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Historia del País Vasco



La historia del País Vasco cubre el periodo desde que las tribus vasconas se asentaron en el extremo nororiental de la franja cantábrica hasta la sociedad posindustrial moderna de nuestros días. El artículo parte de una concepción amplia del País Vasco, como territorio en el que se ha hablado euskera —en el País Vasco francés (Baja Navarra, Labort y Sola) y el norte de España (Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra).

Algunas hipótesis apuntan a que han habitado la zona que ocupan actualmente desde el Neolítico.[1]​ Como en todos los casos en que esta se remonta a tiempos en los que no hay registros, existen numerosas hipótesis sobre su origen y hasta la fecha ninguna de ellas es concluyente.

Aunque sí numerosos estudios recientes en la segunda y primera década de los 2000, concluyen con datos ya etnográficos que la última glaciación arrojó al indocaucásico a Europa central y sur siendo parte del poblamiento de España por diversas rutas y en una segunda ruta de descenso de grupos trashumantes huyendo de las condiciones extremas de frío hacia Europa proveniente de la Glaciación del Doggerland actual Mar de Blanco y Canal de la Mancha habría posibilitado en zonas de caminos de hielo el poblamiento de Europa desde las Landeres Británicas y tierras altas hasta el norte de Alemania, Francia y norte de España en consecutivas rutas descendentes y asentamientos hasta el norte de España y siendo la base inicial de los grupos humanos de la Aquitania antigua incluido el País Vasco.

La característica de poseer una lengua aislada y sin relación con sus vecinas y que parece no tener relación con las que llegaron a Europa por las emigraciones indoeuropeas,[1]​ ha hecho que la búsqueda de su origen, el de la lengua y el de los hechos culturales y característicos que los puedan definir como «pueblo», se haya convertido en un reto para muchos estudiosos y haya dado lugar a muchas más tesis que lo que suele ser habitual, muchas de ellas sin rigor científico alguno y otras basadas en diferentes pruebas y hallazgos.

Algunos quieren ver en su lengua, el euskera, el hilo conductor que nos lleva hasta sus orígenes y conforma, con sus modificaciones e influencias, su relación con otros pueblos y otras culturas que, a través de los tiempos, han ido pasando por sus tierras llegando incluso a sustituir a su lengua en diferentes periodos históricos en algunos de los territorios que han venido ocupando.

El origen de los vascos sigue siendo fuente de muchas hipótesis. La lengua vasca, el euskera, es para algunos autores el hilo conductor que permite investigar sus orígenes y que confirma, por sus modificaciones e influencias, las relaciones de los vascos con los pueblos que han atravesado sus tierras a lo largo de la historia.[2]

Son varias las hipótesis, más o menos fundadas y trabajadas, que se mantienen sobre esta cuestión. Principalmente se conocen cuatro:

Análisis genéticos, especialmente aquel promovido por la National Geographic Society con su Proyecto Genográfico, podrán agregar elementos adicionales para descubrir el origen de la población vasca. A medida que un mayor número de Vascos ordenen análisis de sus muestras genéticas, la identidad de la rama vasca se irá haciendo más clara dentro del contexto del árbol genético global de migraciones.

En 2001, un estudio científico publicado por la cadena de televisión inglesa BBC reveló que vascos y celtas son «genéticamente hermanos de sangre».[16][17]​ A esta conclusión ha llegado un equipo de investigadores de la University College London (UCL) que, después de haber analizado y comparado los modelos genéticos de vascos, celtas de Gales y celtas de Irlanda, ha concluido que son «increíblemente similares».[18]

Según la teoría del profesor Stephen Oppenheimer de la Universidad de Oxford , el investigador David Goldstein de la University College London y el lingüista alemán Theo Vennemann tanto los habitantes de Irlanda como los de Gran Bretaña (especialmente los de Gales y Escocia) tendrían su origen en el País Vasco y sus antepasados vascos habrían viajado hace 16 000 años por tierra hacia el norte cruzando Las Landas, Aquitania y Bretaña a las Islas Británicas durante la Glaciación,[19]​ época en la que el nivel del mar era más bajo que el actual y las actuales Islas Británicas estaban unidas al continente europeo, lo que habría hecho posible dicha migración.[20]

Oppenheimer indicó que se realizó una investigación con 10 000 habitantes de las Islas Británicas, entre el 95 % y el 58 % del componente genético de estos voluntarios coincidía con la de los vascos, lo que echaba por tierra la teoría de que los habitantes de las Islas Británicas eran descendientes genéticos directos de los celtas.

El 90 % del componente genético de los voluntarios irlandeses correspondía con el de los vascos, el 80 % del de los galeses, y el 70 % del de los escoceses e ingleses. Por lo tanto, serían dos tercios de los habitantes de esas islas los que tendrían un origen común con los vascos. Más tarde se dieron las invasiones de vikingos y normandos a las Islas Británicas de los cuales sus actuales habitantes, especialmente los ingleses y parte de los escoceses, serían sus descendientes un 5 % de los vikingos y 5 % de los normandos.[21]

Según Dan Bradley, genetista de la Universidad Trinity College de Dublín, «hay una concordancia significativa entre los orígenes genéticos irlandeses y vascos».[17]​ En palabras de dicho investigador, «cuando se mira a todos estos elementos en su conjunto empieza a observarse una imagen que nos deja ver que, a lo largo de toda la costa atlántica de Europa -que incluye más o menos todas las áreas celtas y la zona pirenaica, incluyendo Euskal Herria- se producen amplias similitudes tanto en el cromosoma Y como en el ADN mitocondrial y, hasta cierto punto, también en el de algunos grupos sanguíneos: por ejemplo, el grupo O. De entre los diversos haplogrupos de ADN mitocondrial que se encuentran en Europa, existiría un vínculo entre el haplogrupo H de ADNmt -mtDNA-, el idioma vascuence, y una línea femenina de cuya presencia en la Península ibérica y Cerdeña habría huellas desde hace unos 15 000 años.[22]​ Debido a que se produce una repetición constante, esto significa que es muy improbable que sea un resultado erróneo, lo cual nos hace ver que hay ciertas similitudes en el área. Esto requiere una explicación y es muy difícil de descubrir cuál es la correcta, porque estamos mirando al pasado y no podemos volver a él. Pero hay algunas ideas. Una de ellas es que hace mucho tiempo, cuando surgieron las poblaciones celtas del oeste europeo, quizás esos pobladores procedían del sur del continente. La otra posibilidad es que, en la antigüedad, el mar no era visto como un impedimento para comunicarse, sino como una oportunidad. Si miramos al suroeste de Irlanda, su zona más accesible por mar es por el suroeste de la isla de Gran Bretaña, Bretaña y la bahía de Vizcaya».[17]

Si la hipótesis válida fuese que los vascos llegaron a Europa con los Cro-Magnon[cita requerida], en tiempos prehistóricos estarían establecidas en toda Europa una serie de tribus que hablaban lenguas de una misma familia lingüística (lo que se ha dado en llamar el protovasco) y tenían relación cultural entre sí. Si lo fuese la de la expansión vascona en los años oscuros, los vascos no ocuparon todo lo que actualmente se define como Euskal Herria hasta el siglo VI o V a. C. Las otras hipótesis son intermedias. Sin embargo, hoy en día se desconoce cuál es la válida.

Según los historiadores romanos Estrabón, Plinio el Viejo, Pomponio Mela, Lucio Floro o Silio Itálico, la zona estaba habitada en tiempos prerromanos por diversas tribus cuyo idioma y filiación nos son desconocidos. Solo de los aquitanos hay constancia de que hablaban vascuence. La distribución de tribus y las zonas ocupadas por várdulos, caristios y autrigones varían según cada historiador. La distribución de Ptolomeo, la más completa, era la siguiente:

Otros colocan a cántabros y vascones como tribus fronterizas, y para otros, entre vascones y cántabros solamente estaban los várdulos. Plinio dice que Portus Ammanus (la romana Flaviobriga y la actual Castro-Urdiales) era una ciudad várdula, lo que se contradice claramente con la distribución de Ptolomeo. Aunque hay diversas teorías que consideran que los vascones se extendieron por los territorios vascongados (de ahí el término) y que por esa razón se habla euskera y se mezclaron con los celtas que huían de la presión romana en el Ebro, creando los dialectos del euskera.

Los territorios de estas tribus estaban políticamente repartidos en diferentes conventos jurídicos de Hispania y la Galia. Los vascones dependían administrativamente del convento caesaraugustano, cuya capital era la actual Zaragoza. Los várdulos, caristios y autrigones dependían del convento cluniense, cuya sede estaba en Clunia, en la provincia de Burgos. Y los aquitanos estaban incluidos en la Galia.

No hay más noticias de várdulos, caristios y autrigones, hasta que en el siglo IX se menciona por primera vez a Castilla, antes llamada Bardulia.

El territorio vascón se vio profundamente implicado en las Guerras Sertorianas. Sertorio se traslada en el año 77 a. C. al valle del Ebro e instala su cuartel en Osca (actualmente Huesca) y ese mismo año, atravesando el paso de Perthús, llega Cneo Pompeyo, enviado por Roma, quien consigue la simpatía de muchos vascones, especialmente en la zona del Ebro. Esto provoca que ciudades próximas tomen partidos diferentes: mientras Calagurris (actual Calahorra) se mantiene fiel a Sertorio, Gracurris apuesta por Roma, siendo la zona del Ebro la más convulsionada por los enfrentamientos entre los dos bandos.

En el invierno del año 75 a. C., Pompeyo funda la ciudad de Pompaelo (actual Pamplona). Sertorio es asesinado a traición en Osca el año 72 a. C., quedando como última plaza fiel al ideal de Sertorio. Este asedio, realizado por Afriano, general de Pompeyo, duró hasta el año 67 a. C., llevando a sus habitantes hasta el extremo de tener que recurrir a comerse los cadáveres.

Cinco de los treinta y cuatro caminos del itinerario de Antonino pasaban por territorio vascón, siendo el más importante el XXXIV que unía Astúrica (Astorga) con Burdigalia (Burdeos) pasando por Velegia, Veleia y Pompaelo (Pamplona) junto al que recorría el valle del Ebro uniendo Deobriga con Caesaraugusta (Zaragoza) pasando por Calagurris (Calahorra), Graccurris (Alfaro) y Cascantum (Cascante). Pompaelo se unía con la costa y los pasos pirenaicos así como con la vía de Caesaraugusta en Graccurris. Varias vías secundarias unían la calzada XXXIV con los puertos costeros del Cantábrico.[23]

Se tiene constancia de la presencia de vascones en el Ejército romano al menos desde el siglo I a. C., tanto en cohortes como en las legiones y en los pretorianos. Igualmente se sabe de la existencia de cohortes de vascones; La Cohors II Vasconum Civium Romanorum estuvo destinada en Germania. Esta cohorte fue posteriormente destinada a Britania y el año 156 a la Mauritania Tingitana. Augusto tuvo su guardia personal formada por vascones y berones calagurritanos, que fueron licenciados tras vencer a Marco Antonio. La costumbre de guardias personales formadas por hispanos fue muy común entre los generales, debido a su fides y devotio hacia su jefe.




No hay casi noticias históricas del territorio vascón (ni de casi toda la costa cantábrica) a partir del hundimiento del Imperio romano y la invasión de los pueblos germánicos.

El hecho es que de ser un área aislada dentro de un gran imperio, los vascones pasan a encontrarse en la zona fronteriza entre dos belicosos vecinos. Los reinos franco y visigodo. Esta zona se convierte en un territorio de alto valor estratégico deseado por ambos contendientes.

El accidentado territorio vasco es ideal para el bandidaje y la guerrilla, por lo que es posible que los vascos sobrevivieran a pesar de sus opresivos vecinos. Simplemente se fueron a las montañas y esperaron ahí hasta que la amenaza desapareciese.

La caída del Imperio romano dio paso a los asentamientos y posteriores reinos visigodo y franco y a la implantación en Francia del Ducado de Vasconia.[24]​ Este ducado, creado por los reyes francos, ocupaba la Novempopulania romana, en las Galias, y llegó a tener una cierta independencia de los francos cuando se unió al Ducado de Aquitania.

El la península, el rey godo Leovigildo funda Victoriacum, que se cree que se trata del actual Bitoriano, pueblo a día de hoy perteneciente a la cuadrilla de Zuia (Álava) en el año 581.[25]​ El caso de Pamplona es un tema políticamente polémico. Pese a haber sido sede episcopal de la iglesia visigoda,[26]​ activa intermitentemente, y la confirmación de noticias de presencia visigoda en determinados períodos (Leovigildo en 581 y presencia de un obispo de Pamplona en el concilio toledano de 589, renovación de las murallas por Wamba en 674, etc.), la principal necrópolis descubierta en Pamplona, llamada confusamente "visigoda", apunta a un elemento mayoritariamente vasco-aquitano.[27]

Domuit vascones es una expresión latina traducida como "dominó a los vascones". Cierta historiografía afirma que esta frase se aplicaba a todos los reyes godos en sus crónicas, lo que significa que en realidad no lograron dominar a los vascones, pero diversos historiadores han puesto en duda que esa expresión proceda de crónicas antiguas ya que no ha sido encontrada en ninguna.

Según el historiador Armando Besga, la frase podría datar de 1931, cuando fray Bernardino de Estella escribe en uno de los clásicos de la historiografía nacionalista, la Historia Vasca:

Sin embargo nunca existieron esos cronicones de los reyes godos ni nunca escribió esas palabras Isidoro de Sevilla, a quien también se las atribuyen. Como resume Armando Besga, doctor de la Universidad de Deusto, «aunque parezca increíble, lo cierto es que la dichosa expresión domuit vascones no aparece ni una sola vez en las fuentes de la época de los reinos germánicos, lo que demuestra cómo se ha hecho una parte de la historia de los vascones que, además, ha trascendido mucho».[28]

Recientemente, Miguel Izu ha ofrecido otra explicación sobre el origen de esta frase y que la sitúa en 1877.[29]Francisco Navarro Villoslada en la introducción de Amaya o los vascos en el siglo VIII escribe:

Según Izu, probablemente con esa locución latina Navarro Villoslada se tomara una licencia literaria para hacer un resumen de las noticias históricas sobre las guerras entre godos y vascones y reflejar su idea, tomada de autores como José de Moret o Fermín Gonzalo Morón, de que los vascones no fueron nunca sometidos, pero la expresión se asume como un hecho histórico por los autores posteriores y se adorna con otros datos igualmente ficticios. Autores fueristas como Arturo Campión, Hermilio de Oloriz, Eugenio Urroz, y luego el citado Bernardino de Estella, difunden la supuesta cita.

En el siglo VIII, tras la invasión musulmana proveniente del sur, solamente la cornisa norte quedó fuera de su alcance debido a su difícil orografía y poco interés para los conquistadores, a pesar de haberla sometido (Asturias y Cantabria). Poco se sabe de las zonas costeras y occidentales actualmente vascas durante esta época.

Los musulmanes llegaron a lo que hoy es Navarra, casi de inmediato a la entrada en la península, en 714 y ese mismo año Pamplona capituló por acuerdo con las fuerzas atacantes. Los musulmanes controlaron de ese modo el paso de los Pirineos, del cual se valieron para lanzar expediciones militares a través de los Pirineos.

Las primeras noticias de resistencia en zona periférica al Pirineo Occidental y Central, datan del período posterior a la derrota musulmana de Poitiers, en el que tenemos noticia de una avanzadilla "franca" (probablemente vasco-aquitana, 734) en posesión de Pamplona, así como de un posterior ataque de Abd al-Malik al otro lado de los Pirineos y su posterior derrota por sus pobladores.

En 778, el ejército de Carlomagno sufrió un duro revés en Roncesvalles, dando lugar al famoso «Cantar de Roldán».. Se desconoce quiénes fueron los atacantes, y los historiadores manejan tres hipótesis. La primera dice que una coalición de vascones y musulmanes; la segunda, una combinación de vascones de ambas laderas del Pirineo y, la tercera, vascones ultrapirenaicos descontentos con el fortalecimiento del régimen franco en Aquitania. Hay otras como que fueron sólo musulmanes, que es la que canta la francesa Canción de Roldán.

Se cree que tras la abortada toma de posesión de Zaragoza, el Emperador, con temor de exponer la seguridad del Ejército Franco que se reunificó tras las tomas de Pamplona y Barcelona en sus retaguardias, decidió allí mismo regresar a Francia por la zona menos expuesta a un encuentro con fuerzas cordobesas por el Levante. Tras cruzar el Pirineo, fue lo más probable, como así ya habían hecho en otros lugares y posteriormente tratarían allí mismo, el establecer alguna guarnición en Pamplona como marca o avanzada militar para en lo sucesivo proteger los pasos y el puerto principal a un acceso musulmán o desde donde lanzar otra tentativa. Sería esta "Retaguardia" y su noble gobernante, quizás el duque en la frontera bretona, Hruodaland, Roland o Roldán precisamente por estar experimentado en zonas limítrofes también, los que arrasaran Pamplona o serían masacrados tras Roncesvalles, aunque no necesariamente en el Puerto. Lo que no haría desistir a los francos de ocupar la Plaza permanentemente, en futuras incursiones.

La versión vasca es la que sigue:

Al producirse las primeras revueltas del litoral cantábrico circa 722 (Batalla de Covadonga, expulsión del gobernador Munuza), los territorios peninsulares occidentales quedan pronto incorporados al Reino de Asturias, mientras que los peninsulares orientales y los continentales permanecen semiautónomos dentro del Ducado de Vasconia (englobado al mismo tiempo dentro de la alianza vasco-aquitana). Tras la conquista de Aquitania por Pipino el Breve, Carlomagno fue anexionando territorios pirenaicos a su incipiente imperio, que formaron parte de la Marca Hispánica.

En el primer cuarto del siglo IX Íñigo Arista funda, a partir de la parte navarra de la Marca Hispánica, el Reino de Pamplona.

La península ibérica en el año 910

La península ibérica en el año 1000

La península ibérica en el año 1035

La península ibérica en el año 1037

La península ibérica en el año 1150

La península ibérica en el año 1190

La península ibérica en el año 1360

La península ibérica en el siglo XV

Los vascos tomaron parte activa en la Reconquista. Las tierras fronterizas de Álava fueron ocupadas, y los reyes llamaban a los vascos para colonizar nuevos territorios.

Participaron en las expediciones castellanas, y los marineros vascongados tomaron parte activa en la conquista de Andalucía.[31]

A lo largo de la Edad Media había ido formándose una sociedad muy compleja en la que los linajes feudales habían ido perdiendo importancia en favor de las actividades y los sectores sociales ligados a las villas. Estas eran núcleos de población urbanos establecidos en virtud de una Carta Puebla otorgada por el Rey o por el Señor en la que se fijaban los derechos y deberes de sus residentes, mayoritariamente dedicados a actividades relacionadas con el comercio y la industria. El proceso, que comenzó a finales del siglo XI en Navarra, se aceleró en los siglos siguientes hasta culminar en los últimos años del siglo XIII con la fundación de numerosas villas vizcaínas. La mayor parte de las Cartas Pueblas se inspiraron en los fueros municipales de Jaca, de 1063, y de Logroño, otorgado en 1095. Ambos, además de garantizar la libertad de comercio dentro de la villa, otorgaban a sus moradores importantes garantías judiciales que los ponía a salvo de las arbitrariedades de la justicia feudal que imperaba en el campo.

El conflicto con los intereses de los Parientes Mayores o Ahaide Nagusiak, cabezas de los antiguos linajes que dominaban el mundo rural, no se hizo esperar y desembocó en las llamadas Guerras de bandos, manifestación de un conflicto que se dio por las mismas fechas (siglos XIV y XV) en otras partes de Europa y que no hacía sino expresar las tensiones que acompañaron el nacimiento del Mundo Moderno.

Desde el punto de vista político-institucional, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, tras oscilar a lo largo de la Edad Media entre las órbitas navarra y castellana, se integraron en la Corona de Castilla en diferentes momentos de la historia, conservando sus propias leyes e instituciones. Navarra, por su parte, tuvo su propia evolución como reino independiente, a caballo entre Castilla, Aragón y Francia, pero su debilidad entre vecinos tan poderosos, especialmente tras la unficación de las Coronas de Aragón y Castilla con los Reyes Católicos y el complicado juego de alianzas e intereses internacionales tejidos por Fernando, desembocó en la ocupación de la parte peninsular del Reino de Navarra por un ejército castellano-aragonés en 1512 y su incorporación forzosa primero a Aragón y a la muerte de Fernando II de Aragón, a la Corona de Castilla. Solo la Merindad de Ultrapuertos se mantuvo teóricamente como reino independiente con su capital en Pau, aunque sometida a los Reyes de Francia hasta que un descendiente de los últimos reyes de Navarra se convirtió en Enrique IV, Rey de Francia y Navarra e iniciador de la Dinastía de Borbón.

En el siglo IX surge el reino de Pamplona bajo la influencia del reino franco, los cuales crearon la Marca Hispánica desde la actual Navarra hasta el Mediterráneo como tapón frente a los musulmanes y como vía de mejor influencia en la zona. Íñigo Arista (816-852) fue elegido jefe (buruzagi) para luchar contra los francos y fue coronado como rey de Pamplona. Este reino, más tarde transformado en Reino de Navarra, se alió con el reino muladí (indígenas convertidos) de los Banu Qasi (descendientes del hispano-latino Conde Casio), cuya capital era Tudela y no dependía de Córdoba; sellaron su alianza mediante matrimonios cruzados. El reino de Pamplona se extendió hacia el Sur hasta el río Ebro.

En la segunda mitad del siglo IX y siglo X se establece el Reino de Pamplona que, al igual que los condados resultantes de la división de la Marca Hispánica y que el Reino de Asturias, se configura como elemento, a veces de oposición y otras de cooperación con la zona islámica, instalado en el territorio de la monarquía visigoda; las relaciones navarras con la familia muladí de los Banu Qasi fueron muy estrechas durante su inicio.

Existen algunos trabajos que pretenden aproximarse a la vida cotidiana de los vascos en la Edad Media.[32][33]

Sancho Garcés junto con Ordoño II de León conquistaron Nájera y en 924, su hijo, García Sánchez creó el Reino de Nájera-Pamplona, desarrollando una labor de repoblación y favorecimiento de las nuevas tierras y de los monasterios allí existentes.

Sancho Garcés II, su sucesor, y García Sánchez II "el Temblón" se ven obligados a capitular ante Almanzor y a pagar tributos al Califato de Córdoba.

Con Sancho III el Mayor (1004-1035) el reino de Nájera-Pamplona alcanza su mayor extensión territorial, abarcando casi todo el tercio norte peninsular. En la reorganización del reino, se supone que creó el vizcondado de Labort,[34]​ entre 1021 y 1023, con residencia del vizconde en Bayona y el de Baztán hacia 1025.

Algunos autores defienden que, a la muerte del duque Sancho Guillermo, duque de Vasconia, el 4 de octubre de 1032, extendió su autoridad sobre la antigua Vasconia ultrapirenaica comprendida entre el Pirineo y el Garona, como comenzó a ser mencionado en sus documentos.[35]​ Otros autores, como Armando Besga, opinan lo contrario[36]

Se puede decir que Sancho III realizó el primer Imperio Hispánico y fue denominado Rex Ibericus y Rex Navarrae Hispaniarum.

Antes de morir (1035) dividió sus territorios entre sus hijos: su primogénito, García, reinó en Pamplona y heredó algunas tierras en Aragón y Castilla; Fernando obtuvo gran parte del condado de Castilla; Ramiro recibió tierras en Aragón y en Navarra, y Gonzalo en el Sobrarbe y otros puntos distantes de Aragón. De este reparto surge la nueva estructura política del siglo XII con los reinos de Navarra, Aragón y Castilla.

El reino de Nájera-Pamplona está incorporado entre 1076 y 1134 en la corona aragonesa, de la que se separa en el reinado de García Ramírez.

En el de Sancho el Sabio (1150-1194) pasa a llamarse Reino de Navarra y sigue la pérdida territorial.

En 1200, bajo el reinado de Sancho el Fuerte (1194-1234), pierde Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado, que es conquistada por el monarca castellano Alfonso VIII, ayudado por gran parte de la baja nobleza alavesa (logran tomar Vitoria, tras un largo asedio que duró siete meses, con un ejército compuesto en su mayoría por alaveses) y mandado por el señor de Vizcaya. En Guipúzcoa, pacta su integración en Castilla, aprovechando las desavenencias del pueblo con la nobleza (el rey castellano fundará numerosas villas como compensación) y el Duranguesado, una vez anexionado, es entregado al Señor de Vizcaya como recompensa por los servicios prestados en la Batalla de Las Navas de Tolosa.

Navarra, separada ya de los otros territorios peninsulares vascos, se ve obligada a orientar su política de expansión hacia el norte y este, territorios franceses de Ultrapuertos y la franja fronteriza con Aragón.

La presión de Castilla y Aragón hacen que, buscando la supervivencia del reino, a la muerte de Sancho VII el Fuerte en 1234 sin descendencia, este entre en la órbita de Francia con la instalación de la casa de Champaña (1234-1274) y, posteriormente, de los Capetos (1274-1328).

La casa de Évreux (1328-1425) inaugura una etapa de interesantes relaciones peninsulares y europeas, sobre todo con Carlos II. Carlos III el Noble (1387-1425) destaca por la prosperidad material y cultural que se desarrolló, que al contrario que sus antecesores vivió y gobernó en Navarra centrándose en la política interna. Leyes como el Privilegio de la Unión (que puso fin a la guerra entre burgos pamploneses) y el Fuero General de Navarra hizo que se ganase el aprecio de los navarros.

Al iniciarse la Reconquista, según la Crónica de Alfonso III parte de los territorios de la actual Vizcaya quedan bajo la influencia del Reino de Asturias, estos eran las zonas de Carranza, Sopuerta y el oeste del Nervión y habían sido repoblados con huidos de la invasión musulmana mientras que en la llamada "Vizcaya nuclear" no se registraron asentamientos de este tipo. No se sabe bajo qué jurisdicción estaban los demás territorios vizcaínos. Según señala el Códice Rotense, hacia 920 hay constancia del matrimonio entre un hijo de un conde vizcaíno, el conde Momo, con la hija del rey de Pamplona Sancho Garcés I.[23]

Tras la anexión del condado de Castilla por Sancho III el Mayor (1029), Vizcaya queda bajo la influencia navarra. En 1040 era Señor de Vizcaya Íñigo López Ezquerra, primer señor de Vizcaya que gobernaba la Vizcaya nuclear (sin las Encartaciones ni el Duranguesado). El regicidio de Peñalén en 1076 (donde se asesinó al rey de Pamplona-Nájera Sancho Garcés IV) marcó un punto de inflexión al marcar la desintegración del reino pamplonés. Íñigo López se sitúa bajo la influencia política del rey castellano Alfonso VI pasando de esta forma a vincularse con Castilla. En agradecimiento es nombrado primer Señor de Vizcaya, título otorgado con carácter hereditario.

Lope Íñiguez, hijo de Íñigo López, reunió en sus manos el Señorío de Vizcaya, el condado alavés y la tenencia guipuzcoana que mantuvo hasta 1093. Su hijo, Diego López I, adquirió la tenencia de Haro pasando a añadir el locativo Haro a su apellido.[23]

En 1135 la Vizcaya nuclear vuelve a estar bajo órbita navarra en el marco de las guerras que se dieron a raíz de la ruptura matrimonial de la hija de Alfonso VI de Castilla, Urraca, con el rey navarro Alfonso I el Batallador. El señorío se situó de parte castellana pero El Batallador resultó triunfante en 1124 pasando a su dominio.

Sancho VII el Fuerte perdió el dominio sobre Vizcaya en 1180, cuando pasó definitivamente a pertenecer a Castilla siendo Señor de Vizcaya Diego López de Haro II quien lo convirtió en un señorío jurisdiccional, padrimonial y hereditario.[23]

Las Encartaciones siguen en el Reino de Castilla y se van incorporando a Vizcaya en diferentes fases: Santurce y Solajuela lo hacen en el siglo XI, Somorrostro y Carranza en el XII, Lanestosa en el XIII y Valmaseda en el XIV. El Duranguesado sigue en el Reino de Navarra hasta que en 1200 pasa a ser castellano. Alfonso VIII de Castilla lo cede en 1212 al Señor de Vizcaya, Diego López II de Haro, como recompensa por los servicios prestados en la batalla de Las Navas de Tolosa.[23]

Inicialmente en el Reino de Asturias, y en el caso de Álava, luego en el de León, fue absorbida por el reino de Navarra y, en 1200, pasó a formar parte del reino de Castilla, después de la conquista de Vitoria por parte de Alfonso VIII, según se aprecia en las actas castellanas tituladas "Narración de la Toma de Vitoria y Guipúzcoa Año 1199". Según éstas, la toma de Vitoria habría sido llevada a cabo por gran parte de la población que hoy formaría la provincia de Álava, lo que se debería al apoyo de la nobleza baja de Álava. Las tropas eran mandadas por el Señor de Vizcaya.

El paso de Álava a depender de la Corona castellana se dio en 1332 con el pacto denominado voluntaria entrega que se realizó entre la Cofradía de Arriaga y el rey Alfonso XI de Castilla. En este pacto se ponen las bases del futuro político del territorio y de su fuero. La Cofradía solicitó al rey 21 peticiones que fueron aceptadas por éste. Esto estableció una soberanía compartida entre el monarca y los señores del sistema feudal.[23]

En Guipúzcoa, al igual que Álava, pasó a formar parte del reino de Castilla en 1200. En este caso el rey castellano usó una estrategia contraria a la alavesa y, en lugar de asegurarse la lealtad de la nobleza, se aseguró la lealtad de la población que estaba sometida a la nobleza, de ahí que los reyes castellanos crearan numerosas villas (aldeas donde el alcalde tenía jurisdicción civil y penal). Así pues, en solo 30 años los reyes de Castilla crearon más de cuatro villas.

No hay constancia de que haya habido acuerdo entre los señores de Guipúzcoa y el rey castellano. Este asunto ha sido muy debatido sin que se haya llegado a poder definirlo fehacientemente. Según las capitulaciones de 1200 los guipuzcoanos pasaban a ser vasallos del rey de Castilla integrándose voluntariamente. Hay otra versión que señala que Guipúzcoa se confederó a Castilla por lo que sus habitantes no eran vasallos reales.[23]

Los marinos guipuzcoanos y vizcaínos, integrados junto a sus vecinos cántabros en la Hermandad de las Marismas, mantuvieron relaciones comerciales con Flandes y tuvieron constantes enfrentamientos con los comerciantes de Bayona, llegando muchas veces a saqueos y enfrentamientos armados. El poder de esta hermandad era tal que se permitían establecer pactos con los reyes de Inglaterra.

Los territorios vascos franceses quedan integrados en el carolingio Condado de Gascuña en 781 y se integraron en el ducado de Aquitania en 1063. Como parte de Aquitania, pasaron a depender de la Corona de Inglaterra en 1152.

La actual Baja Navarra fue entregada a mediados del siglo XI al reino de Navarra. Esta medida no fue aceptada por los barones locales, que se mantuvieron en rebeldía hasta que en 1191 Ricardo Corazón de León se la entregó nuevamente al rey de Navarra.

Bayona estuvo dominada por los normandos entre 846 y 982.

Hacia el final de la Edad Media, con la muerte de Carlos III "El Noble" entró la inestabilidad dinástica con las casas de Foix y Albret. Juan II de Aragón fue rey de Navarra hasta que murió su mujer y titular de la corona Blanca I de Navarra. Al morir el tronó se disputó entre su viudo Juan II y su hijo Carlos de Viana ente dos bandos navarros. El bando agramontés apoyó a Juan II de Aragón mientras que el beaumontés al Príncipe de Viana. A pesar de que ganó, este último murió en extrañas circunstancias y el trono recayó en su hermana Leonor de Foix, mientras que Juan II al volver a casarse perdía sus derechos en el trono navarro. Fernando el Católico (hijo de Juan II de Aragón) consiguió ocupar militarmente Navarra con la ayuda esta vez del bando beaumontés, mientras que, al contrario que la anterior guerra, el bando agramontés apoyaba a los reyes de Navarra Juan de Albret y Catalina de Foix.

En 1512, un ejército castellano entra en Navarra por el oeste al mando de Fadrique Álvarez de Toledo, II duque de Alba, y la mayor parte del Reino de Navarra resulta invadida militarmente. Previamente, el monarca aragonés había conseguido del Papa Julio II la proclamación de una bula, la Pastor Ille Caelestis, que excomulgaba a los aliados del rey francés, como enemigos de la Liga Santa. La firma del Tratado de Blois, con el que los reyes navarros pretendían asegurarse la neutralidad en la guerra entre Francia y Castilla, sirvió como pretexto a Fernando el Católico para invadir Navarra, como aliada supuestamente de los franceses.

Posteriormente en una segunda bula, en 1513, denominada Exigit Contumacium, la casa de Albret quedaba desposeída de su reino y se liberaba a los súbditos navarros del juramento de fidelidad a sus reyes, quedando el reino a merced de quien primero lo tomara.

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Según algunos historiadores, como Arturo Campión, esta bula era falsa, mientras que muchos otros historiadores sostienen la veracidad de la bula pontificia, como el historiador navarro Víctor Pradera en su libro "Fernando el Católico y los falsarios de la historia" cuya versión ha sido luego corroborada por varios historiadores, como José Mª Lacarra, Boissonade, Jaime del Burgo o Luis Suárez Fernández. Otros autores como Jon Oria, no dudan de la vercidad de las bulas pero alegan que presentan "indicios de una manipulación" realizada por el papado o por Aragón.

La importancia de la citada bula reside en que no era "justa causa" de guerra para la época que un rey conquistara otro reino católico, pero una vez promulgada la bula, los reyes de Navarra eran considerados como "príncipes", desposeídos de sus territorios y se eximía a sus súbditos de rendirles obediencia, por lo que el rey castellano podía hacerse "justamente" con sus territorios.

En 1513, las Cortes de Navarra, estando solo los Beaumonteses, nombran a Fernando rey de Navarra. En 1515, las Cortes de Castilla anexan Navarra a la Corona de Castilla por el Tratado de Burgos, con un régimen foral especial. En esta reunión no estuvo ningún navarro presente.[38]

Posteriormente, primero Juan de Albret y Enrique II de Navarra intentaron recuperar Navarra en tres ocasiones, en 1512, en 1516 y en 1521, cuando reinaba ya Carlos I de España. En esta última ocasión se consiguió recuperar en poco tiempo todo el reino, gracias al alzamiento generalizado de los navarros de toda Navarra. Posteriormente el 30 de junio de 1521 se produjo la Batalla de Noáin donde la derrota de las tropas franco-navarras determinó el destino de Navarra. Aún se produjeron dos focos de resistencia. Uno en la Batalla de Amaiur (1522), donde hoy un monolito recuerda la batalla, y el fin de la independencia de Navarra, y otro, hasta febrero de 1524, en el Castillo de Fuenterrabía.[39][40]

En 1524, la Navarra peninsular, manteniéndose como reino, quedó consolidada en la corona de Castilla. Carlos I se retiró definitivamente en 1530 de la Baja Navarra, tras resultar infructuosas sus incursiones en ese territorio, aunque nunca se firmó un tratado de paz entre Castilla y Navarra.

El Reino de Navarra bajo dominio de la casa de Foix, se redujo a los territorios al norte del Pirineo (Baja Navarra). En 1594 Enrique de Navarra fue coronado rey de Francia tras su conversión al catolicismo, siendo el primer Borbón que accedía al trono francés (fue entonces cuando dijo la célebre frase de París bien vale una misa, haciendo hincapié en el motivo de su conversión). Desde Enrique IV hasta Luis XVI los reyes de Francia tomaron el título de Rey de Francia y de Navarra.

Tras la Revolución francesa el Reino de Navarra quedó disuelto en la República Francesa.

Las tierras navarras quedaron así divididas entre España y Francia, hasta hoy en día.

Los vascos de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava, que ya estaban integrados en la Corona de Castilla, siguen con un amplio grado de autogobierno: los fueros daban a cada región vasca leyes locales, impuestos y tribunales independientes. Estos fueros eran diferentes para cada región. Por ejemplo, en el Señorío de Vizcaya, eran diferentes para las Encartaciones, la Tierra Llana (que tenía el llamado fuero de Vizcaya), la ciudad (Orduña) y las villas (que tenían sus propios fueros, siendo el de Bilbao y Bermeo el fuero de Logroño). Los vizcaínos y guipuzcoanos reciben del rey la hidalguía universal, que significa que tanto unos como otros, pasan a ser considerados hidalgos por el hecho de ser vizcaínos o guipuzcoanos.

Su historia está ligada a la del resto de España, teniendo una importante participación en la conquista y colonización de América. La Casa de Contratación prefería los barcos de los astilleros del Cantábrico, por su solidez y buenas condiciones marineras, para las flotas de Indias.

También participaron en casi todas las acciones navales de la incipiente Armada de España, como en las expediciones a Italia del Gran Capitán, la Batalla de la Isla Terceira, la Armada invencible, etc.

Colaboraron con las tropas de Fernando el Católico en la Conquista de Navarra y en las acciones militares que fueron consecuencia de la misma.

Hacia el final del siglo XVI, los marineros vascos enseñaron a los holandeses el empleo del arpón para la caza de ballenas.

La Revolución francesa llevó a España a la Guerra del Rosellón o de la Convención (1793), durante la cual, tras unos éxitos españoles iniciales en los que se tomó el Rosellón, las tropas francesas, al mando del general Dugommier, consiguen recuperar el Rosellón en las campañas de 1794 y 1795 tras las batallas de Tec (28 de abril), Albere (30 de abril) y Boulou (1 de mayo) y penetran en Cataluña, Vascongadas y Navarra, llegando a ocupar Miranda de Ebro.

El 2 de agosto de 1794 las tropas francesas cercaron las Provincias Vascongadas y en 36 horas llegaron a San Sebastián sin encontrar resistencia. Manuel Godoy (Manuel Godoy, Memorias del Príncipe de la Paz) dice:

Días después vizcaínos y alaveses se rendían en masa y el 26 de agosto el alcalde declaraba no la prometida república sino la sumisión total a Francia, ya que al ser reclamada la misma, Salbert Pinet, comisionado de Napoleón, ordenó el encarcelamiento de 40 de ellos.

Con la firma del tratado de Paz de Basilea (22 de julio de 1795) se da fin al conflicto. En ella se establece que a cambio de la retirada de las tropas francesas de tierras vascongadas se había de entregar la Isla de Santo Domingo, y por la liberación de los 40 guipuzcoanos encarcelados se permitía además a Francia ciertos derechos sobre caballos andaluces y ganado ovino durante 5 años.

La Reforma protestante fue aceptada por parte de los vascos, apoyada por Margarita de Angulema y su hija Juana de Albret, reinas de Baja Navarra. El hugonote vasco Joannes Leizarraga Lermanda tradujo en 1571 al vascuence, el Nuevo Testamento.

En el siglo XVI, una burguesía vascohablante imprimió en Bayona libros en vascuence, casi todos sobre temas cristianos. Sin embargo, como el protestantismo era perseguido por la Inquisición española y, en el nordeste, el rey protestante navarro se convirtió al catolicismo para ser el rey Enrique IV de Francia, tanto la reforma como la publicación de textos vascuences duró poco.

En el siglo XVI el hambre y la miseria se apoderaron del País Vasco francés, comenzó también una época de persecución a supuestas brujas en todo el territorio. Las acusaciones que se realizaron en el Parlamento de Burdeos motivaron el envío a Labort del consejero Pierre de Lancre. Este, arrancando confesiones mediante torturas, hizo quemar alrededor de 200 mujeres, niños y sacerdotes. Pierre de Lancre fue el responsable de la caza de brujas en Labort. Pensaba que las mujeres son de naturaleza pecaminosa, y que son tan peligrosas que jamás sería capaz un juez en solitario de juzgar a una mujer, porque los hombres son débiles. Decía que se necesitaría un tribunal compuesto por muchos hombres.

Sin embargo, tras superar los desastres sufridos, en el siglo XVII se vivió una especie de renacimiento. Entre otras cosas, Rabelais publicó su Gargantua y Pantagruel y Bernat Dechepare escribió el primer texto impreso en euskera.

El autogobierno de las provincias vascas del norte tuvo su fin con la Revolución francesa, que centralizó el gobierno y abolió todos y cada uno de los privilegios locales que garantizaba el Ancien Régime. Algunos vascos se vieron forzados a tomar posturas contrarrevolucionarias, mientras que otros, como Dominique Joseph Garat, participaron activamente en la Revolución.

Más adelante, cuando los ejércitos napoleónicos invadieron España y el Reino de Navarra, encontraron casi desde el principio fuerte resistencia, aunque ha sido habitual dar por supuesto lo contrario. Como los franceses entraron en el territorio como aliados del gobierno español, fueron bien recibidos. Las primeras tropas cruzaron el Bidasoa en otoño de 1807, teóricamente rumbo a Portugal. Al cabo de un par de meses los franceses comenzaron a ocupar todo el territorio vasco, provocando una creciente desconfianza. El punto de inflexión fue la toma a traición de la Ciudadela de Pamplona, en febrero de 1808. A partir de aquel momento empezaron acciones de guerrilla a pequeña escala contra los franceses, patrón de conducta que se repitió en otras provincias españolas. Surgieron guerrilleros, como Gaspar de Jáuregui “el Pastor”, que llegó a mandar a tres mil hombres y alcanzó el grado de coronel y al que se le unió el joven Zumalacárregui que luego sería una de las máximas figuras de las guerras carlistas.[41]​ De los cuatro batallones iniciales en la guerra de la Independencia uno era solo vasco[cita requerida].

Posteriormente, en el País Vasco y Navarra se dio también el movimiento guerrillero contra Napoleón, en Guipúzcoa destaca la figura del Cura Santa Cruz y en Navarra la de Francisco Espoz y Mina.

La última parte de España en la que se mantuvieron los franceses fueron las provincias vascongadas (véase: batalla de Vitoria). La invasión acabó el 31 de agosto de 1813 con la expulsión de los franceses de San Sebastián por parte del ejército aliado anglo-luso, que tal y como había hecho anteriormente, procedió a cometer el llamado incendio de San Sebastián, siendo la ciudad saqueada por las tropas anglo-lusas durante tres días, sufriendo la población civil las consecuencias de los robos, asesinatos y violaciones cometidas, siendo incendiada y destruida a continuación. Ese mismo día tuvo lugar en Irún la denominada batalla de San Marcial en los altos del mismo nombre, y que enfrentó al VI ejército español al mando del general Freire y a tropas napoleónicas al mando del Mariscal Soult. Después de un día entero de sangrientos combates la batalla terminó con la victoria de las armas españolas. En dicha batalla se distinguieron los dos batallones de voluntarios de Guipúzcoa al recuperar la zona que rodea la ermita de San Marcial cuando el enemigo estaba a punto de ganar la contraescarpa de dichos altos y rebasar el centro del dispositivo del VI Ejército. Dichos batallones tuvieron bajas que alcanzaron el 50% en algunas compañías.[42]

Durante las varias guerras civiles que sufrió España en el siglo XIX, los fueros fueron defendidos por los tradicionalistas y nominalmente absolutistas carlistas, mientras que las luego victoriosas fuerzas constitucionalistas se oponían a ellos.

Los carlistas reclamaban la corona de España para Carlos, el cual había prometido defender el sistema foral vasco y navarro.

Fruto de la influencia de la Iglesia Católica, y temiendo que bajo la igualadora constitución liberal los fueros fueran eliminados, los vascos españoles de las zonas rurales se unieron masivamente al ejército tradicionalista, al cual pagaban en gran medida los gobiernos de las provincias vascas. Así, en un diálogo de Un Faccioso más y algunos Frailes menos, el autor, Benito Pérez Galdós, pone en boca de uno de sus personajes:

"....el Sr. D. Carlos Navarro, nuestro valiente amigo, llegó anteanoche de su excursión por el reino de Navarra y por Álava y Vizcaya. Es un guapo sujeto. Dice que en todo aquel religioso país hasta las piedras tienen corazón para palpitar por D. Carlos, hasta las calabazas echarán manos para coger fusiles. Las campanas allí, cuando tocan a misa dicen «no más masones» y el día en que haya guerra los hombres de aquella tierra serán capaces de conquistar a la Europa mientras las mujeres conquistan al resto de España... Bueno, muy bueno... ¿Con que usted desea ver a ese señor? Le prevengo a usted que está oculto...."

Por otro lado, las fuerzas del ejército isabelino tuvieron apoyos vitales en las grandes ciudades (como Bilbao), así como de los británicos (cuya legión irlandesa, el “Tercio”, fue prácticamente aniquilada por los carlistas en la batalla de Oriamendi por los franceses (con una importante legión argelina) y por legiones portuguesas, ya que estos gobiernos apoyaron a Isabel contra los carlistas.

Durante la Primera Guerra Carlista, al aumentar entre los carlistas las diferencias entre los bandos Apostólico (el bando oficial) y Navarro (el bando de base vasca), estos últimos firmaron un armisticio en el que los Isabelinos prometían mantener los fueros. El Convenio de Vergara, firmado el 31 de agosto de 1839 y escenificado con el abrazo entre los generales Espartero, liberal, y Maroto, carlista, ante los batallones de ambos ejércitos, puso fin a las hostilidades. En su artículo 1º el Convenio decía literalmente: El Capitán General D. Baldomero Espartero recomendará con interés al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los Fueros.... El resto de los artículos regulaba las condiciones en que los soldados carlistas podían regresar a sus casas y sus oficiales integrarse en el ejército liberal.

Pese a una redacción tan ambigua y tan poco comprometedora para el jefe del ejército victorioso, el 25 de octubre de 1839 la Reina sancionaba una Ley cuyo artículo 1º confirmaba los Fueros de las Provincias Vascongadas y de Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía. El 2º comprometía al Gobierno a escuchar a los representantes de las Provincias antes de proceder a las modificaciones que se considerasen necesarias. No obstante, la amenaza que podía suponer tal redacción para la continuidad del sistema foral, la élite dominante en el País (compuesta por los liberales fueristas que dominaban los centros urbanos y por los propietarios agrícolas que, pese a su ideología conservadora, supieron adaptarse al final del Antiguo Régimen) consideró confirmados los Fueros en todos sus extremos y dedicó sus mejores esfuerzos a dilatar primero y a impedir después las negociaciones con el Gobierno Central para la prevista modificación foral. En adelante, tal ley sería designada por los representantes de las Provincias como Ley Confirmatoria de los Fueros.

La subida al poder de los progresistas tras 1841 trajo consigo algunos cambios impuestos por la fuerza, como la supresión de las aduanas interiores y su traslado a la costa, el establecimiento de juzgados de primera instancia y otros de menor importancia, como la denominación de Gefe Político o Gobernador al antiguo Corregidor. Todos ellos fueron recibidos con protestas, pero, especialmente en el traslado de las aduanas, pronto quedó claro que resultaban beneficiosos para el desarrollo de los negocios comerciales e industriales, sobre todo en Bilbao y San Sebastián.

Tras la caída de Espartero en 1843 y el ascenso de los moderados la situación mejoró para los fueristas. Conservadores todos ellos, les resultó fácil llegar a un acuerdo tácito que permitía que el control de la situación en el País Vasco recayera en el mismo tipo de gente que ahora disfrutaba del poder en Madrid, tanto frente a los progresistas como frente a los carlistas. Tal acuerdo no solo permitió que se mantuviesen las Juntas Generales y las Diputaciones Forales (auténtico esqueleto del sistema foral) sino que los mismos Ayuntamientos siguiesen siendo elegidos del modo tradicional, lo que ponía a todos los organismos de poder local y provincial en manos de la referida élite. Además, y es un elemento esencial, el mantenimiento de las instituciones forales daba una legitimidad añadida al ejercicio del poder por parte del citado grupo social frente a una población que había apoyado mayoritariamente, sobre todo en el campo, al bando tradicionalista. Cuando tales argumentos no bastaban para convencer a sus interlocutores moderados en Madrid, los representantes de las Provincias no dudaban en acudir a una supuesta amenaza de una nueva sublevación carlista para conseguir sus objetivos.

Por lo que se refiere a Navarra, allí las cosas se aclararon antes. Cansados los representantes del viejo Reino de las tácticas dilatorias utilizadas por las otras provincias, se apresuraron a llegar a un acuerdo con el Gobierno Central que se tradujo en la llamada Ley Paccionada de 16 de agosto de 1841. Aunque se implantase el mismo régimen jurídico que imperaba en el resto de España (con lo que se perdía capacidad legislativa) se mantenía un cierto autogobierno financiero.

A lo largo de los años que van entre 1845 y 1868 se asiste, pues, a una extraña situación por lo que se refiere al sistema foral de las tres Provincias Vascas. La amenaza nunca concretada de la modificación de los Fueros por parte del Gobierno Central coexiste con el mayor grado de desarrollo alcanzado nunca por el sistema foral, especialmente en lo concerniente a las Diputaciones Forales.

Por lo que se refiere a la situació económica y social, en los años anteriores a la Tercera Guerra Carlista se asiste a los primeros pasos en el camino de la moderna industrialización. Al mismo tiempo que continúan y se desarrollan las actividades tradicionales del comercio y la artesanía en las ciudades, van apareciendo las primeras fábricas: Santa Ana de Bolueta, a las afueras de Bilbao, en la que se instaló el primer horno alto para fundir mineral de hierro, aunque todavía funcionaba con carbón vegetal, y la fábrica Nuestra Señora del Carmen, instalada por los Ybarra en el Desierto de Baracaldo, núcleo inicial de lo que legarían a ser los Altos Hornos de Vizcaya. También en estos años comenzó a explotarse de forma sistemática los yacimientos de mineral de hierro, aunque habrá que esperar al último cuarto de siglo para que despegue la industrialización.

Tras la Revolución Gloriosa y la caída de Isabel II, comienza el Sexenio Revolucionario en el que se aprueba una nueva Constitución y se nombra a Amadeo de Saboya nuevo Rey. Enfrentados a la monarquía y prácticamente fuera del sistema quedaron, en primer lugar, los carlistas, cuya fuerza había crecido en paralelo a los enfrentamientos habidos entre la Iglesia y el Estado por el tratamiento de la cuestión religiosa en la Constitución. Estaban divididos en dos tendencias, una partidaria de la vía parlamentaria (los neocatólicos dirigidos por Cándido Nocedal) y otra más proclive a la insurrección armada y al abandono de las vías legales. Finalmente, en medio de un periodo político turbulento, fue esta última la que se impuso, lo que daría lugar al comienzo de una nueva Guerra Civil en 1872 que duraría hasta 1876, la Tercera Guerra Carlista.

La Tercera Guerra Carlista tuvo lugar fundamentalmente en el País Vasco. En los territorios ocupados por los carlistas se desarrolló incluso un embrión de Estado, con su administración, sus impuestos, su Boletín Oficial, etc. Al igual que había ocurrido en la Primera Guerra Carlista, si bien el campo era mayoritariamente carlista, los núcleos de población más importantes (entre ellos las capitales de los territorios) permanecieron bajo el control de los liberales, apoyados por la población burguesa y por una parte importante de los artesanos.

La guerra acabó en 1876 cuando, ya con Alfonso XII en el trono, el reorganizado ejército liberal pudo acabar con los últimos núcleos de resistencia calistas, especialmente tras la sangrienta Batalla de Somorrostro.

Pese a la reiterada protesta de los liberales vascos, que intentaron separar el futuro del Régimen Foral de la derrota carlista, Cánovas hizo aprobar la Ley de 21 de julio de 1876, abolitoria del Régimen Foral, por la que se extendían a las Provincias Vascongadas las obligaciones de pagar impuestos y acudir a las quintas y reemplazos en el Ejército. La misma ley autorizaba al Gobierno a introducir las reformas que considerase oportunas en el sistema foral. La resistencia a estas medidas, que llegó a la desobediencia civil por parte de las Juntas y Diputaciones Forales, hizo que el Gobierno disolviera estas instituciones al año siguiente, y estableciese en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya las Diputaciones Provinciales, en principio con las mismas atribuciones que las de cualquier otra provincia.

Sin embargo, la supresión de los Fueros no significó la igualación absoluta con el resto de España. Cánovas era perfectamente consciente de que no podía enfrentarse definitivamente con los sectores burgueses de las Provincias Vascongadas, que eran parte esencial de los apoyos con que había de contar el nuevo régimen de la Restauración. Así, si bien desapareció el relativo autogobierno que permitía el sistema foral, se concedía a las nuevas Diputaciones la facultad de negociar con la hacienda estatal la fijación de un cupo, o cantidad que habrían de entregar al Estado por los impuestos concertados con este. Dicho de otra manera, como se desconocía el valor exacto de la riqueza de las Provincias, se calculaba una cantidad global que las Provincias deberían pagar en concepto de los impuestos correspondientes. Además, el Estado reconocía a las Diputaciones el derecho a cobrar y gestionar sus propios impuestos (principalmente impuestos indirectos destinados a beneficiar la inversión) para hacer frente al pago del cupo. Los impuestos no concertadosse cobrarían como en las demás provincias.

El primer Concierto Económico se aprobó en 1878 y el cálculo del cupo se hizo a la baja, procediéndose por comparación con otras provincias cuya riqueza se suponía similar a la de los antiguos territorios forales. Esto, al coincidir con el período de gran crecimiento económico (el último cuarto del siglo XIX es el momento de arranque de la industrialización) permitió a las Diputaciones vascas, sobre todo la vizcaína, contar con una masa de recursos que posibilitó su intervención en campos y competencias fuera del alcance de las Diputaciones de régimen común.

Por si todo ello fuera poco, la facultad de fijar los impuestos para obtener el cupo permitió a las Diputaciones de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya optar por una política fiscal basada en los impuestos indirectos aplicados a los productos de primera necesidad y de más consumo (alimentos, bebidas, combustible) lo que repercutió más en los sectores sociales más desfavorecidos, que vieron aumentar de forma notable los precios de los artículos básicos. Con los ingresos así obtenidos pudieros las Diputaciones desarrollar una política en beneficio de los grupos sociales que tenían su control, favoreciendo de paso el proceso de industrialización.

Tras la aprobación del Concierto, las quejas por la abolición foral quedaron limitadas a los carlistas y a un sector minoritario de la burguesía, que, en todas las Provincias, siguió pidiendo la reintegración foral plena. Este es el caso de la Sociedad Euscalerría de Bilbao, entre cuyos miembros se contaba desde un antiguo Diputado General como Fidel de Sagarmínaga hasta un empresario como Ramón de la Sota, que tanta importancia tendría algunos años más tarde en la evolución del Partido Nacionalista Vasco.

Los sectores oligárquicos que se beneficiaron del Concierto apoyaron a los partidos dinásticos, conservador y liberal, en el País Vasco. Su único punto de desacuerdo fue el relativo a la necesidad de establecer un sistema fuertemente proteccionista que protegiese a los industriales de la competencia exterior, objetivo que conseguirían en 1891. Utilizando diferentes medios, que iban desde la compra de votos a las amenazas de despido, consiguieron disputar a los carlistas los puestos de diputados a Cortes, sobre todo por algunos distritos de Vizcaya.

En las ciudades vascas, que estaban experimentando un importante proceso de crecimiento al calor de la industrialización (especialmente en Bilbao) los sectores politizados, minoritarios en su conjunto, repartían su apoyo entre los grupos ajenos al régimen: republicanos y socialistas, a los que más adelante se uniría el Partido Nacionalista Vasco.

El campo vasco, y Navarra en su conjunto, siguió apoyando mayoritariamente a los carlistas, que pese haber sido derrotados en la guerra mantuvieron su presencia política y consiguieron la mayoría de las actas de diputados en todas las elecciones.

La revolución industrial tuvo influencia manifiesta en el País Vasco. La riqueza de sus minas y la pureza de su mineral atrajeron a los inversores ingleses que, primero, explotaron las minas de hierro para llevar el mineral a Inglaterra y, luego, montaron las plantas siderúrgicas en la margen izquierda de la ría del Nervión.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX surge en Vizcaya un gran dinamismo emprendedor que dio lugar a grandes empresas que se extendieron por toda España. Nombres como Horacio Echevarrieta, Pedro Pascual Gandarias y su hijo Juan Tomás Gandarias, Urquijo, Durañona, Ybarra, Aguirre, Ampuero... se implicaron en industrias de todo tipo invirtiendo en minas, siderurgia, navieras, bienes de equipo, explosivos, urbanismo, producción energética, ferrocarriles, sector financiero... llegando a controlar, entra estas familias afincadas en el barrio de Neguri de Guecho, en los años 30 del siglo XX las tres cuartas partes del acero y la mitad del hierro que se producían en España.[43]

Como ejemplo del dinamismo emprendedor de la plutocracia vizcaína se puede señalar que en 1921 cuatro miembros de la familia Ybarra ocupaban 46 puestos en diferentes consejos de administración de las más importantes empresas españolas entre las que están Altos Hornos de Vizcaya, Sociedad Española de Construcción Naval, Compañía Marítima del Nervión, Sociedad Española de Minas del Rif, Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, Hidroeléctrica Española, Babcock & Wilcox y Banco de Vizcaya[44]

El poder económico llevaba al poder político y las familias de la plutocracia vizcaína ocuparon cargos de importancia y relevancia en todas las esferas políticas, desde la administración local hasta la estatal.

Entre las familias que conformaron el núcleo de la plutocracia vizcaína asentada en Neguri destacan las siguientes:

Ligada al desarrollo siderúrgico y al financiero y de seguros. Presencia en empresas como BBVA y Privanza (Axa Aurora seguros).

Familia vinculada al Banco Bilbao y a empresas navieras, cementeras y bodegas además de producción eléctrica (Ibardrola).

Familia ligada a las empresas del papel (Papelera Española, Cellophane Española, Unión Resinera y luego Scott) y a empresas como Papelera del Cadagua, Compañía del Ferrocarril de Santander a Bilbao, la Sociedad de Plomos y Estaños Laminados y Terrenos de Neguri. También han tenido una amplia representación en el consejo del BBVA.

Basterra La familia Basterra está fuertemente vinculada con empresas como BBVA, Viscofan e Iberdrola. José María de Basterra y Ortiz del Campo fue un destacado empresario vasco que participó en la fundación del Banco de Vizcaya, y su primo José María de Basterra y Madariaga, fue uno de los arquitectos más importantes de Bilbao, destacando especialmente su obra como arquitecto diocesano en Bilbao y la provincia de Vizcaya.

Vinculados con la siderurgia y edición de prensa. Destacan empresarios como Pedro Chalbaud Errazquin, cofundador junto a Nobel de Sociedad Española de la Pólvora Dinamítica-Privilegios Nobel. La familia residía en el palacio de Santa Clara, situado en Neguri.

Relacionados con el sector del vidrio (Vidrala). Isidoro Delclaux Aróstegui fue uno de los principales impulsores de la economía vizcaína.

Los Echevarrieta tienen a Horacio Echevarrieta Marauri como principal exponente junto a su padre Cosme Echevarrieta Lascurain. Muy implicada en la minería y la construcción naval aunque con participaciones en todo tipo de empresas desde el sector inmobiliario al transporte aéreo (fue uno de los fundadores de Ibaria). En sus astilleros de Cádiz los Echevarrieta y Larrinaga, se construyó el submarino E-1, el primer submarino moderno de la historia y el barco Juan Sebastián Elcano.

Los Gandarías estuvieron relacionados con el sector minero y metalúrgico, fundaron Altos hornos de Vizcaya, aunque participaron en toda clase de industria. Lograron controlar toda al cadena del hierro, desde su extracción en las mimas hasta su manufacturación y participaron en todas las empresas y sectores que estuvieran relacionados.

Lezama-Leguizamon Familia vinculada históricamente a la minería y apellido que da nombre a uno de los palacios de Neguri y a un polígono industrial.

Vinculada principalmente con el sector químico con empresas como Sefanitro, Petronor, Compañía Española de Plásticos, Española de Zinc y Andaluza de Piritas entre otras muchas. José Lipperheide Henke nació en Alemania en 1906 y a los 17 años se trasladó a Vizcaya con su familia, fue un incesante creador de empresas.

Familia de comerciantes que se introdujo en la industria armera. Participó en el BBVA y en Metrovacesa.

Rotaeche

Los Rotaeche participaron en la construcción de profusas obras de ingeniería en Bilbao y en industrias de numerosos sectores. También vinculados con el Palacio Zubiate, la Torre de Aranguren, y otros solares de carácter residencial.

Vinculada al comercio, minería y navieras. Suya fue la naviera Sota y Aznar y Compañía Euskalduna de Construcción y Reparación de Buques. También participaron en la fundación del Banco del Comercio, de la Sociedad de Seguros La Polar y la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo. Participaron en otras muchas empresas.

Participaron en numerosas industria de todos los sectores, financiero, minero, siderúrgico, energético, medios de comunicación... Una rama de la familia se trasladó a Andalucía donde emprendió también muchos negocios y empresas.

Tomás de Zubiría e Ybarra fue llamado por Miguel de Unamuno "conde siderúrgico" en relación a que fue nombrado conde por su actividad en ese sector. Los Zubiría participaron en los sectores de siderurgia, metalurgia y construcción naval.[43]

La incipiente industria requería mucha mano de obra. A finales del siglo XIX, la inmigración, procedente de otros lugares de España, es muy alta, lo que hace que se cree un contraste cultural fuerte.

Hasta entonces, las personas de recursos que podían estudiar debían ir a las universidades castellanas y solían hablar un buen castellano, mientras que los que no estudiaban no sabían hablarlo. Esto hacía que el hecho de hablar castellano denotara una clase social superior y, por el contrario, el no saberlo era sinónimo de pertenencia al mundo rural. Los emigrantes, que llegaban a estas tierras a buscar el sustento hablando castellano, mostraron a los oriundos que no era cuestión de lengua la posición social y trajeron, además, las ideas de izquierdas que acompañaron al nacimiento de la revolución industrial, marcando la lucha de clases y pidiendo la unidad de los proletarios.

La estructura social vasca de carácter conservador y muy apegado a la tradición y a la religión se vio alterada por las incipientes ideas que trajo el movimiento obrero. En ciertos lugares como Éibar donde se había desarrollado desde tiempo inmemoriales una rica actividad industrial basada en el hierro, cuajaron rápidamente las nuevas ideas que se enfrentaron a las tradicionales. En otros se dieron sucesos de huelgas y luchas donde la población fue abriéndose a los nuevos pensamientos y tomando conciencia de la nueva sociedad que estaba surgiendo, ejemplo de ello es la huelga de los obreros eibarreses de "Esperanza y Unceta" realizaron en el otoño de 1913 en Guernica.[45]

El nacionalismo vasco nace en Bilbao a fines del siglo XIX con Sabino Arana, cuya obra surge en un momento de crisis de la sociedad tradicional vasca debido, por un lado, a la abolición del sistema foral tras la Tercera Guerra Carlista, y por otro a las profundas transformaciones socioeconómicas que trae la industrialización.

Estos aspectos son claros en la propia bibliografía de Sabino Arana. Su padre, propietario de unos pequeños astilleros que construían barcos de madera, tuvo que exiliarse al finalizar la Tercera Guerra Carlista por su participación en la misma al lado del pretendiente, y su empresa no fue capaz de hacer frente a la nueva situación creada por la proliferación de buques con casco de acero. El fundador del nacionalismo vasco se educa, pues, en un medio en el que están muy presentes los traumas producidos por la realidad en que se envuelve el País Vasco en el último cuarto del siglo XIX.

Numerosos autores han señalado la importancia de estos hechos en la obra de Sabino Arana, cuya teoría política parece reflejar la sensación agónica de estar presenciando la desaparición de un mundo que se quisiera preservar.

Junto a estos factores, otro rasgo destaca en la obra y en la vida de Sabino Arana: el integrismo religioso, último motor de su pensamiento hasta el extremo de llevarle a posiciones que harían difícil, en un primer momento, la expansión de sus ideas entre una sociedad como la bilbaína, relativamente moderna y liberal.

El énfasis que Sabino Arana pone en la independencia, de Vizcaya primero y de Euzkadi después, nace tanto del fuerismo histórico que desde el siglo XVI justifica las peculiaridades vascas en la idea de la independencia originaria frente a las diferentes invasiones de la Península (Romana, Visigoda, Árabe) como de la necesidad de separarse de un país, España, corrupto por liberal e irreligioso:

El lema adoptado por Sabino Arana (Jaungoikua eta Lagi-zarra, Dios y Ley Vieja) le sirve para articular su pensamiento. Dios es el elemento central del pensamiento sabiniano. La independencia se hace necesaria para conseguir la salvación de Euskeria y España es odiada porque corrompe a los vascos. La raza vasca no debe mezclarse con la española para así salvaguardar sus caracteres de raza cristiana, por lo que la lengua vasca ha de ser utilizada para evitar el contagio:

Lagi-zarra supone volver a alcanzar la independencia política de unos territorios que no son España ni por raza ni por lengua. Para Sabino Arana la raza, expresada en los apellidos, es el elemento que define la nación y la lengua es la barrera frente a lo extranjero, lo maketo, por lo que en el País Vasco solo ha de utilizarse la lengua vasca por los naturales del país:

El integrismo religioso latente en las propuestas políticas de Arana queda de manifiesto en el propio lema sabiniano, al enlazar la conjunción copulativa eta la tradición con Dios. El mismo simbolismo encontramos en el diseño de la ikurriña, elaborada entre Sabino Arana y su hermano Luis Arana: la cruz blanca alusiva a Dios se coloca por encima de la tradición representada en la cruz verde de San Andrés, y ambas se superponen al fondo rojo que simboliza al pueblo.

Tras presentar sus ideas en público en el llamado Discurso de Larrazabal, en 1893, Sabino Arana comienza una labor de proselitismo y exposición de sus ideas en variosperiódicos fundados y dirigidos por él mismo, hasta llegar a la creación en 1894 del Euzkeldun Batzokija, embrión del futuro Partido Nacionalista Vasco, que se constituye como sociedad político-recreativa.

El Partido Nacionalista Vasco se funda en 1895, aunque al principio tuvo un carácter cerrado y clandestino, con posiciones radicalmente independentistas, que lo situaban prácticamente al margen del sistema legal. Este radicalismo impedirá que se integren en el nuevo partido elementos distintos a aquellos de origen integrista y carlista que ya habían participado en el Batzoki. Habrá que esperar algunos años para que se les una otro grupo de personas, procedentes de la Sociedad Euskalerria. Esta sociedad, fundada en 1876 para protestar contra la abolición foral, estaba dirigido por el naviero Ramón de la Sota, de pensamiento liberal y pragmático. La confluencia de ambos sectores a partir de 1898 produciría los primeros éxitos electorales del nacionalismo, entre ellos destaca la elección del propio Sabino Arana como diputado provincial por Vizcaya.

La muerte prematura en 1903 de Sabino Arana impidió que cuajasen los planteamientos autonomistas que había esbozado en la cárcel el año anterior, y sus sucesores al frente del Partido Nacionalista Vasco mantuvieron el tono independentista radical al tiempo que comenzaba la mitificación del pensamiento sabiniano, lo que constituiría un freno importante en la evolución del partido.

Los intentos por construir un partido más moderno, que se integrase de alguna manera en el sistema de la Restauración y abogase por conseguir más autonomía desde la legalidad, chocaron con la oposición frontal de los sectores más integristas, dirigidos por el hermano de Sabino, Luis Arana. Ello dará lugar a una serie de escisiones de las que el partido no se repondrá hasta 1930, año en el que el Partido Nacionalista Vasco alcanza su forma definitiva, aunque por su izquierda haya aparecido un partido nacionalista laico y más próximo a los postulados socialistas como Acción Nacionalista Vasca.

1 Los Partidos de derecha antirrepublicana

El partido más importante era la Comunión Tradicionalista, nombre que recibía la organización que agrupaba a los antiguos carlistas, primer partido en Navarra y en Álava y muy importante en algunas zonas rurales de Guipúzcoa y Vizcaya, que se presentaba como baluarte de la contrarrevolución y decidido partidario de la insurrección contra el nuevo régimen, para lo que contaba con importantes fuerzas paramilitares, entre las que destacaban los requetés.

Mucho menos importantes eran los monárquicos, organizados en torno a Renovación Española, dirigida por José Calvo Sotelo, o la Confederación Española de Derechas Autónomas de José María Gil-Robles. Al comienzo de la República trataron de ocupar el espacio político de la derecha moderada, pero sus esfuerzos no tuvieron mucho éxito. Cerca de ellos se situaban los católicos independientes, cuya principal fuerza era el control de periódicos importantes, como La Gaceta del Norte de José María de Urquijo en Bilbao, El Pueblo Vasco en San Sebastián y El Diario de Navarra en Pamplona.

Todos ellos formaron con el PNV una coalición electoral para las elecciones a Cortes de 1931, y juntos impulsaron el Estatuto de Estella para lograr la autonomía religiosa. El fracaso en este empeño los hizo girar hacia posiciones cada vez más autoritarias y contrarias a la autonomía política del País Vasco, de cuyo proyecto consiguieron separar a Navarra y casi a Álava.

2 Los Partidos Nacionalistas

El PNV, católico y conservador, fue el partido con más peso en la Euskadi republicana. Su fuerza no le venía solo del importante respaldo electoral que tenía, sino de su presencia en todos los sectores de la sociedad a través de organizaciones creadas y controladas por él como la organización femenina Emakume Abertzale Batza, los Mendigoizale, organización juvenil de montañeros que en ocasiones funcionaba como fuerza paramilitar, las ikastolas, asociaciones culturales, etc., además de las estrechas relaciones que mantenía con el sindicato nacionalista Solidaridad de los Trabajadores Vascos, ELA-STV.

Acción Nacionalista Vasca era un pequeño partido, surgido de una escisión por la izquierda del PNV, nacionalista pero aconfesional y progresista, claro partidario de la República, que se alió con la coalición republicano-socialista en 1931. Nunca tuvo mucha fuerza.

3 Los Partidos Republicanos

Eran partidos pequeños, de cuadros, muy divididos entre sí y con escasa implantación salvo en las grandes ciudades. Su control de las Comisiones Gestoras de las Diputaciones les dio mucha importancia en el proceso estatutario. Se enfrentaron al PNV por la cuestión religiosa, sobre todo durante el primer bienio republicano. Luego, algunos evolucionaron hacia posturas fuertemente contrarias a la autonomía, especialmente en Navarra, mientras otro lo hacían en sentido contrario.

4 Los Partidos Obreros

En el ámbito obrero, el Partido Socialista Obrero Español era el primer partido y la Unión General de Trabajadores el sindicato más importante, y ambas organizaciones estaban fuertemente implantados en Bilbao, las zonas mineras e industriales, y algunas ciudades guipuzcoanas como San Sebastián, Éibar e Irún. Su dirigente más importante era Indalecio Prieto, y su evolución fue paralela a la del socialismo español en su conjunto, moderada en el primer bienio republicano y más radical desde la llegada al poder de la derecha a finales de 1933. La Revolución de 1934 tuvo cierta incidencia en Vizcaya y Guipúzcoa, y sirvió para acercar a socialistas y comunistas, como resultado de lo cual en 1935 se crearon Alianzas Obreras en Vizcaya.

El Partido Comunista de España tenía su mayor implantación de toda España en la zona industrial y minera de Vizcaya, donde había nacido. Su oposición al PSOE fue radical hasta 1935, fecha en la que se crearon algunas Alianzas Obreras entre ambas organizaciones. Ese mismo año apareció el Partido Comunista de Euskadi como organización autónoma que apoyó el Estatuto y propuso la organización de un frente antifascista que incluyera también a los nacionalistas. Al año siguiente, en las elecciones que darían la victoria al Frente Popular, se presentó aliado con republicanos y socialistas, y obtuvo un diputado por Vizcaya.

La Confederación Nacional del Trabajo no tuvo nunca demasiado arraigo en el País Vasco, y sus llamamientos a la insurrección contra la República no alcanzaron ningún éxito.

Cuando se instauró la República, las expectativas autonómicas de Cataluña y Euskadi eran muy distintas. Los partidos catalanes habían acordado en el Pacto de San Sebastián el inicio del proceso estatutario, mientras que la negativa del PNV a participar en el mismo no permitió un acuerdo similar, debido a una actitud más conservadora y dependiente de la Iglesia.

El triunfo de una coalición de derechas entre el PNV, tradicionalistas y católicos independientes en las elecciones a Cortes constituyentes no contribuyó a mejorar las relaciones con los gobiernos republicanos, dominados por la izquierda en esos momentos, lo que explica las reticencias gubernamentales a iniciar el proceso de la autonomía vasca, temerosos sus dirigentes (entre los que destacaba Indalecio Prieto) de que el País Vasco se convirtiese en un "Gibraltar Vaticanista".

Ya en 1931 la Sociedad de Estudios Vascos redactó el que sería conocido como Estatuto de Estella, que fue presentado en las Cortes y rechazado debido a varias causas de inconstitucionalidad: no fue sometido a referéndum de los electores y, además, reservaba al País Vasco las relaciones en exclusiva con la Santa Sede, con quien pretendía tener un Concordato propio.

Tras este primer fracaso, se estableció un sistema de elaboración del futuro estatuto: la primera redacción correspondería a las Comisiones Gestoras surgidas de las Diputaciones, que después lo someterían a la aprobación de la Asamblea de Municipios Vascos. Una vez aprobado por ella debería ser aprobado en referéndum por dos tercios de los electores (no votantes, es decir, lo tenía que aprobar el más del 67% del censo), tras lo cual lo aprobarían las Cortes españolas.

El anteproyecto elaborado por las Gestoras fue sometido a votación en la Asamblea de Municipios Vascos celebrada en Pamplona el 19 de junio de 1932. El 60 % de los ayuntamientos navarros votaron en contra del anteproyecto. Este hecho supuso la ruptura definitiva ente el PNV y la Comunión Tradicionalista, que se mostró contraria al proyecto.

Ya con Navarra fuera del proyecto, el referéndum sobre el Estatuto se celebró el 5 de noviembre de 1933, después de la caída del gobierno de Manuel Azaña. Los resultados fueron los siguientes: En Vizcaya votó a favor del Estatuto el 88,3 % del censo electoral, en Guipúzcoa el 89,5 %, y en Álava solo el 46,4 % (donde los carlistas y otros grupos de derecha se habían posicionado en contra), lo que planteó el problema de decidir si, tal y como pedía la ley, se podía considerar que habían votado a favor del texto dos tercios del electorado vasco. Aunque para el conjunto del país no había duda, el problema de Álava, junto con la escasa voluntad autonomista de los gobiernos radicales y cedistas durante el bienio que estuvieron en el poder, contribuyó a que el proceso estatutario se congelase.



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