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Alfonso Fernández de Montemayor



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Alfonso Fernández de Montemayor (m. Córdoba, 1390), fue un ricohombre castellano de la Casa de Córdoba e hijo de Martín Alfonso de Córdoba el Bueno, señor de Dos Hermanas y de Montemayor, y de Aldonza López de Haro, señora de Fernán Núñez y de Abencalez.[1][2]

Fue señor de Dos Hermanas, Montemayor, Alcaudete,[3]Andújar, Arjona, Bailén, Linares, Salvatierra, Hornachuelos[4]​ y Albendín[5]​ y llegó a ocupar los cargos de adelantado mayor de la frontera de Andalucía y de alcalde mayor de Córdoba, siendo además caballero de la Orden de la Banda y vasallo de los reyes Enrique II y Juan I de Castilla.[3]

El prestigioso genealogista Luis de Salazar y Castro afirmó que fue uno de los ricoshombres «de mayor valor y autoridad de su tiempo»,[6][7]​ y otros historiadores han destacado que llegó a ser, por su destacada participación en la Primera Guerra Civil Castellana, un «miembro reconocido de la nobleza andaluza».[8]

Fue nieto por parte paterna de Alfonso Fernández de Córdoba, señor de Cañete de las Torres y adelantado mayor de la frontera de Andalucía, y de Teresa Ximénez de Góngora.[9][10][11]​ Y por parte materna era nieto de Lope Gutiérrez de Haro el Viejo, mayordomo mayor del rey Alfonso X de Castilla y alcalde mayor de Sevilla, y de su segunda esposa, María.[12][1][2]

Fue hermano, entre otros, de Lope Gutiérrez de Córdoba, que fue señor de Guadalcázar, de Diego Alfonso de Córdoba, que fue señor de las Cuevas de Guadarromán y Veinticuatro de Córdoba, y de Inés Alfonso de Montemayor, que fue señora de Fernán Núñez y de Abencalez.[13][14]

Se desconoce su fecha de nacimiento. A la muerte de su padre, ocurrida en 1349, Alfonso Fernández asumió la jefatura de la Casa de Montemayor,[8]​ y como todos los miembros de su linaje, comenzó sirviendo al rey Pedro I de Castilla, y desde su castillo de Montemayor hizo frecuentes entradas en tierras del reino nazarí de Granada, aunque también combatió contra los aragoneses en la Guerra de los Dos Pedros.[7]​ Y Francisco Fernández de Béthencourt señaló que Alfonso Fernández de Montemayor fue uno de los caballeros que se quedaron en Murviedro en 1364 para defenderla con Gómez Pérez de Porras, gran prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, con Pedro Manrique, que era el adelantado mayor de Castilla, y con Álvar Pérez de Castro y otros grandes personajes,[7]​ siendo todo ello relatado en la Crónica del rey Don Pedro:[15]

Cuando en 1366 Pedro I de Castilla salió de Burgos «desamparado de la mayor y mejor parte de los señores castellanos», aún tenía a su servicio a cuatro miembros de la poderosa Casa de Córdoba, y entre ellos figuraban Alfonso Fernández de Montemayor, su hermano Lope Gutiérrez, que era señor de Guadalcázar, Gonzalo Fernández de Córdoba, que era el señor y la cabeza de toda la Casa de Córdoba y señor de Aguilar de la Frontera, y el hermano de este último, Diego Fernández de Córdoba, que fue señor de Chillón y alcaide de los Donceles,[16]​ según consta en la Crónica del rey Don Pedro.[a]

Pero después de la batalla de Nájera, que se libró en 1367, y habiendo llegado Pedro I a Córdoba, el monarca se mostró receloso de la «lealtad y firmeza» de los miembros de la Casa de Córdoba, así como de «la mayor y mejor parte de la nobleza cordobesa», como indicó Fernández de Béthencourt, ya que en 1358 había ordenado ejecutar en dicha ciudad a Pedro Ponce de Cabrera y a Fernando Alfonso de Gahete.[17]​ Y el rey Pedro I ordenó en secreto la muerte de Alfonso Fernández de Montemayor y de algunos de sus parientes y también la de dieciséis de los más destacados caballeros de la ciudad de Córdoba, aunque el maestre de la Orden de Calatrava, Martín López de Córdoba, que era el encargado de ejecutar las sentencias de muerte, les avisó a tiempo y pudieron escapar,[18][19]​ por lo que el maestre se limitó a demoler las casas principales de los Mesías, Argotes y Hoces,[17][20]​ siendo parte de ello relatado en la Crónica del rey Don Pedro:[21]

Cuando Enrique de Trastámara, que era hijo de Alfonso XI de Castilla y hermanastro de Pedro I, volvió a la península ibérica ayudado sobre todo por los mercenarios franceses, y fue proclamado en Burgos rey de Castilla y León, la ciudad de Córdoba comenzó a apoyarle y también los miembros de la Casa de Córdoba, entre los que figuraba Alfonso Fernández de Montemayor.[17]

En 1367[22]​ o en 1368, según otros autores,[23][24]​ el rey Pedro I de Castilla comenzó a sitiar la ciudad de Córdoba[b]​ auxiliado por las tropas del rey Muhammed V de Granada,[22]​ y Alfonso Fernández de Montemayor estuvo a la cabeza de los defensores durante el sitio.[17][25]​ Y durante el asedio, como señaló Fernández de Béthencourt, se distinguieron todos los miembros de la Casa de Córdoba y también Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de la Casa de Córdoba y de Cañete de las Torres, Diego Fernández de Córdoba, señor de Chillón y alguacil mayor de Córdoba, y también los Gutiérrez de los Ríos, los Saavedras, los Góngoras, los Sotomayor, los Bocanegras, los Frías, los Sousas, los Ruedas, los Jarabas y los Montoyas,[26]​ según consta en un privilegio de franquicias que Enrique de Trastámara concedió a la ciudad de Córdoba el día 6 de noviembre de 1367 y que es mencionado por algunos autores.[26][27]

Los sitiados de Córdoba solicitaron la ayuda de Gonzalo Mexía, maestre de la Orden de Santiago, de Juan Alonso Pérez de Guzmán, que posteriormente sería el primer conde de Niebla, de Álvar Pérez de Guzmán, alguacil mayor de Sevilla, y de Pedro Ponce de León, señor de Marchena, que se hallaban en Llerena en esos momentos y que acudieron desde allí con algunas tropas en auxilio de Córdoba.[28][29]​ Y Pedro I de Castilla, por su parte, estableció su campamento «sobre los Visos y cerca del Campo», como indicó Fernández de Béthencourt, y mientras se hallaba allí los sitiados le comunicaron que estaban dispuestos a recibirle en la ciudad como a su rey legítimo siempre que entrara sólo y sin la presencia de sus aliados musulmanes del reino de Granada, a lo que el monarca dio una respuesta «cruda y llena de amenazas».[28]

Los moros granadinos lucharon esforzadamente y consiguieron apoderarse primero del castillo del Puente y posteriormente del conocido como Alcázar Viejo, en el que abrieron seis brechas o portillos y donde llegaron a izar sus «estandartes, medias lunas y pendones», por lo que en aquellos momentos los sitiados quedaron consternados y desalentados,[28]​ según consta en la Crónica del rey Don Pedro.[30]​ Y a instancia de las mujeres de la ciudad, que animaban a los defensores a luchar sin denuedo, los habitantes de Córdoba encomendaron la jefatura de la defensa a Alfonso Fernández de Montemayor,[25]​ que era «el de más autoridad para caso tan apurado».[28]

Un relato legendario afirma que cuando Alfonso Fernández, que iba armado y montado a caballo, pasó por delante de la Mezquita-catedral de Córdoba, le salió al encuentro su madre, Aldonza López de Haro, que le dijo que tenía entendido que iba a entregar la ciudad a los musulmanes y que debía recordar que en la familia Haro «no había habido jamás traidor alguno».[28][25][31]​ Y Alfonso Fernández, bajándose del caballo y besando las manos a su madre con «extraordinaria reverencia» le respondió: «Señora, al Campo vamos y allí se verá la Verdad»,[28][25][32]​ aunque otra versión del relato asegura que Aldonza López le dijo a su hijo: «Por la leche que mamaste de mis pechos, que no entregues la ciudad».[32]​ Después, los cordobeses abandonaron sus posiciones y, después de atacar vigorosamente, consiguieron recuperar el castillo del Puente, que es el lugar que en la actualidad ocupa la torre de la Calahorra.[28]

Alfonso Fernández de Montemayor ordenó cortar o demoler dos de los arcos del Puente Romano de Córdoba, para hacer imposible la retirada de sus tropas, y cruzó el río con las mismas por un vado conocido como Vado del Adalid.[28]​ Y en la batalla que se libró a continuación, que es conocida popularmente en Córdoba como la batalla de los Piconeros[33]​ u oficialmente como batalla del Campo de la Verdad,[23]​ los cordobeses derrotaron completamente a sus enemigos y consiguieron capturar un riquísimo botín,[25]​ siendo parte de ello relatado en un pasaje de la Crónica del rey Don Pedro:[34]

Después de la victoria los cordobeses repararon los muros de la ciudad y la fortificaron convenientemente y esa noche celebraron el triunfo con «fiestas, danzas y luminarias».[28]​ Y al día siguiente los musulmanes granadinos volvieron sobre Córdoba y permanecieron algunos días a la vista de la ciudad aunque sin atreverse a atacarla, y después el monarca castellano volvió encolerizado a la ciudad de Sevilla y el rey de Granada se dirigió con sus tropas a Jaén y arrasó la ciudad, ya que quemó sus iglesias, derribó sus puertas y destruyó gran parte de sus murallas.[35]​ Y posteriormente el monarca granadino, que se hallaba ufano por su triunfo en Jaén, regresó a Córdoba con más tropas y dispuesto a tomarla, pero al darse cuenta de que los defensores, que seguían dirigidos por Alfonso Fernández de Montemayor, estaban bien fortificados y preparados para repeler cualquier ataque, ni siquiera llegó a formalizar el asedio.[36]

El rey Muhammed V de Granada volvió a Andújar, de la que no logró apoderarse, y desde allí se dirigió a Úbeda, cuya ciudad incendió aunque no pudo tomar su castillo, pero en cambio sí consiguió tomar las poblaciones de Bélmez, Cambil, Alhabar, Turón, Ardales, Cañete la Real, El Burgo y Las Cuevas, y después se dirigió a Utrera, consiguiendo capturar durante toda la campaña a más de once mil cristianos.[36]​ Y mientras tanto el rey Pedro I permaneció «indiferente» en Sevilla, según Fernández de Béthencourt, y reuniendo tropas para combatir a su hermanastro, Enrique de Trastámara, que ya había conseguido apoderarse de la mayor parte de Castilla.[36]

En 1368, según Luis Vicente Díaz Martín, Alfonso Fernández de Montemayor fue nombrado adelantado mayor de la frontera de Andalucía por Enrique de Trastámara,[37]​ aunque Rogelio Pérez-Bustamante afirmó que en esos momentos el cargo era ocupado por Pedro Muñiz de Godoy, maestre de la Orden de Calatrava.[38]​ Y durante todo el reinado de Enrique II, que falleció en 1379, Alfonso Fernández y Pedro Muñiz de Godoy ocuparon «alternativamente», como indicó Pérez-Bustamante, el adelantamiento de la Frontera.[38]

El rey Enrique II de Castilla premió con su «generosidad acostumbrada», como indicó Fernández de Béthencourt, los servicios y la lealtad de Alfonso Fernández de Montemayor, y le entregó los señoríos de Andújar, Arjona, Bailén, Linares, Salvatierra y Alcaudete, en el obispado de Jaén, y el señorío de Hornachuelos en el obispado de Córdoba, aunque a la larga el único de estos señoríos que quedó en manos de la familia del adelantado fue el de Alcaudete.[39][c]​ La historiadora Margarita Cabrera Sánchez también mencionó que el señorío de Alcaudete le fue entregado al adelantado Alfonso Fernández por Enrique II de Castilla,[23]​ pero Alfred Morel-Fatio afirmó que fue el rey Juan I de Castilla el que se lo cedió,[5]​ y otros autores aseguran que este último se lo cedió en 1385 en forma de mayorazgo,[40]​ mientras que otros manifiestan que Juan I simplemente confirmó o ratificó la donación.[8]​ Y por otra parte, conviene señalar que Enrique II mantuvo a Alfonso Fernández de Montemayor en su cargo de adelantado mayor de la Frontera y le entregó la alcaidía de la torre de la Calahorra de Córdoba, cuyo verdadero nombre en esa época era «fortaleza de la Puente».[36]

El día 27 de noviembre de 1368[41][d]​ el deán y el cabildo catedralicio cordobés entregaron a Alfonso Fernández, a instancias del rey Enrique II de Castilla,[42]​ y por los señalados servicios que había prestado a este último, la capilla de San Pedro de la Mezquita-catedral de Córdoba[e]​ como lugar de enterramiento para él y sus descendientes,[43][44][45][f]​ aunque otros autores añadieron que se la concedieron por su destacado papel en el asedio de Córdoba.[43][46]​ Y también le concedieron la capilla contigua a la de San Pedro a condición de que la favoreciese con 1.000 maravedís anuales, pero Iluminado Sanz Sancho especificó que esa suma anual fue la que el adelantado destinó para la celebración de oficios en su capilla de San Pedro.[47]

El adelantado aceptó la donación de la capilla el mismo día 27 de noviembre de 1368 y otorgó una escritura en ese sentido ante Juan González de Córdova y Pedro Rodríguez, notarios públicos y apostólicos.[48]​ Y tres años después la donación de la capilla fue aprobada y ratificada por Andrés Pérez Navarro, obispo de Córdoba, mediante una escritura otorgada el día 20 de agosto de 1371, aunque el prelado cordobés solicitó a su vez la confirmación del papa Gregorio XI, y este último, mediante una bula que incluía «grandes y especialísimas indulgencias», aprobó la donación y se dirigió al adelantado llamándolo: «A vos Don Alfon Fernandez de Montemayor, Padre de la Patria, nuevo reformador y restaurador de la Christiandad de España».[48]

Alfonso Fernández de Montemayor disfrutó del privilegio del doble en la mezquita-catedral con las campanas llamadas de la Cepa por haber defendido la ciudad de Córdoba del ataque de Pedro I de Castilla y Muhammed V de Granada.[45][g]​ Y conviene señalar que este estatuto o privilegio, que al principio sólo fue una «inveterada costumbre y tradición constante», fue recogido por el obispo de Córdoba Bernardo de Fresneda en el año 1576 y hecho imprimir al siguiente y decía así:[49]

Alfonso Fernández de Montemayor fue caballero de la Orden de la Banda, y en el Políptico de la Virgen de la Leche, que es una obra de hacia 1368-1390,[50]​ o de hacia 1380,[51]​ conservada en el Museo Diocesano de Córdoba, el adelantado aparece como donante y vestido con una túnica roja y una banda dorada como distintivo de su pertenencia a la mencionada Orden de caballería.[50]​ Y Rafael Ramírez de Arellano describió del siguiente modo el retrato del adelantado que aparece en el mencionado políptico:[52]

En 1369 el adelantado Alfonso Fernández y otros muchos caballeros, entre los que figuraban los maestres de las Órdenes de Santiago y Calatrava, se reunieron con Enrique de Trastámara en el municipio toledano de Orgaz,[36]​ según consta en un pasaje de la Crónica del rey Don Pedro,[53]​ pero en esos momentos el rey Pedro I salió de Sevilla con sus tropas dispuesto a recuperar la ciudad de Córdoba y Alfonso Fernández y otros muchos cordobeses abandonaron Orgaz y se dirigieron a la antigua capital del Califato para defenderla,[36]​ aunque poco después Pedro I de Castilla murió a manos de su hermanastro Enrique de Trastámara después de su derrota en la batalla de Montiel, librada el día 14 de marzo de 1369.[54]

El día 28 de marzo de 1370, y desde Medina del Campo, el rey Enrique II de Castilla ordenó al adelantado Alfonso Fernández que entregase al conde Sancho de Alburquerque, que era hijo de Alfonso XI de Castilla y hermanastro de Enrique II, los lugares de la Puebla de Chillón y Aznaharón.[38][55]​ Y tres años después, el 25 de septiembre de 1373, Alfonso Fernández de Montemayor intercambió con el deán y el cabildo catedralicio de Córdoba dos tiendas de su propiedad por la heredad de Diezma Ayusa o cortijo del Maestre Escuela,[56]​ según consta en un documento conservado en el Archivo del convento de la Concepción de Córdoba que fue publicado por algunos autores:[57][58]

El día 19 de octubre de 1373 Alfonso Fernández de Montemayor intercambió con el cabildo catedralicio de Córdoba unas casas-tiendas situadas en la Puerta del Rincón y fuera del Puente Romano de Córdoba por el heredamiento de las Cuevas de Carchena.[49][59]​ Y el día 30 de julio de 1379 el rey Juan I de Castilla concedió a Alfonso Fernández de Montemayor un «privilegio de adehesamiento» para sus tierras de Guadarromán, que están situadas cerca de Córdoba, y conviene señalar que el adelantado ya era por entonces propietario de La Gorgojuela y había adquirido un heredamiento en Guadarromán que era del convento de San Francisco de Córdoba.[60]

Enrique II de Castilla falleció a finales de mayo de 1379 en Santo Domingo de la Calzada, cuando tenía cuarenta y seis años de edad, y a su muerte subió al trono su hijo, el rey Juan I de Castilla.[61]​ Y durante casi todo el reinado de Juan I, y hasta el año 1386 en que comenzó a ejercerlo Gonzalo Núñez de Guzmán, el cargo de adelantado mayor de la frontera de Andalucía fue ejercido «indistintamente», como señaló Pérez-Bustamante, por Pedro Muñiz de Godoy y por Alfonso Fernández de Montemayor.[38]​ Sin embargo, Francisco de Paula Cañas Gálvez afirmó que el adelantamiento estuvo en manos exclusivamente de Alfonso Fernández, e ininterrumpidamente, entre los años 1370 y 1380.[62]

El 17 de mayo de 1383 Juan I de Castilla y la infanta Beatriz de Portugal, que era hija de Fernando I de Portugal y de Leonor Téllez de Meneses, contrajeron matrimonio en la catedral de Badajoz en una solemne ceremonia concelebrada por los arzobispos de Sevilla y Santiago de Compostela y por los obispos de Calahorra, Badajoz, Coímbra, Guarda, Coria, Lisboa y Ávila.[63]​ Pero cuatro días antes de la ceremonia nupcial, el 13 de mayo de 1383, el rey de Castilla había jurado en la catedral de Badajoz, y ante los embajadores del reino de Portugal, que respetaría y cumpliría todas las disposiciones incluidas en las capitulaciones matrimoniales[64]​ suscritas en Elvas en agosto de 1382, donde figuraba la condición de que ni el monarca castellano ni sus herederos directos podrían ocupar jamás el trono de Portugal.[65]

Y para rubricar de modo más legal y solemne lo que había jurado en la catedral de Badajoz, Juan I de Castilla dispuso que varios de sus súbditos hicieran lo mismo y que se comprometieran a abandonar el reino de Castilla y a luchar contra él si se atrevía a violar los acuerdos que había establecido con Portugal.[64]​ Y entre los nobles que prestaron ese juramento figuraban el conde Pedro Enríquez de Castilla, los maestres de las órdenes de Santiago y Alcántara, Juan Sánchez Manuel, conde de Carrión, Juan Téllez de Castilla, señor de Aguilar de Campoo, Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de Aguilar de la Frontera, Diego Gómez Sarmiento, el canciller y escritor Pedro López de Ayala, Alfonso Fernández Portocarrero, Juan Martínez de Rojas, Per Afán de Ribera el Viejo, Lope Fernández de Padilla y Alfonso Fernández de Montemayor, así como los obispos de Calahorra, Ávila, Coria y Badajoz y el arzobispo de Sevilla.[66]

La Crónica de Juan I consignó que en julio de 1385, y en el contexto de la Crisis de 1383-1385 en Portugal, Alfonso Fernández obtuvo una victoria sobre los portugueses en unión de García Fernández de Villagarcía, que posteriormente llegó a ser maestre de la Orden de Santiago y que en esos momentos era el comendador mayor de Castilla,[49]​ siendo todo ello relatado en un fragmento de la mencionada crónica:[67]

En la batalla mencionada anteriormente Alfonso Fernández de Montemayor y García Fernández de Villagarcía lograron apoderarse de un convoy de suministros que se dirigían desde Elvas y Estremoz hacia Arronches.[68]​ Y el día 3 de octubre de 1385 el rey Juan I de Castilla y su esposa, la reina Beatriz de Portugal, concedieron «cierta franquicia», como señaló Francisco Fernández de Béthencourt, a los vecinos de Albendín, cuyo señorío pertenecía al adelantado Alfonso Fernández, «por muchos servicios, e buenos que Nos avedes fecho, e facedes de cada día».[49][h]

Entre los años 1385 y 1387,[69]​ como señaló Francisco de Paula Cañas Gálvez, Alfonso Fernández de Montemayor fue miembro del Consejo Real de Juan I de Castilla.[69][70][i]​ Y conviene señalar que durante los reinados de Enrique II y de Juan I de Castilla Alfonso Fernández siempre figuró en los privilegios de la época como «Don Alfonso Fernández de Montemayor, Adelantado Mayor de la Frontera de Andalucía».[71]

Alfonso Fernández de Montemayor otorgó testamento en Córdoba el día 1 de agosto de 1390,[72]​ siendo vecino de la collación de San Nicolás de la Villa,[73]​ y en él expresó su deseo de que le sepultaran en su capilla de la Mezquita-catedral de Córdoba y de que hicieran para él un túmulo no demasiado elevado y otro para su esposa en los que sólo deberían ser enterrados sus descendientes.[3][74]​ En su testamento, Alfonso Fernández nombró a ocho de sus hijos, Martín Alfonso, Fernando, Diego, Constanza, Beatriz Alfonso, Aldonza, Leonor y María, y legó a Martín Alfonso, que era el mayor, su parte de las casas que fueron de su padre y de su abuelo respectivamente, y sus castillos y señoríos de Montemayor y Dos Hermanas con todas sus tierras y con la Torre de Lara, Frenil y las Cuevas de Carchena, con su heredamiento de 25 yugadas de tierra que había comprado al cabildo catedralicio de Córdoba, y la heredad que también compró del cortijo de Fernán-Galíndez, siendo todo ello cedido en calidad de mayorazgo perpetuo y regular y de modo similar a como él lo había recibido de su padre.[75]​ Y también destinó a su hijo mayor la villa y el castillo de Alcaudete, que había recibido del rey Enrique II, y en caso de que su hijo primogénito muriera legaba todos esos bienes a sus otros hijos varones.[75]

Al segundo de sus hijos, Fernando Alfonso, le legó la villa[76]​ y el castillo de Albendín con todo su heredamiento y seis casas en Castro del Río, más la Torre de Don Lucas con su heredamiento y las casas principales que poseía en la collación de San Nicolás de la Villa, a lo que añadió la heredad que llamaban del Maestre-Escuela y que el testador había comprado al cabildo catedralicio de Córdoba junto con otros bienes.[75]​ Y al menor de sus hijos varones, Diego Alfonso, le legó todo su heredamiento de Gordojuela y Guadarromán y las heredades que el testador había comprado a las monjas del convento de Santa Clara de Córdoba y a Juan Arias de Hoces. Además, legó a cada una de sus hijas la suma de 50.000 maravedís, al tiempo que hacía otros «muchos legados y mandas piadosas», como señaló Fernández de Béthencourt, y nombró como testamentarios suyos a su esposa, a Juan Sánchez de Cabra, canónigo de la catedral de Córdoba, y a Alfonso García y Pedro Fernández, que eran jurados de Córdoba y criados suyos.[75]​ Y al mismo tiempo ordenaba que:[75]

En su testamento también legó a su mujer cuatro ruedas de aceña en Écija, llamadas de Juan Ibáñez, unos batanes y otros muchos bienes a fin de que no tuviera que casarse de nuevo, aunque a su muerte esos bienes pasarían a sus hijas.[75]​ Y Alfonso Fernández estableció que su esposa sería la «heredera usufructuaria de todos sus bienes», a excepción de los que formarían el mayorazgo de su hijo mayor, y la nombró tutora de todos sus hijos, al tiempo que le legaba una heredad llamada de Gil Páez en término de Montilla y otros bienes, aunque esta última disposición sólo tendría validez en caso de que ella no volviera a casarse de nuevo.[71]​ Y el testador ordenó al mismo tiempo, como señaló Fernández de Béthencourt, que a su muerte ninguna persona se vistiera con «luto de jergas», sino exclusivamente con mandiles y tan sólo durante nueve días, y que su esposa e hijos y criados no hiciesen luto por el difunto «ni se rascasen, ni se mesasen» bajo pena de sufrir su maldición.[75]​ Y el testador también legó a su sobrina Inés 13.000 maravedís «de la moneda vieja» para su casamiento y mencionó en su testamento las numerosas mercedes que había recibido de los reyes Juan I y de su padre, Enrique II.[75]

Alfonso Fernández de Montemayor falleció en 1390,[77][72]​ y en la ciudad de Córdoba, según afirmó Fernández de Béthencourt,[75]​ y el día 5 de noviembre de 1390 su viuda, Juana Martínez de Leiva, donó a la catedral cordobesa tres tiendas en la Puerta de la Pescadería, otra tienda junto al mesón de la Trinidad, y un mesón situado frente a la Fuente de San Pablo.[78]​ Y a la muerte de Alfonso Fernández, como señaló Nieto Lozano, dejó «una casa nobiliaria correctamente constituida» a cuyo frente quedaría su hijo primogénito, Martín Alfonso de Córdoba.[77]​ Y a principios de 1391 la viuda del adelantado fundó una capellanía en la capilla de San Pedro de la Mezquita-catedral de Córdoba, donde estaba sepultado su esposo,[71][3]​ y destinó para ello el cortijo del Montero o del Monteruelo y otros bienes.[79]​ Y en el documento donde se consignó la fundación de la capellanía, que fue aprobado y ratificado por todos sus hijos, consta que ella era ya la tutora de los mismos.[71]

Alfonso Fernández de Montemayor fue sepultado junto a sus padres en la capilla de San Pedro de la mezquita-catedral de Córdoba, y sus restos mortales descansaron en un gran sepulcro de mármol blanco que estuvo colocado en un primer momento ante el altar mayor de la capilla.[3][j]​ Y sobre la tapa del sepulcro, en la que no hay ninguna estatua yacente, hay colocada una «banda adragantada» que la cruza de derecha a izquierda como símbolo de la pertenencia del difunto a la Orden de la Banda,[80][43]​ aunque Pascual Madoz señaló que en el escudo de armas del padre del adelantado, Martín Alfonso de Córdoba el Bueno, y por concesión de Alfonso XI de Castilla, había una banda «en bocas de dragantes» como premio por haber ayudado a levantar el sitio que el rey de Granada puso a Castro del Río en 1333,[46]​ pero Rafael Ramírez de Arellano afirmó que la banda fue colocada en el sepulcro del adelantado por ser su distintivo y no el de su padre.[43]

Hasta principios del siglo XX el sepulcro de mármol que contuvo los restos mortales del adelantado Alfonso Fernández estuvo colocado en el centro de la capilla de San Pedro[k]​ y «elevado del suelo», como indicó el eclesiástico e historiador Manuel Nieto Cumplido,[81]​ aunque en la actualidad se encuentra expuesto al público en el museo de San Clemente de la mezquita-catedral de Córdoba, como señaló Miguel Salcedo Hierro.[82]

En la capilla de San Pedro llegó a haber posteriormente doce capellanías «muy decentes», como indicó Juan Gómez Bravo, aunque el patronato de la capilla pasó más tarde a manos de los condes de Alcaudete.[41]​ Sin embargo, estos últimos, que también eran señores de Montemayor, lo perdieron en 1779 por no haber realizado «ciertos reparos» necesarios en la cripta sepulcral de la capilla, como señaló Nieto Cumplido.[81]

Contrajo matrimonio con Juana Martínez de Leiva,[5]​ que era hija de Juan Martínez de Leiva, señor de la Casa de Leiva, de Coruña y Valdeíscar y adelantado mayor de Castilla, y de Juana, su tercera esposa y señora de Tolbanos de Yuso y de Suso.[71]​ Y fruto de su matrimonio nacieron los siguientes hijos:[83][84]




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