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Racismo en España



El racismo en España puede rastrearse, como para cualquier otra zona del mundo, desde cualquier época histórica, pues enfrentamientos de causa económica, social o política se han justificado muy eficazmente con el disfraz de la diferencia racial, encontrándose tanto ejemplos de racismo entendido como ideología como racismo en actitudes y comportamientos

La difícil definición de una posible raza española no lo ha impedido, si bien es cierto que lo que con más frecuencia se ha dado son los fenómenos ligados al racismo, como la xenofobia y el odio religioso.

Según Gonzalo Álvarez Chillida, la recepción en España del racismo científico, entendido como una doctrina "que afirma la determinación biológica hereditaria de las capacidades intelectuales y morales del individuo, y la división de los grupos humanos en razas, diferenciadas por caracteres físicos asociados a los intelectuales y morales, hereditarios e inmutables" y que "afirma también la superioridad intelectual y moral de unas razas sobre otras, superioridad que se mantiene con la pureza racial y se arruina con el mestizaje", lo que "conduce a defender el derecho natural de las razas superiores a imponerse sobre las inferiores", tuvo ciertas dificultades para abrirse paso en España debido a lo arraigada que estaba la concepción casticista del español, definido en contraposición al "moro" y al "judío" entendidos no como "razas" sino como linajes de origen religioso. "En el imaginario español la contraposición judío-cristiano seguía predominando sobre la más moderna semita-ario. De hecho se hablaba mucho más de la raza judía que de la semita".[2]

Sin embargo España no quedó al margen de las nuevas ideas "racialistas" que se estaban desarrollando en el resto del continente europeo. En 1838 comienza a difundirse la frenología y hacia finales de siglo se realizan los primeros estudios de craneometría, entre los que destacan Luis de Hoyos Sainz y Telesforo de Aranzadi, autores de Un avance a la antropología en España (1892) y de Unidades y constantes de la crania hispánica (1913), o Federico Olóriz, autor de Distribución geográfica del índice cefálico en España (1894). Las ideas eugenésicas tardaron más en penetrar pues no se difundieron hasta la década de los años 20 del siglo XX -las Primeras Jornadas Eugenésicas Españolas tuvieron lugar en 1928-. Así, "la creencia en que la herencia influía decisivamente en las características físicas, psíquicas y morales de los individuos" se impuso en todos los sectores sociales y políticos.[3]

Las nuevas ideas racialistas -junto con los hallazgos arqueológicos y paleontológicos- afectaron al relato tradicional basado en la Biblia sobre los orígenes de los españoles por lo que el mito de que descendían de Túbal y Tarsis, nieto y bisnieto de Noé respectivamente, ya no se pudo sostener. La alternativa se fue elaborando a lo largo del siglo XIX y el resultado fue que el origen de la "raza española" eran los celtíberos, cuyos rasgos habían permanecido inalterables hasta la actualidad, y que a su vez eran el resultado de la fusión de dos razas: una preindoeuropea, los iberos, cuyo origen se solía situar en el norte de África; y otra indoeuropea, los celtas venidos del centro de Europa. Esta "solución" al problema del origen de la "raza española" explicaría la poca insistencia que hubo entre los nacionalistas españoles en profundizar en dos aspectos fundamentales del racismo: la pureza racial y la superioridad de los arios sobre las demás razas. Este no fue el caso de los nacionalismos vasco, catalán y gallego que emergieron a finales del siglo XIX.[4]

Se siguen debatiendo las razones del relativo fracaso de la construcción nacional (nation building) española en el siglo XIX,[5]​ que conduce al debate regeneracionista sobre el Ser de España a raíz del desastre de 1898 y del surgimiento de los nacionalismos "periféricos" vasco, catalán y gallego (Sabino Arana, Eduardo Pondal y el Adéu Espanya de Joan Maragall). El planteamiento de razas inferiores y superiores, identificadas con naciones emergentes y decadentes, está en el ambiente intelectual de la época, lleno de alusiones a la virilidad y el valor que acompaña al pasado y deseado gran Imperio. La conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América (1892), había inaugurado cierta recuperación del "orgullo español" y de su papel en el mundo, que culmina con la proclamación del 12 de octubre (fecha del desembarco de Colón en San Salvador-Guanahaní) como día de la Raza, pero la pérdida de los últimos vestigios del Imperio colonial español en 1898 cuestionó dicha recuperación.

El racismo "científico" basado en el racialismo, cuyo ejemplo más extremo sería el racismo nazi, no tuvo un gran arraigo en el nacionalismo español, debido, según Gonzalo Álvarez Chillida, al predominio de la "concepción espiritualista" del hombre y a que "los conceptos de raza pura y de superioridad aria difícilmente se podían defender (entonces y hoy), en un país como España, tan evidentemente ajeno a ambos". Pero, como sostiene este mismo historiador, "ello no quiere decir que otro tipo de ideas racistas no estuvieran extendidas", como fue el caso de Ramiro de Maeztu y su libro Defensa de la Hispanidad (1934), en el que afirmaba: "La raza, para nosotros, está constituida por el habla y la fe, que son espíritu, y no por las cualidades protoplásmicas".[6]

Maeztu no creía en la igualdad de las razas, como lo demuestra su arraigado antisemitismo. Para él, como para la inmensa mayoría de los europeos de la época, la "blanca" era la raza superior y en su libro despreciaba a los judíos y a los árabes, y a las "muchedumbres de Oriente" y consideraba "razas atrasadas" a las razas no blancas que formaban la Hispanidad. La misión de la raza "superior", sin embargo, no era segregar u oprimir a las razas inferiores, sino civilizarlas y llevarlas a la fe verdadera. Un planteamiento que era compartido por otros nacionalistas españoles antiliberales como José María Pemán, quien después de alertar de la decadencia de la civilización blanca y cristiana invadida por la "Nigricia" y el "Asiatismo" —el jazz era para Pemán "música bárbara y salvaje" y ponerse moreno en la playa conseguir "carnes africanizadas"—, hablaba de que, como hizo España en América, había que buscar "otras razas lejanas e inferiores y consumar en ellas... colaborando con el mismo Hacedor del Universo, esa labor magna y única de blanquear rostros y abrir los ángulos encefálicos, para meter en ellos el pensamiento luminoso y civilizador de la bendita raza de Castilla". Esta apología del mestizaje revestido de universalismo cristiano —España "transfundió su sangre y su espíritu en las otras razas inferiores, creando así el tipo de mestizo, que es todo lo contrario a la fundación de una raza, porque es la obra de un pueblo espiritual que no concebía más raza que aquella raza universal de los redimidos en Cristo", escribió Pemán en otra ocasión— fue compartida por el fascista Ernesto Giménez Caballero cuando afirmaba que España no era racista sino "raceadora".[7]

Aunque el racismo de las derechas españolas era ante todo misionero y cristiano (uno de los componentes del llamado nacionalcatolicismo y que Trevor-Roper equipara al fascismo clerical), hubo más de un intento de conciliarlo con el racismo ario nazi. El más importante lo protagonizó el psiquiatra militar Antonio Vallejo-Nájera[8]​ con su propuesta de "higiene racial" para formar una "aristocracia eugenésica" de la "raza española", definida con "índices biopsíquicos" por su espíritu cristiano, cuyos "puntos cardinales" son: "Estimular la procreación de los superdotados física y psíquicamente; favorecer el desarrollo integral del niño y del joven; y crear un medio ambiente favorable para la raza selecta". Así, no es partidario de la educación de los hijos de los obreros, con alguna excepción, porque su "genotipo contiene incrustadas tendencias difícilmente eliminables en la primera generación", y desaconseja que tengan descendencia los "tipos biopsíquicos indeseables": criminales natos, psicópatas, amorales, vagabundos, anormales sexuales, prostitutas congénitas, etc. Con la "higiene racial" se lograría formar "una supercasta hispánica, étnicamente mejorada, robusta moralmente, vigorosa en su espíritu [cristiano]". Como ha señalado Gonzalo Álvarez Chillida, "Vallejo admira sin duda los objetivos del racismo nazi, pero los busca dentro de los límites del catolicismo".[9]​ Más radicalmente racistas arios y antisemitas fueron el catedrático de medicina Misael Bañuelos, que publicó en 1941 Antropología actual de los españoles, o el escritor monárquico Rafael López de Haro con su novela Adán, Eva y yo publicada en 1939.[10]

Misael Bañuelos también recurrió a las doctrinas racistas para justificar la superioridad de los castellanos, columna vertebral de España, sobre el resto de los pueblos peninsulares. Así afirmó que en el norte de Castilla, de donde él procedía, no había habido mezcla racial con "preasiáticos" como fenicios y judíos como había sucedido en las regiones "separatistas". Precisamente para Bañuelos la decadencia de España se había producido cuando los nórdicos habían sido desplazados por los de raza inferior. Una idea que fue compartida por otros nacionalistas españoles de derechas durante la República, incluido el líder de Falange Española José Antonio Primo de Rivera, que explicaban el carácter revolucionario de ciertas regiones por ser "hermanos de raza" de los "bereberes del Norte de África" o por tener "sangre mora", lo que les hacía oponerse a la "España germánica", a la "nobleza gótica", perteneciente a la raza aria. Esta visión era compartida por Vallejo-Nájera que también interpretó la guerra civil en clave racial: "Hoy como durante la Reconquista, luchamos los hispano-romano-godos contra los judeo-moriscos. El tronco racial puro contra el espurio [...] El tronco racial marxista español es judeo-morisco, mezcla de sangre que le distingue psicológicamente del marxista extranjero, semita puro".[11]

Bajo la influencia del racismo nazi hubo una inquietante literatura sobre eugenesia a principios de los años 40 (tema que, por otra parte, tampoco estaba ausente de la reflexión intelectual en la Europa Nórdica y Estados Unidos) en la que destacó también el psiquiatra militar Vallejo-Nájera.[12][13]

También durante esa época, el CSIC patrocinó trabajos pseudocientíficos que pretendían justificar la actuación colonial de España en África bajo criterios de superioridad racial sobre los negros.[14]

Asimismo, coincidiendo con la Segunda Guerra Mundial, el régimen franquista recurrió a la retórica antisemita en sintonía con los aliados alemanes y que buscaba precedentes en la españolidad entendida como raza identificada con el cristiano viejo y la limpieza de sangre del pasado inquisitorial.[15]​ A partir de la victoria aliada, y del impacto de las evidencias del Holocausto, se desprestigió de tal manera el racismo que a mediados del siglo XX pocos se atrevían a defenderlo. La posición oficial en España era definir al español como el menos racista de todos los pueblos colonizadores, tomando al mestizaje como prueba; incluso se enaltecía la aportación cultural de los gitanos, tomando a individualidades artísticas del mundo del flamenco y de la tauromaquia (roles similares a los de los negros en Estados Unidos); y se presumía de la pretendida protección dada a los judíos durante la persecución nazi (como la que proporcionó el diplomático Ángel Sanz-Briz en la legación de Budapest).

La idea de la pureza de la "raza vasca", un término que ya empleó el jesuita Manuel Larramendi en el siglo XVIII, tuvo su origen en el mito foralista de que los vascos descendían directamente y sin mezcla alguna del primer poblador de la península, el nieto de Noé Tubal, quien habría traído las leyes forales, el euskera, el monoteísmo y la nobleza originaria. Así el "tubalismo vasco" servía para defender la hidalguía universal de los "vizcaínos" establecida en sus fueros, que prohibían la presencia de "cristianos nuevos" debido a su origen "moro" o "judío". Por eso en la España casticista ser vizcaíno era sinónimo de limpieza de sangre y de "cristiano viejo". En el siglo XIX el vascofrancés Augustin Chaho sustituyó el "tubalismo" por el mito ario al hacer descender a los vascos de un patriarca indo-persa Aitor, emparentando así el euskera con el sánscrito -aunque el tubalismo será recuperado a final de siglo por Sabino Arana-. El mito de la pureza de la "raza vasca" alcanzará gran difusión gracias a Amaya o los vascos en el siglo VIII, una obra antisemita de Francisco Navarro Villoslada publicada como folletón entre 1877 y 1879.[17]

El racismo fuerista vasco culmina con Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco y heredero de la obsesión casticista española de la limpieza de sangre, que es lo que para él significa la pureza racial vasca: que entre los ascendentes de los vascos no hay ningún "moro", ni ningún judío —del que dice "no tiene más ideal que el vil y ruin de las riquezas"—, lo contrario de lo que ocurre con la contaminada "raza española", que por ello se ha convertido en una raza impía —"las razas árabe y hebrea habíanse ya entremezclado con la raza española... inoculándole el virus anticristiano", escribe—. Por eso Arana defiende el independentismo, porque es la única forma de que los vascos puedan alcanzar la salvación al conseguirse así la separación completa y total de la "raza española" -"el grito de independencia, SÓLO POR DIOS HA SONADO, afirma Arana-, al igual que se hizo en España en los siglos XVI al XVIII por medio de los estatutos de limpieza de sangre -separar a los cristianos viejos de los cristianos nuevos de origen judío o "moro"-. Este es el fundamento del "racismo separatista visceralmente antiespañol" —como lo llama el historiador Gonzalo Álvarez Chillida— de Sabino Arana, que ve en peligro la salvación de los vascos a causa de la "invasión maketa" —los obreros españoles que están emigrando a Vizcaya a trabajar en sus industrias y en sus minas— porque el contacto con el maketo —"irreligioso e inmoral", "pestífera influencia", cuyos frutos son "criminalidad, irreligiosidad, inmoralidad, indigencia, enfermedades"— extravía al vasco y lo lleva a la impiedad y al pecado. Para Arana el objetivo del maketo es "extinguir nuestra raza", en el sentido que "aspira a nuestra muerte", lo mismo que pretenden hacer los judíos. Por eso pide a los vascos que mientras no se alcance la independencia aíslen a los maketos "en todos los órdenes de las relaciones sociales" y cuando se alcance que sean expulsados.[18]

Como ha señalado Gonzalo Álvarez Chillida, "aunque el catalanismo sea mucho más plural y moderno que el aranismo, muchos catalanistas acudieron al racismo para justificar la dicotomía catalán-castellano/español", aunque el "racismo catalanista, no tuvo la centralidad que presenta en el pensamiento de Arana" ni estaba obsesionado con la idea de la pureza racial. Además, la mayor parte de los catalanistas no recurrieron a la dicotomía ario-semita, coincidiendo en esto con Arana, sino al viejo casticismo para diferenciar un norte peninsular libre de "moros" y judíos y un centro y un sur profundamente "semitizado". Uno de los pocos que utilizaron la oposición ario-semita para diferenciar al "catalán" del "español" fue Pompeyo Gener que publicó en 1887 Heregias, en el que contraponía un norte peninsular "ario" (latinos, celtas y godos), del que forman parte los catalanes, frente a un centro y un sur "semita".

En 1891 Joaquim Casas-Carbó aseguraba en un artículo que los catalanes provenían de los celtas, tesis que sería recogida, junto con la de Gener, por el alcalde de Barcelona, el doctor Bartomeu Robert, en la conferencia que pronunció en el Ateneo de Barcelona en 1899 con el título "La raça catalana". Una idea similar era la que había sostenido el propio Enric Prat de la Riba, el líder del nacionalismo catalán conservador, un año antes en París cuando afirmó que los pueblos catalán y castellano o español "son la antítesis el uno del otro por la raza, el temperamento y el carácter" ya que más allá del Ebro predominaba "el carácter semítico" y la "sangre árabe y africana". Además durante esos años del cambio de siglo fueron frecuentes los artículos que contraponían el carácter ario y europeo de los catalanes frente al carácter semita y africano de los españoles, incluyendo a veces alusiones racistas hacia los inmigrantes de otras regiones. El caso más claro de racismo "científico" catalanista fue el de Pere Màrtir Rossell i Vilar que publicó en 1917 Diferències entre catalans i castellans y en 1930 La Raça.[19]​ Otro exponente del racismo catalanista fue el economista, demógrafo y estadístico Josep Anton Vandellós que en 1932 hizo público un manifiesto, apoyado por destacados miembros del Instituto de Estudios Catalanes, en el que se oponía a la mezcla de los catalanes de pura cepa con los inmigrantes pobres llegados del resto de España. Tesis que retomó en dos libros publicados en 1935: La inmigració a Catalunya y Catalunya, poble decadent. Sin embargo, y a pesar de la existencia de estos racistas, nunca llegó a formarse un movimiento racista en Cataluña.[20]

Manuel Murguía recurrió al racismo ario para definir la nacionalidad gallega al vincularla al celtismo. Así Murguía, como Gener para la "raza catalana", contrapone el gallego ario —"el celta es nuestro único, nuestro verdadero antepasado", afirma— frente al "español" semítico-africano, aunque en él no existe la obsesión de Arana por la pureza y la segregación raciales. Más radicalmente racista —y paulatinamente también antisemita— fue Vicente Risco que encabezará el ala derecha del galleguismo en el primer tercio del siglo XX. En 1920 publica Teoría do Nacionalismo Galego, la biblia o evangelio del galleguismo según el periódico A Nosa Terra, en el que "interpreta la historia de Europa como la lucha permanente y cíclica entre el Mediterráneo racionalista, clasicista y decadente, y la civilización atlántica, representada por las las siete naciones célticas, que encarnan el irracionalismo y el dinamismo vitalista, con una gran misión que cumplir en el mundo". Su racismo y antisemitismo se acentúan en los años 30 poniendo como modelo la defensa del catolicismo y de la pureza racial de los vascos y llegando a apoyar al nazismo que justifica como una "reacción vital de la nación alemana" frente a marxistas, capitalistas y judíos -"el judío es la gran fuerza desgarradora, el fermento de la disolución social", afirma-. Tras el alzamiento militar de 1936 abandona su militancia galleguista y apoya al bando sublevado en la Guerra Civil Española, justificándola como una cruzada religiosa. En 1944 publica la Historia de los judíos en el que desarrolla sus tesis antisemitas.[21]

El carácter nacional español, de existir, se ha buscado siempre (Américo Castro en polémica con Claudio Sánchez Albornoz) en ese enfrentamiento presente en el imaginario colectivo y hasta en las fiestas populares que llevan ese nombre (Moros y cristianos).

Los conflictos con aspectos de naturaleza racista más importantes de la historia de España tienen una vinculación estrecha con las luchas religiosas de la Edad Media, aunque no se puede atribuir únicamente a la religión y tienen claras expresiones racistas. Para los reinos cristianos, son fundamentalmente la Reconquista y la Repoblación (que puede entenderse como una limpieza étnica). Simultáneamente, en Al-Ándalus las divisiones sociales superponían a la escala de riqueza una concepción del origen familiar basada tanto en el origen étnico como en la religión: ponía en la cúspide a los de origen árabe, seguidos por los de Oriente Medio, los bereberes norteafricanos, los muladíes (musulmanes de origen hispanorromano) e incluso eslavos; en el extremo inferior quedaban los cristianos y judíos. El deseo de arabización incluía un ideal con componentes religiosos, lingüísticos, culturales e indudablemente raciales. Las clases dirigentes reivindicaban o incluso inventaban ancestros árabes. Durante las épocas críticas de intensificación del integrismo religioso, como ocurrió durante el dominio almorávide, se incrementó de tal modo la represión contra mozárabes y judíos, que se produjeron emigraciones masivas a los reinos cristianos del norte peninsular.

Desde finales de la Edad Media (asaltos a las juderías de 1391 y revuelta de Pedro Sarmiento en Toledo), se ponen en marcha los estatutos de limpieza de sangre, que condujo a la expulsión de los judíos (1492) y la discriminación de los judeoconversos en todos los aspectos, incluida la represión del criptojudaísmo por la Inquisición. El mantenimiento del problema converso durante toda la Edad Moderna (reactivado con la incorporación de Portugal (1580) o con el proceso de Zapata y otros de comienzos del siglo XVII) es uno de los ejemplos más claros de la función del racismo como ideología, vehículo de control social tanto hacia la minoría como hacia la mayoría de la población que aguanta mejor su pobreza gracias a la ficción del orgullo de ser cristiano viejo. Muchas veces se ha argumentado que el atraso en la evolución económica y social de España se debe a la sospecha que generaba cualquier actividad que proporcionara un logro, en beneficio de la bendecida renta feudal de señoríos y monasterios.

El tratamiento de los moriscos (de origen islámico) fue diferente al de los marranos (de origen judío): aunque la rendición de Boabdil se hizo a condición de poder mantener su religión y costumbres, la presión religiosa hizo que los tratados se incumplieran y se obligara a su bautismo general (1501). En Valencia los musulmanes pudieron tener su fe hasta un decreto de Carlos I de España en 1525, que les dio a elegir conversión o expulsión. Tras la rebelión de los moriscos de Granada (1569), comenzó la solución final, un proceso que empezó con su deportación al interior de la península y que finalmente acabó con su expulsión definitiva (1609).

La imagen social de las personas gitanas españolas está llena de prejuicios, estereotipos, estigmas y generalizaciones falsas. Una prueba de ello es que incluso en el actual diccionario de la RAE se recoge la acepción 5 para la palabra gitano: “ adj. trapacero. U. como ofensivo o discriminatorio. U. t. c. s.”.

La llegada de los gitanos a la península ibérica en el siglo XV fue acompañada de una legislación represiva (desde la famosa ley de los Reyes Católicos) que es considerada racista, pero que no pudo tener la eficacia que pretendía dada la permanencia de la comunidad gitana.[cita requerida] La pretensión de los Reyes Católicos era forzar la alternativa entre la asimilación o la expulsión, del mismo modo que en el caso de los judíos aunque con algunas diferencias.

A partir de 1469, tratando de conseguir la homogeneidad cultural en España, las autoridades dieron a los gitanos un plazo de dos meses para su integración. Eso incluía que debían habitar en un domicilio fijo, adoptar un oficio y abandonar su forma de vestir y costumbres, so pena de expulsión o esclavitud.

En 1749, la Gran Redada o Prisión General de los gitanos, durante el reinado de Fernando VI, y mediante un plan secreto organizado por el Marqués de la Ensenada, el intento de exterminio de los gitanos españoles.

Fueron detenidos casi todos los gitanos españoles, unas 9.000 (otros 3.000 ya estaban en prisión), los hombres enviados a los arsenales de la marina y las mujeres y los niños encarcelados a realizar trabajos forzados.Durante esos años muchos gitanos fallecieron por las condiciones insalubres de las prisiones y la dureza de los trabajos forzosos. Sólo serían indultados 16 años después por el rey Carlos III, y algunos no serán liberados definitivamente hasta 1783.[22]

La posterior situación de los gitanos sigue siendo objeto de una clara discriminación racial. Los efectos de la discriminación histórica y la persecución no terminan con el acto pero continúan afectando negativamente a las personas perseguidas como "gitanas" en su vida económica, social y psicológica.[23]

En sus viajes por España en la década de 1830, el predicador protestante inglés George Borrow conectó con las comunidades gitanas, cuya lengua y costumbres estudió. En cuanto a su situación legal, comparándola con la de otros países, hizo la siguiente apreciación:

Algunos historiadores defienden que desde la prehistoria existe población de origen africano en España, aunque es difícil adscribirla a algún tipo racial concreto. En época protohistórica y en época antigua, se registra documentalmente y con testimonios arqueológicos la existencia de poblaciones de origen africano, principalmente mediterráneo pero también subsahariano, llegadas con los contingentes militares cartaginés y romano [cita requerida]. En la época islámica, un número considerable de personas negras vinieron a España y algunas ocuparon altos cargos en los sistemas califales y en la cultura [cita requerida]. Por ello, y al ser el África negra una gran proveedora de oro, durante la Edad Media existió el estereotipo de la persona negra acaudalada; es entonces cuando surgen los mitos del Preste Juan y Baltasar. Posteriormente, con la colonización de América y el establecimiento del comercio triangular, y notablemente desde finales del siglo XVII, la esclavitud de africanos negros incide en un crecimiento de la aversión hacia lo negro. Desde el siglo XVIII una serie de pseudociencias coadyuvan en la justificación de la esclavitud de las personas negras. En el siglo XIX España será la última potencia occidental en abolir la esclavitud, lo cual influye en la persistencia del racismo antinegro. Ya la Constitución de Cádiz de 1812 condicionaba el pleno derecho de los negros:

Durante la Guerra de Cuba los mambises (guerrilleros independentistas, muchos de ellos negros) son presentados por la prensa como un peligro terrorífico y se difunde la idea de que los negros son aliados de las potencias que quieren destruir al Imperio Español, especialmente de Gran Bretaña, motejada de Pérfida Albión, por sus esfuerzos en la abolición de la esclavitud y del tráfico de esclavos.[cita requerida]

La mayor parte del siglo XX significó un período de relativa calma en que la figura del negro es vista con cierto paternalismo ridiculizante o patético, especialmente durante el régimen franquista.[cita requerida] La presencia de población que pudiera identificarse como negra en la sociedad española estaba fundamentalmente compuesta por emigrantes de la colonia de Guinea Ecuatorial, Cuba, así como algunos afronorteamericanos. Con una presencia local muy anterior, se divulgó desde 1952 (publicación del artículo de Arcadio Larrea Los negros de la provincia de Huelva) la presencia de descendientes de esclavos en Huelva, en poblaciones como Gibraleón, Niebla, Palos o Moguer. Sólo en Gibraleón se contabilizaba su número en doscientos, con algún caso de mestizaje. El artículo denunciaba su situación mísera y discriminación, existiendo incluso una especie de gueto en el barrio de Villalatas de Gibraleón.[25]​ Sin embargo, desde finales del siglo XX y principios del siglo XXI el crecimiento de la inmigración se vincula a un aumento de la negrofobia de la mano de grupos neonazis y de ultraderecha, y a la desconfianza o desinformación de la clase trabajadora cuando ve en el inmigrante un competidor.[cita requerida] Desde entonces vienen produciéndose ataques racistas, en ocasiones con resultado de muerte o invalidez (entre otros, los casos de Lucrecia Pérez, Augusto Ndombele, Ypo Joe o Miwa Buene). Actualmente, cuando se calcula que viven en España cerca de 500.000 personas con herencia del África negra, instituciones como Amnistía Internacional,[26]SOS Racismo,[27]Movimiento Contra la Intolerancia,[28]​ denuncian que se producen anualmente en España un número no inferior a 200 agresiones físicas racistas contra personas negras.

La formación de una sociedad estratificada en la América española comenzó con la Conquista, y fue debatida conscientemente (véase la Polémica de los naturales). Con el tiempo se hizo más compleja, por la llegada de esclavos africanos y el mestizaje, muy diferente en cada zona de América, desde las Antillas, que cambiaron enseguida por la negra su presencia indígena, hasta Paraguay, donde ésta es la esencial. A diferencia de Haití, la identidad racial tuvo un papel marginal en la formación de las naciones hispanoamericanas en su Independencia. Más tarde, en el siglo XIX, el racismo biológico pseudocientífico en las naciones hispanoamericanas, donde la presencia europea socialmente se convirtió en dominante, movió a los gobiernos de procesos de "limpieza étnica".

Los movimientos migratorios de América Latina hacia Europa se han incrementado notablemente y han generado la presencia de colectivos muy numerosos de origen hispanoamericano en España: desde los argentinos, chilenos y uruguayos de finales de los setenta (muchos de ellos perseguidos políticos), a la inmigración masiva por motivos económicos de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, en la que (además de aquellos y sin que falten representantes de todos los demás países) destacan los procedentes de Ecuador y República Dominicana. Coincidiendo con ello han aparecido fenómenos de xenofobia y racismo, cuya extensión es difícil de medir, pero que han producido esporádicamente conflictos (véase más abajo, sección Racismo en España#La actualidad).

Un caso peculiar ha sido la incorporación de soldados de nacionalidad extranjera a las Fuerzas Armadas de España (desde su profesionalización y el final del servicio militar obligatorio, 2002), que comenzó limitándose al 2% de las tropas (2004) y en la actualidad está limitado al 9% (desde mayo de 2007), límite del que se ha alcanzado la cifra del 7% (2008). Únicamente es accesible para los originarios de países hispanoamericanos o Guinea Ecuatorial. Para la continuidad de estos soldados por más de seis años de servicio o para su promoción, se les requiere la obtención de la nacionalidad española. La convivencia de soldados de origen español y extranjero en el ejército no parece haber ocasionado problemas graves más allá de algún caso puntual.[29]

En el habla popular se encuentran expresiones peyorativas que son habitualmente utilizadas contra los inmigrantes de origen latinoamericano, tanto específicamente como para toda la inmigración no europea y otros de forma general.[30]​ Las expresiones xenófobas, racistas y lo que en algunas legislaciones se califica de crimen de odio, están perseguidos por la ley y la práctica de los tribunales.

La sentencia del Tribunal Constitucional establece un cambio en la normativa. De acuerdo en esto la simple negación de acontecimientos históricos no necesariamente conlleva una actitud racista o xenófoba; pero en caso de ir acompañada de esta, deberá ser punible como tal.

En 1938, algunos miembros de las Brigadas Internacionales, presos en el Campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) y mujeres presas republicanas en la Prisión de Málaga, fueron sometidos a test físicos y psicológicos extraños; se trataba de una de las primeras tentativas sistemáticas de poner la psiquiatría al servicio de una ideología. Documentos publicados en los últimos años, muestran el proyecto concebido por el psiquiatra en jefe de Franco, el doctor Antonio Vallejo-Nájera, para identificar el “biopsiquismo del fanatismo marxista”.

Francisco Franco, mediante el telegrama nº 1565, de 23 de agosto de 1938, autorizó al Jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares la creación del Gabinete de Investigaciones psicológicas, cuya “finalidad primordial será investigar las raíces psicofísicas del marxismo”, cuyo precedente no puede ser otro que el Instituto para la Investigación y Estudio de la Herencia creado por Himmler en Mecklenburg.

El gabinete concluyó su estudio en octubre de 1939 recibiendo su autor las felicitaciones del Estado Mayor del Ejército.

Nótese también, por su interés, lo que el doctor Vallejo-Nájera escribía en su obra “La locura de la guerra. Psicopatología de la guerra española” citada por Ricard Vinyes y otros : “La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos…La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político-social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación total de estos sujetos desde la infancia, podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”.

SUMARIO (PROC.ORDINARIO) 53 /2008 E. Páginas 13 y 14



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