El nacionalismo es una ideología y movimiento sociopolítico que surgió junto con el concepto moderno de nación, propio de la Edad Contemporánea, en las circunstancias históricas de la llamada Era de las Revoluciones (Revolución industrial, Revolución burguesa, Revolución liberal) y los movimientos de independencia de las colonias europeas en América, desde finales del siglo XVIII. También puede designar al sentimiento nacionalista y a la época del nacionalismo.
Según Ernest Gellner, «el nacionalismo es un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política» o dicho con otras palabras «el nacionalismo es una teoría de legitimidad política que prescribe que los límites étnicos no deben contraponerse a los políticos». Por su parte Liah Greenfeld define el término «nacionalismo» en un sentido general como el «conjunto de ideas y de sentimientos que conforman el marco conceptual de la identidad nacional», esta última considerada como la «identidad fundamental» en el mundo moderno frente a otras identidades en cuanto que «se considera definidora de la esencia misma del individuo». Para Ricardo Rojas el nacionalismo es la «conciencia... del yo colectivo» de una nación».
En el análisis del nacionalismo se han configurado dos paradigmas contrapuestos y excluyentes, cada uno de los cuales implica una determinada concepción de la naturaleza y el origen de la nación y una definición de la misma: el modernista o constructivista, que define la nación como una comunidad humana que detenta la soberanía sobre un determinado territorio por lo que antes de la aparición de los nacionalismos en la Edad Contemporánea no habrían existido las naciones —la nación sería una «invención» de los nacionalismos—; y el perennialista o primordialista que define la nación sin tener en cuenta la cuestión de la soberanía y que defiende, por tanto, que las naciones existieron antes que los nacionalismos, hundiendo sus raíces en tiempos remotos —así sería la nación la que crea el nacionalismo y no a la inversa—.
Así también el nacionalismo ha dado lugar a dos grandes corrientes ideológicas: la primera de ellas busca fortalecer la autodeterminación nacional ante potencias coloniales, imperialistas o neocoloniales, corriente que ha sido caracterizada como «nacionalismo liberador» por Rosa de Diego, o «nacionalismo antimperialista» por Rafael Cuevas Molina, mientras la segunda busca impulsar la supremacía de una nación sobre otras, denominada por Memmi como «nacionalismo del colonialista», y caracterizada por Rosa de Diego como «nacionalismo excluyente y dominador».
El nacionalismo está más orientado hacia el desarrollo y el mantenimiento de una identidad nacional basada en características compartidas como la cultura, el idioma, la etnia, la religión, los objetivos políticos o la creencia en un ancestro común. Por lo tanto, el nacionalismo busca preservar la cultura nacional. A menudo también implica un sentimiento de orgullo por los logros de la nación, y está estrechamente relacionado con el concepto de patriotismo. En algunos casos, el nacionalismo se refirió a la creencia de que una nación debería poder controlar el gobierno y todos los medios de producción.
Como ideología, el nacionalismo pone a una determinada nación como el único referente identitario, dentro de una comunidad política; y parte de dos principios básicos con respecto a la relación entre la nación y el Estado:
El término nacionalismo se aplica tanto a las doctrinas políticas como a los movimientos nacionalistas: las acciones colectivas de movimientos sociales y políticos tendientes a lograr las reclamaciones nacionalistas. La historiografía también usa el término nacionalismo para referirse a la época del nacionalismo: el periodo histórico de formación de las naciones y el surgimiento de la ideología y movimientos nacionalistas, lo que ocurrió en torno al siglo XIX, coincidiendo con las revoluciones liberales o revoluciones burguesas. En el siglo XX se produce una renovación del nacionalismo, en el periodo de entreguerras vinculado al fascismo, y tras la Segunda Guerra Mundial vinculado al proceso de descolonización y al tercermundismo, cuando surgen numerosos grupos denominados Movimiento de Liberación Nacional.
El nacionalismo podría entenderse como un concepto de identidad experimentado colectivamente por miembros de un gobierno, una nación, una sociedad o un territorio en particular. Los nacionalistas se esfuerzan en crear o sustentar una nación basada en varias nociones de legitimación política. Muchas ideologías nacionalistas derivan su desarrollo de la teoría romántica de la "identidad cultural", mientras que otros se basan en el argumento liberal de que la legitimidad política deriva del consenso de la población de una región.
Los primeros precedentes del nacionalismo comienzan a aparecer en el siglo XVIII, pues hasta ese momento, la idea de nación, tal y como se concibe en la actualidad, no se había formulado. Hasta ese momento, las identidades colectivas basadas en la religión o en ser súbditos de un mismo rey, prevalecían sobre las étnicas. En la Revolución francesa se utilizará el término nación como sinónimo de ciudadano, es decir, la nación ya no está personificada en la figura del monarca, pues la nobleza es un cuerpo ajeno a la nación: la nación es el tercer Estado.
Ciertos teóricos, como Benedict Anderson, han afirmado que las condiciones necesarias para el nacionalismo incluyen el desarrollo de la prensa y el capitalismo. Anderson también afirma que los conceptos de nación y nacionalismo son fenómenos construidos dentro de la sociedad, llamándolos comunidades imaginadas. Ernest Gellner añade al concepto: "el nacionalismo no es el despertar de las naciones hacia su conciencia propia: inventa naciones donde no las hay".
Por otro lado, hay historiadores como el español Pelai Pagès que advierten del carácter polisémico del concepto de nacionalismo y de la dificultad de hallar una definición válida capaz de abarcar la diversidad de movimientos y de ideologías nacionalistas. Por ejemplo, señala Pagès, «históricamente han existido nacionalismos xenófobos y opresores y nacionalismos liberadores». Sin embargo, Pagés reconoce que hay autores que afirman que existe una base común en todos los nacionalismos, lo que nos permitiría alcanzar una definición del nacionalismo. Es el caso de Hans Kohn para quien todo nacionalismo «afirma que el Estado-nación es la única forma legítima ideal de organización política y que la nacionalidad es la fuente de toda energía de creación cultural y de bienestar económico».
En los años 1830 empieza a usarse en castellano el término «nacionalismo», entendido como sinónimo de «patriotismo», un término este último ampliamente difundido desde hacía tiempo. Por ejemplo, Mariano José de Larra utilizó los dos términos como sinónimos en 1835: «Lo que se llama en general la sociedad es un [sic] amalgama de mil sociedades colocadas en escalón, que solo se rozan en sus fronteras respectivas unas con otras, y las cuales no reúne en un todo compacto en cada país sino el vínculo de una lengua común, y de lo que se llama entre los hombres patriotismo o nacionalismo». Pero el uso del término «nacionalismo» fue muy reducido durante el siglo XIX, no solo en castellano sino en otras lenguas occidentales como el francés y el inglés (en el catálogo de la Biblioteca Nacional de España no existe ninguna obra publicada antes de 1900 que contenga la palabra «nacionalismo» en su título, mientras que en francés (nationalisme) solo existen 9, según el catálogo de la Bibliothèque Nationale de París, y 14 en inglés (nationalism), según el catálogo de la Library of Congress de Washington). En el siglo XX el término se generalizó (entre 1900 y 2000 en castellano hay catalogadas 385 obras que contienen la palabra «nacionalismo» en su título, 286 en francés y 2485 en inglés) para adoptar un significado diferente y en gran medida contrario al concepto de «nación» del liberalismo (la nación de ciudadanos), característico del siglo XIX. Juan Francisco Fuentes señala que en el siglo XX el término «patriotismo» «tendrá casi siempre un valor positivo, excepto para algunos nostálgicos del Antiguo Régimen y para el movimiento obrero ―y no siempre―», mientras que «nacionalismo» tendrá un valor más bien peyorativo, lo que explicaría que muchos nacionalistas no se definieran como tales. Fue el caso del líder de Falange Española José Antonio Primo de Rivera cuando afirmó: «Nosotros no somos nacionalistas, porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos… Somos españoles».
A lo largo del siglo XX varios autores han diferenciado entre nacionalismo y patriotismo dando al primer término un valor negativo y un valor positivo al segundo. Esta fue la posición, por ejemplo, del escritor británico George Orwell que escribió en 1945, nada más acabada la Segunda Guerra Mundial: el «nacionalismo no debe ser confundido con el patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y por una particular forma de vida... que no se quiere imponer...; contrariamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder». Un años antes, en 1928, el historiador español Rafael Altamira, tras afirmar que su obra había tenido desde hacía años «un marcado sentido patriótico» («quiero decir que he estudiado y expuesto con gran frecuencia temas referentes a las vindicaciones de nuestra historia y nuestros valores actuales, al problema espiritual de nuestra unidad y al de la educación necesaria para formar ciudadanos españoles»), decía que ser patriota no quería decir ser nacionalista, «ni en lo agresivo de esta política, por lo que se refiere a las relaciones internacionales, ni en su inclinación retrógrada en punto a la identidad y tipo de vida de una nación determinada».
Sin embargo, el historiador español Xosé M. Núñez Seixas los considera prácticamente sinónimos «si definimos nacionalismo como la ideología y el movimiento sociopolítico que defiende y asume que un colectivo territorial definido es una nación, y por tanto depositario de derechos políticos colectivos que lo convierten en sujeto de soberanía, independientemente de los criterios (cívicos, étnicos o una mezcla de ambos) que definan quiénes son los miembros de pleno derecho de ese colectivo». Según Núñez Seixas, la consideración peyorativa del nacionalismo que lleva a diferenciarlo del patriotismo y que provoca que muchos nacionalistas rehúyan considerarse como tales procede de la identificación del nacionalismo «con exaltación de la concepción orgánico-historicista, etnicista y esencialista de la comunidad política frente al concepto cívico de la nación de ciudadanos».
Según Anthony D. Smith, «en sus inicios, el nacionalismo era una fuerza inclusivista y liberadora. Acabó con regionalismos locales basados en el dialecto, la costumbre o el clan y contribuyó a crear Estados-nación poderosos y extensos, con mercados centralizados y sistemas de administración, impositivos y educativos. Apelaba a lo popular y democrático. Atacaba las prácticas feudales y a las tiranías imperialistas opresivas y proclamaba la soberanía del pueblo y el derecho de todos los pueblos a determinar sus propios destinos, en Estados propios, siempre que fuera esto lo que desearan».
En Asia, a finales del siglo XIX las ideas nacionalistas habían comenzado a expandirse. En la India, el nacionalismo incentivó el fin del dominio británico. En China, el nacionalismo justificó al Estado chino, que se encontraba enemistado con la idea de un imperio universal. En Japón, el nacionalismo fue combinado con el excepcionalismo japonés.
La I Guerra Mundial marcó la destrucción definitiva de varios Estados multinacionales (el Imperio otomano, el Imperio austrohúngaro y, en cierta medida, el ruso). El tratado de Versalles fue establecido como un intento por reconocer el principio de nacionalidad, ya que gran parte de Europa fue dividida en naciones-Estado en un intento por mantener la paz. Pero en este periodo de entreguerras se abatió «la sombra ominosa de esos tipos de nacionalismo que se fundamentaban en criterios raciales (el cráneo, la sangre, los genes), la violencia y el culto a la brutalidad: la cuna del fascismo. En las convulsiones que siguieron, primero en Europa y luego en todo el mundo, la línea roja rampante del nacionalismo se fusionó con las fuerzas más oscuras del racismo, el fascismo y el antisemitismo...».
El siglo XX estuvo marcado por la lenta adopción del nacionalismo por todo el mundo con la destrucción de los imperios coloniales europeos, la Unión Soviética y varios otros Estados multinacionales menores. Simultáneamente, particularmente en la segunda mitad del siglo, fuertes tendencias antinacionalistas han tenido lugar, siendo en general destacables las manejadas por élites. La actual Unión Europea está actualmente transfiriendo poder del nivel nacional a entidades locales y continentales. Acuerdos de comercio, tales como NAFTA y GATT, y la creciente internacionalización productiva debilitan también la soberanía del Estado-nación.
Es el que pretende la unificación nacional de las poblaciones con características comunes que habitan en distintos Estados, donde pueden ser minorías nacionales y por tanto en esos Estados constituyen nacionalismos centrífugos (es el caso del nacionalismo kurdo), o bien ser Estados nacionalmente homogéneos pero separados (es el caso de las unificaciones de Italia y Alemania en el siglo XIX, aunque en ambos casos el solapamiento con el Imperio austrohúngaro complica la definición). En América Latina, se da el caso del nacionalismo iberoamericano, propuesto por personajes históricos como Simón Bolívar, Francisco de Miranda, José de San Martín, José Miguel Carrera, Joaquín Edwards Bello, Manuel Baldomero Ugarte y Jorge Abelardo Ramos, que históricamente se opone a la desintegración de la Patria Grande y aboga por su reunificación, entre otros puntos.
Es el que pretende la secesión de una parte del territorio de un Estado habitado por una población con características diferenciadas del grupo étnico considerado mayoritario. Al grupo diferenciado, se le puede definir como minoría nacional. Estos casos se dan en Estado que se caracterizan por ser considerados "multinacionales".
Son nacionalismos centrífugos, de igual forma que los nacionalismos de segunda generación, que surgen a finales del s. XX y principios del XXI y que se encuentran subordinados a otro Estado. Son comunidades con reivindicaciones nacionalistas, o bien regiones, naciones históricas o naciones en sí (según las zonas, su historia o los diferentes puntos de vista) que siguen sin estar constituidas en un Estado y continúan reivindicándolo. En Chile, esta expresión centrífuga se expresa en la creación de un Estado para la "Nación mapuche" apoyado por diversos sectores minoritarios.
Se concentra sobre los mecanismos de dependencia económica o neocolonialismo. Sostiene la necesidad de que sectores y empresas básicas de la economía permanezcan en manos de capitales nacionales, muchas veces estatales, cuando el sector privado no está en condiciones.
Los orígenes del nacionalismo económico pueden encontrarse en la creación de empresas estatales para explotar productos estratégicos como la creación de YPF para el petróleo en Argentina en 1922 y luego en las políticas de nacionalizaciones implementadas por gran cantidad de países entre los que se destacan: la nacionalización del petróleo en México en 1938, la nacionalización del petróleo en Irán en 1951, la nacionalización del Canal de Suez en 1956 y la nacionalización del cobre en Chile en 1971.
El nacionalismo económico está también íntimamente relacionado con la Teoría de la Dependencia elaborada por la escuela desarrollista latinoamericana que sostiene que el sistema económico mundial ha establecido una división internacional del trabajo que atribuye a los países centrales la producción industrial, de alto valor agregado, y a los países periféricos la producción de materias primas, de bajo valor agregado. El desarrollismo sostiene que existe una tendencia general al deterioro de los términos de intercambio en perjuicio de la producción agrícola-primaria, y que los países periféricos necesitan impulsar agresivas políticas industriales para romper el círculo vicioso del subdesarrollo.
La política de privatizaciones sugerida por el Consenso de Washington a partir de la década de 1990 tuvo como objetivo principal, y lo logró en gran parte, revertir las medidas nacionalistas tomadas por la mayor parte de los países periféricos durante la mayor parte del siglo XX.
A partir de los últimos años de la década de 1990 parece haber un importante resurgimiento del nacionalismo económico en varias partes del mundo, ahora en un entorno global, relacionado con acuerdos de integración regional. Una de sus manifestaciones más importantes ha sido la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia en 2006, bajo el gobierno de Evo Morales y los acuerdos de infraestructura y desarrollo subregional tomados en el marco del Mercosur y la Comunidad Sudamericana de Naciones.
Muchas de estas experiencias nacionalistas están estrechamente relacionadas con las reivindicaciones sindicales y otras organizaciones sociales, adoptando la forma de un nacionalismo popular expresado en movimientos políticos con amplio apoyo de la población. Formas de socialismo y de fascismo comparten también el proyecto del nacionalismo económico.
El nacionalismo liberal, también conocido como nacionalismo civil, es un tipo de nacionalismo identificado por los filósofos políticos que creen que puede existir una forma no xenofóbica de nacionalismo, compatible con los valores liberales de la libertad, la tolerancia, la igualdad y los derechos individuales. A menudo se considera a Ernest Renan y John Stuart Mill como nacionalistas liberales tempranos.
Es una forma del nacionalismo en el cual el Estado deriva la legitimidad política de la participación activa de su ciudadanía (véase soberanía popular), del grado a que representa la "voluntad general". A menudo se considera que originó con Jean-Jacques Rousseau y especialmente las teorías de contratos sociales que toman su nombre de su libro de 1762 Du Contrat Social (El contrato social). Es una noción "voluntarista" que también es compartida por los enfoques de Giuseppe Mazzini, considerando que la nación surge de la voluntad de los individuos.
Se encuentra el nacionalismo liberal en las tradiciones del racionalismo y el liberalismo, pero como una forma de nacionalismo es contrastado con el nacionalismo étnico. Se considera voluntaria la afiliación con la nación civil, como en la definición clásica de Ernest Renan de la nación como un "plebiscito diario" caracterizado por la "voluntad de convivir". Los ideales civil-nacionales influenciaron el desarrollo de la democracia representativa en países como los Estados Unidos y Francia.
La visión liberal de la identidad nacional, especialmente en el siglo XIX y con el desarrollo de los Estados nacionales, veía al Estado o la institucionalidad como el máximo referente de la nacionalidad (a veces teniendo ambos conceptos como sinónimos), derivando en un nacionalismo jurídico o constitucional, según los enfoques de Dolf Sternberger y Jürgen Habermas, dando lugar a una noción que entronca directamente con la tradición política del republicanismo y, como este, requiere de una concepción participativa de la ciudadanía, volcada en la promoción del bien común. Por eso, la ciudadanía que hace suyo el patriotismo constitucional no se remite en primera instancia a una historia o a un origen étnico común, sino que se define por la adhesión a unos valores comunes de carácter democrático plasmado en la Constitución, es decir, bajo un orden jurídico expresado en el Estado de Derecho.
Define la nación en términos de etnicidad, lo cual siempre incluye algunos elementos descendientes de las generaciones previas. También incluye ideas de una conexión cultural entre los miembros de la nación y sus antepasados, y frecuentemente un lenguaje común. La nacionalidad es hereditaria. El Estado deriva la legitimidad política de su estatus como hogar del grupo étnico, y de su función de protección del grupo nacional y la facilitación de una vida social y cultural para el grupo. Las ideas sobre etnicidad son muy antiguas, pero el nacionalismo étnico moderno está fuertemente influido por Johann Gottfried von Herder, quien promovió el concepto de Volk, y Johann Gottlieb Fichte.
El fascismo es generalmente clasificado como nacionalismo étnico, habiendo sido su caso más extremo el nacional socialismo de la Alemania Nazi. No obstante, la mayor parte de los movimientos y regímenes fascistas de la Europa de entreguerras, entre los que puede contarse el nacionalcatolicismo del franquismo español, responden más al modelo de fascismo clerical definido por Hugh Trevor-Roper.
Anthony D. Smith ha señalado que no existe un nexo claro entre el nacionalismo étnico y factores económicos.
También llamado nacionalismo orgánico y nacionalismo identitario, es la forma de nacionalismo étnico según la cual el Estado deriva su legitimidad política como consecuencia natural (orgánica) y expresión de la nación o la raza. Refleja los ideales del romanticismo y se opone al racionalismo y al cosmopolitismo ilustrado, postulando la existencia de una manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo (y su existencia) que se presenta de manera distinta y particular en cada país donde se desarrolla (incluso dentro de una misma nación se manifiestan distintas tendencias proyectándose también en todas las artes) sumado a un culto al carácter nacional o Volksgeist o espíritu del pueblo (del cual nace una sensibilidad y un genio creador que lo identifican), resaltando esta expresión en las cualidades étnicas de los pueblos.
El nacionalismo romántico temprano en Europa estuvo fuertemente influenciado por Rousseau y por las ideas de Johann Gottfried von Herder, quien en 1784 argumentó que la geografía formaba la economía natural de un pueblo, y que sus costumbres y su sociedad habrán de desarrollarse siguiendo las líneas favorecidas por su medio ambiente.
El nacionalismo romántico enfatiza una cultura étnica histórica que se conecta con el ideal romántico; el folclore se desarrolla como un concepto nacionalista romántico. Los hermanos Grimm se inspiraron en los escritos de Herder para crear una colección idealizada de historias étnicamente alemanas. El historiador Jules Michelet ejemplifica la concepción nacionalista romántica de la historiografía. En 1815 se hablaba de este nacionalismo, y fue el que se usó para las unificaciones tanto alemana como italiana.
Dentro del romanticismo se reconoce una concepción "orgánica", representada por Herder y Fichte ("Discursos a la nación alemana", 1808 ) que identifica a la nación con rasgos que se heredan (lengua, cultura, territorio, tradiciones) y que están por encima del deseo individual.
El nacionalismo de izquierda, (también llamado "nacionalismo popular" por aquellos que son reticentes a encuadrarse en el plano "izquierda-derecha", o por contraposición al término "nacionalismo oligárquico") es una forma de nacionalismo basada en la justicia social, la soberanía popular, el nacionalismo económico y la autodeterminación nacional (entendida como soberanía política nacional). El nacionalismo de izquierda agrupa a diversas corrientes que tuvieron en común una base de nacionalismo, con una orientación progresista, reformista o revolucionaria (en algunos casos se expresó de forma autoritaria o bajo regímenes militares). Debido a su apego a la noción del interés general de la nación o la comunidad popular, se le suele relacionar con ideales socialistas, razón por la cual algunas expresiones políticas suelen considerarse "nacionalismo social" o "socialismo nacional".
Suele tener un fuerte componente de nacionalismo económico, en vista de lo cual se da mayoritariamente en países económicamente dependientes o subdesarrollados, que buscan desarrollarse mediante la intervención estatal, y poner la economía al servicio de intereses nacionales considerados estratégicos. También suele tener un componente social, ya que entiende que la nación no está separada del pueblo que la habita, y que una nación fuerte y desarrollada sólo puede lograrse mediante la justicia social (siendo partidarios de los Estados de bienestar o social), ya que de otra manera dicha nación se sumiría en el caos y el conflicto permanente producto de la injusticia y el desequilibrio social. También suele vincularse con el corporativismo, pero a diferencia del fascismo, esta doctrina corporativa busca la integración política de los gremios y otras entidades intermedias dentro del Estado (algunos sectores buscan el reemplazo total de la democracia liberal, los partidos políticos y el parlamento, dejando solamente a los gremios), así como también se busca la integración y participación económica de los trabajadores en la gestión, propiedad y beneficios de la empresa nacional (a través de los sindicatos) junto a los empresarios (teniendo al Estado como regulador de las relaciones laborales y de producción), mostrando así su oposición a la lucha de clases (algunos gobiernos se declararon anticomunistas). En ocasiones, el nacionalismo popular suele poner énfasis dentro de sus doctrinas en el laicismo (en algunos casos con el ateísmo) y el ecologismo.
Otras vertientes del nacionalismo de izquierda ponen el acento en la rebeldía de una nación contra otra nación que la oprime (ya sea política, militar o económicamente), y así pueden clasificarse como nacionalistas de izquierda a todos los movimientos de liberación nacional, antiimperialistas o anticoloniales que luchan por la independencia de sus naciones.
Los ejemplos más claros de nacionalismo popular los encontramos en los países del Tercer Mundo (derivando en el tercermundismo como expresión de lucha contra la opresión tanto del Primer Mundo como también del ya caído Segundo Mundo). Algunos ejemplos claros se encuentran en América Latina como el peronismo en Argentina, varguismo en Brasil, cardenismo en México, ibañismo en Chile, chavismo en Venezuela, etc. En Medio Oriente es conocido el caso del Nasserismo en Egipto y el Baath en Siria e Irak.
También puede entenderse como nacionalismo de izquierda a todo régimen de izquierda (por ejemplo, en los gobiernos comunistas), que ponga el acento en el patriotismo y la exaltación de los valores o tradiciones nacionales (tomando en algunos casos una posición más conservadora al respecto, sobre todo frente a fenómenos como la globalización).
Es la forma de nacionalismo según la que el Estado deriva su legitimidad política en consecuencia de una religión común. Sin embargo, buena parte de las formas de nacionalismo étnico son también en gran medida formas de nacionalismo religioso. Por ejemplo, el nacionalismo irlandés es generalmente asociado al catolicismo; el nacionalismo indio se asocia con el hinduismo, etc. El nacionalismo religioso es generalmente visto como una forma de nacionalismo étnico. También identifica a cada nación con una religión.
En algunos casos, sin embargo, la componente religiosa es más una etiqueta que la verdadera motivación del nacionalismo de un grupo. Por ejemplo, aunque la mayoría de los líderes nacionalistas irlandeses del último siglo fueron católicos, durante el siglo XIX, y especialmente en el XVIII, muchos líderes nacionalistas fueron protestantes. Los nacionalistas irlandeses no luchan por distinciones teológicas, sino por una ideología que identifica a la isla de Irlanda con una visión particular de la cultura irlandesa, que para muchos nacionalistas incluye al catolicismo aunque no como elemento predominante. Para muchas naciones que se vieron obligadas a luchar contra las consecuencias del imperialismo de otra nación, el nacionalismo fue asociado a la búsqueda de un ideal de libertad.
El Nacionalismo católico es una doctrina y un movimiento político nacionalista y católico fundado en la filosofía tomista, la Doctrina Social de la Iglesia y el catolicismo social.
El islam se opone fuertemente a todo tipo de nacionalismo, tribalismo, racismo u otra clasificación de la gente no basada en las creencias propias. Sin embargo, ciertos grupos islámicos pueden ser considerados racistas y nacionalistas (así, para algunos, no pueden considerarse verdaderos islámicos). La creación de Pakistán es un ejemplo de nacionalismo religioso de base islámica en la medida en que tomaba como nación a los musulmanes de la India. sin embargo, muchos de sus creadores —como los del Estado de Israel— eran laicos y consideraban la pertenencia a una misma tradición religiosa como elemento generador de identidad al margen de la práctica religiosa en sí. Un ejemplo similar es el de los musulmanes de Bosnia, considerados como etnia en la antigua Yugoslavia y que en su mayor parte eran no creyentes o no practicantes.
Algunos autores, además, han señalado que el nacionalismo es más una religión política que una ideología política, un sustituto de la religión.
Según Michael Billig, es la forma difusa que tomaría el nacionalismo en las sociedades contemporáneas, convirtiéndose en un mecanismo omnipresente de orientar las percepciones y hacer aparecer como natural la identificación entre una lengua, una cultura y una comunidad política. Ya sea en rituales colectivos como el deporte, o en detalles menores como la utilización de banderas para identificar las lenguas en las que se escriben los ingredientes de una caja de cereales, el nacionalismo banal reproduciría cotidianamente los esquemas mentales del nacionalismo.
Algunos teóricos políticos sostienen que cualquier discriminación de formas de nacionalismo es falsa. Todas las formas de nacionalismo cuentan con una población formando una nación, lo cual significa que todos los miembros de una población creen en algún tipo de cultura común.
El nacionalismo ha mantenido su atractivo a través de los siglos, destacando el hecho de que pertenecer a una nación cultural, económica o políticamente fuerte da a la persona una sensación de pertenencia.
Otra posibilidad defiende que las personas son seres sociales; el formar parte de un grupo sociopolítico como la nación, es ventajoso y contribuye a su desarrollo. Se considera que es la expresión de un rasgo general del comportamiento social favorecido evolutivamente, relacionado con el tribalismo.
En ocasiones puede surgir un sentimiento nacionalista cuando los miembros de una comunidad se sienten amenazados o atacados por otra comunidad, Estado o religión. Puede surgir como respuesta a otro nacionalismo o al imperialismo.
Dependiendo del contexto donde tenga lugar el nacionalismo, este puede adoptar diversas formas de actuación que pueden ser pacíficas, violentas o puede llegar a conjugar ambas.
Con la progresiva consolidación de Estados más democráticos y el avance de las organizaciones intergubernamentales como la ONU, las reivindicaciones nacionalistas se sustancian mayoritariamente mediante el ejercicio de la actividad política a través de distintos partidos políticos nacionalistas que reclaman con el apoyo electoral de los ciudadanos una mayor autonomía, la independencia o el ejercicio del derecho de autodeterminación de sus territorios.
Otra forma de reivindicación pacífica sería la desobediencia civil o la "No violencia activa" cuyo máximo exponente fue la labor de Mahatma Gandhi en la India.
La ocupación del territorio y la imposición de una nacionalidad y culturas determinadas sobre otras personas y pueblos mediante el uso de la fuerza es uno de los medios utilizados por el nacionalismo. En el siglo XX, las dos guerras mundiales son un ejemplo en las que el elemento nacional desempeñó un papel sustancial, aunque la expansión militar y diseminación de una identidad nacional es un elemento recurrente en la historia de los nacionalismos.
El nacionalismo ha sido objeto de numerosas críticas por parte de estudiosos procedentes de distintas áreas de conocimiento. Francisco J. Contreras piensa que esta ideología es filosóficamente débil y rudimentaria; critica que las entidades políticas soberanas deban corresponderse con los grupos nacionales y cree que el nacionalismo es incapaz de ofrecer una definición rigurosa de la identidad nacional; según este autor las identidades nacionales no vienen dadas por la realidad histórico-social, sino que son construidas por la ideología nacionalista y los Estados.
Alfredo Cruz Prados afirma que «la misma nación es una entidad creada ideológicamente por él, y no algo natural, objetivo y anterior al mismo nacionalismo, como esta ideología afirma».
Pedro Gómez García en su artículo «La identidad étnica, la manía nacionalista y el multiculturalismo como rebrotes racistas y amenazas contra la humanidad» sostiene que el nacionalismo es una tendencia patológica que nos conduce hacia la balcanización del planeta y obstaculiza la emergencia de una sociedad mundial pluralista e integrada. Luis Rodríguez Abascal, refiriéndose al nacionalismo culturalista, ha dicho que «no defiende la diversidad cultural, sino que propone un modelo normativo de cultura que homogeneiza prácticas culturales preexistentes. Tiene dificultades para hacer otra cosa porque su punto de partida es siempre un concepto abstracto de cultura, que la concibe como una unidad uniforme u homogénea y la extiende idealmente a lo largo y ancho de un territorio sin atender a cuáles son las prácticas culturales cotidianas subyacentes o sin concederles relevancia moral y política».
En referencia al nacionalismo Jorge Luis Borges señaló:
Eventos históricos en los cuales el nacionalismo desempeñó un papel esencial:
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