La Independencia del Perú fue un capítulo importante en las guerras de independencia hispanoamericanas. Fue un proceso histórico y social, el cual corresponde a todo un periodo de fenómenos sociales, levantamientos y conflictos bélicos que propiciaron la independencia política y el surgimiento de la República Peruana como un estado independiente de la monarquía española, resultado de la ruptura política y desaparición del Virreinato del Perú por la convergencia de diversas fuerzas liberadoras y la acción de los ejércitos patriotas.
Los antecedentes más remotos de un afán independentista en el Perú, se pueden notar en los intentos de algunos de los primeros conquistadores españoles por liberarse del dominio del rey de Castilla. Luego, a lo largo del siglo XVIII, se sucedieron múltiples movimientos y manifestaciones indígenas contra la dominación colonial y el trato de las autoridades coloniales, algunos de las cuales devinieron en auténticas rebeliones. La aplicación de las reformas borbónicas incrementó la desazón y la inconformidad que tuvo su estallido con la rebelión de Tupac Amaru II, la cual terminó en una violenta represión por parte de las autoridades virreinales, aunque permaneció latente el descontento entre la población. Se discute si estos movimientos deben ser considerados como precedentes de la emancipación protagonizada por caudillos y pueblos del Perú y de otros países del continente americano.
Al producirse la invasión francesa a España, los reyes españoles Carlos IV y su hijo Fernando VII abdicaron al trono en favor del emperador francés Napoleón Bonaparte, quien cedió la corona a su hermano, José Bonaparte. Como consecuencia de la ocupación francesa se produjo el levantamiento de España y, en diversos puntos de la América española, se crean juntas autónomas de gobierno que disputaban la hegemonía sin pretender cambiar el orden colonial. Fue entonces que el virrey Abascal hizo del Ejército Real del Perú, y del virreinato peruano, la base de la contrarrevolución ante los patriotas en el Alto Perú, Quito, Chile y el Río de la Plata. Las primeras rebeliones autónomas peruanas surgieron desde 1811 en el contexto de descontento indígena y colaboración criolla con la revolución rioplatense aunque no lograron alcanzar la libertad del país.
En 1820, la Expedición Libertadora del Perú al mando del general argentino José de San Martín desembarcó en el Perú procedente de Chile. Con la retirada de los realistas de Lima, el general San Martin proclamó la independencia del Estado peruano el 28 de julio de 1821, y bajo su Protectorado se formó el primer Congreso Constituyente del país. Con la Guerra de Maynas queda pacificado el oriente peruano en 1822. Ante la negativa a enfrentar el proyecto unificador del libertador Simón Bolívar, San Martín se ve obligado a retirarse del Perú mientras la joven república sostenía una guerra de resultado incierto contra los reductos realistas en el interior del país, situación que propicia la llegada al Perú de Simón Bolívar al mando de la corriente libertadora del norte. Finalmente, en 1824, tuvieron lugar las batallas de Junín y Ayacucho que culminaron con la capitulación del ejército realista y el fin del Virreinato del Perú.
Consecuente a la independencia del Perú, en abril de 1825, concluye la campaña de Sucre en el Alto Perú y, en noviembre de ese mismo año, México consigue la capitulación del bastión español de San Juan de Ulúa en Norteamérica. Por último, en enero de 1826, caen los reductos españoles del Callao y Chiloé. España renuncia en 1836 a todos sus dominios continentales americanos.
Los resultados de la Independencia fueron muy variados: en lo político se cortó la dependencia de España, en lo económico se mantuvo la dependencia de Europa, y en lo social el despojo de tierras a indígenas se acentuó en la era republicana.27 de agosto de 1821; sin embargo, aún en pleno siglo XXI se sigue construyendo una sociedad genuinamente democrática, donde sea posible la plena garantía y el respeto de los derechos humanos.
El empleado doméstico indígena fue tratado de forma inhumana, incluso en las primeras décadas del siglo XX. Esta población consiguió la ciudadanía en el mismo nacimiento de la república, elLa resistencia incaica a la conquista española y las rebeliones en el período virreinal del Perú se produjeron desde la captura del inca Atahualpa en la emboscada de Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532, y que llevó a la conquista del Tahuantinsuyo por parte de Francisco Pizarro. Los sucesores de los incas trataron en varias ocasiones de retomar el control original del Imperio. Unos intentos ocurrieron inmediatamente; otros, más tarde, en los siglos XVII y XVIII.
La guerra de la resistencia incaica la encabezó Manco Inca en 1536, quien puso sitio al Cuzco y tomó la fortaleza de Sacsayhuaman, consiguiendo exterminar a importantes partidas de soldados españoles. Uno de sus lugartenientes, Titu Yupanqui, sitió a la recién fundada ciudad de Lima, en la costa. Los españoles resistieron tanto en Lima como en el Cuzco, con el apoyo de miles de aliados de los curacazgos cañaris, chachapoyas y huancas. Sin embargo, debido a la amenaza de la hambruna, Manco Inca se vio obligado a licenciar a sus fuerzas y se refugió en las selvas de Vilcabamba, con el propósito de renovar la rebelión.
Uno de los hechos que demuestra la supervivencia y la resistencia incaica fue el nombre asignado a la Ciudad de Huamanga, que fue fundada como "San Juan de la Frontera"; como frontera entre el territorio controlado por España (y sus aliados) y el territorio controlado por el Imperio de los Incas. Durante algún tiempo Manco Inca se consagró a enviar a sus tropas a incursionar en los poblados fundados por los españoles, hasta que resultó asesinado hacia 1542, a manos de unos almagristas a los que había dado refugio. Sus sucesores, llamados incas de Vilcabamba, mantuvieron la resistencia; finalizando oficialmente la guerra con el Imperio español mediante el Tratado de Acobamba en 1566 y aprobado por el rey Felipe II de España en 1569. Sin embargo, en 1570 la guerra se reinició cuando el último Inca de Vilcabamba, Túpac Amaru I, fue capturado y llevado al Cuzco, donde fue ejecutado en 1572. Finalizando la guerra de resistencia inca, que pues duró 40 años, después de iniciado el proceso de la conquista española del Tahuantinsuyo.
En 1542 la Corona española promulgó las Leyes Nuevas, ideadas por Bartolomé de las Casas en un esfuerzo por proteger a los indígenas; dichas leyes establecían la supresión de las encomiendas y de todo trabajo forzado de los indios. Se creó también el Virreinato del Perú y la Real Audiencia de Lima. Fue elegido como primer virrey del Perú Blasco Núñez Vela y como personal de la Audiencia limeña 4 oidores: Diego Vásquez de Cepeda, Juan Álvarez, Pedro Ortiz de Zárate y Juan Lissón de Tejada.
Cuando el Virrey Núñez Vela llegó al Perú, aplicó enérgicamente el cumplimiento de las Nuevas Leyes. Los encomenderos protestaron indignados y organizaron una rebelión, eligiendo como líder a Gonzalo Pizarro, por entonces rico encomendero en Charcas, y con antecedentes militares en la conquista del Tahuantinsuyo y las guerras civiles entre los conquistadores españoles.
El 28 de octubre de 1544, el ejército de Gonzalo Pizarro compuesto por 1200 hombres, entró a Lima; sin embargo, estando en alta mar, Núñez Vela fue liberado y desembarcó en Tumbes, pasando luego a Quito donde reunió un ejército con el que se dirigió al sur para reclamar sus derechos reales como virrey y gobernador de Perú. Luego de algunos movimientos, ambos bandos se enfrentaron el 18 de enero de 1546 en la batalla de Iñaquito, en el actual Ecuador. La superioridad numérica y militar del ejército de Pizarro aseguró su victoria, en la cual Blasco Núñez de Vela fue decapitado en el campo de batalla. Con ello, se inició la lucha entre las fuerzas de Gonzalo Pizarro y las fuerzas realistas por el control del Perú.
El rey nombró a Pedro de la Gasca como nuevo Gobernador, quien llegó al Perú en 1547. No traía ninguna fuerza armada; solo el poder real de otorgar una amnistía para aquellos que hubieran cometido traición a la Corona española y que quisieran sumarse a conformar un ejército realista. Proclamó también que suspendería las Leyes Nuevas, cuya imposición había originado que gran cantidad de encomenderos se sumaran al bando rebelde de Gonzalo Pizarro. De ese modo, pronto La Gasca formó un ejército propio y venció a Gonzalo Pizarro el 9 de abril de 1548 en la Batalla de Jaquijahuana en Anta, Cuzco, donde los últimos encomenderos se pasaron al bando de La Gasca. Gonzalo Pizarro y Francisco de Carbajal fueron ejecutados.
En el siglo XVIII, estallaron en el territorio del Virreinato del Perú protestas y rebeliones de la más diversa índole, que se originaron, indistintamente, por los abusos de los funcionarios reales y el mal gobierno de las autoridades virreinales. En especial, los corregidores fueron el centro principal de las quejas, ya que cometían una serie de abusos y excesos sobre la población indígena, en lo referente a la distribución del trabajo en las mitas, el cobro de los tributos y el repartimiento de mercaderías. Las reformas borbónicas, que implicaron el aumento de los impuestos y otras contribuciones, fueron otro factor agravante del descontento popular. Al principio, algunos curacas e indios principales creyeron que, enviando memoriales de quejas al monarca español, lograrían la atención de la Corona, para que rectificara las injusticias. Pero al constatar que esto no daba resultado, muchos de ellos tramaron rebeliones armadas, algunas abortadas antes de estallar y las que estallaron fueron debeladas por las fuerzas del virrey de la manera más brutal.
Estas fueron las más importantes protestas y rebeliones estalladas en el siglo XVIII:
Descendiente de la realeza inca, José Gabriel Condorcanqui, curaca de Surimana, Tungasuca y Pampamarca, adoptó el nombre de Túpac Amaru II y encabezó la más formidable revolución indígena de la época colonial, en protesta por el maltrato que recibían los indios por parte de los corregidores. Entre sus exigencias figuraba la supresión de los corregimientos y la creación de una Real Audiencia en el Cuzco para una rápida administración de justicia, ya que solo existía la Real Audiencia de Lima para todo el territorio del Virreinato. A estos reclamos, se unió posteriormente su deseo de separarse del yugo español; es decir, su rebelión, originalmente de tendencia reformista, se convirtió en separatista. Para algunos analistas, fue el iniciador de la lucha por la emancipación política del Perú.
La rebelión estalló el 4 de noviembre de 1780 en el pueblo de Tinta (50 leguas al sur del Cuzco) y puso en movimiento a todo el sur del Virreinato del Perú, hasta la región de Charcas. Repercutió, además, en el resto de los dominios españoles de Sudamérica.
El primer episodio de la revolución fue el apresamiento del odiado corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, quien fue ejecutado públicamente. Acto seguido, Túpac Amaru se puso en marcha hacia el norte contando con la simpatía y adhesión de los pobladores que, en su mayoría, estaban armados de picos, palos, hachas y sólo algunas armas de fuego. En estas condiciones, ganó la batalla de Sangarará, librada el 18 de noviembre de 1780. Pero no quiso todavía dirigirse al Cuzco y prefirió retirarse a Tinta, donde el día 27, lanzó un manifiesto explicando las causas que le habían llevado a la sublevación. Poco después, a inicios de diciembre se dirigió al sur, atravesó la cadena del Vilcanota, pasó por Lampa, Pucará y penetró en Azángaro, extenso recorrido con el que pretendía ganar adeptos a su causa.
El virrey Agustín de Jáuregui envió al Cuzco al visitador José Antonio de Areche, con poderes extraordinarios para sofocar la rebelión, teniendo como ejecutar inmediato al mariscal José del Valle. Es así como los españoles, con refuerzos llegados desde Lima, enfrentaron a Túpac Amaru, que ya por entonces (enero de 1781), se había decidido a atacar el Cuzco. Sin embargo, este no pudo doblegar el poderío de las fuerzas realistas y sufrió sendos reveses en las batallas de Checacupe y Combapata, por lo que se vio obligado a retroceder. Los realistas, en su persecución, ingresaron a sangre y fuego a Tinta, que fue totalmente destruida. El inca, su mujer y sus tres hijos huyeron a la villa de Langui donde fueron apresados por la traición de un partidario suyo. Enseguida, fue a parar a manos de Areche. Sufrió atroces torturas, para que delatara a sus colaboradores cuzqueños, pero permaneció hermético. Finalmente fue sentenciado a muerte.
El 18 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas del Cuzco, Túpac Amaru II fue descuartizado a hachazos, luego de un intento fallido de desmembrarlo usando la fuerza de cuatro caballos. Previamente, se le obligó a presenciar la muerte de su esposa Micaela Bastidas, de sus dos hijos mayores y de otros familiares y partidarios suyos. Su hijo menor, Fernando, fue enviado a los presidios de África. Sus miembros mutilados fueron enviados a distintos puntos del sur del virreinato y clavados en picas, para que sirviera de escarmiento a las poblaciones rebeldes. Sin embargo, el espíritu de lucha se mantuvo entre sus partidarios, quienes, encabezados por Diego Cristóbal Túpac Amaru (primo suyo), se mantuvieron en pie de lucha hasta principios de 1782.
El horrendo sacrificio de Túpac Amaru y la represión feroz de la rebelión (cuyo saldo, según el cálculo de los mismos represores, fue de 120.000 hombres andinos muertos
), avivó más la rebeldía contra la dominación española. Obligó a la corona española concentrar sus fuerzas en el sur peruano, de modo que dicha zona se convirtió en el último bastión del poder español en Sudamérica. Además, en su momento el sacrificio de Túpac Amaru II no resultó estéril, pues a raíz de esta rebelión se suprimieron los corregimientos y se creó la Real Audiencia del Cuzco, tal como lo había exigido el inca rebelde. La rebelión de Túpac Amaru constituye, a decir del historiador Carlos Daniel Valcárcel, «el movimiento anti-colonialista, reivindicador y precursor de justicia social e independencia política más importante que haya tenido el Perú. Su valor aumenta si lo recordamos como un suceso anterior a la revolución francesa —que tantos otros movimientos propició—, acaecido cuando todavía la revolución separatista estadounidense estaba en plena pugna».
Una segunda fase de la revolución tupacamarista la protagonizó el caudillo aimara Julián Apaza en el Alto Perú. Este personaje adoptó el nombre de Túpac Catari (en homenaje a Túpac Amaru II y Tomás Catari) y a la cabeza de 40.000 indios puso sitio a La Paz (13 de marzo de 1781); exigió la entrega de los corregidores y el retiro de los españoles. Aunque suspendió el cerco en julio, lo estrechó más y lo mantuvo hasta el 17 de octubre, teniendo que retirarse para concertar nuevas acciones. Pero traicionado y entregado a las autoridades españolas (10 de noviembre) fue condenado a ser arrastrado atado a la cola de un caballo y luego descuartizado por cuatro caballos (13 de noviembre).
Entre el fin de la revolución de Túpac Amaru II y el inicio de la guerra de la independencia hispanoamericana de 1810-1824, tuvieron lugar en el Perú otras conspiraciones y revueltas, como las siguientes:
El principal detonante de la independencia hispanoamericana fue el descabezamiento de la monarquía por la renuncia de los reyes españoles y la invasión napoleónica a España en 1808. Desde entonces, los patriotas, denominados así por su identificación con América (la Patria Grande), recurrieron a las armas frente a España con el objeto de defender la libertad frente a las autoridades peninsulares y obtener la independencia de los nuevos estados.
La emancipación americana forma parte de un periodo mayor, denominado de Revoluciones Atlánticas, que ocurre entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, y proponían formas de gobierno republicanas para los nuevos países independientes, y que engloba hechos tales como la independencia de Estados Unidos en 1776, la Revolución francesa de 1789, la Revolución haitiana (1791), o la Independencia de Brasil, y que ocurrieron fuera del mundo hispano.
Los patriotas peruanos, conocedores del avance de los ejércitos argentinos en el Alto Perú (actual Bolivia), organizaron en Tacna un movimiento libertario contra el virrey José Fernando de Abascal y Sousa. El 20 de junio de 1811 (día de la batalla de Guaqui, en donde las tropas realistas al mando del general José Manuel de Goyeneche vencieron a los independentistas rioplatenses), los patriotas, dirigidos por Francisco Antonio de Zela, asaltaron los dos cuarteles militares realistas de Tacna, proclamando a Zela comandante militar de la plaza, a Rabino Gabino Barrios como coronel de milicias de infantería y al curaca Toribio Ara como comandante de la división de caballería. El día 25 de junio se supo en Tacna de la derrota de los patriotas argentinos en Guaqui. Aprovechando el desconcierto provocado por la noticia, los realistas desmontaron el movimiento y tomaron preso a Francisco Antonio de Zela, a quien llevaron a Lima donde fue condenado a cadena perpetua en la cárcel de Chagres, Panamá, donde falleció en 1819, a los 50 años de edad.
El general argentino Manuel Belgrano reorganizó las tropas argentinas derrotadas en la batalla de Guaqui. El 24 de septiembre de 1812, se enfrentó a las tropas comandadas por el general Pío Tristán, las venció y detuvo el avance del ejército realista sobre Tucumán. Más tarde, obtuvo otra victoria en la batalla de Salta, por lo que Pío Tristán, capituló el 20 de febrero de 1813, con lo cual el Ejército argentino volvió a emprender otra ofensiva y ocupó nuevamente el Alto Perú. El general español Joaquín de la Pezuela, que había reemplazado a Goyeneche en La Paz por disposición del virrey del Perú Abascal, reorganizó el Ejército Real del Perú y derrotó al argentino Manuel Belgrano en la batalla de Vilcapugio el 1 de octubre de 1813 y seguidamente en la batalla de Ayohúma, el 14 de noviembre de 1813.
El tacneño Juan Francisco Paillardelli fue emisario de Belgrano en las coordinaciones que el general argentino pretendió establecer en Perú. Junto a Juan Francisco Paillardelli, su hermano Enrique Paillardelli conspiraba en Tacna y Julián Peñaranda lo hacía en Tarapacá. Enrique recibió sus instrucciones de Belgrano en Puno. El plan consistía en concertar el alzamiento de todo el sur del Perú. Bajo el liderazgo de Enrique Paillardelli, los patriotas tacneños, el 3 de octubre de 1813, se apoderaron de los cuarteles tacneños y apresaron al gobernador realista de la provincia.
El intendente de Arequipa, José Gabriel Moscoso, enterado de los acontecimientos, envió una milicia realista al mando de José García de Santiago. Se produjo el combate de Camiara, el 13 de octubre, donde fueron derrotados los patriotas de Paillardelli que se replegaron a Tacna. A los pocos días se supo de la derrota de Belgrano y los patriotas se volvieron a dispersar. Enrique Paillardelli y unos cuantos seguidores huyeron hacia el Alto Perú, el 3 de noviembre de 1813, mientras que Tacna fue retomada por los realistas.
La rebelión indígena de Huánuco del 22 de febrero de 1812 se dirigió contra el régimen colonial. Las tropas del virrey se organizaron en Cerro de Pasco y se dirigieron a Huánuco, donde se produjo la batalla de Ambo el 5 de marzo de 1812. El intendente de Tarma José González Prada reconquistó Ambo el 10 de marzo con un contingente colonial. Los rebeldes abandonaron Ambo y Huánuco; los realistas entraron a ambas ciudades el 19 de marzo de 1812. González Prada salió de la ciudad en persecución de los insurrectos, que contaban con 2000 hombres. Los indígenas se dispersaron y los cabecillas fueron capturados por González Prada, entre ellos, a Juan José Crespo y Castillo, al curaca Norberto Haro y al alcalde pedáneo de Huamalíes, José Rodríguez, quienes fueron enjuiciados sumariamente y ejecutados con la pena del garrote. A otros sublevados se les desterró y muchos fueron puestos en prisión.
En 1814, se produjo la Rebelión del Cuzco que abarcó el sur del virreinato del Perú. La rebelión de 1814 se inició con la confrontación política entre el Cabildo Constitucional y la Real Audiencia del Cuzco: el primero era percibido como pro americano y el segundo como pro peninsular. A raíz de este enfrentamiento, fueron encarcelados los hermanos Angulo a fines de 1813. Para agosto de 1814, los hermanos Angulo y otros criollos escaparon y tomaron el control de la ciudad del Cuzco. En esos momentos, ya se habían aliado con el brigadier y cacique de Chincheros, Mateo Pumacahua. Este último personaje fue uno de los grandes defensores de la monarquía española durante la rebelión de Túpac Amaru II y comandante de los indígenas realistas en la batalla de Guaqui; sin embargo, había cambiado su postura beligerante movido por imposición del virrey Abascal de no garantizar el cumplimiento de la Constitución de Cádiz de 1812 en el virreinato del Perú.
Los hermanos Angulo y Pumacahua organizaron un ejército divido en tres secciones:
La primera de ellas fue enviada al Alto Perú, al mando del arequipeño Juan Manuel Pinelo y del cura argentino Ildefonso Muñecas. Estas fuerzas rodearon La Paz con 500 fusileros y 20.000 indios armados con piedras y hondas, el 14 de septiembre de 1814. El 24 del mismo mes, tomaron la ciudad. Los realistas fueron confinados en sus cuarteles, pero estos aprovecharon la situación para hacer volar el polvorín; enfurecidos, los insurgentes paceños les dieron muerte. Para reconquistar La Paz, marchó desde Oruro un regimiento realista de milicianos cuzqueños, con 1500 fusileros al mando del general español Juan Ramírez Orozco. Se enfrentaron en las afueras de La Paz, el 1 de noviembre de 1814, y los insurgentes resultaron derrotados. Pinelo y Muñecas ordenaron replegarse y una parte de la tropa quedó dispersa en la región en forma de guerrillas.
La segunda sección patriota marchó a Huamanga, bajo el mando del argentino Manuel Hurtado de Mendoza, que tenía por lugartenientes al clérigo José Gabriel Béjar y a Mariano Angulo y llegaron a la plaza de la ciudad el 20 de septiembre. Días antes se desarrolló en esa ciudad el levantamiento de cientos de mujeres campesinas el cuartel de Santa Catalina (actual Centro Artesanal Soshaku Nagase) lideradas por Ventura Ccalamaqui, en apoyo a la causa. Hurtado de Mendoza ordenó marchar a Huancayo, ciudad que tomaron pacíficamente. Para enfrentarlos el virrey Abascal envió desde Lima al regimiento español Talavera, bajo el mando del coronel Vicente González. Se produjo la batalla de Huanta, el 30 de septiembre de 1814; las acciones duraron tres días, luego de los cuales los patriotas abandonaron Huamanga. Se reorganizaron en Andahuaylas y volvieron a enfrentarse a los realistas el 27 de enero de 1815, en Matará, donde fueron nuevamente derrotados. Los patriotas volvieron a reorganizarse gracias a las guerrillas formadas en la provincia de Cangallo. Entre tanto, el argentino Hurtado de Mendoza conformó una fuerza con 800 fusileros, 18 cañones, 2 culebrinas (fundidas y fabricadas en Abancay) y 500 indios. Estas fuerzas estuvieron bajo el mando de José Manuel Romano, apodado “Pucatoro” (toro rojo). Debido a la traición de José Manuel Romano sobre Hurtado de Mendoza, a quien dio muerte y rindió a los realistas, los patriotas se dispersaron y los cabecillas de la revuelta fueron capturados. Las traiciones fueron un hecho común en las rebeliones independentistas de toda América. Las biografías de los actores sociales muestran que los cambios de bandos no eran extraños. En el caso de los líderes locales, sus filiaciones políticas estaban vinculadas a los conflictos locales que se expresaban en una mayor dimensión. Los hermanos Angulo, Béjar, Paz, González y otros sublevados fueron capturados, llevados al Cuzco y ejecutados públicamente el 29 de marzo de 1815. La Corona tenía la política del escarmiento público como un mecanismo para intimidar a la población y evitar futuros alzamientos.
El tercer agrupamiento patriota hizo su campaña en Arequipa y Puno, al mando del antiguo brigadier realista Mateo Pumacahua, y contaba con 500 fusileros, un regimiento de caballería y 5000 indios. Pumacahua, como curaca de Chinchero, tenía un gran dominio y liderazgo entre la población indígena. Al Cuzco fueron enviados los hermanos José y Vicente Angulo, con algún resguardo de indios y negros leales. El control del Cuzco era fundamental por motivos ideológicos y de logística. Por múltiples motivos, Cuzco tenía una fuerte influencia sobre el Alto Perú; y, a su vez, el Alto Perú mantenía un vínculo colonial administrativo con la ciudad de Buenos Aires, uno de los grandes centros revolucionarios de los años 1810 en Sudamérica.
Mateo Pumacahua, se enfrentó exitosamente a los realistas en la Batalla de la Apacheta, el 9 de noviembre de 1814. Tomó prisioneros al intendente de Arequipa José Gabriel Moscoso y al mariscal realista Francisco Picoaga, su antiguo compañero de armas de la batalla de Guaqui. Los patriotas ingresaron a Arequipa. Por presión de las tropas patriotas, el cabildo de Arequipa reconoció a la Junta Gubernativa del Cuzco, el 24 de noviembre de 1814. Pero la reacción realista no se hizo esperar. Pumacahua, enterado de la aproximación de tropas realistas, abandonó Arequipa. El cabildo abierto de Arequipa se volvió a reunir y se apresuró a acordar lealtad al rey, el 30 de noviembre de ese año. Tales cambios de “lealtad” en los dirigentes locales fueron normales durante toda la guerra, pues se escogía al sector que era dueño de la plaza fuerte, como una forma de garantizar la seguridad personal, familiar y de los bienes, no necesariamente por una inclinación ideológica ni menos una predisposición para la lucha a favor de cualquier bando.
Las tropas realistas, al mando del general Juan Ramírez Orozco, ingresaron a Arequipa el 9 de diciembre de 1814. Luego de reponer fuerzas y de reforzar su milicia, el general Ramírez salió de Arequipa en busca de los patriotas en febrero de 1815. Dejó como gobernador al general Pío Tristán. Ambos ejércitos, el realista y el patriota, se desplazaron cautelosos por diversos parajes de los Andes, buscando un lugar propicio para el enfrentamiento. El 10 de marzo de 1815, se encontraron cerca de Puno, en la batalla de Umachiri, saliendo vencedores los realistas. El triunfo realista se debió al correcto equipamiento y mayor disciplina de sus tropas. Hubo más de un millar de muertos en el curso de la batalla. Entre los patriotas capturados estuvo el célebre poeta Mariano Melgar, quien fue fusilado en el mismo campo de batalla. Pumacahua fue apresado en Sicuani, donde fue sentenciado a morir decapitado, pena que se cumplió el 17 de marzo.
Guillermo Brown, de origen irlandés, inició su carrera en la marina estadounidense y llegó a ser jefe de las fuerzas navales de las provincias del Río de la Plata. En el año 1815 formó una expedición en Buenos Aires compuesta por 4 barcos que sumaban 150 cañones con una tripulación de 500 hombres. Brown regresó a Buenos Aires en 1818 con gran parte de su flota perdida en la navegación o apresada por la marina inglesa, después de cerrar la costa de Chile y de incursionar en los puertos del Callao y Guayaquil.
El marino escocés Thomas Cochrane llegó a Chile el 28 de noviembre de 1818 para tomar el mando de la marina chilena, contratado por un agente del gobierno de ese país. A comienzos de 1819 el gobierno chileno había hecho preparativos para hacer incursiones en las costas del Perú con su flota naval al mando de Cochrane, como medida que sirviera de antesala para la futura expedición libertadora. El objetivo de esto era para obtener información, difundir la propaganda patriota para aunar a los locales a esa causa, combatir a las fuerzas marítimas españolas apostadas en el Callao, bloquear sus puertos y capturar o destruir cualquier embarcación en la que estuviera comprometido algún interés español. Para estas operaciones Cochrane se valió de diversas tácticas alternativas y novedosas como el uso de brulotes, cohetes incendiarios, la quinta columna, desembarcos sorpresivos de pequeñas unidades, entre otros.
En enero de ese año Cochrane hizo una primera expedición a las costas peruanas, bombardeando y bloqueando el puerto del Callao, arrebatando varios buques a los españoles y encerrando el resto en ese puerto. También pasó por Huacho, Huaura, Supe (cuyo cabildo se declaró por la independencia), Huarmey y Paita, para tomar provisiones y buscar la adhesión de sus pobladores a la causa patriota. Cochrane regresó a Valparaíso en junio.
Se embarcó en una segunda expedición en septiembre del mismo año, en que volvió a bloquear el Callao, y continuó sobre otros puntos, destacando entre ellos Pisco y Guayaquil. De regreso a las costas de Chile se dirigió al sur con el objeto de atacar los enclaves españoles de Valdivia y Chiloé, logrando conquistar el primero. En esta acción se destacó el subteniente peruano Francisco de Vidal, que se había unido a Cochrane durante sus expediciones a las costas peruanas, y que sería llamado como el “primer soldado del Perú”. Por último, Cochrane procedió a atacar Chiloé pero fracasó, siendo derrotado por Antonio de Quintanilla.
Luego de estas acciones, Cochrane fondeó en Valparaíso a mediados de febrero de 1820 para formar parte de la "Expedición Libertadora del Perú" como jefe de la escuadra del gobierno de Chile, que transportaría y apoyaría al ejército al mando del general José de San Martín.
La pacificación interior del virreinato peruano permitió al virrey del Perú la organización de dos expediciones contra los patriotas de Chile formado por regimientos realistas de Arequipa y Lima y batallones expedicionarios europeos. En 1814 la primera expedición permitió la reconquista de Chile en la Batalla de Rancagua. En 1817 tras el triunfo de las armas patriotas en la Batalla de Chacabuco, otra vez se recurrió al Ejército Real del Perú para salvar la monarquía, y una segunda expedición parte en 1818, obtuvo una victoria en la Batalla de Cancha Rayada, pero finalmente fue destruida por José de San Martín en la batalla de Maipú.
Para llevar adelante la independencia del Perú, se firmó el 5 de febrero de 1819 un tratado entre Argentina y Chile.José de San Martín creía que la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata no estaría totalmente segura mientras el Perú fuera un importante bastión de las fuerzas realistas. Se organizó una fuerza militar anfibia que en un principio sería financiada conjuntamente por los gobiernos de Argentina y de Chile, pero debido a la situación de anarquía en las provincias rioplatenses, el gobierno de Buenos Aires se desentendió de los presupuestos, siendo la casi totalidad de los costos asumidos por el gobierno de Chile dirigido por Bernardo O'Higgins. Se determinó que el mando del ejército fuera para José de San Martín y de la escuadra para el almirante Thomas Alexander Cochrane.
El GeneralEl operativo inicial del general San Martín estaba demostrando en la práctica que el plan para liberar al Perú, bastión del colonialismo, estaba bien concebido. Los españoles no tenían una escuadra bien equipada, por lo que la expedición de Cochrane frente a la costa peruana mostró eficiencia y causó temor a los realistas. San Martín preparó así con mayor seguridad su expedición al Perú. Para atraer a la aristocracia peruana, sobre todo la limeña y la trujillana, San Martín les ofreció establecer un reino en el Perú, cuyo trono sería ocupado por un miembro de la realeza española, sin cambiar las estructuras sociales incluso manteniendo al mismo ejército realista. Dicha opinión no la cambiaría nunca, porque estaba convencido de su aplicabilidad.
El 21 de agosto de 1820, se embarcó el Ejército Libertador del Perú, conformado por una fuerza combinada de chilenos y rioplatenses, que sumaban 4.118 efectivos. Salió de Valparaíso con ocho buques de guerra con 247 cañones y víveres para seis meses, tripulados por 1600 marineros y soldados, y 16 transportes con más de siete mil toneladas y once lanchas cañoneras.
El 7 de septiembre el Ejército Libertador inició el desembarco en Paracas. Ocupó Pisco el 8 de septiembre. Tomado el puerto de Pisco, San Martín dirigió una proclama para que sus tropas no cayeran en abusos, con líneas principistas, como las siguientes:
“La ferocidad y la violencia son que no conocen los soldados de la libertad; y si contra todas mis esperanzas, alguno de los nuestros olvidase sus deberes, declaro desde ahora que será inexorablemente castigado conforme a los artículos siguientes:
Posteriormente, un destacamento del ejército libertador, tomó posesión de la ciudad de Chincha, al norte del puerto de Pisco.
Al momento del desembarco de la Expedición Libertadora, el virrey Joaquín de la Pezuela, se hallaba en preparativos para jurar la Constitución liberal de 1812, cumpliendo así la orden del rey Fernando VII (que a la vez se había visto obligado a jurar y cumplir dicha Constitución por obra de los liberales españoles que instauraron el llamado Trienio liberal en España). La noticia del desembarco de San Martín llegó a Lima el 11 de septiembre de 1820, pero pese a ello, se realizó la ceremonia de la juramentación el día 15 de septiembre. Pezuela creyó que el cambio político en la península ibérica podría ayudar de algún modo a lograr un acuerdo con San Martín y los patriotas.
Pezuela envió una carta a San Martín ofreciéndole entrar en negociaciones, el 14 de septiembre de 1820. Al día siguiente, San Martín aceptó negociar. A partir del 25 de septiembre, los comisionados de ambos bandos iniciaron las tratativas en Miraflores, al sur de Lima. Los delegados de San Martín eran: su ayudante de campo coronel Tomás Guido y su Secretario de gobierno Juan García del Río. Los representantes del Virrey eran: el Conde de Villar de Fuentes, el teniente de navío Dionisio Capaz e Hipólito Unanue. Se iniciaron así los intentos diplomáticos para dar término al conflicto por la independencia hispanoamericana, que territorialmente involucraba a una inmensa parte del continente sudamericano (Perú, Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata).
El día 26 de septiembre, a las cinco de la tarde y como paso y medida previa indispensable para el mejor y mayor resultado de cualquier negociación, se firmó un armisticio. Las principales cláusulas del armisticio, eran las siguientes:
El ejército patriota permanecerá en el valle de Pisco y el realista en el de Cañete. Si no llegara a un acuerdo, las hostilidades no podrán renovarse hasta después de 24 horas de la notificación; las presas hechas por ambas partes en el plazo de los ocho días del armisticio, deberán ser devueltas, las propiedades tomadas por el ejército libertador, serán conservadas y respetadas íntegramente hasta el resultado de las negociaciones. Tanto el General San Martín como Pezuela, pondrán al tanto de esto, a sus fuerzas.
Pezuela ratificó el armisticio a las ocho de la noche. Luego, se dio inicio a las Conferencias.
No se logró ningún acuerdo porque los puntos de ambas partes eran inconciliables. Por el lado español se intentó que los patriotas reconocieran la autoridad del Rey de España bajo el amparo de la Constitución liberal de 1812 que acababa de jurar. San Martín, por su parte, exigió el reconocimiento incondicional de la independencia de América.
Lo más interesante de estas Conferencias, fue lo que propuso muy reservadamente San Martín, por intermedio de sus delegados, acerca de la instalación de una Monarquía Constitucional en el Perú independiente, con un príncipe español a su cabeza. El Virrey eludió dar una respuesta, pues era un tema que solo competía decidir a la corte de Madrid.
Y así finalizaron las conferencias de Miraflores. No se ha precisado el local en que se llevaron a cabo. Según el padre Vargas, debió ser la casa hacienda de Surquillo, hoy junto al teatro Marsano, más o menos, en el parque Miranda.
El resultado de estas negociaciones lo leemos del oficio que San Martín dirigió a Pezuela el 4 de octubre de 1820:
“Son las 6 de la tarde y esta mañana llegaron mis diputados por cuyo conducto quedo instruido de las proposiciones a que se han extendido los de V.E. Nunca esperé después de las protestas pacíficas en que abundaban las comunicaciones de V.E. que el resultado de las aperturas fuese tan diametralmente opuesto a mis más sinceros deseos, suficientemente manifestados por mis diputados. Pero ya que ha sido imposible conciliar las ideas de V.E. con las intenciones de América en general, con las del gobierno de Chile y las de las Provincias Unidas y con el honor del ejército que mando, me es sensible verme en la necesidad de librar al éxito de mis armas, el destino de los pueblos, cuya independencia he venido a proteger”.
El por qué de esta falta de conciliación, la encontramos en el manifiesto que San Martín hace al pueblo peruano, sobre el resultado de las negociaciones el 13 de octubre de 1820:
“Las proposiciones del Virrey de Lima, han sido o totalmente inadmisibles o desnudas de una verdadera garantía”.
Las acciones militares de la Expedición Libertadora del Sur, comenzaron el día 4 de octubre, día límite del armisticio pactado en las Conferencias de Miraflores. Ese día el general San Martín, envió 1.242 soldados al mando del general Juan Antonio Álvarez de Arenales, a la sierra central del Perú para propiciar la independencia y para ganar adeptos entre sus habitantes.
Arenales se dirigió primero a la ciudad de Ica. Esta ciudad estaba guarnecida por 800 soldados realistas al mando del coronel Químper. En la madrugada del 6 de octubre, cuando estaba cerca de la ciudad de Ica, Arenales recibió a dos compañías del ejército de Químper que deseaban pasarse al lado patriota. También se enteró que Químper se había fugado con el resto de su ejército, hacia el oriente.
Por otro lado, el día 10 de octubre, el Cabildo abierto de Guayaquil (actual Ecuador) proclamó su independencia, declarándose integrante del Perú.
El 15 de octubre de 1820 un agrupamiento de soldados patriotas comandados por el teniente coronel Rojas, que había sido comisionado para perseguir a Químper, llegó a Nasca con 80 jinetes y 80 infantes. Esta unidad sorprendió a Químper en la hacienda San Juan, al sur de Nasca. La contienda fue corta pero encarnizada. Químper aprovechó la confusión para escapar pero se produjo el desbande total de las tropas realistas. En la batalla de San Juan, hubo 40 muertos realistas, buen número de heridos y 36 prisioneros.
El 16 de octubre de 1820, el patriota teniente Suárez, encomendado por el teniente coronel Rojas, se apoderó de un convoy realista en Acarí (en la actual región de Arequipa); este convoy llevaba armas, municiones, ropas y alimentos. Finalmente Suárez se reunió con Rojas y ambos regresaron a Ica el 19 de octubre, habiendo limpiado el camino para que continuara la expedición de Arenales. El 21 de octubre de 1820, se juró la independencia en Ica.
Arenales siguió camino a la sierra. El día 31 de octubre entró en Huamanga, luego a Huancayo el 20 de noviembre y a Jauja, el 21 de noviembre. El 22 de noviembre, desde Jauja envió al coronel Rojas, con el Batallón Nº 2 y 50 jinetes a Tarma, en persecución de los fugados de Jauja.
El 23 de noviembre, entra el coronel Rojas a Tarma, produciéndose el desbande realista. La avanzada patriota hizo gran cantidad de prisioneros, apoderándose además de 6 piezas de artillería, 50 mil cartuchos, y 500 fusiles. Luego de lo anterior las tropas de Rojas retornaron a Tarma el 25 de noviembre. En este último lugar se juró la independencia el 29 de noviembre de 1820, aboliéndose el tributo indio que existía.
Arenales continuó camino a Cerro de Pasco, porque su misión consistía en tomar esa plaza fuerte y conectarse, por Oyón, con el grueso del ejército libertador, que estaba acantonado en el valle de Chancay, cosa que realizó el 6 de diciembre de 1820. De ahí fueron a Huaura, llegando el 13 de enero de 1821.
Las tropas patriotas de Arenales, el 6 de diciembre de 1820, se enfrentaron a las tropas realistas, comandadas por el general O´Reilly, que contaba con 1300 efectivos, en Cerro de Pasco. Fue una total victoria patriota. La división realista de O´Reilly tuvo 58 muertos y 18 heridos durante la batalla. “La acción se resolvió a favor de los patriotas, y en la persecución que éstos emprendieron, seguidamente, capturaron 380 prisioneros, la bandera del “Victoria”, los estandartes de caballería, el armamento y cuanto tuvieron que perder”, según la expresión empleada por Arenales en el parte que elevó al general José de San Martín. Los prisioneros aumentaron en los días subsiguientes, obteniéndose la captura del mismo general O´Reilly, que poco después, fue remitido a Huaura como prisionero de calidad. Una vez que los patriotas se apoderaron de Cerro de Pasco, tuvieron expeditas sus comunicaciones con el Cuartel General del Ejército Libertador, habiéndose obtenido en esta primera campaña, la más completa victoria.
El 30 de octubre de 1820, San Martín arribó a Ancón, y en acción concertada, el 5 de noviembre de ese mismo año, en una incursión sorpresiva del almirante Cochrane al Callao, se capturó a la fragata “Esmeralda”, con lo que se dio el golpe de gracia a la escuadra española.
El 10 de noviembre, San Martín ingresó a Huacho (a 170 km al norte de Lima), donde desembarcó. Al frente de su ejército, San Martín avanzó hasta el poblado vecino de Huaura, donde estableció su cuartel general. Fue en Huaura donde por primera vez San Martín proclamó la independencia del Perú, en noviembre de 1820, desde un balcón que hasta hoy se conserva como joya histórica.
El 2 de diciembre, el batallón realista Numancia se rindió y adhirió a las fuerzas de Arenales, quien retornaba de su campaña a la sierra central para reencontrarse con San Martín en el norte chico. El 27 de diciembre de 1820, se proclamó la independencia en Lambayeque. El 29 de diciembre de 1820, Trujillo, convocado a Cabildo Abierto por su intendente José Bernardo de Tagle, Marqués de Torre Tagle, juró la independencia. El 6 de enero de 1821, Piura juró la independencia. En el mismo mes, también declararon la independencia Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas. Mientras tanto, la semilla sembrada por la expedición en la sierra central empezó a dar inmediatos frutos y se formaron las montoneras. Dichos grupos guerrilleros indios, liderados por patriotas criollos o indígenas, comenzaron a asediar a los realistas, sin dejarlos en paz. El alzamiento popular fue incontenible. Dándose cuenta de ello, San Martín ordenó al general Arenales otra expedición a la sierra central.
Saliendo de Huacho y hacia el norte, Arenales emprendió otra campaña a la sierra central del Perú. Cuando estaba por diezmar al ejército de Carratalá, ya muy debilitado por la acción de las montoneras, y pisándole los talones, recibió Arenales a un emisario del general San Martín con órdenes de cesar el hostigamiento, por cuanto se había abierto negociaciones con el comisionado regio venido de España, capitán de fragata Manuel Abreu, con el objetivo de finalizar la guerra.
En Aznapuquio se encontraban los comandantes La Serna y Toro que fueron en la noche anterior a la intimidación a Lima a reunirse con Canterac, Seoane y Valdés, con quienes llevaban días preparando el golpe. Después de asegurar la lealtad de sus unidades firmaron un documento exigiendo la renuncia del virrey y lo enviaron al secretario de la Junta de Generales, Juan Loriga, que se la presentó a Pezuela. Éste mandó reunir a los altos mandos ante oficiales leales y sublevados manifestó que era necesario resolver el problema antes que San Martín se entere de la situación. Sabiendo que los sublevados habían amenazado con tomar las armas si su exigencia no era aceptada, Pezuela nombró general en jefe a La Serna y se retiró a su despacho. El nuevo generalísimo decidió ante la junta pedir a su predecesor firmar un juramento solemne en que renunciaba a su autoridad, y así se hizo. Poco después, los sublevados hicieron formar a las tropas y les dieron la noticia de que La Serna era el nuevo virrey y capitán general. Los altos mandos que no participaron se marcharon a sus casas como las tropas al campamento. La Serna (que deseaba volver a España por la mala salud que le causaba el clima peruano) intento rechazar el nombramiento, pero la junta de mandos le hizo entender que era su deber como el más alto oficial que quedaba. Su primera acción fue nombrar a Canterac general en jefe de Lima y a Valdés jefe de Estado Mayor.
La noticia no fue creída en Lima hasta que el virrey Pezuela salió de su casa en un carruaje acompañado de su familia, mientras los nuevos mandos entraban al palacio virreinal después de las oraciones.
De inmediato, La Serna dio orden de triplicar las patrullas de vigilancia. La Serna terminó dando pasaporte a su predecesor y algunos oficiales que no estaban de acuerdo con lo sucedido para volvieran a España dos días después. El pronunciamiento denuncia la actitud del virrey Pezuela al que se acusa de agotar las fuerzas del Ejército Real del Perú dejándolo anclado en la defensa de Lima, no batir a San Martín en la hacienda Retes (Huaral), descuidar su obligación de mantener en la sierra un ejército viable que aguantara hasta la llegada de refuerzos desde España y tomar malas decisiones militares que causaron desde el arribo de San Martín hasta ese momento 14.798 bajas realistas (desertores, muertos, heridos y prisioneros). Pero la peor acusación era de querer capitular en contra de los deseos de sus lugartenientes. La verdad es que el virrey sabía que era imposible vencer si no llegaban refuerzos prontamente de España. Empeoraba la situación que en la península no hubiera un gobierno claramente legítimo que les diera órdenes. Por estas razones Pezuela y varios notables del Cabildo estaban empezando a considerar la capitulación, algo inaceptable para los oficiales. Como señalan algunos autores, de haber capitulado los peruanos se habrían ahorrado cuatro años de desastrosa guerra e intervenciones extranjeras.
En abril de 1821, el virrey de La Serna, mal de su grado, pero obligado por las instrucciones traídas desde España por el comisionado Abreu, en el sentido de llegar a un acuerdo pacífico con los patriotas, invitó oficialmente a San Martín a entrar en negociaciones, lo que el general argentino aceptó. Como sede de estas reuniones se designó la casa hacienda Punchauca, situada a 25 km al norte de Lima, en la jurisdicción de Carabayllo.
En la primera fase de estas conferencias, se reunieron los delegados de San Martín: Tomás Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Roza; y los delegados del virrey: Manuel de Llano y Nájara, José María Galdeano y Mendoza y Manuel Abreu (4 de mayo de 1821). Los delegados patriotas fueron instruidos para que se abstuviesen de llegar a algún acuerdo en tanto que no fuese reconocida la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Chile y Perú. Como ya había ocurrido en las anteriores conferencias de Miraflores, los españoles se mantuvieron inflexibles en no reconocer la independencia, lo que hacía que ambas partes se enquistaran en posiciones insalvables. Se decidió solo un armisticio de 20 días y se programó una entrevista personal entre los jefes adversarios, es decir entre de La Serna y San Martín.
La entrevista entre de La Serna y San Martín se realizó el 2 de junio. Acompañaban al virrey, el general José de la Mar y los brigadieres José de Canterac y Juan Antonio Monet. Por su parte, San Martín estaba acompañado por el general Gregorio de las Heras, Mariano Necochea y Diego Paroissien.
Según testimonio del comisionado Abreu, el plan que San Martín expuso al virrey consistía esencialmente en lo siguiente: que se instalaría una regencia, de la que de La Serna sería Presidente y que estaría, además, integrada por un vocal nombrado por el virrey, y otro nombrado por San Martín. Los dos ejércitos beligerantes deberían unificarse y se declararía la independencia. Luego, San Martín en persona viajaría a Madrid para solicitar de las Cortes que escogieran a un infante de España, un príncipe Borbón, que debía ser proclamado Rey del Perú. En un primer momento, a de La Serna no le pareció inaceptable este plan y consideró incluso la voluntad de San Martín de ir a España como un gesto de buena voluntad. Al parecer, esa también fue la primera impresión de sus oficiales, que departieron con los delegados patriotas en medio de brindis y chanzas. El virrey pidió dos días para consultar a todos sus oficiales y, según parece, se impuso entonces el criterio de sus dos oficiales más importantes, Canterac y Valdés, que vieron en el plan de San Martín solo un pérfido ardid para ganar tiempo. De La Serna se abstuvo de dar una respuesta a San Martín, aduciendo que no tenía instrucciones para decidir en asuntos tan trascendentes.
No obstante, las conversaciones continuaron, nuevamente entre delegados. El clima insalubre del valle de Chillón obligó a que la sede de las conferencias se trasladara nuevamente al pueblo de Miraflores, al sur de Lima. Allí, el 8 de junio, los diputados del Virrey de La Serna, Manuel del Llano, José María Galdiano, Manuel Abreu, con su secretario Francisco Moar y los diputados de San Martín, Tomás Guido, Juan García del Río, José Ignacio de La Rosa, con el secretario Fernando López Aldana, reiniciaron las conferencias. No se logró ningún resultado. Desde el 20 de junio, las reuniones continuaron a bordo del buque neutral Cleopatra, igualmente sin resultado en lo que respecta a los puntos centrales. Lo único rescatable que se acordó en todas estas reuniones fue prorrogar el armisticio hasta el 30 de junio, así como un canje de prisioneros.
Tras las conferencias de Punchauca el virrey José de la Serna observó que mantenerse en Lima le era totalmente desfavorable desde todo punto de vista, por lo que tomó la decisión de retirarse de la ciudad capital del virreinato con sus tropas, acción que ejecuta el 6 de julio de 1821. Empero, dejó un destacamento al mando del general José de La Mar, para que custodiara la Fortaleza del Real Felipe, en el Callao.
Ante la cercanía del Ejército Libertador, dice Pedro Escribano:
«Lima se convirtió en una fuente inagotable de rumores tremebundos. Las puertas de tiendas, pulperías y negocios fueron cerradas ante el temor de un inminente saqueo. Los limeños, corrían por las calles, en tumulto, desconcertados. Muchos buscaron refugio al conocer la noticia. La insurgencia emancipadora, no era un movimiento con muchos adeptos en la capital del virreinato. El pánico, por ello, fue generalizado. Miles de familias se dejaron arrastrar por una ola de histeria y desesperación. El rumor de la Independencia, fue asumido, y no por pocos, como si se tratara de la inminencia de un cataclismo. Circulaba el rumor que el Ejército Libertador, era extremadamente violento y sanguinario, que estaba compuesto por hordas de indios, negros y resentidos sociales, que su sed de venganza contra los sectores pudientes que residían en Lima desataría una matanza nunca vista. Todos vivían la sensación de estar en la víspera del fin del mundo».
El ejército realista al mando del general José Canterac, ya había dejado Lima, rumbo a la sierra, el 25 de junio de 1821. En su persecución fue enviado Arenales. Este destacamento patriota ya estaba a punto de enfrentarse a las fuerzas de Canterac, pero desistió por órdenes de San Martín. Indudablemente, el general argentino no deseaba un enfrentamiento frontal con los españoles.
El 5 de junio de 1821, el virrey José de la Serna anunció a los limeños que abandonaba la capital para refugiarse en el Callao, en la fortaleza del Real Felipe. Lima quedaba abandonada a su suerte. Según el inglés Sir Basil Hall: «los timoratos eran presa fácil de los temores más extraños; los audaces y fuertes no sabían de qué modo utilizar su coraje; los vacilantes estaban en el estado más calamitoso». Como la fortaleza del Real Felipe, según el virrey, era el sitio más seguro, «multitudes se precipitaron hacia el castillo, y al ser interrogadas sobre las razones que les empujaban a abandonar la ciudad, no daban otra que el miedo». Mientras tanto, parte del pueblo limeño, representado por algunos notables (españoles y criollos), hizo llegar una invitación a San Martín para que ingrese a Lima, el 9 de julio de 1821.
En efecto, el Libertador del Sur, mandó un pequeño destacamento de patriotas e hizo su entrada a Lima en la noche del 12 de julio de 1821. «En vez de venir con pompa oficial, como tenía derecho a hacerlo, San Martín esperó que oscureciese para entrar a la capital a caballo y sin escolta, acompañado por un simple ayudante.», continúa diciendo Basil Hall. Dos días después lo hizo el grueso del ejército libertador, «siendo recibido con mucho fervor patriótico».Sobre el ánimo de los limeños al tiempo del ingreso del Ejército Libertador a Lima, Pedro Escribano, nos dice: «parece mentira. En los días siguientes Lima se fue reanimando lentamente. Poco a poco la población tomó confianza en los emancipadores y comprobó que no había razón para el temor. Mucho había pesado, en todo caso, la mala conciencia»
Por su parte, sobre lo mismo, Sir Basil Hall, dice: «Era inconcebible que tanta gente pudiera estar encerrada tan largo tiempo sin tentarse siquiera una vez a curiosear, especialmente cuando el peligro no era inminente o cierto».
En cumplimiento de lo acordado con San Martín, los notables de Lima se reunieron en Cabildo Abierto, con el propósito de jurar la Independencia. La firma del Acta de Independencia del Perú tuvo lugar el 15 de julio de 1821. Unos 300 ciudadanos principales firmaron el Acta ese día; en los días siguientes lo hicieron muchos más.Manuel Pérez de Tudela, letrado ariqueño, más tarde Ministro de Relaciones Exteriores, fue quien redactó el Acta de la Independencia El almirante Cochrane entró en Lima el 17 de julio.
El sábado 28 de julio de 1821, en una ceremonia pública muy solemne, el generalísimo José de San Martín enunció la célebre proclamación de la Independencia del Perú. Primero lo hizo en la Plaza Mayor de Lima, después en la plazuela de La Merced, luego, en la plaza Santa Ana, frente al Convento de los Descalzos y finalmente en la plaza de la Inquisición (hoy plaza Bolívar). Según testigos de la época, presenciaron la ceremonia más o menos 16.000 personas. El libertador con una recién creada bandera peruana en la mano, exclamó:
Basil Hall, capitán de la marina británica, que por entonces se hallaba en Lima, al comentar la ceremonia culmina diciendo:
Cabe destacar que hay cuestiones históricas que dicen que San Martín ya había jurado la independencia peruana el 27 de noviembre de 1820 en la ciudad de Huaura (al norte de Lima), en el denominado Balcón de Huaura, aunque este tema es muy debatido, lo cierto es que en Huaura el Libertador reorganizó su ejército y comenzó el plan para el asedio de la capital del virreinato.
Mientras que en Lima, San Martín se dedicaba a fundar el nuevo estado peruano, el virrey La Serna, aprovechando el retiro de Álvarez de Arenales de la sierra central, empezó a recuperar posiciones. Reforzó sus posiciones en Jauja y Huancayo, puntos desde donde planeó hostigar a Lima, pero esta operación no era fácil, por la resistencia que oponían los peruanos andinos. Como en los castillos del Callao permanecía una guarnición española apostada con gran cantidad de armamentos, el virrey planeó hacer una incursión allí. La temeraria expedición española se preparó en Jauja, seleccionándose a 2500 infantes y 900 de caballería, al frente de los cuales fue puesto el general Canterac.
Canterac partió de Jauja el 25 de agosto de 1821, rumbo al valle del Rímac (Lima y Callao). En el trayecto sufrió el ataque de los montoneros peruanos, que le ocasionaron numerosas bajas. Impresionado por este ataque, Canterac dividió sus fuerzas en dos columnas, una bajo su mando, que marchó por la ruta de San Mateo, y otra bajo el mando de Lóriga, que siguió la ruta de Lurín. Ambos se encontraron en Cieneguilla, unos km al sur de Lima. Los realistas se encontraban en condiciones desastrosas, tanto física como moralmente. En esas condiciones habría sido posible que los patriotas los acorralaran y exterminaran. No obstante, San Martín, que desde su emplazamiento estaba al tanto de los movimientos de los realistas, no quiso atacarlos.
Los realistas empezaron el 8 de septiembre a desplazarse de Cieneguilla con dirección al Callao, dispuestos en tres unidades, mandadas por Valdés, Monet y Carratalá, mientras que Canterac iba al frente de la caballería. Los 7000 soldados de línea del Ejército Libertador y los más de 3000 montoneros peruanos, que contemplaban atónitos tal avance, ardían por entrar a combate, pero San Martín, pese a los ruegos de su jefe de estado mayor, general Las Heras, se negó a dar la orden de ataque. Hasta el mismo almirante Cochrane visitó a San Martín y le pidió que le pusiera al mando de 2000 soldados, con los que prometió aniquilar a todas las fuerzas realistas. Pero San Martín se volvió a negar, siendo recriminado por Cochrane; fue en ese momento en que se produjo la ruptura entre ambos. Se afirma que la actitud de San Martín, de no querer atacar a los realistas, se debía a la esperanza que depositaba en que estos aceptarían las ofertas que les había planteado en la conferencias de Punchauca para llegar a un acuerdo de paz; de ser cierto ello, se equivocaba rotundamente.
Fue así que, en una maniobra sorprendente, y sin que las tropas patriotas los obstaculizaran, los realistas de Canterac llegaron hasta el Callao y se encontraron con las fuerzas del general José de La Mar, que custodiaba la Fortaleza del Real Felipe (10 de septiembre de 1821). Luego de hacerles conocer las nuevas órdenes del virrey La Serna, y de entregarles avituallamiento militar, Canterac regresó a la sierra el 16 de septiembre.
El alto mando del ejército libertador, reaccionó tarde, cuando Canterac ya se hallaba rumbo a la sierra. Se dispuso que las tropas patriotas al mando del general Guillermo Miller (que era nacido en Inglaterra e incorporado a las filas patriotas desde 1817, en Buenos Aires) le siguieran produciéndose escaramuzas entre la vanguardia del ejército patriota y la retaguardia del ejército realista. Como consecuencia de estos enfrentamientos armados, se produjeron bajas considerables en el ejército de Canterac, principalmente por desbande y por la acción heroica de los montoneros peruanos. Canterac se reunió con La Serna en Jauja, el 1 de octubre de 1821, 35 días después de que iniciara la osada expedición al Callao.
El almirante Cochrane se retiró a sus navíos, muy molesto por la actitud de San Martín de desaprovechar una magnífica oportunidad para infligir un duro golpe a los realistas. El marino británico fue enfático en considerar a San Martín como de un intelecto militar inferior al suyo y que el Protectorado que estaba ejerciendo carecía de decisión y se mostraba dubitativo.
Como a los marinos de su escuadra no se les había pagado desde la salida de Chile, pese a los reiterados pedidos, Cochrane confiscó el tesoro público que resguardaba en uno de los navíos, con el cual hizo el pago de los sueldos y los premios, pero haciendo las cuentas claras y devolviendo a la Casa de Moneda los saldos que quedaban. No obstante, San Martín se enojó y ordenó a Cochrane que volviera a Valparaíso. El marino expresó que no le debía obediencia y enfiló su escuadra hacia el norte, para perseguir al resto de los flota española. Retornó al Callao, en donde tuvo algunas fricciones. Finalmente, zarpó el 10 de mayo de 1822, para no volver más al Perú, considerando que su contribución a la causa independentista no era realmente apreciada ni aprovechada.
Cuando oficiales generales del ejército Libertador vieron retirarse a la expedición de Canterac hacia la sierra, luego de su espectacular avance al Callao, fueron presas de la más exacerbada indignación. No podían entender la razón por la que San Martín se había negado a dar la orden de ataque, perdiéndose varias oportunidades de batir a las fuerzas realistas en el largo trayecto de Cieneguilla al Callao. Según ellos, se había desperdiciado una magnífica oportunidad de acelerar el fin de la guerra de la independencia. Al no hallar una explicación de carácter estratégico, surgieron diversas hipótesis sobre problemas personales que aquejaban al Libertador. Una de ellas decía que su adicción al uso del opio para combatir sus dolores estomacales (que se le presentaron de manera aguda a partir de la batalla de Chacabuco), habían minado su voluntad y firmeza. Sea como fuera, casi todos los oficiales concordaron en que era preciso deshacerse de San Martín, si se deseaba rectificar la estrategia militar que debía conducir al triunfo. Surgió así una conjura para deponerlo, apresarlo y deportarlo. Las reuniones de los conjurados se realizaron en las oficinas del estado mayor, en los primeros días de octubre de 1821. Tácitamente, apoyaban la conjura el comandante del ejército, general Juan Gregorio de Las Heras, y el jefe de estado mayor Rudecindo Alvarado. Cuando ya estaba a punto de darse el golpe, los conjurados cometieron el error de poner al tanto del plan al coronel venezolano Tomás Heres, comandante del batallón Voltígeros (ex Numancia), creyendo que se les uniría. Pero Heres corrió presuroso a informar de la conjura a San Martín, quien se limitó a confrontar al denunciante con los oficiales acusados. Estos negaron rotundamente la acusación e incluso desafiaron al venezolano a someterse a duelo. San Martín apaciguó los ánimos y envió a Heres a Colombia, para evitar que sufriera algún atentado. Naturalmente, el plan de los conjurados se desbarató, al perderse el factor sorpresa. San Martín no impuso ningún castigo a los oficiales implicados, e incluso, logró que el cabildo de Lima obsequiara a 20 altos oficiales, fincas en el Perú por un valor cercano de 500 mil pesos (propiedades que habían sido confiscadas a los españoles). Entre los beneficiados se hallaban Guise, Luzuriaga, Las Heras, Necochea, García del Río, Monteagudo, Álvarez de Arenales, Miller y Heres. Pero muchos de ellos venderían sus propiedades y se retirarían del Perú.
El general San Martín había asumido el mando político militar de los departamentos libres del Perú bajo el título de Protector, como dice el decreto del 3 de agosto de 1821. Para todo efecto práctico, el Perú se hallaba dividido militar y administrativamente en dos partes:
Luego, el título de Protector fue cambiado por el de Protector de la Libertad del Perú. El Perú debe al Protectorado, que duró apenas un año y 17 días, las siguientes realizaciones político administrativas:
El Protectorado fue una dictadura que se basó en un Estatuto, que tuvo las siguientes características:
Otras disposiciones que se dieron en el Perú, durante el Protectorado, fueron:
El problema mayor para San Martín, era, indudablemente, la guerra contra los realistas. Hay quienes le han reprochado el no emprender una ofensiva total sobre los realistas, como lo había hecho en Chile, pero el Libertador tenía sus razones para proceder así. En primer término, era consciente de la inferioridad numérica de sus fuerzas, comparada con la de los virreinales. Estos dominaban el interior del país, desde Jauja hasta el Alto Perú, y sumaban un total de 23.000 soldados, mayormente hombres andinos y mestizos reclutados a la fuerza. San Martín solo contaba con 4.000 efectivos. Un importante triunfo para los patriotas fue la rendición de las fortalezas del Callao, el 19 de septiembre de 1821, cuyo jefe, el mariscal peruano José de la Mar, se sumó a la causa patriota. Mientras tanto, el virrey La Serna reorganizaba sus fuerzas en la sierra central y sur del Perú y en el Alto Perú, desde donde realizó incursiones sobre la costa, destruyendo un ejército independiente en la batalla de Ica o de La Macacona, el 7 de abril de 1822.
El 24 de mayo de 1822, tropas peruano-colombianas derrotaron a los realistas en la batalla de Pichincha (actual territorio del Ecuador) y ocuparon Quito el 25 de mayo. El contingente peruano que intervino en esta batalla, estuvo compuesto por 1,600 efectivos al mando del coronel Andrés de Santa Cruz y se unió a la tropa patriota colombiana en Saraguro, el 9 de febrero de 1822. Este suceso es memorable, pues por primera vez confluían las dos corrientes libertadoras, la del Norte y la del Sur.
Posteriormente, el general Simón Bolívar invadió Guayaquil, con el afán de anexarla a la Gran Colombia, de la que era su caudillo indiscutible. Tanto el Libertador del Norte, Bolívar, como el Libertador del Sur, San Martín, estaban convencidos que la definición de la independencia americana, tenía que darse en suelo peruano.
San Martín, no pudo, sin embargo, culminar la guerra contra los españoles. Si bien todo el norte del Perú se había sumado voluntariamente a la causa patriota, el centro y el sur del país permanecían ocupadas por las tropas virreinales. San Martín consideró necesaria la ayuda militar externa y en pos de ella fue a entrevistarse en Guayaquil con Bolívar. En la entrevista de Guayaquil, realizada entre los días 26 y 27 de julio de 1822, los Libertadores discutieron tres importantes cuestiones:
La entrevista no llegó ningún resultado concreto. En lo que respecta al primer punto, Bolívar ya había decidido que Guayaquil perteneciera a la Gran Colombia y no admitió ninguna discusión al respecto. En cuanto al segundo punto, Bolívar ofreció enviar al Perú una fuerza auxiliar grancolombiana de 2000 hombres, que San Martín consideró insuficiente. Y en lo referente al tercer punto, Bolívar era decididamente republicano, contraponiéndose así al monarquismo del Libertador rioplatense. Desilusionado, San Martín retornó al Perú, ya convencido de que debía retirarse para dar pase al Libertador del Norte.
Antes de los sucesos de Guayaquil, San Martín había convocado al Primer Congreso Constituyente de la República del Perú, el 1 de mayo de 1822. Se eligieron 80 diputados, instalándose solemnemente este legislativo el 20 de septiembre de 1822. Lo presidía el clérigo Francisco Javier de Luna Pizarro. Apenas instalado este Primer Congreso Constituyente, aprobó una proposición que decía: “…que el Congreso Constituyente del Perú está solemnemente constituido e instalado, la soberanía reside en la nación, y su ejercicio en el Congreso que legítimamente la representa”.
Luego de la instalación y en la misma fecha, este Congreso ofreció al general José de San Martín, poderes dictatoriales, que rehusó. Se varió el ofrecimiento al de Fundador de la Libertad del Perú y Generalísimo de las Armas, título que fue aceptado por el general San Martín, aunque de manera honorífica. Su decisión de retirarse, era terminante.
El Congreso aceptó la renuncia de San Martín y convino en la proposición de Arce diciendo que “como quiera que el Congreso debe retener cuanta autoridad sea dable para hacer cumplir sus determinaciones, y corriendo riesgo de que un Poder Ejecutivo extraño, aislado y separado de él, aunque hechura suya, le puede formar partido de oposición” determinaba que “el Congreso conserve el Poder Ejecutivo”. Se decidió también que Poder Ejecutivo debería estar conformado por tres personas. Uno de los diputados, José Faustino Sánchez Carrión, el célebre “El Solitario de Sayán”, sentenció en aquella oportunidad: “Tres no se unen para oprimir. El gobierno de uno es más eficaz si gobernar es tratar a la raza humana como a las bestias…” y agrega: “La Libertad es mi ídolo, como lo es del pueblo. Sin ella no quiero nada; la presencia de uno sólo en el mando me ofrece la imagen odiada del Rey”.Y así quedó constituida la Suprema Junta Gubernativa, conformada por tres congresistas:
Varias declaraciones de este Primer Congreso Constituyente, marcan el final de los sueños monárquicos, como la declaración del 11 de noviembre de 1822 sobre la incompatibilidad de la Orden del Sol y de los Títulos de Castilla con la forma de Gobierno del Perú y la declaración del 12 de noviembre del mismo año, desautorizando a los comisionados García del Río y Paroissien.
José de San Martín se retiró a la Magdalena, en donde tenía una casa de campo. Acompañado por una pequeña escolta y un ayudante, la misma noche de su renuncia, montado a caballo, se dirigió a Ancón, al norte de Lima. En la madrugada del día 22 de septiembre, en el bergantín Belgrano, se embarcó rumbo a Valparaíso, Chile.
El Primer Congreso Constituyente promulgó el 12 de noviembre de 1823, la Primera Constitución Política de la República, de clara tendencia liberal. Fue una Constitución efímera; cuando llegó al Perú el general Simón Bolívar, el propio Congreso Constituyente, tuvo que suspender sus efectos para poderle dar al Libertador poderes dictatoriales.
La misión primordial de la Suprema Junta Gubernativa, era proseguir la lucha contra los realistas. El virrey La Serna contaba con más de 20.000 soldados que ocupaban el territorio entre Cerro de Pasco (centro del Perú) y el Alto Perú (sur del Perú, actual Bolivia). Ya San Martín había previsto que eran necesarias más fuerzas para poder derrotar a los realistas, quienes habían convertido todo ese territorio en un verdadero bastión de su poderío. Se hallaba todavía en curso la ayuda que Bolívar había ofrecido al Perú para derrotar a los españoles. Efectivamente, durante la Entrevista de Guayaquil, Bolívar ofreció a San Martín ayuda militar al Perú, la que se concretizó en julio de 1822, con el envío de tropas al mando de Juan Paz del Castillo, pero estas eran todavía insuficientes. En septiembre de ese año, Bolívar ofreció otros 4.000 soldados más, pero la ya instalada Suprema Junta Gubernativa solo aceptó la recepción de 4.000 fusiles. Las relaciones del Perú con la Gran Colombia entraron en su punto más crítico debido a la anexión de Guayaquil a territorio grancolombiano. A ello se sumó el hecho de que Juan Paz del Castillo recibiera instrucciones de su gobierno de no comprometer a sus fuerzas solo en caso de que el éxito estuviera garantizado y solo en el norte peruano, por lo que entró en conflicto con los intereses del Perú, que se enfocaban en atacar a los realistas del centro y del sur. Dicho oficial colombiano retornó a su patria, en enero de 1823, disgustado al no lograr imponer sus condiciones. Las relaciones con la Gran Colombia se enfriaron entonces, en los precisos instantes en que se libraba la llamada Primera Campaña de Intermedios.
La Suprema Junta de Gobierno organizó una expedición militar contra los españoles que todavía dominaban el sur del Perú. Esa expedición se conoció como “Campaña de los puertos intermedios” o simplemente “Campaña de Intermedios”, pues el plan era atacar a los españoles desde la costa sur situada entre los puertos de Ilo y Arica. Este plan había sido bosquejado por el mismo San Martín, pero originalmente contemplaba, además del ataque desde la costa sur peruana, una ofensiva combinada de los argentinos por el Alto Perú y de los patriotas de Lima por el centro del Perú. Sin embargo, la Junta no pudo lograr el concurso del gobierno de Buenos Aires, abrumado por dificultades internas, y no otorgó al ejército que guarnecía Lima los medios necesarios para que iniciara oportunamente una ofensiva a la sierra central. La partida del colombiano Juan Paz del Castillo influyó también para que se paralizaran los preparativos del llamado ejército patriota del Centro.
Esta primera Campaña de Intermedios, comandada por el general rioplatense Rudecindo Alvarado, acabó en total fracaso al no seguirse el plan completo y al no ponerse dinamismo en las acciones, lo que dio tiempo a que los realistas se pusieran a la defensiva.
Alvarado llegó a Iquique en donde hizo desembarcar un destacamento para que iniciara acción sobre el Alto Perú. Luego se dirigió a Arica, donde permaneció sin desembarcar por espacio de tres semanas, dando tiempo para que el virrey La Serna, informado por su servicio de espionaje de la presencia patriota, ordenara a sus lugartenientes José de Canterac y Jerónimo Valdés acudir con sus fuerzas a la zona amenazada. Cuando a fines de diciembre Alvarado desembarcó en Arica y avanzó sobre Moquegua se encontró con las fuerzas realistas que ocupaban mejores posiciones. Valdés le salió al encuentro, librándose la batalla de Torata. El jefe realista resistió ocho horas hasta que llegó en su auxilio Canterac con su caballería; juntos pusieron en fuga a los patriotas, logrando así la victoria para las banderas del Rey (19 de enero de 1823). Animado por su éxito, Valdés persiguió a las tropas de Alvarado, alcanzándolas y venciéndolas definitivamente en la batalla de Moquegua (21 de enero de 1823). Las tropas patriotas, reducidas a la cuarta parte de su número original, tuvieron que reembarcarse precipitadamente y retornar al Callao con cerca de 1000 sobrevivientes.
Tras la proclamación de independencia del Perú, el proceso parecía estancado por la resistencia militar española y la inestabilidad de los primeros gobiernos independientes. Así, mientras la costa y el norte del Perú eran independientes, la sierra peruana y el Alto Perú seguían siendo realistas. El virrey La Serna había establecido su sede de gobierno en el Cuzco. Dos campañas militares emprendidas por los gobiernos de Lima para acabar el rincón de la resistencia realista en el sur peruano (Campañas de Intermedios), culminarían en sendas derrotas. La anarquía amenazaba al naciente Estado Peruano, que vio producirse el primer golpe de estado de su historia (Motín de Balconcillo).
La conclusión de la guerra independentista del Perú vendría con la intervención de Simón Bolívar y la Gran Colombia.
Los oficiales patriotas al mando de las tropas que guarnecían Lima, ante el temor de una ofensiva española, firmaron una solicitud ante el Congreso, fechada el 23 de febrero de 1823 en Miraflores, invocando la designación de un solo Jefe Supremo «que ordene y sea velozmente obedecido», en reemplazo del cuerpo colegiado que integraba la Junta; se sugería incluso el nombre del oficial indicado para asumir el gobierno: el coronel José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete.
La crisis se ahondó al ser presentada otra solicitud al Congreso por parte de las milicias cívicas acuarteladas en Bellavista y una tercera encabezada por Mariano Tramarría. El día 27 de febrero las tropas se movilizaron desde sus acantonamientos hasta la hacienda de Balconcillo, a media legua de Lima, desde donde exigieron la destitución de la Junta. Estos sublevados estaban encabezados por el general Andrés de Santa Cruz. Fue el primer golpe de estado de la historia republicana peruana, conocido como el Motín de Balconcillo, con el que se inauguró la sucesión de gobiernos de facto que jalonaron el transcurso de la vida republicana.
Ante tal presión, ese mismo día, el Congreso acordó cesar a la Junta Gubernativa y encargar interinamente la máxima magistratura al jefe militar de mayor graduación, que era José Bernardo de Tagle, marqués de Torre Tagle. El 28 de febrero, el Congreso ordenó poner en libertad al general José de La Mar, que había sido arrestado en su domicilio, y citó al general Andrés de Santa Cruz, quien hizo una exposición oral de la posición de los jefes y terminó diciendo que acataban la orden del Congreso pero que si no se nombraba a Riva Agüero como Presidente de la República, él y los jefes militares renunciarían y se irían del país. Ante lo expresado por Santa Cruz, el Congreso nombró a Riva Agüero como Presidente de la República por 39 votos a favor de un total de 60; no se le asignó funciones ni plazos. Pocos días después el mismo Congreso lo ascendió a Gran Mariscal y dispuso que utilizara la banda bicolor como distintivo del poder ejecutivo que administraba (4 de marzo de 1823). Desde entonces todos los Presidentes del Perú han lucido dicha banda presidencial.
Riva Agüero puso en marcha una gran actividad para poner al Perú en condiciones de terminar por cuenta propia la guerra de la Independencia. Su obra gubernativa se concretó en los siguientes puntos:
Riva Agüero emprendió la Segunda Campaña de Intermedios, embarcándose sus tropas del 14 a 25 de mayo de 1823, rumbo a los puertos del sur, desde donde planeaba atacar a los españoles que todavía dominaban todo el sur peruano. Esta expedición la comandaba el general Andrés de Santa Cruz y como jefe de estado mayor iba el entonces coronel Agustín Gamarra. Santa Cruz prometió regresar victorioso o muerto. Era la primera vez que se ponía en acción un ejército formado íntegramente por peruanos. Santa Cruz desembarcó sus fuerzas en Iquique, Arica y Pacocha y avanzó sobre el Alto Perú. Los patriotas obtuvieron al principio algunas victorias. Gamarra ocupó Oruro y Santa Cruz La Paz. Pero la reacción de los realistas no se hizo esperar. El virrey La Serna envió a su general Gerónimo Valdes para que atacara a Santa Cruz, produciéndose la batalla de Zepita (25 de agosto de 1823), a orillas del lago Titicaca. Los patriotas quedaron dueños del campo, pero sin obtener una victoria decisiva. Acto seguido, Santa Cruz ordenó la retirada hacia la costa, siendo perseguido muy de cerca por las fuerzas de La Serna y Valdes, quienes despectivamente denominaron a esta campaña como la “campaña del talón”, aludiendo a lo cerca que estuvieron de los patriotas que se retiraban, casi “pisándoles los talones”. Santa Cruz no paró hasta llegar al puerto de Ilo donde se embarcó con 700 sobrevivientes. La campaña terminó, pues, en total fracaso para los patriotas.
Al quedar Lima desguarnecida, el jefe realista José de Canterac avanzó desde la sierra contra la capital. Riva Agüero ordenó entonces el traslado de los organismos del gobierno y las tropas a la Fortaleza del Real Felipe del Callao, el 16 de junio de 1823. El día 19 las fuerzas españolas ocupaban Lima.
En el Callao estalló la discordia entre el Congreso y Riva Agüero. El Congreso resolvió que se trasladasen a Trujillo los poderes Ejecutivo y Legislativo; creó además un Poder militar que confió al general venezolano Antonio José de Sucre (que había llegado al Perú en mayo de dicho año, al frente de las primeras tropas colombianas), y acreditó una delegación para solicitar la colaboración personal de Simón Bolívar en la guerra contra los españoles (19 de junio de 1823). Enseguida, el mismo Congreso concedió a Sucre facultades iguales a las de Presidente de la República mientras durara la crisis, y el día 23 de junio dispuso que Riva Agüero quedara exonerado del mando supremo.
Riva Agüero no acató tal disposición congresal y se embarcó a Trujillo (norte del Perú) con parte de las autoridades. Mantuvo su investidura de Presidente, decretó la disolución del Congreso (19 de julio de 1823) y creó un Senado integrado por diez diputados. Formó tropas e intentó reforzarlas con los restos de la campaña de Intermedios. Mientras que en Lima, el Congreso fue nuevamente convocado por el presidente provisorio Torre Tagle, el 6 de agosto del mismo año. Este Congreso reconoció a Tagle como Presidente de la República, siendo este el segundo ciudadano en adoptar dicho título, después de Riva Agüero. Cundió pues la anarquía en el Perú, al existir al mismo tiempo dos gobiernos.
El Congreso peruano acatando las recomendaciones del general Sucre, invitó al Libertador del Norte, general Simón Bolívar a trasladarse al Perú «para consolidar la independencia». Bolívar se embarcó en el bergantín Chimborazo en Guayaquil, el 7 de agosto de 1823, llegando al Callao el 1 de septiembre del mismo año. El día 10 de septiembre el Congreso de Lima le otorgó la suprema autoridad militar en toda la República. Seguía siendo Torre Tagle presidente, pero debía ponerse de acuerdo en todo con Bolívar. El único obstáculo para Bolívar era Riva Agüero, quien dominaba el norte del Perú, con capital en Trujillo. Riva Agüero no dio señal de querer llegar a un acuerdo que posibilitara la unificación de todas las fuerzas patriotas bajo el mando del Libertador del Norte, y más bien quiso entenderse con los realistas.
El mismo Bolívar abrió campaña contra Riva Agüero, marchando al norte. Pero antes de que se desatara la guerra civil, Riva Agüero fue apresado por sus propios oficiales encabezados por el coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente, quien, desobedeciendo la orden de fusilarlo, lo desterró a Guayaquil (25 de noviembre de 1823). Bolívar entró a Trujillo en diciembre de 1823 y quedó así dominando la escena política y militar del Perú. Luego emprendió regreso a Lima. El 1 de enero de 1824, estuvo en Nepeña y Huarmey, de ahí pasó a Pativilca en donde enfermó de paludismo.
Los coloniales, enterados de la enfermedad de Bolívar, aprovecharon la situación y lograron que las tropas patriotas (argentinas y chilenas) que guarnecían la Fortaleza del Real Felipe en el Callao, se amotinaran, reclamando pagos devengados y otros maltratos. Los amotinados lograron tomar el fuerte, liberaron a los prisioneros españoles, les devolvieron sus cargos y jerarquías y junto con ellos, enarbolaron la bandera española, cometiendo traición a la causa libertadora. Este acto de sedición causó desconcierto en Lima (5 de febrero de 1824). Ante tal delicada situación, el Congreso dio el 10 de febrero un memorable decreto entregando a Bolívar la plenitud de los poderes para que hiciera frente al peligro, anulando la autoridad de Torre Tagle. Se instaló así la Dictadura.
Canterac ordenó que los generales realistas Rodil y Monet aprovecharan esa circunstancia y tomaran Lima. A marchas forzadas, el general Monet, desde Jauja y el general Rodil, desde Ica, se juntaron en Lurín, el 27 de febrero de 1824. Los patriotas de Lima, se vieron obligados a abandonarla, al mando del general Necochea, quien junto con 400 montoneros a caballo, fueron los últimos en retirarse el 27 de febrero. Los realistas ingresaron a Lima el 29 de febrero del mismo año.
Bolívar, ya recuperado de su enfermedad, ante las terribles noticias que le llegaban de Lima, inició los preparativos para la campaña militar definitiva contra los españoles, al frente del Ejército Libertador. Instaló su cuartel general en Trujillo y recibió la ayuda de los peruanos, tanto en dinero, abastecimientos y recursos de toda índole, como en combatientes. Efectivamente, fuera de su ejército regular, Bolívar contó con la valiosa ayuda de 10,000 montoneros. Este enorme contingente de soldados irregulares estaba integrado principalmente por indios voluntarios y anticolonialistas.
Bolívar comisionó a los líderes de los montoneros para actuar en los siguientes frentes: Francisco de Paula Otero, nombrado Comandante General de los montoneros de la sierra; Quispe Ninavilca, de la zona de Huarochirí, quien posteriormente fue nominado como representante ante el congreso; el coronel Francisco de Vidal, de La Oroya; el mayor Vicente Suárez, de Canta; y el comandante María Fresco, a cargo de Junín.
Con poderes absolutos y contando con refuerzos llegados de la Gran Colombia, Bolívar se instaló en Trujillo, donde organizó el Ejército Unido Libertador del Perú, con miras a las campañas finales de la independencia del Perú. Para ello contó con los recursos humanos y materiales que le brindó la población peruana a manos llenas.
Mientras tanto, la Restauración absolutista en España causó la división en las filas realistas, lo que se hizo evidente con la sublevación del 22 de enero de 1824 del general Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú. La Serna se vio obligado a enviar al general Valdés contra Olañeta, produciéndose el enfrentamiento de la mitad del ejército realista entre sí. Aprovechando esta coyuntura, Bolívar abrió campaña contra el ejército realista más cercano, que era el de José de Canterac, el cual estaba acantonado entre Jauja y Huancayo.
El ejército libertador avanzó hacia el Sur, rumbo a la sierra central, apoyado eficazmente por las montoneras peruanas. En junio de 1824, arribó a Huánuco y luego siguió hacia Cerro de Pasco.
A principios de agosto de 1824, Bolívar concentró sus fuerzas en la región de Quillota, Rancas y Sacramento. Sumaban en total unos 8.000 hombres. El 2 de agosto pasó revista a su ejército en el llano de Rancas, a 36 km de Cerro de Pasco. Terminada la revista, arengó a sus soldados desplegando una elocuencia arrolladora, una virtud que se complementaba con su talento militar:
Terminada una virtud que se complementaba con su talento militar:
¡Soldados! Vais a completar la obra más grande que el cielo ha encomendado a los hombres: la de salvar un mundo entero de la esclavitud.
¡Soldados! Los enemigos que vais a destruir se jactan de catorce años de triunfos. Ellos, pues serán dignos de medir sus armas con las vuestras que han brillado en mil combates.
¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y aún la Europa liberal os contempla con encanto porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo. ¿La burlaréis? No. No. Vosotros sois invencibles.
El ejército libertador continuó su avance hacia el Sur, bordeando el lago Junín. Canterac, que avanzaba por la orilla contraria del lago, fue sorprendido por el avance patriota y continuó apuradamente su marcha hacia al Sur, con el propósito de enlazar con el grueso de las fuerzas virreinales, pero ya era tarde. Al amanecer del 6 de agosto, ambos adversarios convergían al extremo sur del lago sobre la ciudad de Reyes (hoy Junín).
Eran las dos de la tarde del 6 de agosto de 1824 cuando Bolívar llegó a la pampa de Junín y observó que la infantería realista ya había pasado y que solo la caballería realista, que iba a retaguardia, se encontraba a la vista, en medio de una inmensa polvareda. Por su parte, la caballería patriota, de 900 efectivos, que venía a la vanguardia de su ejército, convergía en esos momentos por la quebrada de Chacamarca, mientras su infantería se encontraba todavía distante, como a 5 km al norte.
Bolívar quiso entonces evitar que Canterac huyera y ordenó a su caballería que atacara al ejército realista, para dar tiempo a que llegara la infantería patriota. Desde los altos de la quebrada de Chacamarca se lanzaron los escuadrones patriotas al llano, al mando del general Mariano Necochea.
Canterac, confiado en la superioridad numérica de su caballería, ordenó a ésta que frenara a los patriotas, poniéndose él mismo a la cabeza, mientras que su infantería continuaba su marcha al sur. Los patriotas no pudieron desplegar completamente sus escuadrones por lo malo del terreno, que era un espacio angosto entre un cerro y un pantano, mientras que la caballería realista, en terreno más propicio, desplegaba sus líneas y atacaba también. A las cuatro de la tarde se produjo el choque, que fue muy violento. Los patriotas comenzaron a retroceder, perseguidos por los realistas. El mismo Necochea fue herido siete veces y todo indicaba que la refriega culminaría en derrota para los patriotas. Fue entonces cuando el escuadrón Húsares del Perú, que se encontraba en la reserva al mando del teniente coronel argentino Isidoro Suárez, recibió la orden de cargar sobre los realistas por la espalda. Fue el ayudante del primer escuadrón, mayor José Andrés Rázuri, quien transmitió esa orden, supuestamente venida del mismo Bolívar, lo que no era cierto. Rázuri, natural de San Pedro de Lloc (en el departamento de La Libertad), cambió la orden original que era de retirada; y esta audaz decisión fue la que cambió la historia, al trocarse una segura derrota patriota por una victoria espléndida.
La carga de los Húsares del Perú desorientó a los realistas y dio tiempo para que los perseguidos patriotas se rehicieran y volvieran a la lucha. Luego de cuarenta y cinco minutos de feroz combate solo con arma blanca (sable y lanza), los patriotas obtuvieron el triunfo.
Bolívar, que ya daba por descontada la derrota y se había alejado del campo, recibió de pronto el parte enviado por Guillermo Miller en que se anunciaba la victoria. El Libertador estalló en alegría y dispuso desde entonces rebautizar a los Húsares del Perú como los Húsares de Junín.
Canterac, luego de la Batalla de Junín, perseguido por los montoneros de los coroneles Marcelino Carreño, Otero, Terreros, por el comandante Peñaloza, por el mayor Astete, tomó rumbo sur por las orillas del río Mantaro. Cruzó el puente de Izcuchaca, y se dirigió por el río Pampas al Cusco, donde lo esperaba el virrey La Serna. En su retirada, el general Canterac, perdió 3000 soldados, entre rezagados, desertores, enfermos y extraviados. Además, quedaron abandonados almacenes, armas y municiones.
Mientras el general Canterac seguía su fuga al sur hacia el Cusco, el itinerario de Bolívar era el siguiente: el día 7 de agosto de 1824 estuvo celebrando la victoria de Junín en el poblado de Reyes (hoy, Junín), el 8 de agosto estuvo en Tarma, el 12 de agosto en Jauja, el 14 de agosto en Huancayo y el 24 de agosto en Huamanga. Llegó hasta Andahuaylas de donde retornó el 6 de octubre. Ordenó a Carreño que hostilice permanentemente a Canterac. Delegó el mando del ejército patriota al general Antonio José de Sucre. Con su cuartel general en Jauja, encargó al general Andrés de Santa Cruz la jefatura de todos los montoneros de la sierra central. Luego, acompañado solo de su escolta, se dirigió a Lima. El 15 de agosto, en Huamanga, había designado a su gabinete ministerial que lo conformaban: José Faustino Sánchez Carrión, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores; coronel Tomás de Heres, ministro de Guerra y Marina e Hipólito Unanue, ministro de Hacienda.
Bolívar llegó a Chancay en el mes de noviembre de 1824, ingresando a Lima el 7 de diciembre de ese año. Inmediatamente ordenó el sitio del Callao con el objetivo de rendir a las tropas de Rodil, que estaban acantonadas en la Fortaleza del Real Felipe.
Mientras, la situación en el ejército realista es descrita así por el general García Camba:
«Este ejército brillante y animoso al principio de agosto, se hallaba ahora en el estado más lamentable; no sólo había visto abatir la merecida fama de su caballería en los mahadados campos de Junín; no sólo había perdido con pasmosa celeridad una gran parte de sus provincias de Tarma y Lima, las de Huancavelica y Huamanga completas, parte del Cusco, todos sus almacenes, muchas armas, municiones, efectos de parque y sobre todo, 3,000 infantes por deserción, sino que en poco más de un mes había alcanzado un grado de abatimiento moral apenas concebible… Carreño cubría con todos los montoneros el país entre Abancay y el Apurímac» (Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú: 1809 – 1812).
El general Antonio José de Sucre se preparó para la campaña final. Estando en Andahuaylas, reunió a su Estado Mayor ante los informes de que el realista Jerónimo Valdez había llegado al Cusco con un fuerte contingente, poniéndose a órdenes del virrey La Serna. Sucre, en una inspección, llegó a Mamara. En este pueblo envió una avanzada al mando del general Miller para espiar al enemigo. Miller regresó el 30 de octubre y le informó que los colonialistas estaban a solo 36 km. Sucre, entonces, ordenó el repliegue al noroeste.
La Serna, convencido de la cercanía de la batalla decisiva, había formado un ejército poderoso con 10 mil soldados, la mayor parte mestizos de “habla quechua”, criollos, negros, pardos e indios portadores. Dicho ejército disponía de 14 batallones de infantería, 2 brigadas de caballería y 14 piezas de artillería. La Serna comandaba la caballería. Valdez iba a la vanguardia con una división de infantería. Las otras dos estaban comandadas por Canterac y Monet.
El ejército patriota unido, tenía unos 7000 soldados, más los montoneros. El ejército regular estaba disperso y los montoneros hacían tareas militares de «cobertura, enlace y apoyo».
Dada la presencia de Valdez cerca de Andahuaylas, Sucre replegó su ejército hacia Huamanga, por las orillas del río Pampas, reagrupando sus fuerzas, sin apuro alguno. Por el contrario, La Serna, que había dispuesto a sus tropas andar a marchas forzadas, para ganar posiciones, llegó a Huamanga el 16 de noviembre de 1824.
El 24 de noviembre, ambos ejércitos marcharon a ambas orillas del río Pampas, teniéndose a la vista. Desde ese día, ya no se perdieron de vista. La tropa patriota iba de pueblo en pueblo, alentada por los montoneros, era recibida y ayudada efusivamente por sus habitantes. En cambio la tropa realista, iba eludiendo todo contacto con los pobladores de los pueblos por donde pasaba, cuidado de esta manera el desbande de las tropas. El general Guillermo Miller en sus Memorias, afirmó:
El 3 de diciembre de 1824, en las cercanías de Corpahuaico o Matará hubo una escaramuza entra las retaguardias, con consecuencias militares nada favorables para los patriotas. En las fuerzas patriotas que estaban al mando del general Guillermo Miller, se contaron 300 muertos; mientras que en el sector realista, a órdenes del general Jerónimo Valdez, se hallaron 30 muertos. Además, los patriotas perdieron buena parte de su parque y artillería.
Pero a decir de entendidos, en el aspecto estratégico fue provechoso este resultado para los patriotas, porque la derrota los animó, mientras que se ahondó la crisis moral entre los realistas, a tal extremo que ese mismo día 15 soldados que habían sido reclutados por Valdez en el Alto Perú, se pasaron a las filas de Sucre y le informaron el debilitamiento moral en que se encontraban las filas enemigas; «casi están como prisioneros», dijeron.
Desde el día 4 de diciembre, ambos ejércitos marcharon separados por un abismo. Los patriotas pasaron por Huaychao el día 5, y el 6 llegaron sus avanzadas un poco más al norte de La Quinua. Los realistas tomaron la ruta de Huanta, por Paccaicasa. El día 6, acamparon en Huamanguilla; la idea del virrey era cortar todo repliegue a Sucre. El 7 de diciembre, cada ejército hizo los aprestos para la batalla, tratando de encontrar la mejor ubicación. El día 8 hubo algunos choques entre patrullas.
Dispuestos a entablar la batalla definitiva, los realistas ocuparon las faldas del cerro Condorcunca y los patriotas se desplegaron en la Pampa de la Quinua. Los primeros contaban con 9.310 hombres y los segundos con 5.580.
La Pampa de la Quinua se ubica a 12 km de la ciudad de Huamanga; los indígenas la denominan Ayacucho. Es un área de suave declive que prolonga las faldas del cerro Condorcunca (cuello de cóndor), montaña que se destaca en el Ande de esa región. Descendiendo de las faldas de este cerro de este a oeste y continuando por la pampa, que tiene una longitud de 1,600 m, se llega al pueblo de artesanos de La Quinua, situado al término de la pendiente. En la parte más ancha la pampa tiene 600 m y se encuentra limitada al norte por un barranco, y al sur por una abrupta quebrada. En la época de la batalla y a mitad de la pampa, existían enormes piedras, producto de avalanchas o lloclla, que cortaba el campo de norte a sur.
El virrey La Serna formó su ejército de la siguiente manera:
Colocó su artillería en la cumbre, la misma que debía actuar no bien la infantería le concediera el terreno apropiado en el llano. Si bien constaba de 14 piezas, solo seis funcionaron, pues el resto se hallaba desmontado. Los realistas contaban, en teoría, con una buena posición estratégica.
Sucre, por su parte, formó así:
Su única artillería era un cañón de a cuatro. El jefe de Estado Mayor era el general Agustín Gamarra (peruano). El jefe de la caballería era Guillermo Miller.
Al amanecer del 9 de diciembre de 1824 todo estaba listo para librarse la batalla final por la independencia de la América española. Efectivamente, las fuerzas del virrey La Serna constituían el último ejército español que aún se batía en el continente bajo las banderas del rey de España. Sucre arengó a sus soldados con estas palabras:
«De los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur, otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador del Perú!»
El plan de los realistas, concebido por el general Valdés, consistía en que este mismo empezara embistiendo contra la izquierda patriota, es decir, contra la Legión Peruana, para hacerla retroceder y envolverla, pasando enseguida a atacar por el flanco y la retaguardia al resto del ejército patriota. Simultáneamente, Villalobos atacaría contra la derecha patriota, mientras Monet lo haría por el centro, para atrapar al adversario y liquidarlo en una especie de operación de tenazas.
La batalla se inició a las diez de la mañana. Como consecuencia del plan seguido por los españoles, la Legión Peruana de La Mar fue la que afrontó el ataque más fuerte de los realistas, a manos de la división Valdés. La Mar y sus bravos soldados resistieron a pie firme, pero cuando empezaron a ceder y requerir auxilio, Sucre les envió dos batallones para sostenerlos. La Legión Peruana pudo entonces contener a Valdés, lo que fue un hecho crucial para el resultado final de la batalla.
Al mismo tiempo, Sucre ordenó avanzar al bravo Córdova, quien al grito lacónico de «¡Adelante! ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!», y convenientemente reforzado por la caballería, inició el ataque y desorganizó la izquierda realista al mando de Villalobos, llegando arrolladoramente hasta la mitad del Condorcunca en donde colocó la bandera colombiana.
Al ataque de la caballería española, respondieron sable en mano la caballería de Miller. Empezó entonces el repliegue de los realistas. Canterac no consiguió rehacer la línea. La Mar se repuso y, a su vez, avanzó contra Valdés, quien resistió desesperadamente. El virrey La Serna, que bregó en el campo, resultó herido y cayó prisionero. Canterac asumió entonces el mando.
La batalla terminó en la cima del Condorcunca a la una de la tarde, con una completa victoria de los independientes.
Los realistas tuvieron 1800 muertos y 700 heridos, quedando prisioneros entre 3000 y 2000 combatientes. Los patriotas tuvieron 370 muertos y 609 heridos. La cuarta parte de los combatientes resultaron muertos o heridos, lo que nos da una idea de la fiereza de la lucha. A Canterac, Valdés y a los altos jefes españoles, no les quedó otro recurso que aceptar la oferta de honrosa capitulación que La Mar les hizo llegar.
En teoría, en Ayacucho combatieron en filas patriotas unos 4.000 colombianos y unos 1500 peruanos (más una escasa fracción de chilenos y rioplatenses). Sin embargo, hay que tener en cuenta que las bajas en los escuadrones o batallones colombianos eran cubiertas con los naturales del país, por lo que el número de peruanos debió ser más elevado.
A pesar de que la firma de la Capitulación de Ayacucho, tiene fecha 9 de diciembre de 1824, la realidad es que las deliberaciones duraron dos días, sellándose definitivamente con este documento la independencia de América. En esta capitulación se establece la rendición de los realistas. Con este objetivo, se acordó la formación de comisiones mixtas para la transferencia del poder y de la administración y para la entrega de todas las instalaciones militares, con sus parques, maestranzas, almacenes, caballos y demás instrumentos y armamento, desde los Castillos del Callao y Ayacucho hasta Desaguadero.
La segunda parte de la Capitulación establece una serie de concesiones a los realistas. Por ejemplo, a todos los militares realistas que pretendieran regresar a España se les pagaría el pasaje correspondiente. Mientras permanecieran en el Perú, el gobierno patriota debería pagar por lo menos la mitad de sus sueldos. Las propiedades muebles e inmuebles de los españoles residentes en Perú, serían respetadas, así como sus grados militares, pudiendo ser asimilados al Ejército del Perú. El gobierno peruano, también se comprometió a pagar todo el gasto que habían hecho los realistas en la manutención de la campaña militar contra los patriotas.
Consecuencias de la capitulación:
Las consecuencias de la Capitulación de Ayacucho, fueron varias; pero las más saltantes, son:
A pesar del progresivo desmembramiento del Virreinato del Perú en sus principales zonas de influencia como Lima y Trujillo; la Comandancia General de Maynas seguía siendo fiel a la corona española y solía ser refugio de varios soldados realistas que huían de los territorios controlados por los patriotas, Nicolás Arriola —uno de los militares argentinos que se quedó en Perú para continuar la guerra de independencia— auspiciado por José Bernardo de Tagle desde Trujillo decidió comenzar la campaña para expulsar a los últimos españoles que se refugiaban en la espesura de la selva amazónica, iniciando la guerra el 28 de julio de 1821 desde la pampa de Higos Urco donde conseguiría sus primeras victorias, en Higos Urco proclamaría oficialmente la independencia de Maynas el 19 de agosto del mismo año, posteriormente se alisto para sitiar Moyobamba fracasando por la traición de uno de sus comandantes que se pasó al bando realista, la campaña desembocaría en una guerra de guerrillas hasta 1822 donde Arriola vuelve a lanzar un asedio inesperado para los realista, logrando los patriotas la toma de Moyobamba el 4 de septiembre donde vuelven a jurar la independencia de Maynas, la guerra termina definitivamente el 23 de septiembre cuando el ejército patriota logra la victoria en la batalla de Habana donde se refugiaban grandes cargos españoles que escaparon de Moyobamba. Posteriormente Maynas estaría durante unos meses controlado de facto por un gobierno militar provisional patriota autosustentado y dirigido por Nicolás Arriola que más adelante cedería y reconocería formalmente la soberanía peruana sobre el territorio que administraba.
Pero en el Alto Perú se encontraba el general español Pedro Antonio Olañeta, quien no aceptó la Capitulación y anunció su deseo de seguir batiéndose por el rey. Sucre abrió entonces campaña en dicho territorio, cruzando el río Desaguadero con las división de Córdova y la división del Perú del ejército libertador. Bastiones y unidades realistas capitularon unas tras otras. La guerra regular en el Alto Perú terminó con el combate de Tumusla, donde el mismo Olañeta resultó victimado en una balacera desatada por sus propios soldados.
El gobierno del Perú (lo mismo que el rioplatense el 9 de mayo de 1825), emitió un decreto donde pidió la delimitación de la fronteras y también dejó en libertad a Simón Bolívar para resolver la pertenencia del Alto Perú a la Argentina o el Perú, o la independencia de Bolivia que fue lo que finalmente ocurrió.
Otro militar español que se negó a acatar los términos de la capitulación fue José Ramón Rodil quien, al mando de la Fortaleza del Real Felipe en el Callao, se mantuvo tercamente leal al rey de España. Como recordaremos, dicha fortaleza había vuelto a poder realista en febrero de 1824. Bolívar acentuó el sitio de dicho bastión, cortándole todo género de suministros, tanto por tierra como por mar. Tras meses de empecinada resistencia, recién el 23 de enero de 1826, Rodil aceptó capitular, entregando la Fortaleza al gobierno peruano. De 6 mil refugiados, entre militares y civiles, salieron después de la rendición, 2400. Fueron los únicos sobrevivientes de una acción desesperada por conservar el colonialismo. De ese grupo, solo 400 eran militares. El general Rodil, el último paladín de los realistas en Sudamérica, se embarcó hacia España en la fragata inglesa Briton. De esta manera culminaba el proceso independentista de la América española.
El 4 de septiembre de 1826, Bolívar se embarcó en el bergantín "Congreso" con dirección a Colombia y no regresó más al Perú. La guerra de guerrillas se mantuvo latente sin embargo en los Andes tras la caída de los bastiones españoles del Callao y Chiloé. El caudillo Antonio Huachaca lideró la resistencia guerrillera que en 1827 derrotó al batallón de Pichincha conocida como rebelión de Iquicha. Finalmente fue vencido y no tuvo apoyo exterior.
Consumada la independencia del Perú, quedó pendiente el pago de la deuda que este país había contraído con Chile y la Gran Colombia, a cuenta de los gastos hechos por estos países en la organización de las campañas militares de la última fase de la independencia (es decir, las expediciones libertadoras de San Martín y Bolívar). Con España también había una deuda pendiente, de acuerdo a lo estipulado en la Capitulación de Ayacucho. Otro rubro era la deuda con Inglaterra, contraída también durante el proceso de la independencia y que al permanecer impaga había crecido excesivamente, por los intereses acumulados. De otro lado, existía una deuda interna con particulares que habían aportado, en especie o en dinero, a favor de las campañas independentistas.
Por el Tratado de Guayaquil del 22 de septiembre de 1829, el gobierno peruano ratificó su compromiso de pagar la deuda a la Gran Colombia, pero al fraccionarse esta entidad en tres países (Ecuador, Nueva Granada y Venezuela), quedaron suspendidas las negociaciones. En cuanto a la deuda con Chile, esta se vio incrementada con los montos que este país exigió por las campañas restauradoras de 1838-1839, las mismas que habían puesto fin a la Confederación Perú-Bolivia.
El pago de la cuantiosa deuda de la independencia peruana se fue prorrogando, hasta que, bajo el primer gobierno de Ramón Castilla (1845-1851), al contar con una holgura fiscal producto de las rentas del guano, se resolvió de una vez cancelarlas. Se empezó con el pago de la deuda interna, conocida con el nombre de "consolidación de la deuda interna", lo que originó un tremendo escándalo de corrupción, que estallaría en el gobierno siguiente. Luego, por una ley de 1848, Castilla ordenó el pago de la deuda a todos los países, menos a España, hasta que este país reconociera la independencia del Perú. Hubo, sin embargo, voces discrepantes dentro del Perú, de quienes se oponían a realizar tales pagos, ya que al haber sido la campaña de la independencia una empresa mancomunada, en la que cada nación aportó de su parte en la consecución de un fin común, el Perú no debía dar ya más de lo que había dado, pues su aporte en recursos humanos y materiales había sido tan importante como la del resto de los países. Sin embargo, en el gobierno de entonces primó la idea de cancelar las deudas, pues había contratos firmados, que se debían honrar, ya que era una manera de cimentar la confianza internacional en el país.
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