La Unificación italiana fue el proceso histórico que, a lo largo del siglo XIX, llevó a la unión de los diversos Estados en los que la península itálica estaba dividida, en su mayor parte vinculados a dinastías consideradas «no italianas», como los Habsburgo o los Borbones.
Ese proceso ha de entenderse en el contexto cultural del Romanticismo y la aplicación de la ideología nacionalista, que pretendía la identificación de nación y Estado, en un sentido centrípeto y, en el caso de Italia, también irredentista. En Italia se le conoce sobre todo como el Resurgimiento (Risorgimento en it.), e incluso como la Reunificación italiana, debido a que Italia fue unificada por Roma en el siglo III a.C. y durante setecientos años constituyó, de iure, la prolongación territorial de la misma capital del Imperio, gozando, durante largo tiempo, de un estatus único y privilegiado (por esa razón nunca fue una provincia, a diferencia de todos los demás territorios conquistados).
El proceso de unificación italiana es resumido así: a comienzos del siglo XIX la península itálica estaba compuesta por varios Estados (el Reino Lombardo-Véneto, bajo el dominio austríaco; los Estados Pontificios; el Reino de Piamonte; el Reino de las Dos Sicilias, entre otros), lo que respondía más a una concepción feudal del territorio que a un proyecto de Estado liberal burgués. Después de varios intentos de unificación entre 1821 y 1849, que fueron aplastados principalmente por el gobierno austríaco y sus aliados, la hábil política del Conde de Cavour, ministro del Reino de Cerdeña, logró interesar al emperador francés Napoleón III en la unificación territorial de la península, que consistía en expulsar a los austríacos del norte y crear una confederación italiana.
A pesar de la derrota del Imperio austríaco por el ejército francés y sardo-piamontés, el acuerdo no se cumplió integralmente por temor de Napoleón a la desaprobación de los católicos franceses. Solo la Lombardía, conquistada por los franceses y sardo-piamonteses, fue anexionada al Reino de Cerdeña. Además, durante la guerra estallaron insurrecciones en los ducados del norte, que pidieron y obtuvieron la anexión a Piamonte-Cerdeña, con lo cual se cumplió la primera fase de la unificación.
En la segunda fase se logró la unión del sur cuando, Garibaldi, inconforme con el tratado entre Cavour y Napoleón, se dirigió a Sicilia con las camisas rojas, conquistándola y negándose a entregarla a los piamonteses; desde allí ocupó Calabria y conquistó Nápoles. En 1860 las tropas piamontesas llegaron a la frontera napolitana. Garibaldi, que buscaba la unidad italiana, entregó los territorios conquistados a Víctor Manuel II. Mediante plebiscitos, Nápoles, Sicilia y la mayor parte de los Estados Pontificios se unieron al Reino de Cerdeña, gobernado por Víctor Manuel II, que se convirtió, en 1861, con la proclamación del Reino de Italia, en soberano del nuevo estado.
El proceso de la unificación fue, en gran parte de la península, el producto de la voluntad de las clases dirigentes de la mayoría de las regiones y Estados italianos preunitarios, que por razones no solo ideales, sino también geopolíticas y económicas, condicionaron el voto y el éxito de los plebiscitos convocados por Cavour, favorables a la anexión a Piamonte-Cerdeña. En el Reino de las Dos Sicilias, en cambio, hubo una consistente participación popular, caracterizada por el apoyo prestado a Garibaldi y a su pequeño ejército por un gran número de voluntarios meridionales. La figura carismática de Giuseppe Garibaldi y su promesa de llevar a cabo una reforma agraria de gran envergadura en el Mezzogiorno, había en efecto engendrado grandes ilusiones no solo en las masas rurales, sino también en muchos intelectuales meridionales, algunos de los cuales (como Luigi Settembrini y Francesco De Sanctis) habían sido perseguidos y exiliados por las autoridades borbónicas.
El proceso es entendido por algunos filósofos, historiadores e intelectuales de orientación marxista (Antonio Gramsci en particular), como la alianza de la aristocracia agraria del sur de Italia (Reino de las Dos Sicilias), apoyada por la burguesía local, con la aristocracia norteña y las clases burguesas mercantiles e industriales de la Italia septentrional (valle del Po). El resultado de aquella unión, según ellos, dio lugar a un proceso irreversible de empobrecimiento del proletariado, sea en el norte del país, sea, sobre todo, en el sur, tras políticas desiguales que favorecían en privilegios a las sociedades mercantiles del norte en detrimento de las de un sur nominalmente más rico pero básicamente agrario. De esta forma las clases empresariales semptentrionales impidieron en aquella época, con la complicidad de las clases dirigentes meridionales, el desarrollo del sur y de ciertas partes del mismo norte (especialmente del noreste), propiciando el bandolerismo, la emigración y la perpetuación de una situación económica y social injusta y vejatoria hacia las clases más pobres.
Historiadores como Benedetto Croce ven el proceso como la conclusión de la tendencia unificadora iniciada en el Renacimiento italiano e interrumpida por las guerras de Italia y las consiguientes dominaciones por parte del Reino de Francia y de la Monarquía Hispánica sobre la Italia del siglo XVI. Este resurgimiento nacional alcanzó, en el siglo XIX, todas las regiones habitadas por gente italiana, desde Sicilia hasta los Alpes, y, hacia 1919-1920 la Italia irredenta, o sea el Trentino, Trieste, Istria y la ciudad de Zara (Zadar en cr.) en Dalmacia.
En cualquier caso, el proceso fue encauzado finalmente por la Casa de Saboya, reinante en Piamonte-Cerdeña (destacadamente por el primer ministro conde de Cavour), en perjuicio de otras intervenciones «republicanas» de personajes notables (Mazzini, Garibaldi) a lo largo de complicadas vicisitudes ligadas al equilibrio europeo (intervenciones de Francia y el Imperio de Austria), que culminaron con la incorporación de Roma y del Lacio, últimos reductos de los Estados Pontificios en 1870. El nuevo Reino de Italia continuó la reivindicación de territorios fronterizos, especialmente con el Imperio austrohúngaro (Trieste/Istria/Dalmacia y el Trentino), que se solventaron parcialmente en 1919, tras la Primera Guerra Mundial (Tratado de Saint-Germain-en-Laye), con la expedición de Fiume de Gabriele D'Annunzio.
Antonio Gramsci escribió, en los años 1930, que para entender el Resurgimiento italiano hay que analizar algunas épocas históricas en las que se crearon las condiciones culturales que tuvieron una repercusión sobre él. Esos elementos estuvieron también influenciados por la vida nacional en edad post-resurgimental, o sea, cuando ya se había constituido un Estado italiano unitario Entre esas épocas revisten suma importancia para el intelectual y político sardo la edad romana durante el período republicano, la edad de las libertades comunales (desde el siglo XI hasta el XIV) y la edad del mercantilismo, ya en época moderna (siglo XVI y XVII). Según Gramsci, hasta el siglo XVIII, la iglesia católica también entraba en esa especie de tradición literaria y retórica, se servía además de ella para proclamar su hegemonía, pero con el desarrollo de una mentalidad laica en una parte importante de la población (la otra se había quedado anclada al papado) había perdido en parte su peso. Muchos historiadores contemporáneos están de acuerdo con Gramsci en la necesidad de estudiar los momentos más sobresalientes de la historia italiana que dieron lugar a la formación de una base identitaria sin la cual el Resurgimiento no habría sido posible.
Según Galli della Loggia, politólogo e historiador, en la raíz del destino histórico de Italia están Roma y su herencia, por un lado, y la Iglesia católica por el otro, puesto que Italia fue «…el epicentro de la más grande civilización del mundo antiguo… y después, al mismo tiempo, epicentro también del cristianismo, o sea de la mayor fuerza que plasmó las estructuras espirituales y prácticas sobre las que se apoya el Occidente moderno».
Según Alberto M. Banti el pensamiento nacional del comienzo del siglo XIX se fundamenta en la herencia de Roma y en los ideales republicanos de las comunas durante la Edad Media y el Renacimiento y no en razones económicas, que tuvieron una importancia muy marginal . En opinión de Umberto Cerrone, Italia fue quizás la más precoz de las naciones europeas, pero el primer intento de unificación nacional, llevado a cabo en la primera mitad del siglo XIII por Federico II Hohenstaufen —hijo de una siciliana, nacido y educado en Italia—, fracasó por la oposición de la Iglesia que pudo así asegurar su poder temporal en la península durante cinco siglos más.
No es de extrañar que algunos intentos de unificación realizados posteriormente tuvieran como objetivo el debilitamiento del Estado Pontificio y de sus aliados. Entre ellos señalamos la guerra desatada por Manfredo de Sicilia, hijo natural de Federico II, contra los Estados de la Iglesia y los Angevinos en la segunda mitad del siglo XIII; la Guerra de los Ocho Santos en el siglo XIV, que tuvo como protagonista un grupo de ciudades guiadas por Florencia y Milán para poder contener el poderío político y militar del papado en Italia central y; hacia el año 1400, la ocupación de gran parte de la Italia septentrional y central, incluidas algunas ciudades pontificias (Perugia y Asís), llevada a cabo por Gian Galeazzo Visconti, duque de Milán.
Historiadores liberales como Benedetto Croce ven en el proceso resurgimental la conclusión de la tendencia unificadora iniciada con en el Renacimiento italiano, que sufrió entre la mitad del siglo XVI y el comienzo del siglo XVIII una larga interrupción que coincidió con la dominación directa por parte de España sobre la mitad de Italia e indirecta sobre parte de la otra mitad. Según Croce «…tanto España como Italia eran en aquel entonces pueblos que estaban en decadencia.» y «…como España se había nutrido de la lucha contra los infieles y como Italia llevaba en su corazón la Iglesia católica, esta potencia internacional, al verse amenazada por la Reforma encontró en una Hesperia sus armas y en la otra los medios de cultura para constituir la alianza reaccionaria de la Europa meridional, en contra de la septentrional, a la cual fue pasando lenta e ininterrumpidamente la dirección del mundo moderno y que representó el progreso en todas las esferas de la actividad, contra la regresión y la decadencia hispano-italiana.
De aquí la impropiedad de considerar como influencia maléfica de España sobre Italia de lo que en realidad fue analogía en el proceso histórico…»,1917, cuando el país se encontraba en plena guerra mundial, suscitaron reacciones, acusaciones y hasta indignación por parte de historiadores, escritores, intelectuales y hombres políticos y «…la polémica…» escribe un noto historiador español contemporáneo «…aún no se ha extinguido, pero son muchos los historiadores que aceptan hoy, al menos en parte, los argumentos de Croce»
puesto que «…la Italia amodorrada en paz no merecía otra clase de gobernantes ya que tampoco eran de distinta catadura sus príncipes genuinos y los patricios supervivientes de sus repúblicas» . Estas y otras afirmaciones de Croce sobre la aristocracia italiana y su responsabilidad en la decadencia de Italia, publicadas en el añoLa interpretación nacionalista de algunos historiadores italianos sigue identificando la dominación española de Italia con un periodo de decadencia del país, debida, en parte, a la acción de la Inquisición (el tribunal religioso tradicional, que no hay que confundir con la institución española, que operaba con distintos criterios). Algunos autores como Campanella o Giordano Bruno sufrieron persecución por motivos religiosos, como también había ocurrido a finales del siglo XV y en la Florencia de Savonarola. La identificación del ocupante con la opresión formaba parte de la ampliamente difundida propaganda antiespañola conocida como Leyenda Negra, entre cuyos productos artísticos pueden contarse Los Novios de Manzoni (ambientado en el Milán del XVII) o Don Carlo de Verdi (él mismo un símbolo viviente del risorgimento, pues, además de su compromiso personal y artístico con la causa italiana, su nombre se gritaba como acrónimo de Vittorio Emmanuele Re d´Italia (Víctor Manuel, Rey de Italia).
Ya bien entrado el siglo XVII los vínculos entre Italia y España se aflojaron y, en el siglo XVIII, se rompió la estrecha unión entre los dos países, cuyos pueblos se fueron alejando e ignorando.
En efecto el tratado de Utrecht (1713) puso término a la dominación española que durante dos siglos había condicionado directa o indirectamente la vida política y económica de la mayor parte de Italia. En virtud de ese mismo tratado, el Imperio austríaco empezó a desempeñar un papel hegemónico en el norte de la península gracias a la anexión del Ducado de Milán y al control estricto que ejerció en el Gran Ducado de Toscana a partir del año 1731.
Los Duques de Saboya se apoderaron de Cerdeña (1718-1720), ostentando desde entonces el título de reyes y dando vida a un Estado multicultural que, aunque guardó su antigua denominación de Reino de Cerdeña, estaba formado también por Piamonte, condado de Niza y Saboya (esta última región, la de Saboya -a diferencia de los demás territorios italianos gobernados por el rey de Piamonte, los cuales eran y siguen siendo, con la excepción de Niza, de lengua y cultura italianas- era y sigue siendo de lengua y cultura franco-provenzal y hoy es parte de Francia).
Las repúblicas de Génova (la cual fue, posteriormente, absorbida por el reino sardo-piamontés) y Venecia, pudieron conservar sus instituciones republicanas e independencia, pero perdieron la importancia política y económica que había caracterizado su historia hasta las primeras décadas del siglo XVII. Los Estados Pontificios siguieron siendo una monarquía teocrática independiente y, por lo que se refiere al sur de Italia, una rama de los Borbones gobernó desde 1734 el Reino de Nápoles y el de Sicilia, que en 1816 se unieron formando un único estado, el Reino de las Dos Sicilias.
Hay que señalar que en el Norte de Italia otra rama de los Borbones se había apoderado en el año 1731 del Ducado de Parma. Los Borbones, después de haber ascendido a los tronos de Nápoles, Palermo y Parma, formaron estados independientes y sus monarcas sucesores se italianizaron, abriéndose a la cultura europea, y «…pasaron, lenta y paulatinamente, a estrechar nuevas alianzas opuestas a la pólitica española». En efecto esas tres entidades políticas se habían constituido como Estados soberanos a todos los efectos, sin vínculos de dependencia de España.
Durante el siglo XVIII, gracias también al talante reformista de algunos monarcas (como Carlos de Borbón, rey de Nápoles y futuro rey de España y María Teresa I de Austria) y a la difusión de la Ilustración francesa en el país transalpino, se produjo una revitalización de la cultura italiana en Europa, particularmente evidente en el campo de la filosofía y de las letras, conocida como Risorgimento letterario.
Gianbattista Vico representó el despertar de la conciencia histórica en Italia. En su Principi di Scienza Nuova d'intorno alla Comune Natura delle Nazioni (Principios de ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las Naciones) investigó las leyes que gobiernan el progreso de la raza humana, conforme a las cuales se desarrollarían los hechos históricos. Otros escritores importantes del Risorgimento letterario fueron Giuseppe Parini, Gaspare Gozzi y Giuseppe Baretti.
Las ideas que impulsaron la Revolución Francesa de 1789 dieron un sentido especial a la literatura italiana en la segunda mitad del siglo XVIII. Los italianos que aspiraban a una redención política la consideraban inseparable de una recuperación intelectual, que al mismo tiempo creían solo podía llevarse a efecto volviendo al antiguo clasicismo. Este fenómeno fue una repetición de lo que ya había ocurrido en la primera mitad del siglo XV.
Por lo tanto, patriotismo y clasicismo, fueron los dos principios que inspiraron la literatura que comienza con Vittorio Alfieri. Este autor encaminó la literatura hacia una motivación nacional, armada solamente con el patriotismo y el clasicismo. Otros importante escritores patrióticos de este periodo fueron Ugo Foscolo, Pietro Colletta, Carlo Botta, Vincenzo Monti y Pietro Giordani.
Durante este periodo surgió la polémica sobre la pureza del lenguaje. La lengua italiana estaba repleta de galicismos. La prosa necesitaba de una recuperación por el bien de la dignidad nacional, y se pensó que esto no podría conseguirse si no era a través de la vuelta a los grandes escritores del siglo XIV. Uno de los promotores de esta nueva escuela fue Antonio Cesari, que se empeñaba a reforzar la ya estable supremacía de los modismos toscanos tanto sobre el italiano estándar (a su vez derivado del toscano literario y ya idioma oficial de la administración en todos los Estados italianos preunitarios a partir del siglo XVI) como sobre el resto de continuidades dialectales italianas. Pero el patriotismo en Italia tiene siempre algo de provinciano, y así, contra esta supremacía toscana proclamada y defendida por Cesari, surgió una escuela lombarda que no quería saber nada de los modismos toscanos y que volvían a la idea de una lingua illustre, es decir, un forma de italiano hablado con menos toscanismos.
El Romanticismo fue un movimiento cultural y político que se originó en Alemania a finales del siglo XVIII como una reacción al racionalismo de la Ilustración y el Neoclasicismo. Exaltaba los sentimientos, el nacionalismo, el liberalismo y la originalidad creativa. Es el movimiento literario que precede y asiste a las revoluciones políticas de 1848 y puede considerarse representado por Giuseppe Giusti, Francesco Domenico Guerrazzi, Vincenzo Gioberti, Cesare Balbo, Alessandro Manzoni y Giacomo Leopardi.
Después de 1850 la literatura política perdió importancia, siendo uno de los últimos poetas de este género Francesco dall'Ongaro, con sus Stornelli politici. Posiblemente la obra literaria que más contribuyó al asentamiento de la unidad política italiana (a unidad política ya lograda) fue Corazón, de Edmondo de Amicis (1886), reunión de episodios protagonizados por niños de las distintas regiones italianas que exaltan virtudes como el heroísmo y el sentimiento patriótico de una forma muy eficaz por el recurso a lo sentimental. Fue ampliamente utilizado como material escolar y pasado al cine, la televisión y los dibujos animados internacionales (como en el caso de Marco, de los Apeninos a los Andes).
Los ideales revolucionarios también se propagaron a través de sociedades secretas, tales como los carbonarios, los adelfos y los neogüelfos.
Durante el dominio napoleónico, liderado por el general francés Joaquín Murat, cuñado de Bonaparte, se formó en Italia un grupo secreto de resistencia, la Carbonería. Era una sociedad más o menos masónica cuyo objetivo, como el de la masonería en general, era combatir la intolerancia religiosa, el absolutismo y defender los ideales liberales. También lucharon contra las tropas francesas porque estas estaban realizando un auténtico expolio artístico de Italia.
Con la expulsión de los franceses, la Carbonería quería unificar Italia e implantar los ideales liberales.
Los carbonarios eran principalmente gente de la mediana y pequeña burguesía de las varias regiones italianas. Se organizaban en vendas de veinte miembros cada una, que desconocían a los grandes jefes. Había una venda central, formada por siete miembros, que era la que transmitía el trabajo a las demás.
En 1830, Giuseppe Mazzini (1805-1872) entró a los carbonarios, y fue encarcelado en 1831 por incitar a la rebelión al pueblo junto con Federico Campanella, Giuseppe Elia Benza, Carlo Bini y Giambattista Cuneo, por lo que pasó a criticar a las sociedades secretas, sus ritos y su ineficiencia militar. De la crítica a las sociedades secretas pasó a la acción y fundó la Joven Italia, una organización paramilitar que pretendía liberar Italia del dominio austríaco y unificar el país por medio de la educación del pueblo y la formación de una República democrática. Su lema era: Derechos de los hombres, progreso, igualdad jurídica y fraternidad.
La sociedad organizó células revolucionarias por toda la península. A este movimiento democrático se oponían otras corrientes que también pretendían la unificación de Italia. Unos eran los reformistas monárquicos, contrarios a la violencia de Mazzini y que pedían la unificación en torno al Reino de Piamonte-Cerdeña, en un régimen monárquico constitucional. Otros eran los neogüelfos, conservadores liderados por Vincenzo Gioberti, cuyos ideales eran hacer de Italia una unión de Estados federados presididos por el papado.
En 1820 se inició en Europa una oleada revolucionaria que afectó sobre todo al área mediterránea. La revolución se inició en España a causa del levantamiento de Riego. En aquel momento se encontraba en Las Cabezas de San Juan junto con su ejército y se disponía a partir hacia América para sofocar los movimientos independentistas que allí se estaban produciendo. El primero de enero se sublevó contra el rey y, aunque al principio la revolución no tuvo apoyo popular, finalmente el pueblo se rebeló y Fernando VII decidió jurar la Constitución de 1812. Pero Fernando VII era un monarca absolutista y consideraba que la separación de poderes era una ofensa contra sus derechos, por lo que pidió auxilio al Sistema Metternich (quíntuple alianza), que dio permiso a Francia para enviar un ejército llamado los Cien Mil Hijos de San Luis bajo el mando del duque de Angulema. Poco a poco, la revolución se fue extendiendo por Europa, llegando al Reino de Portugal, Grecia, diversos estados italianos y Rusia.
En 1814 la Carbonería comenzó a organizar actividades revolucionarias en Nápoles. Por 1820 el grupo ya era lo suficientemente poderoso para invadir Nápoles con su propio ejército. La revolución española estimuló el movimiento revolucionario de Nápoles. Un regimiento del ejército napolitano al mando del general Guglielmo Pepe, un carbonario, se levantó y conquistó la parte peninsular del reino, por lo que el rey Fernando I se vio obligado a jurar que implantaría la nueva constitución que los carbonarios estaban redactando. Mientras tanto se utilizó de manera provisional la Constitución española.
Pero la revolución, que no contaba con mucho apoyo popular, cayó bajo las tropas austríacas de la Santa Alianza. El rey suprimió la Constitución y comenzó sistemáticamente a perseguir a los revolucionarios. Muchos partidarios de la revolución en Nápoles, incluyendo el erudito Michele Amari, fueron forzados al exilio durante las siguientes décadas o fusilados.
El líder del movimiento revolucionario en Piamonte-Cerdeña era Santorre di Santarosa, que deseó expulsar a los austríacos y unificar Italia bajo la casa de Saboya. La rebelión de Piamonte comenzó en Alessandria, donde las tropas adoptaron la bandera tricolor (verde, blanco y rojo) de la República Cisalpina. El regente del rey, actuando mientras este estaba ausente, aprobó una nueva constitución para apaciguar a los revolucionarios, pero cuando el rey regresó rechazó la constitución y pidió auxilio a la Santa Alianza, que dio a Austria permiso para intervenir en Italia y derrotar a las tropas de Santarosa.
Alrededor de 1830 rebrotó el sentimiento revolucionario a favor de la unificación italiana; una serie de rebeliones sentó las bases para la creación de un único estado nacional unitario en la península italiana.
El duque de Módena, Francisco IV, que era muy ambicioso, quería convertirse en rey de la Alta Italia aumentando su territorio. En 1826 dejó claro que no se opondría a aquellos que derribaran la oposición de la unificación. Animados por la declaración, los revolucionarios en la región comenzaron a organizarse.
Durante la revolución de julio de 1830, los revolucionarios franceses forzaron al rey a abdicar y colocaron en el trono a Luis Felipe de Orleans, que prometió a algunos revolucionarios, como Ciro Menotti, que Francia ayudaría a los revolucionarios italianos si Austria intervenía militarmente. Sin embargo, temiendo perder su trono, Luis Felipe decidió no intervenir en la sublevación prevista de Menotti. Esta no llegó a ocurrir porque en 1831 la policía papal descubrió los planes de Menotti, quien fue arrestado junto con otros conspiradores.
Al mismo tiempo, surgieron otras insurrecciones en las legaciones papales de Bolonia, Ferrara, Rávena, Forlì, Ancona y Perugia. Los revolucionarios adoptaron la bandera tricolore y establecieron un gobierno provisional que proclamaba la creación de una nación italiana políticamente unificada.
Las rebeliones en Módena y las legaciones papales inspiraron una actividad similar en el ducado de Parma, donde también fue adoptada la tricolore. Después de esto, la duquesa María Luisa salió de la ciudad.
Las provincias insurrectas planearon unirse para crear las provincias italianas unidas, cuando el papa Gregorio XVI pidió ayuda austríaca contra los rebeldes. Metternich advirtió a Luis Felipe que Austria no tenía ninguna intención de dejar Italia y que la intervención francesa no sería tolerada. Luis Felipe retuvo cualquier ayuda militar e incluso arrestó a patriotas italianos que vivían en Francia.
En la primavera de 1831, el ejército del austríaco cruzó toda la península italiana, machacando lentamente los movimientos revolucionarios de cada territorio y arrestando a sus líderes, incluyendo Menotti.
Giuseppe Mazzini, en 1831, fue a Marsella, donde organizó una nueva sociedad política llamada La Giovine Italia (La Joven Italia). Su lema era Dios y el Pueblo, y su principio básico era la unión de los diversos Estados y reinos de la península en una única república como medio para lograr la libertad italiana. También fundó diversas organizaciones con el fin de unificar o liberar otras naciones: «Joven Alemania», «Joven Polonia» y finalmente «Joven Europa» (Giovine Europa).
Mazzini creía que la unificación italiana solo podría alcanzarse mediante un levantamiento popular. Continuó plasmando este propósito en sus obras y trató de conseguirlo a través del exilio y la adversidad con inflexible constancia. Sin embargo, su importancia fue más ideológica que práctica: tras la caída de las revoluciones de 1848 (durante las cuales Mazzini se convirtió en el líder de la efímera República Romana), los nacionalistas italianos empezaron a mirar al rey del Piamonte y su primer ministro, el conde de Cavour, como los directores del movimiento unificador.
En 1848, después de los movimientos revolucionarios en Palermo, Mesina, Milán y en otras muchas partes de Italia y de Europa, se inicia la primera guerra de la Independencia, declarada a Austria el 23 de marzo de 1848 por Carlos Alberto de Saboya, el jefe de la alianza del Reino de Cerdeña con los Estados Pontificios y el Reino de las Dos Sicilias.
Giuseppe Garibaldi, Giuseppe Mazzini y Giuseppe Elia Benza, regresaron a Italia para participar de la revuelta, pero la Casa de Saboya no aceptó completamente que participaran en ella y la rebelión fue generalmente dirigida por los gobiernos.
Después de las victorias iniciales en Goito y en Peschiera del Garda, el papa, preocupado por la expansión del Reino de Cerdeña en caso de victoria, retiró sus tropas. También el Reino de las Dos Sicilias decidió retirarse, pero el general Guglielmo Pepe se negó a regresar a Nápoles y marchó a Venecia para participar en la defensa de la contraofensiva austríaca.
Sin embargo, Fernando II cambió la actitud, preocupado por los acontecimientos revolucionarios que estaban desarrollándose en Sicilia y envió una delegación a Turín para alinearse con la Casa de Saboya y pedir ayuda para sofocar la revolución. Carlos Alberto, aunque era aliado de los napolitanos, mantuvo una posición cautelosa, lo que disgustó profundamente al Borbón.
Los italianos perdieron en Custoza (cerca de Verona) y tuvieron que firmar, el 9 de agosto de 1848, el Armisticio de Salasco, con Austria, y aceptar lo pactado anteriormente en el Congreso de Viena. Así termina la primera fase del 1848 italiano. El año siguiente la iniciativa sería democrática.
En 1849, Leopoldo II de Toscana abandonó Florencia, dejando un gobierno provisional. En Roma se proclamó la República Romana, con la idea de un triunvirato. Carlos Alberto rompió la tregua con Austria, pero cuando perdió en Novara abdicó a favor de Víctor Manuel II.
Roma, defendida por Giuseppe Garibaldi, fue atacada por las tropas francesas de Napoleón III, que la sitiaron. Con la caída de la República Romana muchos revolucionarios fueron de nuevo condenados al exilio; Garibaldi en el 1850 fue a Nueva York, cerca de Antonio Meucci.
También la ciudad de Venecia, tras una larguísima resistencia del asedio austríaco comandada por Leonardo Andervolti, tuvo que rendirse por el hambre y una epidemia de cólera.
Aunque Carlos Alberto había sido derrotado en su intento de liberar a los italianos del poder austríaco, los piamonteses no se habían dado por vencidos completamente. Camillo Benso, conde de Cavour, llegó a primer ministro en 1852, y también él tenía ambiciones expansionistas. Pero se dio cuenta de que para conseguir la independencia necesitaban ayuda, pues había que combatir contra el Imperio austríaco, por lo que quería asegurarse la ayuda de Francia y Gran Bretaña.
Cavour creía que se ganaría el favor occidental si participaba en la guerra de Crimea, por lo que entró en la guerra en 1855. Cavour sabía que no podría pedir nada a cambio de su entrada en la guerra, porque sus aspiraciones iban justamente en contra de las de Austria, que también apoyaba a Francia y Gran Bretaña en el conflicto. Pero decidió prestar una ayuda sin condiciones, para ganarse la confianza de las potencias occidentales, considerando que los resultados favorables se obtendrían más adelante.
El 14 de enero de 1858, el nacionalista italiano Felice Orsini intentó asesinar a Napoleón III, emperador de Francia. En una súplica escrita desde la prisión, Orsini apeló a Napoleón que cumpliera su sueño ayudando a las fuerzas nacionalistas italianas. Napoleón, que de joven había pertenecido a la carboneria, se veía como una persona con una mente avanzada, así que, en consonancia con las ideas del momento, se convenció de que su destino era hacer algo por Italia. En el verano de 1858, Cavour se reunió con Napoleón III en Plombières. Acordaron una guerra común contra Austria. Piamonte se anexionaría Lombardía, Véneto, Módena y Parma, y como compensación Francia recibiría Saboya y Niza. El centro y sur de Italia se quedarían como estaban, aunque sí se habló de colocar al primo de Napoleón en Toscana y expulsar a los Habsburgo. Para permitir que los franceses intervinieran en la guerra sin parecer los agresores, Cavour tenía pensado incitar al ataque a los austríacos participando en los movimientos revolucionarios que se estaban produciendo en Lombardía.
El 29 de abril de 1859, el ejército austríaco, al mando del general Ferencz Gyulai, atravesó el río Ticino e invadió el territorio piamontés, el 30 ocuparon Novara, Mortara y, más al norte, Gozzano, el 2 de mayo Vercelli y el 7 Biella. La acción no fue obstaculizada por el ejército piamontés, dado que estos habían acampado en el sur entre Alessandria, Valenza y Casale. Los austríacos llegaron a 50 km de Turín.
En este punto, sin embargo, Gyulai invirtió la orden de marcha y se retiró a Lombardía, siguiendo una orden expresa de Viena, que sugirió que el mejor escenario de operación era cerca del río Mincio, donde los austríacos habían dominado durante 11 años la región. Contrarrestando la avanzada piamontesa salvarían sus dominios en Italia; por el contrario, invadir Turín, podría significar una derrota.
Los austríacos pretendían luchar contra los piamonteses y contra los franceses por separado, entonces comenzaron el reclutamiento de dos ejércitos. El comando austríaco, por otra parte, realizó una gran inversión estratégica, que difícilmente pudo ser explicada sin asumir una cierta confusión. Ciertamente Gyulai no fue responsable, que a las pocas semanas, no pudo ser frenada una cierta debilidad en la acción.
El 14 de mayo de 1859, Napoleón III, que había partido el 10 de mayo de París y desembarcado el 12 en Génova, tomó el campo de Alessandria y asumió el comando del ejército franco-piamontés. Con el grueso del ejército localizado entre el río Ticino y el Po, el 20 de mayo de 1859 Gyulai comandó un gran reconocimiento de campo al sur de Pavía que fue frenado en la batalla de Montebello (20-21 de mayo), en la que participaron el general Federico Forey por parte de los franceses, futuro mariscal de Francia y la caballería sarda al mando del coronel Morelli di Popolo.
El 30 y el 31 de mayo los piamonteses de Cialdini y de Durando consiguieron una brillante victoria en la batalla de Palestro.
Al mismo tiempo los franceses cruzaron el Ticino el 2 de junio y aseguraron el pasaje batiendo a los austríacos en la batalla de Turbigo. Gyulai había concentrado las propias fuerzas cerca de Magenta, la cual fue asaltada el 4 de junio por los franco-piamonteses. El ejército de Napoleón III cruzó el río Ticino y desbordó el flanco derecho austríaco, con lo que obligó al ejército de Gyulai a retirarse. La batalla de Magenta no fue especialmente grande, ya que no participaron ni la caballería ni la artillería, pero fue una victoria decisiva para decantar la guerra hacia el bando sardo-francés. Los franco-italianos sufrieron 4600 bajas y los austríacos, 10 200.
El 5 de junio, el ejército derrotado abandonó Milán, donde entró el 7 de junio Patrice de Mac-Mahon, artífice de la victoria en Magenta, para preparar al día siguiente la entrada triunfal de Napoleón III y Víctor Manuel II, que fueron aclamados por el pueblo.
El 22 de mayo los cazadores de los Alpes, liderados por Giuseppe Garibaldi, pasaron en Lombardía del Lago Mayor a Sesto Calende, con el objetivo de entrar en batalla ayudando a la ofensiva principal. El 26 defendieron Varese de un ataque de fuerzas austríacas superiores en número guiadas por el general Urban. El 27 combatieron al enemigo en la batalla de San Fermo y ocuparon Como.
Además, en julio de 1859, la flota italiana, junto con algunos barcos franceses, ocupó las islas dálmatas de Lussino y Cherso entre el júbilo de la población local, que era mayoritariamente italiana.
Mientras tanto, los austríacos se agruparon para explotar la Fortaleza del Cuadrilátero. La tarde del 6 de junio, los austríacos enviaron una brigada de retaguardia de cerca de ocho mil hombres, y dos escuadrones de caballería, compuestos por Dragones y Húsares. La tarde del 8 de junio, la ciudad fue invadida por los franceses. Después de sangrientos combates (mil franceses muertos y mil doscientos austríacos), el grueso del ejército austríaco perdió su marca y se retiró a Verona.
Los franco-piamonteses reemprendieron la marcha el 12 de junio y el 14 capturaron Bérgamo y Brescia.
El 24 de junio los franco-piamonteses vencieron en una gran batalla, la batalla de Solferino. El ejército austríaco, de unos 100 000 hombres al mando de Francisco José I, fue derrotado por los ejércitos de Napoleón III de Francia y del Reino de Cerdeña, comandado por Víctor Manuel II, con una fuerza aproximada de 118 600 hombres. Después de nueve horas de batalla, las tropas austríacas fueron forzadas a rendirse. Las bajas en el bando aliado fueron 2492, 12 512 heridos y 2922 capturados o desaparecidos. Más de 3000 soldados austríacos murieron, 10 807 fueron heridos y 8638 capturados o desaparecidos.
Al terminar la batalla de Solferino quedaron en el campo de batalla casi cuarenta mil hombres muertos o heridos abandonados a su suerte. Este escenario fue visto por el suizo Henri Dunant, que estaba viajando por el norte de Europa, y le dejó muy impresionado. Al ver como los soldados heridos morían sin asistencia se dedicó a socorrerlos sin importar su bando con ayuda de algunos aldeanos de la zona convocándolos con la frase italiana Tutti Fratelli (Seamos todos hermanos).
Dunant estuvo reflexionando y llegó a la conclusión de que era necesaria una sociedad que se encargara de atender a los heridos de uno u otro bando sin distinción, por medio de voluntarios. Sus reflexiones están escritas en el libro Un Recuerdo de Solferino.
En 1863 se fundó el Comité Internacional de la Cruz Roja y al año siguiente doce estados firman el Primer Convenio de Ginebra.
Napoleón III, temiendo no solo la entrada al conflicto de más Estados, sino también la reacción del Reino de Prusia, que movilizó a cuatrocientos mil hombres a la frontera en el Rin, firmó, sin contar con los piamonteses, un acuerdo de paz. Víctor Manuel II no podía continuar la guerra sin la ayuda francesa, por lo que aceptó el acuerdo franco-austríaco.
La paz se firmó en Zúrich entre el 10 y el 11 de noviembre. Los Habsburgo cedieron la Lombardía a Francia, que, a su vez, la cedió a Saboya. Austria conservaba el Véneto, el Trentino, Tirol del Sur (Alto Adigio), Friuli-Venecia Julia, la Dalmacia y las fortalezas de Mantua y Peschiera. Todos los estados italianos, incluso el Véneto, que aún quedaba bajo dominio austríaco, debieron unirse a una confederación italiana, presidida por el papa.
El tratado tenía más ventajas para los austríacos y franceses que para los italianos:
Los franceses, aunque se retiraron, obtuvieron Saboya y Niza. Víctor Manuel II se arrepintió de ceder estas (si bien Saboya, no obstante estuviera gobernada por un estado italiano, a diferencia de Niza, no era considerada italiana, ni un territorio a rescatar por los nacionalista italianos, por no haber sido nunca de lengua y cultura italiana, además de no ser parte tampoco de la Italia geográfica, ni histórica; por eso, en este caso, el interés del rey piamontés en esta región era más bien sentimental y relacionado exclusivamente con el origen de su dinastía), pero Napoleón III necesitaba de tales compensaciones territoriales para justificar la participación de Francia en la guerra recién acabada.
En los meses sucesivos, de hecho, Piamonte se anexó —además de Lombardía— Parma, Módena, Emilia-Romaña y la Toscana. Después de estas conquistas, el 24 de marzo de 1860, Piamonte aceptó firmar el Tratado de Turín, en el cual confirmaron el traspaso de Niza y Saboya a Francia. Ahora las ganancias territoriales italianas eran superiores a las francesas.
El fin de esta guerra dio paso al último período de la Unificación. Tras la Paz, el Reino de Piamonte-Cerdeña comenzó a expandirse, consiguiendo en menos de dos años controlar prácticamente la totalidad de la península italiana. Así, el 17 de marzo de 1861, casi toda Italia había sido unificada, a excepción de Roma, Niza, Córcega, el Trentino-Alto Adigio, el Véneto, el Friul, la Istria, los territorios italianos de Dalmacia y Malta.
En 1860, el Reino de las Dos Sicilias estaba gobernado por el joven rey Francisco II, hijo de Fernando II. A mediados del siglo XIX, el reino se encontraba en una situación financiera sólida. Aunque su economía se basaba principalmente en productos primarios agrícolas, se había iniciado un proceso de incipiente industrialización. Sin embargo, atravesaba una situación política delicada: al tener un rey con poca autoridad y muy represivo, el pueblo era propenso a rebelarse. En abril de 1860 unas revoluciones frustradas en Mesina y en Palermo aumentaron los ánimos revolucionarios, pero nadie en el sur de Italia podía combatir al ejército borbón; en el año 1844 habían fracasado los hermanos Bandiera y en 1857, Carlo Pisacane.
El Reino de Piamonte estaba planeando conquistar el Reino de las Dos Sicilias. Algunas fuentes indican el estímulo que suponía que el banco de Nápoles concentrara más de 2/3 de la reserva de oro de toda Italia.
«Bisogna occuparsi di Napoli» (es necesario ocuparse de Nápoles) decía Cavour. Por eso, el 5 de mayo de 1860, Giuseppe Garibaldi zarpó del puerto de Quarto (Provincia de Génova) con 1033 hombres, en su mayoría veteranos de las guerras de independencia, en dos barcos de vapor hacia Sicilia. Esta campaña se llamó Expedición de los Mil (en italiano Spedizione dei Mille) y fue un paso muy importante para la unificación de Italia.
El 11 de mayo, desembarca en Marsala, Sicilia, entre dos naves inglesas que cubrían la maniobra con 20 000 hombres. En Marsala, los camisas rojas (así eran llamadas las tropas de Garibaldi) no recibieron el apoyo esperado, pero el ejército aumentó gracias a los sucesivos desembarcos del ejército sardo-piamontés. Garibaldi venció al ejército borbónico en la Batalla de Calatafimi a pesar de la superioridad numérica de los adversarios y del desarrollo inicial que favorecía a estos. Se ha señalado que el general borbónico Landi había sido convencido de retirar sus tropas por los piamonteses, tras sobornarlo y prometerle un cargo importante en el ejército italiano.
Después, tomó la ciudad de Palermo, cruzó el estrecho de Mesina y entró en el continente. Siguió avanzando con poca resistencia hasta Salerno, ciudad muy cerca de Nápoles. Sólo en este momento el rey Francisco II se percató del peligro que corría. Decidió retroceder la línea de defensa al río Volturno, ubicado al norte de Nápoles, para evitar el asedio de la capital del reino. Garibaldi entra en la ciudad aclamado por la multitud, que según las fuentes históricas, fue obligada a vitorearlo por infiltrados piamonteses que les daban dinero a cambio; los que se negaban eran obligados a permanecer en sus casas por temor a represalias.
Garibaldi se proclamó dictador de las Dos Sicilias, el Palacio Real de Nápoles fue totalmente saqueado, los objetos más preciosos fueron enviados a Turín, otros vendidos al mejor postor. El 11 de septiembre el oro de la Tesorería del Estado, patrimonio de la Nación, (equivalente a 1.670 millones de euros), y los bienes personales del rey (equivalentes a 150 millones de euros) —todos depositados en el Banco de Nápoles— fueron sacados y proclamados bienes nacionales.
Ya con la capital meridional tomada, el 8 de octubre el gobierno piamontés emitió un decreto que indicaba un plebiscito por sufragio universal masculino en toda Italia para ratificar la anexión al Piamonte. El voto no fue secreto, pues en los cuartos había gente armada que obligaba a votar por el Sí y en Nápoles y en todo el sur se declaraba enemigo de la patria a quien votase por el No. En el sur había mucha gente a la que hacían creer que el Sí significaba el regreso de su rey Francisco II y además los soldados garibaldinos votaban varias veces. Los resultados dieron una contundente victoria a favor de la anexión al Piamonte y fueron usados con fines propagandísticos por el reino piamontés como prueba de que el pueblo quería unirse al Piamonte, ser gobernados por el rey de la casa de Saboya y abandonar la época de independencia y las cuatro generaciones de la dinastía borbónica napolitana.
El rey Francisco II reorganizó su ejército de 40.000 hombres detrás del río Volturno, pero fue derrotado por los garibaldinos en la llamada Batalla del Volturno. Por las bajas en dicha batalla, Garibaldi solicitó ayuda militar al gobierno piamontés y Francisco II quiso aprovechar el estancamiento de los garibaldinos para volver a atacar; pero los generales le aconsejaron reorganizar las fuerzas y entonces se retiró de Capua a Gaeta.
Allí, el rey Francisco II con sus últimos 20 000 soldados fue asediado hasta el 13 de febrero de 1861 por el general piamontés Enrico Cialdini con 18 000 soldados. La historia de este asedio impresionó vivamente a la opinión pública europea, sobre todo por el comportamiento heroico de la reina María Sofía de sólo 19 años, la cual a pesar de las bombas, arriesgó su vida para socorrer día y noche a los soldados heridos o moribundos.
Después de meses de asedio, Francisco II se dio cuenta de la imposibilidad de la victoria y empezó a barajar la opción de la retirada. A las 7 de la mañana del 14 de febrero del 1861, el rey y la reina abandonaron Gaeta y se embarcaron en una nave francesa que los trasportó a Terracina, en los territorios papales. Después de la retirada, el rey nunca abdicó, dejando para él y sus herederos el título de Rey del Reino de las Dos Sicilias.
Ambicionando una Italia unida bajo un solo gobierno radicado en Roma, Garibaldi concibió la idea de marchar sobre los Estados Pontificios, defendidos por tropas francesas. Sin embargo, Víctor Manuel y Cavour, temerosos de perder lo logrado ante una posible radicalización del conflicto, evitaron el avance de Garibaldi. El incidente no supuso un enfrentamiento entre el rey del Piamonte y Garibaldi; al contrario, como había sido previsto, el conquistador le cedió las Dos Sicilias.
Con tales operaciones, termina la segunda fase de la unificación italiana; pero del Reino de Cerdeña quedaban separados Roma, gobernada por el papa, y el Véneto, en manos de los austríacos.
El 18 de febrero de 1861, Víctor Manuel II de Saboya se reunió en Turín con los diputados de todos los Estados que reconocían su autoridad, asumiendo el 17 de marzo el título de rey de Italia por gracia de Dios y voluntad de la nación. Fue reconocido por las potencias europeas a pesar de que violaba el Tratado de Zúrich y el de Villafranca que le prohibían ser rey de toda Italia.
Poco después moriría el conde de Cavour, viendo el gran trabajo de su vida casi completo. Al morir dijo: «Italia está hecha, ya todo está seguro».
Italia fue gobernada con la base de la constitución liberal adoptada en el Reino de Cerdeña en 1848 (Estatuto albertino). La excepción se dio en el sur del país, donde debido a las revoluciones independentistas, se proclamó la ley marcial.
Las crecientes tensiones entre Austria y Prusia por la supremacía en el mundo germánico provocaron en 1866 la Guerra austro-prusiana, que ofreció a los italianos la oportunidad de conquistar el Véneto. El 8 de abril de 1866 el Gobierno Italiano, guiado por el general Alfonso La Marmora, realizó una alianza militar con la Prusia de Bismarck.
Se creó así una alianza entre los dos Estados que vieron en el Imperio austríaco el obstáculo de las respectivas unificaciones nacionales. Según los planes prusianos, Italia tenía que atacar Austria por el frente meridional y, mientras tanto, aprovechando la superioridad naval, invadir las costas dálmatas, llevando el campo de batalla a Europa central.
El 16 de junio de 1866 Prusia comenzó las hostilidades contra algunos principados germanos aliados de Austria. El 19 de junio Italia le declaraba la guerra a Austria, con inicio de las hostilidades el 23 de junio.
Al inicio del conflicto, el ejército italiano estaba dividido en dos grupos: el primero estaba comandado por La Marmora, que era de Lombardía; el segundo estaba comandado por el general Enrico Cialdini, de Emilia-Romaña.
El general La Marmora sufrió una rápida derrota en Custoza el 24 de junio.
Cialdini asedió la fortaleza austríaca de Borgoforte, al sur del Po.
Custoza supuso un gran retraso de las operaciones, por el tiempo perdido en reorganizarse y se temió una contraofensiva austríaca.
El éxito general de la guerra vino de las importantes victorias prusianas en el frente germano, en particular en Sadowa el 3 de julio de 1866, obra del general von Moltke. Después de estas batallas, los austríacos se retiraron a Viena. Uno de cada tres cuerpos armados italianos dieron prioridad a la defensa de Trentino e Isonzo.
El 5 de julio, llegó un telegrama del emperador de Francia Napoleón III, el cual prometía comenzar una mediación general, que habría permitido que Austria obtuviera condiciones honorables que hubieran permitido a Italia anexionarse Venecia.
La situación era particularmente embarazosa, debido a que las fuerzas armadas no supieron ganar ningún enfrentamiento en el campo de batalla.
El gobierno italiano buscó, por lo tanto, ganar tiempo, mientras el general Alfonso La Marmora obtenía «…una buena batalla para estar en condiciones más favorables para la paz».
El 14 de julio en un consejo de guerra en Ferrara se estableció finalmente una nueva actitud respecto al proseguir de la guerra:
En ese momento la adquisición del Véneto era cierta, pero era urgente proceder a la ocupación de Trentino antes de las negociaciones de paz.
En las semanas siguientes, Cialdini dirigió al ejército italiano a las orillas del Po, de Ferrara a Udine. Cruzó el Po y ocupó Rovigo el 11 de julio, Padua el 12, Treviso el 14; Santa Señora de Piave el 18, Valdobbiadene y Oderzo el 20, Vicenza el 21 y Udine el 22 de julio.
Mientras tanto, los voluntarios de Garibaldi partieron de Brescia hacia Trento abriéndose camino, el 21 de julio a la batalla de Bezzecca, la cual ganó. A su vez, una segunda columna italiana llegaba el 25 de julio a las murallas de Trento. Pero Garibaldi recibió órdenes del Gobierno italiano de abandonar Trentino, las cuales debió obedecer.
El cese de las hostilidades se produjo después del Armisticio de Cormons, el 12 de agosto de 1866, seguido el 3 de octubre de 1866 en el Tratado de Viena. Así Italia consiguió anexionarse el Véneto, Víctor Manuel entró triunfal en Venecia, y realizó un acto de homenaje en la plaza de San Marcos. Pero aún faltaba anexionar al reino Roma, Trentino, Alto Adigio, Trieste, Istria, Dalmacia y la Suiza italiana (aparte las áreas de lengua italiana en Córcega, Niza y Malta).
Giuseppe Garibaldi, después de la fundación del Reino de Italia prosiguió incansablemente sus actividades militares en busca de la unidad de Italia, emprendiendo acciones sin éxito en 1862 al grito de: Roma o morte! La protesta de Napoleón III, cuyas tropas custodiaban Roma, llevaron al ejército de ocupación piamontés en Nápoles a repeler a Garibaldi, haciéndole prisionero en Aspromonte (sur de Italia). En 1867 realiza una nueva marcha hacia Roma aprovechando la retirada de tropas francesas, que se ven obligadas a desembarcar otra vez y a derrotar al italiano en Mentana.
En julio de 1870 comenzó la guerra franco-prusiana. A principios de agosto Napoleón III llamó para la guerra a la guarnición que defendía de un posible ataque italiano a los Estados Pontificios. Numerosas manifestaciones públicas demandaban que el gobierno italiano tomara Roma. El gobierno italiano no inició ninguna acción bélica directa hasta el derrumbamiento del Segundo Imperio francés en la batalla de Sedán. Víctor Manuel II le envió una carta a Pío IX, en la que le pedía guardar las apariencias dejando entrar pacíficamente al ejército italiano en Roma, a cambio de ofrecer protección al papa. Pero este se negó rotundamente.
El ejército italiano, dirigido por el general Raffaele Cadorna, cruzó la frontera papal el 11 de septiembre y avanzó lentamente hacia Roma, esperando que la entrada pacífica pudiera ser negociada. Sin embargo, el ejército italiano alcanzó la Muralla Aureliana el 19 de septiembre y sitió Roma. El papa siguió siendo intransigente y forzó a sus zuavos a oponer una resistencia más que simbólica, ante la imposibilidad de la victoria. El 20 de septiembre, después de tres horas de bombardeos, el ejército italiano consiguió abrir una brecha en la Muralla Aureliana (Breccia di Porta Pia). Los Bersaglieri marcharon por la Vía Pía, después llamada Vía del XX de septiembre. 49 soldados italianos y 19 zuavos murieron en combate, y, tras un plebiscito, Roma y el Lacio se unieron a Italia.
Víctor Manuel le ofreció al papa como compensación una indemnización y mantenerle como gobernante del Vaticano. Pero el papa, que quería mantener el poder terrenal de la Iglesia, se negó, pues eso habría supuesto reconocer oficialmente al nuevo estado italiano y se declaró prisionero en el Vaticano. Además, sabiendo la influencia que tenía, prohibió a todos los católicos italianos votar en las elecciones del nuevo reino.
Esta situación, llamada Cuestión Romana, no cambió hasta 1929, cuando Benito Mussolini y Pío XI firmaron los Pactos de Letrán.
La Unificación italiana sin embargo no se había completado. Algunas provincias, como Trentino, Alto Adigio, Trieste, Istria, Dalmacia y Ragusa aún continuaban bajo dominio austriaco, por lo que fueron denominadas provincias irredentas (no liberadas). En estos lugares surgió un movimiento de carácter nacionalista que buscaba su incorporación a Italia. Este movimiento, a favor de unificar al Reino de Italia también la llamada Italia irredenta, sucesivamente se extendió a las áreas "francesas" de Niza y Córcega.
La situación no se desbloqueó hasta el final de la Primera Guerra Mundial, en la que Italia entró del bando aliado con la promesa de recibir como compensación las Provincias Irredentas en manos austrohúngaras. Sin embargo, no todas estas provincias del Imperio de los Habsburgo fueron traspasadas en 1918, sino que Dalmacia (con la excepción de la ciudad de Zadar (Zara) y algunas islas como Cherso, Lussino y Lastovo (Lagosta) pasó a formar parte de Yugoslavia.
El fascismo de Benito Mussolini consideró «irredentas» también Córcega, Niza y Malta, que estaban bajo control de Francia y Reino Unido. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Reino de Italia ocupó toda Dalmacia, Córcega y Niza por algunos años hasta septiembre de 1943, cuando resultó derrotada en el conflicto mundial.
La Italia irredenta fue unida a Italia por Mussolini y esto culminó el proceso de Unificación de Italia durante los primeros años de la segunda guerra mundial. Entre 1936 y 1943 Italia también se convirtió en Imperio, cuando el rey Víctor Manuel III fue coronado Emperador de Etiopía.
Después de 1945, Istria y Zara fueron cedidas a la Croacia (parte de Yugoslavia) del líder comunista Tito y se registró el éxodo forzado de casi toda la población italiana (350.000 exiliados) de estas áreas.
Después de los primeros días de la Expedición de los Mil de Garibaldi, y durante varios años siguientes, se produjeron algunas revueltas por la independencia del Reino de las Dos Sicilias que pusieron en dificultades al recién nacido Reino de Italia durante los primeros años unitarios. Los revolucionarios fueron llamados «briganti» (bandidos) porque practicaban sangrientas guerras de guerrillas y realizaban saqueos con homicidios.
Esta violenta contrarrevolución popular se debía al fracaso de las ilusiones de reforma agraria además del aumento de los impuestos y por la confiscación de tierras borbónicas por parte del nuevo gobierno piamontés.
La revuelta estalló en casi todo el sur a finales del 1861 y el Piamonte envió a Nápoles a Enrico Cialdini, al que dio poderes extraordinarios con un total de 120 000 hombres. Así se comenzó una de las más cruentas represiones de la historia italiana.
Varios historiadores nacionalistas italianos
afirman que casi todas las matanzas fueron hechas por los bandidos «briganti» para aterrorizar a la población civil, que en su gran mayoría era favorable a la Unificación de Italia.En 1864 se instauró la ley marcial en el antiguo Reino de las Dos Sicilias y las rebeliones se pudieron sofocar completamente hacia el año 1868. En todos estos años murieron un total de diecisiete mil meridionales en batalla o fusilados por «bandolerismo»; esta cifra es casi superior a la de todos los caídos en el sur de Italia para lograr la Unificación.
Después de la «toma de Roma» por parte de los italianos en 1870, el Estado Pontificio terminó su apoyo a los briganti y rápidamente se acabó la guerrilla. Este hecho fue considerado (por historiadores como Benedetto Croce) como la prueba de que estas revueltas fueron artificialmente promovidas por el papa de Roma.
El historiador Alfonso Sciroccoxx, desapareciendo totalmente los movimientos secesionistas durante el reinado de Víctor Manuel III, nacido en Nápoles y particularmente unido y afeccionado al sur de Italia.
afirma que la Unificación fue completa en la primera mitad del sigloEn efecto, durante el fascismo se completó la alfabetización de todo el sur italiano, se construyeron hospitales y entidades asistenciales en todas las provincias al sur de Roma y se inició un proceso de industrialización en varias ciudades del sur, que se manifestó también en el fin de la enorme emigración acaecida en las décadas anteriores.
A causa de todo esto (junto con la prácticamente total eliminación de la delincuencia organizada que plagaba regiones como Sicilia), en 1939 la mayoría de la población en el sur de Italia apoyaba la unificación italiana y el nacionalismo italiano de Mussolini.
Con la caída del fascismo, que obtuvo el consenso hacia la completa Unificación de los Italianos con la conquista de Etiopía en 1936, los Aliados empezaron una política de regionalización de Italia favoreciendo la creación de regiones independientes (como ocurrió en Sicilia en 1946).
Los disidentes de la unificación hicieron su aparición a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (sobre todo después de la segunda guerra mundial en las leyes de los estados anexados) y los simpatizantes del regionalismo han llegado hasta nuestros días. En la actualidad existen dos pequeños movimientos independentistas con representación de un partido político activo: uno en el norte (Liga Norte) y otro al sur (Movimiento neoborbónico). Este movimiento secesionista meridional es parcialmente el resultado de las antiguas rebeliones de los campesinos contra el nuevo gobierno.
Una situación similar existe en el autoproclamado Condado de Seborga. Su demanda histórica de independencia viene del haber sido excluidos de los tratados que unificaron el moderno estado italiano. Sin embargo no ha sido identificado como un movimiento secesionista, ya que afirma que nunca fue parte de Italia. Las reclamaciones de independencia de Seborga no han sido reconocidas por ningún gobierno.
La provincia italiana de Alto Adigio tuvo un fuerte movimiento secesionista, dirigido por la mayoría austro-germana que exigía su unión con Austria (el deseo secesionista se hizo más fuerte inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial).
Los partidos secesionistas existen en la actualidad, pero el movimiento ha sido casi eliminado, en gran parte gracias a la amplia autonomía concedida por parte del gobierno italiano.
Actualmente la mayoría de los italianos apoya la continuación del proceso de Unificación de Italia en la actual Unificación de Europa. Dicha Unificación europea se ha iniciado en los Tratados de Roma de 1957 y fue promovida por Alcide De Gasperi, considerado uno de los «padres fundadores» de la Unión Europea.
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