± 34 400 españoles
± 250 000 nativos en Nueva España
Las guerras de independencia hispanoamericanas fueron una serie de conflictos armados que se desarrollaron en las posesiones americanas del Imperio español a principios del siglo XIX, entre 1810 y 1829, en los cuales se enfrentaron el bando a favor de las independencias, también denominado patriota o revolucionario, en una operación conjunta contra el bando a favor de mantener la integridad de la Monarquía española, que se conocería más tarde como realista o virreinal. Según la postura historiográfica, estos conflictos además de guerras de independencia, son considerados también guerras civiles o bien, una combinación de diversas formas de guerras.
Los movimientos independentistas de Hispanoamérica adquirieron en principio formas políticas variadas de acuerdo con las condiciones que imperaban en cada región, y todos convergen finalmente en el Estado liberal. Así, una postura historiográfica dice que la emancipación hispanoamericana tiene sus raíces en la independencia de las colonias británicas de América del Norte en 1776, la Revolución francesa o la Revolución Haitiana.
El antecedente inmediato de la emancipación hispanoamericana son las abdicaciones de los reyes Borbones en 1808 ante la invasión francesa de España. Como respuesta a la entronización del rey José Bonaparte en España, entre 1808 y 1810 se instalaron juntas de gobierno que ejercieron la soberanía en nombre del abdicado rey Fernando VII, tanto en la península ibérica, como en los territorios americanos. La resistencia de las juntas americanas a someterse a todos los gobiernos formados en España, radicalizó las posiciones y llevó a la lucha armada entre realistas y patriotas. A partir de 1810 diversos movimientos americanos comenzaron a declararse autónomos del gobierno español, y más tarde, estados nacionales independientes bajo regímenes republicanos, y formaron ejércitos "patriotas" o "libertadores", entre los que destacaron los comandados por Hidalgo y Morelos en México, y las del rioplatense José de San Martín y el venezolano Simón Bolívar en América del Sur. La independencia de los nuevos estados de América se consolidó en la década de 1820, con el Trienio Liberal, derivando en la creación en México del Ejército Trigarante en 1821 y terminando en América del Sur con la destrucción del último ejército virreinal en la batalla de Ayacucho en 1824, suceso al que se suele recurrir como el fin de las grandes campañas de las guerras de independencia en América del Sur. Aunque el periodo estricto de lucha militar iría desde el combate de Cotagaita (1810) hasta la batalla de Tampico (1829).
Los últimos bastiones españoles son el Castillo San Felipe en Puerto Cabello hasta 1823; en San Juan de Ulúa, Veracruz hasta 1825. Por último, en enero de 1826, caen los reductos españoles del Callao y Chiloé. Solo permanecen como últimos dominios españoles las islas de Cuba y Puerto Rico, que resisten como bases de la reconquista tras los frustrados planes colombo-mexicanos de expedición conjunta para la liberación de Cuba (1820-1827). El último capítulo de la guerra terminó con la tentativa de reconquista de España contra sus antiguas posesiones mexicanas en 1829, cuando la expedición de Isidro Barradas llegó a Tampico y fue derrotada por el Ejército Mexicano. Sin embargo los gobiernos independientes tuvieron que enfrentar las guerrillas realistas, por ejemplo entre 1823 y 1827 en Venezuela; entre 1822 y 1826 en Pasto, Colombia; hasta 1832 en el sur de Chile, apoyados por mapuches y pehuenches; y hasta la década de 1830, la guerrilla de Iquicha en Perú.
El reconocimiento internacional de las independencias llega desde el Reino Unido de Portugal y Brasil en primer lugar. Seguidamente los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia establecieron relaciones comerciales con los nuevos gobiernos americanos y posteriormente reconocieron la soberanía de los nuevos estados a lo largo de la década de 1820. Sin embargo España sólo abandonó los planes de reconquista después de la muerte del rey Fernando VII, ocurrida en 1833. Las Cortes españolas renunciaron a sus posesiones en América en 1836 y autorizaron al gobierno para realizar tratados de paz y reconocimiento con todos los nuevos estados surgidos en el continente.
Al acabar el siglo XVIII, gracias a su dilatado imperio, España figuraba aún entre las grandes potencias internacionales. El imperio no solo aportaba prestigio y peso diplomático; también resultaba crucial para la economía española. En el último tercio del siglo el tráfico con los territorios de ultramar representó cerca de la mitad del comercio exterior. Absorbía un 48% de las exportaciones, integradas por productos españoles pero también por artículos europeos, pues España en calidad de metrópoli ejercía el monopolio del comercio, y todos los países que quisieran traficar con las Indias debían hacerlo a través de los puertos españoles. Los territorios americanos también ofrecían un suministro constante de metales preciosos: entre 1784 y 1796 las minas de plata de México y el Alto Perú aportaron una media anual de 355 millones de pesos.
Sin embargo, sostener el imperio no resultaba fácil. Si preservar el monopolio comercial y eliminar el contrabando en tiempos de paz ya era de por sí complicado, más lo fue desde finales del siglo XVIII, cuando la alianza de España con Francia obligó a mantener un estado prácticamente permanente de guerra con Gran Bretaña. Las contiendas hispano-británicas entorpecieron el comercio español con América, hasta el punto de interrumpirlo casi por completo: en 1801 el promedio anual de exportaciones a las Indias había descendido un 93%; las importaciones también cayeron radicalmente. Tras la destrucción de la flota española en la batalla de Trafalgar, en 1805, Gran Bretaña se aventuró, incluso, al ataque directo a las costas americanas. En 1806 y 1807 la armada británica trató de ocupar el puerto de Buenos Aires y las autoridades virreinales rechazaron el ataque. Una acción que reveló la impotencia de España para defender sus reinos ultramarinos y demostró a los criollos (descendientes de españoles nacidos en América) la propia fuerza que tuvieron en el desarrollo y el triunfo frente a las pretensiones inglesas.
Muchos años antes del comienzo del conflicto en 1808, se reconocen antecedentes al proceso independentista en Hispanoamérica. Algunos se produjeron en la América española, otros en la metrópoli española, y el último grupo fueron internacionales, de influencia mundial reconocida, como la independencia de los Estados Unidos de América (1776) y la revolución francesa (1789).
En varias ocasiones a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la Corona española se planteó la posibilidad de crear reinos independientes en los territorios americanos. Según estos planes, los virreinatos pasarían a ser gobernados por miembros de la familia real, convirtiéndose en monarquías hereditarias. Los sucesos dramáticos de la política europea española al final del reinado de Carlos IV en 1808 supusieron el abandono definitivo de estos planes.
El proceso independentista en Hispanoamérica estalló en 1808 con los movimientos juntistas americanos, y al ser un proceso tan largo, complejo y amplio, está lleno de particularidades.
En Europa, la ocupación de la Francia Napoleónica de España tuvo un giro tras el Motín de Aranjuez por el cual el entonces príncipe de Asturias derrocaba del gobierno del príncipe de la Paz, Manuel Godoy, seguido de la abdicación de Carlos IV en beneficio suyo, erigiéndose como Fernando VII. Sin embargo, tan pronto como pudo, Carlos IV protestó su abdicación y así se lo hizo saber a Napoleón. Por lo tanto, el emperador aprovechó tal situación en su beneficio. Primero postergó el reconocimiento de Fernando VII hasta entrevistarse con él haciéndolo ir hasta territorio francés en Bayona. Allí hizo llegar a Carlos IV a quien en todo momento le reconocía como aún rey con quien pactó a través de Godoy su abdicación a la corona a cambio de mantener la integridad de la corona española y sus posesiones americanas, por lo cual aceptó. Finalmente, entre todos convencieron a Fernando VII para que fuera buen y leal hijo y le devolviese la corona a su padre, a lo cual Fernando VII terminó por aceptar sin saber del pacto elaborado en la víspera. Napoleón, ya poseedor de los derechos sucesorios sobre todos los reinos de la monarquía, arrancó las renuncias a sus derechos al príncipe de Asturias y a los infantes herederos de Carlos IV, ofreciendo una pensión millonaria a la ahora familia real española en suelo francés, aunque en realidad quedaba toda la familia cautiva del emperador. Napoleón comenzó a gobernar directamente sobre España y organizó la creación del Acta Constitucional de España, redactada allí mismo en Bayona, y al mes de las abdicaciones nombró a su hermano mayor José I Bonaparte, en ese momento rey de Nápoles, como nuevo rey de las Españas y de las Indias. José Bonaparte desde luego aceptó la corona española, renunciando a las napolitana, juró la nueva constitución de Bayona y entró en Madrid como rey protestado por las tradicionales instituciones españolas que aceptaban de facto las abdicaciones de Bayona.
Sin embargo, el pueblo español no estaba de acuerdo con la invasión francesa y poco a poco iniciaron los levantamientos que enfrascaron a la mitad insurgente de España contra la otra mitad josefina española apuntalada por las fuerzas de ocupación del Imperio francés en la llamada Guerra de la Independencia Española (1808-1814). Los insurgentes españoles se fueron organizando en juntas de gobierno en las diferentes partes integrantes de las corona española, principalmente en la zona sur de la península. En América, conforme llegaban las noticias desde Europa, se fueron conformando juntas de gobierno americanas para igualmente conservar los derechos dinásticos del rey Fernando VII, desde entonces llamado el Deseado. Pero las juntas americanas se enfrentaron a un dilema: debían de ser autónomas como sus hermanas peninsulares o debían de depender de alguna junta europea; y en el caso de depender de alguna peninsular, la duda sería de cuál de todas aquellas.
Los españoles peninsulares radicados en algún punto en América no concebían que fueran las juntas autónomas bajo ninguna circunstancia, pero los españoles americanos, más conocidos como criollos y mestizos, vieron la oportunidad de romper con las prohibiciones centenarias y alcanzar de algún modo el gobierno de sus propias patrias, fueran estas autonomías o no consecuencia de la ocupación de Napoleón. De esta forma, en América comenzaron una serie de movimientos locales que desconocían los nombramientos elaborados por las juntas peninsulares para el gobierno americano, aduciendo los mismos principios de aquellas de que todo lo hacían por la defensa del rey legítimo Fernando VII y para detener la usurpación del trono español por José I. Otro argumento que tuvieron los criollos y los mestizos fue que nada garantizaba que las juntas europeas no cayeran en manos de José I o del mismo Napoleón y por ende la América española se convirtiera en una América francesa; de esta manera la autonomía le daba más oxígeno a la familia real española, abriéndose la posibilidad de que escapasen de su prisión y que hicieran lo mismo que la familia real de Portugal, huyeran a América y que reinaran desde estas sus otras tierras.
En medio de todo este panorama, en 1808 el ayuntamiento de Ciudad de México se erigió en la primera junta autónoma americana, inclusive con el apoyo del virrey de Nueva España, José de Iturrigaray; sin embargo, el movimiento de los españoles peninsulares asustados de la independencia del virreinato, organizaron un golpe de Estado, destituyendo a Iturrigaray y encerrando a todos los rebeldes.
La Junta de Sevilla se nombró como Junta Suprema de España e Indias con la clara aspiración de controlar a todas las posesiones ultramarinas de España, por ser la sede de la antigua Casa de Contratación de Sevilla y por ende la puerta tradicional de entrada y salida para toda comunicación entre la península y las Indias. Por eso algunos gobiernos americanos no dudaron en prestarle reconocimiento. Pero las demás sabían que no podrían ganar la guerra desunidas así que se esforzaron en fusionarse todas en la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino, organizada en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808, con lo cual los americanos ya no tendrían dudas de a quién debían de obedecer.
Sin embargo, las juntas americanas que se continuaron conformando a pesar de la centralización de las juntas peninsulares en una sola fue que la relación de los antiguos virreinatos y capitanías generales no eran con una junta ni ningún cuerpo peninsular, sino directamente con el rey Fernando VII, así que en tanto el no estuviera libre, no tenían por qué obedecer a ninguna autoridad autoproclamada en la península. Para atraerse a los americanos, la Junta Central convino en que así como los reinos tradicionales de la península enviarían dos representantes para su funcionamiento, los reinos de ultramar podrían enviar su propio representante. Esta sería la primera vez que alguna posesión ultramarina tuviera una representación en alguna instancia en la península. Aunque con la crisis dinástica como estaba, la medida llegaba muy tarde. Los "reinos" que podrían mandar representación eran los virreinatos de Nueva España, Perú, Nueva Granada y Buenos Aires; así como las capitanías generales independientes de Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Chile, Venezuela y las Filipinas.
Este plan fue criticado por ofrecer una representación desigual y escasa de los territorios de ultramar; sin embargo, a fines de 1808 y comienzos de 1809 las capitales provinciales eligieron los candidatos, cuyos nombres fueron enviados a las capitales de los virreinatos o capitanías generales. Varias grandes ciudades importantes se quedaron sin ninguna representación directa en la Junta Suprema. En particular Quito y Chuquisaca (La Plata o Sucre), que se veían a sí mismas como capitales de sus provincias, se resintieron de ser subsumidas dentro de los más grandes "Vice-reinos". Esta inquietud llevó a la creación de juntas en estas ciudades en 1809, que finalmente fueron reprimidas con violencia por las autoridades durante el curso del año. en Con el fin de establecer un gobierno con mayor legitimidad, la Junta Suprema pidió la celebración de "Cortes extraordinarias y generales de la nación española". El esquema de las elecciones para las Cortes, ahora sobre la base de provincias (diputaciones provinciales) y no de los reinos, era más equitativo y proporcionado pero no colmaba las expectativas americanas, a la espera de redefinir lo que se consideraban las Provincias españolas en América basadas en las antiguas intendencias de ultramar.
La Junta Suprema debido a los reveses sufridos por las fuerzas españolas frente a Napoleón dejó Aranjuez y la región de La Mancha, para refugiarse en Sevilla y finalmente en la isla-ciudad de Cádiz, donde funcionaría como el Consejo de Regencia de España e Indias el 29 de enero de 1810, siempre en nombre de Fernando VII. Para este momento, la mayoría de los americanos no veía razón para reconocer un gobierno provisional que estaba bajo la amenaza de ser capturado por los franceses en cualquier momento, por lo que comenzaron a trabajar en la creación de juntas locales americanas para preservar la independencia de la región de los franceses. Los movimientos juntistas tuvieron éxito en la Nueva Granada (Colombia), Venezuela, Chile y Río de la Plata (Argentina) pero no así en América Central. En última instancia, América Central, junto con la mayoría de la Nueva España, Quito (Ecuador), Perú, Charcas (Bolivia), el Caribe y las Islas Filipinas, se mantuvieron bajo control de los realistas durante la siguiente década y participaron en el esfuerzo español para establecer un gobierno liberal representado por las Cortes de la monarquía española.
En el año 1810 se da la clausura de la Junta Central sevillana que, tras las victorias napoleónicas y la pérdida casi completa del territorio peninsular, es sucedida por la Regencia de Cádiz, la que a su vez sirvió de preámbulo para la instauración de la Constitución española de 1812, y como resultado desde Cádiz (último reducto español independiente), se pretende dar fin al estado absolutista de toda la monarquía, y en consecuencia a la instauración en Europa y América de un régimen liberal, pero que en definitiva pretendía someter a Fernando VII y los dominios americanos, a los que se otorgó una representación minoritaria, al dictado europeo de las leyes nacionales de la península ibérica.
En América se produce la radicalización del conflicto y la transformación de las juntas de autogobierno americanas, que reconocían previamente a la persona del monarca español, en los respectivos congresos nacionales de cada estado naciente que realizan seguidamente sus declaraciones de independencia. Estos hechos suceden en un ambiente de violencia creciente y de conflictos militares que se extienden a nivel continental. Las declaraciones de independencia de los nuevos países americanos son:
Campañas militares de la Independencia Hispanoamericana (1810 - 1829)
En las Guerras de Independencias Hispanoamericanas, los realistas fueron el bando caracterizado por las fuerzas armadas formadas principalmente por españoles, europeos, americanos e indios, y empleadas para la defensa de la monarquía española en el primer tercio del siglo XIX.
Los diccionarios de la Real Academia los definen desde 1803 como regiarum partium sectator, el que en las guerras civiles sigue el partido de los reyes. En 1822 se añadió potestatis regia defensor, que defiende regalías y derechos de los reyes.
Durante las Guerras de Independencia Hispanoamericanas, patriotas fue la forma común en que se llamaron a sí mismos los combatientes a favor de la independencia de la Corona española combinando sentimientos de liberación y de arraigo por la Patria, la tierra natal o adoptiva a la que se sentían ligados por unos determinados valores, cultura, historia y afectos.
Los estadounidenses intervinieron apoyando y promoviendo la sublevación de los territorios españoles de Florida Occidental, Florida Oriental y Texas. Todo esto a través de expediciones de voluntarios liderados por generales estadounidenses. La república occidental de Florida se anexionó inmediatamente a los Estados Unidos en 1810. La tentativa en la Florida oriental en 1812 fracasó y condujo al caos del territorio. La situación se hizo más compleja con la sublevación de las naciones indias Creek y Seminolas. En 1821 los Estados Unidos y España firman el tratado de compra y cesión de las Floridas. En Texas, el rebelde Gutierrez de Lara viajó a los Estados Unidos y obtuvo el apoyo norteamericano formando una fuerza de Filibusteros en Luisiana que finalmente serían derrotados en la batalla de Medina.
Los corsarios independentistas eran buques armados privados reclutados por los gobiernos independentistas durante las guerras de independencia hispanoamericanas para destruir el comercio español y capturar buques mercantes españoles. El puerto corsario más importante era Baltimore. Se trataba en general de embarcaciones rápidas, es decir, goletas o bergantines. El despliegue a gran escala de buques de guerra comenzó a partir de 1816, especialmente bajo la bandera de Buenos Aires y la bandera oriental de Artigas. A partir de 1821, estos corsarios navegaban bajo las banderas de México y Colombia. La principal motivación de estos corsarios independentistas era el botín por lo que evitaban luchar contra la Armada española.
Cádiz era el principal puerto objetivo y el segundo puerto más importante fue La Habana, en Cuba. El gobierno de los Estados Unidos hizo la vista gorda sobre los corsarios norteamericanos intentando forzar a España en la cesión de Florida (Tratado de Adams-Onís), aunque tras ello tomaron medidas efectivas para terminar con los corsarios de su país.
La intervención británica en la emancipación hispanoamericana son todas las medidas políticas, diplomáticas y de ayuda militar del Reino Unido contra los dominios españoles en América, realizada tanto por particulares, amparados por el estado británico, como por su gobierno y representantes.[cita requerida] Aun cuando los británicos colaboraban en la Guerra Peninsular contra el gobierno napoleónico de José Bonaparte, los gobiernos españoles reconocieron que el Reino Unido era el principal estado enemigo en la disputa internacional de la América española.[cita requerida] La ayuda a las naciones rebeldes, no reconocidos como estados, tiene su punto culminante los años 1817 y 1818, y finalmente fue prohibida por el gobierno británico en el Foreign Enlistment Act of 1819.[cita requerida]
Durante las luchas entre los independentistas y los realistas se sucedieron situaciones de violencia mutua. Los revolucionarios desconocieron las autoridades monárquicas españolas en América, formaron ejércitos y constituyeron repúblicas americanas. El gobierno español y Fernando VII reaccionan negando legitimidad a las juntas de gobierno americanas, y bajo la dirección española, se formaron en América los ejércitos realistas con un auxilio de expedicionarios españoles, pero principalmente por una mayoría de tropa y oficialidad de origen americano, lo que para unos autores le dio el carácter de guerra civil.
Conflictos por territorios
Estados Unidos (Norteamérica)
México (Norteamérica)
Capitanía General de Guatemala (Centroamérica)
Río de la Plata y Paraguay
Alto Perú
La fase inicial tuvo como componente principal el enfrentamiento militar de las grandes capitales de las distintas provincias de virreinatos y capitanías que permanecieron leales al gobierno de España contra otras que, a ejemplo de las juntas de España, crearon Juntas de autogobierno americanas donde los naturales de América tomaron el control del gobierno.
En esta primera fase, el gobierno constitucional de Cádiz luchó contra los ejércitos de las juntas. En el sur, el antiguo Virreinato del Perú sofocó sus propios movimientos independentistas y envió auxilios a otras provincias leales de América que todavía resistían frente los revolucionarios, convirtiéndose en el gran reducto militar español del sur.
Estas fuerzas no solo frenaron el avance de las armas de la Junta de Buenos Aires, la más activa, sino que acabaron con las juntas del Charcas o actual Bolivia, de Chile y de Quito, y permitieron crear otros ejércitos leales con naturales de los países en revolución.
Más adelante, a partir de 1812, llegarían expedicionarios europeos a cuentagotas a distintos puntos, y por fin en 1815 una gran expedición española dirigida por Pablo Morillo invadió la Nueva Granada y dio apoyo a los leales de Costa Firme. Tanto Pablo Morillo como el virrey José Fernando de Abascal y Sousa sobresalieron como organizadores de la defensa de la monarquía española en América. Para 1816 Sudamérica parecía otra vez en manos realistas, pero quedaba multitud de guerrillas en Venezuela y en el Alto Perú, el reducto leal de Montevideo había sucumbido, mientras que la poderosa junta de Buenos Aires rearmaba sus ejércitos regulares que habían sido destrozados en sus ataques sobre el Alto Perú. Bolívar, desde Haití, regresó a Venezuela, aglutinó todo el caudillaje, y retomó la ofensiva en el norte del continente.
Tras consolidarse la Junta en Buenos Aires, sus primeras acciones bélicas apuntaron a controlar el Virreinato del Río de la Plata ya que no todas las provincias acompañaron sus acciones de igual forma, y algunas permanecieron leales a España:
El mismo día de la instalación de la Primera Junta, el derrocado virrey Cisneros envió un mensaje secreto a su antecesor, Santiago de Liniers, que se hallaba en Córdoba, en que le encargaba la dirección de la resistencia contra la Revolución. Liniers y Gutiérrez de la Concha alistaron milicias urbanas y milicianos reuniendo 1500 hombres y 14 cañones.
En la ciudad de Mendoza, Faustino Ansay dirigió un levantamiento tomando el cuartel y reuniendo más de 200 soldados. Tres días más tarde, falto de apoyo, depuso su actitud y reconoció a la Junta. Las demás ciudades terminaron acatando a la junta bonaerense.
La organización del ejército que debía marchar al interior fue encargada al vocal Juan José Castelli, quien reunió 1150 hombres provenientes de los regimientos de infantería y caballería, tanto de las tropas milicianas como de los veteranos. La artillería estaba compuesta de 4 piezas volantes y 2 obuses. La fuerza iba regularmente uniformada, con abundantes municiones y buen armamento y con el sueldo pagado por anticipado, gracias a un empréstito obtenido del comercio por el vocal Juan Larrea. En octubre de 1810, la vanguardia del Ejército del Norte inició su marcha hacia el Alto Perú. El 7 de noviembre ambas fuerzas se enfrentaron en la Batalla de Suipacha. Se enfrentaron 800 realistas con 4 cañones contra 600 patriotas con 2 cañones. González Balcarce atrajo a las tropas realistas incitándolas a cruzar el río con una fuga fingida; en la orilla sur fueron sorpresivamente atacados de flanco por la infantería y la artillería que estaban ocultas entre los cerros mientras que la caballería, que en apariencia huía, dio vuelta para enfrentarlos. Los realistas se dieron a la fuga abandonando armas, artillería y municiones, desbandándose por completo. El resultado de Suipacha tuvo un fuerte efecto moral, y el 10 de noviembre la ciudad de Potosí deponía al gobernador Francisco de Paula Sanz. En Chuquisaca, un cabildo abierto reconoció la autoridad de la Junta porteña, declarando nula su adhesión al Virreinato del Perú. En La Paz, el intendente Domingo Tristán y Moscoso se plegó a la revolución y un congreso del pueblo aceptó por unanimidad la autoridad de la Junta de Buenos Aires. Todo el Alto Perú quedaba asegurado para los patriotas.
Tanto el territorio de Paraguay como el de la Banda Oriental del Uruguay fueron mantenidos por los realistas. La Junta de Buenos Aires cortó las comunicaciones fluviales de Montevideo con el Paraguay a través del río Paraná, y las autoridades de la ciudad de Corrientes detuvieron varias embarcaciones que se dirigían a Asunción.
El gobernador Bernardo de Velasco dirigiendo fuerzas realistas paraguayas incursionó en el territorio de las Misiones en busca de armas. El 1 de octubre, una flotilla paraguaya atacó Corrientes y rescató los buques paraguayos incautados; continuó incursionando en la zona durante varias semanas, apoderándose también de la Guardia de Curupayty, que Corrientes mantenía en el actual Departamento de Ñeembucú. El 4 de septiembre, la Junta nombró al vocal Manuel Belgrano comandante de las fuerzas que debían operar en la Banda Oriental contra los realistas de Montevideo, asignándole un ejército exiguo: 250 hombres extraídos de diversos cuerpos militares porteños, con 6 cañones. Sin embargo, cuando la noticia del ataque a Misiones llegó a Buenos Aires la Junta decidió desviar la pequeña división de Belgrano hacia el Paraguay. Tras cruzar el Paraná, el pequeño ejército siguió aumentando sus fuerzas con tropas voluntarias reunidas por el comandante militar de Entre Ríos, José Miguel Díaz Vélez, y unos 200 hombres del Regimiento de Patricios mandados por Gregorio Perdriel. A fines de octubre, organizadas sus fuerzas en 4 divisiones y llevando al paraguayo José Machain como sargento mayor, el ejército avanzó hacia el norte por el centro de Entre Ríos, evitando cruzar cursos de agua. El 6 de noviembre, una escuadrilla con 300 realistas al mando de Juan Ángel Michelena ocupó Concepción del Uruguay; las milicias de esa villa, comandadas por Diego González Balcarce, se incorporaron al ejército de Belgrano.
El 19 de diciembre Belgrano cruzó con el grueso del ejército revolucionario el río Paraná y atacó la posición fortificada de Campichuelo, de donde los realistas se retiraron tras un breve intercambio de disparos. Los patriotas ocuparon sin lucha el evacuado pueblo de Itapúa, distante cuatro leguas, pero la falta de caballos y el mal estado de la tropa obligaron a Belgrano a detenerse sin poder perseguir a los realistas. Los pobladores locales huyeron del ejército —al que consideraban invasor— llevándose todos los medios de subsistencia. El territorio paraguayo, con sus numerosos ríos, esteros y selvas tropicales, era un terrible obstáculo para el avance del ejército. No obstante, los hombres de Belgrano continuaron su difícil avance y obtuvieron una pequeña victoria junto al río Tebicuary. El 19 de enero, dio comienzo a la Batalla de Paraguarí. Pese a la diferencia numérica —460 hombres contra 6000— los independentistas lograron tomar la posición paraguaya y obligar a sus tropas a retirarse, mientras Velasco huía hacia el pueblo de Yaguarón. Pero las tropas de la avanzada de Belgrano se dedicaron al pillaje y luego confundieron los auxilios enviados por Belgrano con enemigos, por lo cual se desbandaron cuando los paraguayos se reorganizaron y contraatacaron. Belgrano se vio obligado a retroceder por el camino por el que había llegado, pero no fue perseguido. En la Batalla de Tacuarí, el 9 de marzo, las tropas patriotas fueron derrotados definitivamente. El fracaso de Belgrano llevó a un contraataque paraguayo, por el cual la ciudad de Corrientes fue invadida y ocupada militarmente el 7 de abril. Un mes más tarde, sin embargo, se formó un Congreso provincial que derrocó a Velasco y lo reemplazó por una Junta provisional de gobierno; en ésta jugaba un papel decisivo Gaspar Rodríguez de Francia, que gobernaría al país durante casi tres décadas. El nuevo gobierno proclamó la independencia del Paraguay respecto del gobierno de Buenos Aires.
El 9 de octubre de 1810 se hizo cargo del gobierno de Montevideo el general Gaspar de Vigodet, recién llegado de España, el cual reforzó su posición militar con tropas urbanas dirigidas por oficiales de la Real Armada. Lanzó una serie de campañas terrestres hacia las localidades del interior de la Banda Oriental, obligando sucesivamente a sus autoridades a reconocer la autoridad montevideana. Ese fue el principio de la unificación jurídica de la futura Provincia Oriental. Poco después, envió al marino Juan Ángel Michelena a ocupar las costas del río Uruguay, obligando a las autoridades de los pueblos de ambas márgenes del mismo a someterse a su autoridad, pero en algunos sectores encontraron resistencia de partidas irregulares formadas por pobladores locales. Tras una serie de escaramuzas, los realistas evacuaron sus posiciones en la margen occidental del río Uruguay, y los revolucionarios quedaron dueños de la región en marzo de 1811.
La Junta bonaerense encomendó al teniente coronel Juan Bautista Azopardo transportar por vía fluvial refuerzos para el ejército de Belgrano en el Paraguay. Las autoridades realistas de Montevideo destacaron para interceptarlo una flotilla de siete navíos de calidad superior y tripulación más experimentada que los de su adversario, dirigida por Jacinto Romarate. La flotilla de Azopardo remontó el Paraná hasta llegar el 2 de marzo a la altura de San Nicolás de los Arroyos donde se inició el Combate de San Nicolás donde la flota patriota fue derrotada y accedió a rendirse. El comandante cayó prisionero de los realistas y fue llevado a España, mientras el gobierno porteño lo condenaba en ausencia por impericia en el comando. Con la desaparición de la pequeña fuerza naval patriota quedó confirmado el dominio de los ríos por parte de la flota realista de Montevideo, que se modificaría recién tres años más tarde. En enero de 1811 llegó a Montevideo Francisco Javier de Elío, designado virrey del Río de la Plata. Los realistas controlaban Montevideo, pero en las zonas rurales de la Banda Oriental las ideas revolucionarias eran acalladas por la fuerza. En lugar de apelar a su fidelidad, el gobierno de Montevideo exigió a la población rural la exhibición de los títulos de propiedad de los campos que ocupaban —generalmente a título precario— amenazando a los que no lo hicieran con la expulsión de los mismos.
El 28 de febrero, a orillas del arroyo Asencio, el comandante Pedro José Viera lanzó el llamado "Grito de Asencio", levantándose en armas contra la autoridad de Elío. Fue secundado por estancieros y gauchos locales que conformaron partidas de irregulares, iniciando una serie de combates contra fuerzas leales al rey con el Combate de Soriano, ganado por Miguel Estanislao Soler y milicianos orientales el 4 de abril de 1811. La Junta auxilió a los patriotas de la Banda Oriental con el fin de extender la revolución e intentar neutralizar a Montevideo, apostadero de la flota española en el océano Atlántico sur. Por ese puerto podrían llegar tropas desde España para sofocar la revolución en el antiguo virreinato, de modo que su conquista era crucial. Belgrano, que fue nombrado comandante de las fuerzas militares el 7 de marzo, se puso en contacto con el capitán José Gervasio Artigas quien, tras desertar de su puesto en la guarnición de Colonia del Sacramento, pasó a Buenos Aires para ofrecer sus servicios a la Junta. Artigas desembarcó en suelo oriental el 9 de abril al frente de algunas tropas de Buenos Aires y fue reconocido como jefe por los patriotas locales. Tras algunos combates menores pudo avanzar hacia Montevideo. Elío envió a su encuentro una división a órdenes del capitán José Posadas, pero Artigas lo derrotó el 18 de mayo en la Batalla de Las Piedras.
Reducidos los realistas al control de Montevideo y Colonia, ambas plazas fueron puestas bajo sitio el 21 y 26 de mayo respectivamente. A comienzos de junio, los realistas evacuaron Colonia, la cual fue ocupada por los revolucionarios, y Artigas puso sitio a Montevideo con el auxilio de los gauchos orientales y las fuerzas enviadas por Buenos Aires. Solo las murallas de la ciudad y los cañones de la flota anclada en el puerto impidieron una rápida caída de la ciudad, pero su situación era comprometida.
El virrey Elío, sitiado en Montevideo, vio como única salida el auxilio de las tropas portuguesas del Brasil y solicitó su concurso para derrotar a los revolucionarios. Ya el 20 de marzo de 1811 Elío había emitido una proclama al pueblo oriental amenazando con la intervención portuguesa si la insurrección continuaba.
Portugal siempre había disputado a España el territorio de la Banda Oriental y no dejaría pasar la ocasión: el gobierno portugués había organizado el Ejército de Observación de Diego de Souza. Estas fuerzas ya habían tomado contacto con el gobernador paraguayo Velasco, ofreciéndole su ayuda contra el ataque de Belgrano. Souza tenía, además, orden de hacer reconocer como reina del Río de la Plata a la infanta Carlota Joaquina, esposa del rey Juan VI de Portugal y hermana de Fernando VII. El 17 de julio cruzó la frontera un ejército de 3000 soldados portugueses comandados por el gobernador Souza. Todos los pueblos del este del actual territorio uruguayo fueron ocupados por tropas portuguesas, y el 14 de octubre se estableció el cuartel general portugués en Maldonado.
La República de Florida Occidental fue una república en 1810 de corta duración en la región más al oeste de la Florida occidental española, que tras menos de tres meses fue anexionada y ocupada por los Estados Unidos un poco más tarde en 1810, y seguidamente se convirtió en parte del territorio de Louisiana. La República de Florida Oriental, era otra república declarada contra el dominio español de Florida del Este por independentistas que deseaban su anexión por parte de los Estados Unidos sin éxito. En 1819 se redactó el Tratado de Adams-Onís entre España y los Estados Unidos, en el cual España cedió toda la Florida a los Estados Unidos dos años después tras la firma de la misma.
En 1811, los españoles aplastaron la revuelta de San Antonio (Tejas) durante la revolución contra los realistas en la Guerra de Independencia de México. Los rebeldes restantes luego recurrieron a los Estados Unidos en busca de ayuda. Bernardo Gutiérrez de Lara viajó a Washington, D.C. Gutiérrez obtuvo el apoyo de Augustus Magee y formó una fuerza de filibusterios estadounidenses en Louisiana. Una bandera verde de la expedición representaba a los rebeldes. El Ejército Republicano del Norte fue derrotado en la batalla más sangrienta de Texas, la Batalla de Medina. De esta manera Tejas quedó incorporado a la Independencia de México, y con posterioridad se produjo la Independencia de Texas y su anexión a los Estados Unidos.
La lucha comienza en 1810 con el grito de Dolores en el estado de Guanajuato. El grito fue dado por el cura Miguel Hidalgo y Costilla, formador de la conspiración de Querétaro. El plan de Hidalgo era formar una Junta de Gobierno Autónoma fiel a Fernando VII. La insurrección creció rápidamente y estuvo a punto de tomar por asalto la ciudad de México, ya que el ejército realista fue derrotado e Hidalgo contaba con más de 80.000 hombres; pero decidió ir al norte rumbo a Guadalajara, donde fue atacado por sorpresa por el nuevo ejército realista de Félix María Calleja, uno de los mejores generales en el virreinato. Tras esta derrota en Guadalajara, Hidalgo y su ejército marcharon al norte rumbo a Estados Unidos pero fueron atacados por sorpresa nuevamente y encarcelados en Chihuahua, donde Hidalgo fue fusilado en 1811.
Un año después, en 1812, un soldado y exalumno de Hidalgo, José María Morelos y Pavón, con un puñado de hombres que escaparon en Guadalajara y refuerzos del sur de la Nueva España, organizó una nueva campaña independentista y logró derrotar al recientemente nombrado virrey Calleja. Con la victoria organizó un congreso independiente y una constitución en Apatzingán entre 1813 y 1814. Pero tras el regreso de Fernando VII al trono llegaron nuevos refuerzos realistas, y comandados por el virrey Calleja derrotaron y fusilaron al General Morelos a principios de 1815. Sus oficiales empezaron entonces una guerra de guerrillas al sur de la Nueva España. A partir de 1816, el nuevo virrey Apodaca intentó pacificar el virreinato, y en 1818 la Nueva España estaba casi en paz. La expedición de Francisco Xavier Mina dio una esperanza que pronto fue derrotada, y solo quedaba una Guerrilla al sur del país, la de Vicente Guerrero; este exsoldado de Morelos resistió fuertemente a los realistas durante años en la sierra del sur. Pero en 1820 se dio la noticia de que Fernando VII había aceptado la Constitución de Cádiz, lo que causó un descontento general en el virreinato. Uno de tales descontentos era Agustín de Iturbide, general realista que tenía la misión de derrotar a Guerrero pero que decidió unirse al movimiento y proclamó el Plan de Iguala declarando la independencia. A finales de 1820 todo el mundo estaba apoyando el Plan de Iguala, y el nuevo jefe político superior, Juan O'Donojú, lo aceptó. El 27 de septiembre de 1821, 10 años y 12 días después de que el cura Hidalgo proclamara la libertad de México, Agustín de Iturbide entró triunfante en la ciudad de México y declaró el fin de 300 años de virreinato español y el comienzo del Imperio Mexicano con él como Emperador, el cual no duró más que escasos meses. Caído el imperio se convocó a los ex-territorios españoles, en ese momento provincias, a crear una república, lo cual dio lugar a la formación de los Estados Unidos Mexicanos.
En el Caribe, las islas de Cuba y Puerto Rico no fueron asoladas por la guerra y siguieron formando parte integrante del Reino de España hasta el año 1898.
Comparada con la guerra de independencia estadounidense, donde no se vivió nada parecido, la pérdida de vidas y la destrucción material del conflicto durante la independencia hispanoamericana fue extremadamente mayor.
En efecto, no solo se trató de una guerra por la independencia (como el caso norteamericano) sino que se dieron circunstancias que añadieron un mayor encarnizamiento a la lucha.Batalla de Yorktown (1781).
Entre ellas, cabe señalar la enorme extensión territorial de la guerra, que abarcó la casi totalidad de Hispanoamérica, la política de terror practicada por ambos bandos, la alternancia de victorias y derrotas entre los partidarios de la independencia y los leales a la autoridad real (llamados patriotas y realistas, respectivamente), el exilio y desplazamiento de poblaciones y la prolongación en el tiempo de la lucha que produjo una completa ruina en muchas de las ciudades y campos de la América española, la pérdida de capitales y bienes de todo tipo tras la parálisis del comercio y actividades productivas, y la dedicación de los recursos materiales y humanos al esfuerzo bélico. Todo ello en el marco de una guerra que cuadruplicó la duración de la estadounidense —cuyo último episodio fue laCuadro de mortalidad general en la revolución hispanoamericana según diversos autores
años 1810-1821:
Muchas fueron las consecuencias para Hispanoamérica.
Desapareció el monopolio comercial y, por tanto, el proteccionismo, con el consiguiente empobrecimiento de muchas regiones hispanoamericanas, incapaces de competir con las industrias de Europa, principalmente la británica.
Además, en el Congreso de Panamá, en 1826 se vio frustrado el sueño que Bolívar tenía para América de crear unos Estados Unidos de América del Sur. Sin embargo, la opinión de algunos iberoamericanos es muy diferente, ya que afirman que la independencia permitió a sus países la oportunidad de desarrollarse en función a sus propias necesidades y la de aplicar una justicia más equitativa entre sus componentes étnicos.
Si bien no se pretendieron cambios en la estructura territorial derivada del Uti possidetis, el movimiento independentista tuvo un efecto disgregador que fue la causa de la fragmentación de los antiguos virreinatos y capitanías en varios países nacientes, de manera que el independentismo continuó su proceso político más allá de la emancipación propiamente dicha. La pérdida de un ejército fuerte a nivel internacional y el comienzo de la inestabilidad en la región (como las constantes guerras civiles) fueron aprovechadas por potencias extranjeras, como se vería en la intervención estadounidense en México que supondría la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano.
Los siete países independientes que se crearon a la conclusión de las guerras de independencia hispanoamericana fueron:
La Expedición de Belgrano al Paraguay sería derrotada por los ejércitos realistas pero seguidamente una junta de autogobierno obtuvo la libertad del Paraguay en 1811, que se constituyó como estado independiente de España en 1813 y rechazó su pertenencia a las Provincias Unidas del Río de la Plata, aunque Argentina todavía la consideraría parte integrante y no reconocería su independencia hasta el 17 de julio de 1852.
El Uruguay formó parte del Río de la Plata. Incorporado a Portugal tras Invasión luso-brasileña, pasó al Brasil en 1825. Hasta su independencia en 1828 como consecuencia de la Guerra del Brasil. Además, luego de complejos procesos que se sucedieron en años posteriores, se dio origen a los 16 estados hispanoamericanos: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. En el Caribe, Santo Domingo (actual República Dominicana) siguió formando parte de España hasta el 30 de noviembre de 1821, mientras que Cuba y Puerto Rico lo siguieron haciendo hasta su separación como resultado de la Guerra Hispano-Estadounidense en el año 1898.
Luego de concluir la Guerra Hispano-Estadounidense y tras la firma del Tratado de París (1898), Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam quedaron bajo control de los Estados Unidos.
Las Guerras de independencia hispanoamericanas generaron la pérdida de los virreinatos y las capitanías generales que formaban parte del Imperio español, el que quedó muy reducido territorialmente y diezmado económicamente. Ello significó un desastre para la Monarquía española y un refuerzo de la posición de Reino Unido como la más importante potencia mundial.
Para los comerciantes de Cádiz, la administración gubernamental española, los nobles y, naturalmente, para la familia real (propietaria directa de estos bienes realengos) desapareció una fuente esencial de ingresos -las riquezas y los caudales de Indias-, fundamentales para la Real Hacienda y el monopolio gaditano.
El sector más humilde o de menores recursos de la nación española, en cambio, se mostró un tanto indiferente a la independencia americana y en todo momento lo consideró un problema en cierto modo ajeno a ella, ya que América estaba desligada para la inmensa mayoría de los sectores desfavorecidos entre los españoles peninsulares, campesinos, trabajadores o comerciantes de clases medias o altas, no existía relación alguna con sus vidas, y no les reportaba ningún beneficio (o perjuicio).
La expedición de Barradas en 1829 fue el último esfuerzo militar de España en suelo continental contra la independencia hispanoamericana.
Con la Revolución de 1830 cayó definitivamente el absolutismo en Francia y el principal apoyo del rey Fernando VII en la Santa Alianza, pero todos los proyectos militares del gobierno español para la reconquista de Hispanoamérica tuvieron su final en el año 1833, con el fallecimiento del monarca español, cumpliéndose la respuesta negativa que dio el ministro español Francisco Zea Bermúdez, frente al anuncio del gobierno británico hecho en 1825 por George Canning de reconocimiento de los nuevos países, cuando afirmó que "El Rey no consentirá jamás en reconocer los nuevos estados de la América española y no dejará de emplear la fuerza de las armas contra sus súbditos rebeldes de aquella parte del Mundo".
Al morir Fernando VII el Reino de España continuó su propio proceso político, inmerso en las guerras civiles conocidas como las Guerras carlistas (1833-1876), quedando como una potencia de segundo orden entre los estados europeos. Aún peor, tras la Revolución Gloriosa de 1868 que derrocó a Isabel II, estallaron guerras independentistas en Cuba (1868-1880) y Puerto Rico (1871), los dos últimos territorios españoles en América. Este proceso se prolongó hasta 1898, con la pérdida de los últimos territorios de ultramar españoles del Caribe y el Pacífico a manos de los Estados Unidos.
La expulsión de los españoles de América es la tragedia humana a raíz de toda una serie de medidas tomadas contra ellos por parte de los gobiernos independientes durante el proceso de las guerras de independencia hispanoamericana. Estuvo dirigida en principio contra los encargados de la administración española para extenderse seguidamente contra la población española en general, bajo acusaciones diversas.
Hubo dos formas predominantes del exilio: la primera fue producto de las circunstancias de la guerra, y la segunda obligado por leyes de expulsión en contra de los españoles por parte de los gobiernos hispanoamericanos inmersos en la guerra y que se extendió más allá de la conclusión del conflicto.
Tras el fallecimiento del monarca Fernando VII de España, y con el nuevo reinado de su hija, Isabel II de España, se dio inicio a una nueva etapa de relación internacional. Las cortes generales del reino autorizaron el 4 de diciembre de 1836 la renuncia de la corona española a cualquier derecho territorial y de soberanía, y que, no obstante los territorios de la Constitución de Cádiz de 1812, se hiciera el reconocimiento de la independencia de todos los nuevos países americanos mediante la conclusión de Tratados de Paz y Amistad sobre la base de que "no se comprometen ni el honor ni los intereses nacionales", lo que se promulgó el 16 de diciembre de 1836.
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