina ocupa la ciudad de Bahía Blanca tras bombardear a la ciudad, pero tropas leales al gobierno constitucional marcharon sobre ella. También fue bombardeada por los golpistas la ciudad de Mar del Plata. El 18 de septiembre es derrotada la Escuela Naval de Río Santiago, que estaba sublevada, por la acción de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y el regimiento 7 de Infantería, leales al gobierno democrático. Los mayores enfrentamientos se produjeron en Córdoba, donde hubo al menos 107 muertos. Allí, Lonardi, atacó a la de Infantería, cuyos mandos no quisieron plegarse al golpe y habían decidido defender el gobierno constitucional.
Habiendo sido anoticiados del inminente estallido revolucionario, partieron hacia Cuyo el general Lagos, su hermano Carlos Lagos y el doctor Bonifacio del Carril. Llegaron a San Luis después del mediodía del 14 de septiembre. Esperaban poder tomar el mando sin problemas porque Lagos había dejado de ser el jefe de esa guarnición hacía dos meses, conocía a todos y era muy popular. En las afueras de la ciudad se reunieron secretamente con el comandante en jefe Eugenio Arandía y se anoticiaron de que en la Comandancia Segunda había sido designado José Epifanio Sosa Molina, hermano del ministro, que había llegado de Buenos Aires junto a un grupo de la Policía Federal con órdenes de investigar la situación de los oficiales para evitar un alzamiento similar al que Videla Balaguer había intentado fallidamente dos semanas atrás en Río Cuarto. Arandía agregó que la noticia de la presencia de Lagos en San Luis desataría una intensa búsqueda y su posterior detención por parte de la policía; y que lo mejor era tratar de juntarse en Mendoza con el coronel Fernando Elizondo. Más tarde Arandía se reunió con la oficialidad más fervientemente revolucionaria: los tenientes coroneles Eppens y Ávila, y el mayor Blanco, para ponerlos al tanto.
El día 14, Lonardi se reunió con el general Videla Balaguer, refugiado en Córdoba en el departamento de Damián Fernández Astrada, cabeza de un nutrido comando de civiles. Videla quedó encargado de la coordinación de los grupos subversivos civiles: tanto el de Fernández Astrada como el de Jorge Landaburu. Para evitar que se esparcieran rumores, Lonardi había establecido que los civiles no fueran enterados de los hechos hasta después de iniciados los operativos.
A las 22:00 de ese mismo día se realizó una reunión plenaria con los representantes de varios grupos rebeldes cordobeses: mayor Melitón Quijano y capitán Ramón Molina (Escuela de Artillería), teniente 1.º Julio Fernández Torres (Tropas Aerotransportadas), mayor Oscar Tranco (Suboficiales de Aeronáutica), capitanes Mario Efraín Arrabuarrena y Juan José Claisse (Liceo Militar). En primer lugar se decidió no intervenir el Liceo militar, ya que era una institución educativa para menores de edad y se los debía mantener al margen del combate: solo sus oficiales se sublevarían, ayudando a que los paracaidistas tomaran su escuela.
Se sublevarían también las escuelas de Aviación Militar y de Suboficiales de Aeronáutica, donde la masa de la oficialidad pertenecía al bando antiperonista. La Escuela de Artillería sería copada por Ramón Molina, quien facilitaría la entrada de Lonardi para dirigir desde allí el levantamiento en todo el país. Luego las baterías abrirían fuego contra la leal Escuela de Infantería, abriendo el camino para una sorpresiva irrupción de los paracaidistas. Pasada la medianoche se disolvió la reunión: faltaban menos de 24 horas para el inicio de las operaciones.
El 15 un oficial rebelde emitió una orden con firma falsificada, logrando que el coronel Sánchez Reynafé abandonara engañado Curuzú Cuatiá y viajara a Buenos Aires. Mientras tanto Señorans, Aramburu, Molinari y Arias Duval partían a sublevar esa localidad, y todo el Litoral. En la Base Naval Río Santiago (cercana a La Plata) el almirante Isaac Rojas dio aviso del inminente estallido revolucionario a los capitanes de navío Carlos Bourel, director del Liceo Naval, y Luis M. García, comandante de la Base. El plan era bloquear el Río de la Plata para impedir el abastecimiento de combustibles. En la isla Martín García el director de la Escuela de Marinería, capitán de fragata Juan Carlos González Llanos, había establecido un entrenamiento extraordinario en «infantería y tiro» desde abril de 1955, en marco del complot que culminaría el 16 de junio. El día 15 se le informó la inminencia de la revolución y la solicitud de embarcarse hacia Río Santiago ni bien se tomara conocimiento de su inicio.
En Córdoba, Lonardi festejó su cumpleaños con una ceremonia religiosa y un almuerzo en casa de su cuñado; tras lo cual se despidió de su mujer y partió con Ossorio a las afueras de la ciudad, esperando la hora cero.
En Bahía Blanca, por la tarde, el capitán de navío Jorge Perren preparó los últimos detalles para la rebelión: invitó a plegarse a quienes no estaban en el secreto y detuvo a los que se negaron. En la vecina Base Aeronaval Comandante Espora su jefe -leal al las autoridades constitucionales- se había retirado a las 17, y la guardia, a cargo de Baubeau de Secondigé, esperaba la llegada de quien se haría cargo de sus operaciones revolucionarias: el capitán Andrews. En cuanto a la hora del alzamiento, Perren decidió que era imprudente lanzarse a las operaciones con el personal sin dormir: fijó como hora 0 las 04:30, con la orden de empezar inmediatamente si se oía en las radios de Buenos Aires la noticia del alzamiento en otros puntos del país.
En Buenos Aires ninguna unidad del ejército estaba lista para ser sublevada porque el Ministerio de Ejército había seleccionado cuidadosamente a los oficiales más leales al gobierno para comandarlas. Los oficiales que querían rebelarse y no tenían destino formaron un grupo, coordinado por el teniente coronel Herbert Kurt Brenner y por Rodolfo Kössler, quienes por precaución se comunicaban en alemán. Se habían citado a las 16 en la estación Constitución, para viajar en tren a La Plata y desde allí reforzar la Escuela Naval.
En la Ciudad de Buenos Aires, entonces, la única acción sería la de los comandos civiles: su misión era dejar fuera de servicio a las principales antenas de radio para evitar que se difunda prematuramente la noticia de un alzamiento contra Perón. El operativo tuve éxito: desaparecidas las ondas de las principales emisoras, en Buenos Aires pudieron oírse claramente las radios de Córdoba, Uruguay y Puerto Belgrano. Pero las autoridades de Buenos Aires detectaron esta insólita agitación: serían precisamente estos comandos que darían la primera señal de alarma a las autoridades nacionales.
A las 0:30 el ministro Lucero fue despertado por su ayudante, coronel Díaz, y se le informó sobre la denuncia hecha por un director de la empresa Mercedes Benz: un empleado de la empresa le había dicho que sabía que Heriberto Kurt Brenner se plegaría a una revolución en las horas siguientes. Lucero se trasladó al ministerio y convocó de forma urgente al Comandante en jefe del Ejército, general Molina, al jefe del Estado Mayor General, general Wirth, al subsecretario del Ministerio, general José Embrioni, y al jefe del Servicio de Informaciones, general Sánchez Toranzo. También alistó a la Guarnición Buenos Aires. Luego Lucero llamó al comandante de la IV División de Ejército, radicada en Córdoba, pero su comandante, general Alberto Morello, respondió que se encontraban «sin novedad». Tras ello, comenzaron a llegar una serie de avisos de la policía: grupos de civiles armados habían sido vistos en Vicente López, en Palermo, en Ciudadela, en Ramos Mejía, y en el Hospital Naval. A las 04:00 la Policía Federal emitió un mensaje de carácter urgente:
El ministro creía que los acontecimientos eran de carácter predominantemente civil.:La Plata (entonces llamada «Ciudad Eva Perón») actividades sospechosas en la vecina Base Río Santiago; después se informó la presencia de Lonardi y Ossorio Arana en Córdoba. Lucero hizo despertar al general Perón, quien se trasladó de inmediato a la sede del Ministerio de Guerra.:
Cerca del amanecer el gobernador de la Provincia de Buenos Aires anunció desdeA las 00:00 del 16 de junio Isaac Rojas estableció su Estado mayor con Jorge Palma, Sánchez Sañudo, Silvio Cassinelli y Andrés Troppea. A los cadetes de la Escuela Naval se les ofreció la posibilidad de no plegarse al golpe y no embarcarse; pero todos lo hicieron.
Perren y compañía recibieron las noticia del alzamiento en Río Santiago a las tres de la mañana y procedieron a arrestar a sus superiores.
En Córdoba, los movimientos habían comenzado a las 23:20. Treinta y seis oficiales de la Fuerza Aérea interrumpieron la fiesta de cumpleaños del comodoro Machado, donde se habían reunido todos los jefes de la base; y así los arrestaron a todos juntos.: No esperaron a la medianoche porque en ese momento empezarían a dispersarse los invitados.:
Luego algunos oficiales cruzaron la ruta hacia la Fábrica Militar de Aviones, donde daban por seguro que los 50 oficiales ingenieros iban a plegarse a la revolución, cosa que sucedió. Luego el capitán Maldonado tomó la Escuela de Aviación Militar, donde residía el comodoro Julio César Krause, conocido antiperonista a quien se puso al tanto de la situación y se le ofreció el mando de la fuerza aérea rebelde. Krause vistió su uniforme: como primera medida, mandó la liberación del comandante Jorge Martínez Zuviría y lo puso al mando de la Escuela de Suboficiales.
El ministro Lucero, entre sus acciones preventivas, había mandado a la Escuela de Infantería que se preparase ante cualquier eventualidad. El coronel Brizuela entonces telefoneó a la Escuela de Artillería, pero le comunicaron que su director, coronel Turconi, se hallaba «recorriendo las instalaciones». Eran las dos de la mañana. En realidad, la Escuela de Artillería ya estaba al mando de Lonardi, y Turconi estaba detenido. Luego, el capitán Correa telefoneó a Brizuela, esta vez anunciando que «le quiere hablar el general Lonardi». Brizuela cortó la comunicación: ante la imposibilidad de comunicarse nuevamente, y ante la pérdida del factor sorpresa, Lonardi ordenó a los artilleros que dispararan sobre la Escuela de Infantería.
El ataque causó grandes daños en las instalaciones y sorprendió a muchos de sus integrantes. La rotura de los cables de electricidad y la consiguiente oscuridad tornaron muy difícil la organización de la infantería.servicio militar. Con las primeras luces del día los infantes comenzaron a dar vuelta la situación y lograron rodear a los artilleros. La maniobra dejó sin defensas el edificio de la Escuela de Infantería, que fue ocupada por las tropas aerotransportadas rebeldes del capitán Claisse. Pero ante la inminente caída de los Artilleros tuvo que retroceder a auxiliarlos. Dado que la artillería tiene un rango mínimo de disparo, con los infantes demasiado cerca no había otra opción más que retirarse. Una segunda dificultad era girar los cañones para apuntar a los infantes que, tras la maniobra envolvente, ahora se hallaban a sus espaldas.
Al amanecer solo 1800 de los 3000 efectivos quedaban a las órdenes de Brizuela, principalmente por la deserción de los soldados conscriptos que cumplían elDesde la medianoche el general Videla Balaguer se encontraba en un petit hotel en Alta Córdoba, donde una gran cantidad de civiles se había dado cita para esa madrugada. A medida que llegaban, Videla les tomaba juramento:
En Curuzú Cuatiá un grupo de civiles preparaba la llegada de los líderes revolucionarios: Enrique Arballo, José Rafael y Julio César Cáceres Monié, Juan Labarthe, Mario de León, y algunos otros. Con ellos colaboraba Pedro E. Ramírez, hijo del expresidente. El 16 a las 0 horas el mayor Montiel Forzano comenzó a tomar las unidades apostadas en Curuzú Cuatiá. Al comenzar la mañana toda la ciudad estaba en manos de los rebeldes, y los comandos civiles habían ocupado los edificios públicos. La sorpresa y la celeridad de los operativos habían evitado bajas en ambos bandos.
En el Ministerio de Guerra la primera idea de que se trataba de un alzamiento civil fue quedando de lado a medida que llegaban las comunicaciones del interior. A las 4:55 informaban desde Gualeguaychú que efectivos de la policía habían reportado la presencia de Señorans y Aramburu en esa zona. A las 6:45 llegó un despacho de Córdoba anunciando que la Escuela de Artillería estaba sublevada al mando del general Lonardi. A las 7:30 se conocía que también la Guarnición Aérea de Córdoba estaba en manos de los rebeldes. Una hora más tarde llegó la información de la rebelión en Río Santiago. Con la Flota de Mar estaban cortadas las comunicaciones.
Lucero comandó la respuesta: contra Río Santiago debía avanzar el general Heraclio Ferrazzano al mando de la II División y con apoyo de la Fuerza Aérea. Contra Puerto Belgrano y Comandante Espora irían la III División de Caballería (general Eusebio Molinuevo), la IV de Montaña (general Ramón Boucherie) y la Agrupación Motorizada del general Cáceres. Contra Curuzú Cuatiá avanzaba el general Carlos Salinas al mando de las III y IV Divisiones de Caballería (generales Lubin Arias y Giorello), y unidades de la VII División del Ejército (general Font). Hacia Córdoba convergía la mayor cantidad de fuerzas: el general Sosa Molina al mando de su Segundo Ejército, la IV División de Ejército (general Morello) y la V División de Ejército (Moschini).
Desde la Escuela Naval zarparon los dos destructores de instrucción T-4 (La Rioja) y T-3 (Cervantes). A las 9:30 estas naves fueron atacadas por una cuadrilla de Gloster Meteor de la fuerza aérea dirigida por el vicecomodoro Carlos Císter.
En Bahía Blanca el capitán Arturo Rial estaba a cargo del «Comando Revolucionario del Sur», que comprendía la base aeronaval Comandante Espora y Puerto Belgrano. Inquirieron por radio al jefe del cercano Regimiento 5 de Infantería, teniente coronel Albrizzi: contestó que la unidad no se plegaba al alzamiento pero que permanecería en sus cuarteles. Esta pasividad fue recibida con alivio por los rebeldes.
La poderosa Flota de Mar estaba fondeada en Puerto Madryn: A su mando, el leal almirante Juan B. Basso permanecía fiel a las autoridades constituidas. Al mediodía del 16, el capitán Robbio partió en un solitario vuelo desde la base Espora hacia Madryn con la intención de sublevarla.
En la ciudad de Córdoba, el general Videla Balaguer y unos cuarenta civiles revolucionarios -algunos a las órdenes del diputado radical Miguel Ángel Yadarola- habían sido cercados por la policía y efectivos del ejército tras la denuncia que efectuara una operadora telefónica. Sesenta miembros de la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica se dirigieron hacia Alta Córdoba para prestarles ayuda: su superior armamento permitió la evacuación de todos los presentes.
Por su parte la Escuela de Artillería estaba rodeada. La situación era crítica y tanto Ossorio como Lonardi hicieron votos de luchar hasta la muerte.
En ese momento comenzó a mostrar su efecto el hecho de haber atacado por sorpresa «con toda brutalidad» al inicio del conflicto:
la Escuela de Infantería se quedaba sin munición y su director Brizuela se vio obligado a proponer un cese de las hostilidades. Lonardi expresó que su intención era pacificar el país bajo la consigna «ni vencedores ni vencidos», por lo tanto ofreció que sus tropas rindieran homenaje a los rendidos. Así, la Escuela de Infantería desfiló con sus armas ante la de Artillería y de Tropas Aerotransportadas, después de esto rindieron su armamento y se comprometieron bajo palabra a no retomar hostilidades contra la revolución. El Comodoro Julio César Krause, al mando de la Fuerza Aérea rebelde de Córdoba, tras el regreso de la comitiva que había liberado a Videla Balaguer, mandó un grupo de civiles y algunos soldados a que ocupase las antenas radiofónicas para usarlas con fines revolucionarios. Liderados por el capitán Sergio Quiroga tuvieron varios enfrentamientos con la policía, pero los efectivos policiales no tenían interés en morir luchando contra los revolucionarios.
A las 11 de la mañana, varias unidades leales del Ejército estaban en La Plata, cercando la base Río Santiago y atacando la cabeza de puente que los marinos rebeldes habían establecido sobre la tierra firme.
A esa misma hora en Curuzú Cuatiá se oían las radios oficiales anunciando el fracaso del alzamiento en todo el país. A las 12 un avión sobrevoló la localidad lanzando panfletos con esa misma información. Varios oficiales que se habían plegado al bando rebelde pidieron ser arrestados y encerrados con los leales, hasta que un grupo de más de cien suboficiales pudo zafarse de sus captores, empuñar sus armas, y copar la Escuela Blindada. Tras un largo tiroteo, se parlamentó: la Escuela Blindada permanecería pasiva, sin forzarla a obedecer el mando rebelde. El capitán de fragata Hugo Crexel, por orden directa de Perón, comandaba una cuadrilla de aviones que, junto a la cuadrilla del vicecomodoro Císter, atacaban a los barcos de la Escuela Naval. Ante la potencia del ataque aéreo las naves se alejaron de la Ciudad de Buenos Aires: así salieron del rango de autonomía de los aviones, que comenzaron a atacar la base de Río Santiago. Primero cayeron sobre la Base una cantidad de panfletos anunciando la derrota de la revolución en todo el país, y luego comenzó el bombardeo. Pero en la Río Santiago se había concentrado un gran poder de fuego: de este modo dos aviones fueron averiados y quedaron fuera de combate.
Al mediodía del 16 de septiembre, los rebeldes controlaban ciertos puntos en Córdoba, Curuzú Cuatiá, Río Santiago y Bahía Blanca. La Fuerza Aérea parecía mantenerse leal al gobierno. Nada se sabía acerca del ejército en Cuyo ni había noticias de la Flota de Mar. Perón había salido del Ministerio de Guerra a las 10:30.
La desconfianza reinaba en la Base Aérea de Morón, sede de las escuadras aéreas leales al gobierno, desde que los pilotos de los Calquín hicieran una pasada sobre Río Santiago y sus disparos no hicieran ningún blanco - cosa harto improbable en pilotos tan adiestrados. El grupo 1 de Bombardeo, con asiento en la provincia de San Luis, también había sido convocado a la base de Morón. Allí los primeros dos pilotos en llegar, capitanes Orlando Cappellini y Ricardo Rossi, fueron advertidos por el comandante en jefe de la Fuerza, brigadier Juan Fabri, que intuía sus intenciones revolucionarias:
Se les ordenó pilotear sus Avro Lincoln hasta Córdoba y observar la situación en la Escuela de Artillería: ellos, en cambio, aterrizaron en la Escuela de Aviación Militar y se plegaron a la revolución. Esa tarde los seguirían otros tres: el capitán Fernando González Bosque y los primeros tenientes Dardo Lafalce y Manuel Turrado Juárez. La repercusión emocional en ambos bandos fue inmensa; a partir de estos hechos se comenzó a usar la palabra panqueque, porque los aparatos «se dan vuelta en el aire».
En Puerto Belgrano se interceptaron comunicaciones mantenidas por el teniente coronel Albrizzi, al mando del regimiento de infantería local, pidiendo ayuda a los regimientos de Azul y Olavarría. Albrizzi, que se había declarado neutral, fue intimado a plegarse o rendirse. A las 16:00 el capitán de corbeta salteño Guillermo Castellanos Solá, al mando de un grupo de infantes de marina, ocupó la ciudad de Bahía Blanca. Una parte de la población salió a las calles a festejar y ofrecerse al servicio de los rebeldes. A las 16:30, vencidos todos los plazos de rendición, el capitán Rial dio la orden bombardear el Regimiento 5 de Bahía Blanca. Como el regimiento estaba fuera de la ciudad, no se afectó a la población civil.
Una situación inversa se daba en Río Santiago donde cada 50 minutos los aviones, recargados de municiones en Morón, atacaban las posiciones rebeldes. Cabe recordar que la base Río Santiago está situada en una pequeña isla sobre el Río de La Plata, separada de la localidad de Ensenada por un pequeño brazo de agua. Sobre la tierra firme había un astillero. Por tierra el Regimiento 7 de infantería, junto a policías y milicianos hacían presión contra la base, pero un grupo de infantes de marina al mando del teniente de corbeta Carlos Büsser apoyados por tres cañoneras que estaban sobre el Río Santiago lograron evitar su penetración. Cerca de las 16:30 un ataque aéreo erró groseramente el blanco, bombardeando atrás de la primera línea de infantes, a más de 300 metros de la base naval. Esto causó pánico entre la población civil de Ensenada, que comenzó a autoevacuarse.
En Curuzú Cuatiá un sabotaje de los suboficiales leales permitió que se derramaran todos los depósitos de combustible: de este modo los rebeldes no tendrían forma de utilizar sus vehículos blindados. Mientras tanto, en la vecina ciudad de Mercedes (Corrientes) se concentraban las fuerzas del gobierno.
Por la tarde los destructores que estaban en medio del Río de la Plata fueron aproximándose a Montevideo, y un remolcador uruguayo llevó los heridos a tierra firme.
En la Escuela de Aviación de Córdoba los aparatos eran heterogéneos y destinados principalmente para la instrucción. Varios oficiales se avocaron a ponerlos a punto para el combate, re-ensamblando cañones e instalando bombas. A los aviones se le pintaron insignias, primero a algunos se los identificó con «M. R.» -por Movimiento Revolucionario- pero luego se adoptó el signo de Cristo Vence. Si bien las afueras de la Ciudad de Córdoba estaban controladas por los rebeldes, el centro estaba defendido por el gobernador y la policía. Tras una intensa lucha, Videla Balaguer (reforzado por Claisse al mando de oficiales y suboficiales con morteros y ametralladoras) ocupó el Cabildo de la ciudad. Una gran cantidad de civiles tomó armas secuestradas a la policía y se integró a los comandos. El jefe de la Juventud Radical local, Luis Medina Allende, había entrenado a muchos voluntarios en prácticas de tiro, y se plegaron en conjunto a la revolución, quedando a las órdenes de Videla Balaguer. Antes se habían sumado los hermanos García Montaño, Gustavo Mota Reyna, Gustavo Aliaga, Domingo Castellanos, Marcelo Zapiola, Jorge Manfredi, Jorge Horacio Zinny, y otros. Estos grupos tuvieron una actuación destacada, por ejemplo, la sede de la policía se rindió ante el grupo comando de Miguel Arrambide Pizarro en el que también luchaban estudiantes secundarios. Esa noche soldados de la Escuela de Infantería que habían quedado dispersos sostuvieron algunas escaramuzas con los rebeldes y partieron para Alta Gracia, donde se consolidaban las fuerzas leales. A la medianoche el capitán García Favre voló a Puerto Belgrano para intercambiar noticias.
En San Luis, dado que Lagos hasta hacía dos meses había sido el jefe de la guarnición, esperaba poder tomar el mando sin problemas. En reunión con el comandante en jefe Eugenio Andía, Lagos y sus acompañantes se anoticiaron de que en la Comandancia Segunda había sido designado José Epifanio Sosa Molina, quien había llegado de Buenos Aires con un grupo de la Policía Federal con las órdenes de investigar la situación de los oficiales para evitar un alzamiento similar al que Videla Balaguer había intentado fallidamente dos semanas atrás en Río Cuarto. Para complicar su situación, las tropas de Mendoza y San Juan se hallaban de maniobra en el monte y los jefes apalabrados no tenían acceso al teléfono. Andía también supuso que la noticia de la presencia de Lagos en San Luis desataría una intensa búsqueda y su posterior detención por parte de la policía; y que lo mejor era tratar de juntarse en Mendoza con el coronel Fernando Elizondo.
Con el estallido revolucionario, se ordenó la concentración de todas las unidades del Segundo Ejército en San Luis. La CGT mendocina proveyó camiones y combustible a las unidades presentes en la provincia, que todavía eran leales y que de otro modo habrían tardado una semana en organizarse.
En Curuzú Cuatiá, cerca de las 23:00, la desmoralización de los suboficiales en las unidades rebeldes llegó a un punto máximo: rodearon el casino de oficiales y los obligaron a abandonar la ciudad. Con eso llegaba a su fin la revolución en el litoral.
En Río Santiago los rebeldes se replegaron a la isla entre las 18:00 y las 19:30, al tiempo que el regimiento 6 de Infantería se acercaba a la ciudad Eva Perón (hoy La Plata). Al día siguiente llegaría al lugar un regimiento de artilleros, los cuales fácilmente podría demoler la base y a sus ocupantes. El capitán Crexel se reunió con el almirante Cornes y festejaron con champán. Pero protegidos por la oscuridad de la noche, los rebeldes se embarcaron sigilosamente y avanzaron, aguas adentro, al Río de la Plata.
El 17 de septiembre fue un día nublado en la ciudad de Buenos Aires. Levantado el toque de queda la población salió a aprovisionarse de víveres y velas, pero ningún disturbio alteró el orden en las calles. Los espectáculos públicos y los partidos de fútbol habían sido suspendidos, y mucha gente se encontraba junto a la radio aguardando noticias. Las trajo esa tarde el vespertino La Razón: Curuzú Cuatiá y Río Santiago habían sido ocupadas por tropas leales al gobierno, y los otros focos revolucionarios estaban próximos a caer. Al aclarar, el grueso del Segundo Ejército cruzó el Río Desaguadero que separa las provincias de Mendoza y San Luis. El jefe, general Sosa Molina, se había trasladado a Anisacate, Córdoba, preparando la llegada de sus tropas. La marcha del ejército la dirigía el general Raviolo Audisio, y en San Luis lo esperaba el general rebelde Eugenio Arandía. Llegados a la capital puntana, los oficiales de mayor rango se reunieron en el despacho del Comando. Allí todos los oficiales eran revolucionarios salvo el mismo Raviolo y los coroneles Botto y Croce, quienes fueron arrestados en el lugar.
La sublevación del Segundo Ejército fue conocida primero en Buenos Aires: Lucero mandó que las fuerzas de la Provincia de Buenos Aires que se dirigían a Córdoba se concentraran en Río Cuarto para evitar que las divisiones de montaña reforzaran la posición rebelde en la capital cordobesa. En Río Santiago, tras la salida de los rebeldes, quedó en libertad el capitán de Navío Manuel Giménez Figueroa que había sido arrestado por no plegarse al golpe. Él tomó el mando de la base, mandó izar una bandera blanca y negoció la rendición ante el regimiento 7 de infantería. Quedaban en la base, además de Giménez Figueroa, otros 19 oficiales de menor jerarquía, 176 suboficiales, y 400 hombres entre marineros y conscriptos. Unas 200 personas quedaban en la Escuela Naval. Al aclarar, aviones de la Base Aeronaval Comandante Espora volvieron a bombardear la Guarnición de Ejército Bahía Blanca, que carecía de defensa antiaérea y pronto ofreció su rendición. Así se incautó una gran cantidad de fusiles y munición. García Favre, cumplido su cometido, volvió a despegar hacia Córdoba.
En esa ciudad, desde la noche, personas leales al gobierno ofrecían esporádica resistencia, tanto en grupos como de forma aislada. Los rebeldes habían dispuesto que todos –civiles y militares– se identificaran con el brazalete blanco. Grupos de civiles dirigidos por cadetes aeronáuticos tenían la función de asegurar el orden en la ciudad ocupada. Fuera de ella, dos puntos estaban en manos revolucionarias: el aeropuerto de Pajas Blancas y una emisora de radio en la vecina localidad de Ferreyra. La emisora, rebautizada «La Voz de la Libertad», estaba defendida por una ametralladora en el techo, que barría a 360 grados, y otras dos a los lados protegidas por nidos de zorro. Fue objeto de dos fallidos ataques.
En Anisacate se encontraron el general Morello (con mando sobre las fuerzas en Alta Gracia), el general Sosa Molina (líder del II Ejército, sin saber que estaba sublevado), el coronel Trucco con su Regimiento de Artillería y el mayor Llamosas con las fuerzas de la Escuela de Infantería que habían escapado de la ciudad de Córdoba. Si bien el ministro Lucero había designado a Sosa como líder regional, después de esa reunión todo quedó a cargo de Morello.Walter Viader en Buenos Aires anunciaron la sublevación del II Ejército y el establecimiento de un Gobierno Revolucionario en la provincia de San Luis. Radio Nacional emitió un comunicado:
A las 17:00, las radios rebeldes de San Luis, Córdoba, Puerto Belgrano, y la deEl general Arandía mandó ocupar Villa Mercedes y la vecina localidad de Villa Reynolds, con su base aérea. Luego, el grueso del ejército retornó a Mendoza para ocupar esa provincia y poder abastecer a las unidades de más combustible y municiones. Antes de entrar a la ciudad hicieron llamar al general Lagos para ponerlo al frente de las tropas. En cuanto a la Fuerza Aérea, inicialmente los rebeldes en Córdoba no tenían aparatos de consideración pero el día 17 se acondicionaron algunos Gloster Meteor existentes en la Fábrica de Aviones. Con el pasar de los días distintos aviones irían llegando, tanto panqueques de otras bases aéreas (un Avro Lincoln llegado ese día de Morón partió hacia Villa Reynolds pero cayó por un desperfecto en el camino) como aviones de Aerolíneas Argentinas utilizados como transporte. Con respecto a los bombarderos, en la Escuela de Aviación no había repuestos ni bombas en cantidad, por lo que se trasladaron a la base Comandante Espora para recibir el material necesario.
Tres cazas Gloster Meteor de la Fuerza Aérea leal, piloteados por el mayor Daniel Pedro Aubone, el comandante Eduardo Catalá y el capitán Amauri Domínguez hicieron una pasada sobre el aeropuerto de Pajas Blancas, dejando fuera de servicio a los dos bombarderos Avro Lincoln que habían sido los primeros panqueques del 16. El éxito de la misión entusiasmó al ministro Lucero, quien ordenó para el día siguiente un segundo ataque aéreo contra Córdoba, esta vez con Avro Lincoln. Pero para los rebeldes significaba una contrariedad importante por la escasa cantidad de aviones que tenían, además en horas de la tarde llegó la noticia de que el II Ejército no marcharía directamente hacia Córdoba. Esto era un gran problema, debido a que los rebeldes no tenían una agrupación completa: tan solo una unidad de artillería con oficiales y tropa. Los suboficiales estaban todos detenidos por la falta de confianza que les inspiraban. El aporte de los paracaidistas no alcanzaba para formar un regimiento y los comandos civiles, a pesar del entusiasmo, carecían de entrenamiento. El capitán García Favre voló a Mendoza pidiendo refuerzos de infantería. Lonardi evaluó la posibilidad de establecer un puente aéreo y trasladar la revolución a Mendoza, pero Krause se negó rotundamente:
Al atardecer del 17, la mayor parte de la V división, comandada por el general Aquiles Moschini, llegó por tren a la localidad de Deán Funes, al norte de la provincia. La integraban cuatro regimientos de infantería (números 15, 17, 18, y 19), uno de artillería, uno de caballería y un batallón de comunicaciones. Al este en Río Primero se hallaba el 12.º Regimiento de Infantería bajo las órdenes del general Miguel Ángel Iñíguez. Y al sur, la IV división a cargo de Morello se sumaría a las fuerzas de Iñíguez y Moschini en un movimiento de «pinzas» para ahogar a Lonardi y Videla.
El Comando Sur ordenó la voladura de puentes en un radio de 100 km a la redondaLa Tablada, era el único del Gran Buenos Aires al que se ordenó alejarse de la ciudad. Partió en una columna de 47 km de largo hacia la zona de Bahía Blanca. Su jefe, coronel Carlos Quinteiro, recibía órdenes desde Buenos Aires del general Francisco Ímaz, Comandante de Operaciones del Ejército. El regimiento había dejado su armamento antiaéreo en Buenos Aires, porque se creía que en Comandante Espora no había espoletas (elementos que hacen detonar las bombas). Más tarde esta hipótesis resultó ser fatalmente falsa. Llegados a Tandil, Ímaz les encargó cambiar de rumbo y ocupar un arsenal de la marina en Azul. El regimiento de Azul, por su parte, ya había partido. En la base Espora se recibieron dos Avro Lincoln y un grupo de Calquínes al mando del capitán Jorge Costa Peuser, que se pasaron al bando rebelde.
y cerrar una compuerta del gasoducto para cortar la provisión de gas a Buenos Aires. Contra él se acercaban la III División de Caballería, el 2 regimiento de Artillería y el 3 de infantería. El regimiento 3 de infantería, deUn grupo de radioaficionados rionegrinos avisó que fuerzas leales al gobierno se dirigían a Viedma por tren: se trataba de la segunda agrupación del II Ejército, destacadas en San Martín de los Andes, Covunco, Zapala y otros lugares de Neuquén y Río Negro. En consecuencia, Perren mandó volar varios puentes sobre el Río Colorado.
El día 18 a las 9:17 Isaac Rojas rechazó un despacho del Ministerio de Marina que lo intimaba a rendirse. En ese momento estaba al frente de una pequeña flota: el destructor La Rioja, el patrullero Murature, los rastreadores Granville, Drummond y Robinson, el submarino Santiago del Estero, y el buque taller Ingeniero Gadda, además de otras embarcaciones de desembarco y lanchas torpederas. Poco tiempo después pudieron divisar a lo lejos los grandes cruceros La Argentina y 17 de Octubre, de la Flota de Mar, que había partido el día 16 desde Puerto Madryn en una situación poco clara. Lo que se sabía era la posición lealmente peronista de su comandante, el almirante Basso. Su composición era la siguiente: crucero 17 de Octubre (capitán de navío Fermín Eleta), crucero La Argentina (capitán de navío Adolfo Videla); destructores Buenos Aires (capitán de fragata Eladio Vásquez), Entre Ríos (capitán de fragata Aldo Abelardo Pantín), San Juan (capitán de fragata Benigno Varela) y San Luis (capitán de fragata Pedro Arhancet); fragatas Hércules (capitán de fragata Mario Pensotti), Sarandí (capitán de fragata Laertes Santucci) y Heroína (capitán de fragata César Goria); buque taller Ingeniero Iribas (capitán de fragata Jorge Mezzadra) y buque de salvamento Charrúa (capitán de corbeta Marco Bence). Casi todos los comandantes de buques estaban implicados en la conspiración, salvo los capitanes de navío. El Comandante en Jefe era el vicealmirante Juan C. Basso; el comandante de la Fuerza de Cruceros era el contraalmirante Néstor Gabrielli, la Escuadrilla de Destructores era comandada por el capitán de navío Raimundo Palau y la División de Fragatas por el capitán de navío Agustín Lariño. Este último era el de mayor rango entre los conspirados.
La primera comunicación recibida por la flota el día anterior, a las 08:22, informaba acerca de «grandes levantamientos» y en la contestación se dejó clara la situación: era leal.
Por la tarde la oficialidad rebelde del crucero 17 de Octubre detuvo a Basso, y así Lariño quedó al mando de la flota revolucionaria.Puerto Belgrano para aprovisionarse y depositar allí a los oficiales detenidos y liberar a los 85 tripulantes que voluntariamente habían decidido no sumarse a la rebelión. Llegados al Plata en la mañana del 18 de septiembre, La Argentina homenajeó con 17 salves al Murature y se subordinó ante su nuevo comandante, Isaac Rojas. Contemporáneamente en el Ministerio de Guerra el Comando de Represión tenía informes de la posición rebelde de la flota, pero en Mar del Plata no se la había visto pasar. En el Comando se hallaban tres oficiales de la navales como oficiales de enlace: los capitanes de fragata Jorge Boffi, Enrique Green y Juan García. El resto del comando ignoraba que estos oficiales eran parte del complot revolucionario y se habían puesto de acuerdo para suministrar informes falsos y sabotear las órdenes que se emitieran a través de ellos.
Los dos cruceros de la flota fueron hacia el Río de la Plata a máxima velocidad (25 nudos). El resto de la flota, que no podía viajar tan rápido, pasaría porAnte la noticia de que una columna blindada viajaba a Puerto Belgrano vía Mar del Plata, el estado mayor de Isaac Rojas adivinó que repostarían su combustible en los tanques de YPF en esa ciudad. Entonces se mandó al crucero 9 de Julio y a los destructores que bombardearan los depósitos de petróleo de Mar del Plata, previo aviso a la población.
Esa misma mañana se estableció el gobierno revolucionario en Mendoza: el aeropuerto del Plumerillo se convirtió en la tercera baste aérea revolucionaria, sumando doce Calquínes. También envió a San Juan al teniente coronel Mario A. Fonseca para que se hiciera cargo del gobierno de esa provincia. Al mediodía Lagos recibió a García Favre que traía un desesperado pedido de refuerzos.
El regimiento 3 de infantería motorizada llegó a General La Madrid hacia el mediodía y el teniente coronel Arrechea recibió la orden de abandonar sus vehículos y proseguir en tren. Arrechea pensó que esa orden era inaceptable, ya que después de bajarse del tren, el regimiento ya no estaría motorizado; entonces resolvió establecer una comunicación telefónica entre el general Imaz y el jefe del regimiento, coronel Carlos Quinteiro, quien se negó a cumplir la orden. Por el gran tamaño de esa columna adversaria, en la Base Espora se decidió hostigarla durante el resto del día. El teniente coronel Arrechea rememora:
A pesar de los bombardeos, esa noche las fuerzas leales al gobierno habían rodeado la zona aledaña a Bahía Blanca. El capitán de navío Arturo Rial barajó la opción de zarpar hacia Río Gallegos, previendo una guerra civil prolongada donde los rebeldes podían ocupar la Patagonia y sus fuentes energéticas. A la tarde, Rial y Lonardi se comunicaron por radio y resolvieron que cada uno resistiría sin rendirse.
En Córdoba a primera hora de la mañana Lonardi organizó la defensa de su posición en tres grupos: el primero en la Escuela de Aviación Militar y la Fábrica Militar de Aviones; el segundo en la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica, defendiendo su valiosa pista; y el tercer grupo, más pequeño, estaría detrás de los otros dos, mirando hacia la Ciudad de Córdoba. Allí el general Videla Balaguer contaba con dos piezas de artillería prestadas por un suboficial retirado, una pequeña compañía de paracaidistas, un grupo de cadetes y aspirantes de la Fuerza Aérea, y unos nutridos grupos de civiles con poca o nula instrucción militar. Ante la inminencia de un asalto crucial por parte de fuerzas leales muy superiores a las rebeldes, Lonardi mandó celebrar «una gran misa de campaña, con confesión general y comunión» en la plaza de armas de la Escuela de Aviación, y tras una arenga hizo cantar el himno nacional. El primer ataque contra los rebeldes esa mañana lo efectuó un grupo de Avro Lincolns cuya misión era bombardear las pistas de aterrizaje. El gobierno no preveía que los rebeldes tuvieran interceptores, así que la presencia de los Gloster Meteor sorprendió a los bombarderos. Para no disparar sobre camaradas se les invitó por radio a sumarse a la revolución: los intentos fueron en vano, y los bombarderos se retiraron tras una intimación.
La brigada del general Iñíguez llegó a Córdoba por el oeste desde Río Primero. Tras él venían el teniente coronel Podestá y el general Sosa Molina. Desde Anisacate avanzaba el general Alberto Morello. En cambio, la V División había llegado a Deán Funes en tren, pero no conseguía la cantidad necesaria de vehículos para seguir avanzando. Además se les había dado la orden de no entrar a la localidad de Jesús María pues se creía que el liceo militar local se había sublevado y en ese caso la mayor parte de los defensores habrían sido alumnos menores de edad. Esta suposición se comprobó falsa, y a las 20:30 las tropas emprendieron el avance.
Iñíguez, en cambio, llegó por el oeste avanzando hacia Alta Córdoba. Esporádicamente francotiradores civiles abrían fuego sobre ellos. En la estación de ferrocarril una acción de los comandos los forzó a abandonar sus vehículos:
A las 9:30 la estación había sido ocupada por el Ejército Argentino. Los rebeldes, denominados guerrilleros o insurgentesCalquín (matrícula A-70) dejó caer cuatro bombas de napalm sobre un tren, creyendo su piloto que este estaba repleto de soldados leales. Tres de ellas impactaron sobre vagones vacíos, levantando una gran bola de fuego y la otra atravesó el techo y se clavó en un andén, sin explotar. Iñíguez resolvió mantenerse en su posición mientras esperaba al resto de sus tropas que iban llegando a la ciudad. A las 15:30 se reanudó el combate, y las tropas leales ya contaban con morteros y ametralladoras.
por sus adversarios, se apostaron en los hoteles Savoy y Castelar que estaban enfrente, y en unas azoteas vecinas. Un intenso tiroteo cruzaba la calle hasta que un avión de ataqueEn Capital Federal la ocupación de la estación de Alta Córdoba se publicitó como la ocupación de toda la ciudad, quedando pendiente una «operación de limpieza en las sierras y montes».
El general Arnoldo Sosa Molina –hermano del Comandante de operaciones José María Sosa Molina– fue enviado desde Buenos Aires ante el general Morello para llevar órdenes y recabar información sobre el estado de las fuerzas que se reunían en Alta Gracia. Esas tropas avanzaron sobre Córdoba hacia la Escuela de Aviación, pero el camino estaba ligeramente más elevado que la planicie circundante y toda la artillería rebelde les hizo fuego: tuvieron que retirarse. Esto no tuvo un impacto material tan grande como fue el impacto psicológico.
En tanto, en Alta Córdoba el contexto de combate callejero hacía que la defensa y el ataque tomaran características fuera de lo común: no había las tradicionales líneas, sino que los distintos pelotones estaban mal coordinados. Los avances o retrocesos solían ser repentinos y oscilantes.
Lonardi ordenó a Videla Balaguer que se retirara del casco urbano de Córdoba para establecer un único foco de resistencia, pero Videla se negó por dos motivos: primero, que la caída de la ciudad tendría un impacto fulminante en la moral de la tropa; segundo, que él había tomado juramento a todos de luchar hasta el triunfo o morir sin retroceder.
Durante la tarde Lonardi emitió un radiograma al contraalmirante Rojas: «Córdoba pide acción efectiva urgente sobre Buenos Aires». Al anochecer hubo una pausa en la lucha. Iñíguez recibió de Morello la orden de tomar el Cabildo, pero no la cumplió para evitar una lucha callejera a oscuras. Sosa Molina luego aprobó el comportamiento de Iñíguez. Morello retrocedió a Alta Gracia porque previó, acertadamente, que durante la noche la artillería rebelde atacaría su posición con fuego de aniquilamiento. En Alta Gracia el gobernador constitucional, Raúl Luchini, había reunido más de 100 policías con los que pretendía entrar a la ciudad cuando ésta fuera tomada por las tropas leales.
Durante el día se habían despachado por ferrocarril varios tanques hacia Río Cuarto y Villa María; y la Tercera Compañía de Infantería, de la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo, aterrizaría al día siguiente en Las Higueras. La orden era que todas las tropas leales atacaran el 19 al amanecer.
En Mendoza el recibimiento popular que tuvo el ejército, la mansa actitud del gobernador Carlos Horacio Evans cuando entregó el poder, y el hecho de que la CGT atacara a los soldados, hizo que gran parte de la tropa comenzara a simpatizar con el bando rebelde. La posición del general Lagos se consolidó cuando se incautaron potentes piezas de artillería compradas a EE. UU. por el gobierno de Chile que se encontraban en un vagón en tránsito hacia la vecina república. El 19 por la mañana, el capitán García Favre se entrevistó por segunda vez con Lagos y le propuso constituir un territorio beligerante con un gobierno revolucionario provisional, generando así una «complicación internacional seria» para el presidente Perón. De esta manera Lagos podía colaborar con Lonardi aún sin enviar tropas.
A las 06:10 del 19 de septiembre sonó el zafarrancho de combate en el crucero 9 de julio. A las 7:14 comenzó el cañoneo contra los tanques de combustible marplatenses, finalizando el ataque a las 7:23. 63 de los 68 proyectiles disparados cayeron dentro de la zona del blanco: un rectángulo de 200 metros por 75 propiedad de YPF. Los otros cinco lo hicieron a no más de 200 metros de esa zona. No hubo víctimas civiles gracias a que los tanques se hallan a cierta distancia de la zona habitada. Luego se bombardearon dependencias del Ejército y de la Armada, mayormente abandonadas por sus ocupantes, y después se entregaron armas a los civiles y policías partidarios del bando rebelde para ocupar la ciudad. Paralelamente el crucero 17 de Octubre se aproximaba a La Plata para atacar la destilería de Dock Sud. A las 9:00 se informó a las radios locales para que dieran aviso a la población, pero no lo hicieron porque eso implicaba admitir que la situación bélica no estaba completamente controlada por el gobierno.
Perón no había hablado en público desde el estallido revolucionario. Él esperaba dominar la situación en pocas horas, a lo sumo un par de días, pero la resolución se demoraba y comenzó a decaer su estado de ánimo. El general Raúl Tassi rememora la situación del 19 de septiembre:
El mayor Ignacio Cialcetta, su edecán y pariente, recuerda:
En el Comando de Represión se resolvió convocar a los soldados reservistas de las clases 31, 32 y 33, estimando el refuerzo en unos 18.000 hombres,
pero el decreto quedó sin ejecutarse tras la evacuación del Ministerio de Guerra, impulsada por el acercamiento de la Flota a Buenos Aires. Al amanecer del 19 numerosas unidades leales se hallaban dentro de un radio de 100 km del Comando Revolucionario Sur: unos 6.000 o 7.000 hombres con artillería y tanques pero sin apoyo aéreo, contra unos 1.000 infantes de marina, 500 aprendices de la Escuela de Mecánica, 1.000 conscriptos, algo de artillería antiaérea y unos 65 aviones.
Esa madrugada los jefes del regimiento 3 de infantería, Quinteiro y Arrechea, se toparon en Sierra de la Ventana con el regimiento 1 de caballería, que se retiraba de la zona de operaciones por la superioridad aérea de los marinos, la destrucción de los caminos y la dificultad de acercarse al objetivo por esa ruta. El regimiento 3 finalmente se reunió con el general Molinuevo, de la III División de caballería. Solo habían llegado el Regimiento 3 y el 2 de artillería comandado por el coronel Martín Garro. Desconocían la situación general del país porque las líneas telefónicas estaban cortadas y no tenían contacto con Buenos Aires; pero aún con las escasas fuerzas concentradas, decidieron atacar Puerto Belgrano.
En Córdoba se habían detenido los combates durante la noche: a las siete de la mañana Moschini avanzó sobre Pajas Blancas y el general Iñíguez reanudó la lucha en la estación de Alta Córdoba. El aeropuerto fue ocupado a las 9:30, y luego el general Moschini se dirigió a la Escuela de Aviación Militar donde estaba el Comando revolucionario. Desde Alta Gracia el general Alberto Morello no avanzaba debido al hostigamiento aéreo y el cañoneo de artillería que había recibido el día anterior, y esperaba una oportunidad para avanzar con cautela. La lucha callejera continuó toda la mañana: las tropas leales presionaban en su avance tratando de encontrar un punto para cruzar el río Primero y llegar al centro de la Ciudad de Córdoba. Al mediodía llegó la primera brigada del regimiento 11 de infantería, que se sumó al 12.º Regimiento 12 dirigido por Iñíguez. El plan era bombardear el puente Centenario y efectuar algunos disparos con el 12.º Regimiento, mientras el 11 daba la vuelta y cruzaba el río por el Abasto. Mientras tanto, en Río Cuarto se concentraban fuerzas llegadas en tren desde Buenos Aires. Según Del Carril, «esas fuerzas podían optar por pulverizar primero a Lonardi y después a Lagos, en etapas sucesivas, o podían dividirse en dos sectores, y pulverizar a Lonardi y a Lagos simultáneamente, esto a su entera elección, tal era la superioridad de sus elementos bélicos». Sin embargo, a pesar del tamaño de esas unidades, los efectivos en su mayor parte se negaban a atacar a los rebeldes. Terminada la revolución los cañones seguían guardados y los tanques traídos de Buenos Aires nunca habían sido desembarcados de los trenes.
En la base Comandante Espora varios aviones decolaron al amanecer para explorar la zona. Esperaban hallar al enemigo a 30 o 50 kilómetros, previendo que hubiesen avanzado durante la noche. En cambio, descubrieron que casi ninguna unidad había avanzado, y ante el menor hostigamiento los soldados abandonaban los vehículos y huían sin oponer resistencia. Patrullas civiles informaron que la moral de las tropas era extremadamente baja. Cabe recordar que su armamento antiaéreo había quedado en Buenos Aires, porque al inicio de la operación se creía que los rebeldes no tendrían espoletas para detonar sus bombas. La Agrupación de Montaña Neuquén había recibido un tren con provisiones y ocho vagones cisterna con combustible, que fueron bombardeados y destruidos esa mañana.
El desgaste moral con el que Lonardi había especulado al momento de planear la revolución había comenzado a surtir efecto. En Neuquén el capitán Lino Montiel Forzano reunió a un oficial y dos suboficiales de su confianza y logró sublevar al personal del Taller de Mantenimiento de la Agrupación de Montaña. Montiel Forzano organizó varios pelotones de civiles, ocupó una emisora radial, y obtuvo el apoyo de la policía neuquina y del aeródromo local.
A las tres y media de la tarde, 200 soldados partieron de Mendoza en aviones de Aerolíneas Argentinas con destino a Córdoba. Las tropas frescas de infantería eran un refuerzo apreciado.
Desde un punto de vista formal, los momentos en que Juan Domingo Perón cesó en el cargo de presidente y en el que asumieron las nuevas autoridades son confusos. En Buenos Aires, Perón entró al Ministerio de Guerra antes de las seis de la mañana, se reunió con el ministro Lucero y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé, y les informó que estaba dispuesto a renunciar antes de que la Flota bombardeara la Ciudad de Buenos Aires. Tenía una especial preocupación por la destilería de YPF en La Plata, cuya expansión en capacidad fue uno de los puntos destacados de su presidencia. Pocas horas después Perón le entregó a Lucero una nota manuscrita:
Al mediodía, Perón escribió una confusa carta dirigida al general Franklin Lucero, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y leal al gobierno constitucional. En la carta Perón da a entender su renuncia:
A las 12:52 la Radio del Estado emitió un comunicado en el que se invitaba a los jefes rebeldes a comenzar una tregua y acudir al Ministerio de Guerra para parlamentar. Más tarde Lucero leyó la carta del renunciamiento de Perón, expresó también su propia renuncia al ministerio, y anunció la creación de una Junta Militar para hacerse cargo del gobierno. En Córdoba el Comandante de Represión, José María Sosa Molina se entera por la radio:
El general Iñíguez decidió sacar a sus tropas de la ciudad porque dudaba que todos los civiles fueran a obedecer el alto al fuego, y él no podía contestar.
Ante la propuesta del gobierno, Rojas y Uranga invitaron a un parlamento a bordo del 17 de Octubre, mientras que Lonardi exigió como condición que Perón formalice su renuncia de la forma que manda la ley.
Desde el mediodía la Radio del Estado anunciaba el «renunciamiento» de Perón. Durante el día distintas unidades de las Fuerzas Armadas fueron declarándose revolucionarias en la provincia de Buenos Aires: la Escuela de Suboficiales, cuyas dos columnas de combate estaban acercándose a Azul, la base aérea Tandil, dirigida por el comodoro Guillermo Espinosa Viale, y el Batallón de Zapadores Motorizado N.º 1 con asiento en San Nicolás de los Arroyos. Se produjo una reacción en cadena: muchas unidades con oficialidad netamente antiperonista se rebelaron, y las de oficialidad leal o apolítica dejaron de combatir. En Río Colorado las tropas de la Agrupación de Montaña Neuquén fueron intimadas a rendirse o sufrir un nuevo bombardeo: su jefe, el general Boucherie, se trasladó a la base Espora para entrevistarse con Rial y cumplir las formalidades. Allí explicó cómo habían sido los movimientos de su tropa, y describió el espanto que le causaban los bombardeados. También llegó a la base Espora el coronel Barrates, jefe del Estado Mayor de la III División de Caballería, que estaba en Tornquist. Anunció la rendición del general Molinuevo: todas las tropas a su mando abandonaron la lucha, salvo el regimiento 3 de infantería y los blindados. El Regimiento 1 de Caballería, refugiado en una estancia cercana a Tornquist, se plegó a la revolución. A las 3:45 de la noche entre el 19 y el 20, Puerto Belgrano recibió un comunicado desde Corrientes, donde la revolución había fracasado: el general Giorello, jefe de la IV División de Caballería, anunció sorpresivamente que todas sus unidades pasaban a disposición del Comando Revolucionario. Por demás, muchas autoridades militares en los Territorios Nacionales patagónicos comenzaron a expresar sus simpatías por el bando rebelde.
Cerca del mediodía se realizó una importante reunión a la que asistieron: el ministro de Guerra (general Lucero), el comandante en jefe del Ejército (general Molina), el jefe del Estado Mayor (general Wirth), y el subjefe (general Imaz). Lucero informó la importante decisión de Perón y ordenó a Molina integrar la Junta Militar y a Imaz avisar a todas las unidades el cese del fuego. A las 12:45 la Radio del Estado hizo pública esta noticia. Pronto se presentaron en la sede del Comando en Jefe todos los generales de la guarnición Buenos Aires, junto al auditor general de las Fuerzas Armadas, Oscar R. Sacheri, que traía la carta firmada por el presidente y procedió a explicar su contenido: se instaba al Ejército a hacerse cargo de la situación, del orden, y del gobierno. Más de 30 generales estaban en la sala, y por unanimidad se resolvió aceptar la renuncia del presidente y designar una Junta Militar para gobernar el país con los tenientes generales, los generales de división, y el auditor general. Después se redactó una proclama que fue firmada por todos los integrantes de la junta: tenientes generales José Domingo Molina y Emilio Forcher, generales de división Carlos Wirth, Audelino Bergallo, Ángel J. Manni, Juan J Polero, Juan José Valle, Raúl Tanco, Carlos Alberto Levene, Oscar Uriondo, Ramón Herrera, Adolfo Botti, José A. Sánchez Toranzo, José León Solís, Guillermo Streicher, Héctor M. Torres Queirel, José C. Sampayo, doctor y general Oscar R. Sacheri.
Una comisión integrada por Wirth, Manni y Forcher, que tenía por objetivo la pacificación y cese de hostilidades, envió un mensaje a Rojas y Uranga solicitando su presencia en el Cabildo de Buenos Aires o en el Palacio de Justicia a partir de las 00:00 del día 20 para iniciar las gestiones de pacificación.
Durante la tarde, para ampliar la representatividad de la Junta, se convocó a los comandantes en jefe de la Fuerza Aérea y de la Armada, brigadier Juan Fabri y almirante Carlos Rivero de Olazábal. La junta delineó los pasos a seguir: intervenir todos los gobiernos provinciales y los tres poderes del gobierno nacional, llamar a elecciones según la ley Sáenz Peña, cancelar la reforma constitucional, y conceder una amplia amnistía a todos los involucrados en los bandos revolucionarios, tanto militares como civiles.
A la noche del lunes 19 un grupo de generales habló Perón sobre la anunciada Junta Militar que se haría cargo del gobierno, a lo que el Presidente contestó:
Las convocatorias y pedidos de informes que Perón realizara desde las 22:00 del lunes 19 de septiembre provocaron un rechazo casi unánime en los miembros de la Junta Militar. El general Manni explicaba:
Muchos de los generales se negaban a reunirse con Perón, finalmente resolvieron enviarle una delegación de seis personas: Molina, Rivero de Olazábal, Fabri, Forcher, Bergallo y Polero.
En la reunión, el expresidente intentó convencerlos de que en realidad no había renunciado, sino que en la carta de renunciamiento había querido mostrar su disponibilidad a renunciar en el futuro. Los miembros de la junta permanecieron firmes y la reunión terminó sin decisiones concluyentes. Hacia de las 02:00 del día 20, la Junta se había vuelto a reunir para deliberar sobre la actitud de Perón.
La mayor parte de sus miembros estaba a favor de considerarlo definitivamente renunciado. De pronto, el general Imaz irrumpió en la sala con un grupo de oficiales armados y emitió un discurso sobre la necesidad de evitar una guerra civil e impedir que el Ejército sea manipulado. Así, Perón quedó definitivamente fuera de la presidencia. Desde ese momento, la cúpula consiguió tranquilizar a muchos oficiales que hasta entonces se encontraban a riesgo de ser fusilados por sublevarse contra las autoridades constituidas: dado que la constitución no permite que un presidente entregue las instituciones republicanas en manos de una junta militar, entonces ya no había autoridades legítimamente constituidas, y por lo tanto ya no habían rebeldes y leales. Antes, cerca de la medianoche, una columna armada de militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) se aprestaba a salir para atacar el Ministerio de Marina. Sin embargo, la sede de la agrupación fue rodeada por elementos de la gendarmería, la policía, y cadetes del Colegio Militar. Se dispararon gases lacrimógenos y los «aliancistas» debieron rendirse y salir desarmados. Pasadas las 02:30, el edificio fue demolido mediante disparos de un tanque.
La Junta procedió a aceptar la renuncia del ministro Franklin Lucero y a remover a la cúpula de la Dirección Nacional de Seguridad mediante el nombramiento de nuevos jefes de Policía, Prefectura y Gendarmería. También se convocó al Secretario General de la CGT, Hugo di Pietro, quien manifestó que eran inexactas las denuncias de huelgas revolucionarias o de la organización de milicias populares. Por último, el general Manni convocó al mayor Alfredo Renner, ayudante de Perón, que se hallaba en el despacho de Lucero, y le dijo:
Perón entonces pidió asilo en la embajada paraguaya. Poco después, Lonardi emitió un bando con el nombre de «Decreto N.º 1» por el que se autodenominó «presidente provisional de la Nación», se solicitó el reconocimiento de los otros países y estableció la sede provisoria del gobierno en la Ciudad de Córdoba.
Esa noche la tranquilidad reinaba en Puerto Belgrano por la retirada o rendición de la mayor parte de los atacantes. En cambio, en Córdoba, Mendoza y en el Río de la Plata los rebeldes tenían serias dudas acerca de las intenciones de Perón: habían recibido informes de que varios trenes con tanques y efectivos estaban llegando a Córdoba y a La Plata. Durante la madrugada Lonardi, en la Escuela de Aviación, recibió un inquietante mensaje desde la ciudad de Córdoba:
A las 06:30, el general Lagos se embarcó en un avión hacia Córdoba, donde se entrevistó con el general Lonardi. Concluyeron que Lagos debía formar un gobierno revolucionario para continuar la lucha, ya que la ciudad de Córdoba seguía rodeada y se daba por cierta la derrota en ese frente.
En Buenos Aires la fugaz Junta, dedicada a tareas de pacificación[cita requerida], recibió intimaciones de Rojas y Lonardi para que cesaran los movimientos de tropas. Pero en la capital de la república los grupos revolucionarios observaban los movimientos de la Confederación General del Trabajo, la Alianza Libertadora Nacionalista, y el Partido Peronista: en los locales de la ALN locales se repartían armas y había mucho movimiento de personas. Un mensaje enviado cerca del mediodía por Walter Viader resume la situación:
Río Cuarto vio concentrarse una gran cantidad de tropas gubernamentales; en cambio los rebeldes solo contaban con la presencia de un comando civil dirigido por Luis Torres Fotheringham. Cercana a la ciudad estaba la base aérea Las Higueras, y también el arsenal de Holmberg. La presencia de quince tanques y un nuevo contingente de infantes alarmó a los rebeldes, que planearon para el día siguiente un bombardeo de Las Higueras. El general Lagos, desconociendo los acontecimientos de la Junta en Buenos Aires, esbozó la posibilidad de retirarse de San Luis y hacerse fuerte solo en Mendoza. Para sumar a la confusión, el Comandante en Jefe del Ejército, general José Domingo Molina, en un mensaje a Lonardi dijo "Informó que Junta Militar aceptó renuncia Señor Presidente (...) Todo movimiento de tropas suspendido."
Los rebeldes sabían que la Junta Militar Peronista afirmaba haber «asumido el gobierno de la república», sin embargo Perón nunca había firmado una renuncia dirigida al Congreso: tan solo un indefinido renunciamiento dirigido a la Nación y al Ejército. Ante el vacío de poder, Lonardi resolvió establecer un gobierno revolucionario, siendo él el presidente, con el capitán Rial como "Secretario General de Gobierno" y el comodoro Krause como "Secretario de Relaciones Exteriores".
El 20 de septiembre por la tarde varios delegados de la Junta de Gobierno, encabezados por el general Forcher, abordaron el crucero 17 de octubre para presentarse ante el almirante Rojas. En esa reunión se les informó las demandas de los revolucionarios, que incluían la rendición de todas las fuerzas gubernamentales y el acceso a la presidencia por parte del general Lonardi el día 22.
A la madrugada pudieron establecerse comunicaciones telefónicas entre el gobierno provincial revolucionario de Mendoza y los civiles rebeldes de Buenos Aires, el general Tassi y el doctor Alberto Tedín, para intercambiar noticias.
Al anochecer las tropas leales que habían entrado en la Provincia de Córdoba ya estaban retornando a Tucumán y Santiago del Estero. A la medianoche, los enlaces de Lonardi y Krause abordaron el ARA 17 de Octubre e intercambiaron noticias con Rojas. Durante la madrugada se produjo el desembarco de los primeros jefes revolucionarios en la Ciudad de Buenos Aires, que ocuparon el Ministerio de Guerra y las principales guarniciones del ejército en esa ciudad.
A las 6 de la mañana del 21 se bombardeó la pista de Las Higueras, tras lo cual las fuerzas leales en Río Cuarto se comunicaron con los rebeldes en Villa Reynolds para anunciar que los generales Prata, Falconnier y Cortínez estaban volviendo a Buenos Aires y los blindados no avanzarían contra Córdoba ni contra San Luis.
Pasadas las 9:30 del 21, la Radio del Estado anunció públicamente que la Junta de Gobierno había aceptado las condiciones de paz de los revolucionarios. A las 13:30 el Secretario General de la CGT se dirigió a los trabajadores pidiendo "mantener la más absoluta calma y continuar sus tareas, recibiendo únicamente directivas de esta central obrera. Cada trabajador en su puesto, por el camino de la armonía".
A las 17:30, Iñíguez entró en la ciudad de Córdoba para entrevistarse con los vencedores: fue recibido por Ossorio Arana, ya que Lonardi estaba en la casa de gobierno provincial instalando a Videla Balaguer como interventor provincial. Después de eso sus tropas comenzaron la marcha de regreso a la provincia de Santa Fe.
El día 22 se realizó el desfile de la victoria en Córdoba por la avenida Vélez Sarsfield: al frente de la comitiva estaban el coronel Arturo Ossorio Arana, el comodoro Cesáreo Domínguez, y el teniente de navío Raúl Ziegler.
El mismo 22 de septiembre, Uruguay reconoció a Lonardi como presidente de Argentina en tanto que éste disolvió el Congreso Nacional y nombró interventores en varias provincias. Ese mismo día el general Aramburu y un colaborador del general Lagos se reunieron a evaluar el escenario, y concluyeron que el ala liberal se encontraba en problemas e iba a ser excluida del gobierno que se estaba organizando.
Se acordó que Lonardi volara a Buenos Aires durante las primeras horas del 23, para dar tiempo al arribo de otras figuras revolucionarias del resto del país, especialmente tras la liberación de varios oficiales del ejército que estaban recluidos en Río Gallegos desde el pronunciamiento de 1951, entre ellos Alejandro Agustín Lanusse y Agustín Pío de Elía.
El 23 de septiembre el general Lonardi y el almirante Rojas llegaron a Buenos Aires. Ese mismo día el primero prestó juramento como «Presidente Provisional», y un día después designó al almirante Isaac Rojas con el título de «Vicepresidente Provisional». La portada del diario Clarín de ese día convocaba a la población a hacerse presente en la Plaza de Mayo con el siguiente titular: «Cita de honor con la libertad. También para la República la noche ha quedado atrás».
La asunción de Lonardi fue acompañada por una gran multitud reunida en la Plaza de Mayo. Algunas consignas de los manifestantes fueron: «Argentinos sí, nazis no»; «San Martín sí, Rosas no», «YPF sí, California no», «No venimos por decreto, ni nos pagan el boleto». El 25 de septiembre reconocieron al gobierno militar los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, este último luego de prestar importante apoyo a los insurrectos.
Un relevamiento de la prensa de la época en todo el país permitió verificar que, los mayores enfrentamientos se produjeron en Córdoba, donde hubo al menos 112 muertos. Allí, Lonardi, atacó a la de Infantería, cuyos mandos no quisieron plegarse al golpe y habían decidido defender el gobierno constitucional; la Iglesia hizo de nexo entre Lonardi y los comandos civiles que apoyaron sus acciones, y también el accionar de la Aeronáutica leal produjo bajas.
Consumado el golpe se identificaron 156 muertos producto de los enfrentamientos entre fuerzas defensoras de la legalidad y golpistas y de la represión a las protestas. Ese número fue confirmado a través de actas de defunción, registro y archivos de Fuerzas Armadas pero podría ser mayor, ya que la investigación sigue en curso y no fue posible acceder a archivos policiales. Otros fueron destruidos tras el golpe. En Rosario existen testimonios e información periodística sobre decenas de víctimas de la represión militar. De esas 156 víctimas se verificaron 107 en Córdoba, capital y provincia; 28 en Buenos Aires, capital y provincia; 16 en Ensenada, y 5 en Santa Fe, de las cuales 4 en Rosario y una en Reconquista. Las dificultades fueron aun mayores en Córdoba. El primer muerto fue un suboficial de la Policía Federal asesinado en la madrugada del 16 por un grupo de civiles ligados al radicalism en el barrio de Belgrano, según consta en el acta de defunción fue asesinado por un comando civil que entre otros integraba Mariano Grondona. En Córdoba, la mayor cantidad de muertos se produjo en el ataque del ejército golpista a la Jefatura de Policía legalista. En el Río de La Plata, 6 de los muertos fueron producto del bombardeo de la Armada al barrio Campamento de Ensenada, dos soldados del Regimiento 7 de La Plata legalista, dos policías de la provincia de Buenos Aires que enfrentaron a los marinos junto con los vecinos, un dirigente ferroviario que se quedó a atender a los soldados y otro vecino que murió horas después.
La dictadura instalada por medio del golpe no dio a conocer la cantidad ni la identidad de las personas muertas. En 2017, el Archivo Nacional de la Memoria concluyó una investigación sobre la cantidad de personas muertas en el golpe, documentando al menos 156 víctimas fatales. Los investigadores consideran que el número final probablemente sea mayor, dado que no pudieron acceder a los archivos policiales.
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