Rodrigo Díaz (¿Vivar del Cid, Burgos?, c. 1048 -Valencia, 1099) fue un líder militar castellano que llegó a dominar al frente de su propia mesnada el Levante de la península ibérica a finales del XI como señorío de forma autónoma respecto de la autoridad de rey alguno. Consiguió conquistar Valencia y estableció en esta ciudad un señorío independiente desde el 17 de junio de 1094 hasta su muerte; su esposa Jimena Díaz, lo heredó y mantuvo hasta 1102, cuando pasó de nuevo a dominio musulmán.
Su origen familiar es discutido en varias teorías. Fue abuelo del rey García Ramírez de Pamplona, primogénito de su hija Cristina.
Pese a su leyenda posterior como héroe nacional español (y más concretamente de Castilla) o cruzado en favor de la Reconquista, a lo largo de su vida se puso a las órdenes de diferentes caudillos, tanto cristianos como musulmanes, luchando realmente como su propio amo y por su propio beneficio, por lo que el retrato que de él hacen algunos autores es similar al de un mercenario, un soldado profesional, que presta sus servicios a cambio de una paga.
Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista, cuya vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de mio Cid. Ha pasado a la posteridad como «el Campeador» (‘experto en batallas campales’) o «el Cid» (del árabe dialectal سيد sīdi, ‘señor’).
Por el cognomento de «Campeador» fue conocido en vida, pues se atestigua en 1098, en un documento firmado por el propio Rodrigo Díaz, mediante la expresión latinizada «ego Rudericus Campidoctor».XI y principios del XII lo llaman الكنبيطور «alkanbīṭūr» o القنبيطور «alqanbīṭūr», o quizá (teniendo en cuenta la forma romance) Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur (‘Rodrigo el Campeador’).
Por su parte las fuentes árabes del sigloEl sobrenombre de «Cid» (que se aplicó también a otros caudillos cristianos), aunque se conjetura que ya pudieron usarlo como tratamiento honorífico y de respeto sus coetáneos zaragozanos (por sus victorias al servicio del rey de la taifa de Zaragoza entre 1081 y 1086) o —más probablemente— valencianos, tras la conquista de esta capital en 1094, aparece por vez primera (como «Meo Çidi») en el Poema de Almería, compuesto entre 1147 y 1149.
En cuanto a la combinación «Cid Campeador», se documenta hacia 1200 en el navarro-aragonés Linaje de Rodrigo Díaz que forma parte del Liber regum (bajo la fórmula «mio Cit el Campiador»), y en el Cantar de mio Cid («mio Cid el Campeador», entre otras variantes).
Nació a mediados del siglo XI. Las distintas propuestas dignas de estudio han oscilado entre 1041 (Menéndez Pidal) y 1057 (Ubieto Arteta), aunque actualmente cuenta con más partidarios una fecha situada entre 1045 y 1050; según Martínez Díez lo más probable es que naciera en 1048.
Su lugar de nacimiento está firmemente señalado por la tradición en Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, aunque se carece de fuentes contemporáneas a Rodrigo que lo corroboren, puesto que la asociación de Vivar con el Cid se documenta por vez primera c. 1200 en el Cantar de mio Cid y la primera mención expresa de que el Cid nació en Vivar data del siglo XIV y se encuentra en el cantar de las Mocedades de Rodrigo.
Menéndez Pidal, en su obra La España del Cid (1929), en una línea de pensamiento neotradicionalista, que se basa en la veracidad intrínseca de la literatura folclórica de cantares de gesta y romances, buscó a un Cid de orígenes castellanos y humildes dentro de los infanzones, lo que cuadraba con su pensamiento de que el Cantar de mio Cid contenía una esencial historicidad. El poeta del Cantar diseña a su héroe como un caballero de baja hidalguía que asciende en la escala social hasta emparentar con monarquías, en oposición constante a los arraigados intereses de la nobleza terrateniente de León. Esta tesis tradicionalista fue seguida también por Gonzalo Martínez Diez, quien ve en el padre del Cid a un «capitán de frontera» de poco relieve cuando señala «la ausencia total de Diego Laínez en todos los documentos otorgados por el rey Fernando I nos confirma que el infanzón de Vivar no figuró en ningún momento entre los primeros magnates del reino».
Ahora bien, esta visión se conjuga mal con la calificación de la Historia Roderici, que habla de Rodrigo Díaz como «varón ilustrísimo», es decir, perteneciente a la aristocracia; en el mismo sentido se pronuncia el Carmen Campidoctoris, que lo hace «nobiliori de genere ortus» ('descendiente del más noble linaje'). Por otro lado, un estudio de Luis Martínez García (2000) reveló que el patrimonio que Rodrigo heredó de su padre era extenso, e incluía propiedades en numerosas localidades de la comarca del valle del río Ubierna, Burgos, lo que solo era dado a un magnate de la alta aristocracia, para lo que no obsta haber adquirido estas potestades en su vida de guerrero en la frontera, como sí fue el caso del padre del Cid. Se conjetura que el padre de Rodrigo Díaz no perteneció a la corte real o bien por la oposición de un hermano (o medio hermano) suyo, Fernando Flaínez, a Fernando I, o bien por haber nacido de matrimonio ilegítimo, lo que parece más probable. Desde que Menéndez Pidal dijera que el padre del Cid no fue un miembro de la «primera nobleza» los autores que le siguieron lo han considerado generalmente un infanzón, es decir, un miembro de la pequeña nobleza castellana; «capitán de frontera» en las luchas entre navarros y castellanos en la línea de Ubierna (Atapuerca) según Martínez Diez (1999).
Entre 2000 y 2002 los trabajos genealógicos de Margarita Torres encontraron que el Diego Flaínez (Didacum Flaynez, mera variante leonesa y más antigua de Diego Laínez) que cita la Historia Roderici como progenitor, y en general, todos los ancestros por parte de padre que recoge la biografía latina, coinciden exactamente con la estirpe de la ilustre familia leonesa de los Flaínez, una de las cuatro familias más poderosas del reino de León desde comienzos del siglo X, condes emparentados con los Banu Gómez, Ramiro II de León y los reyes de Asturias. Esta ascendencia ha sido defendida también por Montaner Frutos en diversos trabajos del siglo XXI. En su edición del Cantar de mio Cid de 2011, reafirmó la veracidad de la genealogía de Historia Roderici, dilucidada en sus correspondencias históricas por Margarita Torres. No obstaría a este respecto la aparente discrepancia del abuelo del Campeador Flaín Muñoz con la variante «Flaynum Nunez» (Flaín Nuñez) que registra la Historia Roderici, ya que era habitual la confusión entre Munio y Nunio y sus variantes (Muñoz / Munioz / Muniez / Nuniez / Nunioz / Nuñez), y eran intercambiables los sufijos patronímicos –oz y –ez en este momento de la historia. En cuanto al Flaín Calvo que la Historia Roderici señala como cabeza de la estirpe, si bien Margarita Torres conjetura que podría aludir a un Flaín Fernández al que la biografía latina añadió el sobrenombre de Calvo, Montaner prefiere considerarlo un cognomento procedente de la tradición oral. Posteriormente, el Linage de Rodric Díaz, hacia 1195, identificó a Flaín Calvo con un supuesto Juez de Castilla, Laín Calvo, que junto con Nuño Rasura –ambos falsos– inaugurarían la estirpe mítica de los jerarcas de Castilla, favoreciendo la genealogía mítica que se repitió en las leyendas cidianas surgidas en el siglo XIII en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña y en las crónicas alfonsíes que se sirvieron de estos materiales, reforzada por la condición de infanzones que las tradiciones atribuían al origen de los dos jueces y el Cantar de mio Cid a su héroe.
De su madre se conoce el apellido, Rodríguez (más inseguro es su nombre, que podría ser María, Sancha o Teresa), hija de Rodrigo Álvarez, miembro de uno de los linajes de la alta nobleza castellana. El abuelo materno del Campeador formó parte del séquito de Fernando I de León desde la unción regia de este último el 21 de junio de 1038 hasta 1066. Esta familia emparentaba a Rodrigo Díaz con el tenente de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya Lope Íñiguez; con el de Castilla Gonzalo Salvadórez; con Gonzalo Núñez, tenente del alfoz de Lara y genearca de la casa homónima o con Álvar Díaz, que lo era de Oca, y se había casado con la hermana de García Ordóñez, a quien las fuentes épicas y legendarias consideraron rival irreconciliable del Cid.
En 1058, siendo muy joven, entró en el servicio de la corte del rey Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su curia noble. Este temprano ingreso en el séquito del infante Sancho II es otro indicio que lleva a pensar que el muchacho Rodrigo Díaz no era un humilde infanzón. En definitiva, el mito del Cid como perteneciente a la más baja nobleza parece más bien un intento de acomodar la genealogía de los míticos Jueces de Castilla del Linage de Rodric Díaz y sus descendientes, y del personaje legendario del Cantar de mio Cid, al Rodrigo Díaz histórico para destacar la heroicidad del protagonista, caracterizándolo como un castellano viejo pero no de alta nobleza que asciende gracias al valor de su brazo.
En resumen, es seguro que Rodrigo Díaz desciende por línea materna de la nobleza de los magnates y, de aceptar la tesis de Margarita Torres, también por la paterna, pues entroncaría con los Flaínez de León. En todo caso, tanto el alcance de las propiedades con que dota a su mujer en la carta de arras de 1079,
como la presencia desde muy joven en el séquito regio o las labores que desempeña en la corte de Alfonso VI, son suficientes para concluir que el Cid fue un miembro de la alta aristocracia.En la línea de primer grado se muestran las dos variantes más aceptadas sobre los posibles padres de El Cid.
Rodrigo Díaz, muy joven, sirvió al infante Sancho, futuro Sancho II de Castilla. En su séquito fue instruido tanto en el manejo de las armas como en sus primeras letras, pues está documentado que sabía leer y escribir. Existe un diploma de dotación a la Catedral de Valencia de 1098 que Rodrigo suscribe con la fórmula autógrafa «Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est» ('Yo Rodrigo, junto con mi esposa, suscribo lo que está arriba escrito'). Tuvo, asimismo, conocimientos de derecho, pues intervino en dos ocasiones a instancias regias para dirimir contenciosos jurídicos, aunque quizá en el ambiente de la corte un noble de la posición de Rodrigo Díaz pudiera estar oralmente familiarizado con conceptos legales lo suficiente como para ser convocado en este tipo de procesos.
Posiblemente Rodrigo Díaz acompañaba al ejército del aún infante Sancho II cuando acudió a la batalla de Graus para ayudar al rey de la taifa de Zaragoza al-Muqtadir contra Ramiro I de Aragón en 1063. Desde el acceso al trono de Castilla de Sancho II los últimos días del año 1065 hasta la muerte de este rey en 1072, el Cid gozó del favor regio como magnate de su séquito, y podría haberse ocupado de ser armiger regis 'armígero real', cuya función en el siglo XI sería similar a la de un escudero, ya que sus atribuciones no eran todavía las del alférez real descrito en Las Partidas en el siglo XIII. El cargo de armígero se convertiría en el de alférez a lo largo del siglo XII, pues iría asumiendo competencias como la de portar la enseña real a caballo y ocupar la jefatura de la mesnada del rey. Durante el reinado de Sancho II de Castilla las tareas del armiger (guardar las armas del señor, fundamentalmente en ceremonias formales) serían encomendadas a caballeros jóvenes que se iniciaban en las funciones palatinas. Sin embargo, en el reinado de Sancho II no hay documentado ningún armiger regis, con lo que este dato podría deberse únicamente a la fama que se propagó posteriormente de que Rodrigo Díaz era el caballero predilecto de este, y de ahí que las fuentes de fines del siglo XII le adjudicaran el cargo de alférez real.
Combatió con Sancho en la guerra que este sostuvo contra su hermano Alfonso VI, rey de León, y con su hermano García, rey de Galicia. Los tres hermanos se disputaban la primacía sobre el reino dividido tras la muerte del padre y luchaban por reunificarlo. Las cualidades bélicas de Rodrigo comenzaron a destacar en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). Tras esta última Alfonso VI fue capturado, de modo que Sancho se adueñó de León y de Galicia, convirtiéndose en Sancho II de León. Quizá en estas campañas ganara Rodrigo Díaz el sobrenombre de «Campeador», es decir, guerrero en batallas a campo abierto.
Tras el acceso de Sancho al trono leonés, parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Con la ayuda de Rodrigo Díaz el rey sitió la ciudad, pero murió asesinado —según cuenta una extendida tradición— por el noble zamorano Bellido Dolfos, si bien la Historia Roderici no recoge que la muerte fuera por traición. El episodio del cerco de Zamora es uno de los que más recreaciones ha sufrido por parte de cantares de gesta, crónicas y romances, por lo que la información histórica acerca de este episodio es muy difícil de separar de la legendaria.
Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia y volviendo a conseguir la unión del reino legionense que había desgajado su padre Fernando a su muerte. El conocido episodio de la Jura de Santa Gadea es una invención, según Martínez Diez «carente de cualquier base histórica o documental». La primera aparición de este pasaje literario data de 1236.
Las relaciones entre Alfonso y Rodrigo Díaz fueron en esta época excelentes;Nájera que ostentó García Ordóñez, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (entre julio de 1074 y el 12 de mayo de 1076), noble bisnieta de Alfonso V de León, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III) y Cristina (quien contrajo matrimonio con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona). Este enlace con la alta nobleza de origen asturleonés confirma que entre Rodrigo y el rey Alfonso hubo en este periodo buena sintonía.
aunque con el nuevo rey no desempeñó cargos de relevancia, como pudiera ser el de conde deMuestra de la confianza que depositaba Alfonso VI en Rodrigo es que en 1079 el Campeador fue comisionado por el monarca para cobrar las parias de Almutamid de Sevilla. Pero durante el desempeño de esta misión Abdalá ibn Buluggin de Granada emprendió un ataque contra el rey sevillano con el apoyo de la mesnada del importante noble castellano García Ordóñez, que había ido también de parte del rey castellano-leonés a recaudar las parias del último mandatario zirí. Ambos reinos taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Almutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez, aunque la protección que el Cid brindó al rico rey de Sevilla, que enriquecía con sus impuestos a Alfonso VI, beneficiaba los intereses del monarca leonés.
Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Sin descartar del todo la posible influencia de cortesanos opuestos a Rodrigo Díaz en la decisión, la incursión del castellano contra el territorio de al-Qadir, el régulo títere de Toledo protegido de Alfonso, le causó el destierro y la ruptura de la relación de vasallaje.
A finales de 1080 o principios de 1081, el Campeador tuvo que marchar en busca de magnate al que prestar su experiencia militar. Es muy posible que inicialmente buscara el amparo de los hermanos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, condes de Barcelona, pero rechazaron su patrocinio. Rodrigo, entonces, ofreció sus servicios a reyes de taifas, lo que no era infrecuente, pues el propio Alfonso VI había sido acogido por al-Mamún de Toledo en 1072 durante su ostracismo.
Junto con sus vasallos o «mesnada» se estableció desde 1081 hasta 1086 como guerrero bajo las órdenes del rey de Zaragoza al-Muqtadir, quien, gravemente enfermo, fue sucedido en 1081 por al-Mutamán. Este encomendó al Cid en 1082 una campaña contra su hermano el gobernador de Lérida Mundir, el cual, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el rey de Aragón Sancho Ramírez, no había acatado el poder de Zaragoza a la muerte del padre de ambos, desatándose una guerra fratricida entre los dos reyes hudíes del Valle del Ebro.
La hueste del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite y derrotó a la coalición, formada por Mundir y Berenguer Ramón II, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II.
En tanto que al-Mutamán y el Campeador luchaban en Almenar, en la inexpugnable fortaleza de Rueda de Jalón el antiguo rey de Lérida Yusuf al-Muzaffar, que en este castillo estaba prisionero, destronado por su hermano al-Muqtadir, planeó una conspiración con el alcaide de esta plaza, un tal Albofalac según las fuentes romances (quizá Abu-l-Jalaq). Aprovechando la ausencia de al-Mutamán, el monarca de Zaragoza, al-Muzaffar y Albofalac solicitaron que acudiera Alfonso VI con un ejército para sublevarse a cambio de cederle la fortaleza. Alfonso VI vio además la oportunidad de volver a cobrar las parias del reino de Zaragoza y marchó con su hueste, comandada por Ramiro de Pamplona (un hijo de García Sánchez III de Pamplona) y el noble castellano Gonzalo Salvadórez, hacia Rueda en septiembre de 1082. Pero murió al-Muzaffar, y el alcaide Albofalac, al carecer de pretendiente al reino zaragozano, cambió de estrategia y pensó congraciarse con al-Mutamán tendiendo una trampa a Alfonso VI. Le prometió al rey de León y Castilla entregar la fortaleza, pero cuando los comandantes y las primeras tropas de su ejército accedieron a las primeras rampas del castillo tras franquear la puerta de la muralla, comenzaron a arrojarles piedras desde lo alto que diezmaron la mesnada de Alfonso VI, quien había quedado, precavidamente, esperando entrar al final. Murieron Ramiro de Pamplona y Gonzalo Salvadórez, entre otros importantes magnates cristianos, aunque Alfonso VI esquivó la celada. El episodio pasó a ser conocido en la historiografía como la «traición de Rueda». Poco después, el Cid se personó en el lugar de los hechos tras haber estado en Tudela, probablemente enviado por al-Mutamán, previendo un ataque leonés y castellano a gran escala, y aseguró a Alfonso VI que no había tenido ninguna implicación en esta traición, explicaciones que Alfonso aceptó. Se especula con que tras la entrevista pudo haber una breve reconciliación, pero solo hay constancia de que el Cid volvió a Zaragoza al servicio del rey musulmán.
En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella, posiblemente con la intención de que Zaragoza obtuviera una salida al mar. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió esta vez a Sancho Ramírez de Aragón, que combatió contra Rodrigo Díaz el 14 de agosto de 1084 en la batalla de Morella, también llamada de Olocau —si bien en 2005 Boix Jovaní postuló que se desarrolló algo más al norte de Olocau del Rey, en Pobleta d'Alcolea—. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, capturando a los principales caballeros del ejército aragonés (entre los que se encontraban el obispo de Roda Ramón Dalmacio o el tenente del condado de Navarra Sancho Sánchez) a quienes seguramente liberaría tras cobrar su rescate. En alguno de estos dos recibimientos apoteósicos en Zaragoza podría haberse recibido al Cid al grito de «sīdī» ('mi señor' en árabe andalusí, a su vez proveniente del árabe clásico sayyid), el apelativo romanceado de «mio Çid».
El 25 de mayo de 1085 Alfonso VI conquista la taifa de Toledo y en 1086 inicia el asedio a Zaragoza, ya con al-Musta'in II en el trono de esta taifa, quien también tuvo a Rodrigo a su servicio. Pero a comienzos de agosto de ese año un ejército almorávide avanzó hacia el interior del reino de León, donde Alfonso se vio obligado a interceptarlo, con resultado de derrota cristiana en la batalla de Sagrajas el 23 de octubre. Es posible que durante el cerco a Zaragoza Alfonso se reconciliara con el Cid, pero en todo caso el magnate castellano no estuvo presente en Sagrajas. La llegada de los almorávides, que observaban más estrictamente el cumplimiento de la ley islámica, hacía difícil para el rey taifa de Zaragoza mantener a un jefe del ejército y mesnada cristianos, lo que pudo causar que prescindiera de los servicios del Campeador. Por otro lado, Alfonso VI pudo condonar la pena a Rodrigo ante la necesidad que tenía de valiosos caudillos con que enfrentar el nuevo poder de origen norteafricano.
Rodrigo acompaña a la corte del rey Alfonso en Castilla en la primera mitad de 1087,Valencia para socorrer al rey-títere al-Qadir del acoso de al-Mundir (rey de Lérida entre 1082 y 1090), que se había aliado de nuevo con Berenguer Ramón II de Barcelona para conquistar la rica taifa valenciana, en esta época un protectorado de Alfonso VI. El Cid logró repeler la incursión de al-Mundir de Lérida pero poco después el rey de la taifa leridana tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro (actual Sagunto), acosando otra vez peligrosamente a Valencia. Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro. Fruto de estos planes y acciones sería la posterior intervención cidiana en el Levante, que traería como resultado una sucesión encadenada de acciones bélicas que le llevarían a acabar por rendir la capital del Turia. Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro con el fin de expugnar al rey hudí de Lérida. Mientras Alfonso VI salió de Toledo en campaña hacia el sur, Rodrigo Díaz partió de Burgos, acampó en Fresno de Caracena y el 4 de junio de 1088 celebró la Pascua de Pentecostés en Calamocha y se dirigió de nuevo a tierras levantinas.
y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde se reunió de nuevo con al-Musta'in II y, juntos, tomaron la ruta deCuando llegó, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II, ahora aliado con al-Musta'in II de Zaragoza, a quien el Campeador había negado entregar la capital levantina en la campaña anterior. Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con al-Mundir de Lérida y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. Posteriormente, El Cid comenzó a cobrar para sí mismo las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI y estableció con ello un protectorado sobre toda la zona, incluida la taifa de Albarracín y Murviedro.
Sin embargo, antes de terminar 1088, se produciría un nuevo desencuentro entre el caudillo castellano y su rey. Alfonso VI había conquistado Aledo (provincia de Murcia), desde donde ponía en peligro las taifas de Murcia, Granada y Sevilla con continuas algaradas de saqueo. Entonces las taifas andalusíes solicitaron de nuevo la intervención del emperador almorávide, Yusuf ibn Tashufin, que sitió Aledo el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza y ordenó a Rodrigo que marchara a su encuentro en Villena para sumar sus fuerzas, pero el Campeador, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico o la decisión del Cid de evitar el encuentro. En lugar de esperar en Villena, acampa en Onteniente y coloca atalayas avanzadas en Villena y Chinchilla para avisar de la llegada del ejército del rey. Alfonso, a su vez, en lugar de ir al lugar de encuentro acordado, toma un camino más corto, por Hellín y por el Valle del Segura hasta Molina. En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro aplicándole además una medida que solo se ejecutaba en casos de traición, que conllevaba la expropiación de sus bienes; extremo al que no había llegado en el primer destierro. Es a partir de este momento que el Cid comenzó a actuar a todos los efectos como un caudillo independiente y planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey.
A comienzos de 1089 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro, lo que provocó que al-Qadir de Valencia pasara a pagarle tributos para asegurarse su protección.
A mediados de ese año amenaza la frontera sur del rey de Lérida al-Mundir y de Berenguer Ramón II de Barcelona estableciéndose firmemente en Burriana, a poca distancia de las tierras de Tortosa, que pertenecían a al-Mundir de Lérida. Este, que veía amenazados sus dominios sobre Tortosa y Denia, se alió con Berenguer Ramón II, quien atacó al Cid el verano de 1090, pero el castellano lo derrotó en Tévar, posiblemente un pinar situado en el actual puerto de Torre Miró, entre Monroyo y Morella. Capturó de nuevo al conde de Barcelona quien, tras este suceso, se comprometió a abandonar sus intereses en el Levante.
Como consecuencia de estas victorias el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península, estableciendo un protectorado sobre Levante que tenía como tributarios a Valencia, Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, Alpuente, Sagunto, Jérica, Segorbe y Almenara.
En 1092 reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella (actualmente La Carbonera, sierra de Benicadell), pero Alfonso VI había perdido su influencia en Valencia, sustituida por el protectorado del Cid. Para recuperar su dominio de esa zona se alió con Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II, y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona y la flota pisana y genovesa atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias y en verano de 1092 la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, había acudido antes por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid, pero la demora de la armada pisano-genovesa que debía apoyarle y el alto coste de mantener el sitio, obligó al rey al abandono de las tierras valencianas.
Rodrigo, que estaba en Zaragoza (la única taifa que no le tributaba parias) recabando el apoyo de al-Musta'in II, tomó represalias contra el territorio castellano mediante una enérgica campaña de saqueo en La Rioja. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente.
La amenaza almorávide fue la causa que definitivamente llevó al Cid a dar un paso más en sus ambiciones en Levante y, superando la idea de crear un protectorado sobre las distintas fortalezas de la región, sostenido con el cobro de las parias de las taifas vecinas (Tortosa, Alpuente, Albarracín, y otras ciudades fortificadas levantinas) decidió conquistar la ciudad de Valencia para establecer un señorío hereditario, estatus extraordinario para un señor de la guerra independiente en cuanto que no estaba sometido a ningún rey cristiano.
Tras el verano de 1092, con el Cid aún en Zaragoza, el cadí Ibn Ŷaḥḥāf, llamado por los cristianos Abeniaf, con el apoyo de la facción almorávide, promovió el 28 de octubre de 1092 la ejecución de al-Qadir, tributario y bajo la protección de Rodrigo, y se hizo con el poder en Valencia. Al conocer la noticia, el Campeador se encolerizó, regresó a Valencia a comienzos de noviembre y sitió la fortaleza de Cebolla, actualmente en el término municipal de El Puig, a catorce kilómetros de la capital levantina, rindiéndola mediado el año 1093 con la decidida intención de que le sirviera de base de operaciones para un definitivo asalto a Valencia.
Ese verano comenzó a cercar la ciudad. Valencia, en situación de peligro extremo, solicitó un ejército de socorro almorávide, que fue enviado al mando de al-Latmuní y avanzó desde el sur de la capital del Turia hasta Almusafes, a veintitrés kilómetros de Valencia, para seguidamente volver a retirarse. Ya no recibirían los valencianos más auxilio y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias del desabastecimiento. Según la Crónica anónima de los reyes de taifas:
El estrecho cerco se había prolongado por casi un año entero, tras el cual Valencia capituló el 17 de junio de 1094. El Cid tomó posesión de la ciudad titulándose «príncipe Rodrigo el Campeador» y quizá de este periodo date el tratamiento de que derivaría en «Cid».
De todos modos, la presión almorávide no cejó y a mediados de septiembre de ese mismo año un ejército al mando de Abu Abdalá Muhammad ibn Tāšufīn, sobrino del emperador Yusuf, llegó hasta Cuart de Poblet, a cinco kilómetros de la capital, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en batalla campal.
Ibn Ŷaḥḥāf fue quemado vivo por el Cid, quien se vengaba así de que asesinara a su protegido y tributario al-Qadir, pero aplicando también al parecer una costumbre islámica. Con el fin de asegurarse las rutas del norte del nuevo señorío, Rodrigo consiguió aliarse con el nuevo rey de Aragón Pedro I, que había sido entronizado poco antes de la caída de Valencia durante el sitio de Huesca, y tomó el Castillo de Serra y Olocau en 1095.
En 1097 una nueva incursión almorávide al mando de nuevo de Muhammad ibn Tasufin intentó recuperar Valencia para el islam, pero cerca de Gandía fue derrotado otra vez por el Campeador con la colaboración del ejército de Pedro I en la batalla de Bairén.
Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra. A fines de 1097 tomó Almenara, cerrando así las rutas del norte de Valencia y en 1098 conquistó definitivamente la imponente ciudad fortificada de Sagunto, con lo que consolidaba su dominio sobre la que había sido anteriormente taifa de Balansiya.
También en 1098 consagró la nueva Catedral de Santa María, reformando la que había sido mezquita aljama. Había situado a Jerónimo de Perigord al frente de la nueva sede episcopal en detrimento del antiguo metropolitano mozárabe o sayyid almaṭran, debido a la desafección que se había producido entre el Campeador y la comunidad mozárabe durante el sitio de Valencia de septiembre y octubre de 1094. En el diploma de dotación de la catedral de fines de 1098 Rodrigo se presenta como «princeps Rodericus Campidoctor», considerándose un soberano autónomo pese a no tener ascendencia real, y se alude a la batalla de Cuarte como un triunfo conseguido rápidamente y sin bajas sobre un número enorme de mahometanos. Como señala Georges Martin:
Establecido ya en Valencia, se alió también con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona, con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. El año de su muerte había casado a sus hijas con altos dignatarios: Cristina con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona y María con Ramón Berenguer III. Tales vínculos confirmaron la veracidad histórica de los versos 3.724 y 3.725 del Cantar de mio Cid «hoy los reyes de España sus parientes son,/ a todos alcanza honra por el que en buen hora nació». En efecto García Ramírez el Restaurador fue nieto del Cid y rey de Pamplona; asimismo, Alfonso VIII de Castilla era tataranieto del Campeador.
Su muerte se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099, según Martínez Diez, el 10 de julio. Alberto Montaner Frutos se inclina por situarla en mayo, debido a la coincidencia de dos fuentes independientes en datar su deceso en este mes: el Linaje de Rodrigo Díaz por una parte y por otra las crónicas alfonsíes que contienen la Estoria del Cid (como la Versión sanchina de la Estoria de España), que recogen datos cuyo origen está en la historia oral o escrita generada en el monasterio de San Pedro de Cardeña. No es impedimento que el monasterio conmemorara en junio el aniversario del Cid, pues es propio de estas celebraciones elegir la fecha del momento de la inhumación del cadáver en lugar de la de su muerte y, de todos modos, el dato lo transmite una fuente tardía de la segunda mitad del siglo XIII o comienzos del siglo XIV.
El Cantar, probablemente en la creencia de que el héroe murió en mayo, precisaría la fecha en la Pascua de Pentecostés con fines literarios y simbólicos.
Su esposa Jimena, convertida en señora de Valencia, consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo. Pero en mayo de 1102, ante la imposibilidad de defender el principado, la familia y gente del Cid abandonaron Valencia con la ayuda de Alfonso VI, tras desvalijar e incendiar la ciudad. Así, Valencia fue conquistada al día siguiente de nuevo por los almorávides y permaneció en manos musulmanas hasta 1238, cuando fue retomada definitivamente por Jaime I.
Rodrigo Díaz fue inhumado en la catedral de Valencia, por lo que no fue voluntad del Campeador ser enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña, a donde fueron llevados sus restos tras el desalojo e incendio cristiano de la capital levantina en 1102. En 1808, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron su tumba, pero al año siguiente el general Paul Thiébault ordenó depositar sus restos en un mausoleo en el paseo del Espolón, a orillas del río Arlanzón; en 1826 fueron trasladados nuevamente a Cardeña, pero tras la desamortización, en 1842, fueron llevados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en el crucero de la Catedral de Burgos.
Excepción hecha de los documentales de la época, algunos firmados por el propio Rodrigo Díaz, las fuentes más antiguas acerca del Campeador provienen de la literatura andalusí del siglo XI. Las obras más tempranas de que tenemos noticia sobre él no se han conservado, aunque se ha transmitido lo esencial de ellas a través de versiones indirectas. En las fuentes árabes se impreca generalmente al Cid con los apelativos de tagiya ('tirano, traidor'), la'in ('maldito') o kalb ala'du ('perro enemigo'); sin embargo, se admira su fuerza bélica, como en el testimonio del siglo XII del andalusí Ibn Bassam, única alusión en que la historiografía árabe se refiere al guerrero castellano en términos positivos; de todos modos Ibn Bassam habitualmente se refiere al Campeador con denuestos, execrándolo a lo largo de toda su Al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira... ('Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la Península') con las expresiones «perro gallego» o «al que Dios maldiga». He aquí el conocido pasaje en que reconoce su prodigiosa valía como guerrero:
Es de notar, asimismo, que nunca se le aplica en las fuentes árabes el sobrenombre de sidi (señor) —que entre los mozárabes o su propia mesnada (que contó con musulmanes) derivó a «Cid»—, pues era un tratamiento restringido a los dirigentes islámicos. En dichas fuentes se le nombra Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur ('Rodrigo el Campeador').
La Elegía de Valencia del alfaquí Al-Waqasi fue escrita durante el sitio de Valencia (inicios de 1094). Entre ese año y 1107 Ibn Alqama o el visir de al-Qádir Ibn al-Farach (según las últimas investigaciones) compone su Manifiesto elocuente sobre el infausto incidente o Historia de Valencia (Al-bayan al-wadih fi-l-mulimm al-fadih), que narra los momentos previos a la conquista de Valencia por el Cid y las vicisitudes del señorío cristiano. Aunque no se conserva el original, su relato ha sido reproducido de forma fragmentaria por varios historiadores árabes posteriores (Ibn Bassam, Ibn al-Kardabūs, Ibn al-Abbar, Ibn Idari, Ibn al-Jatib...) y fue utilizado en las crónicas alfonsíes, aunque en ellas no se tradujo la ejecución en la hoguera del cadí Ibn Yahhaf ordenada por Rodrigo Díaz.
Por último, y como se dijo arriba, en 1110 Ibn Bassam de Santarém dedica la tercera parte de su al-Yazira a exponer su visión del Campeador, de quien muestra las capacidades bélicas y políticas, pero también su crueldad. Comienza con la instauración de al-Qádir por Alfonso VI y Álvar Fáñez y culmina con la reconquista almorávide. A diferencia del Manifiesto elocuente..., que muestra una perspectiva andalusí, taifal, Bassam es un historiador proalmorávide, que desdeñaban a los reyezuelos taifas. Según la perspectiva de Ibn Bassam, los logros de Rodrigo se deben en buena medida al apoyo que le brindaron los musulmanes andalusíes, y a la inconstancia y disensiones de estos dirigentes.
En cuanto a las fuentes cristianas, desde la primera mención segura sobre el Cid (en el Poema de Almería, c. 1148) las referencias están teñidas de una aureola legendaria, pues en el poema sobre la toma de Almería por Alfonso VIII conservado con la Chronica Adefonsi imperatoris se dice de él que nunca fue vencido. Para noticias más fieles a su biografía real existe una crónica en latín, la Historia Roderici (c. 1190), concisa y bastante fiable, aunque con importantes lagunas en varios periodos de la vida del Campeador. Junto a los testimonios de historiadores árabes es la principal fuente sobre el Rodrigo Díaz histórico. Además, la Historia Roderici presenta a un Rodrigo Díaz no siempre alabado por su autor, lo que invita a pensar que su relato sea razonablemente objetivo. Así, comentando la razia del Campeador por tierras de La Rioja, el autor se muestra muy crítico con el protagonista, como se puede ver en la manera como describe y valora su razia por La Rioja:
A pesar de ello no deja de ser un texto destinado a exaltar las cualidades guerreras del Campeador, lo cual se refleja ya en su íncipit, que reza hic incipit (o incipiunt según otro manuscrito más tardío) gesta Roderici Campidocti ('aquí empieza' o 'empiezan las hazañas de Rodrigo el Campeador').
La literatura de creación pronto inventó aquello que se desconocía o completaba la figura del Cid, contaminando progresivamente las fuentes más históricas con las leyendas orales que iban surgiendo para ensalzarlo y despojar su biografía de los elementos menos aceptables por la mentalidad cristiana y el modelo heroico que se quería configurar, como su servicio al rey musulmán de Saraqusta.
Sus hazañas fueron incluso objeto de inspiración literaria para escritores cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, un himno latino escrito hacia 1190 en poco más de un centenar de versos sáficos que cantan al Campeador ensalzándolo como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.
En este panegírico ya no se encuentran registrados los servicios de Rodrigo al rey de la taifa de Zaragoza; además, se han dispuesto combates singulares con otros caballeros en sus mocedades para resaltar su heroísmo, y aparece el motivo de los murmuradores, que provocan la enemistad del rey Alfonso, con lo que el rey de Castilla queda exonerado en parte de responsabilidad en el desencuentro y destierro del Cid.
En resumen, el Carmen es un catálogo selecto de las proezas de Rodrigo, para lo cual se prefieren las lides campales y se desechan de sus fuentes (Historia Roderici y quizá la Crónica najerense) algaras de castigo, emboscadas o asedios, formas de combate que conllevaban un menor prestigio.
De esta misma época data el primer cantar de gesta sobre el personaje: el Cantar de mio Cid, escrito entre 1195 y 1207 por un autor con conocimientos legales de la zona de Burgos, Soria, la Comarca de Calatayud, Teruel o Guadalajara. El poema épico se inspira en los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, batalla con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados. La versión del Cid que ofrece el Cantar constituye un modelo de mesura y equilibrio. Así, cuando de un prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre, en esta obra el héroe se toma su tiempo para reflexionar al recibir la mala noticia del maltrato de sus hijas («cuando ge lo dizen a mio Cid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió», vv. 2827-8) y busca su reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar precipitadamente en las batallas cuando las circunstancias lo desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los «moros de paz» del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.
La literaturización y desarrollo de detalles anecdóticos ajenos a los hechos históricos también se da en las crónicas desde muy pronto. La Crónica najerense, todavía en latín y compuesta hacia 1190, ya incluía junto a los materiales provenientes de la Historia Roderici otros más fantasiosos relacionados con la actuación de Rodrigo persiguiendo a Bellido Dolfos en el episodio legendario de la muerte del rey Sancho a traición en el Cerco de Zamora, y que darían origen al no menos literario de la Jura de Santa Gadea. Unos años más tarde (hacia 1195) aparece el Linage de Rodric Díaz en aragonés, un texto genealógico y biográfico que recoge también la persecución y alanceamiento del Cid al regicida de la leyenda de Bellido Dolfos.
En el siglo XIII, las crónicas latinas de Lucas de Tuy (Chronicon mundi, 1236), y Rodrigo Jiménez de Rada (Historia de rebus Hispanie, 1243), mencionan de pasada los hechos más relevantes del Campeador, como la conquista de Valencia. En la segunda mitad de dicho siglo, Juan Gil de Zamora, en Liber illustrium personarum y De Preconiis Hispanie, dedica algunos capítulos al héroe castellano. A comienzos del siglo XIV, otro tanto hará Gonzalo de Hinojosa, obispo de Burgos, en Chronice ab origine mundi.
La sección correspondiente al Cid de la Estoria de España de Alfonso X de Castilla se ha perdido, pero la conocemos a partir de sus versiones tardías. Además de fuentes árabes, latinas y castellanas, el rey sabio tomaba los cantares de gesta como fuentes documentales que prosificaba. Las distintas reelaboraciones de las crónicas alfonsíes fueron ampliando el acopio de información y relatos de toda procedencia sobre la biografía del héroe. Así, tenemos materiales cidianos, cada vez más alejados del Rodrigo Díaz histórico, en la Crónica de veinte reyes (1284), Crónica de Castilla (c. 1300), la Traducción gallega (unos años más tarde), la Crónica de 1344 (escrita en portugués, traducida al castellano y posteriormente de nuevo rehecha en portugués alrededor del año 1400), la Crónica particular del Cid (siglo XV; con primera edición impresa en Burgos, 1512) y la Crónica ocampiana (1541), redactada por el cronista de Carlos I Florián de Ocampo. La existencia de los cantares de gesta de la Muerte del rey Fernando, el Cantar de Sancho II y la primitiva Gesta de las Mocedades de Rodrigo, ha sido conjeturada a partir de estas prosificaciones de la Estoria de España, análogamente a la versión en prosa que aparece allí del Cantar de mio Cid.
Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud, imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata cómo en sus años mozos se atreve a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. El último cantar de gesta le dibujaba un carácter altivo muy del gusto de la época, que contrasta con el personaje mesurado y prudente del Cantar de mio Cid.
Pero al perfil del Cid legendario le faltaba aún el carácter piadoso. La Estoria o Leyenda de Cardeña se encarga de darlo recopilando un conjunto de noticias elaboradas ad hoc por los monjes del monasterio homónimo acerca de los últimos días del héroe, el embalsamado de su cadáver y la llegada de Jimena con él al monasterio burgalés, donde quedó expuesto sentado por diez años hasta ser enterrado. Este relato, que incluye componentes sobrenaturales hagiográficos y persigue convertir al monasterio en lugar de culto a la memoria del héroe ya sacralizado, fue incorporado a las crónicas castellanas empezando por las distintas versiones de la Estoria de España alfonsí. En la Leyenda de Cardeña aparece por vez primera la profecía de que Dios concederá al Cid la victoria en la batalla aun después de su muerte.
Entre otros aspectos legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de San Pedro de Cardeña, algunos de los cuales se reflejan en el epitafio épico que ornaba su tumba, pudieron estar el utilizar a dos espadas con nombres propios: la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda perteneció a un rey de Marruecos y estaba hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) esta tradición ha propagado los nombres de sus espadas, de su caballo Babieca y de su lugar de nacimiento, Vivar, si no es que su origen es el propio Cantar de mio Cid, pues es la primera vez que aparecen las espadas, el caballo y el lugar de nacimiento.
A partir del siglo XV se va perpetuando la versión popular del héroe asentada sobre todo en el ciclo cidiano del romancero. Su juventud y sus amores con Jimena fueron desarrollados en numerosos romances con el fin de introducir el tema sentimental en el relato completo de su leyenda. Del mismo modo, se añadieron en ellos más episodios que le retrataban como un piadoso caballero cristiano, como el viaje a Santiago de Compostela o su caritativo comportamiento con un leproso, a quien, sin saber que es una prueba divina (pues es un ángel transformado en tullido), el Cid ofrece su comida y conforta. El personaje se va configurando, de ese modo, como perfecto amante y ejemplo de piedad cristiana. Todos estos pasajes formarán la base de las comedias del Siglo de Oro que tomaron al Cid como protagonista. Para dar unidad biográfica a estas series de romances se elaboraron compilaciones que orgánicamente reconstruían la vida del héroe, entre las que sobresale la titulada Romancero e historia del Cid (Lisboa, 1605), reunida por Juan de Escobar y profusamente reeditada.
En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras de teatro de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. En este material se basó también Lope de Vega para componer Las almenas de Toro. Pero la más importante expresión teatral basada en el Cid son las dos obras de Guillén de Castro Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid, escritas entre 1605 y 1615. Corneille se basó (por momentos al pie de la letra) en la obra del español para componer Le Cid (1636), un clásico del teatro francés. Hay que mencionar también, aunque no ha llegado a conservarse, la comedia El conde de las manos blancas o Las hazañas del Cid y su muerte, con la toma de Valencia, citada también como Comedia del Cid, doña Sol y doña Elvira, compuesta por el dramaturgo caraceño Alfonso Hurtado de Velarde, que falleció en 1638 y estaba especializado en el género denominado comedia heroica.
El siglo XVIII fue poco dado a recrear la figura cidiana, excepción hecha del extenso poema en quintillas de Nicolás Fernández de Moratín «Fiesta de toros en Madrid», en que el Cid lidia como hábil rejoneador en una corrida andalusí. Este pasaje se ha considerado fuente del grabado n.º 11 de la serie La tauromaquia de Goya y su interpretación de la historia primitiva del toreo, que remitía a la Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España (1777) del mismo escritor, que convertía al Cid, también, en el primer torero cristiano español. El Cid aparece también en una obra de teatro de la Ilustración, La afrenta del Cid vengada de Manuel Fermín de Laviano, pieza escrita en 1779 pero representada en 1784 y obra significativa por cuanto se trata de la primera que se inspira en el texto del Cantar de mio Cid publicado por Tomás Antonio Sánchez en 1779.
Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo el romancero y las comedias barrocas: ejemplos de la dramaturgia del siglo XIX son La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla, una especie de extensa paráfrasis de todo el romancero del Cid en aproximadamente diez mil versos. También fueron recreadas sus aventuras en novelas históricas a lo Walter Scott, como en La conquista de Valencia por el Cid (1831), del valenciano Estanislao de Cosca Vayo. El romanticismo tardío escribió profusamente reelaboraciones de la biografía legendaria del Cid, como la novela El Cid Campeador (1851), de Antonio de Trueba. En la segunda mitad del siglo XIX el género deriva a la novela de folletín, y Manuel Fernández y González escribió una narración de este carácter llamada El Cid, al igual que Ramón Ortega y Frías.
En el ámbito teatral, Eduardo Marquina lleva al modernismo este asunto con el estreno en 1908 de Las hijas del Cid
Una de las magnas obras del poeta chileno Vicente Huidobro es La hazaña del Mío Cid (1929), que como él mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta».
A mediados del siglo XX el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid. En 2019 lo hizo también Arturo Perez Reverte en Sidi y el historiador David Porrinas, en ese mismo año, actualiza su biografía con El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.
En el siglo XX se realizaron modernizaciones poéticas del Cantar de mio Cid, como las debidas a Pedro Salinas, Alfonso Reyes, Francisco López Estrada o Camilo José Cela.
Las ediciones críticas más recientes del Cantar han devuelto el rigor a su edición literaria; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos, editada en 1993 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica, y revisada en 2007 y en 2011 en ediciones de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores: la última, además, cuenta con el aval de la Real Academia Española.
En 1979, Crack, grupo de rock progesivo español publica su disco "Si Todo Hiciera Crack" en el que se incluye el tema "Marchando una del Cid", inspirado en la leyenda de Rodrigo y más específicamente en su destierro y últimos días.
Escribe un comentario o lo que quieras sobre El Cid (directo, no tienes que registrarte)
Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)