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Rey de las Dos Sicilias



Italiano, idioma oficial de la administración y de los estudios;[1]

El Reino de las Dos Sicilias (en italiano: Regno delle Due Sicilie; en napolitano: Regno d"e Ddoje Sicilie; en siciliano: Regnu dî Dui Sicili) fue un Estado soberano de la Italia meridional, creado en 1816, que comprendió los territorios de los reinos de Nápoles y Sicilia.[3]​ Sus gobernantes fueron miembros de una rama menor de los Borbones españoles, fundada por Fernando IV de Nápoles y III de Sicilia.

Los antiguos reinos de Sicilia y Nápoles llevaban ligados a la Corona de Aragón desde los siglos XIII y XV, respectivamente. Con el desmembramiento de la Monarquía Hispánica en el tratado de Utrecht (1713), esos reinos pasaron bajo los Habsburgo de Austria, pero casi inmediatamente los monarcas españoles trataron de recuperarlos, dando lugar a la Guerra de la Cuádruple Alianza. Aprovechando la Guerra de Sucesión polaca, en 1734, Carlos de Borbón, el entonces duque de Parma y futuro soberano, derrotó a los austriacos con las tropas de su padre el rey Felipe V de España, recuperó estos reinos para su dinastía, y fue reconocido de inmediato por Francia en virtud del Primer Pacto de Familia y en 1737 por los Estados Pontificios y, a continuación, por el resto de los Estados italianos.

A la muerte de su hermano Fernando VI de España, Carlos cedió el trono de Nápoles-Sicilia a su hijo Fernando I de Borbón (IV de Nápoles y III de Sicilia), en 1759, para poder ceñirse la corona española. Fernando IV de Nápoles, tras el periplo causado por la Revolución francesa y las Guerras Napoleónicas, regresó al trono napolitano y cambió la denominación Nápoles-Sicilia por la de Reino de las Dos Sicilias, en 1816. Su nieto, Francisco II de las Dos Sicilias, perdió el trono en 1860, conquistado por Giuseppe Garibaldi tras la denominada Expedición de los Mil. Con esta conquista, el Reino de las Dos Sicilias dejó de existir como Estado independiente, pasando a formar parte del Reino de Italia unificado.

El origen del nombre Dos Sicilias se remonta a la llegada a Italia de Carlos I de Anjou, en 1259, quien recibió el Reino de Sicilia por mano de la Curia Romana, para luchar contra la hegemonía de la dinastía de los Hohenstaufen, del Sacro Imperio Romano Germánico, reinante en el sur de Italia. Después de la revuelta de las Vísperas sicilianas, ocurrida en el año 1282, el reino fue dividido en dos partes: la isla siciliana quedó dominada por los reyes aragoneses, mientras, la parte continental, por los Anjou. Ambos reyes se arrogaron el título de Rey de Sicilia. De aquí nacieron las denominaciones Regno di Sicilia al di qua del faro (Reino de Sicilia de este lado del faro) y Regno di Sicilia al di là del faro (Reino de Sicilia del otro lado del faro), en referencia al Faro de Mesina.[4]​ En el Congreso de Viena de 1816, se oficializó la unión del Reino de Sicilia y del Reino de Nápoles y, Fernando I, hijo de Carlos VII de Nápoles, V de Sicilia y III de España, utilizó el nombre de Dos Sicilias para denominar el nuevo reino.[5][6]

La parte continental del reino estaba dividida en trece giustizierati o provincias: Distretto di Napoli, Terra di Lavoro, Principato Citra y Principato Ultra (en la actual Campania); Calabria Citra y Calabria Ultra (en la actual Calabria); Capitanata, Terra di Bari y Terra d'Otranto (en la actual Apulia); Abruzzo Citra y Abruzzo Ultra (en los actuales Abruzzos); el contado di Molise (actual región del Molise) y Basilicata (actual Basilicata). La Sicilia era considerada una sola provincia, pero estaba dividida a su vez en tres subregiones: el Val Demone, el Val di Noto y el Vallo di Mazara.

El 10 de mayo de 1734, durante la Guerra de Sucesión Polaca, el futuro Carlos III de España, perteneciente a la Casa de Borbón, entró en Nápoles y se coronó rey de Sicilia al año siguiente. De esta forma, conquistó todo el sur de Italia, que estaba en manos de Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. En el año 1737, la paz de Viena puso fin a la contienda y el reino de Nápoles consiguió la autonomía de la Monarquía Hispánica. A pesar del tratado, continuaron las hostilidades. En agosto de 1744, el ejército de Carlos III venció en la batalla de Velletri a los austríacos que querían reconquistar el reino.

En 1759, Carlos III abdicó en favor de su hijo, el futuro Fernando IV de Nápoles, y regresó a España para coronarse rey, pues su hermano de padre, Fernando VI, había muerto sin descendencia y él era el siguiente en la línea de sucesión.

En el ámbito civil, la situación económica y social de Reino de Nápoles a comienzos del siglo XVIII era desastrosa, por lo que Carlos III realizó un proceso de reformas de carácter ilustrado. Las primeras reformas de su reinado se basaban en la lucha contra los privilegios eclesiásticos: en 1741 se redujeron el derecho de asilo y otras inmunidades por medio de un concordato, y los bienes de la iglesia fueron subordinados a la fiscalidad.[7]

Carlos III gobernó Nápoles durante un cuarto de siglo, notándose en el reino una gran alza en la producción agropecuaria y en el comercio.

Además, el rey trasladó la residencia real a Caserta, donde mandó a construir el Palacio Real de Caserta, actualmente Patrimonio de la Humanidad. También mandó a construir el palacio de Portici, el museo de Capodimonte y el Teatro San Carlo, el más antiguo teatro de ópera activo del mundo.[8]​ Hizo construir también un albergue para indigentes y ordenó que empezaran las excavaciones en Pompeya y Herculano.

En 1759, después de la partida del rey Carlos, convertido en rey de España, subió al trono Fernando IV de Nápoles, con solo ocho años de edad. Los principales regentes del reino durante la minoría de edad del futuro rey fueron Domenico Cattaneo, príncipe de San Nicandro, y el marqués Bernardo Tanucci.[9]

En 1768, Fernando IV se casó con María Carolina de Austria, hija de la emperatriz María Teresa I de Austria y hermana de María Antonieta, reina de Francia. Mientras que Fernando IV solo se preocupó de las relaciones con la Iglesia y de la construcción de obras públicas, como la Academia de Arquitectura de Nápoles o la Casa Vanvitelliana, la nueva reina logró controlar a su marido y a participar activamente en el gobierno del reino, llegando a poseer una posición de gran poder.[10]

En los primeros años de gobierno, María Carolina se mostró tolerante con los movimientos republicanos. Sin embargo, tras la caída de Luis XVI durante la Revolución francesa, se unió a la Primera Coalición que formaron varios Estados europeos en contra de Francia, instituyendo severas persecuciones contra todos los sospechosos de simpatizar con la causa revolucionaria francesa.

En 1796, Napoleón Bonaparte invadió Italia y venció con facilidad a las tropas austriacas y a los débiles gobiernos locales. En 1798, los franceses ocuparon Roma y los jacobinos crearon la República Romana. Fernando IV de Nápoles envió un ejército para frenar a los franceses. En un primer momento, el general napoleónico Jean Étienne Championnet se retiró de Roma, permitiendo que el rey Fernando IV entrase triunfalmente. Pero luego Championnet contraatacó y el ejército napolitano no fue capaz de resistir, retirándose hacia Nápoles y entregando a los franceses todas las fortalezas de los territorios septentrionales del reino, incluyendo Gaeta.[11]

El 8 de diciembre de 1798, Fernando IV, realizó desde L'Aquila una proclama por la que llamaba a los ciudadanos a defender el reino. En su marcha hacia Nápoles, el general Championnet, se encontró con una fuerte resistencia de campesinos en Abruzzo y Lacio, destacando la que organizó Michele Pezza, apodado Fra Diavolo.

Finalmente, los franceses llegaron hasta las puertas de Nápoles. El 22 de diciembre de 1798, el rey abandonó la capital meridional para trasladarse a Sicilia. Sin embargo, la resistencia fue eficaz, según reconoció el propio general Championnet, pero inútil. Los defensores fueron bombardeados por los mismos napolitanos jacobinos que apoyaban la invasión francesa, y finalmente lograron tomar el Castel Sant'Elmo. Esta contienda, próxima a una guerra civil, costó la vida de ocho mil napolitanos y un millar de franceses.[12]

El 22 de enero de 1799, un grupo de napolitanos jacobinos, entre los cuales estaban Mario Pagano, Domenico Cirillo, Nicola Fasulo, Carlo Lauberg y Giuseppe Logoteta, proclamaron en el Castel Sant'Elmo la República Partenopea. Este nuevo Estado se caracterizó por estar controlado por Francia y por no tener apoyo popular, sobre todo en las provincias, porque la población era leal a su antiguo rey y deseaba el retorno de la monarquía.[13]​ A fines de enero, el cardenal Fabrizio Ruffo viajó a Palermo para presentar al rey Fernando un proyecto de reconquista del Reino de Nápoles. Aceptado el plan, el cardenal volvió a Nápoles donde contó con el apoyo de los napolitanos. Miles de hombres se prepararon para luchar contra los jacobinos en defensa de los Borbones. Ruffo creó el Ejército Católico Real, y el 13 de junio de 1799, Fernando IV restauró la monarquía borbónica.

Después de la victoria en la Batalla de Austerlitz, el 2 de diciembre de 1805, Napoleón entró en Italia y dominó definitivamente Nápoles, declarando el fin de la dinastía de Borbón y nombrando rey a su hermano José Bonaparte. Fernando volvió a escapar a Sicilia donde, de acuerdo con Gran Bretaña, transformó la isla en un protectorado. En 1808, Napoleón consiguió la abdicación de los últimos borbones reinantes en Europa: Carlos IV de España y su hijo, Fernando VII. José Bonaparte se marchó a España para reinar y le sucedió en Nápoles Joaquín Murat, que gobernó hasta mayo de 1815.

Después de 20 años de guerra entre la Francia napoleónica y el resto de las naciones europeas, el Congreso de Viena, iniciado en 1814 y concluido en 1815, basó la reorganización del viejo continente en el «principio de legitimidad», por el que se devolvían las tierras a sus antiguos monarcas. En Italia, esta política se aplicó con mucha elasticidad: la República de Génova fue agregada, en contra de su voluntad, al Reino de Piamonte-Cerdeña, para formar un Estado más fuerte que frenara a los franceses. La República de Venecia no fue restaurada. A pesar de haber contribuido a la derrota de Napoleón, el reino meridional no solo no obtuvo los pretendidos señoríos papales de Benevento y Pontecorvo, sino que perdió el estratégico enclave mediterráneo constituido por el archipiélago de Malta, en favor de Inglaterra.[14]

El rey Fernando pagó un alto precio por recuperar su reino: debió renunciar a Malta, lo cual suponía asimismo una reducción del 10% sobre los derechos aduaneros de importación de sus productos.

También el rey napolitano debió firmar, el 12 de junio de 1815, un tratado secreto con Austria, por el cual se comprometía a no cambiar las instituciones políticas del reino y otorgarle veinticinco mil hombres, reducidos a trece mil el 4 de febrero de 1819, en caso de guerra.[15]

En acuerdo con lo que decidió el congreso de Viena, Fernando emitió un decreto por el cual unificaba los reinos de Nápoles y Sicilia en el Reino de las Dos Sicilias. Entre el 8 y 11 de diciembre de 1816, la constitución siciliana de 1812 fue reemplazada por los nuevos institutos parlamentarios independientes. El Reino de Sicilia dejó de existir y fue incorporado al recién nacido Reino de las Dos Sicilias: el rey asumió así el título de Rey del Reino de las Dos Sicilias, con el nombre de Fernando I.

Los efectos políticos de la restauración postnapoleónica tuvieron graves consecuencias en los reconstruidos Estados preunitarios italianos, especialmente en Piamonte. Sin embargo, en las Dos Sicilias no fue así: Fernando I y sus ministros tuvieron el mérito de dejar intactas gran parte de las innovaciones de los franceses, por lo que se puso a la cabeza de una modernizada monarquía administrativa. Lo que sí cambiaron fueron las relaciones con la Iglesia, que volvieron a ser buenas.

Incluso Tito Manzi, quien fue un exponente del gobierno de Murat, declaró que «a pesar de la presencia de tropas austriacas en el reino hasta 1817, Nápoles se distinguió en el cuadro de la Restauración, como la única capital italiana donde se logró con éxito acrecentar la fuerza del Gobierno. Además, se pudo concentrar firmemente el poder en las manos del soberano y organizar a la vez administraciones eficientes y funcionales, dar fuerza al Estado y reducir los privilegios del clero y la nobleza.»[16]

El 1 de julio de 1820, con la noticia de que en España se había restaurado la Constitución de 1812, en Nola, se rebelaron pidiendo la constitución un grupo de militares, entre los cuales estaban Michele Morelli y Giuseppe Silvati. La revuelta fue apoyada por otros generales, como Guglielmo Pepe. Ante este levantamiento, Fernando I se vio obligado a conceder la constitución tomando el ejemplo de España, y nombró vicario suyo a su hijo Francisco. El 1 de octubre comenzaron los trabajos del parlamento elegido a finales de agosto, en el cual prevalecieron los ideales burgueses introducidos por los franceses. Entre los actos del parlamento se encuentran la reorganización de la administración de las provincias y comunas, así como medidas sobre la libertad de prensa y de culto.

Las novedades introducidas en las Dos Sicilias no fueron de agrado para las potencias europeas, dado que no cumplían con lo acordado en el Congreso de Viena. Es por eso que Francisco fue convocado a Liubliana por las potencias de la Santa Alianza. Luego del Congreso de Liubliana, el reino fue invadido por las tropas austriacas, que en marzo de 1821 derrotaron al ejército constitucional napolitano comandado por Guglielmo Pepe. Fernando decidió no luchar más para restablecer el orden en el reino y evitar entrar en guerra con Austria. Así, el 23 de marzo, Nápoles fue ocupada, la constitución fue revocada y comenzaron las represiones.

Fernando I, como rey de las Dos Sicilias, se encargó de construir edificios tanto para la familia real como para el pueblo. Se construyeron dos cementerios populares en Palermo y en Nápoles y se ampliaron varias calles napolitanas. Restauró el Palacio Real de Nápoles y terminó los palacios de Caserta y de Portici, empezados por su padre Carlos.

También mandó a construir observatorios en Nápoles y Palermo, fundó la Academia de las Bellas Artes y de las Ciencias en Nápoles en 1778 y creó una biblioteca en Palermo. En 1779 mandó a construir la fábrica de Granili y el año siguiente la Villa Real. Durante su reinado también se hicieron los teatros de Fiorentini, del Fondo y de San Fernando.

Durante su reinado, el Reino de las Dos Sicilias se convirtió en uno de los centros culturales más importantes de Italia y de Europa. Se crearon escuelas gratuitas en cada comuna y en el 1779 se transformó la Casa de los Jesuitas de Nápoles en un orfanato. Se crearon las universidades de Catania en 1778 y la de Palermo en 1779. Fernando también organizó la construcción del huerto botánico de Palermo, el puerto de Nápoles, el Palacio Real de Cardito y la famosa Basílica de San Francisco de Paula en Nápoles. Además, mandó a construir puentes, hizo canalizar ríos y, en 1790, hizo sanear el Golfo de Nápoles.

Durante este reinado el reino vivió un período de prosperidad económica: se redujeron los impuestos, se creó la Bolsa de cambio y se emprendieron muchos nuevos comercios, entre los cuales estaba la pesca de corales.[17]

La creación del Reino de las Dos Sicilias, o sea, la pérdida de independencia de Sicilia, sentó muy mal a los sicilianos. Esto se puede observar teniendo en cuenta la gran cantidad de revoluciones que acontecieron en la isla a partir de la formación del Estado duosiciliano.[18]​ Desde los tiempos de las dinastías aragonesas se habían negado al sometimiento frente a gobiernos napolitanos; además, Sicilia perdió su Constitución de 1812, inspirada en el modelo inglés.

Este hecho exacerbó los ánimos contra los napolitanos, porque, en realidad, el organismo parlamentario se remontaba al tiempo de los normandos, del cual los sicilianos estaban orgullosos y al que juraban fidelidad todos los reyes que gobernaban la isla. Aunque este parlamento no tenía nada de democrático, representaba la voluntad de los nobles y, generalmente, era manipulado por los soberanos.

Las relaciones entre los reyes borbónicos y los barones sicilianos fueron cordiales hasta 1780, cuando, debido al empuje del absolutismo reformador, el rey de Nápoles, Fernando IV, envió a la isla al marqués Domenico Caracciolo para reducir el poder de Sicilia.[19]​ A partir de entonces aumentaron las desconfianzas recíprocas entre napolitanos y sicilianos: en 1778 fueron limitados los derechos de trasmisión hereditaria de los feudos, el 4 de mayo de 1789 se abolió el vasallaje personal y, en 1790, fue aprobado un proyecto de un nuevo catastro, que debía ser la base de un sistema fiscal que reducía los privilegios de los barones.

Durante la ocupación francesa del Reino de Nápoles, el soberano se refugió en Sicilia con la protección del Reino Unido. En 1812 se abolió el feudalismo y fue promulgada una nueva constitución, que seguía el modelo inglés. Gran Bretaña, promotora de la transformación de monarquía absoluta a monarquía constitucional, deseaba apoderarse de la isla: el enviado inglés Lord Bentinck negoció con un enviado de Murat en la isla de Ponza, que el soberano francés se mantendría en el poder aunque cayera Napoleón, a cambio de que Sicilia fuera cedida a Gran Bretaña.[20]

Después del congreso de Viena, el austriaco Klemens von Metternich defendió la restitución de Fernando I para favorecer los intereses de Austria en el territorio meridional. A cambio de su empeño personal para que Sicilia quedara en poder de Fernando, Metternich pidió a la casa de Borbón dos millones de francos. El rey napolitano quiso pagar solo un millón doscientos mil francos, pero el diplomático austríaco no aceptó, en tanto que su patrimonio familiar había sido dilapidado por su padre.[21]Gran Bretaña se conformó con poseer solamente Malta, para compensar el hecho de que la península itálica estaba bajo la influencia de Austria. Lo importante para Gran Bretaña era evitar la influencia francesa sobre la región.[22]

Los sicilianos no estuvieron de acuerdo con la nueva ley de Fernando I, que reservaba para él mismo casi todas las responsabilidades administrativas de la isla. También el clero estaba en contra de la monarquía napolitana y poseía una representación política de sesenta y cinco miembros en el parlamento establecido por la Constitución de 1812.

En 1819, la legislación administrativa, centralizada y antifeudal, fue incorporada también en Sicilia, pero encontró muchísima resistencia por parte de la nobleza. Solo en 1838 se pudo abolir el carácter patrimonial de las tierras de los barones, dando fin al feudalismo.

En los años siguientes al período napoleónico, el Reino de las Dos Sicilias, guiado por Fernando I y luego por su hijo Francisco I, continuó afectado por la influencia de Austria y Gran Bretaña. Bajo el reinado de Fernando II el reino se convirtió en un Estado realmente independiente, aunque Francia, Austria y Gran Bretaña buscaron mantenerlo en sus esferas de influencia, dada la posición estratégica de la península en el centro del Mar Mediterráneo.

Sucediendo en 1830 a su padre Francisco I, que había gobernado desde 1825 (en 1830 muere Fernando I y le sucede su hijo Fernando II), a los pocos meses decidió continuar el programa de resaneamiento financiero comenzado por el anterior primer ministro Medici: abolió los montos de más contribuciones, disminuyó drásticamente sus privilegios y bajó los impuestos. Hecho esto, dio un fuerte impulso a la economía: mandó a construir calles, puentes y vías férreas y realizó un gran número de acuerdos comerciales, los más importantes con Gran Bretaña, Francia, Rusia, el Reino de Cerdeña, Estados Unidos, Dinamarca y Prusia.[23][24]

Asimismo, potenció el ejército y la marina con el intento de afirmar definitivamente la independencia del sur frente a las potencias extranjeras. Comenzó a mostrar su presencia militar con dos demostraciones de la flota en las costas africanas, que convencieron, en 1833 a Túnez y en 1834 a Marruecos, a no obstaculizar más el comercio de la flota mercantil meridional, como lo habían hecho durante siglos.

A Fernando II de Borbón le fue ofrecida, en varias ocasiones, la presidencia de una hipotética Liga de Estados italianos. Ya en 1831, liberales italianos reunidos en el congreso de Bolonia, decidieron presentar al rey de Nápoles la corona de Italia, al considerarlo el más abierto a sus ideales.[25]​ En 1832 Fernando II intentó, en dos ocasiones, llegar a un acuerdo con el Reino de Cerdeña para abolir definitivamente la influencia extranjera en la península. El gobierno piamontés se negó porque había firmado un acuerdo con Austria, un tratado defensivo que le bastaba para sentirse a resguardo de eventuales ataques. Esta propuesta del rey meridional sentó muy mal en Viena, donde fue interpretada como una ofensa antiaustríaca. Muchos de los que deseaban la unificación de Italia apoyaban al rey napolitano, por ejemplo, el mazziniano Attilio Bandiera le comunicó a Fernando II que, pese a sus ideas republicanas, estaba dispuesto a seguirlo si se convertiría en el soberano constitucional de toda Italia.[26]

Debido a las diversas revoluciones del 1848 en toda Europa, los Estados fueron cediendo ante las presiones de la rebelde burguesía otorgando la Constitución. De los Estados italianos, el duosiciliano fue el primero en seguir esta vía cuando, el 29 de enero de 1848, Fernando II concede la Constitución (promulgada el 10 de febrero) dada la grave revuelta siciliana por la independencia iniciada a finales de 1847 y por la insistencia de los liberales napolitanos.[27]

No fue extraño que las Dos Sicilias, después de las revoluciones del 1848, haya sido el primer Estado italiano constitucional; el sur estaba a la vanguardia de los pensamientos liberales italianos, quedando demostrado en las Constituciones del 1812 y de 1820. Toda la prensa liberal italiana aplaudió a Fernando II y, en Turín, dos mil personas con banderas marcharon delante de la residencia del cónsul de las Dos Sicilias para felicitarlo.[28][29]

El 3 de abril, la bandera de las Dos Sicilias (blanca con el escudo Borbón en el centro), incorporó un borde verde y otro rojo. La pesada y casi "infantil" festividad de los napolitanos provocó grandes destrozos. Las calles de Nápoles se vieron plagadas de desfiles casi cotidianos cada vez más inflamados. Se publicaron una gran cantidad de diarios, la mayoría escritos por inexpertos, que discutían como mejorar la nueva Constitución.[30]

Las elecciones se celebraron el 18 de abril pero la afluencia a las urnas fue escasa. El lunes 15 de mayo, en coincidencia con la apertura del primer parlamento, en el palacio comunal de Monteoliveto di Napoli, un grupo de diputados revolucionarios, liderados por Giovanni La Cecilia y Pietro Mileti, declararon insatisfactoria la Constitución apenas proclamada. Propusieron modificaciones como la abolición de la Cámara de los Pares y se negaron a prestar juramento al rey. En realidad querían derrocar la monarquía y proclamar la república.

Las tentativas de acuerdo con los revolucionarios fueron frenadas por los rumores llegados al parlamento de que las tropas del rey marchaban hacia la asamblea, lo cual era completamente falso. El rey mandó emisarios para demostrar la falsedad de las acusaciones, pero no sirvió de nada: fueron colocadas alrededor de noventa barricadas en las calles de Nápoles y muchos militares que estaban en servicio fuera del palacio fueron atacados, hubo muertos y heridos. Solo después de estos actos, la mañana del 16 de mayo, el rey ordenó reprimir la revuelta. Un comandante prometía eliminar a los canallas del país, el rey le respondió:

Sin embargo, hubo muchas víctimas y devastación, aunque los diputados antimonárquicos no sufrieron daño alguno.

El 25 de mayo se limitó la libertad de prensa alegando que infundía rumores falsos entre la población y que muchos periódicos eran antimonárquicos.[32]​ El 15 de junio se celebraron nuevas elecciones que también tuvieron escasa participación ciudadana. El gobierno surgido de esas elecciones entró en conflicto con el rey, situación que se prolongó hasta el 12 de marzo de 1849, cuando el rey prometió unas nuevas elecciones que nunca se concretaron.[33]

A finales de marzo, Fernando II ofreció a Sicilia un parlamento, un virrey propio y amnistía a los revolucionarios. Esto no fue suficiente para los opositores de la isla, pues el grito de guerra se escuchaba ya entre los miembros de la Cámara siciliana. El rey mandó el ejército y, en septiembre de 1848, envió también parte de su flota, considerada la tercera más grande del mundo. El ejército ocupó la isla y hubo 1500 soldados napolitanos muertos, no se sabe cuántos sicilianos.

Desde los acontecimientos del 15 de mayo de 1848, el rey, previamente alabado por los liberales, comenzó a recibir apodos como Monstruo coronado, Tigre Borbón, Calígula de Nápoles y, sobre todo, Rey bomba.[34]​ Cabe aclarar que las insurrecciones eran muy comunes en los Estados europeos de la época.[35]

El 19 de mayo de 1849 se volvió a usar la tradicional bandera blanca con el escudo Borbón y la constitución fue suspendida pero no derogada. Así falló el primer intento Constitucional de Italia.

Hay que retroceder a los tiempos del emperador romano de Oriente Justiniano I para reencontrar una Italia políticamente unida. Desde la invasión de los lombardos, en año 568, se rompió la secular unidad de la península y, durante 1300 años, en el territorio itálico se generaron diversas entidades políticas. A pesar de esa división, Italia, fue quizás la nación más precoz de Europa,[36]​ aunque no tuvo un Estado unitario hasta el año 1861.[37][38]

Durante la Edad Media, mientras el norte se dividía en pequeños y cambiantes Estados o era conquistado por diversas potencias, el sur, desde el siglo XI, a partir de la dinastía normanda que lo unificó en un único reino, permaneció unido. Su centro más importante, hasta la segunda mitad del siglo XIII, fue Palermo, donde nacieron las primeras expresiones literarias en lengua italiana y que fue también capital del reino de Federico II durante largo tiempo. A partir del siglo XIV, Nápoles, se impuso como el máximo centro político, económico y cultural del sur de Italia, y entre los más importantes de Europa.

Austria ejercía, en el siglo XIX, una fuerte hegemonía sobre gran parte de Italia: el 24 de abril de 1847 advirtió, mediante una nota diplomática, al Gran Ducado de Toscana de que no consentiría reformas políticas. El 17 de julio ocupó Ferrara, acción formalmente legal por el Tratado de Viena. A este juego de supremacía política se sumó el Reino Unido al enviar a Lord Minto para intimidar a Austria. La respuesta de los Habsburgo fue la ocupación militar de los ducados de Parma y Módena, estando así más cerca de Toscana y de los Estados Pontificios.

Ya en agosto, el papa Pío IX tomó la iniciativa de formar una Liga Aduanera entre los Estados de Italia, tomando como ejemplo aquella de los Estados alemanes de 1833 (el Zollverein). En noviembre se firmó un proyecto de entendimiento entre Roma, Florencia y Turín y hubo contactos con Nápoles y Módena para consolidar tal proyecto.

El momento crucial para poner a prueba los planes de una unión federal italiana fue el año 1848: el 13 de marzo se produjo en Viena una insurrección exigiendo una constitución, y lo mismo sucedió entre los días 18 y 22 en Milán, en aquel entonces bajo dominio austríaco; este último episodio es conocido como las cinco jornadas de Milán. El comandante austriaco en Milán, Radetzky, tuvo que abandonar la ciudad y los revolucionarios pidieron ayuda al rey piamontés Carlos Alberto de Saboya para liberarse definitivamente de los austríacos. El 24 de marzo de 1848 el Piamonte declaró la guerra a Austria dando comienzo a la primera guerra de independencia italiana.

El 26 de marzo el ministro de exterior de las Dos Sicilias solicitó la convocatoria de un congreso en Roma, apoyando el proyecto de una Liga Política italiana. En dicho congreso, el representante piamontés solicitó ayuda militar. El 7 de abril Fernando II declaró la guerra a Austria y envió al norte un ejército de 16.000 hombres, comandados por el general Guglielmo Pepe. El 20 de abril la ruptura entre las Dos Sicilias y Austria era completa. Sin embargo, cuando las naves duosicilianas partieron de Sicilia, los isleños abrieron fuego sobre ellas desde los fuertes, demostrando así que consideraban a Nápoles y no a Viena como su verdadero enemigo hereditario .[39]

El gran duque de Toscana, Leopoldo II envió 3000 soldados y de los Estados Pontificios partieron 7000 soldados y 10 000 voluntarios. Los duques de Módena, Parma y Piacenza decidieron unirse al Piamonte, y Venecia proclamó la república, separándose de Austria.

En este momento se veía factible la posibilidad de unir a Italia mediante una Liga de Estados Unidos, asunto sobre el que Pío IX declaró:

Los delegados piamonteses nunca fueron a Roma. En Turín se consideraba que el proyecto de la liga debía ser frenado ya que el rey tenía otros planes: quería convertirse él, o uno de sus sucesores, en el único rey de Italia.[41]

Después de días de inútil espera, el 4 de mayo tras la suspensión de las tentativas de una liga política, la delegación meridional se retiró. Sin embargo, el mismo día el general Pepe se embarcó hacia el norte: era uno de los pocos entusiastas de la unificación, mientras que ni los otros generales, ni los soldados lo eran: en el sur no eran populares ni la guerra, ni el nacionalismo, ni la misma independencia italiana.[42]

Tras la insurrección antimonárquica del 15 de mayo de 1848, Fernando II ordenó, el día 22, al ejército meridional terrestre y marítimo regresar al país, muy preocupado por las revoluciones independentistas en Sicilia. Por eso fue muy criticado por los liberales de la época, pero había que considerar dos factores: no había ningún pacto entre el Reino de Cerdeña y las Dos Sicilias, por lo que en caso de derrota piamontesa, Austria habría podido invadir el sur; mientras que en caso de victoria, el reino meridional no obtendría ningún beneficio, pero perdería hombres y gastaría dinero. Sumado a esto, en medio de una revolución, si mantenía las tropas allí se arriesgaba a perder la Sicilia.

Sin embargo, las operaciones en el norte estaban en una situación favorable y los soldados meridionales contribuyeron en forma decisiva a las victorias de Cuartone y Montara del 29 de mayo, y la de Gioto del 30, a pesar de la inferioridad numérica, por lo que el belicoso Guigliermo Pepe desobedeció la orden del rey y permaneció en la zona de conflicto con una muy pequeña porción del ejército que lo siguió.

Mientras tanto, el 29 de mayo se realizó una votación para la unión de Lombardía al Piamonte (561.000 votos a favor y 681 en contra[43]​) que debía ser confirmada por una asamblea constituyente en un futuro próximo. También, el 11 de junio las tropas pontificias, comandadas por Giacomo Durando fueron derrotadas en Vicenza.

El contingente naval meridional estaba al mando del almirante Raffaele de Cosa, quien se negó a cumplir en una primera instancia la orden de retirase. Ante una nueva orden de regresar a la patria, recibida el 11 de junio mientras se producía el bloqueo de Trieste (el puerto austriaco más importante) y dado que la mayoría de los marineros eran fieles al rey, decidió finalmente aceptar la orden y partió la noche del 12.

Pero la guerra continuaba: los austriacos tomaron la ofensiva en las operaciones y se produjo la derrota piamontesa de Custoza el 23 de julio. Carlos Alberto de Saboya se retiró a Milán donde fue asediado por los propios milaneses en el palacio donde se hospedaba y en medio de la noche regresó a Turín.

Finalmente se alcanzó un armisticio por el que Austria recuperó muchas de sus tierras, pero que sin embargo no otorgaba ningún beneficio al Gran Ducado de Toscana, que había combatido hasta el final, lo que ponía de manifiesto que Carlos Alberto consideraba este primer enfrentamiento contra Austria como una guerra dinástica, utilizando a los italianos para su propio beneficio. Piamonte perdió gran parte de la Lombardía y Radetzky volvió a Milán. Al año siguiente se reanudaron las hostilidades, pero los piamonteses fueron vencidos definitivamente en Novara el 3 de marzo de 1849. Después de este último fracaso, Carlos Alberto se vio obligado a abdicar en favor de su hijo Víctor Manuel II. Las causas principales de la derrota se pueden encontrar en el retiro de las tropas romanas y meridionales por un lado, y por otro, a que Carlos Alberto promovía el expansionismo piamontés en vez de una confederación italiana.

La primera guerra de independencia fue la única que logró la participación de todos los Estados italianos. Tras la derrota, se perdió para siempre la posibilidad de lograr una unificación italiana que garantizara al mismo tiempo la autonomía de los Estados. Esta fue la principal causa de la mala unificación de los piamonteses, realizada con la fuerza.

A partir de la crisis diplomática con Reino Unido denominada la cuestión del azufre, este reino practicó una política desestabilizante en contra las Dos Sicilias. William Gladstone fue enviado por su gobierno para seguir el proceso que debería haber sucedido en las Dos Sicilias con los miembros adheridos a la sociedad secreta Unidad de Italia. Sus actividades eran la difusión de ideas antimonárquicas, que invitaban a la desobediencia civil.[44]​ Por ejemplo, en septiembre de 1849 explotó una bomba delante del Palacio Real de Nápoles cuando se celebraba una fiesta por la llegada del Papa Pío IX, que tuvo que huir de Roma a causa de la instauración de la República Romana. De estos hechos hubo 42 imputados, de los cuales los primeros 3 fueron condenados a cadena perpetua, otros 2 mandados a prisión por 30 años y el resto de menor importancia en el hecho, fueron condenados al exilio.

Gladstone regresó a Londres en 1851 y se reunió con el primer ministro Lord Palmerston y le mostró cartas suyas enviadas al ministro de exteriores Lord Aberdeen en las que se etiquetaba al reino del sur como la negación de Dios y hablaba sobre las malas condiciones en las cárceles napolitanas. Estas cartas exageraban el absolutismo borbónico, y cuando fueron publicadas provocaron aún más revoluciones. Después de la unificación italiana, Gladstone confesó que las había escrito por encargo de Lord Palmerston, que él no había visto ninguna cárcel y que había hecho caso a lo que comentaban los revolucionarios.[45]

En realidad, muchos británicos se maravillaban viendo las buenas condiciones de los exiliados meridionales que llegaban al Reino Unido. El sistema judicial meridional fue reconocido por los estudiosos como el más avanzado de Italia preunitaria. Ejemplos son la Escuela meridional de derecho, el Código Penal de 1819, y que los magistrados eran elegidos por concurso y no por voluntad del rey.

En el Reino de Piamonte-Cerdeña la realidad era muy distinta: si se asume la pena de muerte como índice de violencia de un régimen, el reino sardo es el más brutal, y cuando los liberales llegaron al poder, las ejecuciones aumentaron en gran medida. Era un reino violento, endeudado y con una altísima tasa de criminalidad.[46]

Después de la derrota de la primera guerra del Piamonte contra Austria en 1848 y en 1849, esta última continuó ejerciendo su poder sobre la península. Pero Napoleón III, emperador de Francia, realizó una política de intentar expulsar a los Habsburgo de Italia, favoreciendo los deseos expansionistas del Piamonte. Gran Bretaña, que junto con Francia dominaban el norte de África, no quería que Napoleón III extendiera su influencia en la península para tener mayor control del Mediterráneo.[47]

Camillo Benso, conde de Cavour obtuvo el cargo de Primer Ministro en 1852 y comenzó su objetivo expansionista buscando apoyo en las potencias (Francia y Gran Bretaña). Estas dos, junto con el Imperio otomano, entraron en guerra con Rusia en 1854 en la Guerra de Crimea. Los ingleses pidieron al Piamonte el envío de tropas y Cavour aceptó mandar 18.000 soldados. En el Sur, Fernando II declaró su neutralidad en el conflicto y negó a Inglaterra y Francia el uso de los puertos meridionales como base de operaciones de guerra; esto provocó la ira de las dos potencias.

El expansionismo piamontés, bien enmascarado con el ideal unitario, se desarrolló después del Congreso de París en 1856 celebrado al finalizar la Guerra de Crimea. Entre el Reino Unido y Piamonte se decidió que se debía ocupar Nápoles y se dio la posibilidad que Inglaterra pudiera comprar Sicilia después de la conquista.[48]

Entre Napoleón III y el rey piamontés Víctor Manuel II se comenzaron los preparativos para la guerra contra Austria, y se acordó que Piamonte se anexionaría Lombardía, Véneto, Módena y Parma, y como compensación Francia recibiría Saboya y Niza. El 23 de abril, Austria dio un ultimátum de 3 días a Piamonte pidiendo el desarme. Francia y Piamonte no quisieron atacar primero a Austria, para que los Habsburgo quedasen ante Europa como los agresores. El 29 de abril de 1859, el ejército austríaco, al mando del general Ferenc Gyulai, atravesó el río Ticino e invadió el territorio piamontés dando comienzo a la denominada Segunda guerra de Independencia. Tras esta guerra se expulsaron a los duques de Toscana, Parma y Módena, cuyos territorios fueron anexados al Piamonte.

El 22 de mayo del 1859, después de 30 años de reinado, murió Fernando II. Heredó el trono su hijo de 23 años, Francisco II, el cual no tenía suficiente experiencia, con carácter muy débil y muy tímido.[49]​ Francia e Inglaterra reanudaron la diplomacia y mandaron a Nápoles representantes para atraer al joven rey a su esfera de influencia política: le pedían la reactivación de la monarquía constitucional e intervenir en sus guerras. Pero Francisco tenía muy en claro la frase del padre Constitución igual a revolución y tampoco quería aliarse con el Piamonte.

El 7 de junio, turbado de las manifestaciones de los liberales napolitanos que querían entrar en guerra al lado del Piamonte, Francisco II nombró como presidente del Consejo y ministro de guerra a Carlo Filangieri una figura militar y política de primer nivel conocido y respetado mundialmente. La negativa del rey a conceder la Constitución y aliarse con el Piamonte fue determinante para la cercana caída del reino, fue la última esperanza para que el pueblo meridional se salvara de una unificación a la fuerza.

Por su parte, Gran Bretaña aconsejaba la neutralidad al rey napolitano, porque tras una victoria de Napoleón III, Francia extendería su influencia también al sur. Esto dio lugar a una política de aislamiento del Reino de las Dos Sicilias en un contexto europeo plagado de alianzas estratégicas.

Pero después de la victoria franco-piamontesa en la segunda guerra de independencia, el Reino Unido se vio obligado a cambiar su política: la Confederación Italiana tenía el riesgo de ser dominada por Francia, la cual había salido vencedora. En cambio, se debía lograr un Estado italiano unido para frenar la influencia francesa en la península.[50]​ Es por eso que Inglaterra envió representantes para lograr la unificación a toda costa.

Ya en 1820, y después en 1848, se dieron en Sicilia las primeras revoluciones, pues en la isla casi no existían los ideales unitarios (solo los intelectuales eran mazzinianos) y se quería por encima de todo la liberación del dominio napolitano.[52]​ Se llegó a proclamar, el 13 de abril de 1848 la deposición de Fernando II y se ofreció la corona a la Casa de Saboya, que se negó porque Fernando envío una carta al Piamonte amenazando con un conflicto armado.

Sin embargo, bajo el gobierno Borbón, Sicilia gozaba de excepcionales privilegios: los impuestos eran bajos, no existía el servicio militar obligatorio y la vida y la propiedad eran seguras. Las calles de Sicilia eran tan seguras como las del norte de Europa.[53]​ En la década del 1850 se construyeron más avenidas, se ampliaron los puertos y se crearon escuelas y hospitales; a pesar de todo esto, los sicilianos estaban descontentos y querían la autonomía de la parte continental del reino. La fuerte presencia comercial y financiera inglesa había generado una difusa anglofilia y se barajó la posibilidad de independizarse bajo un protectorado inglés. Esta propuesta fue bien recibida en Londres pero Napoleón III de Francia declaró que si Gran Bretaña entraba en Sicilia, comenzaría una guerra.[54]

Por su parte, Mazzini incitaba las rebeliones de los sicilianos y se reunía en el norte con enviados de los rebeldes que venían a pedir ayuda. Para el Reino de Cerdeña, este clima era perfecto para comenzar la conquista del sur.

Giuseppe Garibaldi, con la llamada "Expedición de los Mil", fue quien conquistó el Reino de las Dos Sicilias. El 6 de mayo de 1860 zarpó de la playa de Quarto (Provincia de Génova) con 1.033 hombres, en su mayoría veteranos de las guerras de independencia[55]​ en dos barcos de vapor hacia la isla.

El 11 de mayo desembarcó en Marsala sin grandes problemas. En el puerto de la ciudad había dos buques de guerra ingleses llegados a Sicilia para proteger los intereses británicos en la zona. Los ingleses no hicieron nada para ayudar a Garibaldi,[56]​ pero condicionaron la reacción de la marina militar borbónica[57]​que fue tardía e ineficaz.[58]​ En la isla, los camisas rojas (así eran llamadas las tropas de Garibaldi) aumentaron de número gracias a los sucesivos desembarcos y a los voluntarios sicilianos que se alistaron en sus filas. Garibaldi venció al ejército borbónico en la Batalla de Calatafimi a pesar de la superioridad numérica de los adversarios y del desarrollo inicial que favorecía a estos. Según Giacinto de' Sivo, un funcionario del Reino de las Dos Sicilias, el general borbónico Landi había sido convencido de retirar sus tropas por los piamonteses, dándole dinero y prometiéndole un cargo importante en el futuro ejército italiano.[59]

Después, tomó la ciudad de Palermo, cruzó el estrecho de Mesina y entró en el continente. Siguió avanzando con poca resistencia hasta Salerno, ciudad muy cercana a Nápoles. Solo en este momento el rey Francisco II se percató del peligro que corría. Decidió retroceder la línea de defensa al río Volturno, ubicado al norte de Nápoles, para evitar el asedio de la capital del reino. Garibaldi entra en la ciudad aclamado por la multitud, que según las fuentes históricas, fue obligada a vitorearlo por infiltrados piamonteses que les daban dinero a cambio, los que se negaban eran obligados a permanecer en sus casas por temor a represalias.[60]

Garibaldi se proclamó dictador de las Dos Sicilias, el Palacio Real de Nápoles fue totalmente saqueado, los objetos más preciosos fueron enviados a Turín, otros vendidos al mejor postor. El 11 de septiembre el oro de la Tesorería del Estado, patrimonio de la Nación, (equivalente a 1.670 millones de euros), y los bienes personales del rey (equivalentes a 150 millones de euros) todos depositados en el Banco de Nápoles, fueron sacados y proclamados bienes nacionales.[61]

Ya con la capital meridional tomada, el 8 de octubre, el gobierno piamontés emitió un decreto que convocaba un plebiscito, mediante sufragio universal masculino en toda Italia, para ratificar la anexión al Piamonte. El voto no fue secreto, en Nápoles y en todo el sur, se declaraba enemigo de la patria a quien votase por el No, en los cuartos había gente armada que obligaba a votar por el Sí. En el sur había mucha gente que les hacían creer que el SI significaba el regreso de su rey Francisco II y además los soldados garibaldinos votaban varias veces.[62]​ Los resultados dieron una contundente victoria a favor del Sí a la anexión al piamonte y fueron usados como propaganda por el reino piamontés, queriendo probar que el pueblo quería unirse al Piamonte, ser gobernados por el rey de la casa de Saboya y abandonar la época de independencia y a las cuatro generaciones de la dinastía borbónica napolitana.

El rey Francisco II, reorganizó su ejército de 40.000 hombres detrás del río Volturno, pero fue derrotado por los garibaldinos en la llamada Batalla del Volturno. Debido a las bajas sufridas en dicha batalla Garibaldi solicitó ayuda militar al gobierno piamontés y Francisco II quiso aprovechar el estancamiento de los garibaldinos para volver a atacar; pero los generales le aconsejaron reorganizar las fuerzas y entonces se retiró de Capua a Gaeta.

Allí, el rey Francisco II, con sus últimos 20 000 soldados, fue asediado hasta el 13 de febrero de 1861 por el general piamontés Enrico Cialdini con 18.000 soldados. La historia de este asedio impresionó vivamente a la opinión pública europea, sobre todo por el comportamiento heroico de la reina María Sofía de solo 19 años, la cual a pesar de las bombas, arriesgó su vida para socorrer día y noche a los soldados heridos o moribundos.[63]

Después de meses de asedio, Francisco II se dio cuenta de la imposibilidad de la victoria y empezó a barajar la opción de la retirada. A las 7 de la mañana del 14 de febrero del 1861, el rey y la reina abandonaron Gaeta y se embarcaron en una nave francesa que los trasportó a Terracina, en los territorios papales. Después de la retirada, el rey nunca abdicó, dejando para él y sus herederos el título de Rey del Reino de las Dos Sicilias.

Al caer Gaeta, solo quedaban dos fortalezas de las Dos Sicilias: Mesina y Civitella del Tronto. La primera cayó el 13 de marzo de 1861 por la acción de las tropas de Cialdini. Civitella del Tronto, en la provincia de Teramo, fue la última fortaleza de las Dos Sicilias y cayó el 20 de marzo, 3 días después de la proclamación del Reino de Italia.

El 17 de marzo de 1861, Víctor Manuel II asume el título de Rey de Italia por la gracia de Dios y voluntad de la Nación. Fue reconocido por las potencias europeas a pesar de que violaba el tratado de Zúrich y el de Villafranca que le prohibían ser rey de toda Italia. Desde entonces, dadas las nuevas políticas piamontesas, el sur comenzó a sufrir grandes cambios:

En el momento de la unidad de Italia, los bancos más importantes eran el Banco de las Dos Sicilias con 200 millones de liras de la época y el Banco de Milán con 120 millones.[64]​ Durante los primeros cinco años, se produjo una lucha entre el Banco napolitano y la Banca Nacional (piamontesa). Pero mientras que este último abría sucursales en todo Italia, al Banco de Nápoles le era muy difícil abrir filiales en el norte porque necesitaba obtener la autorización estatal.

Antes de la unificación, el Reino de Cerdeña tenía una enorme deuda pública, pero tras la anexión del sur el nuevo Estado italiano declaró bienes nacionales al oro estatal depositado en las Dos Sicilias, 2/3 de la total reserva áurea de Italia. A esto se le suma la nueva política fiscal unitaria, que favorecía los intereses del norte ante los del sur: tras la unificación surgieron nuevos impuestos, sobre la agricultura, la industria, la edificación, el consumo que eran mayores en el sur que en el norte.[65]

El Estado distribuía desigualmente los subsidios a las provincias, por ejemplo en las obras hidráulicas para la agricultura, la actividad más importante de la Italia de la época, se encuentran los siguientes datos:

Subsidios para las obras hidráulicas en la agricultura, cifras en liras (1862-1868)[66]

También la industria sufrió un grave revés: muchas fábricas meridionales fueron cerradas, en el 1861, en el sur estaba el 51% de las industrias italianas, mientras que 1951, el porcentaje se redujo a 12,8%.[67]​ Esto provocó desempleo en el sur lo que empobreció aún más esta población. Después de la unificación surgieron las causas de la actual pobreza del sur de Italia.

Desde el edicto de Garibaldi del 2 de julio de 1860, que declaraba bienes nacionales muchas tierras de los campesinos y durante varios años siguientes, se produjeron grandes revueltas por la independencia del sur que pusieron en dificultades al recién nacido reino de Italia durante los primeros años unitarios. Los revolucionarios, muchos campesinos y pastores, otros exsoldados del reino fieles a su rey; fueron llamados «briganti» (bandidos) porque practicaban guerras de guerrillas y realizaban saqueos. Estos eran apoyados con armas y provisiones por el clero, que veía sus iglesias profanadas por el gobierno. Por esta política de expropiación piamontesa fue excomulgado Víctor Manuel por Pío IX.

Esta violenta y espontánea contrarrevolución popular se debe a la fidelidad de la población del sur a la dinastía Borbón y sobre todo al aumento de los impuestos y a la confiscación de tierras por parte del nuevo gobierno piamontés.

La revuelta estalló en todo el sur a finales del 1861 y el Piamonte envió a Nápoles a Enrico Cialdini dándole poderes extraordinarios con un total de 120.000 hombres. El general piamontés se enfrentó a unos 80.000 revolucionarios divididos en casi 500 bandas, lo que facilitó su exterminio.[68]​ Así comenzó una de las más cruentas represiones de la historia italiana. El sur fue pasto de matanzas, devastaciones, fusilamientos, detenciones domiciliarias forzosas, saqueos de granjas, expropiación de tierras y cierre de industrias, lo que provocó la ruina de gran parte de la población meridional.

En 1870 se instauró la ley marcial en el ex Reino de las Dos Sicilias y las rebeliones solo se pudieron sofocar hacia el año 1878. En todos estos años murieron un total de 70.000 meridionales, en batalla o fusilados, cifra que es muy superior a la de todos los caídos para lograr la unificación.[69]

Los movimientos separatistas se mantienen hoy en día reflejados en el Movimiento neoborbónico el cual pretende la autonomía del Sur de Italia restaurando el histórico Reino de las Dos Sicilias.

La emigración meridional después de la unificación, fue una de las más grandes olas migratorias de todos los tiempos. La población del sur, derrotada y colonizada, no tenía otra opción que partir de su patria hacia América. Los puertos de Nápoles y Palermo fueron los centros de la emigración meridional.

Los destinos principales eran Estados Unidos y Argentina. Aunque la mayoría de los inmigrantes eran agricultores tuvieron que quedarse en las ciudades trabajando en los puertos o en la minería.

En un comienzo, el 85% de la emigración provenía del norte de Italia, pero después de la unificación, el porcentaje de meridionales empezó a aumentar progresivamente llegando al 56%.

En 1900, se llegó a la enorme cifra de 8 millones de emigrantes italianos, de los cuales 5 millones provenían del ex reino de las Dos Sicilias, Italia era el país de Europa con más emigración. La emigración continuó también en el transcurso del siglo XX; en la década de 1950 emigraron unos 6 millones de meridionales y en la actualidad la diáspora continúa: cada año unos 90.000 sureños deben abandonar sus tierras.

Desde los tiempos del rey Carlos, el Reino meridional vivió una fuerte reactivación económica debido a la total restauración de la estructura del reino, tanto política como económicamente. Sin embargo, a partir de las revoluciones del año 1848 comenzaron a notarse diferencias entre los valores previstos por el Estado y los reales, es decir, los ingresos eran menores a los esperados, y los gastos mayores. Algunos años entre 1848 y 1860 se produjo déficit fiscal en la economía.

A pesar de este último retroceso, el Reino de las Dos Sicilias poseía en su momento la mejor finanza pública de toda la península italiana, y concentraba, de hecho, más de las dos terceras partes del total del oro de la península.

Finanza pública de los Estados italianos en 1860 (en millones de liras-oro)[70]

(*)Bajo dominio austríaco

La moneda oficial del Reino de las Dos Sicilias era el ducato, que era moneda más fuerte de la Italia preunitaria. Un ducato valía 10 carlini, un carlino era equivalente a 10 grana, el grana era equivalente a 2 tornesi, y este último a 6 cavalli.[71]

Con respecto al comercio, Las Dos Sicilias mantenía un activo comercio con países de todas partes del mundo. Fue el único Estado italiano preunitario en enviar buques mercantes a América y a Australia.[72]​ Esto se debió a la importancia de la flota mercantil meridional, la más numerosa de Italia y la cuarta del mundo, que constaba de unos 9.800 buques, el 80% del total de la península.[73]​ A esto se le suma que el primer barco a vapor italiano en navegar en el Mar mediterráneo (1818), y el primero en llegar a América (1854), eran meridionales.[74]

La industria más importante era la metalúrgica. En el reino existían 100 industrias de este tipo, de las cuales se destaca el centro industrial de Pietrarsa, donde trabajaban más de 1000 obreros.[75]​ Entre los logros más importantes de la industria metalúrgica meridional se destacan la fabricación de la primera locomotora italiana, inaugurada en 1836.

Otra industria muy importante del reino era la producción textil, la cual proporcionaba la segunda fuente de ingresos por exportación después de los productos agropecuarios. Los productos eran de algodón, lana, seda y cuero. La producción textil estaba diseminada por todo el reino, pero era Salerno la ciudad más importante. Allí trabajaban más de 10 000 obreros, por esa razón era denominada La Mánchester de Italia.[76]​ Los productos de cuero más fabricados eran carteras y guantes; estos últimos eran, después de los ingleses, los más abundantes en el mercado europeo. En 1860 la producción llegó a ser de 850.000 unidades anuales.

La agricultura era el sector más fuerte de la economía meridional. Con solo el 36% de la población de Italia y sin tener grandes llanuras como la del Po, en el sur se producía el 50.4% de trigo, el 80.2% de cebada y avena, el 53% de patatas y el 41.5% de legumbres de toda la península.[77]​ Cifras que debían mucho a las políticas de los reyes meridionales: ya el rey Carlos disminuyó considerablemente los impuestos y retenciones del sector agropecuario para incentivar la producción.

A su vez, eran sumamente importantes las agroindustrias, de las cuales las principales eran la producción de pasta, de productos relacionados con el tomate y el aceite de oliva. Este último era exportado a todo el mundo y constituía la mitad de las exportaciones meridionales.[78]

El producto más explotado en el Reino era el azufre, cuyos yacimientos se localizaban en Sicilia. La explotación de este mineral cubría el 90% del consumo mundial de este producto, indispensable para la industria de la época, en especial la de los explosivos. La minería de azufre tenía un valor estratégico en el comercio mundial, y a esta razón se atribuye el constante interés del Reino Unido en la explotación del azufre siciliano. El rey Fernando II comenzó a incomodar a Gran Bretaña con la denominada cuestión del azufre: Desde 1816 existía entre Londres y Nápoles un tratado de comercio y rápidamente los mercaderes ingleses se aprovecharon para obtener casi toda la producción de azufre de la isla. Compraban barato y lo vendían a precios altísimos. Entonces Fernando II, tratando de aprovechar al máximo los beneficios debidos a sus materias primas, le concedió el comercio del azufre a una sociedad francesa que pagaba el doble que los ingleses.[79]

Como consecuencia de dicha concesión las relaciones de los británicos con las Dos Sicilias empeoraron, llegando al uso de la fuerza. Palmerston mandó la flota inglesa al Golfo de Nápoles amenazando con bombardeos y desembarcos. Fernando II ordenó el estado de alarma en fuertes costeros y desplazó las tropas a los posibles lugares de desembarco. Parecía que la guerra era inminente, pero como Austria había negado su apoyo al reino meridional, se firmó un tratado: se canceló el contrato con la sociedad francesa y el Reino de las Dos Sicilias debió pagar por las pérdidas de los ingleses, cuando el contrato era con los franceses. El que perdió fue el reino napolitano, aunque la reacción de Inglaterra ante estos hechos fuese de una suprema indignación[80]

Otra actividad importante era la explotación de las salinas para la producción de sal, tanto de uso alimenticio como industrial. Las salinas más grandes se encontraban en Sicilia, en las cuales se producían unas 110.000 toneladas de sal por año.[81]​ También eran notables las salinas pugliesas, las preferidas del rey Fernando II, que fundó varias villas agrícolas en la zona, distribuyendo gratuitamente terrenos y capitales a los trabajadores.[82]

Su nombre oficial fue Reale Esercito di Sua Maestà il Re del Regno delle Due Sicilie. La historia de este ejército, por supuesto, encaja en el mismo espacio de tiempo en el que reinó la dinastía, a la cual serviria como uno de sus principales apoyos.

Fuerza naval del reino. Fue una de las armadas más importantes de los estados itálicos pre-unitarios. Parte de sus unidades se integraron en la Regia Marina, tras la conquista y anexión del reino.

Soldado del regimiento Reale Veterani.

Fragata Regina Isabella

El Siglo XVIII, bajo el impulso de los reyes borbónicos, se produjo un renacimiento cultural en Nápoles después de varios siglos de dominación extranjera. Nápoles era uno de los centros culturales más importantes de Europa y difusora de las ideas de la Ilustración, tan solo superada por París. Nápoles fue la cuna de grandes personalidades de la cultura como Giambattista Vico, uno de los pensadores más importantes de la época; y Gaetano Filangieri, importante jurista cuya obra La Ciencia de la Legislación fue inspiradora del Código Napoleónico y la Constitución estadounidense.[83]

A mediados del siglo XIX había en la península siete Estados, tres de los cuales eran completamente libres: El reino de las Dos Sicilias, que era el más extenso y poblado, el Reino de Cerdeña y los Estados Pontificios. Los otros cuatro se encontraban dominados directa o indirectamente por Austria: El Reino Lombardo Veneto, los ducados de Parma y Módena y el Gran Ducado de Toscana. La lengua oficial en todos esos estados preunitarios era el italiano. Solo dos regiones alpinas de cultura y tradiciones franco-provenzales, la Saboya y el Valle de Aosta, tenían como idioma administrativo el francés. Ambas pertenecían al Reino de Cerdeña, donde el italiano era la lengua oficial del 85% de la población: en Piamonte (desde los años 1560-1561),[84][85]​ en el Condado de Niza, en Liguria y en Cerdeña (desde el año 1759).

Como en los demás estados peninsulares, el italiano era, en el Reino de las dos Sicilias, la lengua de la administración, de la escuela y de la comunicación escrita, pero el pueblo llano casi no la hablaba y prefería expresarse en napolitano, y, fuera de su área de difusión, en los varios dialectos locales, casi todos romances, y que por lo general se utilizaban solo para la comunicación oral. El mismo napolitano que era el dialecto (o lengua autóctona), de más prestigio en el Reino, tenía un uso mucho más limitado, como lengua escrita, sea del italiano que del latín, desde, por lo menos, la época de la dominación española. De los 2800 textos del siglo XVII conservados en la Biblioteca Nacional de Nápoles y catalogados en el año 1986, solo 26 estaban escritos en napolitano (el 1% escaso del total), 1500 en italiano (el 53,6%) y 1086 en latín (el 38,8%)[86]

En 1861 se podían estimar los italohablantes entre un 2,5% de la población[87]​ como sugiere Tullio De Mauro y un 9,5% según A. Castellani,.[88]​ De estos, los toscanos eran la mayor parte, dado que el italiano moderno nació allí.

El reino de las Dos Sicilias tenía cuatro universidades: la de Nápoles, fundada por el emperador Federico II en 1224, las de Mesina y Catania, y la de Palermo, la más reciente y fundada por el rey Fernando I de las Dos Sicilias. Comparando con otros Estados italianos preunitarios, las Dos Sicilias estaban a la vanguardia de la educación superior. Por ejemplo, la primera universidad en Milán se creó en el 1863, ya en el Reino de Italia. En el 1860, el número de egresados meridionales era mayor que el de todo el resto de Italia (16.000 meridionales por 9000 del resto de Italia). En las casas editoras napolitanas se imprimían el 55% de los libros de Italia.[89]

En Nápoles se instauró la primera cátedra universitaria de economía política del mundo en 1754. La facultad de jurisprudencia fue la que desarrolló el primer código marítimo y código militar de Italia. Con respecto a la geología, en Nápoles se fundó el observatorio sismológico Vesuviano, el primero del mundo. Con respecto a la astronomía, en Palermo, en 1801, Giuseppe Piazzi descubrió el primer planeta enano, el más pequeño de todos, que se encuentra entre Marte y Júpiter. Lo denominó Ceres Ferdinandea, y hasta 2006 se consideró un asteroide.

Pero la educación universitaria era solo para las clases privilegiadas. Con respecto a la educación pública, la educación primaria era pobre. Si bien el rey Fernando I creó numerosas escuelas gratuitas, el pueblo del interior del reino priorizaba el trabajo agropecuario de los campesinos sobre la instrucción en las escuelas. Cabe aclarar que en las Dos Sicilias solo el 10% de los campesinos estaba alfabetizado.

La Nápoles borbónica era una de las capitales del arte mundial, principalmente de la música. En Nápoles, en la segunda mitad del siglo XVIII se había dado origen a un nuevo estilo de ópera, la Opera buffa, que tuvo impacto en Italia y en toda Europa. Nápoles contaba con el teatro lírico más antiguo del mundo, el Teatro San Carlo, inaugurado en 1737.[90]​ Este teatro era uno de los más importantes de Italia y fue cuna de grandes compositores meridionales como Alessandro Scarlatti, Giovanni Battista Pergolesi, Saverio Mercadante, Domenico Cimarosa, y Giovanni Paisiello entre otros. Entre los grandes compositores italianos que compusieron para el teatro se encuentran Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi.

También en Nápoles florecieron otras disciplinas como la pintura, plasmada en la escuela pictórica de Posillippo, y la arquitectura, con formidables testimonios arquitectónicos como los Palacios reales de Nápoles, Caserta y Portici. Importante era también la arqueología: en el reinado de Carlos III se realizaron excavaciones en Pompeya y Herculano cuyas piezas fueron expuestas en el Museo Arqueológico.

El Reino de las Dos Sicilias gozaba de un servicio sanitario mejor que el de los otros Estados de Italia. Las Dos Sicilias tenía el porcentaje más alto de médicos por habitantes en Italia. Para 9 millones de habitantes del reino había 9.390 médicos, mientras que en todo el norte, para 13 millones de habitantes había solo 7.087 médicos.[91]

Este reino tenía la mortalidad infantil más baja, mientras que las cifras más altas se registraban en Lombardía, Piamonte y en Emilia Romagna. En el año 1821, una ley obligó a los progenitores a vacunar a sus hijos contra la viruela. Hasta el año 1859 no se incorporó esta ley en el Reino de Piamonte-Cerdeña.

En el 1782 se realizó la primera intervención en Italia de profilaxis contra la tuberculosis. En el año 1847, había 22 hospitales en las Dos Sicilias. El de San Leucio fue el primero gratuito en 1789. También tuvo la primera clínica ortopédica de Italia y el hospital Real Morotrofio de Aversa fue el primero de psiquiatría, y el primero en Europa en eliminar la utilización de cepos para los enfermos.[92]

El escudo de Armas del Reino de las Dos Sicilias se compone por un escudo central oval formado por 19 partes que representan otras zonas de Europa. Por encima se encuentra la corona real borbónica y está rodeado por seis collares que representan las órdenes caballerescas a las que pertenecía el rey e Infante de España.

El himno nacional de las Dos Sicilias se llamaba Inno al Re (Himno al Rey) y fue compuesto por el célebre músico tarentino Giovanni Paisiello. El nombre Fernando variaba según el rey del momento y la frase Dios lo salve a su doble trono de sus padres hace referencia a los dos antiguos reinos de Nápoles y Sicilia

Las palabras del himno son las siguientes:





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