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CGT Azopardo



El movimiento obrero argentino tiene una larga y compleja historia de luchas. Con el movimiento independentista comenzó la abolición de la servidumbre y la encomienda a que estaban sometidos los indígenas y la esclavitud a que estaban sometidas las personas secuestradas en África y sus descendientes, por el Imperio español. Los gauchos llevaron adelante una contienda contra los estancieros por la tierra y el ganado cimarrón, que fue recogida por una literatura gauchesca basada en valores de justicia social y solidaridad.

Las organizaciones obreras comenzaron a crearse poco después de la mitad del siglo XIX, tanto por la comunidad de obreros afroargentinos como por grupos socialistas y anarquistas llegados en la gran ola de inmigración, primero como mutuales y luego como sindicatos. Con los primeros gobiernos democráticos elegidos por voto secreto y obligatorio, el sindicalismo creció, las huelgas fueron legitimadas y la negociación colectiva fue promovida, aunque simultáneamente el movimiento obrero fue objeto de grandes masacres. A partir de la década de 1920 se desarrollaron grandes y poderosos sindicatos por rama de industria que confluyeron en la Confederación General del Trabajo (CGT), incorporarando a la clase obrera como protagonista de la historia argentina. A partir de 1943 los sindicatos influyeron fuertemente en la formación del peronismo, accediendo al poder político en varias ocasiones. En la segunda mitad del siglo xx, la persecución al peronismo y las violaciones de derechos humanos cometidas por las dictaduras y el terrorismo de Estado, tuvieron al movimiento obrero como una de sus principales víctimas.

Luego de la recuperación de la democracia en diciembre de 1983 y la plena vigencia de los derechos sindicales, hubo un fuerte crecimiento de la cantidad de sindicatos, a razón de 63 sindicatos nuevos por año. La adhesión a los sindicatos registró un repunte en la década de 1980, un retroceso en la década de 1990 —en la que aparecieron organizaciones piqueteras de desocupados— y un nuevo repunte en las dos primeras décadas del siglo xxi, plazo este último en el que el sindicalismo argentino logró por primera vez en su historia discutir anualmente los salarios y condiciones de trabajo en negociaciones colectivas anuales y a la vez multiplicar por cuatro la cantidad de representantes sindicales electos por el personal en los lugares de trabajo.[1]

Desde fines del siglo XX, la globalización ha impactado en el movimiento obrero argentino, impulsando la actividad sindical internacional, en organizaciones sindicales regionales y globales.

El Imperio español impuso en parte del actual territorio argentino una combinación de sistemas de trabajo forzado que combinaban la esclavitud, la servidumbre y la encomienda, con un régimen racista que clasificaba a la población en razas y cruzas o castas, según el cual la «raza blanca» tenía la supremacía, mientras que la «raza india», la «raza negra» y las castas debían estar subordinadas a aquella. Ante la mortandad generalizada de los indígenas, España introdujo también decenas de miles de africanos subsaharianos secuestrados y convertidos en esclavos.[4]​ Las guerras de resistencia y los levantamientos indígenas durante la colonia, como los que lideraron ejemplarmente Lautaro, Caupolicán, Juan Calchaquí, Quipildor, Viltipoco, Tupac Amaru o Túpac Catari, incluyeron aspectos laborales por su rechazo de los métodos coloniales de explotación. Un caso especial de lucha laboral durante la colonia se produjo en las misiones jesuíticas guaraníes, que organizaron comunidades indígenas sin propiedad privada en abierta confrontación al régimen de encomienda. Las misiones guaraníes serían una de las fuentes de inspiración para la creación del socialismo europeo en el siglo XVIII.[5][6]

En la región pampeana, la existencia de gran cantidad de vacunos salvajes o cimarrones, promovió la aparición de un tipo de campesinos libres llamados gauchos -o chinas cuando se trataba de una mujer-, que desde fines del siglo XVIII entraron en conflicto con los estancieros por el acceso a los vacunos y la tierra.[7][8]

La Revolución de Mayo de 1810 abrió una política abolicionista tanto de la servidumbre indígena y la encomienda, como de la esclavitud. La Asamblea del Año XIII abolió la servidumbre indígena y la encomienda y decretó la libertad de vientres (libertad de los nacidos de esclava), pero los propietarios de esclavos obtuvieron que se permitiera la figura del criado o liberto, que autorizaba el trabajo gratuito hasta la mayoría de edad, o luego por remuneraciones menores que las que recibían los trabajadores libres.[4]​ Los gauchos adhirieron masivamente al ideal independentista y le inyectaron prácticas democráticas y colectivas, despreciadas por las élites con el calificativo de "democracia bárbara",[9]​ al punto que "la acepción gaucho podía extenderse prácticamente a todos los hombres que luchaban por la independencia".[10][11][12]

Luego de la Revolución de Mayo la lucha entre gauchos y estancieros se trasladó a la vida política. Una de sus primeras manifestaciones fue el Reglamento de tierras de 1815 promulgado por José Gervasio de Artigas para la Liga Federal.[13]​ El Reglamento de Artigas repartía igualitariamente la tierra entre los trabajadores sin distinción de razas ni castas, incluyendo la regla de que "los más infelices sean los más privilegiados".[13]​ Por otra parte, casi simultáneamente, los estancieros lograron que en las Provincias Unidas del Río de la Plata se sancionaran leyes de conchavo, que obligaban a los gauchos a llevar siempre una "papeleta" que demostrara que estaban trabajando para algún estanciero bajo pena de prisión o reclutamiento militar forzado.[14][15]​ En las guerras civiles los gauchos tendieron a adherir al Partido Federal, exigiendo constantemente medidas que facilitaran su acceso a los vacunos.[16]​ Los gauchos resultaron perdedores en las guerras civiles, siendo el último episodio del conflicto la batalla de Pozo de Vargas de 1867.[17]

Diversos investigadores sostienen que los indígenas, gauchos y afroargentinos que poblaban el país fueron objeto de sendos genocidios.[18]​ Los gauchos y sus luchas generaron la literatura gauchesca, un excepcional caso de "poesía social de una clase desheredada",[19]​ con obras como El gaucho Martín Fierro y Juan Moreira, que constituyen verdaderos manifiestos de denuncia de la injusticia social, que han persistido en la memoria popular.[20]

Tanto el anarquismo como el peronismo tomarían el Martín Fierro como ejemplo de la tradición de lucha del pueblo argentino.[3]​ Uno de sus más destacados exponentes, Alberto Ghiraldo, creó la revista Martín Fierro -distribuida junto al periódico anarquista La Protesta, integrando "cierta cultura gauchesca a la visión propia del anarquismo: la rebeldía del gaucho en contra de los símbolos del poder opresor".[3]Juan Domingo Perón por su parte decía:

Desde una postura antiperonista Jorge Luis Borges reconocía que Martín Fierro «sería, si viviera en el contexto del peronismo, otro peronista más».[22]​ Por su contenido social el historiador Eduardo Astesano sostiene que el Martín Fierro es el primer manifiesto revolucionario del movimiento obrero argentino.[2]

Luego de las guerras civiles (1820-1868) y tras una etapa de organización del Estado (1853-1880), Argentina terminó de definir un modelo económico agroexportador dominado por los grandes estancieros y el capital inglés, como proveedor de lana para la industria textil y alimentos (carne y cereales) para los obreros industriales de Gran Bretaña, que por entonces se había constituido en la primera potencia global, luego de vencer a China en las Guerras del Opio,[23]​ e imponer un esquema de división internacional del trabajo que reservó a Europa la producción industrial y asignó al resto del mundo un papel periférico de proveedor de materias primas.[24]​ La economía agroexportadora argentina creció de la mano de la expansión mundial del Imperio Británico.[25]

Desde la segunda mitad del siglo XIX se formó un amplio mercado de trabajo asalariado para sostener la producción de bienes y servicios que exigía el modelo agroexportador hacia Inglaterra, principalmente la producción agro-ganadera en la región pampeana, los ferrocarriles, frigoríficos, el puerto de Buenos Aires, el transporte marítimo, los bancos y las casas de comercio. Más de seis millones de trabajadores inmigrantes mayoritariamente varones, provenientes en primer lugar de Italia y en segundo lugar de España, ingresaron a la Argentina entre 1870 y 1930. En el curso de unas pocas décadas el país multiplicó por cuatro su población, que pasó de 1,8 millones en 1869 a 7,9 millones en 1914. La población argentina, que representaba el 0,12% de la población mundial en el siglo XIX, pasó a representar el 0,57% de la humanidad en el siglo XX. Buenos Aires pasó de ser "la gran aldea" de la década de 1870 a ser una de las ciudades más grandes del mundo, nexo entre la Argentina y el Imperio Británico, mientras que el censo de 1914 registraba que por primera vez la población urbana (52,7%) superaba a la población rural.[26]

Las grandes transformaciones económicas y laborales sucedidas en Argentina desde la segunda mitad del siglo XIX, abrieron también nuevas brechas y discriminaciones al interior de la población trabajadora. En primer lugar se produjo una fuerte masculinización del mundo del trabajo asalariado, ubicando al trabajo femenino en una posición subordinada, mayoritariamente limitado a la crianza de los niños y las tareas hogareñas, desvalorizado hasta el punto de no ser considerado como trabajo, estereotipado con la frase clásica "mi mujer no trabaja".[27][28]​ En segundo lugar se produjo una fuerte discriminación étnica entre trabajadores de origen inmigrante y trabajadores "criollos" (más adelante llamados "cabecitas negras"). Ya en 1897 el sindicalista socialista Adrián Patroni decía que "el más explotado es el hijo del país, el criollo".[29]

El primer paso en la organización del trabajo en la Argentina fue la creación de sociedades de socorros mutuos o mutualidades. A partir de 1850 la comunidad afroargentina y las diversas comunidades de inmigrantes que ingresaban al país, fundaron sociedades de socorros mutuos para socorrerse solidariamente frente a desgracias como la enfermedad y la muerte.

En algunos casos las mutuales fueron organizadas según la comunidad de pertenencia de sus miembros (Hospital Italiano, Hospital Alemán, Centro Gallego, etc.), pero en otros casos fueron organizadas por oficios (tipógrafos, zapateros, sastres), dando así origen a asociaciones civiles de trabajadores con un interés en común. En 1857 se crea en Buenos Aires la primera organización obrera del país, la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Otras mutuales por oficio creadas en esos años fueron la Sociedad San Crispín de zapateros y la Sociedad de Socorros Mutuos de Sastres.

Las mutuales afroargentinas, herederas de una larga tradición sociable de las comunidades esclavas de origen africano, se destacaron por tomar un perfil clasista, fundando los primeros periódicos obreros en Argentina, como El Proletario (cuyo lema era "Por una sociedad de la clase de color") y La Raza Africana, o sea el Demócrata Negro, ambos de 1858.[30][31]​ Hacia 1880 en Buenos Aires existían alrededor de veinte periódicos de esta índole. El Unionista publicó en 1877 una declaración de igualdad de derechos y de justicia para todas las personas sin importar el color de la piel y en uno de sus números decía:

En 1873 se produjo la primera crisis económica mundial del nuevo sistema capitalista en formación, que se extendió hasta el fin de la década y amenazó la posibilidad de que el Estado argentino pudiera pagar los intereses de su deuda externa. Ante esa posibilidad, el 1 de mayo de 1876 el presidente Avellaneda hizo un famoso discurso de apertura de las sesiones del Congreso Nacional en el que anunciaba la prioridad del pago de la deuda externa, aunque ello significara condenar al "hambre y la sed" a la totalidad del pueblo argentino. Avellaneda graficaba con su discurso la crueldad y el grado de violencia que podía alcanzar el conflicto social:

Para entonces los sectores patronales habían creado sus propias organizaciones gremiales: los estancieros la Sociedad Rural Argentina en 1866 y los industriales el Club Industrial en 1875, renombrado en la década siguiente como Unión Industrial Argentina. Los estancieros en particular, se habían fortalecido con la victoria en la larga guerra contra el gaucho y se preparaban para financiar "la guerra contra el indio" (1878-1885), por medio de la cual el Ejército Argentino aniquilaría a los pueblos indígenas que habitaban la pampa y la Patagonia, confiscando 10 millones de hectáreas (un territorio casi igual a Bélgica, Holanda y Dinamarca juntas) que fueron entregadas a 344 estancieros, a un promedio de 31.000 hectáreas por estanciero. Semejante poder se traduciría en el control completo del poder político por parte de los estancieros y el capital inglés, sobre todo a partir de 1880, con la instauración de un régimen oligárquico conocido como roquismo, de partido virtualmente único y sostenido en el fraude que permitía el voto cantado, que se mantendría en el poder hasta 1916.

En esas condiciones se crea el primer sindicato argentino y estalla la primera huelga organizada sindicalmente (la historia registra numerosas huelgas anteriores protagonizadas por trabajadores de saladeros entrerrianos,[35]​ trabajadoras domésticas, aguateros, etc.). La decisión del gobierno y los sectores patronales de transferir los costos de la crisis económica a la población trabajadora, hizo evidente las limitaciones de las sociedades de socorro mutuo, debido a que ya no era uno que otro trabajador o trabajadora quienes sufrían una tragedia puntual, sino que la rebaja de salarios y la desocupación afectaba a todos. Apareció la necesidad colectiva de resistir creando, organizaciones que llevaron -precisamente- el nombre de "sociedades de resistencia" o "sindicatos".

El primer sindicato argentino apareció en el seno de la que también había sido la primera organización obrera argentina, la Sociedad Tipográfica Bonaerense. En 1877, un grupo de miembros de la mutual decidió crear un sindicato, con el fin de negociar salarios y condiciones de trabajo con los dueños de los periódicos de Buenos Aires. Tomó el nombre de Unión Tipográfica (antecesora directa de la actual Federación Gráfica Bonaerense).[36]​ Al año siguiente (1879) la Unión Tipográfica declara la primera huelga sindicalmente organizada, contra la reducción de salarios. La huelga sorprendió a las empresas periodísticas que intentaron romperla mediante amenazas de despidos en masa y trayendo tipógrafos desde Montevideo, intento este último que fracasó por la solidaridad de la sociedad tipográfica montevideana con los huelguistas argentinos. Finalmente los diarios fueron aceptando las peticiones obreras: aumento de salarios, reducción de la jornada a 12 horas y exclusión de los niños menores de doce años. Sin embargo, al poco tiempo varios de los principales periódicos despidieron masivamente a los tipógrafos huelguistas, reimplantando las viejas condiciones de trabajo y causando la desaparición del sindicato.[37]

A partir de entonces comienzan a organizarse sindicatos por oficios (empleados de comercio, albañiles, yeseros, panaderos, cocheros, sastres, etc.) En la década de 1880 se crean 19 sindicatos en Buenos Aires, todos ellos de alcance local, con la única excepción de La Fraternidad de Maquinistas y Fogoneros de Locomotoras (1887), un sindicato estratégico por su capacidad de paralizar el transporte ferroviario, que aún continúa existiendo en la actualidad.[38]

La historiografía clásica sobre el movimiento obrero argentina (Marota, Oddone, Abad de Santillán, Íscaro, Godio) prácticamente no registra la participación femenina en las luchas sindicales. Desde los años 1980, surgieron varias investigadoras (Barrancos,[39][40]​ Lobato,[41]​ etc.) que comenzaron a revelar la amplia actuación femenina en el sindicalismo argentino, así como las características especiales del trabajo realizado por mujeres (crianza, "amas de casa", trabajo a domicilio, docencia, etc.) y los mecanismos de discriminación de género en el mundo del trabajo (invisibilización, desvalorización, acoso sexual, brecha salarial, doble jornada familiar-laboral, etc.).[42][43][41][44]

Entre 1895 y 1914 la cantidad de mujeres empleadas en la industria fue de 15,7% y 14,5% respectivamente, predominando claramente en las industrias textil y de indumentaria -donde superaban la mitad-, en las industrias cigarrera y frigorífica, y en oficios puntuales como los servicios telefónicos y venta en las casas de comercio.[45]​ También predominaban en el trabajo en casas particulares o la docencia, y en modalidades precarias como el trabajo a domicilio.[42]

La mujer estuvo presente en el movimiento sindical desde sus mismos inicios. Las fotografías históricas revelan su presencia en las manifestaciones, las asambleas, los actos, los comités de huelga, los periódicos obreros e incluso en las comisiones directivas de los sindicatos. Algunos sindicatos fueron exclusivamente femeninos.[46]​ También hubo publicaciones obreras exclusivamente femeninas, como La Voz de la Mujer (1896-1899), dirigido por la anarcosindicalista Virginia Bolten, que tenía el lema de “Ni dios, ni patrón, ni marido”.[47]

En la década de 1880 se destacaron dos huelgas organizadas por mujeres. En 1881 las maestras puntanas lideradas por Enriqueta Lucero de Lallemant realizaron una huelga por falta de pago durante ocho meses de sus salarios en el la Escuela Graduada y Superior de la provincia de San Luis, que constituye una de las primeras huelgas docentes del mundo:[48]

En 1888 se produjo una huelga de trabajadoras de casas particulares en protesta contra el uso de la libreta de conchabo. El conflicto estalló a raíz del despido de una niñera francesa de 15 años, que se negó a realizar tareas ajenas a su función y a utilizar la libreta de conchabo, razón por la cual sus empleadores la despidieron, anotando en la libreta "ha sido despedida por desobediente y contestar con altanería".[49]

Hacia fines del siglo XIX,[50]​ el empleo de menores era muy alto, tanto en las ciudades como en el campo. En 1903, en Buenos Aires, trabajaban 10 922 menores de 16 años y 1197 menores de 14, según los datos recabados por el Departamento Nacional de Trabajo (DNT),  creado en 1907.

En el Primer Congreso de la FOA (Federación Obrera Argentina), en 1904, estuvo presente la prohibición del trabajo infantil para los menores de 11 años. El rechazo del trabajo infantil fue una de las reivindicaciones tanto del socialismo como del anarquismo.

La prohibición del trabajo infantil tiene una genealogía precisa que culmina en 1907, con la sanción de la Ley 5.291[51]​ o Ley Palacios, que tiene varios antecedentes:

La Ley Palacios prohibió el empleo de menores de 14 años, que no supieran leer ni escribir. Socialistas y anarquistas se opusieron a la existencia del trabajo infantil con argumentos diferentes. El socialismo pugnó por la escolarización del niño obrero, mientras que el anarquismo propuso un niño como sujeto político con derecho a no ser sujetado ni por el Estado ni por sus padres. Asimismo, esta legislación exigió un certificado médico de aptitud física, limitó la jornada de 6 horas para los varones menores de 16 años y mujeres menores de 18, y prohibió la enseñanza manual a menores de 12 años en orfanatos o instituciones de beneficencia.

La aplicación de esta ley se concentraba en la Capital Federal únicamente. Por ende, no se tenía en cuenta a los niños menores de 14 años de las zonas rurales.

Con posterioridad a la sanción de la ley,Carolina Muzzilli, inspectora del DNT y militante del feminismo socialista, denunció por medio de sus escritos sobre el menor obrero, que el trabajo infantil no había decrecido.

El trabajo infantil fue el tema central de la agenda feminista socialista hasta 1930.[52]

1890 fue un año clave para la historia argentina porque ese mismo año, con diferencia de meses, se produjo la primera acción conjunta del sindicalismo que fue la celebración del Día Internacional de los Trabajadores -primera vez en el mundo- y la Revolución del Parque, que dio inicio a la lucha por elecciones libres y democráticas. La lucha sindical y la lucha política se mantuvieron considerablemente separadas hasta la década de 1940, en parte porque una gran cantidad de trabajadores eran inmigrantes y no tenían derecho a votar y en parte porque el anarquismo -y luego el sindicalismo revolucionario-, rechazaban la acción política, mientras que el socialismo jamás llegó a constituir una fuerza política capaz de ganar una elección presidencial.[54]

A partir de 1888 se había desatado una nueva crisis económica. Los salarios bajaron abruptamente y la desocupación creció. En esos tres años se declararon 36 huelgas, el triple de todas las producidas los siete años anteriores. La aparición de gran cantidad de sindicatos de oficio y la multiplicación de las huelgas llevó rápidamente a los primeros intentos de coordinación inter-sindical y ello implicaba acuerdos entre socialistas y anarquistas. El 3 de diciembre de 1888 se realizó la primera reunión de este tipo. En ella participaron el famoso anarco-comunista italiano Errico Malatesta y Zacarías Rabassa por los anarquistas, y Joseph Winiger y August Kühn, por los socialistas.[55]

Simultáneamente en 1889 se fundó en París la Segunda Internacional. El movimiento obrero argentino, que ya había alcanzado un cierto nivel de organización con decenas de sindicatos y varios agrupaciones socialistas, estableció contacto a través del Club Vorwärts con el poderoso Partido Socialdemócrata alemán y logró que el destacado dirigente socialista Wilhelm Liebknecht representara a la Argentina en el congreso internacional. Una de las decisiones más audaces del congreso de París fue convocar a una movilización simultánea en todo el mundo cada 1 de mayo.[55]

Siguiendo el mandato de la Segunda Internacional, el club socialista alemán Vorwärts, convocó en Buenos Aires a una reunión intersindical para organizar el acto del 1º de mayo de 1890, convocando también a los anarquistas. Se formó entonces un Comité Internacional Obrero para organizar el acto y difundir el manifiesto fundador de la Segunda Internacional, siendo elegido como presidente el socialista alemán Joseph Winiger, pero los anarquistas se retiraron y decidieron concurrir al acto con sus propias consignas.[55]

El 1 de mayo de 1890 se realizó el acto en Buenos Aires (en el Prado Español), Rosario, Bahía Blanca y Chivilcoy, bajo la bandera de las "ocho horas de trabajo".[55]​ El manifiesto aprobado en Buenos Aires expresaba:

El mitin obrero consideró que era necesario organizar una Federación Obrera de la que dependiera un periódico sindical, y aprobó un Petitorio de 12 puntos al Congreso Nacional, que firmaron 7.422 obreros, solicitando la sanción de una lista de "leyes protectoras de la clase obrera". Allí se encuentran sintetizadas las bases de lo que luego será el Derecho del Trabajo, también denominado derecho laboral, derecho obrero, o nuevo derecho de los trabajadores. La postura antiestatista de los anarquistas rechazaba toda legislación laboral y no apoyaron el petitorio.[55]

El Petitorio Obrero del 1º de mayo de 1890 reclama al Congreso:

El Congreso Nacional nunca considerará el Petitorio del 1º de Mayo, y habrá que esperar a que el socialista Alfredo Palacios sea elegido diputado en 1904 para que las leyes obreras comiencen a ser consideradas en el Parlamento.

Dos meses después, el 29 de junio de 1890, se crea la Federación de Trabajadores de la Región Argentina, primera central obrera de América Latina, con representantes de Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Mendoza y Chascomús. Su órgano oficial será el periódico El Obrero que dirigía el socialista Germán Lallemant. La constitución de esta central y la movilización del 1º de Mayo, colocaron al movimiento obrero argentino a la altura de los más importantes del mundo.

El auge del movimiento obrero coincide la sangrienta y fallida Revolución del Parque -en la que el movimiento obrero no participa-, organizada por la Unión Cívica, una heterogénea alianza que comenzaba a exigir reformas políticas democráticas. De este movimiento emergerá al año siguiente la Unión Cívica Radical.

La primera central obrera no pudo sostenerse y dos años después ya no existía. Otros tres intentos de establecer una central se realizaron durante la década de 1890, pero tampoco prosperaron. Un manifiesto del intento de 1894 daba cuenta del valor que aquellos primeros organizadores del movimiento obrero, le asignaban a la unidad de los trabajadores:

La ausencia de una central se sintió y la actividad sindical se expandió lentamente durante la última década del siglo. Se crearon cerca de 50 sindicatos locales que abarcaban casi todos los oficios, la mayoría en Buenos Aires pero apareciendo algunos en Rosario, Santa Fe, Mendoza, Chascomús y La Plata.[56]​ Las huelgas alcanzaron el número de 15 en 1891-1893, 12 en 1894, 15 en 1895 y 16 en 1896.[57]​ Entre las huelgas de 1896 se destacó la que declararon los obreros ferroviarios de Tolosa que se convirtió en la primera huelga general sectorial, al extenderse a los trabajadores ferroviarios de varias provincias, entre ellas Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.[58]

En 1894 Juan B. Justo fundó el periódico socialista La Vanguardia y dos años después lideró la fundación del Partido Socialista. En 1897 el obrero carpintero catalán Gregorio Inglán Lafarga fundó La Protesta Humana, periódico anarquista de gran importancia en el movimiento obrero.

En los últimos tres años del siglo no se realizó ninguna huelga, afectado el movimiento sindical por el aumento de la desocupación, que generó incluso un movimiento de desocupados.[59]​ Simultáneamente los empleadores fortalecieron sus organizaciones patronales, creando cámaras sectoriales con el fin de combatir los sindicatos y crear listas negras para reprimir las huelgas. Un reglamento de la Unión de Fabricantes de Fideos disponía por entonces:

En 1902 fue sancionada la Ley Cané o ley 4.144 de Residencia que permitió y habilitó al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo. La ley fue utilizada por sucesivos gobiernos argentinos para reprimir la organización sindical de los trabajadores, expulsando principalmente anarquistas y socialistas. Surgió a partir de un pedido formulado por la Unión Industrial Argentina al Poder Ejecutivo Nacional en 1899, a raíz del cual el senador Miguel Cané presentó ante el Congreso de la Nación el proyecto de expulsión de extranjeros. La Ley de Residencia se insertó dentro de una serie de medidas represivas promovidas por los sectores terratenientes e industriales entonces en el gobierno en la figura del Partido Autonomista Nacional y llevadas a cabo por medio del Estado contra anarquistas, socialistas y activistas obreros en general. Las mismas incluyeron el estado de sitio, allanamiento de locales de la Federación Obrera Regional Argentina y del Partido Socialista, incautamiento de periódicos obreros como La Vanguardia y La Protesta, represión de huelgas y manifestaciones mediante arrestos, deportaciones y hasta el asesinato de activistas.

En 1901 un grupo de sindicatos socialistas y anarquistas crearon la Federación Obrera Argentina (FOA). Sin embargo, la unidad entre ambas corrientes no perduró y en 1903 los socialistas se separaron para crear la Unión General de Trabajadores (UGT). En 1904 la FOA pasó a llamarse FORA (Federación Obrera Regional Argentina) y al año siguiente completará en el V Congreso su identificación explícita con el anarquismo. Entre los dirigentes anarquistas de la FORA se encontraban figuras como el escritor Alberto Ghiraldo, también director de La Protesta y Virginia Bolten; ambos terminarían desterrados.

El logro de constituir centrales que coordinaran nacionalmente la acción sindical, permitió al movimiento obrero presentarse como un bloque representativo del trabajo, y no ya como sectores o grupos locales de trabajadores. Las huelgas aumentaron,[60]​ nuevas regiones fueron sindicalizadas, se formaron las primeras federaciones nacionales,[61]​ y el 22 de noviembre de 1902 se declaró la primera huelga general. En 1904 el Presidente Roca, líder indiscutido de la República Oligárquica, se refería de este modo el nivel de actividad que había alcanzado el movimiento obrero argentino:

Pero el salto dado por el movimiento sindical al organizarse en centrales también desencadenó un nivel de violencia en la represión que antes no estaba presente. Ya en octubre de 1901 se produjo la muerte del obrero Cosme Budislavich en Rosario (llamada "la Barcelona argentina" por la gran influencia anarquista), primer mártir del movimiento obrero argentino. Al año siguiente el ministro Miguel Cané -célebre autor de Juvenilia- logró que el Congreso aprobara su proyecto para reprimir el sindicalismo que autorizaba al Poder Ejecutivo a expulsar del país a inmigrantes sin juicio. La ley tomó el número 4144 y fue conocida Ley de Residencia o Ley Cané. El tango "Al pie de la santa cruz", cantado por Carlos Gardel, refleja el odio popular contra una de las herramientas represivas más duraderas y más cuestionadas de la historia argentina:

La represión del movimiento obrero se intensificó: los locales sindicales se allanaban cotidianamente, miles de dirigentes fueron expulsados del país, mientras los asesinatos se multiplicaban. El 1 de mayo de 1904 la policía baleó la manifestación de la FORA matando al marinero Juan Ocampo y causando la reacción armada de los militantes anarquistas.[63]​ A fin de año una nueva represión en Rosario contra la Sociedad de Dependientes de Comercio causa la muerte del joven Jesús Pereyra de 19 años, desencadenando una huelga general que también fue reprimida causando nuevos muertos.[64]​ Otra masacre se produjo el 21 de mayo de 1905 en la Plaza Lavalle de Buenos Aires, en el primer acto organizado por ambas centrales -con presencia multitudinaria-[65]​ que dejó un saldo de dos manifestantes muertos y decenas de heridos.[66]​ El 23 de julio de 1907 la Subprefectura Marítima atacó una asamblea de remachadores en Ingeniero White, matando a seis trabajadores, incluyendo un niño de doce años.[67]

A pesar de la división FORA-UGT, la unidad sindical será una preocupación permanente del movimiento obrero argentino, sobre todo a partir de la conformación de la corriente sindicalista revolucionaria en 1905. Todos los congresos sindicales registran en el primer lugar de los temarios el problema de la unidad. Los hechos mismos ponían en evidencia la importancia de la unidad de las centrales. De las 14 huelgas generales que declararon ambas centrales entre 1900 y 1914, solo tuvieron éxito las cuatro que fueron declaradas conjuntamente, en 1904, 1907, 1909 y 1910.[54]

En 1907 fracasó el primer intento de unificar las centrales obreras debido a la intransigencia de la mayoría de los sindicatos anarquistas. En esa oportunidad el destacado anarquista italiano Luigi Fabbri escribió un artículo en el periódico La Vita Operaia de Ancona, criticando duramente la postura "sectaria" del anarquismo argentino:

En septiembre de 1909 un segundo congreso de unificación tampoco lograría su objetivo, pero en este último, la UGT socialista se disuelve y se forma la Confederación Obrera Regional Argentina (CORA). La CORA marca la organización formal en Argentina de una tercera corriente sindical: el sindicalismo revolucionario. El sindicalismo revolucionario había aparecido en Francia en el seno de la Confederación General del Trabajo con el fin de evitar tanto la violencia que solía caracterizar las acciones del anarquismo (que por entonces también empezó a incluir el terrorismo), como de los compromisos políticos que exigía el Partido Socialista. En Argentina el sindicalismo revolucionario había surgido en 1905 como línea interna del socialismo y se caracterizó por darle máxima importancia a la unidad sindical, proponiendo una acción estrictamente sindical. A mediados de la segunda década del siglo XX se convertiría en la corriente mayoritaria del movimiento obrero argentino, bajo el liderazgo de Sebastián Marotta -autor de uno de los libros clásicos de historia del movimiento obrero argentino-, y se mantendría como una de las mayoritarias -junto al socialismo- hasta que de sus propias filas se organizara el Partido Laborista en 1945, para impulsar la candidatura de Juan Domingo Perón.

Mientras tanto en esta década, varios sindicatos iniciaron procesos de unificación a nivel nacional. En 1902 se constituyeron cuatro federaciones nacionales: la Federación Nacional de Obreros Portuarios, la Federación de Obreros Albañiles, la Federación de Obreros Rurales y la Federación del Rodado.[61]​ Estas federaciones nacionales buscaban superar la debilidad de la acción dispersa en sindicatos locales y anticiparon una de las dos modalidades principales que tomaría la organización sindical en la Argentina: la federación, como modalidad diferenciada de la unión, tal como aparecería dos décadas después a partir del modelo de la Unión Ferroviaria fundada en 1922.

La acción sindical femenina se destacó en la primera década del siglo XX, participando en las luchas sindicales casi en la misma proporción que los varones. Ya en la década anterior se había constituido un sindicato femenino, la Sociedad Cosmopolita de Obreras Costureras (1894), práctica que siguió en esta década con la creación de la Unión Gremial Femenina (1903), la Sociedad de Tejedoras y Devanadoras (1904), la Sociedad de Chalequeras y Pantaloneras (1905), entre otras. Algunas mujeres alcanzaron posiciones de relevancia en las organizaciones sindicales como la anarquista Virginia Bolten en la FORA y el periodismo obrero feminista y Gabriela Laperrière, la primera mujer en ocupar un cargo en la conducción de un partido político argentino (el Partido Socialista) y una de las fundadoras de la corriente sindicalista revolucionaria.

Entre las acciones obreras llevadas adelante principalmente por mujeres se destaca la huelga de inquilinos de 1907, también conocida como "la rebelión de las escobas" que se extendió entre agosto y noviembre de ese año. Se trató de un enorme movimiento contra el aumento desmedido de los alquileres, las pésimas condiciones de los conventillos y los abusos de los caseros, durante el cual los inquilinos se declararon en huelga y tomaron la decisión de no pagar. Participaron más de 140 000 personas en 2400 conventillos de Buenos Aires, Rosario y Bahía Blanca. En dichas ciudades la represión por parte de la Policía, bomberos y otras fuerzas comenzó al mismo tiempo que los desalojos. La huelga no obtuvo su objetivo pero llamó la atención sobre las pésimas condiciones de vivienda. Uno de los momentos culminantes de la protesta fue la Marcha de las Escobas, liderada por mujeres y niños, bajo el lema de "barramos a los caseros".[69][70]​ En relación a la problemática de la vivienda obrera y el consumo popular, el Partido Socialista había creado en 1905 la cooperativa El Hogar Obrero, que se mantendría durante décadas hasta su quiebra en la década de 1990, como consecuencia de uno de los ajustes realizado por el gobierno.

Pese a la represión, los últimos años de la primera década del siglo registraron un gran aumento de la cantidad de huelgas, bajo la hegemonía anarcosindicalista, que combinaba la potencialidad insurreccional de las huelgas con actos de terrorismo, como el fallido atentado contra la vida del presidente Quintana realizado por Salvador Planas.[71]​ Si en el cuatrienio 1901-1904 hubo 168 huelgas, en el cuatrienio 1907-1910 hubo 785.[72]​ De aquella etapa queda como testimonio la denominación que el sindicato de panaderos -dominado por los anarquistas- le dio a las facturas, durante el curso de la huelga de 1902: "cañoncitos", "bombas de crema", "vigilantes" y "bolas de fraile/suspiros de monja".[73]

En 1904, sucede un hecho histórico muy especial. El gobierno conservador gobernante había decidido modificar el sistema electoral para establecer la elección de diputados por circunscripciones uninominales. Sucede entonces que, en el barrio de La Boca (Buenos Aires), que contaba con la mayor proporción de obreros del país, es elegido diputado nacional el candidato del Partido Socialista, Alfredo Palacios. Se trata del primer parlamentario socialista de América.

Palacios impulsará la sanción de una serie de leyes laborales que constituyen el inicio del Derecho del Trabajo argentino. La primera ley laboral fue la de descanso dominical (n.º 4661/1905), seguida de la ley de protección de las mujeres y niños en el trabajo (n.º 5291/1907). Fue el único parlamentario con preocupaciones sociales hasta 1912, cuando se sanciona la ley de voto secreto para varones. A partir de esa fecha ingresarán otros diputados socialistas y radicales que lograrán sancionar una cantidad considerable de leyes laborales. En 1920 publicó El nuevo Derecho, el primer libro sobre el Derecho del Trabajo publicado en Argentina.[74]

Simultáneamente con la acción parlamentaria del Partido Socialista algunos sectores del roquismo, preocupados por la modernización del régimen, impulsan investigaciones, proyectos e instituciones relacionadas con los derechos de los trabajadores. Entre estas iniciativas se destacan el Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas (1904) realizado por el socialista Juan Bialet Massé, por encargo del ministro Joaquín V. González, que dio lugar a la elaboración de un proyecto de Código de Trabajo, y la creación del Departamento Nacional del Trabajo en 1907, organismo a cargo del cual será designado Perón en 1943 y que luego será convertido primero en Secretaría y luego en Ministerio de Trabajo y Previsión.

La aparición del Derecho del Trabajo daría lugar a una problemática a la que el sindicalismo argentino prestaría mucha atención: la aplicación efectiva de las leyes laborales. Desde 1905 y sobre todo desde 1916 -con la llegada del primer gobierno democrático-, socialistas y radicales lograron sancionar una considerable cantidad de leyes laborales, pero su aplicación efectiva fue muy escasa.[cita requerida] Años después el histórico dirigente sindical municipal socialista Francisco Pérez Leirós denunciaba la falta de aplicación crónica de las leyes laborales:

La cuestión puso en juego un aspecto tan o más importante que la ley misma, relacionado con los mecanismos necesarios para hacerla cumplir: policía del trabajo, el rol y el nivel jerárquico de la repartición pública encargada de atender las demandas del trabajo y la previsión social, la justicia laboral, la autonomía académica del Derecho del Trabajo, y el papel de los sindicatos en el control de las obligaciones patronales.[76][77]​ La crónica falta de cumplimiento de las leyes laborales se vio potenciada por una cultura empresarial que consideró que "la legislación laboral constituía una intrusión de los organismos estatales".[78]

El 1 de mayo de 1909, durante la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores, se produjo la llamada masacre de la Plaza Lorea de Buenos Aires. La FORA (anarquista) y el Partido Socialista convocaron a actos separados. El acto del PS transcurrió con normalidad, pero el acto de la FORA fue severamente reprimido por la policía, bajo las órdenes directas del coronel Ramón Falcón que se hallaba presente en el lugar y que según el cronista del diario La Prensa dijo "hay que concluir de una vez por todas con los anarquistas".[79]​ Once obreros murieron y decenas de personas fueran heridas por la policía, que disparó indiscriminadamente contra la multitud cuando ésta se estaba dispersando.[80]

En respuesta a la masacre, la FORA y la UGT, con el apoyo del PS, llaman a la huelga general por tiempo indeterminado, que tuvo una adhesión total por parte de los trabajadores. Buenos Aires y varias ciudades quedaron completamente paralizadas durante una semana.

El 4 de mayo se realiza el entierro de los muertos con una movilización de 300 000 personas, reprimidas nuevamente con un saldo de otro muerto más y decenas de heridos. En el cementerio hablaron las tres corrientes: el anarquista Juan Bianchi (FORA), el diputado socialista Alfredo Palacios (PS) y el sindicalista revolucionario Luis Lotito (UGT).

El día 8 de mayo la huelga sigue y el gobierno acepta negociar con el Comité de Huelga (FORA, UGT y PS), llegándose al siguiente acuerdo: abolición del Código Municipal de Penalidades, libertad de todos los presos por causa de huelgas, reapertura de los locales obreros. Por primera vez en la historia de las huelgas generales un gobierno pactaba con los obreros.

Los asesinatos no fueron investigados y Ramón Falcón fue felicitado por el presidente José Figueroa Alcorta, en un acto del que también participaron los ejecutivos de la Bolsa de Comercio.[79]

El 14 de noviembre de 1909, un joven anarquista Simón Radowitzky asesinó a Ramón Falcón y a su secretario, en venganza por la masacre del 1 de mayo. Radowitzky sería indultado veinte años después por el presidente radical Hipólito Yrigoyen. Los sectores conservadores por su parte elevarían la figura de Falcón a la condición de héroe y mártir de la lucha contra las fuerzas apátridas,[81]​ construyendo monumentos y denominando con su nombre a la Escuela de Cadetes de la Policía Federal Argentina, hasta que por resolución 167/2011 del Ministerio del Interior pasó a llamarse "Comisario General Juan Ángel Pirker", en memoria del primer Jefe de Policía designado con la recuperación de la democracia el 10 de diciembre de 1983.[82]

El año 1910 fue el año del Centenario de la Revolución del 25 de mayo de 1810 y la élite argentina había decidido aprovechar la oportunidad de las fastuosas celebraciones, con presencia de gobernantes y personalidades de todo el mundo, para acallar las protestas sociales y políticas crecientes contra el régimen oligárquico y fraudulento.[83]

Pero el movimiento sindical había decidido hacer sentir su presencia declarando ambas centrales (FORA y CORA) la huelga general para el 18 de mayo, apenas cinco días antes del momento culminante de los festejos oficiales. El gobierno respondió declarando el estado de sitio, encarcelando a miles de militantes, clausurando los periódicos y locales sindicales y permitiendo que fuerzas parapoliciales de asalto, lideradas por diputados conservadores como Pedro Luro, quemaran los talleres de La Vanguardia, La Prensa y La Batalla. La represión obligó a las centrales a levantar la huelga el 21 de mayo, pero los festejos se vieron seriamente afectados y tuvieron que realizarse bajo el estado de sitio.[84]

En 1910 comenzó un tenso proceso de negociaciones entre el presidente Roque Sáenz Peña por el oficialismo e Hipólito Yrigoyen por la Unión Cívica Radical para establecer un régimen de elecciones libres que el radicalismo y otras fuerzas políticas populares venían exigiendo desde la Revolución de 1890. Las negociaciones dieron como resultado la sanción ese mismo año de la llamada Ley Sáenz Peña de sufragio secreto y obligatorio para todos los varones. Si bien la ley excluía a las mujeres (que recién conquistarían su derecho a votar y ser votadas en 1947), la Ley Sáenz Peña significó un gran paso adelante en la instalación de la democracia en el país. Contra lo esperado por el establishment, en 1916 fue elegido presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen, considerado como el primer presidente democrático de Argentina. El poder económico y las fuerzas conservadoras no terminarían de aceptar las reglas de juego democráticas y en 1930 dieron el primero de una serie de golpes de estado cívico-militares, con los que interrumpirían todos los procesos democráticos durante las siguientes cinco décadas.

Yrigoyen establecería como Presidente una nueva política frente a los conflictos laborales, mediando en los mismos para promover negociaciones colectivas entre los sindicatos y las empresas que permitieran llegar a convenios colectivos de trabajo, o eventualmente a laudos dictados por el Poder Ejecutivo. La política mediadora del primer gobierno radical impulsó el sindicalismo, pero paradójicamente también tuvo su contracara brutal en una política extremadamente represiva, que produciría las más grandes masacres obreras de la historia argentina.

Luego de la violenta represión de 1910, el anarquismo comenzó su decadencia en el movimiento sindical, a la par del ascenso de la corriente sindicalista revolucionaria y en menor medida la corriente socialista.[86]​ Luego de dos fallidos intentos de fusión de la FORA y la UGT-CORA, está última central decidió disolverse en 1914 para que todos sus sindicatos se afiliaran a la FORA, con el apoyo de un sector de los sindicatos anarquistas. De este modo los sindicalistas revolucionarios lograron ser mayoría en una central unificada, hegemonía que se impuso finalmente en el IX Congreso realizado en 1915, donde la mayoría de los sindicatos decidieron eliminar de los estatutos de la FORA la obligación de adherir al anarquismo.[87]

Sin embargo la unidad sindical duró pocos días ya que al mes siguientes 21 sindicatos decidieron desconocer el 9º Congreso y organizarse como central aparte, siguiendo los estatutos aprobados en el 5º Congreso, que establecía la adhesión de la central al anarquismo.[88]​ Desde entonces la central que reunía a sindicalistas revolucionarios (mayoría), socialistas y a partir de 1918 también comunistas, será conocida con el nombre de FORA del IX Congreso, mientras que la central anarquista sería conocida como FORA del V Congreso o FORA Quintista.

La FORA del 9º Congreso contaba en sus filas con dos poderosas federaciones nacionales recién creadas en dos ramas estratégicas para el modelo agroexportador: la Federación Obrera Marítima (FOM) fundada en 1910 y la Federación Obrera Ferrocarrilera (FOF) fundada en 1912.[89]

El voto secreto y obligatorio para varones tuvo una gran importancia tanto para aumentar la cantidad de votantes (en las once elecciones presidenciales entre 1853 y 1910 el promedio de participación electoral fue del 1,7% de la población total)[90]​ como para liberar el voto de los trabajadores, en particular de los trabajadores rurales que por entonces aún superaban la mitad de la población, cautivo hasta allí de la voluntad de los estancieros. Desde puntos de vista opuestos, el estanciero y diputado conservador Carlos Rodríguez Larreta y el escritor radical Ricardo Rojas, coinciden en señalar la relación entre el sistema de voto y el sistema de relaciones laborales:

Debido a la ley de voto secreto y obligatorio los resultados electorales modificaron completamente el signo que habían tenido los últimos 60 años. Eso se haría evidente en las relaciones laborales y el movimiento sindical.

El presidente Yrigoyen adoptó una novedosa política de mediación estatal ante los conflictos laborales, promoviendo su resolución mediante negociaciones colectivas o laudos arbitrales cuando no se llegaba a un acuerdo.[94]​ El historiador radical Gabriel del Mazo da cuenta del nuevo enfoque que el radicalismo trajo frente a las conflictos laborales, relatando la respuesta de Yrigoyen a la delegación patronal que le había exigido reprimir la huelga ferroviaria de 1917:

Durante el primer gobierno radical las huelgas se multiplicaron por diez y se extendieron en el tiempo (ver gráfico), hecho que fue también utilizado por los sectores y medios conservadores para denunciar el "caos social" y exigir políticas represivas.[96]​ Yrigoyen respondió aplicando su política de mediación en los conflictos, como sucedió en sus exitosas intervenciones en las huelgas de los trabajadores marítimos en 1916/1917 y ferroviarios de 1917.[97]​ Pero cuando la mediación estatal fracasaba, la represión contra los trabajadores alcanzó grados de violencia que nunca antes había alcanzado, incluyendo la formación de grupos parapoliciales de choque antiobreros, como la siniestra Liga Patriótica Argentina conducida por el radical Manuel Carlés.

De la mano de las libertades democráticas y la política tolerante del gobierno frente a los sindicatos y las huelgas,[94]​ el sindicalismo se expandió en forma exponencial durante el primer gobierno de Yrigoyen.[98]​ Mientras que al finalizar 1915 la FORA tenía 51 sindicatos con 20 000 cotizantes anuales, en diciembre de 1920 el número había subido a 734 sindicatos, y los cotizantes a 700 000 por año.[98]

En diciembre de 1919 la FORA contaba con 118 200 miembros, la mitad de los cuales cotizaba mensualmente y la otra mitad lo hacía al menos una vez al año.[100]

El sindicalismo argentino no solo creció en cantidad, sino que también se expandió a nuevos sectores productivos y a nuevas regiones no sindicalizadas. En este período se organizan sindicalmente asalariados de clase media que se habían mantenido alejados del sindicalismo. Las empleadas de comercio de Gath y Chaves organizaron una gran huelga que dio nacimiento a la Federación General de Empleados de Comercio de Buenos Aires.[101]​ Los maestros y maestras organizaron los primeros sindicatos docentes. Los bancarios realizan la primera huelga en 1919 y crean la Asociación Bancaria en 1924. Los actores y actrices realizan la primera huelga en 1919 y ese mismo año crean la Asociación Argentina de Actores.[102]​ En esta época se organizó la Federación Argentina de la Aguja, liderada por Cesáreo Díaz y Juana Rouco Buela, esta última la primera argentina en dirigir un sindicato nacional.[103]​ Las telefonistas también jugaron un papel decisivo en la huelga telefónica de 1919 y en el primer sindicato del sector, la Federación del Telefonistas.[104]

La expansión geográfica también fue notable. Las dos FORAs establecieron sólidas organizaciones sindicales entre los trabajadores rurales. Entre 1918 y 1921 se realizaron las primeras huelgas en los obrajes forestales del norte de Santa Fe y Chaco (La Forestal) -difundidos en la película Quebracho-, en las plantaciones de yerba mate de Corrientes y Misiones -donde el mensú era explotado en condiciones de esclavitud, y que ha sido retratado en la novela El río oscuro y la película Las aguas bajan turbias-, y en las estancias lanares de la Patagonia, registradas en la película La Patagonia rebelde. Simultáneamente, en 1920 la FORA del IX Congreso celebró un Pacto de Solidaridad con la Federación Agraria Argentina, organización representativa de los chacareros, arrendatarios y pequeños agricultores, en constante lucha contra los grandes propietarios de tierras.[105]

En el poder y la extensión geográfica que adquirió la FORA y con ella el sindicalismo en Argentina, hay que señalar el papel jugado por las federaciones sindicales marítima (FOM) y ferroviaria (FOF), que utilizaban los barcos y los trenes como herramienta de difusión sindical y organización de los trabajadores de las distintas regiones del país.

En noviembre de 1917, un año después de que Yrigoyen se convirtiera en Presidente de Argentina, se produjo la Revolución rusa que terminó con la autocracia de los zares y dio origen a la Unión Soviética: por primera vez se organizó un Estado obrero opositor al capitalismo bajo la ideología del comunismo marxista leninista.

El hecho impactará profundamente en el mundo:

En Argentina el Partido Socialista sufrió una fractura de la que emergerá en enero de 1918 el Partido Socialista Internacional, que luego cambiará su nombre a Partido Comunista de la Argentina. En el sindicalismo, la corriente comunista se hará fuerte en la década de 1930 sobre todo en varios sindicatos industriales (carne, textil, vestido, construcción), sin llegar nunca a ser mayoritaria.[106]

En noviembre de 1919 se reunió en Washington la Conferencia Internacional que daría origen a la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La OIT es un organismo tripartito gobernado por delegados de los gobiernos, los sindicatos y los empleadores, por lo que correspondía a la Argentina enviar a la organización sindical "más representativa" en nombre de los trabajadores argentinos.[Nota 1]

El gobierno de Yrigoyen, en lugar de convocar a la FORA que era indudablemente la central obrera más representativa del país, decide unilateralmente encargar al sindicato ferroviario La Fraternidad, la representación del movimiento sindical argentino en la conferencia de creación de la OIT. La Fraternidad era un sindicato autónomo de la FORA, con mejores relaciones con el gobierno radical y eligió a Américo Baliño para esa responsabilidad, quien tuvo una buena participación en la Conferencia. El hecho generó un escándalo internacional, porque Léon Jouhaux, en nombre de la Federación Sindical Internacional cuestionó la falta de representatividad de La Fraternidad, y el delegado obrero argentino estuvo a punto de quedar fuera de la Conferencia. Finalmente, el delegado argentino fue aceptado gracias al voto de los gobiernos y empleadores, pero con el voto en contra de prácticamente todos los delegados obreros.[107]​ En el futuro el gobierno argentino consultará previamente con la FORA antes de designar al delegado obrero a la Conferencia anual de la OIT.

Durante los gobiernos radicales se produjeron las mayores matanzas obreras de la historia argentina. Miles de obreros resultaron asesinados, fusilados, torturados y desaparecidos en varias jornadas represivas. El radicalismo combinó una novedosa política de mediación para promover la negociación colectiva entre empleadores y sindicatos para resolver los conflictos laborales, con una política represiva, que incluyó asesinatos masivos y la actuación de organizaciones parapoliciales terroristas de extrema derecha como la Liga Patriótica Argentina, liderada por el dirigente radical Manuel Carlés y la Asociación Nacional del Trabajo.[108][109][110][111][112][113]

En diciembre de 1918 había empezado una huelga en la fábrica metalúrgica Vasena, ubicada en el barrio de San Cristóbal en Buenos Aires. El gobierno tomó intervención y propuso un acuerdo que reunía la mayor parte de los reclamos obreros, pero la empresa se mostró extremadamente intransigente y apostó a desgastar a los huelguistas. Sin embargo la huelga se extendió apoyada en la solidaridad del barrio. Durante todo un mes la tensión fue creciendo, con enfrentamientos, intentos de asesinato de los delegados y varios heridos.[114]

El sindicato metalúrgico pertenecía a la FORA anarquista, frontalmente opuesta al “democratismo” y el diálogo social yrigoyenista, a la espera de un estallido social que derrumbara al capitalismo. El gobierno negociaría durante el conflicto con la FORA IX, de tendencia sindicalista revolucionaria y cercana al gobierno, pero esta central mayoritaria no tenía afiliados en Vasena.[115]

El 7 de enero de 1919 un grupo de rompehuelgas, custodiado por más de cien policías, se enfrentó con el piquete huelguista que bloqueaban la entrada a la fábrica, y la policía desencadenó un pandemónium, descargando más de dos mil balas en dos horas, que dejó cinco personas muertas y más de 40 heridas. Tres de los muertos estaban en sus casas. El parte policial informaba que solo cuatro policías habían resultado heridos: un teniente con “herida punzante”, un cadete con “contusión en dedo del pie”, un agente con “mordisco en el dedo meñique” y otro agente con “contusión en la frente”.[116]

Ante la masacre, la FORA del V Congreso declaró la huelga general a la que adhirieron sindicatos de ambas centrales y la ciudad quedó paralizada.[117]​ El 9 de enero decenas de miles de personas se reunieron para enterrar a sus muertos en el Cementerio de la Chacarita. El cortejo fue atacado varias veces en el camino y al llegar al cementerio la policía disparó a mansalva sobre la multitud, matando a 50 personas e hiriendo a cuatrocientas. La indignación por la matanza produjo una insurrección popular que expulsó a la policía de los barrios obreros.[118]

Esa misma noche Yrigoyen ordenó al Ejército recuperar el control de la ciudad, bajo el mando del general Luis Dellepiane, un militar incondicional de Yrigoyen que había participado en la Revolución radical de 1905.[119]​ Durante tres días Buenos Aires sería zona liberada para la acción homicida del Ejército, la policía y grupos de civiles armados y "guardias cívicas radicales",[120]​ que unos días después se organizarían bajo el nombre de Liga Patriótica Argentina.[121]​ Fueron arrasados los barrios obreros, incluyendo el barrio judío del Once, donde las fuerzas represivas produjeron el único pogrom (matanza de judíos) que se haya realizado en el continente americano, convocando a “cazar rusos”. En medio de la masacre apareció la frase “yo, argentino”, utilizada como salvoconducto para salvar la vida.[122]​ El saldo fue de unos 800 muertos nunca identificados: ancianos, mujeres, niños, hombres. Hubo también decenas de desaparecidos, miles de heridos, y más de 50 000 detenidos.[123]​ Fueron quemadas viviendas obreras, sinagogas, locales sindicales y partidarios, periódicos, bibliotecas populares y judías, cooperativas. El gobierno detuvo y torturó a miles de ciudadanos, como el inmigrante judío Pinie Wald al que acusó falsamente de ser el líder de una revolución judeo-comunista y facilitó a los grupos parapoliciales las comisarías donde establecieron sus bases operativas. Una vez liberado Pinie Wald relató las torturas y ultrajes sufridos en el libro Koschmar (Pesadilla), escrito en idish y traducida al español recién en 1987.[124][125]

Los dos FORAs fueron incapaces de operar en algún sentido para frenar la matanza. La FORA anarquista porque se oponía a todo contacto con el gobierno o los diputados y simplemente se limitó a promover la insurrección, y la FORA IX porque se mostró dubitativa y sin control de los sindicatos ni influencia sobre los huelguistas.

La responsabilidad de Yrigoyen ha tratado de ser explicada o atenuada por la historiografía radical. Hay consenso entre los estudiosos en considerar que Yrigoyen fue superado por los sectores más duros y criminales que actuaban dentro y fuera del radicalismo. Pero también hay consenso en considerar que Yrigoyen se encontraba al mando de las fuerzas represivas y que fue responsable tanto por las decisiones que tomó, como por las que no tomó, entre ellas el encubrimiento de los hechos y la impunidad de los asesinos.[108][110]​ Un historiador radical como Gabriel del Mazo le atribuye responsabilidad a "la oligarquía política y plutocrática en acecho, cuya aspiración enderezó a derribar el gobierno constitucional mediante una operación militar y so pretexto de restablecer el orden alterado".[126]​ Otro historiador radical, como Félix Luna afirma genéricamente que "Yrigoyen se vio obligado a tomar medidas enérgicas para garantizar la tranquilidad de la población".[127]​ Luego de la masacre, el gobierno felicitó públicamente a las tropas que ejecutaron la represión y la alta sociedad organizó una colecta para premiarlos con dinero.

A casi cien años de la masacre, las víctimas siguen sin ser oficialmente recordadas. En 1972 Julio Godio escribió un libro titulado La semana trágica, recuperando el hecho para la memoria colectiva.[108]​ Más recientemente un documental de Herman Szwarcbart, Un pogrom en Buenos Aires (2007), registró testimonios del grado de barbarie, odio de clase y racismo de aquella acción.[128]​ La fábrica Vasena fue demolida en 1940 y allí se creó un espacio al que se le puso el nombre de Plaza Martín Fierro.[129]

En noviembre de 1920 estalló en Santa Cruz una huelga de peones rurales y trabajadores de los frigoríficos. De inmediato, los estancieros más grandes, como Menéndez Behety, la Sociedad Rural, los frigoríficos ingleses e incluso la embajada de Gran Bretaña pidieron la intervención del gobierno nacional para terminar con la huelga.[130][131][132]

La huelga era conducida principalmente desde la Sociedad Obrera de Río Gallegos, creada en 1918. Su secretario general era Antonio "el Gallego" Soto, un anarquista español que pertenecía a la FORA anarquista (FORA V). Con la extensión del conflicto, se sumaron a la huelga otras sociedades obreras instaladas en las demás ciudades santacruceñas. Tres corrientes sindicales (anarquistas, socialistas y sindicalistas revolucionarios) entraron en conflicto entre sí, pero la preeminencia la tuvieron los anarquistas de la FORA V. El conflicto estuvo plagado de hechos violentos, desde golpizas, torturas y asesinatos de sindicalistas por parte de la policía y el grupo parapolicial Liga Patriótica Argentina, hasta la toma de estancias y de rehenes por parte de los huelguistas.[130][131][132]

Yrigoyen dio órdenes de mediar en el conflicto y llegar a un acuerdo. Para ello envió un nuevo gobernador yrigoyenista, Ángel Yza, y poco después al coronel Héctor Benigno Varela, al mando de un regimiento del Ejército. Yza y el coronel Varela lograron acercar a las partes y llegar a un acuerdo que se formalizó mediante un laudo del gobernador, aceptado por los sindicatos y los empresarios, que fue finalmente homologado el 22 de febrero de 1921.[130][131][132]

Inmediatamente después de que se retiraran las tropas, los estancieros desconocieron el acuerdo y tomaron represalias utilizando a los grupos parapoliciales. En octubre se inicia una nueva ola de tomas de estancias, pueblos y rehenes.[130][131][132]

En noviembre Yrigoyen volvió a mandar al coronel Varela al mando de 200 soldados, esta vez con la orden de “pacificar” la Patagonia otorgándole el bando de pena de muerte para aplicar a los huelguistas por subversión. Entre el 11 de noviembre de 1921 y el 10 de enero de 1922 el Ejército procedería a detener y fusilar a cientos de huelguistas, que Osvaldo Bayer estima llegaron a 1500. Los cadáveres fueron quemados y enterrados sin marcas. El gobierno de Yrigoyen nunca dio una lista de las personas ejecutadas ni realizó ningún informe de las operaciones.[130][131][132]

Los fusilamientos de la Patagonia fueron intencionalmente olvidados, a excepción de un libro del radical yrigoyenista José María Borrero, titulado La Patagonia trágica, que pasó desapercibido. Cincuenta años después de las matanzas, Osvaldo Bayer publicó La Patagonia Rebelde, que a su vez sirvió de libro para la película del mismo nombre, dirigida por Héctor Olivera con Luis Brandoni, Federico Luppi y Pepe Soriano representando a los líderes sindicales de la huelga. Estrenada en 1974 fue inmediatamente censurada hasta 1984.

Recién en 2014, noventa y tres años después, el Estado argentino inició la búsqueda de los restos de los trabajadores fusilados en la Patagonia, para darles adecuada sepultura y rendirles memoria. El 26 de enero de 2015 se encontraron los primeros restos en la estancia La Anita, propiedad de la familia Braun, donde se produjo una de las mayores matanzas.[133]

Entre 1919 los trabajadores y trabajadoras de la empresa inglesa La Forestal, productora de quebracho y tanino en el norte de la provincia de Santa Fe construyeron una sólida organización sindical afiliada a la FORA del 9º Congreso y declararon una huelga general que finalizó con la firma de un avanzado convenio colectivo.[109]

En los dos años siguientes la empresa incumplió el convenio y logró que el gobierno radical de Santa Fe creara una fuerza policial financiada por la empresa para cuidar sus intereses, denominada Gendarmería Volante. Simultáneamente la organización parapolicial Liga Patriótica Argentina se instaló en la zona, en tanto que el movimiento sindical se dividía en luchas intestinas entre las FORAs noventista y quintista.[109]

En esas condiciones en diciembre de 1920 La Forestal inició un lock out prolongado, cerrando sus fábricas y despidiendo a miles de trabajadores, exponiendo a la inanición a varias poblaciones (Villa Guillermina, La Gallareta, Villa Ana, Tartagal, etc.). El 29 de enero de 1921 se produjo un estallido social generalizado en la región, con decenas de enfrentamientos armados en los pueblos y bosques durante tres meses. El estallido fue salvajemente reprimido por la Gendarmería Volante y el grupo parapolicial Legión Patriótica, causando el asesinato de unos 600 obreros y obreras, torturas, violaciones y quema de viviendas. Recién en noviembre de 1922 La Forestal reabrió sus fábricas. Para entonces el Sindicato del Tanino y todo asomo de organización sindical en los trabajadores y trabajadoras del quebracho había desaparecido.[109]

Tres décadas después, con los quebrachales talados, La Forestal cerraría definitivamente sus plantas en Argentina, causando el mayor desastre social y ecológico que una empresa haya podido generar en la historia argentina.

Esta masacre que había sido difundida por la película Quebracho (1974), de Ricardo Wüllicher, ha sido recientemente estudiada en detalle por Alejandro Jalinski en el libro Revuelta obrera y masacre en La Forestal: sindicalismo y violencia empresaria en tiempos de Yrigoyen.[109]

El Territorio Nacional del Chaco se perfilaba como el primer productor nacional de algodón, Alvear nombra como gobernador del Territorio Nacional del Chaco al estanciero algodonero y político radical Fernando Centeno

La Reducción Aborigen de Napalpí era un obraje donde los indígenas eran obligados a trabajar en condiciones de semiesclavitud. -En julio de 1924, los indígenas qom y mocoví se declararon en huelga. Denunciaban los maltratos y la explotación de los terratenientes. Y planeaban marchar a los ingenios azucareros de Salta y Jujuy. Pero el gobernador Fernando Centeno les prohibió abandonar Chaco y, ante la persistencia indígena, ordenó la represión.[134]

En 1924 se produjo una gran protesta laboral de indígenas tobas y mocovíes en la localidad de Napalpí, en el entonces territorio nacional del Chaco, por las condiciones indignas de la producción algodonera. La protesta fue reprimida por la policía, asesinando a unas 200 personas. Esto aconteció durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, pero como en los demás casos no se abrió una investigación ni se dio a conocer una lista de damnificados.

El impacto de las masacres obreras con miles de trabajadores y trabajadoras muertas, llevó a una crisis del sindicalismo en la década de 1920, tal como venía desarrollándose en las décadas anteriores. La democracia instalada con el voto secreto y obligatorio, había abierto las puertas a un sindicalismo de masas orientado a la negociación colectiva, muy diferente del sindicalismo militante semiclandestino que se había desarrollado durante el régimen oligárquico.[135][136]

En la década de 1920 aparece un nuevo tipo de organización sindical: la unión sindical por rama de ámbito nacional. En 1922 se creó la primera unión, la Unión Ferroviaria (UF), que sirvió de modelo para otros importantes sindicatos argentinos: en 1924 la Asociación Bancaria, en 1925 la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y en 1928 se reorganiza la Unión Tranviarios siguiendo el mismo modelo centralista.[138]​ La unión por rama nacional se diferenció de la federación nacional por rama, por establecer una organización de primer grado más centralizada y mejor financiada, y menos sujeta también a las fracturas y divisiones de una federación de sindicatos (segundo grado).[139]​ La unión nacional no reemplazó a las federaciones y confederaciones nacionales de rama y ambas formas convivieron y siguen conviviendo en el sindicalismo argentino. De hecho a comienzos de la década de 1930 se crearía la Confederación de Empleados de Comercio, que se convertiría junto a la UF en una de las organizaciones sindicales más poderosas de las siguientes décadas. Ambas formas (la unión y la federación nacionales) fueron predominando sobre el sindicato por oficios -modalidad que se volvió minoritaria-, y desplazaron completamente al sindicato por empresa que nunca tuvo un desarrollo importante.[139]

La nueva organización sindical centralizada y vertical, especialmente la unión por rama nacional del que la Unión Ferroviaria fue el modelo madre, se correspondía con la nueva organización empresarial verticalista que generalizó la empresa estadounidense Ford Motor Company y que por eso recibió el nombre de fordismo:

En 1922 fracasa un nuevo intento de unidad entre las dos centrales sindicales y poco después la FORA del IX decide disolverse. Los sindicatos pertenecientes a la corriente sindicalista revolucionaria deciden entonces formar una central que adhiera a esa ideología y crean la Unión Sindical Argentina (USA). La USA se integraría a la CGT en 1930, reaparecería en 1935 y volvería a integrarse a la CGT en 1945. Su estructura tendrá gran importancia en la conformación del Partido Laborista en 1945 que llevó como candidato presidencial a Juan D. Perón, al punto que su primer presidente fue el último secretario general de la USA, Luis Gay.[141]

La definición de la USA como central sindicalista revolucionaria llevó a que los sindicatos socialistas, comunistas y autónomos abandonaran progresivamente la central.[136]​ En 1926 varios de esos sindicatos, liderados por la Unión Ferroviaria, crearon la Confederación Obrera Argentina (COA), que adoptó un principio de organización de gran importancia, y que la hacía diferir totalmente de la FORA y de la USA: la forma básica de la organización sindical debía ser la unión o federación por rama nacional. El sindicalismo argentino comenzaba a preparar grandes estructuras sindicales capaces de negociar con las grandes empresas, las organizaciones empresariales y el gobierno.

La crisis económica mundial de 1929, la era del petróleo, el ascenso de Estados Unidos como potencia mundial y el golpe de estado cívico-militar de 1930 que derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, abrieron la puerta a un cambio completo del modelo político-económico de Argentina, que tendrá consecuencias profundas para el movimiento obrero y el sistema de relaciones laborales. Fue el primero de una serie de golpes de estado que impedirían la consolidación de la democracia en Argentina hasta 1983.

La dictadura provisional de Uriburu, surgida del golpe, se continuó con un régimen fraudulento conocido como la Década infame (1930-1943), controlado por una alianza del conservadurismo con un sector del radicalismo denominado Unión Cívica Radical Antipersonalista y un sector del socialismo denominado Partido Socialista Independiente, que adoptó el nombre de la Concordancia. La Concordancia preservó la actividad agro-ganadera dependiente de la exportación hacia el Reino Unido, mediante el Pacto Roca-Runciman, que fue cuestionado por algunos sectores, en el área industrial aumentó el proteccionismo, lo que produjo un nuevo esquema de sustitución de importaciones que generó un extenso sector industrial con mayor utilización de mano de obra asalariada y estableció una mayor regulación de la actividad económica por parte del Estado mediante agencias estatales (Banco Central, Junta Nacional de Granos, Junta Nacional de Carnes, Corporación Argentina de Productores, etc. creadas al efecto). La Década infame finalizaría con el derrocamiento del gobierno fraudulento de la Concordancia mediante el golpe de estado de 1943, en cuyo curso surgiría el peronismo.

Pocos días después del golpe militar, el 27 de septiembre de 1930 se fundó la Confederación General del Trabajo (CGT). Sin embargo, habría que esperar aún seis años más para que la misma se organizara formalmente con su Congreso Constituyente desarrollado entre el 31 de marzo y el 2 de abril de 1936. Hasta entonces la CGT actuará mediante sencillos mecanismos de articulación sindical.

La creación de una central sindical unitaria era un objetivo explícito de todas las corrientes del movimiento obrero argentino desde sus mismos inicios. La iniciativa de crear la CGT surgió de la Federación Obrera Poligráfica Argentina (FOPA), organización sindical que había desarrollado una cultura pluralista debido a que tenía una conducción compartida por las corrientes socialista (Pedro Porcel), sindicalista revolucionaria (Sebastián Marotta) y comunista (Manuel Punyet Alberti). Ya en 1927 la FOPA había emitido una declaración convocando a crear una central sindical unitaria que reuniera a todas las vertientes:

La USA (sindicalista) y la COA (socialistas) aceptan la fusión, en tanto que la FORA (anarquista) la rechaza. Por su parte los sindicalistas comunistas se oponen a los términos de la unidad sindical, y prefieren orientarse a la creación de sindicatos y una central claramente alineada con el comunismo. Un sector del socialismo (Pérez Leirós) también se opuso a la unidad, lo que llevará al retiro de La Fraternidad del proceso de unidad. Pero la Unión Ferroviaria, liderada por socialistas cercanos a los sindicalistas, presionó agresivamente y finalmente logró el consenso suficiente para crear una central pluralista, la CGT.

El golpe de estado militar del 6 de septiembre de 1930, la inmediata ilegalización de la FORA anarquista y el comienzo de la represión al conjunto del movimiento obrero precipitaron la unidad. El 27 de septiembre de 1930 se determinó el nombre de la organización, tomado de su homónima francesa de tendencia sindicalista revolucionaria, y se elige a su primera conducción:

En ese momento la CGT representaba 124.500 miembros (la COA aportaba 90.000 y la USA 14.000; poco después se suman los tranviarios con 10 000, telefónicos con 2.000 y ATE con 7.500), una cantidad aproximadamente igual a la que ya había alcanzado la FORA IX una década atrás.

El hecho de que ninguno de los diez miembros de la primera Comisión Directiva de la CGT fuera mujer, señala una fuerte tendencia de discriminación por género, significando incluso un retroceso antes centrales anteriores como la FORA y la UGT que habían incluido mujeres en la conducción.[144]​ Pocos años antes, en el 2º Congreso de la USA de 1926, la delegada Berta Mateucci había denunciado que "los dirigentes de la central no le prestaban la suficiente atención a las dificultades que tenían las mujeres" para participar en la organización gremial.[145]​ El fordismo, con su estructura vertical de poder y su tendencia extrema a homogeneizar a las personas, agravó los mecanismos de exclusión patriarcal y heteronormativos.[146]​ Las luchas feministas ya en ese momento en marcha, y LGBT desde la década de 1960, comenzarían a abrir camino a un sindicalismo más igualitario desde el punto de vista de género, pero para ello habrá que esperar hasta el siglo XXI.

El investigador Oscar Cornblit destaca el nuevo sindicalismo de negociación que implicaba la creación de la CGT:

La creación de la CGT es un acto de gran trascendencia en la vida política de Argentina, porque preparaba las condiciones para que la clase obrera argentina dejara de ser un actor marginal del proceso histórico, para convertirse en un protagonista decisivo.

Siguiendo la línea de renovación sindical insinuada en la década anterior, el sindicalismo argentino cambió notablemente durante la década de 1930. Los aspectos más destacados de esa transformación fue la generalización del sindicalismo unitario por rama nacional, un nuevo enfoque nacionalista y el desarrollo de la obra social (salud y turismo social) por parte de los sindicatos.

La vocación por el unitarismo sindical (sindicatos únicos y central única) es una característica constante del sindicalismo argentino desde los primeros intentos de coordinación en la década de 1890. Si bien las pujas entre las corrientes sindicales (anarquista, socialista, sindicalista revolucionaria y comunista) llevó a la división en dos y hasta tres centrales sindicales, la voluntad de establecer una central unitaria estuvo siempre presente de manera explícita en todas ellas.

Por otra parte, solo excepcional y transitoriamente las diversas corrientes crearon sindicatos paralelos. La regla fue que cada sindicato decidía a qué central deseaba pertenecer. De este modo, por ejemplo, no había varios sindicatos ferroviarios paralelos, cada uno de ellos adscripto a una corriente sindical diferente, sino uno solo que decidía por mayoría a qué central adherir. La unidad sindical se preservó estrictamente al nivel de los sindicatos y federaciones de rama u oficio, donde las diferentes corrientes convivían.

La CGT fue el resultado de tres décadas de acercamientos, diálogos e intentos de las diversas corrientes sindicales por alcanzar una central unitaria. En la misma confluyeron en 1930 las corrientes sindicalista revolucionaria, socialista y comunista. La corriente anarquista se negó a integrar la CGT, pero su notable retroceso a partir de 1930, hizo de la CGT una central virtualmente única. Ello no impidió que esporádicamente, la CGT se dividiera (CGTs 1 y 2 en los '40, CGT de los Argentinos en los '60, CGTs Azopardo y Brasil en los '80, CGTs Oficial y Disidente en los '90) e incluso se formaran otras centrales (USA entre 1935-1945 y CTA desde 1995). Pese a ello y aún en los períodos de división, la CGT se mantendrá en el centro del sistema sindical argentino.

La CGT promovió fuertemente la organización sindical nacional por rama de producción. De este modo se modificó totalmente el panorama sindical. Los sindicatos aparecieron con un número menor y más cohesionados, a diferencia de la gran cantidad de organizaciones dispersas que caracterizaba hasta entonces al sindicalismo por oficio y por especialidad que era la base de la FORA. El número absoluto de sindicatos existentes disminuyó, pero se verificó un aumento de la potencia de la clase trabajadora como conjunto.

El caso del sindicato de la construcción es útil para comprender el proceso. Los trabajadores de la construcción crearon un sindicato único en esa década uniendo a catorce sindicatos que antes estaban separados: pintores, albañiles, yeseros, parqueteros, marmolistas, escultores, modeladores, carpinteros, aserradores, colocadores de mosaicos, colocadores de vidrios, electricistas, calefaccionistas y picapedreros.

Al estar organizados por rama industrial y no por oficio, el sindicato adquirió un poder estructural que antes no tenía.[148][149]​ No solo porque con este tipo de organización el sindicato podía paralizar efectivamente la producción mediante una huelga (un sindicato de oficio solo puede interrumpir las tareas de los trabajadores de ese oficio, pero no todas las tareas), sino también porque le permitió conocer y controlar los encadenamientos productivos y tecnológicos de cada sector.

El 70% de los sindicatos de la CGT estaban organizados por rama de industria o actividad.

El enfoque nacionalista también caracterizó al sindicalismo argentino de la década de 1930. En los actos sindicales aparecieron las banderas argentinas y el himno nacional, acompañando e incluso reemplazando a las banderas rojas y La Internacional.

En el acto del 1 de mayo de 1936 la CGT cantó por primera vez el himno nacional, invitando a hablar a los dirigentes políticos de los partidos populares: Arturo Frondizi por la UCR, Mario Bravo por el PS y Lisandro de la Torre por el PDP. El pensamiento nacionalista que comenzó a desarrollar el sindicalismo, se alimentaba también de una postura antiimperialista, muy crítica de los "monopolios extranjeros" y la "oligarquía", reclamando la nacionalización de los servicios básicos y empresas estratégicas. Matsushita cita como ejemplo del pensamiento nacionalista revolucionario que estaba desarrollando la CGT, la convocatoria que realizaba en 1936 el dirigente ferroviario socialista Luis Girola, en el periódico de la central:

Los historiadores Samuel Baily (1967) e Hiroshi Matsushita (1983) han estudiado detalladamente el desarrollo dentro del sindicalismo argentino de una "conciencia nacional" y un "nacionalismo popular", a partir del gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen y sobre todo en la década de 1930, como expresión de una búsqueda del movimiento obrero de relacionarse con el Estado y llegar al poder político.[152][153]

El nacionalismo sindical argentino se correspondía con una tendencia nacionalista-antiimperialista más amplia, que venía desarrollándose desde movimientos como la Reforma Universitaria de 1918, la visión de América Latina como "Patria Grande" impulsada por socialistas como Manuel Ugarte, la crítica del "coloniaje" que realizaba el grupo radical FORJA ("Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre"), las denuncias del demócrata progresista Lisandro de la Torre de las maniobras monopólicas de los frigoríficos ingleses contra el interés nacional, o el nacionalismo yrigoyenista que Moisés Lebensohn difundía entre la juventud radical,[154]​ que anticipaban la teoría latinoamericana de la dependencia -con su noción de centro y periferia en el orden mundial- que comenzaría a tomar forma desde fines de la década de 1940.

La tercera característica de los años 1930 fue la franca orientación de muchos sindicatos hacia la prestación a sus afiliados de servicios principalmente de salud y turismo social, conocidos en la jerga argentina como "obra social". En 1935 el sindicato de obreros municipales de Buenos Aires (UOM), instaló una colonia de vacaciones en las sierras de Córdoba, algo que también haría entre 1937 y 1943 la Asociación Bancaria.[155]​ Ese fue el paso inicial para que las sierras de Córdoba se convirtieran en las décadas siguientes en el principal centro del turismo sindical.

La Unión Ferroviaria por su parte abrió salas de cine en todo el país, conocidos como cines Unión, y junto con La Fraternidad acordó con el Estado la creación de un Hospital Ferroviario inaugurado en 1940 en la ciudad de Buenos Aires, consultorios externos en Rosario vinculados por convenio con el Hospital Italiano de esa ciudad para los casos de urgencia, y acuerdos con clínicas privadas para tratar los casos pulmonares en Córdoba.[156]

La XX Asamblea de la Unión Ferroviaria llevada a cabo en 1943 daba cuenta de la importancia creciente de la atención directa de la salud de los trabajadores en el modelo sindical argentino:

La atención de la salud de los trabajadores en Argentina siguió un camino similar al que siguió la atención de la vejez y el fallecimiento, por medio de las jubilaciones y pensiones. Ante la ausencia de un seguro de salud universal, los colectivos mejor organizados (ferroviarios, estatales, bancarios) fueron obteniendo sistemas cada vez más amplios de atención de la salud para sus afiliados. Con el tiempo esos sistemas tomaron el nombre de obras sociales. El sistema de obras sociales, que se desarrollaría entre los años 1950 y 1970, había tenido sus primer antecedente durante el gobierno de Yrigoyen, cuando el gobierno acordó con los gremios ferroviarios apoyar la acción mutualista creando en 1919 la Caja de Jubilaciones ferroviarias (ley 10650) y en 1923 un fondo para viviendas llamado el Hogar Ferroviario (ley 11173).[cita requerida]

Progresivamente los sindicatos argentinos fueron haciéndose cargo de atender la salud de los trabajadores y sus familias, para resolver la insuficiencia del Estado, afectado por un sistema tributario en el que los sectores altos y medios prácticamente no pagaban impuestos y a cambio, se hacían cargo de su salud encomendándola a empresas privadas.[157]

En la primera mitad de la década de 1930 el movimiento obrero obtiene dos grandes conquistas: el descanso semanal a partir del sábado al mediodía ("sábado inglés") y la ley 11729 de contrato de trabajo para el comercio. Ambas leyes fueron impulsadas por la recién formada Confederación General de Empleados de Comercio liderada por Ángel Borlenghi, que se convertiría desde entonces en una de las organizaciones sindicales más poderosas de Argentina.

En 1932 se sancionó la ley 11640 de descanso los días sábado a partir de las 13 horas, conocido en la jerga de la época como «sábado inglés», debido a que fue el movimiento obrero inglés el primero en obtener esta conquista ya en el siglo XIX.[158]

Dos años después, el 26 de septiembre de 1934, luego de una larga lucha iniciada dos años antes, se sancionó la Ley 11.729 de reformas al Código de Comercio, que estableció por primera vez un régimen de contrato de trabajo protectorio del trabajador en el sector comercial y de servicios, que constituyó el principal antecedente de la Ley de Contrato de Trabajo 20.744, sancionada 40 años después en 1974. La sanción de esta avanzada ley laboral se explica por alto nivel de unidad logrado por la alianza de la Confederación de Empleados de Comercio, la Unión de Cortadores de Confección, la Asociación Bancaria, la Asociación de Viajantes de Comercio y la Asociación de Empleados de Farmacia, que aunados en una Comisión Intersindical presidida por Ángel Borlenghi (socialista), logran la sanción de la ley en 1934, luego de dos años de luchas y negociaciones.

La ley 11729 introdujo estos derechos como una sección del Código de Comercio (artículos 154 a 160). La ley estableció el derecho a seguir percibiendo el salario en caso de accidente de trabajo (hasta seis meses), gozar de vacaciones anuales pagas (de diez a veinte días según la antigüedad), a ser preavisado en caso de despido y a recibir una indemnización por antigüedad (medio mes de sueldo por año de antigüedad) en caso de despido, cierre de la empresa o muerte del trabajador/a. La ley establece también el principio de nulidad de cualquier acuerdo de partes que deje sin efecto estos derechos y que todos los empleadores deben llevar un libro de registro de cada contrato de trabajo.[159]

El éxito de haber obtenido la sanción de las leyes 11 640 y 11 729 promovió a Ángel Borlenghi al primer plano del movimiento sindical argentino, y a dirigir la CGT. A partir de 1945 Borlenghi adherirá al peronismo y será Ministro del Interior del gobierno de Perón, el segundo hombre en importancia hasta junio de 1955.

En marzo de 1936 se desarrolla finalmente el demorado Congreso Constituyente de la CGT, elaborando sus estatutos definitivos. Allí se puntualizaron las fallas del sindicalismo argentino y su gravitación en el desarrollo nacional. La declaración emitida en aquella ocasión preanuncia con claridad el papel que el movimiento obrero argentino habría de desempeñar en los años siguientes:

Esta orientación estratégica de la actividad sindical hacia el Estado, de características fuertemente nacionalistas, para influir en el gobierno y la sociedad en su conjunto, constituirá la característica central del movimiento obrero argentino durante el resto del siglo XX.

La notable transformación que estaba produciendo el movimiento obrero argentino en la década del 30, se hará evidente en la organización del Acto del 1 de mayo de 1936. En un gesto sin precedentes, la CGT asume entonces la misión de unir alrededor suyo a los demás sectores populares, convocando a los partidos socialista, radical, demócrata progresista y comunista, y al movimiento estudiantil, a compartir el acto y la tribuna. El resultado fue una manifestación sin precedentes en la historia argentina, que convocó a más de 160.000 personas. En el acto hablaron José Domenech (CGT), el expresidente Marcelo T. de Alvear y Arturo Frondizi por la UCR, Lisandro de la Torre por el Partido Demócrata Progresista, Mario Bravo y Nicolás Repetto por el Partido Socialista, y Paulino González Alberdi por el Partido Comunista. Por primera vez en un acto del 1 de mayo se entonó el himno nacional.

En su discurso frente a la multitud, el senador demócrata progresista Lisandro de la Torre, definía el sentido del acto diciendo:

Por su parte, y como cierre del acto, el senador socialista Mario Bravo, dijo:

[cita requerida]

La magnitud de la convocatoria política y social, estaba situando al movimiento obrero argentino, por primera vez, como protagonista de la historia argentina. La llamada historia «chica» del sindicalismo había crecido hasta mezclarse con la historia «grande» del país.

Según los datos de la Departamento Nacional del Trabajo la CGT —que en 1930 se había fundado con sindicatos que afiliaban a 124 000 trabajadores—, reunía en 1936 sindicatos con 262 630 afiliados y en 1940 la cantidad de 311 076.[160]

Por entonces la composición de la clase trabajadora estaba cambiando aceleradamente. la Gran Depresión de 1929 había limitado la corriente migratoria europea, de modo tal que una nueva corriente de migraciones internas estaba transformando por completo, cuantitativa y culturalmente, a la clase obrera. En 1936 el 36 % de la población de la Ciudad de Buenos Aires era extranjera y solo un 12 % provenía el interior del país (zonas rurales y pequeñas ciudades). Pero diez años después los extranjeros se habrían reducido al 26 % y los migrantes internos se habían duplicado alcanzando el 29 %.[161]​ Entre 1896-1936 el promedio anual de provincianos que llegaban a Buenos Aires era de 8000; ese promedio ascendió a 72 000 entre 1936-1943 y ascendería aún más entre 1943-1947, llegando a 117 000 personas por año.[161]

La propia clase obrera crecería cuantitativamente con la instalación de fábricas productoras de los bienes que ya no se importaban. En 1941 la clase obrera industrial llegaría a 677 517 y en 1946 a 938 387 trabajadores.[162]​ Las fábricas se concentraron principalmente en el área urbana de Buenos Aires.[163]

Las nuevas condiciones socioeconómicas y la concentración geográfica anticipaban grandes cambios sociopolíticos con epicentro en Buenos Aires.

En 1935 se produjo un violento enfrentamiento entre las corrientes socialista y sindicalista revolucionaria por el control del edificio en el que funcionaba la CGT. El hecho produjo la ruptura de la central, denominándose primero según la calle en que cada grupo estaba ubicado: la CGT-Independencia reunió a los socialistas y comunistas, y la CGT-Catamarca reunió a los sindicalistas revolucionarios.

Dos años después la CGT-Catamarca decidió refundar la Unión Sindical Argentina (USA), siendo sus secretarios generales primero Fortunato Marinelli (1937-1939) y luego el telefónico Luis Gay (1939-1945).

Por su parte la CGT-Independencia se normalizaría en 1936 con la realización de su primer congreso, donde resultó elegido secretario general el socialista José Domenech de la Unión Ferroviaria. Domenech se desempeñaría en el cargo de la CGT unificada hasta 1942.

En 1942 se realizó un nuevo congreso de la CGT, en el que se presentaron dos listas, una apoyando la reelección de Domenech (Lista N.º 1) u otra apoyando la elección del socialista municipal Francisco Pérez Leirós (Lista N.º 2), apoyado también por la corriente comunista. La elección fue ganada por la Lista N.º 1 por un solo voto, luego de que uno de los congresales cambiara su voto, razón por la cual la Lista N.º 2 desconoció la elección y se organizó de forma paralela. Ambas CGTs tomaron el nombre de las respectivas listas: CGT N.º 1 (socialistas) y CGT N.º 2 (socialistas y comunistas). La CGT N.º 1 fue conducida por José Domenech, como secretario general y la CGT N.º 2 por Francisco Pérez Leirós, primero y Ángel Borlenghi, después. Entre 1943 y 1945 las tres centrales se fusionarían en la CGT.

La emergencia de un movimiento de base sindical y obrera a partir de 1943 que tomaría el nombre de peronismo, reconfiguró completamente el movimiento obrero argentino, sobre todo a partir del hecho histórico de la llegada de los sindicatos al poder, algo que hasta ese momento había sucedido en muy pocos países del mundo.[164][165]

El peronismo es un hecho histórico complejo, consecuencia directa de las características inusuales en las que se ha desarrollado la Argentina,[166]​ en el que se combinarán el sindicalismo anterior a 1943 (anarquistas, socialistas, sindicalistas revolucionarios y comunistas) impulsado por la gran ola de inmigración ultramarina, las nuevas migraciones internas del siglo XX, el industrialismo (sustitución de importaciones) desarrollado ampliamente a partir de 1930, el auge de las empresas estatales desarrolladas desde la década de 1920, el "nacionalismo obrero" y el nacionalismo económico yrigoyenista, que venían evolucionando desde la década de 1910, así como el humanismo cristiano y la doctrina social de la Iglesia católica.[152][153]

El 4 de junio de 1943 militares nacionalistas que se oponían a un alineamiento con los países aliados en beligerancia en la Segunda Guerra Mundial, dirigidos por el general Arturo Rawson, con participación de civiles como el dirigente radical Ernesto Sammartino,[167]​ desplazan por medio de un golpe de estado al presidente Ramón S. Castillo, último presidente de la llamada "Década Infame" una línea de gobiernos acusados de corruptos y que habían impuesto el llamado fraude patriótico desde el golpe militar de 1930.

Las dos CGT recibieron inicialmente a la dictadura militar con entusiasmo.[168]​ El 21 de junio la CGT N.º 2 (socialistas y comunistas) tomó la inédita decisión de enviar una delegación (Pérez Leirós, Borlenghi´, Argaña y De Césare) para entrevistarse con el Ministro del Interior Alberto Gilbert para expresarle sus inquietudes y ofrecerle realizar una manifestación obrera de apoyo al gobierno en la Plaza de Mayo.[169][170][171][172]

Siete días después, el gobierno militar, que ya en su proclama había mencionado explícitamente su postura anticomunista, clausuraba la CGT N.º 2 acusándola de «extremista».[169]

Ello llevó a varios de los sindicatos que la integraban a volver a la CGT N.º 1 (secretario general José Domenech). Poco después el gobierno sancionó una legislación muy represiva sobre sindicatos y acto seguido hizo uso de esa ley para intervenir los poderosos sindicatos ferroviarios y corazón de la CGT, la Unión Ferroviaria y La Fraternidad. En octubre una serie de huelgas fueron respondidas con el arresto de decenas de dirigentes obreros. Pronto resultó evidente que el gobierno militar estaba integrado por influyentes sectores anti-sindicales.[173]

En esas condiciones algunos dirigentes sindicales socialistas, sindicalistas y algunos comunistas, encabezados por Ángel Borlenghi (socialista y secretario general de la poderosa Confederación General de Empleados de Comercio en la disuelta CGT N.º 2 socialista), Francisco Pablo Capozzi (La Fraternidad), Juan A. Bramuglia (Unión Ferroviaria), Luis Monzalvo (UF), entre otros, decidieron, aunque con reservas y desconfianza, volver a buscar contactos con algunos sectores del gobierno militar que pudieran compartir los reclamos sindicales. De ese modo apareció el nombre del teniente coronel Domingo A. Mercante, hermano de un dirigente sindical de la Unión Ferroviaria e hijo de un antiguo afiliado de la poderosa organización.[173][174]​ Mercante propuso a su vez la presencia de su amigo: el coronel Juan D. Perón.

Las primeras reuniones entre ese grupo de sindicalistas con Mercante y Perón se realizaron entre julio y agosto. Los sindicalistas le propusieron a los militares hacerse cargo del Departamento Nacional de Trabajo y elevarlo al nivel de Secretaría para llevar adelante una estricta política de inspecciones que garantizara el cumplimiento de las leyes laborales vigentes, fortalecer la CGT, sancionar algunas de leyes laborales inclusivas faltantes y promover la negociación colectiva.[174]

El 2 de noviembre de 1943 la alianza entre sindicalistas y militares daba sus primeros frutos y lograba que el gobierno militar designara a Perón como Director del Departamento de Trabajo, un organismo de menor jerarquía política. Un mes después, 2 de diciembre de 1943, consiguen elevar la jerarquía del organismo a secretaría de Estado, con el nombre de Secretaría de Trabajo y Previsión (STYP).[175]​ Una de sus primeras medidas fue suspender el decreto fascista 2669/43 con el que el ministro del Interior Gilbert pretendía controlar a los sindicatos.[176]​ Perón nombraró varios dirigentes sindicales para conducir las principales áreas de la STP, algo que sucedía por primera vez en la historia argentina. Entre ellos se destacó el abogado socialista Juan Atilio Bramuglia, proveniente de la Unión Ferroviaria, que asumió como Director del Departamento de Previsión Social, un campo en el que dejó su impronta y en el que venía destacándose desde comienzos de la década de 1930.[177]​ Bramuglia sería luego interventor de la Provincia de Buenos Aires y Coordinador nacional de los tres partidos políticos que sostendrían la candidatura el Perón en las elecciones de 1946.[177]​ Ya en el gobierno de Perón, Bramuglia sería designado Ministro de Relaciones Exteriores, cargo desde el cual cumpliría un papel decisivo en la elaboración de la doctrina de la tercera posición peronista.[177]​ Otros sindicalistas designados en cargos estratégicos de la STP fueron Hugo Mercante (ferroviarios) -hermano de Domingo Mercante-, Luis Monzalvo (ferroviarios) y José María Freire (vidrio).[176]

Desde la Secretaría de Trabajo, Perón, con el apoyo de los sindicatos empieza a desarrollar gran parte del programa sindical histórico: se crearon los tribunales de trabajo;[178]​ se sancionó el Decreto 33.302/43 extendiendo la indemnización por despido a todos los trabajadores; más de dos millones de personas fueron beneficiados con la jubilación; se sancionó el Estatuto del Peón de Campo y el Estatuto del Periodista Profesional; se crea el Hospital Policlínico para trabajadores ferroviarios; se prohíben las agencias privadas de colocaciones; se crean las Escuelas Técnicas dirigidas a obreros; en 1944 se firmaron 123 convenios colectivos de trabajo que alcanzaban a más de 1.400.000 obreros y empleados y en 1945 otros 347 para 2.186.868 trabajadores.

En ese marco los sindicatos comenzaron un período de gran crecimiento, y lo que fue aún más decisivo, comenzaron a afiliar masivamente a los "nuevos" trabajadores, los que estaban migrando masivamente a la ciudad desde el interior del país, los llamados "morochos", "grasas" y "cabecitas negras" por las clases medias y altas, y los propios trabajadores "viejos" descendientes de la inmigración europea.

Poco después, algunos sindicatos que se habían mantenido alejados, la CGT Nº1, la USA y los gremios autónomos, comienzan a unificarse en torno de la Secretaría de Trabajo. El apoyo sindical a la acción de la Secretaría de Trabajo se expresó durante una asamblea de trabajadores ferroviarios realizada en Rosario el 9 de diciembre de 1943, en la que el secretario general de la CGT el ferroviario socialista José Domenech presentó a Perón como "el primer trabajador":[179]

La expresión se volvería famosa y formaría parte años después de la Marcha Peronista. El efecto sobre el movimiento obrero fue notable y el grupo de sindicalistas partidarios de una alianza con ese sector del gobierno militar creció, incorporando principalmente a dirigentes socialistas como David Diskin (empleados de comercio), Alcides Montiel (cervecero) y Lucio Bonilla (textil) y sindicalistas revolucionarios provenientes de la USA, como Luis Gay (telefónico) y Modesto Orozo (telefónico); pero también a algunos comunistas como René Stordeur (gráficos) y Aurelio Hernández (sanidad),[181]​ independientes como Cipriano Reyes (carne) y hasta trotskistas como Ángel Perelman (metalúrgico). Haciendo base en la Secretaría de Trabajo y Previsión (STP), Perón, Mercante y el grupo inicial de sindicalistas que concretaron la alianza (los socialistas Borlenghi y Bramuglia, principalmente), comenzaron a organizar una nueva corriente sindical que iría asumiendo una identidad laborista-nacionalista. El grupo asumió una posición de rechazo del comunismo soviético ya presente en la CGT №1 y, apoyándose en el poder de la Secretaría de Trabajo, organizó nuevos sindicatos en las ramas en que no había (químicos, electricidad, tabaco) y abrió sindicatos paralelos orientados principalmente a debilitar a los sindicatos comunistas (carne, construcción, textiles, metalúrgicos).[182][183]

El antiperonismo surgió antes y en cierta medida impulsó a su vez el surgimiento del peronismo. La alianza entre sindicatos y el grupo de jóvenes militares encabezados por Perón generó inmediatamente una fuerte oposición de los sectores conservadores políticos, económicos y militares, con apoyo de la embajada de Estados Unidos (Braden) y generó una alta polarización de la población que se extendería durante décadas, tomando también un fuerte sesgo racista-clasista. Muchas de las donominaciones despectivas, como "negro", "negra", "cabecita negra", "descamisados", "grasas", fueron resignificadas por el peronismo como símbolos de dignidad de la clase obrera [184]​ La ofensiva conservadora iniciada el 16 de junio de 1945 con el Manifiesto del Comercio y la Industria en el que 321 organizaciones patronales, lideradas por la Bolsa de Comercio y la Cámara Argentina de Comercio cuestionaban duramente la política laboral argumentando que se estaba creando «un clima de recelos, de provocación y de rebeldía, que estimula el resentimiento, y un permanente espíritu de hostilidad y reivindicación».[185]​empujó al movimiento sindical a definir masivamente su apoyo a Perón.

El movimiento sindical, en el que aún no predominaba el apoyo abierto a Perón,[186]​ reaccionó rápidamente en defensa de la política laboral y el 12 de julio la CGT organizó un multitudinario acto bajo el lema «Contra la reacción capitalista».[187]​ Al finalizar, la multitud de trabajadores comienzan a corear el nombre de Perón y lo proclaman como candidato a presidente.[188]​ Según el historiador radical Félix Luna esa fue la primera vez que los trabajadores comenzaron a identificarse como «peronistas».[189]

Al iniciarse el mes de octubre de 1945 el general y exdictador Rawson intentó un golpe de estado que fracasó. Pocos días después, el 9 de octubre, fue el general Eduardo Ávalos, al mando del poderoso regimiento de Campo de Mayo quien lidera un nuevo golpe de estado imponiendo la renuncia de Perón.

Al día siguiente Perón dejó su despacho y pronunció un famoso discurso ante la multitud que la CGT había convocado en su apoyo en la esquina de las calles Perú y Alsina anunciando que dejaba firmado un decreto con importantes conquistas laborales, entre ellas el "salario móvil, vital y básico" y la participación en las ganancias:[190][191]

La dictadura respondió deteniendo a Perón -que quedó en poder de la Marina confinado en la Isla Martín García- y ordenando la captura de los dirigentes sindicales que pasaron a la clandestinidad.

La detención de Perón fue recibida con júbilo por las clases medias y altas, y por el movimiento estudiantil, que organizaron un acto masivo sin precedentes en la Plaza San Martín, frente al Círculo Militar. El Círculo Militar (Palacio Paz) se convierte entonces en el centro político de los sectores más conservadores y de los estudiantes. En un acto espontáneo se reclama el fusilamiento del Perón y se organiza una "partida" para realizar la misión. Las calles de la ciudad son ocupadas desorganizadamente por las clases medias que piden la cabeza de Perón.[191]

El país entró en un estado caótico y pre-revolucionario. En los días siguientes se anuncia en las fábricas que los convenios colectivos quedaban sin efecto, y se despide a miles de delegados sindicales. El día 16 de octubre la CGT convoca a una "huelga general revolucionaria" para el 18 de octubre. Ese mismo día debía pagarse la quincena y en muchos casos se hizo evidente el revanchismo patronal:

Las bases obreras no esperaron a la huelga del 18 y el día 17 de octubre de 1945 se produce la manifestación obrera más importante de la historia argentina. Cientos de miles de trabajadores, hombres y mujeres, de las zonas marginales, invadieron la ciudad reclamando la libertad de Perón. La dictadura cortó los puentes que separan la ciudad de las zonas fabriles (Avellaneda), pero la movilización fue indetenible y tomó por sorpresa a los sectores medios y altos de Buenos Aires. La multitud ocupó la Plaza de Mayo y obligó finalmente al gobierno militar a liberar a Perón esa noche, luego de considerar y desechar la represión de los manifestantes con armas de fuego. Cerca de la medianoche Perón salió a uno de los balcones de la Casa Rosada (que desde entonces se conocería como "el balcón de Perón"), y se dirigió a los presentes destacando la importancia de la Secretaría de Trabajo y Previsión y la necesidad de no actuar con violencia, sino "con inteligencia y organización".

La movilización del 17 de octubre de 1945 obligó al gobierno militar a llamar a elecciones, convocándolas para cuatro meses después. Se trataba de un tiempo muy corto para los sindicatos y Perón, que no contaban con ningún partido que los apoyara. Por esa razón los sindicatos organizaron rápidamente un partido político al que llamaron Partido Laborista, inspirados en el reciente triunfo que habían tenido los sindicatos ingleses. El presidente del partido fue el histórico dirigente telefónico sindicalista revolucionario Luis Gay.

Durante la campaña electoral los sindicatos lanzaron la lucha por la sanción definitiva del decreto que Perón había dejado firmado cuando fue depuesto y detenido, con movilizaciones que incluyeron un gran acto en Plaza de Mayo el 11 de diciembre. La presiones sindicales finalmente obligaron a la dictadura a firmar el decreto el 20 de diciembre, llevando el n.º 33.302/45. Por dicho decreto se establecía en la Argentina, para todos los trabajadores, el aguinaldo, el salario mínimo vital y móvil y el Instituto de las Remuneraciones.[194]​ Las cámaras empresariales y los partidos que integraban el frente electoral antiperonista que tomó el nombre de Unión Democrática, se opusieron al aguinaldo y el salario mínimo, lanzando los primeros un lockout. La presión sindical sin embargo pudo más y finalmente la CGT acordó con las cámaras patronales el pago del aguinaldo en dos cuotas.[194]



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