Se denomina Guerra de la Independencia Argentina o de las Provincias Unidas del Río de la Plata al conjunto de combates y campañas militares ocurridos en el marco de las guerras de independencia hispanoamericanas en diversos países de América del Sur, en los que participaron fuerzas militares de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el estado que sucedió al Virreinato del Río de la Plata y que antecedió a la República Argentina.
Los bandos enfrentados suelen ser identificados por los historiadores y cronistas latinoamericanos como patriotas y realistas, ya que se trató de un enfrentamiento entre quienes defendían la independencia de su patria y la creación de los nuevos estados americanos, y aquellos que defendían la continuidad de estas provincias dentro de la monarquía española del rey Fernando VII.
Solo una parte menor de estos enfrentamientos tuvo lugar en el territorio de la actual Argentina. La mayoría ocurrió en los territorios del antiguo Virreinato del Río de la Plata que al finalizar la guerra quedaron fuera de las Provincias Unidas, o en otras regiones de América del Sur que nunca pertenecieron a ese virreinato, tales como Chile, Perú y Ecuador. No obstante, en todos los casos se considera que los bandos enfrentados luchaban no solamente por la situación en esos territorios, sino también por la soberanía nacional sobre el territorio que había pertenecido al Virreinato del Río de la Plata. También hubo enfrentamientos en el mar, en algunos casos en aguas muy alejadas del continente americano.
Se pueden distinguir tres frentes militares principales:
La guerra duró 15 años y terminó con la victoria de los independentistas, que lograron consolidar la Independencia de la Argentina y colaboraron en la de otros países de América del Sur.
A lo largo del siglo XVIII, los cambios políticos llevados adelante por la Casa de Borbón que reemplazó a la Casa de Austria a partir del 16 de noviembre de 1700 en el Imperio Español transformaron las dependencias americanas, hasta entonces "reinos" relativamente autónomos, en colonias enteramente dependientes de decisiones tomadas en España en beneficio de ella. Entre estas medidas se contó la fundación del Virreinato del Río de la Plata en 1777, que reunió territorios dependientes hasta entonces al Virreinato del Perú, y dio una importancia singular a su capital, la ciudad de Buenos Aires, que había tenido escasa importancia hasta ese momento.
El Virreinato del Río de la Plata, perteneciente al Imperio español, fue creado en 1776 con territorios que habían pertenecido al Virreinato del Perú, y que poco después se reorganizaron en ocho intendencias: La Paz, Cochabamba, Chuquisaca o Charcas, Potosí, Salta, Córdoba, Paraguay y Buenos Aires y cuatro gobernaciones Moxos, Chiquitos, Misiones y Montevideo. La capital del virreinato estaba en la ciudad de Buenos Aires.
Con excepción de la conquista portuguesa de las Misiones Orientales en 1801, que tuvo una respuesta militar limitada e insuficiente por parte de España, el territorio permaneció en paz interna y externa hasta 1806. Ese año y el siguiente se produjeron las llamadas Invasiones Inglesas, en las que tropas británicas ocuparon brevemente Buenos Aires, Montevideo y otras plazas de la Banda Oriental. Fueron expulsadas por la reacción de la población local, que luchó en defensa de ambas ciudades organizándose en milicias. Estas alcanzaron un total de 7253 hombres en octubre de 1806, y aunque aumentaron ligeramente antes de la Segunda Invasión Inglesa (1807), se vieron muy disminuidas cuando la amenaza británica desapareció.
El súbito contacto con los conflictos políticos europeos, la influencia ideológica de la Ilustración, y el ejemplo de la Revolución francesa y de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos generaron una actividad política inusitada y creciente en los años que siguieron a las invasiones británicas. La falta de respuestas de parte de la metrópoli española a los pedidos de auxilio de su colonia y el exitoso rechazo de las poderosas invasiones sin ayuda externa hicieron que la población local, especialmente de Buenos Aires, adquiriera un alto grado de conciencia política. La falta de respuesta desde la metrópoli a los crecientes reclamos de autonomía económica llevó a la burguesía mercantil de Buenos Aires a formar parte de los grupos que buscaban un cambio sustancial en la relación con España, dotando a estos de poder económico.
En el contexto de esa creciente autoconciencia política y social, la noticia de la invasión francesa a España y el destronamiento del rey Fernando VII catalizaron un aumento de los conflictos internos en el Río de la Plata. Diversos experimentos políticos como el carlotismo, aunque lograron reunir adhesiones, no pudieron vencer la fidelidad de la población a España y la desconfianza y rechazo a la hegemonía portuguesa. Mientras en la metrópoli tenía lugar la guerra contra la invasión francesa, el virreinato permaneció fiel a la autoridad de la Junta Suprema Central, el cual, aglutinando a las diversas juntas de gobierno surgidas en la Península, gobernaba en España en nombre del depuesto rey Fernando, que permanecía prisionero en Francia.
Imitando la organización de la insurrección en España, se hicieron efímeros intentos de autogobierno por medio de juntas en Montevideo, Chuquisaca y La Paz. La primera duró nueve meses, extinguiéndose sin resistencia a fines de 1809, la segunda fue disuelta sin derramamiento de sangre, pero la de La Paz fue sangrientamente aplastada por una expedición enviada desde el Perú. Fuera del Río de la Plata, hubo otra junta de gobierno en Quito, que fue vencida sin lucha.
En Buenos Aires, la llamada Asonada de Álzaga, ocurrida el 1 de enero de 1809, fue derrotada militarmente ese mismo día, causando la disolución de varios cuerpos de milicianos de origen español que habían participado en la misma y fortaleciendo a las fuerzas criollas. El nuevo virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, reorganizó los cuerpos urbanos de Buenos Aires, modificando su distribución.
Durante los primeros meses de 1810, varios grupos conspiraban por separado para deponer al virrey y darse alguna forma de autogobierno. A mediados del mes de mayo, la llegada de la noticia de que casi toda España había caído en manos de los ejércitos de Napoleón Bonaparte y que había sido disuelta la Junta Suprema Central que gobernaba en España durante la invasión napoleónica, catalizó las discusiones políticas y causó el estallido de la Revolución de Mayo en Buenos Aires.
Como resultado de la revolución, el 25 de mayo de 1810 se estableció la Primera Junta de Gobierno presidida por un criollo, Cornelio Saavedra, la cual pretendió imponer su autoridad sobre todo el Virreinato del Río de la Plata como sucesora legítima del virrey.
El 27 de mayo la Junta envió una circular a las principales ciudades del virreinato en la que se informaba de los hechos, se exigía acatamiento y se solicitaba el envío a la capital de un diputado por cada ciudad y villa.
Pese a que – a poco de formada – la Junta supo que en España la autoridad había sido asumida por un Consejo de Regencia, continuó exigiendo acatamiento a su autoridad y negándosela al Consejo, ya que este había sido elegido sin consentimiento de los americanos. Tampoco la reunión de las Cortes Generales del Reino que sancionó la constitución española de 1812, en las que la representación de los territorios americanos era claramente inferior a la que su población ameritaba, modificaría la negativa de las autoridades locales a reconocer a cualquier potestad superior a ellas.
Durante todo este primer período, España estuvo casi enteramente bajo el control de las fuerzas de Napoleón Bonaparte, y la posibilidad de que la Regencia enviara ayuda militar eficaz a sus defensores en América fue desdeñada por el gobierno revolucionario.
Así como la Primera Junta pretendió extender su autoridad a todo el virreinato y difundir la revolución por toda la América española, la Junta Grande que la sucedió extendiendo la representación en el ejecutivo a los representantes del interior, en sus diferentes etapas – diferenciadas por la mayor o menor influencia de los grupos dirigidos por Cornelio Saavedra y Mariano Moreno – mantuvo esa política y la actitud militar expansiva del gobierno.
Recién a mediados de 1811, al conocerse en profundidad el alcance de la completa derrota sufrida en el Alto Perú, la Junta adoptó una actitud más prudente. Pero no sobrevivió a este cambio: en septiembre de 1811 fue reemplazada por el Primer Triunvirato, que con la excusa de centralizar el ejecutivo en pocas personas para asegurar la gobernabilidad, concentró el poder de decisión en torno a los intereses de Buenos Aires.
La Guerra de Independencia se inició el mismo día 25 de mayo de 1810, en que culminaba exitosamente la Revolución de Mayo: el mismo documento que exigía la formación de la Primera Junta de gobierno también reclamaba la remisión de un ejército al interior del abolido Virreinato del Río de la Plata, exigencia que fue incorporada al acta de formación de la Junta:
Dos días más tarde, en la circular dirigida a las provincias exigiendo el reconocimiento a su autoridad y pidiendo el envío de diputados a Buenos Aires, la Junta manifestaba que enviaría «una expedición de 500 hombres para lo interior con el fin de proporcionar auxilios militares para hacer observar el orden, si se teme que sin él no se harían libre y honradamente las elecciones de vocales diputados.»
En consecuencia, el día 29 de mayo ordenó una reorganización general de las fuerzas de la capital: los batallones pasaron a ser regimientos con 1116 plazas cada uno y se estableció una rigurosa leva de los vagos y desocupados de entre 18 y 40 años para cubrir las vacantes.
Los distintos ejércitos de que dispusieron los gobiernos rioplatenses se originaron en las fuerzas de milicias urbanas de Buenos Aires. Como consecuencia de las reformas de Cisneros, el ejército del virreinato en la ciudad de Buenos Aires estaba conformado en mayo de 1810 por siete batallones de infantería: los batallones N.º 1 y 2 de Patricios, Arribeños, Montañeses, Andaluces, los Granaderos de Terrada y el Batallón de Castas; el Cuerpo de Artillería Volante y los Húsares de Pueyrredón.
Existían también varios cuerpos de veteranos, que ascendían a casi 1000 hombres, incluidos el Fijo de Infantería, los Dragones y los Blandengues de la Frontera. Excepto estos últimos, cuya recluta se basaba principalmente en criollos, todos estos cuerpos veteranos serían desmantelados ese mismo año.
En total, eran 4145 hombres: 3128 de infantería, 555 de caballería y 462 de artillería. Antes de fin de año se les sumó un nuevo regimiento, el Regimiento América o de la Estrella.
A estas fuerzas habría que sumarle otras que nunca formaron parte –como tales– de las fuerzas de las Provincias Unidas, como las unidades estacionadas en Montevideo, diversos cuerpos de defensa de la frontera indígena, y los 500 hombres que habían marchado en octubre de 1809 a sofocar las revueltas de Chuquisaca y La Paz al mando de Vicente Nieto. En años posteriores, estas tropas combatirían en su mayor parte en las filas realistas.
Si bien la tropa era numerosa, no tenía otra experiencia que las Invasiones Inglesas, y desde entonces habían sido adiestrados por oficiales tan inexpertos como los soldados. Los primeros comandantes fueron oficiales de graduación inferior o civiles, puestos al frente de las tropas por razones políticas o por su carisma personal, no por su capacidad militar.
Las tecnologías disponibles y las tácticas utilizadas por los ejércitos serían comunes tanto para las fuerzas independentistas como para las realistas, y no cambiarían mucho a lo largo de todas las campañas. Los ejércitos de la época estaban distribuidos en tres armas: infantería, caballería y artillería. No había cuerpos de apoyo, que recién aparecerían con las campañas de San Martín, aunque sí jefes de la especialidad de ingenieros.
La infantería solía ser la más numerosa, armada de fusiles a chispa de avancarga y ánima lisa – muy lentos y complejos de cargar – y bayonetas para el combate cuerpo a cuerpo; los oficiales disponibles desde en un principio tenían experiencia en el manejo de tropas de infantería, lo que hacía su uso preferible al de las otras armas.
La caballería era poco numerosa en un principio, dado que había sido escasa en los regimientos levantados sobre la base de las milicias urbanas de Buenos Aires y a que los criollos desdeñaban la caballería. Su uso eficaz, limitado a operaciones de protección de los flancos de las formaciones de infantería, se veía limitado por la carencia de un entrenamiento adecuado en maniobra y táctica, y en razón de que los criollos preferían las carabinas y consideraban a la lanza como un arma indígena; lo cual –teniendo en cuenta las características de las armas de fuego de la época– era un claro error. Pero la recluta de milicias de caballería se extendería rápidamente entre la población rural del interior y su prestigio se incrementaría a partir de la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo, cuerpo de caballería especializado en choques armados a gran velocidad. A partir de ese momento, la superioridad de la caballería independentista se mantuvo durante el resto de la guerra, sustentada en la habilidad de sus jinetes.
La artillería de campaña manejaba pequeños cañones portátiles de bronce o cobre, y requería una importante logística para proveerla de balas y municiones, y para transportar las piezas desarmadas. Las piezas eran ubicadas dentro de las formaciones de infantería, en uno a tres grupos. Su oficialidad era deficiente en un principio, apenas suplantada por artilleros de marina trasladados a tierra, pero posteriormente se instalaron escuelas de oficiales con gran preparación técnica.
Las fuerzas auxiliares o irregulares eran en general de caballería, armadas en general con lanzas improvisadas, boleadoras, y a veces con armas de fuego cortas. En el Alto Perú y en el Perú las fuerzas irregulares eran de indígenas de a pie, armados de macanas, garrotes y hondas.
Los desplazamientos se realizaban en general a lomo de mula, excepto en zonas montañosas, en que las mulas eran utilizadas exclusivamente para transporte de carga, mientras los soldados de infantería marchaban a pie. Las mulas habían sido el principal producto de exportación de varias zonas de las provincias desde la Quebrada de Humahuaca hacia el sur, pero la guerra se detuvo este tráfico y las mulas fueron destinadas masivamente a los ejércitos en campaña.
Las técnicas de combate eran generalmente muy simples: ataques frontales con el grueso de la infantería, apoyados por la artillería, mientras la caballería protegía los flancos o intentaba rodear a las fuerzas enemigas. Solamente las fuerzas irregulares llevaban adelante operaciones tácticamente más imprevisibles, lo que explica su notable éxito.
Durante los tres primeros años de guerra, ambos bandos combatirían bajo la bandera de España.
La circular del 27 de mayo fue enviada a todas las ciudades y villas del virreinato. Las del interior de la actual República Argentina acataron a la Junta, incluidas Mendoza y Salta, cuyos gobernantes coloniales la desconocieron; el único cabildo que no lo hizo fue el de Córdoba, lo que obligaría a la Junta a hacerse obedecer por la fuerza, iniciando así la Guerra de la Independencia.
Las ciudades del Alto Perú no tuvieron oportunidad de pronunciarse antes de que sus gobiernos lo hicieran en forma negativa. El único caso de una villa en el Alto Perú que reconoció tempranamente a la Junta fue el de Tarija, que eligió también su diputado.
La primera ciudad en recibir la circular fue Montevideo, el 31 de mayo. Al día siguiente, un cabildo abierto acordó reconocer la autoridad de la Junta de Buenos Aires, aunque aplazó el envío del diputado. Horas más tarde llegó a Montevideo la noticia de que en Cádiz se había establecido el Consejo de Regencia, que gobernaría el Reino hasta la liberación del monarca cautivo Fernando VII. El Cabildo de Montevideo, presionado por las tropas desplegadas por el comandante del Apostadero José María Salazar, resolvió acatar su autoridad y desconocer a la Junta de Buenos Aires hasta tanto esta no reconociera al Consejo de Regencia.
Tras una infructuosa gestión del secretario Juan José Paso en Montevideo, la Junta declaró las hostilidades contra los realistas de Montevideo, cuyo cabildo también rompió relaciones con Buenos Aires el 15 de junio.
Montevideo resultaba una seria amenaza para Buenos Aires: aunque la relación de fuerzas militares de tierra era favorable a los revolucionarios porteños, allí se hallaban acantonados la mayoría de los veteranos del virreinato. Entre las milicias que guarnecían Montevideo se hallaban el Regimiento de Voluntarios del Río de la Plata, el Regimiento de Cazadores de Infantería Ligera y el 1° Escuadrón de Húsares, todos ellos creados en Buenos Aires. Dirigidos por Prudencio Murguiondo, se sublevaron el 12 de julio y exigieron la destitución del comandante naval de la ciudad, pero el movimiento fue desbaratado por el gobernador Joaquín de Soria.
En cambio, la relación de fuerzas navales era abismalmente favorable a Montevideo: los pocos buques de guerra surtos en Buenos Aires habían sido autorizados a retirarse a Montevideo en medio de las negociaciones con esa ciudad y la mayoría de los oficiales había adherido al Consejo de Regencia: la Junta no tenía fuerza naval alguna. El dominio del estuario permitiría a Montevideo eventualmente bloquear a la capital revolucionaria y el control de un puerto de aguas profundas aseguraría el abastecimiento de sus fuerzas y sería el destino seguro de cualquier expedición realista.
Otro caso especial fue el de Asunción, capital del Paraguay, que recibió con desagrado al enviado de la Junta, el coronel José de Espínola y Peña, que tenía mala fama en esa provincia. Dado que el gobernador había recibido la noticia de la instalación del Consejo de Regencia –y de su jura en Montevideo– el 24 de julio se reunió una asamblea provincial. que juró obediencia al Consejo de Regencia y rechazó el movimiento revolucionario porteño, aunque conservando relaciones amistosas con la Junta de Buenos Aires. Espínola y Peña regresó a Buenos Aires convencido de que existía un poderoso foco revolucionario en Asunción, y de que bastaría una expedición revolucionaria de 200 hombres para apoyarlo y unir al Paraguay con el resto del antiguo virreinato.
El mismo día de la instalación de la Primera Junta, el derrocado virrey Cisneros envió un mensaje secreto a su antecesor, Santiago de Liniers, que se hallaba en Córdoba, en que le encargaba la dirección de la resistencia contra la Revolución.
En varias reuniones en casa del gobernador Juan Gutiérrez de la Concha se encontraron – entre otros – el ex virrey Liniers, el obispo Rodrigo de Orellana y el deán de la catedral Gregorio Funes, que adhería a la Junta. Allí se enteraron del mensaje de Cisneros y de la circular de la Junta que exigía al gobernador y al cabildo cordobés su acatamiento a la misma.
Antes de que se tomase alguna decisión – el 14 de junio – se supo de la instalación del Consejo de Regencia. Liniers se decidió por el desconocimiento de la Junta, y junto a sus compañeros, excepto el Deán Funes, decidieron rechazar la autoridad de la Junta y prepararse para la resistencia. El 20 de junio, el Cabildo, con la presencia del gobernador juró fidelidad al Consejo de Regencia.
El mismo día 20, en Buenos Aires, el ex virrey Cisneros y los oidores de la Real Audiencia fueron arrestados y embarcados hacia las islas Canarias, por haber jurado en secreto al Consejo de Regencia y haber promovido la contrarrevolución en Córdoba.
Liniers y Gutiérrez de la Concha alistaron milicias urbanas y milicianos reclutados en la campaña por el coronel Santiago Allende. De acuerdo al Reglamento de milicias de 1801, existía en Córdoba el Regimiento de Voluntarios de Caballería de Córdoba, con un total teórico de 1.200 plazas. Los preparativos llegaron a verse muy avanzados, y se reunieron 1.500 hombres y 14 cañones.
A fines de julio, el gobernador de Córdoba reconoció la incorporación de esa provincia al Virreinato del Perú anunciada por su virrey José Fernando de Abascal, mientras que el cabildo cordobés se ponía bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas.
El 13 de junio, la ciudad de Mendoza recibió la circular del 27 de mayo, casi al mismo tiempo que llegaba una comunicación de Gutiérrez de la Concha solicitando el desconocimiento de la Junta y el envío de tropas a Córdoba, bajo cuya dependencia se hallaba Mendoza. Un cabildo abierto reconoció la autoridad de la Junta y eligió un diputado para enviar a Buenos Aires, y simultáneamente decidió reemplazar al Subdelegado de Real Hacienda y comandante de armas, Faustino Ansay; este aceptó los hechos y entregó una parte de las armas en su poder el día 28, pero esa misma noche dirigió un levantamiento, tomando el cuartel y reuniendo más de 200 soldados. Tres días más tarde, falto de apoyo, depuso su actitud y reconoció a la Junta. Días después, Gutiérrez de la Concha volvió a reclamar armas y tropas, pero se le contestó negativamente. El comandante Ansay fue destituido de su cargo y enviado prisionero a Buenos Aires.
En las otras ciudades y villas de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, las autoridades vacilaron sobre la posición a tomar: en San Juan, el cabildo esperó hasta conocer la decisión de las demás ciudades, y solo el 7 de julio decidió reconocer a la Junta y elegir un diputado, aunque manteniendo el reconocimiento de las autoridades de Córdoba. A principios de agosto, esa decisión fue acatada e imitada en las villas de San José de Jáchal y San Agustín de Valle Fértil. El 18 de septiembre fueron remitidos 111 milicianos sanjuaninos para la Expedición Auxiliar, y posteriormente otros 100 hombres, que se dirigieron a Buenos Aires.
También el cabildo de La Rioja evitó pronunciarse a favor de la Junta hasta el 1º de septiembre, cuando fue elegido diputado Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, comandante en ese momento del recién formado Ejército del Norte y a quien la Junta ordenó que permaneciera en ese puesto.
La excepción fue la ciudad de San Luis, que reconoció a la Junta apenas llegada la noticia de su formación, y que se negó a oponerle la resistencia ordenada por el gobernador Gutiérrez de la Concha. Ante el pedido de tropas hecho por la Junta, San Luis contribuyó con 400 soldados que marcharon a Salta.
La organización del ejército que debía marchar al interior fue encargada al vocal Juan José Castelli, quien reunió 1.150 hombres provenientes de los regimientos de infantería y caballería, tanto de las tropas milicianas como de los veteranos. La artillería estaba compuesta de 4 piezas volantes y 2 obuses. La fuerza iba regularmente uniformada, con abundantes municiones y buen armamento, y con el sueldo pagado por anticipado, gracias a un empréstito obtenido del comercio por el vocal Juan Larrea.
El 14 de junio, la Junta nombró comandante del Ejército al coronel de Arribeños Francisco Ortiz de Ocampo, elegido para la misión por ser natural de las provincias del interior y por su conocimiento del centro y norte argentino, adquirido durante sus viajes como comerciante. Lo acompañaba como "mayor general" el teniente coronel Antonio González Balcarce.
A semejanza de los ejércitos de la Revolución francesa, estaba acompañado por Hipólito Vieytes como comisionado de la Junta, y por Feliciano Antonio Chiclana como auditor de guerra. El mando militar estaba sujeto al político y este a la Junta a través de la Secretaría de Guerra, que ocupaba Mariano Moreno. Todos estos jefes militares y políticos formaban una "Junta de Comisión" que por mayoría debía tomar las resoluciones, y cuyo secretario era Vicente López y Planes.
El 27 de junio, Moreno publicó en La Gazeta un ultimátum a los contrarrevolucionarios: "La Junta cuenta con recursos efectivos para hacer entrar en sus deberes a los díscolos que pretenden la división de estos pueblos, que es hoy día tan peligrosa: los perseguirá y hará castigo ejemplar que escarmiente y aterre a los malvados."
Una vez instruido el ejército, partió hacia el norte el 7 de julio.
Al día siguiente, la Junta ordenó que los que se opusieran a la revolución fueran remitidos a Buenos Aires a medida que fueran capturados, pero el 28 de julio ordenóGonzález Balcarce se adelantó con 75 hombres en persecución del pequeño ejército realista, que se retiraba hacia el norte.
Las tropas realistas desertaron en masa, por lo que sus jefes continuaron su camino con una escolta escasa, hasta ser capturados por separado los días 6 y 7 de agosto y llevados a Córdoba. El 10 de agosto llegó el grueso del Ejército a la ciudad de Córdoba, y el cabildo cordobés reconoció a la Junta y al nuevo gobernador, Juan Martín de Pueyrredón. El 17 de agosto, un cabildo abierto eligió diputado al Deán Funes.
Ortiz de Ocampo ordenó la ejecución de Liniers, Gutiérrez de la Concha, Orellana y sus compañeros, pero la suspendió posteriormente por presión de una comisión de notables cordobeses – de la cual formaba parte el Deán Funes – y los envió prisioneros hacia Buenos Aires.
Los miembros de la Junta, alarmados por la desobediencia, resolvieron ejecutar sin demora a los prisioneros, misión para la cual fue destacado el vocal Castelli, acompañado por Nicolás Rodríguez Peña como su secretario y por un destacamento de 50 soldados al mando de Domingo French. Encontraron a los prisioneros el 26 de agosto cerca de la posta de Cabeza de Tigre, en el sudeste de Córdoba, desde donde el oficial Juan Ramón Balcarce los condujo hacia el cercano Monte de los Papagayos; allí fueron fusilados Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende, Victorino Rodríguez, y Joaquín Moreno. El obispo Orellana fue enviado preso a Luján.
Castelli regresó de inmediato a Buenos Aires, donde recibió las instrucciones secretas para comandar el proyecto revolucionario en el Alto Perú.
Moreno emitió una violenta proclama con la que justificaba el fusilamiento del héroe de las Invasiones Inglesas. Por orden de la Junta, González Balcarce reemplazó a Ortiz de Ocampo al frente de las tropas de vanguardia – aunque este continuó como jefe nominal – con Juan José Viamonte como segundo jefe. En sustitución de Vieytes, Castelli ocupó el cargo de delegado y Bernardo de Monteagudo el de auditor. French y Rodríguez Peña integraban también el nuevo comité político. Luego el ejército continuó la marcha en dirección a Santiago del Estero, donde Ortiz de Ocampo quedó reuniendo tropas mientras González Balcarce continuó su avance hacia Salta.
Castelli partió desde Buenos Aires el 22 de septiembre, como representante de la Junta ante el ejército, los gobiernos y pueblos del interior, revestido de todas las facultades y distinciones de que gozaba la propia Junta; se esperaba así evitar nuevas desobediencias.
El presidente de la Real Audiencia de Charcas, Vicente Nieto, había recibido la noticia de la Revolución de Mayo a fines de junio. Previendo que las fuerzas pertenecientes al Regimiento de Patricios que había traído de Buenos Aires se pronunciaran a favor de la misma, las había desarmado, destituyendo a los oficiales y mandando a los soldados sorteados por el método del diezmo a trabajar al socavón de Potosí.
El 13 de julio de 1810, a pedido de las autoridades de las intendencias respectivas, el virrey José Fernando de Abascal decretó la reincorporación provisional de las intendencias de Charcas, Potosí, La Paz y Córdoba al Virreinato del Perú. Aclarando el virrey en el decreto de anexión que lo hacía: hasta que se restablezca en su legítimo mando el Excmo. Señor Virey de Buenos-Ayres, y demás autoridades legalmente constituidas, pues solo la autoridad real podía desmembrar el territorio definitivamente del virreinato de Buenos Aires.
El mismo día Abascal nombró General en Jefe del Ejército Expedicionario del Alto Perú, con orden de coordinar sus acciones con las autoridades de esa región, al presidente provisorio de la Real Audiencia del Cuzco, José Manuel de Goyeneche, que situó su campamento sobre el río Desaguadero.
Nieto envió al mayor general José de Córdoba y Rojas a ocupar el pueblo estratégico de Santiago de Cotagaita con tropas de Chuquisaca y Potosí al mando del coronel Indalecio González de Socasa. La posición fue fortificada con fosos y trincheras en espera de la llegada de los refuerzos solicitados al virrey del Perú.
En abril de 1810 había sido movilizado hacia la villa de Oruro un batallón de 300 milicianos comandados por el coronel Francisco del Rivero, secundado por Esteban Arze, con el fin de aplastar una revuelta local relacionada con las revoluciones altoperuanas del año anterior. Estas fuerzas, que no habían llegado a combatir, recibieron orden de unirse al ejército de Córdoba y Rojas en Tupiza. Pero Rivero se dirigió a Cochabamba, entrando a la ciudad el 14 de septiembre e iniciando la Revolución de Cochabamba: arrestó y derrocó al gobernador y adhirió a la Junta de Buenos Aires sin derramamiento de sangre, siendo él mismo proclamado "Gobernador Intendente, Presidente y Capitán General de la Provincia".
En agosto, el capellán José Andrés de Salvatierra lideró un movimiento en el Fuerte de Membiray y el 24 de septiembre tomó la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Allí, un cabildo abierto formó una "Junta Provisoria", liderada por Antonio Vicente Seoane, el coronel Antonio Suárez, José Andrés de Salvatierra, Juan Manuel Lemoine y el enviado de la Junta de Buenos Aires, Eustaquio Moldes.
El 6 de octubre se produjo el pronunciamiento de Oruro, que adhirió a la Junta de Buenos Aires. Una efímera resistencia fue rápidamente aplastada por fuerzas llegadas desde Cochabamba al mando de Esteban Arze.
En octubre de 1810, la vanguardia del Ejército del Norte inició su marcha hacia el Alto Perú a través de la quebrada de Humahuaca. A partir del poblado de Cangrejos, las fuerzas de vanguardia observaron fuerzas realistas que se retiraban a medida que avanzaba la vanguardia independentista.
Tras detenerse brevemente en Yavi, donde incorporó los 200 milicianos de Tarija – que había mandado a buscar con el capitán Martín Miguel de Güemes – y unas pocas municiones, y sin esperar la incorporación del grueso del ejército, González Balcarce inició el avance hacia el norte con 400 hombres y dos cañones. Los realistas abandonaron Tupiza y se replegaron a Santiago de Cotagaita. El 27 de octubre, en el Combate de Cotagaita, González Balcarce fracasó en ocupar las posiciones realistas debido a su escasa artillería y la superioridad numérica de los españoles. Las tropas expedicionarias regresaron a Tupiza sin ser perseguidas.
Una semana más tarde, los realistas al mando de Córdoba avanzaron hacia el sur. Balcarce los esperó a 25 km de Tupiza, en Suipacha, frente al río del mismo nombre, donde recibió un refuerzo proveniente de Jujuy con dos piezas de artillería y abundantes municiones. Córdoba se situó en el pueblo de Nazareno, del otro lado del río.
El 7 de noviembre, en la Batalla de Suipacha se enfrentaron 800 realistas con 4 cañones contra 600 independentistas con 2 cañones. González Balcarce atrajo a las tropas realistas incitándolas a cruzar el río con una fuga fingida; en la orilla sur fueron sorpresivamente atacados de flanco por la infantería y la artillería que estaban ocultas entre los cerros, mientras que la caballería que en apariencia huía dio vuelta para enfrentarlos. Los realistas se dieron a la fuga, arrojando armas, artillería y municiones, desbandándose por completo.
Si bien algunos historiadores han afirmado que la acción fue mérito del capitán Güemes, que habría comandado la operación de retirada y contraataque,Bolivia asigna el principal mérito a las milicias tarijeñas.
el mismo no fue mencionado en el parte de la batalla y más tarde Castelli lo enviaría de regreso a Salta. La versión tradicional enEl resultado de Suipacha tuvo un fuerte efecto moral, y el 10 de noviembre la ciudad de Potosí deponía al gobernador Francisco de Paula Sanz y creaba una junta de gobierno provincial.
Goyeneche había enviado una división al mando de Juan Ramírez Orozco a aplastar la revolución, pero este solo llegó hasta Viacha, donde se dividían los caminos a Oruro y La Paz. Desde allí envió hacia Oruro a unos 800 infantes veteranos y dos piezas de artillería al mando del coronel Fermín Piérola, que fue atacado por sorpresa y derrotado por Arze el 14 de noviembre en la Batalla de Aroma, perdiendo la mitad de sus fuerzas. Piérola y Ramírez Orozco se retiraron hacia el Desaguadero.
Por su parte, Rivero despachó dos divisiones desde Cochabamba: una de ellas ocupó el 13 de noviembre Chuquisaca, donde un cabildo abierto reconoció la autoridad de la Junta porteña, declarando nula su adhesión al Virreinato del Perú. La otra división entró el 19 de noviembre en La Paz, donde el intendente Domingo Tristán y Moscoso se plegó a la revolución y un congreso del pueblo aceptó por unanimidad la autoridad de la Junta de Buenos Aires. Todo el Alto Perú quedaba asegurado para la Revolución.
A fines de noviembre, Ramírez Orozco se incorporó a las fuerzas de Goyeneche. En su división también viajaba el obispo de La Paz, Lasanta, condenado a muerte por la Primera Junta.
El 21 de noviembre, la Junta creó el Regimiento N.º 7 de Infantería de Cochabamba, cuyo jefe era Francisco del Rivero, que fue ascendido a general en enero siguiente.
Castelli se hizo cargo del mando político en el Alto Perú; nombró gobernador de Potosí a Feliciano Antonio Chiclana y de Chuquisaca a Juan Martín de Pueyrredón. Cumpliendo órdenes de Buenos Aires, y como castigo por la represión de 1809 en las rebeliones de Chuquisaca y La Paz, fueron ejecutados los jefes realistas Córdoba, Sanz y Nieto.
Como respuesta a la jura del Consejo de Regencia por parte del gobierno de Asunción, la Junta de Buenos Aires cortó las comunicaciones fluviales de Montevideo con el Paraguay a través del río Paraná, y las autoridades de la ciudad de Corrientes detuvieron varias embarcaciones que se dirigían a Asunción.
El gobernador Bernardo de Velasco detuvo en septiembre de 1810 a varios ciudadanos del partido revolucionario y los envió al Fuerte Borbón. Fuerzas realistas paraguayas, con Velasco al frente, incursionaron en territorio de las Misiones en busca de armas.
El 4 de septiembre, la Junta nombró al vocal Manuel Belgrano comandante de las fuerzas que debían operar en la Banda Oriental contra los realistas de Montevideo. El ejército con que contaba era por demás exiguo: 250 hombres, extraídos de diversos cuerpos militares porteños, con 6 cañones. Cuando la noticia del ataque a Misiones llegó a Buenos Aires, la Junta decidió desviar la pequeña división de Belgrano hacia el Paraguay, otorgándole el mando militar y político de las provincias del litoral fluvial. Belgrano partió el 26 de septiembre. En San Nicolás de los Arroyos incorporó unos 357 hombres de caballería pertenecientes a los Blandengues, a los que sumó otros 200 hombres en Santa Fe.
El 1 de octubre, una flotilla paraguaya atacó Corrientes y rescató los buques paraguayos incautados; continuó incursionando en la zona durante varias semanas, apoderándose también de la Guardia de Curupayty, que Corrientes mantenía en el actual Departamento de Ñeembucú.
Tras cruzar el Paraná, el pequeño ejército siguió aumentando sus fuerzas con tropas voluntarias reunidas por el comandante militar de Entre Ríos, José Miguel Díaz Vélez, y unos 200 hombres del Regimiento de Patricios, mandados por Gregorio Perdriel. A fines de octubre, organizadas sus fuerzas en 4 divisiones, y llevando al paraguayo José Machain como sargento mayor, el ejército avanzó hacia el norte por el centro de Entre Ríos, evitando cruzar cursos de agua. El 6 de noviembre, una escuadrilla con 300 realistas al mando de Juan Ángel Michelena ocupó Concepción del Uruguay; las milicias de esa villa, comandadas por Diego González Balcarce, se incorporaron al ejército de Belgrano.
En Asunción, el gobernador español Velasco ordenó ocupar con milicias de la Villa del Pilar los pasos sobre el río Paraná, mientras organizaba cerca de la capital un ejército de entre 6000 y 7000 hombres. Por su parte, Belgrano ordenó al teniente de gobernador de Corrientes, Elías Galván, situar 300 milicianos en Paso del Rey – actual Paso de la Patria – para hacer creer al enemigo que se dirigía hacia allí.
Al llegar frente a la isla Apipé Grande, Belgrano proclamó la libertad, propiedad y seguridad de los indígenas de los pueblos de Misiones. Desde allí siguió hacia Santa María de la Candelaria, desde donde dirigió un oficio al gobernador Velasco, al Cabildo y al obispo, pidiéndoles un acuerdo para evitar el derramamiento de sangre, invitándolos al sometimiento a la Junta y el envío de un diputado. El mensaje fue llevado por el capitán Ignacio Warnes, pero este fue apresado por el jefe de un destacamento paraguayo de 500 hombres apostado en la margen opuesta del río.
El 19 de diciembre Belgrano cruzó con el grueso del ejército revolucionario el río Paraná y atacó la posición fortificada de Campichuelo, de donde los realistas se retiraron tras un breve intercambio de disparos. Los independentistas ocuparon sin lucha el evacuado pueblo de Itapúa, distante cuatro leguas, pero la falta de caballos y el mal estado de la tropa obligaron a Belgrano a detenerse, sin poder perseguir a los realistas. Una amistosa proclama de Belgrano no tuvo efecto alguno.
La vanguardia al mando de Machain inició el avance hacia la capital paraguaya el 25 de diciembre, seguido a corta distancia por Belgrano, que había dejado 100 hombres en Candelaria. Los pobladores, contrariamente a lo que había predicho Espínola y Peña, huyeron del ejército – al que consideraban invasor – llevándose todos los medios de subsistencia. El territorio paraguayo, con sus numerosos ríos, esteros y selvas tropicales, era un terrible obstáculo para el avance del ejército. No obstante, los hombres de Belgrano continuaron su difícil avance y obtuvieron una pequeña victoria junto al río Tebicuary.
Velasco se puso al frente de su ejército y eligió como punto de resistencia a Paraguarí, un pueblo ubicado en una elevación rodeado de zonas pantanosas. Hasta allí llegó Belgrano el 15 de enero de 1811, y durante tres días los ejércitos se mantuvieron a la vista. Belgrano envió varias proclamas a los paraguayos, pero Velasco prohibió conservar copia de los panfletos.
El 19 de enero, el avance general del ejército de Belgrano dio comienzo a la Batalla de Paraguarí. Pese a la diferencia numérica – 460 hombres contra 6000 – los independentistas lograron tomar la posición paraguaya y obligar a sus tropas a retirarse, mientras Velasco huía hacia el pueblo de Yaguarón. Pero las tropas de la avanzada de Belgrano se dedicaron al pillaje y luego confundieron los auxilios enviados por Belgrano con enemigos, por lo cual se desbandaron cuando los paraguayos se reorganizaron y contraatacaron. Belgrano se vio obligado a retroceder por el camino por el que había llegado, pero no fue perseguido.
Belgrano detuvo su retirada junto al río Tacuarí, esperando refuerzos. En su apoyo, la Junta le envió una escuadrilla de tres buques comandada por Juan Bautista Azopardo, pero esta fue destruida muy lejos de allí el 2 de marzo, en el Combate de San Nicolás. Un envío de cartuchos para cañones y fusiles, llevados por Francisco Ramírez, partieron demasiado tarde en su ayuda desde Buenos Aires.
La situación en la Banda Oriental se había agravado, por lo que la Junta ordenó a Belgrano concluir pronto la campaña de Paraguay –vencer rápidamente o retirarse– para atender al nuevo teatro de operaciones.
El ejército paraguayo, de 2400 hombres, con diez piezas de artillería, al mando del general Manuel Cabañas, atacó al ejército de Belgrano, poseedor de 600 hombres y 6 cañones, en la Batalla de Tacuarí el 9 de marzo. La artillería de Belgrano logró frenar el avance de los paraguayos, pero fueron derrotados por una división que cruzó el río aguas arriba y los tomó de flanco. Belgrano rechazó una primera intimación a rendirse y contestó a la segunda iniciando negociaciones pacíficas. De resultas de las mismas, el ejército abandonó el Paraguay a los pocos días, con todas sus armas y bagajes.
También se inició un intercambio de notas entre Belgrano y Cabañas que convenció a varios de los oficiales paraguayos de la conveniencia de independizarse del gobierno colonial español, acción que convertiría eventualmente una derrota militar en una victoria política.
El fracaso de Belgrano llevó a un contraataque paraguayo, por el cual la ciudad de Corrientes fue invadida y ocupada militarmente el 7 de abril.
Belgrano estableció su cuartel general en Candelaria, donde se le reunieron las milicias de Misiones y de Corrientes, mandadas por el gobernador misionero Tomás de Rocamora, a quien Belgrano había dejado a retaguardia. Posteriormente, en el juicio que se seguiría a Belgrano por su fracaso, uno de los cargos que se imputaría sería el error de no haber incorporado estas fuerzas a su ejército antes de avanzar sobre Asunción.
El 14 de mayo de 1811, uno de los jefes del ejército de Cabañas, Fulgencio Yegros, dirigió una revolución en Asunción, en la que se impuso a Velasco dos adjuntos para el ejercicio del gobierno. Corrientes fue evacuada.
Un mes más tarde se formó un Congreso provincial que derrocó a Velasco y lo reemplazó por una Junta provisional de gobierno; en esta jugaba un papel decisivo Gaspar Rodríguez de Francia, que gobernaría al país durante casi tres décadas. El nuevo gobierno proclamó la independencia del Paraguay respecto del gobierno de Buenos Aires hasta la reunión de un Congreso General compuesto por representantes de todo el antiguo virreinato, pero manteniendo buenas relaciones con la antigua capital virreinal; también suspendió la obediencia al Consejo de Regencia.
En octubre, el mismo Belgrano fue enviado a Asunción, donde firmó un tratado en que se fijaban las relaciones entre el Paraguay y las Provincias Unidas. Si bien el mismo se proponía alguna forma de confederación, en la práctica esta nunca existió, en gran parte por acción del doctor Francia, que prefirió mantener al Paraguay completamente aislado del exterior.
A la fecha de la Revolución de Mayo, la Banda Oriental era un término únicamente geográfico, y jurídicamente estaba dividida en tres secciones: la ciudad de Montevideo y una estrecha zona que la rodeaba, gobernada desde la misma como una estación naval; la zona al sur del río Negro, excluida Montevideo, que incluía varias villas y pueblos, dependía de la Intendencia de Buenos Aires; por último, la región al norte del río Negro dependía de la Gobernación de las Misiones Guaraníes.
Junto a la notificación a Montevideo, la Junta había enviado la noticia de su instalación a las villas y pueblos de la Banda Oriental.
El 9 de octubre se hizo cargo del gobierno de Montevideo el general Gaspar de Vigodet, recién llegado de España, el cual reforzó su posición militar con tropas urbanas dirigidas por oficiales de la Real Armada. Lanzó una serie de campañas terrestres hacia las localidades del interior de la Banda Oriental, obligando sucesivamente a sus autoridades a reconocer la autoridad montevideana. Ese fue el principio de la unificación jurídica de la futura Provincia Oriental.
Poco después, envió al marino Juan Ángel Michelena a ocupar las costas del río Uruguay, obligando a las autoridades de los pueblos de ambas márgenes del mismo – incluyendo la villa de Concepción del Uruguay, que actualmente pertenece a la provincia de Entre Ríos, ocupada el 6 de noviembre – a someterse a su autoridad. Poco después también eran ocupadas las villas de Gualeguaychú y Gualeguay.
Los realistas intentaron tomar por vía terrestre los pueblos de Nogoyá y de La Bajada, pero encontraron resistencia de partidas irregulares formadas por pobladores locales. Especialmente exitosa fue la rebelión del comandante Bartolomé Zapata, emigrado de Concepción del Uruguay, que lideró una partida en Nogoyá.
Tras una serie de escaramuzas, los realistas evacuaron sus posiciones en la margen occidental del río Uruguay, y los revolucionarios quedaron dueños de la región en marzo de 1811.
El gobernador José María Salazar declaró el bloqueo naval contra Buenos Aires el día 3 de septiembre. El 10 de septiembre se presentó frente a esa ciudad la flota de 9 buques de guerra comandada por el capitán de fragata José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, que cerró todas las comunicaciones.
Inicialmente el bloqueo fue reconocido por la estación naval británica, pero esta recibió el reclamo de la Junta y de los comerciantes ingleses. El capitán Roberto Ramsay, autorizado por Lord Strangford, encargado de negocios británico en Río de Janeiro, se hizo cargo de la flotilla británica en el Plata el 10 de octubre y exigió a Primo de Rivera suspender el bloqueo, amenazándolo con atacar sus buques. De hecho, el bloqueo quedó levantado.
La Junta instalada en Buenos Aires encargó al diputado Francisco de Gurruchaga, nombrado vocal de Marina, poner en pie de guerra una escuadra naval. Gurruchaga adquirió y armó precariamente tres buques: el bergantín 25 de Mayo al mando del jefe de la escuadra, el antiguo corsario de origen maltés, teniente coronel Juan Bautista Azopardo; la goleta Invencible, al mando del francés Hipólito Bouchard; y la Balandra América, a cargo del también francés Ángel Hubac. Para suplir la inexistencia de marineros locales se recurrió a marinos extranjeros, que no entendían el idioma castellano, aunque se sumaron tropas de artillería e infantería de las milicias porteñas.
La Junta encomendó a Azopardo transportar por vía fluvial refuerzos para el ejército de Belgrano en el Paraguay. Las autoridades realistas de Montevideo destacaron para interceptarlo una flotilla de siete navíos de calidad superior y tripulación más experimentada que los de su adversario, dirigida por Jacinto Romarate.
La flotilla de Azopardo remontó el Paraná hasta llegar a la altura de San Nicolás de los Arroyos, donde divisaron a los realistas y el comandante decidió presentar combate. Para prevenir un desembarco, una batería con cañones sacados de los buques fue instalada en la costa junto a una tropa de marineros y milicianos.
El 2 de marzo se inició el Combate de San Nicolás, con el intento fracasado de Azopardo de abordar dos buques realistas que quedaron varados. Los dos buques menores fueron abandonados por su tripulación: la América cuando comenzó a hundirse y el 25 de Mayo al ser abordado. Tras dos horas de resistencia, la destrozada Invencible fue abordada por los navíos realistas. Azopardo intentó volar la santabárbara, pero – a pedido de los heridos – accedió a rendirse. El comandante cayó prisionero de los realistas y fue llevado a España, mientras el gobierno porteño lo condenaba en ausencia por impericia en el comando.
Con la desaparición de la pequeña fuerza naval patriota quedó confirmado el dominio de los ríos por parte de la flota realista de Montevideo, que se modificaría recién tres años más tarde. Los refuerzos requeridos por el general Belgrano no llegaron a su destino, y pocos días después del combate de San Nicolás, el ejército de Belgrano fue derrotado en la batalla de Tacuarí.
En enero de 1811 llegó a Montevideo Francisco Javier de Elío, designado virrey del Río de la Plata. Tras ser rechazada en Buenos Aires su exigencia de sumisión, la declaró ciudad rebelde, le declaró la guerra el 18 de febrero y estableció la nueva capital del virreinato en Montevideo.
Los realistas controlaban Montevideo, pero en las zonas rurales de la Banda Oriental las ideas revolucionarias eran acalladas por la fuerza. En lugar de apelar a su fidelidad, el gobierno de Montevideo exigió a la población rural la exhibición de los títulos de propiedad de los campos que ocupaban – generalmente a título precario – amenazando a los que no lo hicieran con la expulsión de los mismos.
El 28 de febrero, a orillas del arroyo Asencio, el comandante Pedro José Viera lanzó el llamado «Grito de Asencio», levantándose en armas contra la autoridad de Elío. Fue secundado por estancieros y gauchos locales que conformaron partidas de irregulares, iniciando una serie de combates contra fuerzas leales al rey con el Combate de Soriano, ganado por Miguel Estanislao Soler y milicianos orientales el 4 de abril de 1811.
La Junta auxilió a los patriotas de la Banda Oriental con el fin de extender la revolución e intentar neutralizar a Montevideo, apostadero de la flota española en el océano Atlántico sur. Por ese puerto podrían llegar tropas desde España para sofocar la revolución en el antiguo virreinato, de modo que su conquista era crucial.
Finalizada la lucha en la Intendencia de Paraguay, la Junta Grande envió a la Banda Oriental a los 1134 hombres del ejército de Belgrano, que fue nombrado comandante de las fuerzas militares en la misma el 7 de marzo. Allí se puso en contacto con el capitán de blandengues orientales José Gervasio Artigas quien tras desertar de su puesto en la guarnición de Colonia del Sacramento y pasar a Buenos Aires para ofrecer sus servicios a la Junta, había recibido el encargo de fomentar y dirigir el levantamiento popular contra los realistas.
Artigas desembarcó en suelo oriental el 9 de abril al frente de algunas tropas de Buenos Aires y fue reconocido como jefe por los patriotas locales. Algunos combates menores – como el de San José – permitieron a los patriotas avanzar hacia Montevideo. Elío envió a su encuentro una división a órdenes del capitán José Posadas, pero Artigas lo derrotó el 18 de mayo en la Batalla de Las Piedras.
Tras la Revolución del 5 y 6 de abril de 1811, la Junta ordenó a Belgrano regresar a Buenos Aires a rendir cuentas de su fracaso en la campaña al Paraguay y dejó el mando de esas tropas al teniente coronel José Rondeau, de larga trayectoria en la Banda Oriental. Su presencia, aunque brevísima, fue fundamental por la actividad diplomática que efectuó con los paraguayos cerrando definitivamente ese frente, demorando la intervención portuguesa, socavando la lealtad de los realistas de Montevideo, organizando al ejército y las milicias, definiendo el plan de operaciones y manejando eficazmente los conflictos entre los comandantes, donde fallarían sus sucesores.
Reducidos los realistas al control de Montevideo y Colonia, ambas plazas fueron puestas bajo sitio el 21 y 26 de mayo, respectivamente. A comienzos de junio, los realistas evacuaron Colonia, la cual fue ocupada por los revolucionarios, y Artigas puso sitio a Montevideo con el auxilio de los gauchos orientales y las fuerzas enviadas por Buenos Aires. Poco después se le incorporaron las fuerzas de Rondeau. Solo las murallas de la ciudad y los cañones de la flota anclada en el puerto impidieron una rápida caída de la ciudad, pero su situación era comprometida.
La noche del 15 de julio la escuadra española se presentó frente a Buenos Aires y bombardeó la ciudad desde balizas interiores sin aviso previo. La relativa distancia y la oscuridad hicieron que muchos tiros se perdieran y que pocos fueran rasantes, y aunque hubo daños de poca consideración en algunos edificios y dos heridos, el ataque fue un claro fracaso. En la mañana siguiente el comandante realista envió un ultimátum a la Junta, el que fue de inmediato rechazado pese a lo cual el bombardeo no prosiguió.
El virrey Elío, sitiado en Montevideo, vio como única salida el auxilio de las tropas portuguesas del Brasil, y solicitó su concurso para derrotar a los revolucionarios. Ya el 20 de marzo de 1811, Elío había emitido una proclama al pueblo oriental amenazando con la intervención portuguesa si la insurrección continuaba.
Portugal siempre había disputado a España el territorio de la Banda Oriental y no dejaría pasar la ocasión: el gobierno portugués había organizado el Ejército de Observación en la recientemente creada Capitanía de Río Grande de San Pedro, al mando de su capitán general y gobernador, Diego de Souza. Estas fuerzas ya habían tomado contacto con el gobernador paraguayo Velasco, ofreciéndole su ayuda contra el ataque de Belgrano. Souza tenía, además, orden de hacer reconocer como reina del Río de la Plata a la infanta Carlota Joaquina, esposa del rey Juan VI de Portugal y hermana de Fernando VII.
El 17 de julio cruzó la frontera un ejército de 3000 soldados portugueses, comandados por el gobernador Souza. Todos los pueblos del este del actual territorio uruguayo fueron ocupados por tropas portuguesas, y el 14 de octubre se estableció el cuartel general portugués en Maldonado.
Durante su gobierno en el Alto Perú, Castelli y su asesor Bernardo de Monteagudo tomaron medidas drásticas que les ganaron la enemistad de gran parte de las clases acomodadas, y cometieron una serie de actos hostiles a las formas tradicionales de la religión católica.
El ejército auxiliar se instaló en el campamento de Laja, cerca de La Paz, a principios de abril. El 17 de abril fue conjurada una contrarrevolución realista en Potosí.
Situado desde octubre en Zepita –entre el río Desaguadero y el lago Titicaca– Goyeneche logró aprovechar los errores políticos del representante de la Junta y consiguió que los peruanos se alistaran en masa en su ejército, llegando a reunir 8000 hombres y 20 cañones. Con autorización de Abascal, el 16 de mayo de 1811, Goyeneche firmó con Castelli un armisticio por cuarenta días, tiempo que el virrey aprovechó para enviar refuerzos y abastecimientos a su ejército. Mientras tanto, Castelli ordenaba al ejército –que nominalmente contaba con 23000 hombres– suspender sus operaciones, y al mismo tiempo enviaba agentes a las provincias del Virreinato del Perú a propagar la revolución. Logró varios conatos de revolución en Arequipa, Locumba y Moquegua, que fueron rápidamente sofocados.
La revolución del 5 y 6 de abril de 1811, que alejó de la Junta Grande a los aliados de Castelli, produjo una división en las filas del Ejército del Norte entre los partidarios de Cornelio Saavedra, liderados por Juan José Viamonte, y los partidarios de Castelli. Este impidió que los diputados electos en el Alto Perú viajaran a Buenos Aires e intrigó para que los gobernadores desconocieran a la Junta Grande. Desde entonces, sus planes fueron derrotar a Goyeneche y luego dirigirse a Buenos Aires para reponer a sus amigos.
El 25 de mayo de 1811 Castelli reunió a jefes indígenas en las ruinas de Tiahuanaco y proclamó su libertad solemnemente a nombre de la Junta.
Castelli movió su ejército desde La Laja hacia el nuevo campamento en Huaqui, desde donde podía guarnecer el Puente del Inca, principal paso entre ambos virreinatos, y que había sido fortificado por Goyeneche. Las fuerzas con que contaba Castelli en Huaqui eran de entre 6000 y 7000 hombres, pues la mayoría del ejército se hallaba en distribuido en el Alto Perú.
Un primer combate ocurrió el 6 de junio, del que Goyeneche culpó a los patriotas, mientras que Castelli lo atribuyó a los realistas y pretendió utilizarlo para justificar un ataque sorpresa. Pero Goyeneche se le adelantó y ordenó un ataque general el 20 de junio, iniciando la Batalla de Huaqui.
Las fuerzas de los revolucionarios estaban divididas por una serranía, de modo que los realistas atacaron simultáneamente los llanos a cada lado de la misma, al tiempo que las fuerzas del coronel Pío Tristán trepaban los cerros intermedios. Gran parte de las tropas patriotas demostraron falta de espíritu combativo, y algunos jefes –como el general Rivero y el coronel José Bolaños– casi no llegaron a entrar en combate. Por otra parte, algunos autores creen que Juan José Viamonte negó auxilios a Eustoquio Díaz Vélez por rivalidades políticas.
Goyeneche obtuvo una amplia victoria. Los patriotas tuvieron menos bajas que sus enemigos, pero se desbandaron por completo y perdieron todo el parque y la artillería.
Las fuerzas patriotas en retirada no pudieron ser reunidas sino parcialmente, y muy lejos del campo de batalla. A medida que pasaban los días, las deserciones aumentaban. Algunos jefes, como Rivero, se negaron a seguir a Castelli y se dirigieron a sus ciudades de origen. A su paso por las ciudades y villas del Alto Perú, las tropas cometieron todo tipo de desmanes, mientras que las poblaciones, enervadas desde hacía tiempo por las acciones de Castelli y sus oficiales, repudiaban su presencia y facilitaban las deserciones.
El grueso del ejército retrocedió casi sin detenerse hasta Chuquisaca, mientras Goyeneche ocupaba Oruro y La Paz, entregada por el gobernador Tristán. Al conocerse en Buenos Aires lo ocurrido en Huaqui, la Junta Grande destituyó el 3 de agosto a Castelli y a Balcarce, a quienes reemplazó en la jefatura del ejército auxiliar por Francisco del Rivero, aunque este no llegaría a enterarse.
No volvería a haber comandos colegiados en el ejército.El 13 de agosto, en la Batalla de Amiraya, Rivero fue derrotado por Ramírez Orozco y –viendo la inutilidad de su resistencia y escuchando el pedido de paz de los habitantes de Cochabamba– solicitó el cese de hostilidades, entregó su ejército y fue incorporado al ejército realista. Cochabamba fue ocupada pacíficamente por Goyeneche.
Lo que quedaba del Ejército del Norte se retiró a Potosí –donde fue muy resistido por la población– y luego a Jujuy. El coronel Juan Martín de Pueyrredón, jefe de la retaguardia, se llevó consigo los caudales de la Casa de Moneda de Potosí.
Enterado de la defección de Rivero, Saavedra ordenó que Viamonte tomara provisionalmente el mando del ejército, y luego partió desde Buenos Aires con la intención de asumir el mando en persona.
El mismo día de la batalla de Huaqui estalló una revolución en la ciudad peruana de Tacna, que fue fácilmente aplastada debido a que la esperada ayuda del Ejército del Norte no se produjo.
Los indígenas de los partidos de Omasuyos, Pacajes y Larecaja, que habían sido incitados a la resistencia por Rivero, no aceptaron la restauración realista y se sublevaron, sitiando La Paz desde el 29 de junio. Su centro de operaciones se ubicó en las alturas de Pampajasi.
A principios de agosto, las fuerzas indígenas al mando de Juan Manuel Cáceres, que había sido lugarteniente de Túpac Catari en su rebelión de 1780, incendiaron y ocuparon la ciudad, masacrando a la guarnición realista –incluyendo al gobernador interino– y poco después destruyeron la guarnición que custodiaba el paso del río Desaguadero. Los insurrectos nombraron gobernador a Ramón Mariaca.
Una serie de incidentes entre la Junta y el cabildo porteño, que se resentía de la primacía de los diputados del interior, llevaron al reemplazo de la Junta por el Primer Triunvirato el 23 de septiembre de 1811.
Este nuevo gobierno llevó adelante una política mucho más prudente en cuanto a la guerra, prefiriendo las soluciones diplomáticas a las bélicas.
Influenciado por la figura de Lord Strangford, cónsul del Reino Unido en Río de Janeiro, el Triunvirato pretendió contemporizar con las autoridades españolas, e incluso pretendió alguna forma de avenimiento pacífico con las autoridades españolas, a cambio de una autonomía política limitada para el territorio.
El ataque portugués se había iniciado al poco tiempo de conocerse la noticia del desastre de Huaqui, por lo que la Junta Grande ya había comenzado a enviar todas las tropas disponibles en ayuda del Ejército del Norte. Encontrándose con sus fuerzas atrapadas entre dos fuegos en la Banda Oriental, con sus líneas de comunicación amenazadas e imposibilitada de enviar refuerzos, la Junta decidió contemporizar: propuso un armisticio a Elío, del cual también informó a las fuerzas sitiadoras y la población civil; todas las partes rechazaron el acuerdo. El 19 de agosto, la flota realista lanzó un segundo bombardeo de Buenos Aires, tan inútil como el anterior.
Poco después la Junta era reemplazada por el Triunvirato, que reinició las tratativas con la mediación de Strangford, ofreciendo la inmediata retirada de las fuerzas sitiadoras. Antes de la firma del acuerdo, el enviado porteño José Julián Pérez informó a los orientales que se iba a firmar un armisticio por el que la Banda Oriental quedaría en manos de Elío, lo que fue nuevamente rechazado.
Simultáneamente, bandas armadas irregulares brasileñas invadieron los pueblos misioneros capturando al comandante de Yapeyú, Bernardo Pérez Planes, y poco tiempo después tomaron los pueblos de Belén y Salto Chico.
El 1 de septiembre fue ocupada Paysandú, y –aunque su comandante Bento Manuel Ribeiro fue vencido y tomado prisionero en Yapeyú– los portugueses saquearon las zonas aledañas a Santo Domingo Soriano y a Mercedes. Para contener los ataques portugueses, Rondeau envió a principios de septiembre un destacamento al norte del río Negro, que liberó Mercedes y logró desalojar a los portugueses de Paysandú al mes siguiente.
Desde Mandisoví las fuerzas luso-brasileñas ocuparon Curuzú Cuatiá y llegaron hasta la actual La Paz, sobre el río Paraná. A pedido de Elío, atacaron Concepción del Uruguay, que se hallaba bloqueada por barcos españoles, pero fueron rechazados.
También fueron atacadas La Cruz y Santo Tomé. El teniente gobernador de Corrientes, Elías Galván, recuperó Curuzú Cuatiá el 29 de noviembre y Mandisoví poco más tarde. Temiendo la alianza entre el Paraguay y los invasores portugueses, el comandante de tropas misioneras Andrés Guazurary expulsó a las tropas paraguayas que habían ocupado Candelaria tras la retirada de Belgrano. Años más tarde, el jefe guaraní sería el principal líder de la resistencia contra la Invasión Luso-Brasileña en esa región.
El 12 de octubre fue levantado oficialmente el sitio y el ejército de Rondeau inició la retirada hacia Entre Ríos.
Artigas no tuvo otra opción que retirar también hacia el norte sus tropas, unos 3000 hombres, seguido de numerosa población civil.El 20 de julio de 1811 se firmó un armisticio entre el Primer Triunvirato y el virrey Elío, el cual establecía el cese de las hostilidades, el levantamiento del bloqueo naval sobre Buenos Aires y el reconocimiento de la soberanía de Fernando VII por ambas partes. También se acordaba la retirada de las tropas revolucionarias y portuguesas de la Banda Oriental y de las villas entrerrianas de Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú, y se reconocía a Elío como virrey, aunque sin autoridad fuera del territorio cedido. El 21 de octubre el Tratado de Pacificación fue ratificado por Elío.
El Triunvirato logró retirar sus tropas, salvándolas de la derrota y llevándolas a la Mesopotamia, pero disgustó a los orientales y entrerrianos, que se vieron abandonados en plena lucha. El Tratado generó también oposición entre los realistas. El virrey del Perú, que no había sido consultado y llegó inicialmente a considerarlo apócrifo, temiendo la llegada de las tropas retiradas del frente oriental ordenó con el acuerdo de Goyeneche conservar sus posiciones ante la "cruel situación á que quedaron espuestas las provincias y las armas" realistas.
Artigas se enteró del armisticio el día 23, a orillas del río San José, donde tuvo lugar una reunión o asamblea espontánea de los orientales que se hallaban incorporados al sitio. Allí Artigas comunicó a los asistentes su decisión de acatar el armisticio y retirarse hacia el norte. Sin embargo, todos los demás proclamaron la voluntad de no abandonar las armas y reemprender la lucha cuando fuese posible.
De inmediato Artigas retomó su camino hacia el Norte, y un gran número de civiles lo siguió, en lo que popularmente se llamó la "Redota" y los historiadores llaman el Éxodo Oriental. El caudillo se opuso a esta emigración masiva en un principio, pero luego ordenó levantar un registro de las familias e individuos que lo seguían, resultando ser 4435 personas; incluyendo a quienes se sumaron posteriormente, pueden haber llegado a un número aproximado a las 16000 personas.
El 15 de noviembre de 1811 el Triunvirato nombró a Artigas "teniente gobernador, justicia mayor y capitán de guerra del Departamento de Yapeyú y sus partidos", con mando sobre los 10 pueblos misioneros sujetos al control de Buenos Aires.
El 18 de noviembre, Elío regresó a España por orden del gobierno español, que pretendía aplastar a los independentistas sin aceptar ningún acuerdo.virrey del Río de la Plata.
Ningún otro funcionario español volvería a ejercer el título deCumpliendo lo pactado, Rondeau evacuó la Banda Oriental en diciembre de ese año y regresó a Buenos Aires, mientras que otras fuerzas cruzaron el río Uruguay, acampando en la Mesopotamia.
El 10 de diciembre, las tropas y civiles que seguían a Artigas comenzaron a cruzar el río Uruguay cerca de Salto, instalándose al noreste de la actual provincia de Entre Ríos, que en ese entonces formaba parte de las Misiones. El 18 de diciembre, tropas de Artigas lograron recuperar el pueblo de Belén.
Souza fue notificado de que su ejército debía retroceder al Brasil, pero se negó a regresar: exigió como condición para su partida la disolución de las milicias de Artigas, que no había evacuado totalmente el territorio oriental, y garantías de que esas fuerzas no atacarían poblaciones portuguesas.
Vigodet, nuevamente nombrado gobernador de Montevideo, exigió al Triunvirato acciones contra Artigas. Con el frente norte ya estabilizado, el gobierno porteño rechazó las exigencias. Dando por roto el armisticio, Vigodet reanudó las hostilidades el 31 de enero de 1812; y el 4 de marzo se produjo el tercer bombardeo de Buenos Aires, que solo causó daños en embarcaciones menores.
Artigas destacó a Fernando Otorgués y a Fructuoso Rivera hacia las Misiones, donde recuperaron los pueblos de Santo Tomé, Yapeyú y La Cruz.
En marzo, tras haber recibido refuerzos desde el Brasil y provisiones desde Montevideo, un ejército portugués de 5000 hombres marchó desde Maldonado hacia Paysandú, entrando en ese pueblo el 2 de mayo.Regimiento de Pardos y Morenos al mando de Miguel Estanislao Soler y una gran cantidad de dinero.
Al mes siguiente, el Triunvirato envió a Diego de Souza un ultimátum exigiendo su inmediato retiro. Además nombró a Artigas jefe de las operaciones contra los portugueses, y le envió elUn nuevo ataque portugués obligó a las fuerzas de Artigas a repasar el río Uruguay hacia Entre Ríos, aunque a poco pudieron recuperar posiciones al este del Uruguay.
El 4 y el 6 de mayo los portugueses atacaron Santo Tomé, pero fueron rechazados.El gobierno de Buenos Aires ordenó a Artigas regresar al Campamento del Ayuí, dado que Strangford había conseguido el 26 de mayo la firma del Tratado Rademaker-Herrera, que determinaba la retirada de las tropas portuguesas al Brasil, dejando las manos libres a las Provincias Unidas para volver a atacar Montevideo.
Souza volvió a desconocer el acuerdo, pero –tras nuevos combates– recibió orden del rey Juan VI de retirarse de la Banda Oriental, orden que finalmente cumplió el 13 de junio. Pocos días después, el comandante de las Misiones ocupadas por Portugal, Francisco das Chagas Santos, intentó atacar La Cruz, defendida por fuerzas correntinas, pero se retiró cuando Galván le comunicó que habían cesado las hostilidades. Pese los intentos del gobernador Vigodet por evitarlo, el armisticio sería ratificado el 13 de septiembre.
Los portugueses no evacuaron completamente sus fuerzas a los límites previos a la invasión, quedando en su poder la región de los actuales municipios de Uruguayana, Quaraí, Santana do Livramento y Alegrete, y parte de Rosário do Sul, Dom Pedrito y Bagé.
En abril de 1812, una sublevación en el aislado fuerte patagónico de Carmen de Patagones –liderada por Faustino Ansay, prisionero en ese lugar desde que fuera depuesto de sus cargos en Mendoza– permitió a los realistas tomar el control de ese puerto.
Ese mismo mes, Manuel de Sarratea, uno de los miembros del Triunvirato, asumió el mando del ejército instalado en Entre Ríos, aunque Artigas no lo reconoció como su superior.
En junio, Artigas instaló su campamento en Ayuí, en Entre Ríos. Allí permanecerían las tropas hasta que la reanudación de las hostilidades permitiera iniciar el regreso a la Banda Oriental. Instalado a una legua del campamento de Artigas, Sarratea se dedicó a seducir a los oficiales del ejército oriental para incorporarlos al suyo, logrando que se pasaran a sus fuerzas unos 2000 hombres. Como igualmente el jefe oriental conservó unos 1500 soldados y la mayor parte de la población, lo declaró traidor, aunque no obtuvo apoyo del gobierno.
En septiembre, la vanguardia del ejército de Sarratea, comandada por Rondeau, cruzó el río Uruguay e inició la marcha sobre Montevideo. Simultáneamente, las tropas de Artigas y la población que lo habían seguido iniciaron su regreso a la Banda Oriental, aunque no participaron en las operaciones.
A solo 8 días de su llegada a Salta, Saavedra recibió del Triunvirato la orden de dejar el mando del ejército a Pueyrredón,
y poco después fue arrestado.Sin ayuda externa, los revolucionarios se organizaron en grupos guerrilleros, llamados Republiquetas, que resistieron con medios precarios a las invasiones realistas; contaban a su favor el apoyo de la población y el conocimiento del terreno.
Las fuerzas de la ciudad de La Paz derrotaron el 6 de octubre en Sicasica a los 1200 hombres del coronel Jerónimo Marrón de Lombera. Al día siguiente, Oruro pasaba a manos de los revolucionarios.
Goyeneche había ocupado Chuquisaca, pero debió retroceder con 3500 hombres hacia Oruro. El virrey Abascal envió en su ayuda igual cantidad de tropas reunidas por el gobernador de Puno Manuel Quimper e indígenas quechuas del Cuzco, mandados por el cacique Mateo Pumacahua, que cometieron excesos y crueldades contra las poblaciones aymaras.
Aún lograron los independentistas una pequeña victoria en Tiquina, pero los coroneles Pedro Benavente y Lombera tomaron La Paz. Pumacahua logró restablecer las comunicaciones con el ejército de Goyeneche, que regresó a Chuquisaca.
Los excesos de las tropas indígenas llegadas del norte enardecieron a las poblaciones del Alto Perú. El coronel Esteban Arze, que se había negado a rendirse con Rivero, regresó al valle de Cochabamba y se puso al frente de una revolución el 14 de noviembre. Arze fue nombrado comandante general y Mariano Antezana presidente de la Junta Provincial de Cochabamba. El 16 de noviembre, Arze atacó Oruro, pero fue rechazado por González de Socasa.
También se formó una republiqueta en Ayopaya, que resistiría durante años la dominación realista.
Para apoyar la nueva Revolución en Cochabamba, Pueyrredón decidió hacer un nuevo intento de avanzar sobre el Alto Perú, enviando un regimiento de caballería y un batallón de infantería al mando de su segundo, el mayor Eustoquio Díaz Vélez. Este envió al teniente coronel Manuel Dorrego a atacar una partida realista situada en el pueblo de Sansana, donde logró un pequeño éxito.
Tras recibir refuerzos, con los que llegó a 860 hombres, Díaz Vélez envió nuevamente a Dorrego a Nazareno, donde este inicialmente venció a Francisco Picoaga; pero sus fuerzas fueron divididas por una creciente del río Suipacha, que permitió a los realistas contraatacar y derrotarlo. Pueyrredón ordenó a Díaz Vélez la inmediata retirada, ya que Goyeneche estaba avanzando.
El 16 de enero, Arze logró tomar el pueblo de Chayanta. Simultáneamente, el teniente coronel Martín Miguel de Güemes, segundo jefe de la vanguardia, fue enviado por Díaz Vélez a recuperar Tarija, lo que consiguió el 18 de enero.
Pero el Ejército del Norte no intentó siquiera apoyar a los revolucionarios del Alto Perú: el 20 de enero, Díaz Vélez retiró sus agotadas tropas y las de Güemes hacia la Quebrada de Humahuaca. Por otro lado, el Triunvirato tenía una actitud remisa respecto a la guerra, y prefirió conservar sus fuerzas en los alrededores de la Capital.
Una división revolucionaria de 2000 hombres provenientes de Mizque se dirigió a Chuquisaca, pero fue completamente derrotada el 4 de abril por un batallón del Regimiento Real de Lima. Pocos días después, el 12 de abril, los indígenas de Ayopaya fueron derrotados cerca de La Paz. Todos los prisioneros fueron ejecutados.
Desde Santa Cruz de la Sierra avanzó una división realista de 1200 hombres en auxilio de Goyeneche, pero fueron derrotados en la batalla de Samaipata, departamento de Santa Cruz, y todos los realistas quedaron muertos o prisioneros.
Tras abortar una rebelión en Potosí, Goyeneche partió hacia Chuquisaca el 5 de mayo. Desde allí envió 4000 hombres sobre Cochabamba, mientras enviaba una columna sobre Chayanta y otra a Tapacarí con 2000 hombres al mando de Lombera. El coronel Agustín Huici avanzó hacia Vallegrande, destruyendo el pueblo de Pucará.
Las diferencias entre Arze y Antezana hicieron que decidieran la división por mitades del ejército cochabambino, que contaba con 6000 hombres, armados casi todos con garrotes y macanas, aunque contaban con 40 cañones y 400 arcabuces. El 24 de mayo, Arze fue derrotado en la Batalla de Pocona o Quehuiñal, y el ejército realista marchó sobre la ciudad.
Antezana no mostró la misma actitud combativa, pero los cochabambinos –especialmente las mujeres– presentaron batalla en el Cerro de San Sebastián. Fueron derrotados el día 27 y Cochabamba cayó nuevamente en manos realistas. Esta vez Goyeneche reprimió con crueldad: muchos revolucionarios fueron ejecutados –entre ellos Antezana– y los realistas saquearon e incendiaron la ciudad. Lombera fue nombrado gobernador intendente, con una guarnición de 2000 hombres.
Goyeneche regresó a Potosí y luego llevó su ejército a Chichas, mientras Pumacahua regresaba al Cuzco.
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