Arte equino es el arte de representar al caballo. Es el subgénero más importante de la animalística o género animalista (fundamentalmente en pintura y escultura). No debe confundirse con el arte ecuestre o equitación (el arte de montar a caballo), ni con las demás manifestaciones de la hípica, deportivas o incluso artísticas, en las que es el caballo vivo, y no su representación, el vehículo de expresión artística: como en la alta escuela (Escuela Española de Equitación de Viena, Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre de Jerez) o en los espectáculos ecuestres del circo.
Las muy abundantes manifestaciones del caballo en el arte (el retrato ecuestre, las representaciones del caballo en la guerra —pintura de batallas y otros subgéneros de la pintura de historia—, en la caza o en el deporte) están entre las más importantes muestras de la animalística (el arte de representar animales).
El arte equino es tan antiguo como el arte mismo, pues hay representaciones de caballos ya en el arte rupestre del Paleolítico y en el arte antiguo de todas las civilizaciones, excepto en las precolombinas de América, dado que los caballos fueron introducidos allí por los españoles en el siglo XVI.
Caballos en la Cueva de Ekain (magdaleniense de la zona franco-cantábrica).
Caballo Blanco de Uffington (ca. 3000 a. C.)
Bronce etrusco
(ca. 600 a. C.)
Los caballos son las representaciones más habituales de los geoglifos denominados hill figures (Caballo Blanco de Uffington, Edad del Bronce).
En el arte chino destacó Han Gan como pintor de caballos de la dinastía Tang. Los míticos caballos celestiales o caballos de Ferghana, importados del Asia Central, fueron muy representados en la cerámica china. Qin Shi Huang, el primer emperador, mandó representar en su tumba un ejército de terracota, del que formaban parte también numerosos caballos.
Caballo de guerra de la dinastía Tang (de los denominados celestiales o de Ferghana), representado en cerámica sancai.
Bronce chino que representa un caballo al galope (siglo II, dinastía Han oriental), llamado caballo volador de Gansu o caballo volador al galope.
Cerámica japonesa que representa un caballo de guerra
(periodo Kofun, siglo VI).
Jinete con caballos, pintura china de Han Gan
(dinastía Tang, siglo VIII).
El arte equino de las civilizaciones mediterráneas antiguas tuvo un particular desarrollo. Especial trascendencia tuvo el de la civilización grecorromana desde la cerámica y escultura de la época arcaica, con ejemplos tan importantes como los numerosos caballos del Partenón (de época clásica, obra de Fidias: los de Helios en los frontones, la cabalgata de los frisos y los centauros de las metopas) o la cuadriga del Hipódromo de Constantinopla (atribuida legendariamente a Lisipo, aunque probablemente es de época helenística o romana). Aunque no se han conservado, tuvieron fama los caballos del escultor clásico griego Calamis. También se han perdido la mayor parte de los retratos ecuestres de emperadores romanos (excepto el de Marco Aurelio), y otras famosas esculturas equinas, como los Dióscuros del Quirinal y los del Capitolio, fueron drásticamente restauradas.
Kántharos del llamado Maestro de los caballos (periodo geométrico, siglo VIII a. C.)
Cerámica corintia de figuras negras (siglo VI a. C.)
Kilix laconio de figuras negras del llamado Pintor de los jinetes (siglo VI a. C.)
Cástor en una cerámica de figuras rojas del llamado Pintor de las nióbides (siglo V a. C.)
Odiseo y Diómedes robando los caballos de Rhesus, en una situla de fuguras rojas producida en Apulia por el denominado Pintor de Licurgo (ca. 360 a. C.)
Troilo en la fuente, en un stamnos de figuras rojas producido en un taller de Vulci (cerámica greco-etrusca, ca. 300 a. C.)
Uno de los caballos de Helios del frontón este del Partenón.
Cabalgata del friso del Partenón.
Metopa 28 del lado sur del Partenón.
Moneda púnica de Sicilia (siglo IV a. C.)
Jinete ibero en una de las esculturas de Osuna (Urso, siglo III a. C.)
Uno de los caballos de la Fontana del Quirinale o dei Dioscuri.
Las representaciones ecuestres en el arte medieval, aunque no poco frecuentes, abandonaron la tradición clásica, que no se recuperó hasta el Renacimiento italiano, con los condottieros de Donatello y Verrocchio. Los caballos de la Batalla de San Romano de Paolo Ucello, los de la Capilla de los Magos de Benozzo Gozzoli y los de la Batalla de Anghiari de Leonardo da Vinci (o los de los grabados de Durero y Cranach en el Renacimiento nórdico) dieron inicio a una revitalizada tradición pictórica que se desarrolló durante todo el arte de la Edad Moderna.
Fresco de la Capilla de los Magos del Palacio Medici Riccardi, Benozzo Gozzoli (1459-62).
Caballero, la Muerte y el Diablo, grabado de Alberto Durero (1513).
Los caballos de la Aurora en un fresco de Guido Reni (ca. 1612).
Detalle de la Fuente de los Cuatro Ríos, de Bernini (1651).
Caballo pinto, de Paulus Potter (ca. 1650).
Retrato del caballo de carreras Whistlejacket, de George Stubbs (1762).
Además del retrato ecuestre escultórico (Giambologna, Pietro Tacca) y pictórico (Velázquez, Van Dyck), surgió incluso el tema del caballo como representación exclusiva o motivo artístico por sí, empeño en el que destacaron Paulus Potter en la Holanda del siglo XVII o George Stubbs en la Inglaterra del siglo XVIII. El nivel que había alcanzado la especialización y estimación profesional de los "pintores de caballos" ya había sido reflejada mucho antes por el español Mateo Alemán en su novela picaresca Guzmán de Alfarache (1599), donde describe la competencia entre dos de ellos a los que se encarga el retrato de sendos caballos; mientras uno se centra en la representación anatómica, otro se recrea en los detalles de la escena y no en el cuerpo del animal.
Caballo árabe gris-blanco, de Gericault (1812).
Uno de los domadores de caballos, de Peter Clodt von Jürgensburg (1851).
Automédon ramenant les coursiers d'Achille des bords du Scamandre, de Henri Regnault (1868).
Bronco Buster, de Frederic Remington (1895).
El arte de la Edad Contemporánea se inició con las tendencias opuestas de academicismo y romanticismo, que marcaron probablemente el punto culminante de las representaciones equinas dentro de la convención realista; mientras que el arte de vanguardia del siglo XX continuó representando al caballo, pero bajo sus propias convenciones (como, por ejemplo, Picasso en El Guernica, Pablo Gargallo en Urano o los caballos azules y rojos de Franz Marc).
Pequeños caballos azules, de Franz Marc (1911).
Urano, de Pablo Gargallo (1933).
Caballo con jinete tropezando,
de Salvador Dalí.
Monumento a los caballos, de Juan Oliveira (1991)
Kůň, de David Černý (1999).
Los retratos ecuestres son un subgénero del retrato al que es consustancial la representación de un caballo con la figura del retratado, especialmente en una escena de monta. No debe confundirse el retrato ecuestre con el retrato equino, es decir, la reproducción retratística de un caballo concreto (como el Whistlejacket de Stubbs).
Jinete Rampin
(ca. 550 a. C.)
Investidura de Ardacher I (fundador de la dinastía sasánida —siglo III—) por el dios Ahura Mazda. Sus caballos pisotean al anterior rey, Artabán IV, y a la deidad negativa Ahriman. Naqsh i Rustam.
Estatua ecuestre de Marco Aurelio (175).
La estatuaria ecuestre se remonta, al menos, a la Grecia arcaica (el llamado Jinete Rampin) y a la antigua Persia (no en bultos redondos sino en relieves). En la escultura clásica tiene su principal exponente en la desaparecida estatua ecuestre de Alejandro (montado en el mítico Bucéfalo, que levanta sus dos patas delanteras) de Lisipo. Se dice que Julio César se hizo esculpir una escultura ecuestre idéntica a la de Alejandro de Lisipo, cambiando la cabeza de Alejandro por la suya propia. No obstante, su más importante precursor, o al menos el que más trascendencia ha tenido en el arte posterior, fue la la de Marco Aurelio en el Capitolio romano (la única superviviente de las muchas que hubo de emperadores romanos —como la estatua ecuestre de Trajano—), salvada quizá por habérsela confundido con la del primer emperador cristiano (Constantino).
Emperador bizantino triunfante, en el díptico Barberini
(primera mitad del siglo VI).
Cosroes II montando a su caballo Shabdiz en los relieves de Taq-e Bostan (ca. 600).
Jinete de Bamberg
(ca. 1225).
Jinete de Magdeburgo
(ca. 1250).
Monumento funerario de Bernabé Visconti, de Bonino da Campione (1363).
Su ejemplo no fue muy seguido en la Edad Media, especialmente por la dificultad técnica de la escultura en bronce. Además de la representación del emperador persa-sasánida Cosroes II (un altorrelieve en roca viva), en Europa se cuentan la de Carlomagno (un bulto redondo de pequeñas dimensiones), el Jinete de Bamberg (en piedra, adosado a uno de los pilares de la catedral, que podría ser un retrato del emperador Federico II), el Jinete de Magdeburgo (un bulto redondo de arenisca, que podría ser un retrato del emperador Otón I), o los monumentos funerarios de los Scaligeri o el de Bernabé Visconti (bultos redondos en piedra, los primeros en Verona y el segundo en el Castillo Sforzesco de Milán).
Condottiero Gattamelata, de Donatello (1453).
Condottiero Colleoni, de Verrocchio (1488).
Estudio de caballo, Leonardo da Vinci
(ca. 1490).
Boceto para monumento ecuestre, Leonardo da Vinci (ca. 1490).
Boceto para monumento ecuestre, Leonardo da Vinci (posiblemente uno de los primeros de esta serie, 1488-1499).
Luis XII en el castillo de Blois (las patas del caballo están en la posición denominada à l'amble').
Sí será profusamente seguido a partir del Renacimiento (los condottieros Gattamelata y Colleone, el frustrado caballo sforzesco de Leonardo).
Los retratos ecuestres pictóricos comenzaron teniendo como modelo explícito esas esculturas (frescos de los monumentos funerarios a condottieros de Paolo Ucello y Andrea del Castagno en la Catedral de Florencia), y a partir de Tiziano (Carlos V a caballo en Mühlberg, 1548) se incorporaron a los retratos regios de los pintores de corte. El desarrollo tecnológico del grabado, que se había convertido en un mecanismo excepcional para la distribución de la obra visual desde antes incluso de la invención de la imprenta, protagonizó un curioso momento de emulación entre dos importantes artistas con excusa de una representación ecuestre: el San Jorge de Lucas Cranach (1507) y el Maximiliano de Hans Burgkmair (1508).
Monumento funerario del condottiero Giovanni Acuto en la Catedral de Florencia, de Paolo Ucello (1436).
Monumento funerario de Niccolò da Tolentino, de Andrea del Castagno (1456), pintado junto al anterior.
San Jorge, de Lucas Cranach (1507).
Emperador Maximiliano, de Hans Burgkmair (1508).
Pargali Ibrahim Pascha, visir de Solimán el Magnífico, durante el sitio de Viena (1529), grabado coloreado de Hans Sebald Beham (ca. 1530).
En el Manierismo y el Barroco, los escultores italianos siguieron dominando la técnica de la estatuaria ecueste, y se significaron especialmente con las esculturas de los dos reyes españoles de la primera mitad del siglo XVII: la estatua ecuestre de Felipe III y la estatua ecuestre de Felipe IV.
Estatua ecuestre de Cosme I de Médici, de Giambologna (1594).
Estatua ecuestre de Felipe III, de Giambologna y Pietro Tacca (1618).
Estatua ecuestre de Alejandro Farnesio, de Francesco Mochi
(1622-1625), uno de los llamados Cavalli del Mochi.
Estatua ecuestre de Felipe IV, de Pietro Tacca
(1634-1640).
La escultura ecuestre mantuvo al menos tres patas del caballo apoyadas en la base hasta entonces. El atrevimiento de representar un caballo apoyado en las dos patas traseras fue desechado incluso por Leonardo, a pesar de su ambición. Tal desafío técnico para la escultura no se consiguió hasta 1640, cuando Pietro Tacca consiguió llevar al bronce un dibujo de Velázquez (que realizaba una serie de retratos ecuestres de varios miembros de la familia real —1634 a 1635— y del Conde Duque de Olivares —1638—) gracias, según algunos testimonios, a los cálculos físicos de Galileo.
La reina Isabel de Francia a caballo.
El príncipe Baltasar Carlos a caballo.
La reina Margarita de Austria a caballo.
El Conde-Duque de Olivares a caballo.
Las representaciones pictóricas tienen muchas menos limitaciones, pero aun así no fue nada usual la representación de tal postura en los retratos pictóricos ecuestres hasta esa misma época (compruébese en los ejemplos de Tiziano o Rubens, anteriores, y los de Le Brun o Siemiginowski, posteriores).
Carlos V a caballo en Mühlberg, de Tiziano (1548).
Retrato ecuestre del duque de Lerma, de Rubens (1603).
Retrato ecuestre de Luis XIV, de Charles Le Brun (1668).
Retrato ecuestre de Juan III Sobieski, de Jerzy Siemiginowski-Eleuter (1686).
Incluso las múltiples versiones del retrato ecuestre de Carlos I de Inglaterra por Van Dyck, estrictamente contemporáneas de la serie de Velázquez para los Austrias de Madrid, también se atienen a las convenciones fijadas por Tiziano o Rubens, con la excepción del magistral retrato desmontado, en el que el caballo y la vegetación se usan de marco y dosel para resaltar la figura del monarca.
Retrato ecuestre del emperador Carlos V, de Van Dyck (1620).
Retrato ecuestre de Carlos I de Inglaterra, de Van Dyck (1633).
Retrato ecuestre de Carlos I de Inglaterra, de Van Dyck (1635).
Carlos I de caza, de Van Dyck (1635).
Las estatuas ecuestres de Luis XIV, que se erigieron por toda Francia (y que un siglo más tarde fueron masivamente destruidas durante la Revolución francesa), hubieran podido tener como modelo una atrevida propuesta de Bernini (1670), que el rey desechó por su dinamismo, prefiriendo el decorum de un paso más estable (sí hay algunos cuadros de Luis XIV a caballo siguiendo el modelo velazqueño, con sólo dos apoyos —de Charles Le Brun y de René-Antoine Houasse—, e incluso un relieve en estuco —de Antoine Coysevox— pero la solemnidad del espacio público que ocupan las esculturas parece que determinó la restricción). Se encargó a François Girardon la realización del modelo definitivo, así como la misión de transformar el proyecto de Bernini en una estatua de Marco Curcio (1687). No obstante, las posibilidades de la misma forma ecuestre se aprovecharon en otra obra destinada a la glorificación de la monarquía, pero que no representaba al propio rey, sino a su "fama", y que se encargó a Coysevox (1701).
Pintura de René-Antoine Houasse (1700) que reproduce la estatua ecuestre de Luis XIV de François Girardon (1692).
Estatua ecuestre de Marco Curcio en el Louvre, de Bernini y Girardon (1670-1687).
La fama del rey cabalgando a Pegaso, de Coysevox (1701).
Luis XIV como emperador romano vencedor en la Sala de la Guerra del palacio de Versalles, estuco de Coysevox (1715).
El azaroso destino de estas estatuas continuó con la Restauración: la estatua ecuestre de Luis XIV que actualmente se encuentra en Versalles, inicialmente se proyectó, por encargo de Luis XVIII (el rey absolutista restaurado en 1814 y 1815) como estatua ecuestre de Luis XV para la plaza de la Concordia (diseño de Pierre Cartellier). Al abandonarse el proyecto (el absolutismo cayó con la revolución de 1830, sustituido por la monarquía liberal de Luis Felipe), se sustituyó al retratado por Luis XIV, cuya figura podía considerarse una gloria nacional menos polémica (se conservó el caballo y se cambió al caballero por un diseño de Louis Petitot). El encargado de realizar el conjunto en bronce fue Charles Crozatier, que terminó la estatua en 1838. Menos problemas tuvo una estatua ecuestre de Francisco I en París, de François-Frédéric Lemot (1818) que se construyó con los mismos criterios "restauradores", con bronce procedente de dos estatuas de Napoleón (la que remataba la columna Vendôme y la de Boulogne-sur-Mer) y de la estatua de Desaix de la place des Victoires (se la consideraba "impúdica" —estaba desnudo— y se la sustituyó por una ecuestre de Luis XIV, de François Joseph Bosio —1828—; antes que la de Desaix también hubo en ese mismo lugar otra estatua de Luis XIV que también se destruyó en la revolución). En la misma place Vendôme donde se levantaba la columna napoleónica se había erigido una de las estatuas ecuestres originales de Luis XIV, en 1699, cuando la plaza se denominaba Place Louis le Grand ("plaza Luis el Grande", otro de los epítetos del "rey sol"), y que fue destruida en 1789. La columna napoleónica también fue derribada, pero no por los absolutistas de la Restauración, sino por los revolucionarios de la Comuna de París (1871).
Estatua ecuestre de Luis XIV en Versalles, de Crotazier, con diseño de Cartellier y Petitot (1838).
Estatua ecuestre de Luis XIV en París, de François Joseph Bossio (1820).
Estatua ecuestre de Francisco I en París, de François-Frédéric Lemot (1818).
Altorrelieve de Francisco I a caballo en la fachada del Ayuntamiento de Lyon (1645-1651).
La necesidad de prestigiar las monarquías absolutas y despotismos ilustrados, y la conveniencia de utilizar los espacios públicos para ello (un ejemplo paradigmático es la Praça do Comércio levantada en Lisboa sobre las ruinas del palacio real destruido por el terremoto de 1755), expandió la función propagandística de las estatuas ecuestres, especialmente por la Europa central y oriental. También se realizaron en la América colonial (el llamado Caballito de Manuel Tolsá, una estatua ecuestre de Carlos IV en México, cuya erección fue contemplada por Humboldt en 1803).
Estatua ecuestre del Federico I de Prusia, de Andreas Schlüter
(1689-1703).
El Jinete dorado de Dresde (Goldener Reiter), estatua ecuestre del rey de Polonia y elector de Sajonia Augusto II, de Ludwig Wiedemann (1732).
Estatua ecuestre de Federico V de Dinamarca en el palacio de Amalienborg de Copenhague, de Jacques Saly (1754).
Estatua ecuestre de José I de Portugal en la Plaza del Comercio de Lisboa, de Joaquim Machado de Castro (1775).
El Caballero de bronce (Медный всадник) de San Petersburgo, escultura ecuestre de Pedro el Grande de Rusia, de Étienne-Maurice Falconet (1782).
Estatua ecuestre de Carlos III, resultado de distintos proyectos (Manuel Francisco Álvarez de la Peña y Juan Pascual de Mena). Hay una estatua ecuestre anterior del mismo Carlos, como rey de Nápoles, por Antonio Canova, que comparte la Piazza del Plebiscito con otra de Fernando II, de Antonio Calì.
Estatua ecuestre de Carlos IV, de Manuel Tolsá en ciudad de México, llamada "el caballito" (1796-1803).
El retrato ecuestre no se limitó a los retratos regios de los pintores de corte o a los héroes nacionales. Desde los retratistas ingleses del siglo XVIII, especialmente Joshua Reynolds, se utilizó el retrato ecuestre para satisfacer la demanda de una creciente clientela de caballeros particulares, La naturaleza privada de los encargos permitía poses mucho más deshinibidas (la denominada Grand Manner); aunque sus referentes son claramente reconocibles en la pintura regia anterior (especialmente en Van Dyck).
Capitán Robert Orme (1756).
John Ligonier, primer lord Ligonier (1760).
John Manners, marqués de Granby (ca.1765).
Coronel George K. H. Coussmaker, guardia de granaderos (ca. 1770).
Los retratos de Napoleón fueron utilizados como un eficaz medio de prestigiar la figura personal del emperador-soldado. Su pintor oficial, David, realizó un Napoleón cruzando los Alpes (1801-1805) siguiendo el modelo de caballo sobre dos patas. Hay una gran cantidad de representaciones pictóricas de Napoleón a caballo, en distintos momentos de sus campañas militares (véase Pintura contemporánea#Guerra y represión); que pasan de ilustrar los momentos gloriosos (pintados durante su mandato), a hacerlo con los más tristes (pintados tras su derrota). Las representaciones escultóricas ecuestres son más tardías, y corresponden a la época del Segundo Imperio, cuando servían indirectamente para legitimar al nuevo emperador, Napoleón III. La que se levantaba en el Rond-Point de L'Empereur de los Campos Elíseos, obra de Émile de Nieuwerkerke fue destruida durante la Commune (1870) y sustituida en 1883 por un monumento a la defensa de París, de Louis-Ernest Barrias (el lugar se llama hoy La Défense). Otras estatuas ecuestres de Napoleón, del mismo escultor (que había llegado a director de los museos nacionales debido a su cercanía a Napoleón III), se levantaron en Lyon y La Roche-sur-Yon.
Napoleón cruzando los Alpes, de Jacques-Louis David (1801-1805).
Grabado del monumento ecuestre de Napoleón en el Rond-Point de los Campos Elíseos, de Émile de Nieuwerkerke (1852).
Estatua ecuestre de Napoleón en Cherburgo, de Armand Le Véel (1855).
Estatua ecuestre de Napoleón, de Emmanuel Frémiet (1868).
Las nuevas repúblicas creadas tras las independencias americanas también encontraron en los retratos ecuestres, tanto pictóricos como escultóricos, un vehículo para la conformación de la conciencia nacional y la construcción de una historia nacional mediante la glorificación de los libertadores y padres de la patria; el más reproducido, Simón Bolívar. Especialmente numerosas fueron las estatuas ecuestres en Estados Unidos. En los monumentos conmemorativos de los militares caídos en la Guerra de Secesión se originó una pintoresca leyenda: la que hace corresponder la causa de la muerte del retratado al número de patas que apoya su caballo.
George Washington y su caballo, de John Trumbull (1790).
Washington en Yorktown, de Rembrandt Peale (1823).
Retrato ecuestre de Simón Bolívar, de José Hilarión Ibarra (1826).
Bolívar en Carabobo, de Arturo Michelena (1898).
Estatua ecuestre de Andrew Jackson, de Clark Mills (1853).
George Washington como Teniente General en Washington Circle, de Clark Mills (1860).
Monumento al General San Martín y a los Ejércitos de la Independencia; la escultura ecuestre de San Martin, de Louis Joseph Daumas (1860), el resto, de Gustav Eberlein (1910).
Monumento ecuestre al General Manuel Belgrano, de Louis-Robert Carrier-Belleuse (1872).
Estatua ecuestre de Simón Bolívar en Santa Marta.
Desde la época del nacionalismo y hasta la Primera Guerra Mundial, todos los países del mundo recurrieron a la conmemoración de sus glorias nacionales de todas las épocas, incluidas las de la lejana Edad Media, prestigiadas por el historicismo que se aplicó también a la arquitectura (arquitectura historicista) y la pintura (pintura de historia). Las estatuas ecuestres cumplieron un papel muy importante en ello; y algunas fueron obra de notabilísimos escultores, como Thorwaldsen (cuya estauta ecuestre de Poniatowski tuvo una trayectoria tan desgraciada como la de la propia Polonia), Jürgensburg (el escultor favorito del zar Nicolás I de Rusia, que embelleció el San Petersburgo de mediados de siglo), Fernkorn y Stróbl (en el Imperio Austrohúngaro), Cyrus Dallin (cuya serie The Epic of the Indian se convirtió en un icono del arte estadounidense), los franceses Calmels, Frémiet o Dubois, el español Benlliure, o el japonés Kōtarō Takamura.
Reconstrucción de la estatua ecuestre de Jozef Poniatowski, de Thorwaldsen (1827-1832).
Estatua ecuestre de Federico el Grande en Berlín, de Christian Daniel Rauch (1839-1851).
Estatua ecuestre de Guillermo el Taciturno en La Haya, de Émile de Nieuwerkerke (1845).
Estatua ecuestre de Nicolás I, de Peter Clodt von Jürgensburg (1859).
Estatua ecuestre del Archiduque Carlos en Viena, la mayor del mundo con dos puntos de apoyo, de Anton Dominik Fernkorn.
Estatua de Josip Jelačić en Zagreb, de Anton Dominik Fernkorn (1866).
Estatua de Juana de Arco en París, de Emmanuel Frémiet (1874 —reelaborada en 1899—).
Estatua de Juana de Arco en Reims, de Paul Dubois (1889).
Estatua ecuestre de Pedro IV de Portugal en Oporto, de Célestin-Anatole Calmels (1866).
Estatua ecuestre de Bohdan Khmelnytsky frente a la catedral de Santa Sofía de Kiev, de Mikhail Mikeshin (1888).
Estatua de Masashige Kusunoki en el Palacio imperial de Tokio, de Kōtarō Takamura (1897).
Estatua ecuestre de Theodoros Kolokotronis en Atenas, de Lazaros Sochos (1900).
Monumento al Zar Libertador en Sofía, de Arnoldo Zocchi (1903).
Monumento conmemorativo de los soldados australianos en la guerra sudafricana, de Adrian Jones (1904).
Estatua del rey San Esteban de Hungría en el Castillo de Buda, de Alajos Stróbl (1906).
Llamada al Gran Espíritu, de Cyrus Dallin (1909).
Estatua ecuestre de San Wenceslao en Praga, de Josef Václav Myslbek (1912).
En el siglo XX la estatuaria pública tradicional, que se expresaba en el modelo de escultura ecuestre, siguió cumpliendo su función y respondiendo a criterios tan opuestos como el gusto conservador, la estética fascista o el realismo socialista; quedando marginada de las corrientes principales del arte de vanguardia.
Monumento funerario de Sir John Dill en el cementerio nacional de Arlington, de Herbert Haseltine (1950).
Bolívar desnudo, de Rodrigo Arenas Betancourt (1963).
Estatua ecuestre de Vakhtang Gorgasali o Vakhtang I de Iberia (la Iberia caucásica) en el Metekhi de Tiflis, de Elguja Amashukeli (1967).
Estatua ecuestre del general Aleksandr Suvórov en Tiraspol, de Valentin Artamonovs y Victor Artamonovs (1979).
Estatua ecuestre de la reina Isabel II en Parliament Hill, Ottawa, de Jack Harman (1992).
En algunos lugares del mundo se han realizado algunas estatuas ecuestres de tamaño colosal.
En la España contemporánea la utilización de estatuas ecuestres ha sido muy notable. Algunas, muy significativas, han respondido a la iniciativa de hispanistas estadounidenses, como la de Pizarro, de Charles Cary Rumsey (de la que existen tres copias idénticas: una en Lima, otra en Buffalo y otra en Trujillo) o la alegórica Los portadores de la antorcha, de Anna Hyatt Huntington (quien también realizó una estatua ecuestre de El Cid para la Hispanic Society de Nueva York de la que existen copias en Sevilla y en San Diego).
Estatua ecuestre de Francisco Pizarro, de Charles Cary Rumsey (1910).
Estatua ecuestre de El Cid, de Anna Hyatt Huntington (1930).
Los portadores de la antorcha, de Anna Hyatt Huntington (1955).
Las que son obra de la iniciativa local, en más de un caso han dado origen a todo tipo de comentarios, como los referentes a la cabeza del Monumento al Gran Capitán en Córdoba (que es de mármol mientras que el resto de la escultura es de bronce), a los testículos de "el caballo de Espartero" (que pasaron a ser un tópico para referirse al militarismo español); o los que se referían al hecho de que la estatua de Martínez Campos diera la espalda a la de Alfonso XII, el rey a quien puso en el trono con su golpe de Estado (ambas estatuas, en el Parque del Retiro de Madrid, obra de Benlliure).
Estatua ecuestre de Ramón Berenguer III, de José Llimona (1880)
Monumento a Isabel la Católica, de Manuel Oms Canet (1883).
Estatua ecuestre del Marqués del Duero, de Andrés Aleu Teixidó (1885).
Estatua ecuestre de Baldomero Espartero, de Pablo Gibert Roig (1886).
Estatua ecuestre de Jaime I el conquistador, de Agapito Vallmitjana (1890).
Estatua ecuestre del monumento a Alfonso XII, de Mariano Benlliure (1904).
Monumento a Arsenio Martínez Campos, de Benlliure (1907).
Monumento al Gran Capitán, de Mateo Inurria (1909-1923).
Estatua ecuestre de San Fernando, de Joaquín Bilbao (1924).
Estatua ecuestre de El Cid en Burgos, de Juan Cristóbal González Quesada (1955).
Estatua ecuestre de Francisco Franco, de José Capuz (1964).
Las numerosas estatuas de Franco, algunas de ellas ecuestres (en Valencia, Santander y los Nuevos Ministerios de Madrid —la original, diseñada inicialmente para la Universidad Complutense en 1959—, de José Capuz, y con otros modelos en Barcelona, Zaragoza —1948—, Melilla, Ferrol y el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid —1942, hoy en Toledo— ) fueron retiradas de los espacios públicos en distintos momentos de la Transición o incluso décadas después de su muerte (1975).
Las representaciones pictóricas y escultóricas de combates ecuestres y de otras escenas en que está presente el caballo en la guerra son un subgénero por sí mismo.
Carro de guerra en el Estandarte de Ur (siglo XXVI a. C.), arte sumerio.
Carro de guerra conducido por dos diosas y tirado por un caballo alado, proveniente de Hagia Triada, pintura cretense.
Ramsés II atacando a los nubios. Templo de Beit el-Wali (siglo XIII a. C.)
Amosis I atacando a los hicsos (siglo XVI a. C.)
Carro hitita procedente de Carchemish (siglo IX a. C.)
El rey asirio Tiglath-Pileser III capturando la ciudad de Astartu (ca. 730 a. C.)
Arqueros asirios de Asurbanipal disparan contra los elamitas desde un carro de guerra (ca. 650 a. C.)
Las representaciones de caballos (uncidos a los carros de guerra) en los relieves egipcios, hititas y asirios fue muy abundante. Lo mismo ocurrió en el arte antiguo de la India y China; incluso en el arte antiguo de los pueblos del norte y centro de Europa y de las estepas eurasiáticas, donde es más frecuente la monta.
Relieve procedente de Kiviksgraven (ca. 1000 a. C.), Edad del Bronce nórdica.
Carro de guerra del ejército de terracota del emperador chino Qin Shi Huang (210 a. C.)
Poderoso señor en su carro de batalla, dinastía Han occidental (siglos I a III).
Relieve de Borobudur (ca. 800), arte indonesio.
Relieve de Angkor Wat (siglos IX al XV), arte camboyano.
Batalla de Kurukshetra en una ilustración del Mahabharata (datación imprecisa —hasta el siglo XVIII—).
El arte griego antiguo, especialmente en la cerámica, presenta un amplio muestrario de caballos de guerra usados para el tiro o la monta. Su influencia se dejó notar especialmente en la pintura etrusca.
Carro de guerra en una crátera del periodo geométrico (ca. 750 a. C.)
Carros en un ánfora del periodo geométrico (ca. 700 a. C.)
Inusual vista frontal de una cuadriga en una hidria de figuras negras (ca. 550 a. C.)
Jinetes griegos en un ánfora de figuras negras (ca. 550 a. C.)
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