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Composición étnica de Argentina



La actual composición étnica de la Argentina es, en orden cronológico, el resultado de la interacción de la población indígena-nativa precolombina con una población de colonizadores europeos ibéricos y con otra de origen africano-subsahariano, inmigrada forzosamente y esclavizada (que dio origen a la población afroargentina),[1]​ todo en la época colonial y el primer siglo posterior al proceso de independencia iniciado en 1810.

A esta población, que formó la totalidad de la población Argentina hasta aproximadamente 1860, se le sumó el flujo proveniente de la gran ola de inmigración europeo/asiática, mayoritariamente italiana y española. Esta ola inmigratoria sucedió en la segunda mitad del siglo xix y la primera mitad del siglo xx,[2]​ aunque la inmigración más importante, cuantitativamente hablando, se produjo entre 1880 y 1930.[3]

Desde mediados de siglo XX, la composición étnica estuvo influida por las grandes migraciones internas del campo a la ciudad, y del norte y el litoral hacia las grandes urbes del país. Finalmente el territorio argentino siempre recibió una considerable corriente migratoria procedente de países sudamericanos, destacándose principalmente las comunidades procedentes de Paraguay y Bolivia, y en menor medida de Chile, Uruguay, Perú, Colombia y Venezuela.

Como resultado de la continuidad de los pueblos originarios y los flujos inmigratorios, la población argentina cuenta con considerables comunidades organizadas a partir de sus pertenencias étnicas, entre ellas la qom, wichi, aymara, coya, mapuche, napolitana, calabresa, lombardesa, vasca, catalana, gallega, castellana, andaluza, francesa, alemana, árabe, ucraniana, croata, polaca, judía, armenia, chilena, uruguaya, inglesa, peruana, japonesa, china, coreana, entre otras.

Al igual que Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Brasil o Uruguay, Argentina se considera como un «país de inmigración», en el sentido del fuerte impacto que diversas corrientes migratorias han tenido sobre la composición étnica de la población.[4][5][6]

El mestizaje ha desempeñado un papel en la composición étnica de la población argentina. Las corrientes inmigratorias durante la época de la colonia y luego en la época de la gran inmigración ultramarina (1850-1930), estuvieron integradas mayoritariamente por varones solos que en varios casos se mestizaron en Argentina con mujeres indígenas o de origen africano o sus descendientes.[7][8]

Diversos estudios genéticos concuerdan en términos generales que la proporción del componente genético amerindio es considerable, así como el indicio cierto de aporte afro, de manera solo una minoría muy acotada posee una firma genética similar a la de un europeo nativo ancestral, habiendo por ende, un grueso poblacional cuya firma genética se corresponde con la mixtura latinoamericana en grados variables.[9][10][11][12][13]

El proceso de mestización registra una intensidad inusitada en Argentina, no solo con amplios intercambios sexuales entre las tres grandes ramas étnico-culturales (euroasiáticos, indígenas y africanos), sino también entre las decenas de etnias particulares que integran cada una de esas ramas (italianos, españoles, polacos, árabes, alemanes, irlandeses, franceses, rusos, turcos, ucranianos, británicos, suizos, galeses, croatas, neerlandeses, belgas, checos, libaneses, sirios, judíos, mapuches, diaguitas, collas, guaraníes, bantúes, yorubas, etc.). Territorialmente, la composición genética varía entre las distintas regiones, provincias y ciudades, influenciada en gran medida por las grandes migraciones internas del campo a la ciudad, del norte hacia la región pampeana y hacia la Patagonia desde el resto del país.

En el siglo XIX, Argentina estableció una política estatal de integración, intencionalmente orientada a diluir las identidades étnicas particulares. Este hecho ha sido denominado en la cultura nacional con el término «crisol de razas» (equivalente al melting pot «crisol de fundición» estadounidense) y ha sido sostenido de modo más o menos variable por los gobiernos sucesivos, las instituciones educativas y los medios de comunicación más influyentes.[14][15]​ Diversos estudiosos han cuestionado la visión tradicional del crisol de razas, considerándola un mito y poniendo de relieve la existencia de una gran brecha étnica y social entre descendientes de europeos y no europeos,[16]​ en la que aparecen mecanismos de racismo y discriminación étnica, invisibilización y asimilación forzada, presentes en la sociedad argentina.

Los indígenas que constituyeron la base del mestizaje en la época colonial estaban divididos en cuatro grandes grupos: los pertenecientes al grupo de la cultura andina, principalmente quechuas, calchaquíes y aimaras; los habitantes de la Mesopotamia, principalmente la cultura guaraní; los pertenecientes al grupo del Gran Chaco, destacándose los pueblos wichí y qom; y los pueblos de cazadores-recolectores del sur, principalmente los pueblos ranquel, aonikenk y mapuche. Estos dos últimos grupos no pudieron ser colonizados por los españoles.

En la Argentina existen en la actualidad 30 pueblos indígenas de acuerdo a los resultados de la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) en base al Censo del año 2001. La ECPI identificó una cantidad de habitantes auto reconocidos pertenecientes y/o descendientes en primera generación a algún pueblo indígena equivalente al 1,66 % de la población total del país, es decir, 600 329 personas.[18]

Las cifras fueron actualizadas mediante el censo de 2010, que dio como resultado una población indígena de 955 032 personas, un 2,38 % de la población total.[19]

Dos importantes corrientes migratorias influyeron sobre la composición étnica durante el período colonial:

El primero fue durante la conquista y colonización por parte del Imperio español, compuesta por conquistadores y colonizadores mayormente procedentes de Extremadura, Andalucía, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, y en menor medida procedentes del Reino de León, de las regiones vascas, del Reino de Portugal, e incluso genoveses, italianos, flamencos, franceses, alemanes, y otras minorías[20]​ durante los siglos XVI a XVIII, mayoritariamente masculina y pequeña en términos cuantitativos pero que impuso un sistema de dominación. La Colonización de Brasil influyó fuertemente en los mestizajes e intercambios culturales en toda la zona de influencia de la región del Río de la Plata y Asunción.[21]​ En términos cuantitativos los españoles siempre fueron pocos, con relación a la población total. En 1700 eran 2500 en lo que luego sería el Virreinato del Río de la Plata y en 1810, unos 6000.[22][23]

Se ha atribuido a la bula del papa Pablo III Sublimis Deus de 1537, que declaró a los indígenas hombres con todos los efectos y capacidades de cristianos,[24]​ el efecto de diferenciar en América, la colonización española, portuguesa y francesa, con la anglosajona, donde el mestizaje fue excepcional: la conquista católica habría buscado incorporar a los indígenas a su civilización y su Iglesia, aun a costa de la anulación de su identidad cultural.[25]

Las relaciones sexuales más antiguas registradas entre conquistadores españoles y mujeres indígenas en la zona cercana a la actual Argentina, corresponde al Gobernador del Río de la Plata y del Paraguay Domingo Martínez de Irala, nombrado en 1544, que no solo convivió con varias concubinas desde el inicio de la ocupación de Asunción, sino que además permitió que los españoles también vivieran cada uno de ellos con varias mujeres indígenas. La situación fue denunciada por las autoridades religiosas españolas ante el rey, sosteniendo que a Asunción la llamaban el "paraíso de Mahoma".

Consecuentemente los españoles engendraron con las indígenas paraguayas y rioplatenses, gran cantidad de hijos, que fueron clasificados como "mestizos". La categoría "mestizo", correspondía a lo que se denominó entonces "cruza" o "casta", para referirse a los individuos que eran el resultado de la "cruza" entre progenitores de alguna de las tres "razas" reconocidas como tales: blanca, negra e india. Según los Estatutos de limpieza de sangre españoles, las "cruzas" o "castas" no tenían la "sangre limpia", y en razón de ello se veían socialmente postergados en la estratificación social de las colonias.[* 1]

La segunda corriente migratoria, tuvo su origen en la inmigración forzada de africanos reducidos a la esclavitud entre los siglos XVII y XVIII, principalmente de la etnia bantú; procedentes de lo que actualmente es Angola, Guinea Ecuatorial, y de la región del Congo.

Durante la época colonial los complejos mestizajes entre las diversas etnias indígenas, españolas, portuguesas, africanas, y algunas otras produjeron un tipo de especial de poblador, característico de la Argentina y otros países vecinos: el gaucho y su equivalente femenino, la «china» o «guaynaa».

Entre aproximadamente 1860[2]​ y 1955 la Argentina recibió una gran cantidad de inmigrantes ultramarinos, mayoritariamente europeos, aunque una considerable cantidad también provino del Asia Occidental, que impactó decisivamente sobre su composición étnica posterior. Al igual que Estados Unidos, Australia, Canadá y Brasil, Argentina constituyó uno de los principales países receptores de la gran corriente emigratoria europea, árabe y judía, que tuvo lugar durante el período que transcurre desde 1850 hasta 1955, aproximadamente.

El impacto de esta emigración europea transoceánica, que en América fue muy grande, en la Argentina fue particularmente intenso por dos motivos:

Aproximadamente se calcula que el 90 % de la población total tiene al menos un antepasado europeo que inmigró entre los siglos XIX y XX. Básicamente se pueden distinguir dos grandes corrientes:

En el primer censo de 1869 la población argentina no alcanzaba a 2 millones de habitantes,[26]​ mientras que los inmigrantes que ingresaron al país hasta 1940 superaron los 6 millones.[27]​ Para 1920, más de la mitad de quienes poblaban la ciudad más grande, Buenos Aires, eran nacidos en el exterior.

Desde los años treinta comenzó a detenerse la migración europea y se produjeron nuevas migraciones que impactaron sobre el mapa étnico:

Luego de la Segunda Guerra Mundial la inmigración proveniente de Europa se redujo considerablemente, pero los niveles históricos de la inmigración proveniente de los países limítrofes se mantiene hasta nuestros días.

Regionalmente, la composición de la población, atendiendo a los orígenes nacionales y étnicos, varía.

En la región central del país, donde se concentra la mayoría de la población nacional, la ascendencia se compone principalmente de inmigrantes italianos y españoles llegados durante la gran migración. En menor medida existen colonias y comunidades considerables de paraguayos, franceses, alemanes, polacos, bolivianos, uruguayos, judíos y árabes. La región se caracteriza por un predominio de ascendientes europeos, que desde mediados de siglo XX, se ha venido reduciendo lentamente con el aumento de los componentes indígena y africano y sus mestizajes, debido a la mayor presencia de migrantes internos provenientes del norte y de países sudamericanos. Estos sectores son predominantes en los partidos del oeste y sur del conurbano industrial de Buenos Aires, que constituyen la mayor concentración urbana del país.

En la región noroeste del país la población con antepasados indígenas andinos, o españoles y africanos llegados en tiempos de la colonia, es proporcionalmente mayor a la media nacional, en parte porque era la región más poblada antes y durante la conquista española y en parte porque recibió poca influencia de la gran migración europea.

En la región noreste hay también una mayor proporción de descendientes de indígenas guaraníes o chaco-santiagueños y africanos. También se han asentado allí importantes colonias polacas, ucranianas, alemanas y rusas, sobre todo en Misiones y Chaco.

La población actual de la Patagonia se formó a partir de las etnias que habitaban este territorio, principalmente de las naciones mapuche, ranquel y tehuelche, combinado de las corrientes migratorias internas provenientes de la región pampeana como también ha sido destacada la influencia de la inmigración galesa, suiza, alemana y chilena.

En relación con los grupos aborígenes, en el norte habitan las principales comunidades de collas, tobas, wichis, guaraníes, chiringuanos y diaguita calchaquíes y en la región patagónica habitan las principales comunidades de mapuches. De todos modos, las migraciones internas han conformado considerables comunidades indígenas en el área de Buenos Aires.[28]

La población asiática compuesta por coreanos, chinos, vietnamitas y japoneses se concentra en el Gran Buenos Aires y, con excepción de la comunidad japonesa, es producto de la inmigración ocurrida en las últimas décadas del siglo XX.

Al producirse la llegada de los españoles a América en 1492, la población asentada en el actual territorio argentino podía agruparse en cuatro grandes sectores:

Una vez organizada la Argentina como estado-nación independiente, los territorios bajo dominio de pueblos indígenas que se mantenían autónomos en la Pampa, la Patagonia y el Gran Chaco, fueron incorporados por la guerra al territorio nacional.

Se ha estimado que la población existente en el actual territorio argentino a la llegada de los españoles oscilaba entre 300 000 a 500 000 indígenas (J. Steward, 1949: 661; G. Madrazo, 1991), de los cuales entre un 45 y un 90 % pertenecían a las sociedades de agricultores del nordeste.[29][30]​ Para los más alcistas las población argentina precolombina era de 1 a 1,5 millones de personas.[31][32]​ Para 1600, menos de un siglo después de la llegada de los españoles, la población indígena se había reducido catastróficamente, en una proporción estimada por Rosenblat en un 43 %,[33]colapso demográfico que fue común a todo el continente y que tendría profundas consecuencias.

En 1810, la población total de la actual Argentina oscilaba entre 500 000 y 700 000 habitantes,[34]​ casi totalmente integrada por indígenas, afroamericanos y mestizos de ambos orígenes con españoles.

Durante los siguientes dos siglos, los indígenas y mestizos amerindios ―principalmente las mujeres, que serán conocidas como «chinas»― participarán del gran proceso de mestizaje con los inmigrantes mayoritariamente varones y europeos, principalmente italianos y españoles, que integraron la gran ola de inmigración entre 1880 y 1950, «diluyéndose»[10]​ tanto cultural como étnicamente de manera casi total en el proceso.

A comienzos del siglo XXI existían poco más de 600 000 indígenas,[35]​ equivalentes al 1,5 % de la población total, que se reconocen como pertenecientes a uno de los 35 pueblos originarios detectados por la Encuesta de pueblos indígenas 2004-2005, siendo los más numerosos los pueblos mapuche, qom, kolla, wichí y avá-guaraní.

Un estudio genético realizado en 2010 el Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, bajo la dirección del genetista Daniel Corach, estableció que la contribución indígena en la estructura genética promedio de los argentinos se ha establecido en un 17,28 % (Avena et al., 2006; Seldin et al., 2006) del país. En tanto que el aporte genético vía materna proveniente de etnias indígenas es del 53,7 %, un 44,3 % europeas y 2,0 % africanas.[9]

Debido a la gran migración interna del campo a la ciudad y del norte al litoral y la que proviene desde países fronterizos y Perú se ha determinado también que los componentes indígena y africano tienen una tendencia creciente tanto en la estructura genética, como fenotípica y cultural (Avena et al., 2006). El proceso se complementa con una tendencia notable a recuperar la memoria indígena (al igual que la africana), de la que da cuenta, por ejemplo la realización en 2004-2005 de la Primera Encuesta sobre Pueblos Indígenas, luego de que en 1895 los censos nacionales dejaran de considerar la presencia de los indígenas en la Argentina.

En la época colonial un tercio de la población era de origen africano subsahariano, de piel en general más oscura que la mayoría de los europeos o indígenas. En su mayoría estaban reducidos a la esclavitud y al servicio de amos españoles o criollos. En este caso se trató de una inmigración forzada, ya que la población africana se radicó en América como resultado del comercio negrero organizado por Europa, mediante el cual se secuestraban personas en África para ser transportadas y vendidas como esclavas en América.

Una vez iniciado el proceso de independencia de España, en 1813 fue proclamada la libertad de vientres, es decir la prohibición de esclavitud de cualquier persona que naciera en territorio nacional. Por la Constitución de 1853 las trece provincias que la sancionaron decretaron la libertad de los esclavos existentes en sus territorios; en 1860 lo mismo hizo la provincia de Buenos Aires.

Pese a ello, durante las guerras de independencia y las sucesivas guerras civiles, existió una clara tendencia a utilizar a las personas que parecían tener antepasados africanos como «carne de cañón». Adicionalmente se ha sostenido que las epidemias afectaron más severamente a los descendientes de africanos y sus familias.

El relato histórico clásico sostiene que los descendientes de africanos en la Argentina prácticamente desaparecieron en la segunda mitad del siglo XIX. Más específicamente se ha atribuido la desaparición de la población negra en la Argentina a dos hechos sucedidos durante el gobierno de Domingo F. Sarmiento: la Guerra del Paraguay (1865-1870) y la epidemia de fiebre amarilla que azotó Buenos Aires en 1871.

Nuevos estudios históricos han indicado que la aparente «desaparición» de la población negra en la Argentina pudo haber sido parte de un proceso de invisibilización realizado mediante mecanismos historiográficos, estadísticos y culturales. Estudios más recientes han cifrado la población parcialmente de origen negro en Argentina en el orden de los 2 millones de personas, que significan un 5 % de la población total,[36]​ y hasta un 10 % la que tiene al menos un antepasado afroargentino.[10][37]​Actualmente existen altas concentraciones de afroargentinos en la región del Cuyo y principalmente en la prov. de Mendoza

El escritor y periodista Jean Arsene Yao ―nacido en Costa de Marfil, doctor en Historia por la Universidad de Alcalá de Henares (España) y especializado en la temática afroamericana― ha escrito un libro titulado Los afroargentinos.[38]​ A partir del concepto de «etnia», los habitantes argentinos de origen africano constituyen un grupo relativamente heterogéneo, que incluye desde personas que tienen uno o más antepasados nacidos en el África Negra donde fueron secuestrados entre el siglo XVI y XIX, para ser vendidos como esclavos en las colonias españolas de América, muchas veces mestizadas con habitantes pertenecientes a otras etnias, hasta recientes inmigrantes de países como Costa de Marfil o Zimbabue.

Algunos habitantes perteneciente a este grupo, como el músico Fidel Nadal (1965-), que reconoce cinco generaciones de antepasados hasta el siglo XIX, todos esclavos angoleños, no se sienten argentinos, precisamente debido a la violencia que implicó el secuestro de sus antepasados durante el Imperio español:

Aunque influyeron decisivamente en la organización política, social y cultural de la Argentina, los españoles que migraron durante la colonia al actual territorio argentino fueron muy pocos, en relación con la población existente, la mayoría de ellos conquistadores o colonizadores. El gobierno argentino informa que en 1810, habitaban en territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata unos 6000 españoles peninsulares (nacidos en España), sobre una población total de unos 700 000 hab.[22][23]​ Es decir que representaban aproximadamente el 1 % de la población.

Esa reducida cantidad indica que la presencia de habitantes con antecesores exclusivamente europeos fue también muy reducida y que una gran parte de los criollos eran mestizos con madres indígenas o africanas,[40]​ aunque frecuentemente el hecho era ocultado. Una novela de José Ignacio García Hamilton especula sobre la condición de mestizo de José de San Martín y en una posición solitaria Hugo Chumbita sostiene esa tesis.[41]​Los criollos eran varias veces más numerosos que los españoles peninsulares y su cantidad puede ser estimada en veinte veces más.[42]

Si bien legalmente los criollos eran considerados españoles con los mismos derechos que los peninsulares, en la práctica estos dominaron sobre aquellos y ocupaban las posiciones más altas. Los españoles peninsulares desarrollaron una serie de argumentaciones de tipo étnico para justificar la dominación, como la afirmación de que el clima de América degeneraba el cerebro de los allí nacidos.[43]​ La discriminación étnica se fortalecía con el hecho de que las pocas mujeres consideradas «blancas» que existían en la colonia, preferían a los peninsulares sobre los criollos,[43]​ muchos de los cuales tenían la piel considerablemente más oscura y rasgos que no coincidían con el estereotipo del «blanco español», aunque formalmente lo fueran. La tesis de la supremacía legal de los peninsulares sobre los criollos fue expuesta con contundencia por el Obispo de Buenos Aires, Benito Lué, en vísperas de la revolución independentista, al sostener que en tanto un solo español peninsular habitara en América, era este quien debía gobernar.[44]

Los criollos, herederos directos de los españoles peninsulares en América, se constituyeron en el principal grupo en promover y conducir el proceso de Independencia de España y luego de desplazar a los españoles, se organizaron como una élite aristocrática y liberal, estableciendo su poder en la estancia, el latifundio colonial ganadero característico del Río de la Plata. Los estancieros, por un lado organizarían y modernizarían el país promoviendo la masiva inmigración europea e instalando un exitoso modelo agroexportador y por el otro, frenarían la industrialización y el proceso de democratización política y social.[45][46]

Una vez iniciado el siglo XX, la clase alta criolla, adoptó una posición de desprecio y discriminación hacia los inmigrantes, especialmente los españoles, italianos y judíos,[47]​ que posteriormente extendería a los migrantes internos provenientes del campo y del norte, a quienes denominaría «cabecitas negras» y a los inmigrantes provenientes de países sudamericanos.[48]

Aún en la actualidad, los estancieros criollos, descendientes orgullosos de las antiguas familias españolas coloniales, tienen una importante presencia en la clase alta.

Durante la colonia y las primeras décadas posteriores a la independencia (1810-1850) la población argentina estaba mayoritariamente integrada por descendientes de los pueblos originarios y de los pueblos africanos llevados forzosamente como esclavos, y en mucha menor medida por descendientes de españoles y otros pueblos europeos. El mestizaje entre los distintos grupos produjo un tipo de poblador rural particular, denominado «gaucho» en el caso del hombre y «china» en el caso de la mujer. Los gauchos eran campesinos considerablemente libres, que montaban a caballo y que solían alimentarse de los vacunos salvajes que poblaban las llanuras rioplatenses. Por esa razón podían prescindir de la necesidad de establecer relaciones serviles con los hacendados. Esta libertad relativa para la época impulsó el desarrollo de una específica conciencia política gauchesca que encontraría su momento culminante con José Artigas (1764-1850). Se sostendría en el federalismo y generaría una cultura propiamente gauchesca con exponentes como el legendario payador Santos Vega, Bartolomé Hidalgo, José Hernández y Ricardo Gutiérrez que abarcaría la mayor parte de lo que luego sería la Argentina, Uruguay y el sur de Brasil.[49]

En el gran proceso de mestizaje que se produciría con la gran ola de inmigración europea, los gauchos y sobre todo las chinas, y su cultura, obraron como un gran puente entre el país colonial preinmigración y el país contemporáneo posinmigración.[49]​ El Martín Fierro (1872-1879), libro nacional por excelencia, transcurre y relata la suerte del gaucho en el preciso momento en que comenzaba a producirse el aluvión europeo y la organización capitalista-moderna del país, proceso que es vivido por Martín Fierro como un terremoto cultural,[50]​ que desarticula completamente su vida rural y finaliza con una migración simbólica y misteriosa en la que Fierro y sus hijos se dirigen «a los cuatro vientos» luego de asumir un compromiso secreto.[51]

Los gauchos y las chinas se encontraron entonces con los inmigrantes, mayoritariamente varones. Las circunstancias del encuentro varían de acuerdo a las regiones y no estuvieron exentas de conflictos, a veces muy graves como la Masacre de Tandil de 1872 en la que una partida de gauchos dirigidos por las ideas mesiánicas y xenófobas de Gerónimo Solané, masacraron a 36 inmigrantes en esa ciudad bonaerense.[52]​ En un complejo proceso de reemplazo social y cultural, unos y otros comienzan a fusionar sus culturas. Como símbolo de esa transición entre dos mundos el gaucho abandona la bota de potro y la reemplaza por la alpargata vasca, que se convertiría en el símbolo de la naciente clase obrera.[53]​ Por otra parte, la experiencia de los gauchos judíos[54]​ muestra del lado de los inmigrantes la dirección inversa.[55]

Al constituirse como nación la población de la Argentina era de solo unos pocos cientos de miles y en 1850 se ubicaba en alrededor de un millón de personas,[57]​ inferior a la que en aquel entonces tenían Bolivia, Chile, Colombia o Perú.[56]

La escasa población llevó a la Constitución Nacional de 1853 a establecer como una de las políticas fundamentales «fomentar la inmigración europea» (artículo 25 de la Constitución Nacional). El momento coincidió con la gran ola de emigración europea iniciada poco antes de la mitad del siglo XIX.

Entre 1856 y 1940 la Argentina recibiría 6,6 millones de inmigrantes. Los primeros inmigrantes europeos no colonialistas fue un grupo de suizos que llegó a la Argentina y se establecieron en 1856 en Santa Fe,[58]​ en lo que luego se llamaría Colonia Esperanza. En efecto, la Argentina fue el segundo país en el mundo que recibió la mayor cantidad de inmigrantes, puesto que con esos 6,6 millones, se ubica debajo solamente de los Estados Unidos, con 27 millones, y por encima de países como Canadá, Brasil, Australia, etc. De los 6,6 millones, poco más de la mitad se radicó definitivamente.[59]

La población del país pasó de representar el 0,13 % de la población mundial en 1869 a representar el 0,55 % de la humanidad en 1930, proporción levemente incrementada desde entonces para ubicarse en un 0,579 % en 2010.[60]​ El país recibió un verdadero aluvión de inmigrantes que llevaría al historiador José Luis Romero (1909-1977) a hablar y problematizar la realidad de una «Argentina aluvial».[61]

Las cifras indican el enorme peso que tuvieron los inmigrantes europeos en la formación de la Argentina moderna, a través de una transfusión poblacional que fue, en términos relativos, la más alta de todos los países americanos, incluido Estados Unidos.[62]

Casi la mitad de estos inmigrantes (45 %) fueron italianos en tanto que los españoles fueron un tercio (33 %). Hubo también contribuciones significativas de franceses (3,6 %), alemanes (3,0 %), polacos (2,7 %), rusos (2,7 %), nacionales del Imperio Turco-Otomano del País de Sham (2,6 %), judíos (1-2 %), ucranianos, británicos (1,1 %), portugueses (1,0 %), yugoslavos (0,7 %), griegos, irlandeses, galeses, neerlandeses (0,2 %), belgas (0,4 %), croatas, checos, daneses (0,3 %), estadounidenses (0,2 %) y suecos (0,1 %).[63]​ Un grupo considerable de inmigrantes perteneció a países no europeos ―principalmente provenientes de las regiones de Siria, Líbano y Armenia del Imperio Otomano―, con grandes poblaciones árabes (muchas veces registrados como «turcos»), así como de japoneses, los cuales dieron origen a las primeras comunidades de la inmigración asiática en Argentina de la historia.[63]​ Por otra parte, dos terceras partes de los inmigrantes eran varones, con una tasa de masculinidad para 1898 y 1914 de 172.[7]​Las tasas de masculinidad de los extranjeros en los censos de 1898 y 1914 fue de 172, lo que implica un 63,1 % de varones y un 36,9 % de mujeres.</ref>

El historiador Alberto Sarramone ha puntualizado:

La gran ola de la inmigración europea influyó decisivamente en la composición étnica de la población, al punto que el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro definió a la Argentina y Uruguay como "pueblos trasplantados".[65]​ Una reciente investigación genética (Avena, 2006) estableció que la contribución europea a la mezcla genética argentina es del 79,9 %, en tanto que la indígena es 15,8 % y la africana 4,3 %. La misma investigación hace referencia a un otro estudio, de 1996, no genético, sino basado en estimativas mediante frecuencia de enfermedades, en que la contribución indígena en La Paz (Bolivia) sería del 54 % y en Lima (Perú) del 55 %, mientras que el componente africano en Barranquilla (Colombia) sería de 64 %.[66]

Por la magnitud de su impacto étnico-cultural se destaca la comunidad italiana.

Se ha estimado que en la Argentina viven 25 millones de descendientes de italianos, lo que significa que un 65 % del total de la población tiene al menos un antecesor italiano.[67]

El escritor mexicano Octavio Paz dijo que «los argentinos son italianos que hablan español y se creen franceses».[68]​ La frase tomó vida propia y se ha reiterado con diversas variantes, pero más allá de la ironía sutil expresa también una penetración profunda de la compleja realidad étnico-cultural generada por el terremoto de la inmigración masiva. La diversidad étnica-cultural que existe en cada argentino y las dificultades que ello ha significado para definir una identidad nacional, han sido reiteradamente señaladas por los estudiosos. José Luis Romero realizaba una precisión interesante al sostener que la estabilización por mestizaje e hibridación de la «Argentina aluvial» recién se produciría alrededor del año 2000.[69]

Desde mediados del siglo XX, las migraciones internas y latinoamericanas que está recibiendo la Argentina, está reduciendo lenta pero sostenidamente el porcentaje del componente europeo en la composición étnica-cultural de la población. Hoy se habla (también en Estados Unidos) de «la latinoamericanización de Argentina».[70]​ Debido a la magnitud del aporte europeo es seguro que el mismo continuará siendo predominante aunque es poco probable que siga siendo hegemónico.

La políticas oficiales argentinas tendieron a evitar la formación de comunidades cerradas, dificultando la tradición de las culturas originarias y las lenguas maternas de los inmigrantes, situación que en muchos casos los indujo a una aculturación violenta y forzosa, en tanto eran estigmatizados como "los otros"[76]​ si no se asimilaban rápidamente. El resultado ha sido una alta tasa de mestizaje y sincretismo no solo entre las tres grandes ramas étnicas (europea, amerindia y africana) sino también entre las etnias que integran cada rama (españoles, italianos, polacos, judíos, alemanes, británicos, árabes, mapuches, collas, tobas, guaraníes, bantúes, yorubas, etc.) e incluso las etnias autónomas o las subetnias (gallegos, catalanes, vascos, sicilianos, napolitanos, genoveses, piamonteses, askenazíes, sefaradíes, okinawenses, etc.). Aquí deben incluirse también las subetnias específicamente «argentinas», relacionadas primordialmente con la tradicional autonomía de las provincias: porteños, bonaerenses, entrerrianos, santafesinos, cordobeses, tucumanos, salteños, mendocinos, correntinos, sanjuaninos, riojanos, jujeños, patagónicos, puntanos, santiagueños, chaqueños, formoseños, y catamarqueños.

El amplio mestizaje ha introducido en la cultura nacional el término «crisol de razas» para significar el fenómeno. Sin embargo ello no ha impedido la aparición de fenómenos de discriminación étnica y racial.

La intensidad del mestizaje ha variado y varía según la época, el lugar y cada grupo étnico en particular. A fines del siglo XIX, el 33 % de los varones italianos de Buenos Aires se casaba con mujeres de otra etnia, mientras que en Rosario, ese porcentaje se reducía al 18 %.[77]​ Otras etnias mantienen o han mantenido una acentuada práctica endogámica, como sucedió con las primeras colonias de alemanes y sirio-libaneses, por ejemplo, y sucede con los menonitas, el pueblo rom (gitanos), los japoneses y los bolivianos.

A pesar de que la políticas oficiales argentinas tendieron a evitar la formación de comunidades cerradas, dificultando la tradición de las culturas originarias y las lenguas maternas de los recién llegados, las etnias desarrollaron y continúan desarrollando conductas de resistencia para preservar sus identidades. Las diversas etnias fundaron organizaciones, clubes y centros de salud comunitarios (Hospital Italiano, Hospital Francés, Hospital Alemán, Hospital Sirio-Libanés, Hospital Israelita, etc.), así como periódicos y teatros que se expresaban en sus propias lenguas. En las últimas décadas los pueblos indígenas originarios se organizaron para recuperar y preservar sus tierras, culturas e identidades, así como para reclamar autonomía y en algunos casos soberanía política.[78]​ También las etnias africanas han desarrollado centros para recuperar su memoria y visibilidad,[79]​ a la vez que las comunidades de migrantes se han organizado en defensa de sus derechos.[80]

En el libro Hombres rubios en el surco, el sacerdote José Brendel expone la situación en la cual se vieron los primeros colonos alemanes del Volga al llegar a la provincia de Entre Ríos. Afirma que los campos habían sido divididos de tal manera, que no quedaba ninguna oportunidad para establecer aldeas o poblaciones. Los colonos debían ir a vivir directamente a sus chacras, separados los unos de los otros más de 1000 metros de distancia, entre parcela y parcela.

El Estado había prestado a estas primeras familias (200 en total, unas 1500 personas) carpas militares, en las que deberían vivir en sus chacras hasta que se pudiera cumplir con lo establecido en el contrato sobre la construcción de viviendas. A las pocas semanas de estar en sus toldos en los campos, comenzaron a sentir el efecto de la soledad y del desamparo, junto al abandono espiritual. Un día cargaron sobre los hombros sus carpas, y de común acuerdo las armaron en otro lugar, y en fila como una colonia, dejando calle por medio. Pero también imaginaron a qué se exponían, y prepararon la defensa.

Otro de los casos notables que se dieron en el país respecto a la reticencia por parte de los inmigrantes a acatar las políticas de asimilación forzosa que les proponían «olvidar» su cultura de un día para el otro, pero que sorprende de manera diferente en tanto canaliza su naturaleza enérgica con castigos aplicados dentro de la propia comunidad, es el de las colonias piamontesas «asentadas sobre la ruta 34, desde San Genaro hasta San Francisco de Córdoba, donde durante las tres primeras décadas de este siglo [por el siglo XX], las maestras pegaban a los alumnos que decían palabras en castellano».[82]

Pronto las diferentes colectividades comenzaron a constituir sus instituciones para nuclearse, como asociaciones y sociedades, gran parte de las cuales susbsisten en la actualidad, y hoy continúan nucleando a sus respectivos descendientes.

No obstante eso, aún no había una idea clara desde el gobierno de repestar el mosaico étnico del país. Más recientemente en el tiempo, en 1997, el Consejo Federal de Educación había resuelto que los menonitas de la Argentina debían dar cumplimiento a la obligatoriedad del sistema escolar argentino, que no contempla la diversidad en ningún caso y se aplica de manera independiente a las etnias que habitan el territorio, es decir, impartido en cualquier caso en idioma castellano. Daniel Barberis, director del Centro de Denuncias contra la Discriminación, que depende de un foro de organizaciones no gubernamentales, reflexionó:

Pese a la existencia de este grupo que aún sufre las presiones estatales tendientes a la asimilación forzosa, no son las únicas víctimas de este modelo de calderas que, bajo la apariencia romántica e inocente de poder llegar a fundirlo todo, parte de lo que incinera, son también los derechos individuales de mantener una identidad propia. En 2008, en la primera jornada intercultural de derecho de pueblos originarios organizada por el programa de Derechos Humanos de la Universidad Nacional del Litoral y el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo), que reunió a las comunidades de aborígenes que aún mantienen su cultura en un marco de endogamia, apartado del resto de la sociedad, la cacica concluyó:

La inmigración limítrofe siempre existió: según el INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos), desde 1869 hasta hoy se mantuvo aproximadamente entre el 2% y el 3% de la población del país.[85]​ A partir de la segunda mitad del siglo XX se constituyó en la inmigración mayoritaria.

Hasta los años sesenta la inmigración proveniente de países fronterizos estaba fundamentalmente relacionada con las economías regionales de las zonas fronterizas: paraguayos con las cosechas de algodón y yerba mate del Nordeste argentino (NEA); bolivianos con las cosechas de tabaco y caña de azúcar en el Norte argentino (NA) y horticultura en Mendoza y provincia de Buenos Aires; chilenos con la esquila, la recolección de frutas y el petróleo en la Patagonia, mientras los uruguayos principalmente en el sector de servicios.[86]​ Estas migraciones, generalmente temporarias y limitadas a los espacios fronterizos comunes, tuvieron un impacto relativamente menor en la composición étnica de la población argentina.

Desde los años sesenta, con la crisis de las economías regionales la inmigración fronteriza comenzó a dirigirse principalmente hacia el Gran Buenos Aires, donde se encuentra alrededor del 35 % de la población nacional, impactando de manera mucho más acentuada en la composición étnica de la población.

En 2010, el 68,9 % de los habitantes extranjeros provenían de cuatro países: Paraguay, Bolivia, Chile y Perú.

La comunidad paraguaya es la que cuenta con la mayor cantidad de extranjeros (550 713, Censo 2010),[87]​ que representa el 8,54 % de la población de Paraguay.[88]​ Registró un crecimiento anual medio decenal del 69,4 % respecto del censo de 2001.[87]​ Tiene una alta preponderancia de mujeres (55,6 %).[88]​ El 75 % reside en la ciudad de Buenos Aires o en el Gran Buenos Aires.[88]

Las autoridades paraguayas han estimado que a los nacidos en Paraguay se suman entre un millón y medio y dos millones de descendientes de paraguayos, totalizando una comunidad paraguaya de unos 2 millones de personas, aunque podría ser mucho mayor tomando en cuenta la gran antigüedad y continuidad de la corriente migratoria paraguaya hacia la Argentina.[89]​ Se trata de un colectivo que habla generalizadamente el idioma guaraní y a su vez tiene una composición étnica ampliamente mestizada mayoritariamente indígena-guaraní, europea y española-colonial.

La segunda comunidad con mayor cantidad de habitantes extranjeros es la boliviana (345 272, según el Censo 2010),[87]​ estimándose los descendientes en una cantidad cercana al millón de personas. Se trata de un colectivo con muy alta composición étnica indígena, principalmente aimara.

Le sigue en cantidad de habitantes extranjeros la comunidad chilena con 212 429 inmigrantes censados en 2010.[87]​ Más de la mitad de la comunidad se concentra en las provincias patagónicas.

La comunidad peruana es relativamente reciente pero está creciendo aceleradamente y en el Censo de 2010 sumaron 157 514 personas, aumentando un 78 % su cantidad en la última década. Se trata de un colectivo con muy alta composición étnica indígena, principalmente quechua.

La comunidad uruguaya contiene a la séptima comunidad extranjera y cuenta con 118 000 inmigrantes, la mayoría residiendo en Buenos Aires, que significan casi un 5 % de la población total del Uruguay.

Las comunidades brasileña y colombiana son más reducidas, alcanzando de 90 000 a 95 000 inmigrantes cada una y la gran mayoría residiendo en Buenos Aires. Existen también otras pequeñas comunidades latinoamericanas entre las que se destacan los ecuatorianos, dominicanos, venezolanos, mexicanos y cubanos.

Finalmente, hay pequeñas comunidades de personas centroamericanas, en especial provenientes de Panamá y Costa Rica, la mayoría estudiantes universitarias que ingresan al país para realizar estudios de grado y posgrado, muchas regresan a su país de origen, mientras otras consiguen oportunidades laborales fácilmente, gracias al dominio de un segundo idioma.

El mestizaje ha desempeñado un papel fundamental en la composición étnica de la población argentina. El proceso, denominado en la cultura nacional con el término «crisol de razas» (equivalente al «melting pot» ―‘crisol de fundición’― estadounidense), registra una intensidad inusitada en la Argentina, produciendo el mestizaje no solo de las tres grandes ramas étnico-culturales (europeos, indígenas y africanos), sino de las decenas de etnias particulares que integran cada una de esas ramas (italianos, españoles, polacos, judíos, mapuches, diaguitas, collas, guaraníes, bantúes, yorubas, etc.). Es necesario precisar que la inmigración española durante los tiempos de la colonia estuvo integrada mayoritariamente por varones solos que se mestizaron en la Argentina con mujeres de ascendencia primordialmente indígena y africana. Luego, la mayoría de los inmigrantes provenientes de ultramar también eran varones solos, y muchos de ellos se mestizaron en la Argentina con mujeres criollas, de ascendencia primordialmente indígena y africana.

El mestizaje ha tenido tres etapas bien marcadas:

Algunas comunidades y colectivos redujeron el mestizaje interétnico al emigrar masivamente en familias ya formadas y formar "colonias" étnicamente homogéneas, como en el caso de los alemanes del Volga en el interior de las provincias (que mantuvieron la endogamia durante varias generaciones, aumentando notablemente la población de germano argentinos desde el interior del país), los galeses de la Patagonia (que continuaron eligiéndose entre ellos por décadas), los menonitas (que permanecen dentro de su misma etnia hasta nuestros días), los romaníes (endogámicos hasta la actualidad),[97]​ los irlandeses (endogámicos hasta mediados del siglo XX),[98]​ varios grupos de italianos (como por ejemplo los del barrio porteño de La Boca)[99]​ y los judíos que continuaron ―e incluso en algunos casos continúan― eligiendo sus cónyuges dentro de su mismo grupo étnico.[100][77]

Mientras tanto, en «Instituciones de la inmigración siria y libanesa en la Argentina», Liliana Cazarola, licenciada en Historia y especialista en inmigración siriolibanesa en la Argentina, afirma:

Por otro lado, debemos tener en cuenta que la proximidad residencial de la que gozaron las etnias radicadas en colonias favoreció la endogamia, no solo entre inmigrantes europeos, sino también entre los pueblos originarios que, por decisión, vivieron o viven congregados. Ana Jofre, catedrática de Geografía Humana del departamento de Geografía de la Universidad de La Plata denomina como "endogamia encubierta", por ejemplo, al hecho de que los baleares se casaran con mujeres nacidas en Argentina, pero generalmente de ascendencia balear.[102]Sergio Caggiano, doctor en Ciencias Sociales (IDES-UNGS), magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (UNSaM-IDAES), ha escrito un libro titulado Lo que no entra en el crisol: inmigración boliviana, comunicación intercultural y procesos identitarios,[103]​ en donde expone la realidad de uno de los pocos grupos que continúan practicando la endogamia y la endogamia encubierta en la Argentina, los bolivianos, que forman sus parejas con otros bolivianos o con argentinos de ascendencia boliviana.[104][105]

La conformación de comunidades formalmente endogámicas, ha convivido históricamente con relaciones familiares o sexuales extramatrimoniales y exogámicas, entre las que se cuenta el hábito masculino de pagar para mantener relaciones sexuales. Estas relaciones engendraron y siguen engendrando grandes cantidades de hijos e hijas no reconocidos por el padre, que hasta mediados de siglo eran considerados "ilegítimos".[106][107][108][109]​ Expresiones populares como "hijo o hija del lechero", dan cuenta parcialmente de esta forma menos evidente de impulsar el mestizaje.[110]

A pesar de que en algunos establecimientos educativos y desde ciertas instituciones y medios de comunicación se difunde la idea de que la Argentina es un "crisol de razas", no todos los académicos están de acuerdo con ello, y algunos lo consideran un mito nacional. Sostienen que ese concepto ha sido creado para incitar a los diversos grupos étnicos a amalgamarse entre sí olvidando sus culturas, presentando el caso como si ya fuera un hecho del pasado. La socióloga Susana Torrado ha puesto fuertes reparos a la teoría del crisol de razas, señalando el surgimiento de una gran brecha étnica entre los pobladores de las pampas, más relacionados con los descendientes de inmigrantes europeos y la clase media, y los pobladores de las zonas extrapampeanas, más relacionados con los criollos y la clase trabajadora.[16][111]​ Torrado ha señalado que a partir de la década de 1940, esa brecha étnica entre "europeos" y "criollos" se agudizó y se manifestó en términos de abierta confrontación, como "aluvión zoológico" y "cabecita negra", que establecieron un nuevo criterio para marcar diferencias sociales y jerarquías étnicas, que se han vuelto muy notables cuando se trata de precisar cuales son los sectores sociales más desfavorecidos:

Por otro lado, el sociólogo, educador, senador nacional por la Ciudad de Buenos Aires y exministro de Educación de la República Argentina, Daniel Filmus, también sostiene que el crisol de razas en la Argentina es un mito, lo que implicaría que en el país no vive una sola nación como producto de varias ya mezcladas, sino que se trata de un país multiétnico y multirracial en donde conviven niños de culturas y orígenes diferentes que deben ser respetados.[112]

Más recientemente, las evidencias volvieron a cuestionar la teoría de un crisol de razas ya establecido en la Argentina cuando la comunidad toba planteó la necesidad de tener un stand en la Feria de las Colectividades Extranjeras de Rosario, y fueron rechazados con el fundamento de que ellos forman parte de la Nación Argentina (por lo que nunca podrían ser un grupo extranjero). Susana Chiarotti (abogada con especialidad en Derecho de Familia, perteneciente a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos) afirma:

En 2005, la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires llevó a cabo un informe titulado «El espacio cultural de los mitos, ritos, leyendas, celebraciones y devociones» en donde el tema del crisol de razas en Argentina ya fue abordado como un mito.[113]

En el libro La Argentina pensada: diálogos para un país posible, Mempo Giardinelli (1947-) es tajante:

En El crisol de razas hecho trizas: ciudadanía, exclusión y sufrimiento, Neufeld y Thisted[115]​ exponen desde un abordaje antropológico y psicoanalítico la fragmentación étnica que sufre la Argentina, y el hecho de que si bien una gran cantidad de argentinos puede contar diversos orígenes entre sus ascendientes, estos son generalmente descendientes de europeos con descendientes de europeos, y mestizos e indígenas con mestizos e indígenas, por lo que la aparente "gran fundición" es una mentira en la que pocos reparan, y los que lo hacen, la ocultan.

Simultáneamente, en el Diccionario del pensamiento alternativo, de Bigiani y Roig, también se aborda el tema del crisol de razas de Argentina como un mito.[116]

De acuerdo con el artículo «Una experiencia de capacitación en etnomatemática» (2009),[117]​ de Santillán y Zachman,[118]​ el término apropiado para referirse a la realidad de la Argentina no es el de «crisol de razas» sino el de «mosaico de etnias», ya que aún no han llegado a fundirse unas con otras. Y de acuerdo con sus estudios, concluyeron que la mayoría de los argentinos prefieren que la Argentina no sea un crisol sino un mosaico de etnias, en donde pueda vivir una separada de la otra:

Mientras tanto, Rita Segato ―antropóloga argentina radicada en Brasilia― califica a la idea de crisol de razas como «terror étnico» porque, al crear la nación ―sobre todo a partir de la elitista Generación del Ochenta―, el modelo del «sujeto argentino» tenía que ser neutral. Eso pasó a ser opresivo, silenciador de una pluralidad de voces que se mantuvieron fluyendo bajo la superficie, en una verdadera clandestinidad, durante siglos. Y pone al ejemplo de los huarpes. La solución argentina fue el genocidio indígena (al igual que en Estados Unidos) y la gran inmigración europea.[119]

Fuera del país, Raanan Rein ―prestigioso científico israelí, doctor en Historia de la Universidad de Tel Aviv (Israel)― no duda en definir al «crisol de razas» de la Argentina como un mito.[120]

Durante un coloquio de la B'nai B'rith Argentina (rama local de B'nai B'rith Internacional, la organización judía internacional de servicios a la comunidad más antigua en el mundo, que tiene presencia activa en 58 países), Pablo A. Chami expuso que la idea de crisol de razas no coincide con la realidad de la Argentina, y se permitió todavía ir más allá al recomendar otro modelo de país:

Por medio de la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) 2004-2005[35]​ basada en el Censo Nacional de Población 2001 del INDEC se contabilizaron 600 329 indígenas que habitan el país, según resultados estimados. Esto corresponde alrededor del 1,6 % de la población total. Las personas censadas se reconocen pertenecientes o descendientes de la primera generación de algún pueblo indígena. Además, el organismo sostiene que, según los resultados, un 2,8 % de los hogares argentinos tiene al menos un integrante que se reconoce perteneciente a un pueblo indígena. La actualización producida con el censo de 2010 arroja un resultado de 955 032 personas indígenas o descendientes de pueblos indígenas,[122]​ de los cuales 299 311 viven en la provincia de Buenos Aires.[123]

Para más información, ver Indígenas en Argentina.

Según los resultados de un censo, de carácter piloto, efectuado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, con fondos del Banco Mundial y la ayuda del INDEC, un 5 % de la población reconoce tener al menos un ancestro de origen africano.[124]

Desde fines de los años ochenta y de la mano con los adelantos en genética comenzaron a realizarse investigaciones científicas sobre la composición genética de la población argentina. A tal fin los investigadores utilizan diversas técnicas, que a veces son objeto de debate, en las que seleccionan diversos marcadores genéticos que resultan habituales en ciertas poblaciones e inhabituales en las demás. Las siguientes investigaciones estudiaron el promedio de la composición genética ancestral de la población argentina:

En 1985, un grupo de científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires analizaron los grupos sanguíneos de 73 875 dadores de sangre que concurrieron al banco de sangre del Policlínico Ferroviario Central, con el fin de encontrar componentes genéticos europeos y aborígenes. Las muestras fueron organizadas siguiendo un mapa del país y concluyó que «los porcentajes encontrados en la población nativa fueron: componente europeo 81,77 % y 81,47 % y componente aborigen 18,23 % y 18,57 %».[130]

En 2005, el Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos Aires concluyó una investigación dirigida por el genetista argentino Daniel Corach. Los estudios anteriores se realizaron sin diferenciar si la descendencia se realizaba por vía materna o paterna, pero este estudio diferenció ambas vías. El estudio se realizó sobre marcadores genéticos de 320 muestras de individuos varones, tomadas al azar de un total de 12 000 individuos de 9 provincias sobre los que se contaba con datos genéticos realizados para identificaciones judiciales.

La investigación concluyó que por la vía materna (ADN mitocondrial) la presencia de ancestralidad indígena se encuentra en la mayoría de los casos (53,7%), mientras que por la vía paterna (cromosoma Y), casi todos los casos (94,1%) revelan ancestralidad europea:[131]

Sobre las implicancias del estudio, los investigadores manifestaron que:

Laura Fejerman, una genetista argentina radicada en Berkeley (EE. UU.) estimó en 2005 que casi el 5 % de los argentinos tiene algún antepasado africano.

Una investigación del Centro de Genética de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires publicada en 2001[132]​ estableció ―luego de analizar 500 muestras de sangre en el Hospital Italiano, el Hospital de Clínicas y el Centro Regional de La Plata―, que un 4,3 % de las muestras analizadas correspondientes a habitantes de la Región Metropolitana del Buenos Aires contenía marcadores genéticos africanos y un 15 % marcadores genéticos amerindios. Los investigadores afirmaron que estos resultados podrían estar indicando una creciente participación de mujeres indígenas y afroargentinas en las relaciones familiares de la población bonaerense, luego de finalizada la oleada inmigratoria europea a mediados de los años cuarenta, a consecuencia de las migraciones internas y desde otros países latinoamericanos como Paraguay, Bolivia y Perú. Estas migraciones habrían modificado sustancialmente la composición genética de la población porteña y bonaerense de la región metropolitana (no a la bonaerense del interior provincial) genotípico, y ligeramente, el fenotipo.[124]

Un estudio realizado en 2002 y publicado en 2006 por el antropólogo Sergio Avena y otros autores pertenecientes a diversas instituciones científicas argentinas y francesa (CONICET, UBA, Centre d’Anthropologie de Toulouse), sobre la base de datos recolectados en los hospitales de Clínicas e Italiano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, concluyó que: el mapa genético de la Argentina estaría compuesto en un 78,9 % proveniente de diferentes etnias europeas, un 15,8 % de diferentes etnias amerindias, y un 4,15 % de etnias africanas;[10]​ Un grupo de investigadores[10]

Un grupo de investigadores pertenecientes a diversas instituciones científicas de Argentina, Estados Unidos, Suecia y Guatemala, dirigidos por Michael F. Seldin de la Universidad de California concluyó que:[126]

La investigadora brasileña Neide María de Oliveira Godinho, de la Universidad de Brasilia realizó en 2008 una investigación genética sobre trece países de América Latina y el Caribe, donde consignó que el promedio del genoma argentino tiene la siguiente composición: 60,1 % europeo, 30,8 % amerindio, y 9,0 % africano.[127]​ Según los datos del estudio, Argentina constituye el tercer país con mayor aporte europeo a nivel general por detrás de Brasil en primer lugar (65%) y Venezuela en el segundo (60,6%).[127]

La Dra. Verónica Martínez Marignac, genetista de la Universidad Nacional de La Plata ha publicado una serie de artículos científicos referidos a los aportes de la genética molecular a la identificación Amerindia. Entre ellos se destacan su tesis doctoral «Derechos de las minorías aborígenes: aportes de la genética molecular a la identificación amerindia» (2001),[133]​ así como «The origin of amerindian Y-chromosome as inferred by the analysis of six polymorphism markers» (1997),[134]​ Characterization of ancestral and derived Y chromosome haplotypes of New World native populations (1998),[135]​ «Characterization of the Y-chromosome of a New World»,[136]​ «Estudio del ADN mitocondrial de una muestra de la ciudad de La Plata»,[137]​ «Variabilidad y antigüedad de linajes holándricos en poblaciones jujeñas»,[138]​ «Efecto del contacto interétnico en el acervo de Quebrada de Humahuaca y la Puna jujeña».[139]

La Dra. Martínez Marignac sostiene en su tesis doctoral:

Los genetistas argentinos Néstor Oscar Bianchi y Verónica Lucrecia Martínez Marignac responsables de muchas de las investigaciones genéticas que se realizan en la Argentina relacionadas con la ascendencia indígena, publicaron un amplio artículo titulado «Aporte de la genética y antropología molecular a los derechos de los indígenas argentinos por la posesión de tierras»,[140]​ en el que explica detalladamente el estado de las investigaciones, sus alcances y la bibliografía internacional disponible.

Entre otras cosas los Dres. Bianchi y Martínez Marignac dicen en su artículo:

Es un estudio genético realizado por investigadores de varias nacionalidades, y publicado en la prestigiosa revista científica PloS One Genetics en 2012, exhibiendo varias conclusiones. La primera de ella es que la composición genética argentina vendría siendo en un 65 % europea, 31 % amerindia, y 4 % africana.[11]

A su vez, establece que la ascendencia europea en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (no perteneciente a ninguna provincia, porque siendo Autónoma tiene rango provincial) y sus inmediatos alrededores o primer cordón del conurbano es del 80 %, mientras que para el segundo cordón del conurbano[141]​ la ascendencia europea es del 68 %. Todo esto cambia a medida que nos alejamos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y su área metropolitana inmediata.[142]​ En el sur de la región pampeana, y con foco en una ciudad del interior de la Provincia de Buenos Aires (en Bahía Blanca), se ve un significativo incremento para el componente indígena-nativo ya que su aporte de los linajes mitocondriales constituyó el 46,7 % y un leve descenso en el africano-subsahariano con el 1,5 %; contrastando con el área metropolitana de Buenos Aires donde el aporte nativo es de 15,3 % y el africano 3,8 %. No obstante, se observó una diferencia significativa al interior de los linajes mitocondriales nativos-originarios, puesto que C y D sumados representaron en Bahía Blanca un 74 % de los haplogrupos indígenas mientras que en el área metropolitana de Buenos Aires fue de un 52 %.[143]​ Para la muestra de la región patagónica (en el sur del país), compuesta por datos de la Provincia de Chubut, baja a un 54 % para el aporte Europeo al igual que para el noreste argentino, compuesta por las provincias de Misiones, Corrientes, Chaco y Formosa. Finalmente, en el noroeste, usando datos de la Provincia de Salta, se determinó una ascendencia mayoritariamente amerindia, dando por resultado un porcentaje europeo de apenas 33 %.[11]

Otro estudio realizado por investigadores de varias nacionalidades, y publicada también en PloS One Genetics, en 2015, dio por resultado que la composición argentina estaba constituida por un 67,3% de aporte europeo, un 27,7% de aporte amerindio, un 3,6% de aporte africano, y un 1,4% de aporte asiático.[12]​ El estudio grafica también cómo el 90% de la población argentina posee una composición genética notoriamente diferente a la de europeos nativos, evidenciándose por tanto un perfil propiamente latinoamericano de mestizaje o mixtura en el grueso poblacional argentino.[12]

En la Argentina existen conductas de discriminación por las características étnicas o el origen nacional de las personas[144]​ y se han difundido términos y conductas para discriminar a ciertos grupos de población.

Las sucesivas emigraciones de Galicia a Argentina, Uruguay, Venezuela, Cuba, entre otros países a finales del siglo XIX y principios del XX, hicieron que «gallego» (para el núcleo italiano-argentino mayoritario) fuera sinónimo de «español», y algunos sectores de la población tradicionalmente han utilizado término «gallego» con una significación despectiva como sinónimo de incultura, estereotipo recreado por la humorista Niní Marshall (1903-1996) con su personaje Cándida, amén de los extendidos y ofensivos «chistes de gallegos».

A las mujeres francesas y polacas se las ha identificado con la prostitución. Asimismo los hombres italianos, referidos despectivamente en mucha ocasiones como "tano bruto",[145]​ o "cocoliche", suelen ser estereotipados como mal hablados y escandalosos. El presidente Mauricio Macri ha relatado como era discriminado en el colegio por sus compañeros de clase alta, por ser "hijo de un tano cocoliche".[146]

El antisemitismo en la Argentina ha tenido graves manifestaciones, como la orden secreta del canciller argentino en 1938 de impedir el ingreso de judíos a territorio nacional[147]​ y los atentados terroristas contra instituciones judías en 1992 y 1994.

Un tipo especial de discriminación se ha generalizado desde mediados del siglo XX contra personas que son denominadas como «cabecitas negras», «negros», «negritas», «gronchos», «grasas», etc y que están relacionados fundamentalmente con gente de clases bajas. En muchos casos, «se han racializado las relaciones sociales»[149]​ y simplemente se utiliza el término «negro», para denominar a la persona de clase social baja, sin relación alguna con el color de su piel. En las relaciones laborales es de uso habitual entre las personas que poseen cargos de importancia en empresas en manejo de personal, referirse a los trabajadores como «los negros». También en la vida política es habitual que ciertos grupos se refieran a los simpatizantes del peronismo como «negros», con un sentido despectivo.

También se han desarrollado términos y actitudes de tipo racista y despectivos, utilizados en frecuencia hacía mitad de la década del 2000 para dirigir a las personas provenientes de la inmigración de Bolivia, Paraguay y Perú. Los simpatizantes de algunos clubes de fútbol populares del país, cantan en masa canciones destinadas a despreciar a los hinchas de sus clásicos rivales utilizando términos xenófobos o racistas.[150]

En 1995, en Argentina se creó por Ley 24515 el Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI), para combatir la discriminación y el racismo.

Por lo que se concluye que con los siguientes concubinatos procrearía una basta descendencia reconocida:

Según el genealogista Narciso Binayán Carmona, el conquistador español Domingo Martínez de Irala tuvo gran descendencia mestiza guaraní, cuyas hijas fueron entregadas en matrimonio a diferentes conquistadores, de cuya estirpe descienden muchos de los próceres de Mayo y grandes personajes argentinos y paraguayos como ser:

Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan Francisco Seguí, Juan Francisco Tarragona, Remedios de Escalada de San Martín, José Gaspar Rodríguez de Francia, Juan Antonio Álvarez de Arenales, José Evaristo Uriburu, José Félix Uriburu, Victoria Ocampo, Bernardo de Irigoyen, Saturnina Otálora –segunda mujer de Cornelio Saavedra–, Carlos Saavedra Lamas, Manuel Quintana, Francisco Solano López, Joaquín Samuel de Anchorena, Adolfo Stroessner, Julio César Saguier, Adolfo Bioy Casares y el Che Guevara. Binayán Carmona, Narciso (1 de enero de 1999). Historia genealógica argentina Buenos Aires. Buenos Aires: Emecé Editores. ISBN 9789500420587. ; Historias inesperadas, Relatos, hallazgos y evocaciones de nuestro pasado (16 de mayo de 2011). «La sangre guaraní de Belgrano, Bioy y el Che». Diario La Nación. Consultado el 27 de diciembre de 2016. 



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